Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Asesinato para principiantes" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 46
Bella se acercó hasta quedar bajo el resplandor amarillo de la lámpara. Despacio, cogió aire; intentaba pensar a pesar del ruido que le llenaba la cabeza. Entornó los ojos y estudió detenidamente el rostro que tenía ante ella.
Ahora que se encontraba más cerca, pudo ver las diferencias obvias, la forma del arco de Cupido de los labios, la curva descendente en el borde de los ojos donde antes se dirigían hacia arriba, la protuberancia de las mejillas apenas unos centímetros más baja de su lugar habitual...
Cambios que el tiempo no podía imprimir a una cara.
En los últimos meses, Bella había mirado tantas veces las fotografías que se sabía de memoria cada línea y cada curva del rostro de Sid Prescott.
Y esta no era ella.
Bella se sintió apartada del mundo, ingrávida, falta de sentido.
—Tú no eres Sid —le dijo con suavidad, justo cuando el policía llegaba por la escalera y le ponía una mano en el hombro.
El viento producía aullidos en los árboles y el 42 de la carretera de Mill End estaba iluminado con destellos azules intermitentes.
Ahora el camino estaba ocupado por cuatro coches de policía que componían un cuadrado abierto, y Bella acababa de ver cómo el detective Remus Hawkins —con el mismo abrigo negro que llevaba en todas las ruedas de prensa de cinco años atrás— entraba en la casa.
Bella se detuvo para oír a la agente tomarle declaración a la chica. Pero las palabras que oyó no eran más que sílabas que seguían unas a otras sin ningún sentido para ella. Se concentró en respirar el aire fresco y cortante y en ese momento fue cuando sacaron a Elliot. Con dos policías a cada lado y las manos esposadas detrás. Estaba llorando y las luces azules parpadeaban sobre su rostro húmedo. Los lamentos que profería despertaron en Bella un miedo primigenio e instintivo.
Este era un hombre que sabía que su vida estaba acabada. ¿De verdad había creído que la chica que tenía en el desván era Sid? ¿Se había aferrado a esta creencia todo el tiempo? Los policías le cogieron la cabeza y se la agacharon para entrar en el coche; luego se lo llevaron.
Bella lo vio irse hasta que el túnel de árboles se tragó los bordes del automóvil.
Cuando acabó de darle su número de contacto al agente oyó el sonido de una puerta de coche que se cerraba tras ella.
—¡Belly! —El viento le trajo la voz de Edward.
El corazón le dio un vuelco y luego salió corriendo en su dirección. En la parte de arriba del camino de entrada chocó con él; Edward la cogió y la apretó entre sus brazos; ambos se mantenían en pie contra el viento.
—¿Estás bien? —le preguntó él apartándola un paso para mirarla.
—Sí —contestó ella—. ¿Qué haces aquí?
—¿Yo? —se señaló a sí mismo—. Cuando no apareciste en mi casa, te busqué en el «Encuentra a mis amigos». ¿Por qué viniste sola? —Miró a los coches de policía que estaban detrás de él.
—Tenía que venir —dijo—. Necesitaba preguntarle por qué. Si no lo hacía, no sabía cuánto más tendrías que esperar para saber la verdad.
Abrió la boca una vez, luego otra, hasta tres veces antes de ser capaz de empezar a hablar, y luego se lo contó todo a Edward. Le explicó, bajo el ruido de los árboles y con la luz azul ondulando a su alrededor, cómo había muerto su hermano. Cuando las lágrimas empezaron a caer por el rostro de Edward, Bella le dijo que lo sentía, porque eso era todo lo que podía hacer; como intentar apagar un volcán con un vaso de agua.
—No tienes por qué sentirlo Belly—le dijo él, medio llorando y medio riendo—. Nada va a traérmelo de vuelta, ya lo sé. Pero de alguna manera, lo hemos hecho. A Billy lo asesinaron, era inocente, y ahora todo el mundo lo sabrá.
Se volvieron para ver al detective Remus Hawkins sacar de casa a la chica, envuelta en una manta violeta.
—No es ella, ¿verdad? —preguntó Edward.
—Se le parece mucho —respondió Bella.
La chica miraba en todas direcciones, con expresión asombrada, confusa y libre, mientras reaprendía cómo era el mundo exterior. Hawkins la condujo hasta un coche y subió a su lado; dos agentes uniformados se colocaron delante.
