CAPÍTULO 17

DOS POLIZONTES HUYEN DEL BARCO I

Apoyé mi espalda contra la madera de un nogal, mi respiración era un poco irregular debido al cansancio.

Ese día en particular no veía clases teóricas en la torre con Arsen, por el contrario era día de practicar la magia. Más específica, practicar con los elementos. Según Arsen, la magia de los elementos era lo más básico que aprender y, por lo general, para muchos niños magos se les facilitaba eso que las otras áreas de la magia.

No obstante, si bien es cierto que debido a mi afinidad de nacimiento hacia el agua me era mucho más sencillo de dominar, igual pasaba con el elemento de la tierra que se sentía tan natural como estirar los brazos, manipular el aire o peor, el fuego, era de las cosas más extenuantes que podían haberme tocado hacer en la vida. En sí se trataban de elementos que representaban lo opuesto a mí; el aire era ligero, libre, rebelde, mientras que el fuego era como la vida, impredecible y feroz. En mis manos, el aire resultaba en una ventisca o huracán. ¿Pero el fuego? No podía ni encender una mísera chispa. No podía comprender, mucho menos sentir, el fuego como sucedía con el agua o la tierra.

La dominación de los elementos, o la magia en su totalidad, se lograba gracias a una serie de puntos de flujo de maná ubicados en el cuerpo de un mago. Luego que Arsen lo explicara, caí en cuenta que era muy similar a los puntos de chakras que conocía en mi mundo. En este, se les llamaban meridianos de maná. Era una hilera de centros de flujo de energía ubicados desde el centro de la cabeza hasta la parte trasera de las piernas, extendiéndose también a las muñecas por los brazos. Es decir, contrario a los chakras que recuerdo eran unos siete puntos, los meridianos que permitía el flujo del maná en el cuerpo de un mago eran unos quince.

Abrí los ojos, observando el entorno mientras disfrutaba de la fresca brisa que soplaba aquella media mañana.

Para tener un mejor espacio y evadir desastres, Arsen me guió hacia la parte trasera de la torre. El enorme torreón circular se elevaba por encima de nosotros a unos cinco metros de distancia, rodeado por el bosque de nogales cuyas hojas verdes estaban en el proceso de cambiar a un verde amarillo, signo del cambio de estación. El verano era uno de los más cortos, tanto que casi ni era tomado en cuenta. Arsen, en el patio de la torre, cultivaba una pequeña granja. Tenía tomates, también fresas y moras. Había un pequeño árbol de naranjas bastante cargado, las frutas resaltaban muy bonitas contra el fondo rojo de las fresas. Una jardinera un poco más pequeña estaba cerca, donde reconocí especias como el tomillo, la albahaca y también empezaban a crecer bonitas racimos de lechuga. Todo protegido por una barrera de magia.

Yo misma estaba un poco aislada por una barrera de magia por seguridad. Y vaya que lo necesité, porque de lo contrario habría arrasado un poco con mi alrededor tomando en cuenta los ventarrones que causé. En algún punto de los mismos salí volando, así que sumemos eso al exhausto estado de mi cuerpo. Holly y las demás encontrarán muchos moretones en mis brazos, mis muslos y piernas. Cuidaba evadir golpear mi espalda o no podría levantarme.

Como sea. En teoría se puede cultivar cualquier cosa por independiente de la estación si se usa la magia. Podrías tener fresas sin importar la época del año. No obstante, Arsen decía que solo tenía el interés en cultivar esa mínima cantidad...

—¿Por qué no sigues practicando? —El hombre se me acercó, después de verme quieta bajo el nogal.

Me dejé caer con la espalda aún apoyada en el tronco, exhalé un suspiro instantes después.

—Es suficiente por hoy. Me siento como si fuera a desfallecer si intentase evocar otra chispa. —Levanté la mirada al cielo por encima de la cabeza de Arsen—. Voy muy mal, ¿cierto? Nunca podré controlar el fuego a este paso.

—A los magos cuyo elemento es opuesto a su elemento afín siempre suele dificultársele dominarlo. A tu padre y a mí se nos hizo difícil dominar el aire, que es el opuesto natural a nuestro elemento tierra.

Lo observé, parado firme a un par de pasos de mí. Arsen siempre usaba una túnica de mago de color violeta oscuro, a veces era azul marino, con un leve estampado en los bordes de estrellas y lunas. Otras veces era un color simple. También, como ahora, suele llevar el cabello suelto. Para ser un hombre con rasgos muy delicados, Arsen es muy hermoso. En especial cuando no tiene una expresión de estar oliendo mierda.

—Tal vez podrías entrenar con Deckard el elemento fuego.

Esas palabras trajeron mi cabeza a este plano lejos de la bonita belleza de mi maestro.

—¿Disculpa?

—Deckard tiene elementos afines al fuego y el aire, que son lo contrario a los tuyos. —Arsen desvió la mirada a la izquierda, lo cual significa que no estaría viendo gran cosa más allá de los nogales—. Podrías pedirle que te ayude con eso.

Lo pensé.

No vi a Deckard ese día. En palabras de Arsen, estaba en medio de un mandado hacia el oeste, razón por la que solo estábamos Arsen y yo esa mañana. Cada tres días, Deckard desaparece todo un día de la nada. Arsen siempre estaba mandándolo de recadero. Se supone que es su discípulo; ambos, Deckard y yo, no obstante Deckard era el único que era enviado lejos por un día entero. El niño no tiene mucho de haber llegado a la Torre, ¿cierto? Llegó poco después que yo, o eso dijo Arsen cuando nos presentó.

Arsen nunca es visitado por otros magos, no hay nadie más viviendo con él en la Torre. En tal caso, ¿quién le hacía los mandados antes?

Oh, qué demonios. ¡Simplemente no puedo ignorar que hay algo muy extraño rondando a ese niño! No solo las misteriosas desapariciones que hace cada tres días, es toda su actitud. Toda su presencia. Cuando interactúo con Adel o Noah, puedo sentir la ingenuidad en ellos. A pesar de ser niños muy atentos a su entorno en su corta edad, siempre quieren jugar, hacen muchas preguntas sobre todo y nada, tienen una visión muy simple en general. Deckard...

Se siente como interactuar con un adulto.

¿Acaso ese niño podría ser como Max y yo?

—Arsen, fuera de ese tema, últimamente me he cuestionado algo... ¿Existen otras personas como yo? ¿Que hayan venido de otro mundo?

—Sí.

¡Lo sabía!

—Ese tonto de tu tutor, por ejemplo.

... ¿Cómo?

—¿Usted... sabe sobre Max?

—Claro que sé que él viene de otra dimensión. —Se señaló con ambas manos—. Estoy conectado a la puerta dimensional, literalmente puedo percibir quién entra o qué entra y sale. No estoy por gusto en esto, solo pasó después de tantos viajes. —Arsen sacó un listón negro, que usó para sujetarse los mechones largos de su cabello. Después se sentó frente a mí—. Mi esencia como mago, de alguna manera, se fusionó. Como sea. No sé qué pasó para que este chico viniera aquí pero... —Arsen bajó las manos, apoyadas en sus rodillas— ese chico ha visto un algo... Me pregunto si fue también un movimiento de los dioses sagrados.

