Cuando volvió a ser consciente de lo que veía, se vio dentro de una habitación, en lo que parecía ser una gran casa de estilo tradicional japonés, como raras veces había tenido la oportunidad de visitar. Era tan tradicionalmente sencilla y simple, que pensó que sus ojos lo engañaban. Pero no, allí estaba todavía el Rey Shamán, Hao, frente a sí, en medio de la sala, pasando sus manos por su cabello. Ahí fue que cayó en cuenta de que nuevamente estaba bajo la influencia de la gravedad.

―¡Ah…! ―Exclamó, sorprendido, provocando que Hao le diera una mirada interrogativa. Miró hacia abajo, y vio sus pies bien puestos sobre el piso de esterillas. Desgraciadamente, su cuerpo aún se sentía inerte, y apenas notaba cualquier tipo de tacto, pero aún así, agradeció profundamente volver a experimentar la fuerza primordial de la gravedad en sí mismo. También notó que su cuerpo ya no parecía ser traslúcido, y que incluso proyectaba sombras sobre su entorno. Su pijama también había recuperado el color azul pastel que lucía antes de su transfiguración. No pudo evitar esbozar una sonrisa sincera.

―¿Te alegras de visitar mi casa? ―Comentó Hao, quien había retrocedido unos pasos, permitiéndole una mayor visual del sitio en el que estaban. ―Bienvenido, Yugi. Ésta es mi morada, si puedo permitirme llamarla así. En realidad es el recuerdo de la antigua casa del clan Asakura. Actualmente la renovaron y es ahora un hotel, pero mi preferencia se inclina más por este estilo, ¿me entiendes? Siéntete como en casa; aquí es donde tendremos nuestro duelo. ―Sonrió, bastante satisfecho consigo mismo. Yugi observó que en medio de la sala había una mesa y un par de cojines, listos, aguardando a que anfitrión e invitado se sentasen a compartir experiencias.

―Yo ya he construido, je, mi mazo, en anticipación; pero como te dije, tus cartas te están esperando allá, en el cuarto contiguo. ―Señaló hacia la puerta que había a su izquierda.

―Puedes tomarte el tiempo que necesites para construir el mazo que usarás. Este duelo será justo, así que cerraré mis ojos y mis oídos para no saber tus pensamientos o estrategias. Seremos dos personas "normales" jugando Duelo de Monstruos. ―Le guiñó un ojo. Yugi sabía que podía confiar en su palabra. ―Te deseo mucha suerte, Yugi. Espero divertirme contigo.

Yugi simpatizó con las palabras de Hao.

―Yo también espero eso, Hao. ―Replicó Yugi. Antes de salir del cuarto, escuchó una vez más la voz de Hao decirle:

―Ah, por cierto. Mi mamá está en ese cuarto. Salúdala, ¿sí? Pero no la molestes.

...

―Con permiso…

Con sumo cuidado, Yugi tiró de la puerta corrediza para abrirla, revelándole una vista del cuarto contiguo.

El mobiliario que había dentro consistía de una pequeña mesa redonda, colocada ante un pequeño televisor encendido en una esquina, y en la cual reposaba una humeante taza de aromático té. Del otro lado del cuarto, había una estantería parcialmente vacía, y junto a ésta, un cojín para sentarse. Frente al televisor, estaba sentada una mujer, que estuvo dándole la espalda, antes de volverse al oír su voz. Hizo contacto visual con ella. Su rostro era hermoso a pesar de que éste era tan blanco como el de una cantante de ópera china, y de su mirada cansada, como la de quien no ha tenido una noche de sueño reparador en mucho tiempo. Sus largos cabellos rubios, aunque sedosos y hermosos, parecían estar resecos. Asumió que así era como se veía antes del momento de su muerte. Vestía un kimono del más claro color rosa, y tenía motivos de flores blancas estampados sobre él.

―Ah. Bienvenido. ¿Eres amigo de mi Asaha? Siéntete como en casa. ―Habló. Su voz gentil le recordó mucho a la de su propia madre. También hablaba de forma atropellada, como ella. ―Espero que mi hijo no te esté causando problemas. ¿Vienes de paso?

―A-ah. Sí. Mucho gusto, señora. Yo soy Yugi Muto. Ehm… ―Respondió, tratando de igualar el ritmo al que hablaba la madre de Hao. Ella se había inclinado, y él le devolvió la reverencia apresuradamente, y ahora estaba mirando sus rodillas como un tonto. ―S-su hijo me invitó a que viniera hasta acá. Espero no ser una visita inoportuna.