Bella no entendía cómo Elliot había llegado a creer que aquella chica a la que había encontrado andando por la carretera era Sid. ¿Se trataba de un espejismo? ¿Elliot necesitaba creer que no había muerto como expiación de lo que le hizo a Billy por su causa? ¿O es que el miedo lo cegó?
Eso era lo que Edward pensaba: que Elliot estaba aterrorizado con la posibilidad de que Sid Prescott estuviese viva y pudiera regresar a casa y entonces lo culparan a él del asesinato de Billy. Y en ese estado de terror tan elevado, le bastó con encontrar a una chica castaña que se parecía lo suficiente a ella para convencerse a sí mismo de que había encontrado a Sid. Y la había encerrado para poder contener así el terrible miedo de que lo encontraran con ella.
Bella asintió mostrando su acuerdo mientras miraba cómo el coche de policía se alejaba.
—Creo —dijo con suavidad— que simplemente era una chica con el pelo equivocado y la cara equivocada cuando el hombre equivocado pasó a su lado y la vio.
Y luego estaba esa otra pregunta espinosa que Bella aún no había podido formular en alto: ¿qué le había pasado a la Sid Prescott real aquella noche después de salir de casa de los Greengrass?
La agente que le había tomado declaración se les acercó con una cálida sonrisa.
—¿Necesitas que te llevemos a casa? —le preguntó a Bella.
—No, gracias —declinó—. Tengo el coche ahí.
Hizo que Edward entrara en el coche con ella; de ninguna manera Bella iba a dejar que él volviera a casa solo: temblaba demasiado. Y, aunque no quisiera decirlo, ella tampoco quería estar sola.
Bella metió la llave en el contacto y vio su cara en el espejo retrovisor antes de que las luces se apagaran. Parecía demacrada, y unas grandes sombras oscuras le rodeaban los ojos. Estaba cansada. Indeciblemente exhausta.
—Por fin puedo contarle todo a mis padres —dijo Edward una vez que dejaron atrás Wendover y entraron en la carretera principal—. No sé ni por dónde empezar.
Los faros del coche alumbraron el cartel de «Bienvenidos a Little Kilton», y las letras se llenaron de sombras cuando pasaron y entraron en la ciudad. Bella condujo hasta High Street y se dirigió hacia casa de Edward. Se detuvo en la rotonda principal. Del otro lado de la misma, había un coche esperando para entrar, con los faros de un blanco brillante y cegador. Era su turno de pasar.
—¿Por qué no se mueven? —preguntó Bella observando un vehículo oscuro en la otra esquina, bañado por la luz amarilla de la farola sobre él.
—No sé —dijo Edward—. Entra tú.
Bella lo hizo y avanzó despacio por la glorieta.
El otro coche seguía sin moverse. Cuando se acercaron más y los faros del coche dejaron de deslumbrarlos, Bella disminuyó un poco la velocidad y miró curiosa por la ventanilla.
—Ay, mierda —exclamó Edward.
Era la familia Prescott. Los tres. Neil al volante, con la cara roja y surcada de lágrimas. Parecía estar gritando; golpeaba el volante con la mano y la boca se movía con enfado. Maureen iba a su lado, asustada. Estaba llorando, su cuerpo se agitaba al respirar a través del llanto y su boca mostraba una confusa agonía.
Los coches se cruzaron y Bella vio a Tatum en el asiento de atrás. Tenía la cara pálida y apoyada contra el cristal frío. Tenía la boca abierta y el ceño fruncido; con la mirada perdida, enfocaba al infinito.
Y mientras se cruzaban, Tatum pareció volver en sí y su mirada aterrizó en Bella. La reconoció. Y en sus pupilas se instaló algo pesado y urgente, algo parecido al terror.
Se alejaron calle abajo y Edward dejó escapar un suspiro.
—¿Crees que se lo habrán dicho? —preguntó él.
—Parece como si acabaran de enterarse —contestó Bella—. La chica seguía diciendo que su nombre era Sid Prescott. A lo mejor ellos tienen que ir para constatar de forma oficial que no lo es.
Miró en el espejo retrovisor y vio cómo el coche de los Prescott entraba por fin en la rotonda, de camino a la falsa promesa de recuperar a una hija.