—¿"También"? —cuestioné, alzando las cejas—. Arsen. Por favor. Dime qué está pasando... Todo. No me ocultes cosas.

—... Bueno... —Arsen se rascó el puente de la nariz—. Puedo comenzar con... los dioses le revelaron al Mago Ancestral que esa niña que te acompaña, de alguna forma, su alma fue creada y enviada para ayudar tanto a los magos como a ti. —Movió la mano, levantó la tierra en un movimiento sutil para crear una pequeña figura de barro muy parecida a la figura de una niña. A su lado se elevó una figurilla similar a una iglesia—. Es una Santa. Un alma sagrada capaz de purificar la oscuridad que puede causar la corrupción en los magos. La misma corrupción que sabemos está ocurriendo contigo. Verónica, cuando fuiste atacada en el Palacio de Cobre, colocaron una semilla de oscuridad que ya ha dado señales de germinar. Por eso tus pesadillas y, aunque no lo notes, tu aura se oscurece. Esa niña tiene un poder dado por los dioses para protegerte y limpiar las auras de los magos.

—... Claro.

Por eso desde que empecé a pasar más tiempo con Adel ya no me siento tan irritada ni mucho menos las pesadillas han continuado siendo frecuentes. Luego de despertar de una noche horrible, cada vez que veía a Adel me sentía más ligera. También sentía un gusto particular a estar con ella, sentía a Adel como una manta caliente con la que me sentía abrigada y segura.

—... ¿No es un poco cruel? No dejo de pensar que es como si la usara.

—Estoy seguro que la niña debe tener algún encanto por sí misma —dijo mientras rodaba los ojos—. Hoy será llevada a su primer encuentro con el Mago Ancestral. Va a requerir que aprenda a dominar la magia sagrada si pretendemos aprovechar esta carta que nos dieron los dioses.

—¿Adel iniciará su entrenamiento hoy?

No lo cuestioné para recibir respuesta, Arsen lo notó.

Cuando me marché Adel continuaba en el palacio, no sé si habrá sido llevada mientras estoy con Arsen o no.

Observé mis manos, un poco magullados por la jornada de hoy. Traté de visualizar esa semilla pútrida que Arsen ha mencionado, recordar lo que ocurrió ese día en el Palacio de Cobre, sin éxito. No podía verlo ni mucho menos recordarlo. Nunca supe por qué resulté atacada, nunca pude recordar qué pasó luego de subir al segundo piso del palacio hasta el instante en que desperté en mi habitación. Ahora, al menos, tengo una idea: iban tras de mí.

Maximiliano dijo que... ¡Cierto!

—¿Qué hay de Maximiliano? —Levanté la mirada hacia mi maestro—. Arsen, Maximiliano conoce este lugar porque, en sus palabras, leyó mi vida en un formato de libro. —Me impulsé hasta quedar de rodillas frente a él—. Debes decirme la verdad, ahora, porque Max me dijo que en ese cómic... eh, ese libro... —corregí, pues aquí no es como si existieran los mangas en sí—, yo me volvía una maga oscura ¡y arrasé con todo esto! No sé si fue un oráculo que le dieron los dioses o qué wea es esto, pero yo prácticamente los asesinaba a todos. —Me callé, con mi mente volviéndose una hoja en blanco.

Saberlo fue impactante.

Pero decirlo en voz alta, en mi propia voz en alto, fue abrumador. Y las emociones, infantiles o adultas, lo que sea me ocurría, empezaron a hacer mella.

—Si Adel no está a mi lado, si esta magia que ella tiene ahora... —Parpadee varias veces, tratando de enfocar su rostro—. ¿En serio me convertiría en eso? Max dijo que era la hija de la diosa Naturae, que iba... a-a alzar una nueva barrera, no sé... ¿Es cierto? ¿O qué soy yo en realidad?

Quiero entender. ¿Qué es real?

Lo que Max dijo, lo que Arsen dice. Lo que está ocurriendo, lo que va a ocurrir.

Recuerdo que cuando vivía en Chile nunca se me pasaba por la mente preocuparme por el futuro, vivía mi vida en el momento, sin adelantarme ni pedir que me revelaran nada. Ni siquiera le daba interés al horóscopo, Quería solo, quería enfocarme en mi trabajo, mis amigos, mi familia. Es muy fácil cuando estás en un ambiente común, donde eres una persona tan mundana como el resto. Si pasa algo, solo debes acudir a la justicia y rezar para que la policía atrapase a quien te hizo daño.

No aplica a toda Latinoamérica.

Sin embargo, ¿aquí? Estas semanas ha sido "relajado", excepto a que esta magia me ha vuelto un blanco a la espera de que la flecha fuese disparada. Para estos seis años debería estar acostumbrada a convivir con la magia, en parte lo estoy, pero una buena parte de mi alma desea tanto la tranquilidad de mi vida anterior. No quiero preocuparme por quimeras, no quiero preocuparme por poderes mágicos, no quiero preocuparme por el temor de resultar ser una total bomba de tiempo a la espera de arrasar con este lugar como sucedió con Hiroshima y Nagasaki.

—¿No hay un modo de renunciar a todo esto? ¿Qué se espera de mí?

Pasé toda la noche hablando con Maximiliano. No solo acerca de lo que él sabe sobre este mundo, también sobre las cosas, los dos años que me perdí del mundo real. Y escucharlo fue como limpiar un vidrio empañado. Aquellos recuerdos de mi vida anterior, de la vida que tenía en Santiago, regresaron a mí. Mi toque, mi acento, esa "sazón" como Max mencionó en un momento de la noche..., todo eso vino a mí gracias a él.

Al nacer de nuevo en este sitio, al pasar tantos años absorbiendo lo que conforma este lugar, no sé si alguna vez pueda recuperar a la Verónica que fui... pero me sentí tan nostálgica recordándola estando con Max...

Y quiero tanto regresar a ella.

Siento un par de manos en mis hombros. Caí en cuenta que había empezado a llorar, en lo que Arsen se acercó para atraer mi atención.

—Eres Verónica Heiner de Rasluan, pero también eres Shaira de Menevras. Ese es tu nombre sagrado. Fuiste el alma que Naturae plantó en nuestra tierra mortal para protegernos bajo su bendición... —Arsen usó sus pulgares para limpiar mis mejillas conforme hablaba—. Lynd, el primer mago, fue nombrado tu guardián sagrado pero nunca pudo encontrarte. Tuviste que pasar por muchas vidas hasta ahora. —Tenía una pierna en el suelo y otra levantada, así que acabó apoyando el brazo en esa rodilla alzada—. Siempre ha sido así, siempre será así. Tu naturaleza no es algo que se pueda cambiar.

—¿Entonces? —Traté de contener mi llanto—. Bastianich dijo que debo volverme fuerte. ¿Para que pueda hacerles daño a todos?

