En lo más profundo de su corazón Yugi deseaba que todo esto fuera un sueño o una febril pesadilla. Una salvaje visión que su inconsciente le estuviera mostrando, y que ese sujeto llamado Hao era solo un invento de su imaginación. Deseaba, porque, muy a su pesar, era consciente de que todo lo que había presenciado era muy real. Demasiado real para lo que su gusto. Y es que era imposible que este infinito espacio blanco, salpicado de recuerdos que no le pertenecían, fuese una simple visión forjada por su mente. Nada de esto podía ser un sueño.
Se arrepintió de todas las veces que se quejó de estar teniendo un día "normal". Pues ahora mismo le parecía que cualquier día, por aburrido que fuese, no habría sido tan malo como éste. Por lo menos en un día normal, él aún estaría vivo. Y hubiera preferido eso, incluso si por ello tuviera que pagar el precio de continuar ignorando la existencia del "dios" que ahora se encontraba frente a él hablándole como a un igual. Cómo extrañaba ahora el tiempo en que se conformaba con conocer a los "Dioses" que formaban parte de su juego. Y más lamentó el hecho de que, si alguna vez despertaba de este mortal letargo, no tendría la dicha de olvidar todo lo que había visto y oído.
Pero si algo había cierto era que (por lo menos) casi todas sus preguntas habían sido respondidas. Ahora sabía dónde estaba, y sobre todo, sabía exactamente quién era "Hao", y de dónde provenía. Lo que aún no sabía, y le torturaba no saberlo, era qué planes tenía Hao para con él.
Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde que su alma abandonó su cuerpo, para luego ignorar el pensamiento con la idea de que el tiempo no existe para quien está muerto, y que estaba obligado a callar y escuchar al Rey de los Espíritus compartir su pasado con él, aparentemente por mero capricho. A pesar de que apenas y podía seguir el hilo de la historia que desenrollaba Hao entre sus manos, comprendió que a pesar de su apariencia sencilla, había sido una persona de grandes y terribles poderes y ambiciones, que se había convertido en una verdadera deidad, con el universo entero en sus manos.
Y además, había sido un hechicero japonés que participó en un torneo realizado en Estados Unidos para premiar al shamán más fuerte con el sagrado poder de los Grandes Espíritus.
"Jamás me enseñaron esto en clases de Geografía…" Meditó Yugi, quien nunca había sido particularmente devoto de ninguna fe que no fuera la que tenía en sus amigos y en lo que acostumbraba llamar "el corazón de las cartas", en el cual tenía, tal vez, la misma fe que un ludópata tenía en su baraja favorita o en su dado de la suerte. Pero al menos creía en algo, aunque no fuese, en sus propias palabras, una creencia ortodoxa.
―Hao… Si todo es cierto, entonces, ¿por qué nunca me enteré de nada? ―Empezó Yugi con timidez. No podía parecer incrédulo o escéptico ante el todopoderoso que lo había llamado a comparecer ante su presencia. ―Quiero decir, un evento de tal magnitud como lo es este Torneo de… Shamanes, ¿por qué nadie a mi alrededor lo conoce? Yo ni siquiera sabía que existía tal cosa como un Dios verdadero antes de conocerte a ti… ―Se sintió raro al decir eso. Jamás pensó que llegaría a volverse "conocido" de un dios de forma tan casual.
―Yugi. Sabes lo que es un secreto, ¿no? Hay cosas que no conviene que se sepan por ciertos grupos de gente, y hablando del Torneo de Shamanes, ése grupo de gente lo conforman todos aquellos mortales que no sean Shamanes. Que no puedan ver espíritus. Que no tengan poder espiritual. Los humanos "normales", por así decirlo. ―Respondió Hao, dirigiendo una mirada entornada hacia Yugi. Y luego añadió de forma tajante:
―Porque, déjame decirte; a pesar de que he hecho una tregua con ellos, simplemente sé que no puedo esperar nada excepcionalmente bueno de ellos, ¿sabes? Sus corazones son egoístas y duros como piedras. Gente así no puede escuchar la voz de los Grandes Espíritus, pues están ensordecidos con el eco de sus propios pensamientos. ―Yugi agachó la mirada en silencio. El mensaje había sido recibido.
