Rhin y Aurélie esperaban afuera de la casa Belmont. Escuchaban como el ama de casa regañaba a su hija.
—¡Podrías haber muerto! ¡¿Por qué la dejaste ir, Émile?!
—No quería, pero ella estaba muy lejos para regresar a casa sola.
Ambas amigas suspiraron y esperaban que la niña no se haya enfermado con alguna gripe o resfriado. Al poco tiempo, el señor Belmont abrió la puerta.
—Chicas, pueden entrar, mi esposa quiere decirles algo.
Las dos se miraron y tragaron en seco ¿Qué podían esperar? ¿Regaños? La señora Perrault casi tuvo un ataque al corazón en cuanto vio desde su ventana a su hija llegar corriendo por el sendero que iba a la casa de la abuela con Aurélie, Émile y Lottie cargada en la espalda, toda empapada.
—¡Rhin, dijiste que ibas a visitar a Aurélie, no que ibas a los bosques! —salió de la cabaña para replicarle a su unigénita.
—¡Aquí estoy, madame Perrault! —dijo la susodicha.
No tuvieron mucho tiempo de explicarle más a la mujer porque corrieron hasta la casa Belmont, donde la señora los recibió tan espantada como madame Perrault. Llevó a su hija que se cambiara las ropas rápido por un camisón y la recostó en cama. Luego empezaron los regaños.
De vuelta en el presente, las amigas caminaban hasta la sala central del hogar Belmont guiadas por el señor de la casa. Allí divisaron a la madre de Émile, con el muchacho a su lado.
—¿Ma-madame Belmont? —no evitó tartamudear Rhin—. Quisiéramos disculparnos por…
—Muchas gracias —dijo la señora—. Émile me contó que te arriesgarte por salvar a Lottie, Rhin. Te lo agradezco desde el fondo de mi corazón.
La mujer abrazó a la caperucita que quedó boquiabierta e inmóvil.
—A ti también te lo agradezco, Aurélie. Ambas fueron un gran apoyo para mi hijo —en eso, la señora Belmont abrazó a la otra joven, quien no estaba menos estupefacta que su amiga.
—Lottie quiere verlas, está en la cama —les informó Émile.
Él las guió por el corto pasillo. Casi todas las casas tenían esa misma forma pequeña, excepto la de Aurélie, era un poco más grande y elegante. Llegaron a la habitación de la niña, donde ella no tardó en saludarlas.
—¡Hola, Aurélie y Rhin!
—¿Cómo te sientes, Lottie? —preguntó Aurélie
—Muy bien, pero mamá insiste en que me quede en cama hasta que tu papá venga. Teme que me pudiera haber pescado alguna enfermedad o algo parecido.
—Bueno, sería improbable que se presentaran síntomas tan pronto, deberías esperar como tres o cinco días, o al menos eso dice mi papá.
—Las madres siempre se preocupan mucho, pero lo hacen porque aman a sus hijos muchísimo —le comentó Rhin, quien por experiencia sabía del tema—. De todas formas, Lottie ¿Cómo fue que te caíste? ¿Qué pasó?
—Eso es algo que también quisiera saberlo —dijo su hermano.
—Ya te lo dije. Estaba buscando más pistas y entonces vi a lo lejos un lobo.
—No, dijiste que viste a un chico que parecía un lobo… o un lobo que parecía un chico.
Rhin sintió que el aire se le salía de los pulmones ¿Podría ser… que se refiriera a Rhein?
—¡Es cierto! Creí ver a un chico que bebía del río, pero luego me pareció un lobo. Así que me acerqué para verificar y mientras caminaba me resbalé y me caí ¿Es tan difícil entender?
—Puedo entender porque te resbalaste pero no termino de procesar ¿Cómo es que confundiste un lobo con un humano o viceversa? Los lobos y los humanos no nos parecemos en nada y si hubiese sido un lobo lo que viste, entonces debiste alejarte y avisarnos, no acercarte.
—¿Cómo podría haberlo sabido? Quería acercarme para confirmarlo.
Ambos hermanos rodaron los ojos y se cruzaron de brazos al mismo tiempo, un gesto que hizo reír a Aurélie, pero Rhin seguía en blanco.
—Tu hermano tiene razón, Lottie. Es imposible que confundieras a un humano con un lobo ¿No lo crees, Rhin?
—No —alcanzó a susurrar como por reflejo, sin percatarse de lo que decía.
—¿Qué? ¿Rhin, estás bien?
La caperucita parpadeó varias veces y agitó su cabeza.
—¿Qué? Perdón, Aurélie. No escuché que dijiste.
—Que es imposible confundirse a lobos y humanos, somos totalmente opuestos a esos animales.
—Ah… si —murmuró sin mirar a ningún lugar en específico y en un tono dudoso. Lottie se percató de aquello y sonrió.
—Rhin me cree ¿Verdad, Rhin? Tú si me crees.
Mientras una insistía y señalaba con el dedo, la otra negaba con su cabeza sonrojada.
—No, eso es imposible Lottie. Un lobo no puede ser un muchacho, ni viceversa. Es muy posible que hayas imaginado cosas. El bosque es muy extraño, a mi me pasó algo parecido una vez.
La niña se volvió a cruzar de brazos e hizo un mohín.