—¿Ese es el camino que escoges?

—¿Disculpa? —Lo observé confundida.

—Ese chico, Maximiliano, te acaba de mostrar un camino; el tú destruyendo todo lo que conoces y a los que amas. Pero no tenemos un solo camino, Verónica. —Arsen levantó mi mano derecha—. Estamos fortaleciéndote para que forjes un camino distinto. Si no fuera así, no te habría aceptado como discípula. Niña, no vamos a dejar que hagas un desastre con el mundo... —Me lanzó una mirada ofendida—. ¿Estás pensando que no tienes un respaldo? ¡Hasta los propios dioses te han mandado una salvaguarda! —Arsen se puso en pie, sacudiendo su túnica con un par de palmadas—. Si en tu dimensión anterior suelen abandonar a los suyos, es cosa de ellos, pero aquí nos cuidamos los unos a los otros. A esa niña se le explicó su misión y estuvo muy entusiasmada de "poder ser de ayuda para la princesa", ¿qué piensas que dirá cuando vea que su princesa se rinde muy fácil?

—... Yo solo quería saber...

—Bien. Lo sabes ahora. No llores ni te rindas. Hay un enemigo que está empujándote hacia ese destructivo camino, el líder de una secta que quiere traer a la Tierra media a Mors. Es él el enemigo y a quien debemos detener.

Usé ambas palmas para eliminar cualquier rastro de lágrimas, levantando la cabeza.

—¿Y ese Mago Ancestral del que todos hablan? Cuando estuve en Menevras no pude verlo.

—Ya te lo dije. Estaba demasiado débil como para recibir visitas en persona.

—¿Qué hay de Deckard?

Arsen, que para la respuesta anterior había cruzado sus brazos sin darme un vistazo, de inmediato giró a verme.

—¿Qué pasa con ese mocoso?

Me puse en pie, apoyando una mano en el tronco del nogal. Una muy ligera brisa sopló en dirección al este, llevando consigo el fresco aroma de las hojas, el sutil dulzor ácido de las fresas que Arsen cultivaba y el cítrico de las naranjas que dominaba el ambiente.

—¿Viene de otra dimensión como Max y yo? Su actitud es demasiado como la de un adulto, no actúa ni remotamente igual a Adel o Noah.

—... Ese niño creció en las calles. No quisiera ni considerar la mierda que debió vivir el pobre para tener que madurar tan rápido... Si pasaras más tiempo en la torre lo verías comiendo como un cerdo en mi cocina, siendo un holgazán y ocioso.

—... ¿Lo hace?

¿Puede que lo haya prejuzgado? A decir verdad, durante las clases teóricas nunca vi a Deckard levantar un libro ni mucho menos hacer anotaciones. Por el contrario, si no se la pasaba todo el rato mirándome a escondidas, como si no me diera cuenta, tomaba siestas u comenzaba a ordenar monedas que guardaba en una bolsita de tela.

Monedas antiguas, noté en una ocasión. Parecía tener fijación por ellas.

—Deckard puede ser extravagante o un bicho raro, sin embargo tiene cierto talento que sería una lástima desperdiciar —continuó Arsen—. No dejes que se te peguen sus malas mañas como no prestar atención a clases o escaparte.

—¿Por qué siempre lo mandas cada tres días fuera de la torre? —insistí, todavía con dudas—. Nunca antes necesitabas a alguien, ¿o sí? Luego de papá no tuviste a nadie hasta que me escogiste y aun así no me das órdenes o algo.

—Casualmente estoy en un nuevo proyecto y necesito trabajar en él. Cuando terminábamos clases me iba a buscar materiales, es más fácil enviarlo de mandadero que tenerlo husmeando en mis cosas.

Abrí la boca para replicar solo que no tuve oportunidad. Mi cabeza estaba en blanco. Más que nada porque una vez que me iba de la torre, no veía a Arsen hasta el día siguiente a excepción de que fuera llamado al Palacio o viniese por algún motivo. Y esto último era algo poco frecuente. Arsen era un ermitaño de pies a cabeza, era difícil que se relacionase con el exterior por voluntad propia.

Quizá realmente no estaba pasando nada raro con ese niño.

—Le preguntaré a Deckard si quiere entrenar los demás elementos conmigo —murmuré, resignada.

Ya no había motivo de peso para seguir enfocada en si había o no alguna anormalidad con el niño. Tenía que enfocarme en volverme una mejor maga, en acabar con aquel sujeto que está tratando de destruirlo todo.

—Atiende a cualquier consejo que te dé. Un nativo natural de los elementos siempre será mejor maestro.

Asentí, apenas escuchando.

Debo lograr sobrepasar el bloqueo que con el aire y el fuego. Una vez hecho, en base a la teoría, podré tener herramientas más firmes en mis manos para poder defenderme de cualquier mínimo ataque. Después de todo, me atacaron una vez. No pienso permitir una segunda. Debido a ese primer encuentro, incluso han tenido que enviar a una niña a ayudarme.

Me pregunto ¿cómo le estará yendo a Adel? ¿Habrá llegado ya a Menevras?

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La cara de Lucius está completamente roja. No estaba seguro si era el enojo, la humillación... o la vergüenza. Porque, siendo sincero, no había nada peor en su opinión que ser rebajado desde su más alto estatus de príncipe a guardia real. Recordó que un castigo a un príncipe hace años solo se derivaba a quitarle posesiones, nunca hubo un caso en el que un príncipe del imperio de Rasluan fuera denigrado a la más baja noble posición como... como caballero.

No obstante, Lucius aún podía recordar las palabras de su padre en la conversación de anoche.

—¿Custodiarla? —exclamó con horror.

Ni bien había entrado a la oficina de su padre, fue ordenado que ocupase el asiento libre frente a él, dejando el escritorio entre ambos. El rostro de Bastianich mostraba una expresión estoica, las cejas firmes y los labios apretados. Aunque el salón privado de su padre siempre tenía la chimenea encendida, caldeando de forma agradable la estancia sin sobrecargar, Lucius no dejaba de tener escalofríos recorriendo hasta la más mísera punta de sus cabellos. Y sintió que la temperatura disminuía cada vez más con la conversación. Ni siquiera ese aroma a peonías y madera, con el leve toque aromático del té de críticos que su padre gustaba beber aplacaba los nervios que Lucius sentía.

Su castigo iba a ser volverse el guardia personal de Adelhaide.

—¡Pe-pero padre! ¿Qué hay de mis responsabilidades? Tú siempre decías que como príncipe heredero debía ser responsable con mis estudios.

—Un príncipe heredero no se basa en sus competencias intelectuales sino en su ética y humanidad —respondió Bastianich, sin alterar el gesto de su rostro—. Como príncipe heredero aspiro que seas solidario, sabio y justo. Que no hagas distinción por raza o estatus social de las personas que estaré poniendo bajo tu cuidado cuando te ceda el trono. Y por sobretodo, que cuides de cada individuo, sea cercano o un súbdito. —Bastianich se inclinó, apoyando un brazo en el escritorio—. Pusiste en riesgo no solo a tus hermanos, sino a dos de nuestros súbditos.