―Hey, ¿a qué viene esa cara tan larga? ―Comentó al ver la sombría expresión de su interlocutor. ―No estarás pensando en serio que me estoy refiriendo a ti, ¿verdad? ―Con un dedo levantó la barbilla de Yugi para acentuar su comentario. Esto no le hizo ni pizca de gracia.
―¿Qué quieres que piense? Si no soy un shamán, como tú mismo has dicho. Sólo soy alguien normal y corriente. Y nunca había tenido fe en ninguna de estas cosas. ―Repuso Yugi, cada vez más confundido y sin hacer sentido de nada de lo que oía. De verdad que no se encontraba en un estado mental óptimo. Y tampoco es que la forma tan indirecta y ambigua de hablar que tenía Hao ayudara mucho. Sentía que se estaba burlando de él, y no estaba de humor para esos juegos.
―Por favor, Yugi, no seas estúpido. ―Hao resopló (figurativamente, pues no había una gota de aire en el espacio blanco en el que estaban), llevando sus manos a la cintura; y las amplias mangas extendidas de su kimono blanco evocaban la imagen de un avión de papel recién plegado. ―Date algo más de crédito, ¿quieres? Alguien como tú jamás sería considerado normal. No con ese peinado, ¿me entiendes? ¿O es que te lo tengo que explicar? ―Exclamó el muchacho cuya cabellera era el triple de voluminosa que la de su invitado.
―Está bien. Escucha, Yugi. Tú, aunque creas que tu única habilidad destacable es ser capaz de resolver los acertijos del periódico en menos de un minuto, posees las aptitudes innatas de un shamán, y un potencial latente que, debo decir, me ha sorprendido mucho, pues, nunca has tenido entrenamiento, y ni siquiera eres consciente del poder espiritual que crece dentro de tu esencia. ―Prosiguió, casi regañándole, usando palabras que no terminaba de entender. ―Tú profesas una fe, ¿cierto? Mira, a efectos prácticos, yo soy un dios completamente inexistente. No hay culto dedicado a Hao Asakura, descendiente de los Apaches, ¿o me equivoco? Cualquier tipo de religión o creencia se me hace tan bueno como si oficiaran misas a mi nombre, por lo que tu "fe" en eso que llamas Corazón de las Cartas es, aunque lo creas muy tonto, igual de válida que cualquier otra fe. Piensa esto: si no fuera ese el caso, ¿crees que esa confianza en tus cartas te habría sacado de aprietos tan siquiera una vez? ¿Seguirías creyendo tan fervientemente en ella? ¿O siempre has dado por hecho el potencial oculto en el Corazón de las Cartas, del mismo modo que ahora das por hecho a tu antiguo amigo Atem?
Estas palabras hicieron eco en la mente de Yugi. Entonces, el corazón de las cartas verdaderamente existía. Siempre pensó que todo se resumía a que el poder del Faraón y el Rompecabezas del Milenio se manifestaba en momentos clave, para sacarlos de apuros. No imaginó que aquello que llaman "la mano de Dios" estaría involucrada en ese asunto. Pero pensándolo bien, ¿qué es la suerte o el azar, sino el misterioso vaivén de los hilos que sostenían el mundo?
―¡Yo jamás he dado por hecho a mi otro yo! ―Replicó, sorprendiéndose por el tono que adquirió su propia voz. El mismo Hao reaccionó alzando las cejas. A pesar de sus pensamientos, algo urgió a Yugi a responder de ese modo, pues, ¿cómo iba él a desconsiderar al espíritu con el que compartió los mejores momentos de su vida? ¡Eso era algo inconcebible! ¡Si más bien, era el propio Faraón quien más de una vez puso en riesgo a Yugi sin que él pudiera decir algo al respecto! ¡Yugi no sería capaz de hacerle eso a su otro yo, bajo ninguna circunstancia!