―Oh, no. Mi muchacho me había puesto al tanto. ―Asanoha respondió con risas, sin esperar a que Yugi terminara de hablar. ―Él no paraba de hablar sobre ti desde hace un tiempo para acá, así que me esperaba que en algún momento tú mismo te aparecieras por estos lados. ―Yugi se sintió incómodo.

―Aún así, lamento que mi hijo te haya traído en contra de tu voluntad. Soy su madre, pero él ya está muy grande para hacer lo que le venga en gana, ¿me entiendes? ―Se inclinó de nuevo; Yugi lo supo porque pudo ver que sus largos mechones rozaban el piso momentáneamente. ―Pero termina de entrar de una vez, y cierra la puerta. Él me pidió que te guardara esto.

Al oír el comando de Asanoha, Yugi rápidamente se arrimó hasta dentro de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, antes de volver a dirigir la mirada hacia la mujer, quien cogía en sus manos algo que estaba a sus espaldas, mostrándoselo al joven.

―Pero si es, ¡mi caja de mazo! ―Anunció Yugi sin poder evitarlo. Y era que Asanoha le hacía entrega de su propia caja dorada del tesoro. La recibió en sus manos, y levantó la tapa, revelando las cartas que guardaba en ella. Su sorpresa duró poco, pues, por supuesto que Hao tendría la potestad de traer consigo esta caja sólo para dársela a Yugi.

―Es una caja muy bonita. Es muy valiosa, ¿verdad? ―Sonrió Asanoha. Se veía claramente que Hao había heredado la sonrisa de su madre. ―Para haberla traído desde la otra vida, de seguro significa mucho para ti.

―Oh, sí… Es mi tesoro más preciado, realmente. No por la caja en sí, sino porque, es el único recuerdo que me queda de… un amigo muy querido. ―Respondió él, cerrando la tapa del recipiente, sujetándolo amorosamente entre sus dedos. Asanoha hizo lo propio, pero con la taza de té que reposaba sobre la mesa; la sujetó entre sus manos, y dijo lo siguiente antes de beber de su contenido.

―Puedo verlo. De seguro mi hijo ya te ha dicho esto, pero, si tienes asuntos que arreglar antes de volver a ver a tu amigo, es mejor que los resuelvas lo antes posible, pues, como sabes, la muerte no es el final. ―El aroma del limón llegó a la nariz de Yugi mientras la señora daba un trago. ―Te lo ha contado, ¿verdad? ―Añadió, enfáticamente. Yugi asintió. Sí, ya había entendido.

―¡Bueno, no te distraigo más! De seguro que mi muchacho te estará esperando ansiosamente, y tú aquí, charlando con este viejo fantasma. ―Se rió Asanoha, antes de voltearse a seguir viendo su televisión. Señaló el cojín que estaba junto a la estantería cerca de ella. ―Ponte cómodo, querido.

De modo que Yugi fue hasta allí, sentándose perpendicularmente con respecto a Asanoha, pues, era demasiado cortés como para darle la espalda a la señora de la casa. Colocó la caja de oro a su lado, sobre la superficie de la estantería, con la tapa levantada, y con las manos hurgó, sacando a puñados los naipes que tenía guardados, dejándolos caer todos boca arriba sobre esta misma superficie. Paseó la mirada sobre ellos, sus naipes más valorados e importantes, tanto de forma simbólica como práctica, y dando un suspiro simbólico, puso manos a la obra.

...

―Bien, creo que con esto, ¡estoy listo! ―Anunció, su hábito de hablar consigo mismo ganándole esta vez. Era la costumbre. Casi siempre hablaba con alguien que le respondía. En este caso, ese alguien fue la señora Asanoha.

―Oh, ¿terminaste? Qué bueno. ―Dijo ella afablemente. ―Creo que luego iré a ver cómo juegas con Asaha. Te deseo mucha suerte, niño.

―L-lo siento. ―Se disculpó Yugi apenado, aunque no tenía por qué estarlo. ―Y muchas gracias, señora Douji.