—¿Entonces quién...?

—¿Es el título de príncipe heredero lo único que te importa, Lucius?

—... No. —Lucius bajó la cabeza, apenado.

—Las leyes de Rasluan dictan que el imperio necesita contar tanto con un soberano al mando así como un futuro reemplazo; necesita un emperador y un príncipe de sangre directa que continúe la línea real a la muerte del primero —citó Bastianich, y cada palabra era algo que Lucius a conocía. Fue una de las primeras cosas que aprendió apenas empezó a comprender cómo funcionaba el mundo—. Pero no más, Lucius. Soy el emperador ahora, el primero de la Dinastía Heiner. Y decretaré que elegiré quién llevará el título de heredero real, sea de sangre directa o no.

Lucius, sorprendido, levantó la cabeza.

Por milenios, en la dinastía diRossi toda la familia imperial descendía de una sola línea de sangre. Tatarabuelo, bisabuelo, abuelo, hijo y nieto, fue así de generación en generación, siempre el primer hijo obtenía por derecho propio de nacimiento el heredar a futuro la corona del imperio. Cuando Bastianich tomó por la fuerza el trono, cortó de un tajo esa tradición, imponiéndose como la nueva imagen, la nueva línea imperial que estaría a la cabeza.

Ahora, no solo hizo lo anterior, ni siquiera tendrá pensado seguir la antigua tradición sino que él mismo decidirá quién continuará su legado, llevase su sangre o no.

—¿Y qué dirá la corte? A los ministros no les va a gustar.

—Van a tener que tolerarlo. Soy el emperador. —Bastianich se levantó, rodeando el escritorio para ponerse al lado de Lucius—. Escoltar a Adelhaide te permitirá no solo tener la experiencia de proteger a un individuo con quien no tienes ninguna conexión sino también alejarte de todo el ambiente del palacio.

—¿Y... mis estudios?

—Adelhaide tiene un horario específico ordenado por el mismo Mago Ancestral. Será cada tres días. Continuarás tus estudios normalmente y tu entrenamiento mágico, tres días después acompañarás a Adelhaide a Menevras para su entrenamiento con el Mago Ancestral.

Así que, ahí estaba. Bastianich los había acompañado hasta el portal que los llevaría a Menevras pero no iba nadie más con ellos después de eso. Lucius tenía la dura tarea de volverse un guardia mágico que acataría la orden de escoltar a Adelhaide hasta la Torre Negra, esperarla y traerla de regreso a Rasluan sin un solo rasguño. No solo eso, ahora varias de sus asignaciones reales fueron removidas para cambiarse por los estudios predilectos que se les imponen a los guardias reales en las academias militares del imperio.

Lucius en verdad había perdido su estatus de príncipe heredero para ser tratado como un aspirante a guardia real.

No pudo dormir ni pudo desayunar nada apropiado. No podía pensar bien. Eso sin mencionar la cantidad de nervios que aún sentía desde que salió de su habitación. Esa ansiedad no dejó de crecer incluso para cuando llegó la hora de llevar a Adelhaide a Menevras. Es más, hasta que vio a la niña siendo acompañada por su sirvienta no había pensado en la revelación que su padre le había dado.

Una Santa.

¿Cuál tema era más importante? ¿La pérdida de su estatus real o descubrir que esa niña era una Santa nacida de los Dioses Sagrados? La pequeña mente de Lucius todavía no podía procesar ambos a la vez.

En qué momento se descubrió la verdadera naturaleza de Adelhaide, Lucius no tenía idea. Solo que ahora la importancia de Adelhaide para todos era enorme. Recordaba que su padre explicó que Adelhaide poseía una magia sagrada capaz de purificar la oscuridad en el interior de un mago. Tenía, en pocas palabras, el poder de acabar con un mago oscuro, el equivalente a uno de los soldados del ejército de Mors.

Lucius le echó un vistazo a Adelhaide conforme se acercaba, incapaz todavía de creerlo. Un cuerpecito cuya altura era una cabeza y media más baja que la suya. Adelhaide llevaba un vestido de satén verde, con lazos en la falda y en los hombros, cuyas mangas eran cortas hasta los codos. Siempre la veía usando faldas con mucho vuelo, pero esta vez era una falda plana que se movía con mucha libertad, y el corte era en diagonal hacia los tobillos, por lo que podía ver un poco el lado frontal de sus piernas.

Lo que llamó la atención de Lucius era el rostro de Adelhaide. Ella... era linda, ¿de acuerdo? Sus rasgos eran más bonitos que los de Francesca. Los ojos de Adelhaide eran redondos, en un castaño similar a la avellana. Nunca lo diría en voz alta, pero a Lucius le gustaba mucho el color de cabello de Adelhaide. Ni rubio o castaño, el tono claro tan exacto al tono del cabello de su propia madre que cada vez que lo veía Lucius se sentía nostálgico.

—Buenos días, Alteza —saludó Adelhaide con una reverencia rápida.

—Buenos... días.

Así que este sentimiento agradable cuando ella estaba cerca era por su poder de purificación. Con Adelhaide tan cerca suyo le invadió un estado de calma, de paz. Era como si Lucius fuera rodeado por un par de brazos cálidos que alejaban cualquier tenso pensamiento, cualquier angustia e incluso dolor u tristeza. Adelhaide no tenía un aura mágica pero era como si pudiera sentir la magia sagrada limpiar todo el pecado que pudiera haber en él. Todo lo malo. Era una sensación casi adictiva la cual Lucius no deseaba que acabase.

Sus manos se apretaron, en un vago esfuerzo para concentrarse.

—Recuerda una cosa, Lucius —dijo su padre la noche anterior—. Ahora que el poder de Adelhaide fue activado, puede provocar un sentimiento de adicción en los magos. Esto es así hasta que ella pueda dominarlo y, mientras tanto, nosotros mismos debemos controlarnos. Controla tu mente e instintos cada vez que estes cerca de Adelhaide.

—¿Puedo hacerle daño?

Bastianich sacudió la cabeza.

—No es cuestión de lastimarla a ella. Pero serás capaz de lastimar a otro mago con tal de no ocupar tu posición. —Cruzó los brazos frente a su cuerpo—. Odio repetir sus palabras, no obstante el maestro Arsen lo comparó a un animal defendiendo su territorio.

Con Adelhaide presente ante él, Lucius entendía mejor lo que su padre dijo en aquella ocasión. Lucius tenía el instinto de apartar a todos de Adelhaide con tal de que nadie más pudiera sentir esa agradable sensación de purificación, como si deseara monopolizarla para tenerla solo para él. Nunca antes había experimentado esta sensación, lo cual le dejaba muy desconcertado, hasta abrumado.