―Si es así como piensas, ¿por qué te esfuerzas tanto en olvidarlo? Cada día piensas en él, pues tu corazón se aferra al recuerdo del Faraón, pero tú crees que puedes negar esos pensamientos, como si así pudieras hacerte creer a ti mismo que no reniegas de haberte separado de él, y que no tienes cosas guardadas que esperas decírselas y expresárselas si tuvieras la oportunidad. Sólo crearás resentimiento en tu corazón. Te digo esto por experiencia propia, Yugi. Yo, como Rey Shamán, quiero evitar que tú sigas la misma senda de arrepentimiento por la que yo pasé. ―Expresó, con palpable alteración, Hao. Había abandonado su actitud despreocupada, y adoptado una de genuina e inesperada ansiedad por Yugi. Y es que, si de algo se había dado cuenta Yugi mientras escuchaba el extenso relato de la "trayectoria" de Hao hasta convertirse en Rey Shamán, era que, bajo esa redonda cara de indolente expresión, yacían vivas emociones complejas que se hacían audibles en el tono de voz de su dueño, entonando una melodía de profundo arrepentimiento, y un profundo pesar armonizaba con la tristeza apática de alguien a quien la vida dejó atrás, sin haber podido aprovechar de seguir sus verdaderas ambiciones cuando bien que pudo hacerlo. Al darse cuenta de que en estos momentos, el mismísimo Ser Supremo demostraba estar preocupado por él, Yugi empezó a considerar que, tal vez, realmente tenga razón, y dentro de él había algo que pedía a gritos de su atención, antes de que se convirtiera en un problema demasiado grande para hallarle solución. Hao, figurativamente, dejó salir un suspiro, exasperado, cerrando sus ojos y cruzándose de brazos. Recuperando la compostura, terminó diciendo la siguiente frase.
―Escucha, Yugi. Puedes convertirte en un shamán. Yo puedo ayudarte; puedo enseñarte cómo hacerlo. Piensa que, si aprovechas tu potencial, podrías reencontrarte con Atem bajo tus propias condiciones; sin presiones, ni límites de tiempo. Y ajustar tus cuentas pendientes con él. Lo único que pido a cambio, es que me concedas un Duelo de Monstruos.
Yugi decidió que finalmente se había vuelto loco. En una sola noche no sólo había muerto, por si eso no fuera ya algo demasiado malo, sino que también se había encontrado con el Dios dueño y señor de todo, quien le expuso su pasado como un ejemplo de lo que no quería que se volviera su presente, manifestando su interés sincero por él, y le ofrecía su guía a cambio, no de su alma, ni de su servicio, ni siquiera de su devoción inamovible, sino a cambio de una partida de Duelo de Monstruos. Definitivamente el destino del mundo estaba ligado específicamente a este juego de cartas coleccionables, y, para bien o para mal, la cantidad de pactos sobrenaturales que se habían sellado sobre el tapete de juego era tan grande que rozaba lo cómico.
¿Qué pasaría si Yugi se negaba? Ya había perdido la vida después de todo, pues su alma había sido forzada fuera de su cuerpo, y ya se había hecho a la idea de que sólo iba a regresar a la familiaridad de su mundo si así lo deseaba su anfitrión. No quería tener que apostar nada, y lo que se dice ganas de jugar al Duelo de Monstruos en este momento, realmente no tenía ganas.
―No te preocupes, no hay nada en riesgo aquí. Nada que apostar, y mi propuesta seguirá en pie independientemente de quién gane o pierda. Tan solo quiero tener a alguien con quien compartir un duelo amistoso, ¿sabes? Será mi primera vez.―Añadió Hao, leyendo sus pensamientos, y por un instante Yugi pudo ver con toda claridad cómo sus mejillas se tornaban de un alegre color rosa. Efectivamente Yugi había perdido la cordura y estaba delirando. Dios personalmente había tomado su vida, porque quería tener un compañero con el cual jugar. Sintió que todo el suspenso de saber el origen de Hao y todo aquel embrollo sobre los Shamanes se había esfumado, y que no fue más que un elaborado farol para ocultar sus verdaderos motivos por el mayor tiempo posible. Claro; si él fuera Dios (y pidió perdón por semejante blasfemia en su corazón, por si acaso Hao escuchase sus pensamientos) y tuviera que llevarse el alma de alguien, no le diría que quería simplemente jugar a las cartas con él, porque no se lo tomaría en serio. La situación ahora se había vuelto risible.
―E-entonces… Si participo en este duelo, sin importar que gane o pierda, yo regresaré a mi vida, ¿cierto? Y, nada de esto me afectará después, ¿verdad? ―Dijo finalmente. La comunicación entre él y Hao se balanceaba entre él respondiendo a sus pensamientos, y ocasionalmente Yugi expresando vocalmente sus ideas.