―¡Asanoha, niño! ¿Para qué usar nombres familiares a estas alturas? El nombre de mi familia dejó de tener significado hace mucho tiempo. ―Replicó ella. Y era cierto; pues Hao efectivamente había abandonado el apellido "Douji" en favor del nuevo nombre del clan Asakura. Casi se disculpa de nuevo, por temor a haber sonado insensible, pero Asanoha lo atajó, diciendo:

―Ahora, ve a divertirte. Si te quedas por más tiempo, tal vez alcances a ver cosas que no deberías. ―Dijo guiñándole un ojo a Yugi, que sólo en ese momento se fijó en el televisor que Asanoha observaba con tanto interés, el cual parecía ser, en realidad, una ventana hacia Téa. Y allí estaba ella; tan hermosa como el día en que se fue a Estados Unidos a estudiar danza. Más bella incluso, pues tal y como la veía ahora, sus ropas consistían únicamente en una ligera blusa de tirantes, que se ajustaba a su delgada figura, y unos pantaloncillos muy cortos, posiblemente de pijama. Yugi se preguntó cuántas horas había de diferencia entre Japón y Estados Unidos, y cuánto tiempo habría pasado desde que se había "ido", pero sus nervios se adueñaron de él, pues, aunque Téa solía vestir ropas cortas y ajustadas con regularidad, era muy diferente eso a verla con su ropa de dormir, y más aún sin permiso, pues aún estando muerto, eso no era una excusa para espiarla a ella mientras seguía con su vida. ¡Ellos ni siquiera habían tenido su primera pijamada juntos! Y ambos eran ya demasiado mayores para esas cosas. De manera que rápidamente desvió la mirada, posándola de nuevo en sus naipes, aunque lo más correcto era decir que casi enterró su cabeza en ellos, reprochándose su falta de respeto mientras su rostro fantasmagórico se pintaba de un color rojo vivo.

―¡Cierto! ¡Es verdad! ¡Me distraje un poco! ¡Creo que mejor! ¡Ya me voy retirando! ¡H-ha sido un gusto conocerla, señora Asanoha! ¡Gracias por su hospitalidad! ¡Gracias por todo! ―Se ahogó Yugi en sus palabras, mientras devolvía los cartones a su caja, exceptuando los que iba a usar inmediatamente después, que había apilado ordenadamente en una baraja. Atropelladamente, cerró la caja, llevándola en una mano, y en la otra su recién construido mazo, y evitando mirar en la remota dirección de aquella fascinante televisión, se despidió de Asanoha con una reverencia, antes de cerrar la puerta corrediza y hacer una pausa para recuperar el aliento.

Una vez fuera del campo de visión del chico, Asanoha curvó sus labios en una sonrisa juguetona idéntica a la de su hijo Hao, antes de dar su veredicto sobre Yugi.

―Ese niño… Tiene un buen futuro. Es un buen muchacho. ―Pensó en voz alta. ―Esta chica puede estar tranquila, pues no hay ninguna intención mala en este joven. ―Bebió un poco más de su té de limón.

Fuera, en el pasillo de madera que separaba ambas habitaciones, Yugi respiró profundamente. Estando ya un poco más despejado, pensó:

"Téa. Me pone muy feliz verte… Te enviaré un regalo por correo cuando todo esto haya terminado."

Esto lo animó un poco más, y, con más confianza, finalmente abrió la puerta hacia su próximo duelo.

...

―Vaya, pues sí que te tomaste tu tiempo, ¿no? ―Escuchó decir a Hao apenas lo vio entrar a la sala. El dios se encontraba ya sentado a la mesa, con su amplio kimono rojo extendido sobre el tatami. Se había estado entreteniendo jugueteando con sus cartas, antes de devolverlas disimuladamente a su mazo. ―Eso está bien. Como habrás podido darte cuenta, el tiempo no existe en este mundo.

―Eso pude notar. Aunque no sé si realmente sea algo bueno…―Replicó Yugi.

―Ja. Tú no preocupes por nada, que antes de que salga el sol estarás de vuelta en tu cuerpo mortal. ―Le aseguró con mucha confianza, el Rey de los Espíritus. ―Ahora, ¿estás listo, Yugi?

―Por supuesto que estoy listo. ―Respondió Yugi, luego de tragar saliva. Incluso si ya estaba acostumbrado a batirse en duelos de alta importancia para él o para sus amigos o seres cercanos, no podía evitar ponerse algo nervioso antes de jugar. Se sentó al otro lado de la mesilla, colocando su mazo sobre ella, y la caja dorada a un lado, en medio de los dos. Era un verdadero cambio tener un Duelo de Monstruos en una mesa, sin hologramas hiperrealistas ni dispositivos de tecnología punta. La última vez que recordaba haber jugado Duelo de Monstruos así, fue en una cama de hospital. Cuando Duelo de Monstruos aún se jugaba con un tablero de campo. Vaya que este juego ha evolucionado a un ritmo vertiginoso, aunque más vertiginosos han sido los eventos que transcurrieron esta noche. Hasta pareció algo agradable que este duelo que estaba a punto de compartir con el dios de todo el universo fuese lo más simple y sencillo posible.