Para llegar a Menevras, lugar donde efectuarían el entrenamiento para Adelhaide, debían hacerlo a través del portal que estaba en el estudio principal del Palacio de Oro. Ambos niños fueron llevados por Bastianich, quien personalmente realizó el procedimiento protocolar mágico para viajar a través del portal; ambos jóvenes observaron, no sin cierta fascinación, como aquel espejo de superficie nublada cambiaba luego de que Bastianich dibujara las coordenadas adecuadas para el transporte. En teoría, era la primera vez que Lucius viajaba por el portal si bien ya era conocedor del proceso.

—Bien. —Bastianich se volteó para verlos a los dos—. Tienen un lapso de cuatro horas. Serán recibidos en el recibidor privado de la Torre Negra en Menevras. Lucius, mantén tu posición.

—Sí, padre.

—¿Usted no vendrá con nosotros? —cuestionó Adelhaide, curiosa puesto que había creído que serían acompañado por un adulto.

Bastianich sacudió la cabeza con ligereza, bajando una rodilla para tratar de estar a la altura de Adel.

—Lucius estará contigo hasta que terminen la sesión con el Gran Maestro. Voy a pedirles que se comporten y obedezcan a cualquier orden que les dé. ¿Entendido?

Lucius la observó asentir, una mezcla de sentimientos encontrados en su interior. Una leve vergüenza, la frustración, la impotencia y, debía añadir también, la ansiedad. En realidad, Lucius no podía experimentar ninguna emoción positiva en toda esa situación. Hace un tiempo atrás, pensó que podría ser parte de una expedición en busca de enemigos, que como príncipe su primera visita fuera de Rasluan sería siendo él quien fuera escoltado...

La realidad le golpeó el rostro viéndose ahora, así, volviéndose parte del grupo de seguidores y en cambio escoltando a alguien hacia un país extranjero.

La visión del vestíbulo de la Torre Negra se presentó reflejada en el espejo, señal de que era hora de partir. Tomando la mano de Adelhaide por inercia, Lucius se despidió de su padre.

Acababa de iniciar su primer día como escolta real.

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Para Lucius, no era la primera vez estando en una Torre de Magos, pero sin duda que para Adelhaide era una situación completamente diferente.

Ella nunca antes estuvo dentro de una torre mágica. Desde que empezó a tener consciencia de su entorno, toda su vida se derivó a estar en casa aprendiendo etiqueta y cómo ser una buena señorita. Las pocas ocasiones en las que pudo salir de casa siempre eran para el pueblo más cercano y por un breve período de tiempo. Luego de conocer a la princesa, no solo tuvo la experiencia de visitar y vivir en Palacio, sino también tenía la oportunidad de ver con sus propios ojos el sitio donde los magos vivían por años.

A primera vista, una vez atravesaron el portal, el punto focal de Adelhaide se detuvo en que todas las paredes que la rodeaban eran de ladrillo oscuro. Un apagado tono gris ceniza, algunos tramos de pared eran tan negruzcos como si hubieran sido cubiertos de hollín. Ella no entendía qué tipo de habitación era en la que estaban; ¿un único y simple espejo puesto en una habitación vacía? O casi vacía. Aparte del artefacto, tenían bajo sus pies una alfombra marrón cobriza y una puerta frente a ellos.

—¿Esta es la torre de magos? —No pudo evitar cuestionarle a Lucius, un tanto decepcionada.

—Es solo una antesala. —Tomó la mano de la niña para continuar caminando.

Ella descubrió que la verdadera magia estaba justo detrás de esa puerta que vio.

Era un vestíbulo circular con una enorme escalera en espiral que iba en infinito por sobre sus cabezas. Adelhaide no era tan tonta, sabía que las torres de los magos era una altísima torre redonda que se perdía entre las nubes. ¡Tenía absoluto sentido que no alcanzara a ver el techo sin que le doliera el cuello! No solo eso, había algo más que no terminaba de entender. Si la torre era redonda, ¿cómo es que esa primera planta podía ver umbrales que permitían el paso a más pasillos y habitaciones? No se sentía como una torre única, ¡era como estar dentro de un castillo sin fin!

No importaba que toda la pared fuera ese ladrillo de triste color, la decoración fuera de la antesala era mucho más diversa. Habían banderines de tonos lilas y morados con bordes en oro y azul rey brillante. Adelhaide se maravilló con las arañas de luz que flotaban con magia sobre sus cabezas iluminando las habitaciones. El vestíbulo en el que se detuvieron tenía dos estatuas de piedra a cada lado de lo que lucía como la puerta principal de la torre. Estas dos estatuas figuraban a un hombre y una mujer, los rasgos de sus rostros no eran nítidos y mientras que la estatua masculina portaba una túnica así como llevaba sus manos cruzadas al frente como si las apoyara en una espada, la estatua de la mujer parecía sujetar un arco y usaba un vestido. Eran estatuas simples, sin color que aun así llamaron la atención de Adelhaide.

—Esas son las estatuas de los dioses sagrados —dijo Lucius, que notó cuando Adelhaide se volteó para dar unos breves pasos hacia las figuras—. Ese es Vita y ella Naturae.

—¿Por qué usan armas? ¿No deberían usar su magia?

—Pues... —Lucius dudó un poco—. El maestro Wilhelm nos dijo que hay evidencias que esas armas parecen tener un significado simbólico con ellos. La espada fue el primer arma que Vita forjó con su fuego sagrado y la madera del primer árbol que sembró Naturae sirvió para crear ese arco. —Lucius cruzó los brazos frente a su pecho—. Quizás lo hicieron para darles formas de defenderse a los mortales... No todos tenían magia y todavía eran pocos los magos.

—¡Oigan! —Tanto Lucius como Adelhaide se voltearon para ver llegar a un mago que traía encima al menos cuatro tomos de libros de aspecto muy pesado. Lucius se preguntó por qué los llevaría por su cuenta hasta que vio que cuatro hileras más de libros que superaban su altura flotaban detrás de esa persona—. ¿Qué hacen ustedes aquí?

Lucius efectuó un saludo mágico; dos dedos de sus manos, como si sujetaran una cinta, realizaron un medio círculo de luz partiendo desde el hombro izquierdo, pasando por su estómago y cuando iba a subir a su hombro derecha, formó un puño, cruzando el pecho y regresando al hombro mientras se inclinaba en una leve reverencia. Era un saludo habitual entre magos, y la combinación con el saludo militar de los guardias era señal de ser un mago perteneciente a la protección civil de un imperio.

—Soy el... Soy Lucius Heiner de Rasluan —corrigió Lucius con un suspiro derrotado. Su tono de pronto más apagado—. Escolto a lady Adelhaide, el gran Mago Ancestral espera su visita.

—Oh... ¡OH! —Ese mago soltó los libros, de pronto recordando y también olvidando la presencia de Lucius para enfocarse en Adelhaide—. ¡Eres la enviada de los dioses! ¡El maestro Deckard mencionó que vendrías hoy!

Adelhaide parpadeó. No estaba prestando atención al hecho de que sus manos habían sido tomadas, por el contrario, hubo otro detalle que dominó por completo su atención.