―Esa es la idea. ―Respondió el Rey de los Espíritus, con una sonrisa ladeada. Ya había vuelto a su actitud serena de siempre. ―Por supuesto, tienes libre albedrío, y luego de que todo esto termine, bien puedes ignorar lo que te he dicho y olvidarte de mí, seguir con tu vida si eso es lo que quieres. Yo lo sabré en cualquier caso. No habrá rencores. ―Se encogió de hombros, levantando sus manos como haciéndose el desentendido.
―Bien. Entonces, ¡acepto tu desafío, Hao! ―Exhaló Yugi de forma figurativa, con decisión. La esperanza ahora convertida en certeza de regresar a su cuerpo y volver a respirar aire de verdad, le dio una nueva motivación. Sólo tenía que hacer lo que mejor sabía hacer: jugar un Duelo de Monstruos. Lo había hecho bajo presión en incontables ocasiones; una más no iba a marcar una gran diferencia. Incluso si se enfrentaba al Todopoderoso, que leía sus pensamientos y conocía cada porción de su ser, Yugi sólo tendría que concentrarse en sus cartas, y, sobre todo, tener fe, que eso nunca le había fallado hasta ahora.
―¡Ja! ¡Por fin! ¡Ahora esto sí que se pondrá interesante! ―Se rió la deidad. Extendió su diestra hacia él, con la blanca manga del kimono ondeando como un ala de largas plumas. ―Me alegra que te hayas podido decidir, Yugi. Ahora, toma mi mano. Nos enfrentaremos en un lugar agradable y digno. Allí te estarán esperando tus cartas. ―Añadió con la satisfacción de un niño que invita por primera vez a un nuevo amigo a su casa a jugar.
Yugi, aprensivo al principio, estiró su mano derecha para estrechar la de Hao. No tenía ni idea de adónde lo iba a llevar ahora con su poder celestial, pero dudar no le servía ningún propósito ahora. Su mano pálida y muerta entró en contacto con la de aquel que da la vida y la recibe, y en un parpadeo, el infinito espacio blanco dejó de existir para él.
No sabía qué imaginarse que sería un lugar agradable y digno de tener un duelo contra Dios, pero definitivamente no era el sitio al que terminó siendo llevado.
Palabras de la autora:
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
Como soy estúpida, y no tengo internet para investigar mis fuentes(estos fanfics los publico en un cyber, auxilio), mi mente confundió las fechas de nacimiento de Hao y de Yugi, y por eso escribí todo esto asumiendo que Hao era mayor que Yugi, cuando en realidad él le lleva trece años (TRECE AÑOS, GENTE) y que es imposible que Hao sea Rey Shamán en este momento, si Yugi tiene 18 años, pues sólo queda un mísero margen de 5 años. También creo que confundí las muertes de Hao, porque estoy mezclando el manga con el primer anime y no recuerdo con exactitud cuál encarnación de Hao fue la que murió a manos de Matamune. ¿Eso importa? No lo creo, pero igual está bien feo que me haya confundido mientras escribía. Soy literalmente la peor escritora de fanfics de la historia.
¿Saben qué? Me doy por vencida. A partir de ahora quiero que se considere a este fanfic como un "AU", por cringe que eso pueda parecer en pleno año 2023. Un universo alternativo en el que Hao es 13 años mayor que Yugi y lleva siendo Rey Shamán desde mucho antes de que Yugi tuviera el rompecabezas del milenio y toda la parafernalia. Listo. Arregladísimo. ¿De qué vale un fanfiction si no pudiera hacer estas gimnasias argumentales para subyugar el canon a mis fantasías auto-indulgentes?
Dejando esto de lado, no considero este capítulo como particularmente cringe, a comparación con los dos anteriores, y siento que el próximo capítulo será bastante divertido de escribir y terminará de marcar el ritmo que seguirá este fic, así que estoy muy emocionada de llegar a escribirlo uwu
Espero que a pesar de que esta historia se hunde más rápido que el Titanic, les esté resultando entretenida a.e
Nos vemos, si es posible, en el siguiente capítulo~
By: Yukarin