―¡Excelente! Entonces, sólo nos hace falta el juez, ¿cierto? ―Empezó Hao, visiblemente emocionado. Su eterna sonrisa era ahora una de genuina emoción, y sus ojos tenían un brillo especial. ―Ya me encargo yo. ¡Matamune! ―Llamó. Y Yugi escuchó que la puerta corrediza se abría a sus espaldas. Se giró para ver quién entraba, y para su sorpresa, sus ojos se encontraron con los de aquel gato atigrado que había visto, primero en su sueño, y posteriormente en compañía de Hao.

El gato se acercó a ellos, y poniéndose a dos patas, su cuerpo empezó a emitir una especie de luz, que se doblaba y transformaba en ropajes para el gato, un sombrero y un par de sandalias. Quitándose el sombrero, el gato habló, dirigiéndose a su amo y a Yugi.

―Ah, veo que finalmente ha traído a su invitado de honor, amo. Joven Yugi, sea usted bienvenido. Yo soy Matamune, el de los gatos. La hierba de gato es lo que más me gusta. ―Se presentó educadamente, en una voz sorprendentemente gentil y fina que no había esperado oír en un gato. Yugi era bastante cortés, pero este gato parecía ser la encarnación de la etiqueta misma.

―Por petición de mi amo, yo seré el juez de esta partida de cartas, pues, el maestro quiere que ésta sea una muy clásica y tradicional, ya que en la sencillez se encuentra el buen gusto. ¿Le parece eso a usted bien, joven Yugi? ―Preguntó cortésmente, sentándose sobre la caja dorada como si fuera un taburete, y poniéndose el sombrero en su peluda cabeza. Sus dos colas se movían libremente de uno a otro lado.

―Mi amo no tiene demasiada experiencia en esta clase de oficios, así que me corresponde supervisar porque éste se lleve a cabo con bien.

―Mucho… gusto. Matamune. ―Respondió Yugi, esforzándose por no sorprenderse demasiado con todas las cosas que le pasaban. ―N-No tengo ningún problema. Me parece bastante bien… Hace muchísimo tiempo no participaba en un duelo en presencia de un juez, así que, ¡es perfecto!

―Excelente. Entonces, lo mejor es iniciar finalmente. ―Replicó el felino místico. De sus ropas extrajo un ábaco, un pincel y un rollo de papel. De inmediato recordó cuando los Duelos aún no eran automatizados y era preciso llevar apuntes de lo que sucedía en cada turno y calcular las cifras uno mismo. ―Daré lectura a las reglas básicas antes de declarar el comienzo del juego, si mi amo está de acuerdo. ―Añadió, dirigiendo la mirada hacia Hao, mientras desenrollaba el rollo de papel. Hao asintió sonriente. Se le notaba que no podía esperar a jugar por fin.

―Adelante, Matamune.

El minino asintió, y empezó a leer.


Palabras de la autora:

Omaigad, esto va a ser épico papus. (¿)

Esto es algo que no dije en el capítulo anterior pero hey, gracias por seguir leyendo Souls & Monsters. Espero que el fanfic esté siendo entretenido.

Creo que desde que empecé a escribir este fanfic lo que quería era llegar hasta este duelo entre Yugi y Hao, y me preocupé muy poco por estructurar todo lo que fuera antes. Por eso el fanfic ha sido tan basura hasta este capítulo, que no considero ni pizca de cringe; hasta lo siento bastante decente para ser algo escrito por mí. Sí, incluyendo el intento de comedia con Téa y Asanoha.

Tengo una idea bastante clara de lo que va a ser el duelo, así que tengo bastante motivación y energía para escribir el siguiente capítulo. ¡Juro que a partir de ahora esta historia SÍ se va a poner buena! Se va a notar mucho que soy más roleplayer que escritora de fanfics, porque me sale mejor escribir acciones que otra cosa a.e

No sé si los capítulos que escribo sean muy cortos o muy largos, pero trato de que los capítulos tengan una cantidad de 2000 a 3000 palabras o más, y así tengo algo de consistencia. No puedo sentarme demasiado tiempo a escribir en la computadora, así que esto me ayuda bastante y se me hace más cómodo hacerlo así, la verdad.

No tengo mucho más que añadir acerca de este capítulo sin hacer que este comentario se alargue demasiado, así que lo dejaré hasta acá.

Nos vemos, de ser posible, en el siguiente capítulo~

By: Yukarin