Solo que el alto tono de voz de ese individuo atrajo a más magos que de inmediato empezaron a rodear al dúo de niños. Lucius tuvo que colocar a Adelhaide tras su espalda, de pronto sintiendo un enojo inesperado. Cuántos más magos se acercaron a Adel y fueron invadidos por su esencia purificadora, más deseaban acapararla. Se empujaban unos a otros, deseando no solo hablar con la niña, sino mirarla y tocarla, varios hasta se ofrecieron a darle un tour personal por la torre.

Una manada de hormigas sobre un pequeño ratoncito de campo.

—¡Ya déjenla! —gritó Lucius, un látigo de relámpago siendo azotado desde su mano, logrando que el grupo de magos se alejara al menos dos metros de ambos niños.

Algunos de ellos estaban asombrados. Lucius en su interior se sintió un poco orgulloso, casi vanagloriado.

El elemento del relámpago era una variación que combinaba el elemento de la luz y el fuego, no existe como tal entre los tipos de elementos posibles en los magos, pero tampoco es imposible que un mago lo domine. El asombro es debido a que Lucius, quien solo tiene doce años, sea capaz de llamar a un relámpago tan perfecto e incluso usarlo en una técnica de látigo. Lucius tenía afinidad con el elemento del fuego pero parecía que su dominio perfecto era con el elemento de la magia universal de la luz.

Un par de palmadas, en sinónimo de un aplauso pausible, resonó entre el silencio que se estableció de pronto en el enorme vestíbulo de la torre. El grupo de magos poco a poco se fue apartando, dejando pasar a un alto hombre cuyo aspecto físico evocaba los treinta. Era el primer vistazo que daba Lucius al que reconoció como el Mago Ancestral, no por su aspecto, sino por esa aura carmín que lo rodeaba.

Este mago tenía unos rasgos armoniosos pero muy masculinos, su torso era tan ancho como el de su padre. Contrario a Bastianich, el Mago Ancestral portaba una larga cabellera plateada que hacía destacar el iris rojo de sus ojos, haciéndolo temblar. Con un pantalón de tiro recto en color negro a juego con los zapatos y una camisa de lino blanco, el Gran Mago no usaba la túnica habitual, la capa estaba echada tras su espalda como un manto de oscuridad, ondeando la tela con cada paso que daba. Todos inclinaban la cabeza debido a su presencia.

—Así que este el gran potencial que me comunicaba Wilhelm en algunos de sus reportes. —Deckard se paró frente a Lucius, cruzando sus brazos y bajando la mirada. El preadolescente apenas alcanzaba sus hombros.

Lucius tembló.

—¿El maestro le habló sobre mí? —Lucius creía que debería estar pletórico de que el gran Mago Ancestral estaba consciente de su existencia, no obstante había una esencia, un sentimiento no agradable saliendo de los poros de Deckard que no le causaba placer a Lucius. Era como un aire de animosidad muy desconcertante que más que nada provocaba que el joven quisiera ser quien se oculte tras la espalda de Adelhaide.

'Un joven brillante', 'un prodigio de la magia', 'un gran digno de ser su discípulo' —repitió Deckard en un despectivo intento de imitar el tono de Wilhelm, como si estuviera aburrido—. Pero Wilhelm debe estar acostumbrado a ver a magos patéticos. ¿A qué edad dominaste el relámpago?

—D-diez años...

—¿Está Wilhelm queriéndome vender a un mago que aprendió el relámpago a los diez años como prodigio cuando tengo jóvenes en mi torre que lo dominaron desde los nueve, ocho y hasta tuve tres casos que llegaron a dominarlo a los siete años? —Deckard se giró para dirigirse a los demás magos, llevaba una sonrisa de condescendencia en los labios antes de enfrentar de nuevo a Lucius—. Sigue esforzándote, niño. Estoy seguro que algún día lograrás algo que merezca el título de prodigio. Hazte a un lado.

—Sí, señor. —Lucius, con una voz diminuta, solo pudo dar un par de pasos lejos, colocándose detrás de Adelhaide e intentando hacerse lo más pequeño posible.

Eso dejó a Adelhaide sola ante Deckard. De nuevo, la niña tuvo que levantar la vista para poder ver a los ojos al otro mago.

—Tú eres la dichosa Santa que enviaron los dioses. —Deckard postró una rodilla para poder estar un poco a la altura de Adel, e incluso se atrevió a dulcificar levemente su voz—. ¿Te han dicho quién soy?

—No. Pero eres el amigo de la princesa. ¿Por qué eres un adulto ahora?

Lucius levantó la cabeza, confundido. Y pudo apreciar el momento exacto en que la tez de Deckard se volvió más pálida de lo usual, el mago estaba tan quieto que podría confundirse con las estatuas de los dioses que vieron en la entrada. ¿De qué hablaba Adelhaide?

—Tú... ¿Qué has dicho? —cuestionó Deckard en un hilillo de voz, como si le hubiesen vertido un cubo de hielo sobre su cabeza, mojándolo por completo hasta sus pies.

—Eres el amigo de juegos de la princesa Verónica. —Adelhaide ladeó la cabeza—. ¿Cómo creciste tan rápido? ¿Por qué tu cabello es blanco?

Deckard se puso en pie, provocando una ola de movimiento en los magos: todos dieron un paso atrás, jadearon, observaban entre Adelhaide a Deckard. Este solo pudo tomar la mano de Adelhaide y mirar hacia Lucius cuando, en un simple parpadeo, los tres habían cambiado de estancia.

Ya no era el vestíbulo central con el enorme grupo de magos, los diversos pasillos, la gran escalera en espiral, ni las estatuas. Estaban en una amplia habitación caldeada por una chimenea que destilaba un fuego azul. La paleta de colores iba desde el rojo borgoña al marrón cobrizo, también habían banderines en rojo y dorado, tres gruesas estanterías repletas de lomos de libros. Una puerta semi-abierta dejaba entrever lo que lucía como una alcoba privada, pues se podía ver la cama. Deckard los dejó en medio de la estancia, con al menos tres tipos de sillones; un amplio sillón de tres plazas en el medio, a la derecha estaba el de dos plazas y un sillón individual fue movido para estar más cerca de la chimenea.

—¿Cómo pudiste reconocerme? —Fue la primera pregunta que Deckard le hizo a Adelhaide.

—Tienes los mismos ojos. —Adelhaide sonrió—. Y cuando regañaste a Lucius hiciste la misma expresión a ese día en que tomamos té y la princesa lo mencionó...

Deckard trató de recordarlo.

El día en que Verónica los presentó a Adelhaide y él en el jardín del Palacio de Plata. Luego fueron a beber té, Verónica había hecho una única sencilla bandeja de cupcakes, bastante reducida esa vez.

—Al menos Lucius no está aquí para tirarlos al suelo —dijo ella en esa ocasión en un pésimo intento de broma, pero fue la lástima en sus ojos por el recuerdo lo que enfadó a Deckard.

Desde su vida como Evelyn, para Deckard no pasó desapercibido lo importantes que eran esos pastelitos para Verónica. Aunque eran muy deliciosos, tenían un peso emocional y casi simbólico para ella. Deckard no pudo intervenir para el momento en que Lucius los tiró aquella ocasión, pero no olvidó que Verónica casi lloraba cuando comprobó que ningún cupcake pudo salvarse esa tarde.

Así que esa tarde de té se había enojado de nuevo, recordaba que hasta había maldecido a Lucius en voz alta...

Nunca se percató que Adelhaide pudo haberse grabado su expresión tanto como para reconocerlo en su versión adulta.

—Espera un momento... —Lucius jadeó, viendo con horror a Deckard—. ¿No es ese amigo de la bast... de Verónica el nuevo discípulo del maestro Arsen?

Deckard, que casi volvía cenizas con la mirada a Lucius ante lo que trató de insinuar antes de que se corrigiera, tuvo que controlar su irritación para no dejar sin un vástago a Bastianich.

—Presten atención los dos. —Deckard aferró la mano de Adelhaide y lanzó una dura mirada a Lucius que se mantenía a una distancia prudencial—. No pueden decirle a nadie, menos a Verónica, que yo soy ese niño.

—¿Por qué? —Adelhaide arrugó el entrecejo, no solo confundida sino que también guardaba un poco de inconformidad—. ¿No estás engañando a la princesa?

—Más adelante yo mismo se lo diré, solo que por ahora es mejor que no lo sepa. La estoy cuidando mientras soy su amigo, y es más fácil cuando soy un niño. —Error, no lo era pero le permitía estar más cerca con facilidad.

—¿Los magos se pueden hacer niños? —Los ojos de Adelhaide es abrieron mucho ante esa posibilidad.

No obstante, Deckard se limitó a sacudir la cabeza, coartando la pequeña ilusión que empezaba a crecer en la mente de la niña.

—Es un hechizo por tiempo limitado. Seré niño por tres días, después tengo que pasar un día como adulto. —Deckard suspiró—. Adel, mocoso —llamó en dirección a Lucius también—. Tienen que prometer que no se lo revelarán a Verónica. Lo hago para cuidar de ella. ¿Cuento con su silencio?

—Está bien. —Adel aceptó, luego de permanecer un par de segundos en deliberación.

Lucius solo dio un "Sí" sin pensarlo mucho.

—¿El maestro Arsen... sabe quién eres?

—Lo sabe —respondió Deckard a la pregunta de Lucius—. También lo sabe tu padre. Por ahora, debemos enfocarnos en prepararte, Adel. —Colocó una mano en la cabeza de la niña—. Así podrás ayudarme en cuidar de Verónica. ¿Estás lista para tu primera clase?

Habían muchas cosas que Adelhaide todavía no entendía, cuestiones que quedaron parcialmente relegadas ante la promesa de proteger a la princesa. Así que, por esas pocas horas, Adelhaide las dejó a un lado y aferró los bordes de la falda lateral de su camisa.

—Maestro, estoy lista —respondió decidida.

No importaba qué, ella iba a proteger a la princesa.

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—Bastianich en realidad cambió todo un sistema de hace más de mil años de antigüedad.

Apoyé mi cara en la mano.

—¿En serio?

Maximiliano asintió.

—Pos fíjate que sí.

Si debo ser honesta, Max es algo peculiar para dar clases. Según su explicación, aunque ese no sea su cuerpo real, de alguna manera tiene acceso a la memoria eidética del Max original, quien parecía ser todo un erudito de los libros. Por lo tanto, sabía mucho sobre la historia del imperio de Rasluan, su geografía, sus leyes y también las reglas de la realeza anterior. El antiguo Max tenía mucho conocimiento en lenguas, matemática y biología, pero en palabras del actual Max, en la historia que leyó también era una pequeña mierda de persona.

Claro que solo puedo basarme en todo lo que Max leyó porque ya no podemos conocer al verdadero dueño de aquel cuerpo.

—Fue como si formateara un teléfono. —Maximiliano cruzó una pierna sobre la otra, inclinó la espalda hacia atrás, poniéndose más cómodo en el sillón mientras hablábamos—. Él en verdad mató al anterior emperador y a su heredero, acabó con cada partidario del anterior régimen e inició un nuevo orden mundial. —Sonrió como si eso le divirtiera—. Necesito llevarme a ese hombre a Venezuela.

—Vivimos en este mundo ahora, Max, necesito que te enfoques aquí.

—Ya, pero lo seguiré diciendo. —Su entrecejo se frunció, en una expresión pensativa—. ¿Qué opinas, deberíamos agradecer al hampa de que esté aquí? Aunque me atropelló una camioneta, no sería una calcomanía si no me hubiesen perseguido esos coños de su madre... Y si yo no estuviera aquí, tendrías al perro el Max anterior haciéndote la vida imposible.

—Por eso quiero enfocarme en el ahora, Max. —Entrelacé mis dedos, pensando en cada palabra que Max me dijo hace días atrás, cuando descubrimos que ambos vinimos de otro mundo y, donde descubrí que yo formaba parte de una historia ficticia. Era un pensamiento que aún me resultaba bizarro—. Tengo la fortuna de tener tu apoyo en esto, no obstante, aún sabiendo lo que vendrá, forjaré mi propio destino.

No importa si fue suerte o no, si fue una bendición o no. Fui advertida de eventos que vendrán, me aseguraré de que todo vaya por el camino correcto y según mis decisiones reales, no influenciada por una fuerza superior a mi voluntad.

—Por eso, necesito conocer a profundidad este imperio, este mundo en su totalidad.

—Necesitamos ir de lo pequeño a lo grande.

Asentí, completamente de acuerdo.

Era parte de nuestro trato. Aun cuando tanto Arsen como Bastianich tenían conocimiento de quiénes éramos, decidimos trazar un plan que nos aseguraría la supervivencia. No solo el Maximiliano original iba a morir en mis manos en la historia original, ninguno de los dos sabemos el tipo de final que yo iba a tener luego de haberme corrompido.

Escogimos un salón del Palacio de Plata que fuera privado para nosotros. Se supone que papá ordenó Adelhaide me acompañase en las clases diarias con Maximiliano, no obstante ese día, Adelhaide fue escoltada a Menevras para recibir clases con el Mago Ancestral. Por lo que, entretanto, Max y yo nos reunimos para recibir mi respectiva instrucción.

Este salón que tomamos estaba en los pisos inferiores, en la parte más profunda al noreste del palacio. Era un salón más largo que ancho, unos veinte metros de largo, diría yo. El suelo seguía la misma cerámica de mármol color gris que cubría todo el suelo del piso inferior del Palacio de Plata, y tenía un empapelado en la pared en tono ceniza con un estampado de flores similares a las orquídeas que lucía como si fuera una enorme pintura en acuarela monocromático. El color en la habitación lo brindaban los muebles hechos en madera de pino natural decorados con jarrones que portaban flores frescas traídas del jardín, mantenidas con magia. La gama de colores iba del gris en las paredes, al verde menta y rosado intenso.

No había muchos muebles aquí, por el contrario, solo un juego de sillones revestidos en cuero teñido de verde. Teníamos una muy buena luz natural cedida por seis altos ventanales,

—Es complicado estar en este cuerpo pequeño. Hay ocasiones en las que no puedo evitar tener pensamientos infantiles... —confieso recostando la cabeza en el respaldar.

—Tienes el cuerpo de una niña de siete años...

—Seis aún.

—Y la mente de una mujer de treinta.

—Técnicamente tendría más de treinta.

—Tu mente y tu cuerpo luchan para adaptarse al otro. —Maximiliano lo pensó un momento—. Mmh. Creo que estas cosas tipo cognitivas, qué se yo, están influyendo. En sí no tienes la madurez mental real pero ¿tu espíritu interior sí? Oh, a la mierda... —Desestimó con un gesto de manos—. No hay mucho que podamos hacer. No podemos presionarte.

—No quiero esperar a cumplir la mayoría de edad para empezar a hacer algo.

—Ambos vimos las comiquitas, ¿cierto? Las series animadas. Ahí los protagonistas cuando descubren que tienen poderes solo tardan un par de semanas para volverse expertos y unos prodigios. —Maximiliano se inclinó al frente para verme directo a los ojos—. ¿Eres una prodigio ahora?

—... No —admití, a regañadientes, con un ligero calor en mi cara debido a la vergüenza—. Apenas puedo dominar lo más básico del agua.

—Exacto. Todas las veces que has logrado algo solo fueron impulsos. Nojoda, ¿acaso deberemos estar a riesgo de muerte todo el tiempo para que hagas algo increíble? No, gracias, quiero vivir.

Me siento muy frustrada. Esta situación me hace sentir frustrada.

Noche tras noche, para poder dormir no dejo de visualizar situaciones no reales, situaciones donde por algún milagro puedo ser capaz de mejorar drásticamente. Adquiero la habilidad mágica de controlar mi poder, de volverme una increíble maga, de empezar a luchar, defenderme incluso en esta joven edad. Sin embargo, al amanecer y prepararme para mis clases de magia, al empezar a entrenar con Arsen, al aprender sobre la magia real, observar cómo fallo me hace sentir peor cada vez. En especial porque Maximiliano reveló que la versión de mí que él leyó era bastante buena, aprendió muy rápido, en serio volviéndose una prodigio.

La típica heroína cliché que es buena en lo que hace.

—Escucha. Dependo de ti para salvar mi culo, y dependes de mí para evitar el futuro tipo Destino Final 4 —continúa Max—. Yo mismo desearía que pudieras dominar a la perfección esa magia que tienes pero ya no eres la Verónica que leí. Aparentemente eres una Verónica mundana. —Maximiliano se levantó, y sacó detrás del sillón un saco de lona—. Se me ocurre una manera de comenzar a familiarizarte mejor con este sitio.

Lo vi sacar un par de prendas de la lona. Un pantalón al estilo pescador de color negro, una camisa tipo pato, el usual estilo de vestir de Rasluan, con las mangas hasta los codos y los bordes en encaje rojo. También había unas botas, todo de mi talla aparente. No solo eso, también sacó un juego de camisa y chaleco más grande y otras prendas más. Toda la tela lucía de segunda mano.

Estaba muy alejado de las prendas que ambos usábamos por ser nobles. Un contraste total del lindo vestido amarillo que me colocaron hoy, con una falda llena de vuelo por la doble capa de tela en la falda. Así como del traje blanco que Maximiliano se colocó esa mañana.

—¿Qué es esto?

—Nos daremos una escapada a la ciudad. —Maximiliano se quitó la chaqueta blanca, desabotonando el chaleco en color mostaza que usaba debajo. Los tonos blancos, dorado y amarillo le sentaban bastante bien junto a su cabello rubio, le hacía lucir como un dulce príncipe.

Nada más lejos de la realidad, debo decir.

—¿Escapar a la ciudad? ¡No llegaremos ni a las puertas del palacio!

—Con esa actitud no lo haremos. ¡Ya cámbiate! Puedes ir detrás de la silla, no espiaré.

Le arrebaté la camisa que sacó de la lona. Aparentemente, los hombres nobles usan varias capas de tela. Max usaba un abrigo corto sencillo, muy similar a una chaqueta. Debajo estaba un chaleco sin mangas. Seguido una camisa de lino de muy alta calidad, y no conforme con eso, una vez que se la quitó, tenía una camiseta interior de tirantes.

—¿Usas camiseta?

—El Max original no la usaba, pero no me siento cómodo con las telas de esas camisas. Esta es más suave, no me rozan las tetillas.

Sacudí la cabeza.

—¿Por qué quieres ir a la ciudad?

—Los únicos escenarios que ves a diario son la torre de magos y el palacio. —Max jaló sus manos, arrebatándome la camisa para ponérsela—. Ese día me dijiste que creciste en un barrio de Santiago, yo también crecí en un barrio de Maracaibo. —Max baja una rodilla para alcanzar mi altura—. Tú y yo sabemos que permanecer encerrados no es lo nuestro. Crecimos en las calles, por muy mal que suene. Al menos yo, luego de la escuela, no me iba directo a mi casa. —Sacudió la cabeza—. Me iba a la placita, a la casa de mis amigos, a cotorrear con los panas y hacer bochinche y joder las bolas de los vecinos...

—¿Qué es 'bochinche'?

—Bueno, hacer travesuras. Lo que sea. No nos limitábamos a dos escenarios por toda nuestra vida. —Levantó su cuerpo, quitándose el pantalón esta vez.

Me giré, no solo para darle privacidad sino para ver la ropa que él me había dado.

Cuando mi madre y yo escapábamos de aquel intento de prostíbulo que dirigía William, también tuve mi cuota de estar en la calle hasta que mamá murió por las quimeras y tuve que resguardarme en los bosques. Aunque estaba sola, el sentimiento de libertad e independencia era glorioso. Solo éramos yo y mi sentido de supervivencia.

Para este punto, no puedo recordar mucho de mi infancia en Chile, sin embargo cada palabra de Maximiliano me dio un estallido de luz en medio de las tinieblas.

Al volver de la escuela, regresaba a casa para cambiarme el uniforme escolar y regresaba a las calles para trabajar. Ganaba un par de pesos repartiendo el periódico, también hacía mandados en una cafetería. Después, mi madre empezaba a vender productos de catálogo así que yo la ayudaba con la promoción y entregar los pedidos.

Nunca me permití quedarme en un solo lugar. Gozaba estar en movimiento, gozaba tanto...

—Maximiliano.

El joven se volteó, en medio de ajustarse el pantalón, que se sujetaba con un par de cuerdas. Los zíper se veían en muy pocas prendas como vestidos ajustados o pantalones para aristócratas. La gran mayoría se ajustaban con muchos botones o una hilera de cuerdas.

Le di la espalda porque justamente así era mi vestido.

—¿Podrías ayudarme a desabotonarlo?