—Esperaba que tú me creyeras. Cuando me desmayé, creo que tuve un sueño en que besabas a un lobo.
Rhin se ruborizó tanto que su cara combinaba con su caperuza, Aurélie pareció darse cuenta de ello y se rio.
—Que sueño más gracioso, Lottie ¿Te contaron la fábula de la niña y el lobo hace poco?
Aunque la niña insistió en que todo fue real, los mayores la negaron e hicieron caso omiso a sus protestas. Émile recordó de pronto a sus amigos con quienes se dividieron para buscar las pistas.
—Chicas, debemos irnos al punto de encuentro con los demás para que sepan lo que encontramos.
—Creo que ya pasamos la cinco manos para la puesta del sol —informó Rhin.
—Entonces vayámonos ahora.
Los tres jóvenes se despidieron de la niña, quien estaba un poco desalentada por volver a quedarse sola con su madre para ser regañada, y fueron al punto del bosque donde estuvieron antes. Allí se encontraron con los hermanos Jacquard, Dorothea y Jean-Claude, solo faltaban los hermanos Avenant que no tardaron en llegar.
—Es una pena contarles que no encontramos nada Dorothea y yo —dijo Claude.
—Tampoco Matthis y yo —secundó Michelle—. Sin embargo, el enebro hembra está pronto a florecer, significa que pronto será otoño.
Marcel y Paul tampoco tuvieron éxito. Émile dio un paso al frente y mostró la hebilla de cinturón.
—Sin embargo, Rhin, Aurélie y yo tuvimos un poco de suerte.
Los chicos se acercaron a ver mejor el objeto.
—Se ve lindo.
—Está muy bien trabajado y ornamentado.
Comentarios así hacían cada joven que lo tenía entre sus manos. Pero luego entró la duda.
—¿Qué haremos con una hebilla de cinturón? —preguntó Marcel—. No es como si nadie aquí usara alguna.
—Podría pertenecer a uno de los ladrones —dijo Rhin—. Deberíamos enviarla a algún herrero que la revisara.
Todos temblaron en cuanto ella dijo esas palabras. Ellos sabían quién era el único herrero de la comarca.
—No, al viejo de Deneuve no. No quiero hablar con él —se negó Dorothea.
—Es raro y callado —dijo Matthis.
—Sin mencionar ese aspecto sombrío que tiene o su forma brusca de hablar —apoyó Paul.
Mientras más discutían, Émile alzó su voz con más potencia.
—¡Oigan! ¡Se que a muchos de nosotros no nos agrada Monsieur Deneuve! Pero necesitamos a un herrero que revise el origen de esta hebilla. Si no quieren hablar con él ¡Bien! Yo lo haré, a mi no me aterra.
De nuevo, sorprendidos por la valentía del muchacho, se callaron en un silencio taciturno. La caperucita rompió el silencio.
—Creo que es lo más seguro. Si él no tiene idea de donde es la hebilla, podemos pedirle a alguien que investigue en la ciudad.
—Si, eso es perfecto —apoyó la idea Aurélie—. Mi familia irá pronto a la ciudad, mi papá es doctor, tiene muchos conocidos, podrá acudir a algún herrero de allí.
Con el tema zanjado, cada uno se dividió y regresaron a sus respectivas casas. Émile se llevó el artefacto y prometió dárselo al señor Deneuve al siguiente día.
De camino a su casa, Rhin ya podía imaginar cómo su madre reaccionaría al verla ¿La castigaría? ¿Le daría un sermón de media hora sobre los peligros del bosque o sobre que ya está en edad de conseguir marido y no de jugar cerca del río Moder? ¿Qué castigo podría darle? Siempre fue buena hija y obediente, tal vez esa fue su única acción rebelde que tuvo en sus catorce años de vida, que su madre supiera.
Tragó en seco en cuanto distinguió su linda casa con las plantas que poco a poco su verde color empezaba a cambiar. Dentro de menos de un mes sería otoño, como dijo Michelle. ¿Cómo haría Rhein para dormir durante los días más fríos? Cuando pensó en ello, su vista se posó en el granero. Su padre le había puesto el cerrojo, pudo atisbar el candado a lo lejos.
Grande fue su sorpresa cuando al entrar su madre la recibió con un abrazo.
—¡Rhin! ¡Céline me lo contó todo! Estoy orgullosa de ti.
—¿Ah, si? —preguntó más confundida de lo que le produjo el abrazo.
—¡Si! Fuiste muy valiente, tu sola salvaste a la pequeña Lottie y pudiste guiar a tus amigos por el bosque, incluso cuando se perdieron. Sabía que tus conocimientos sobre la foresta eran muy buenos, pero no esperaba que en verdad fueras tan astuta.
—Ah, cierto, eso —Rhin calló sin dejar de sentir incomodidad.
No fue ella quien mereciera las exultaciones por lo de Lottie o por guiarlos a la comarca. Todo fue gracias a Rhein, sin él, quien sabe a qué hora pudieran haber vuelto a su hogar o que hubiese sido de Lottie.
—Es por eso que quiero recompensarte. Ven, debes comer, estoy segura que estás hambrienta después de tanta excursión.
La madre la sentó en la mesa con un tazón de gachas cocidas y otro con gajos de manzana. La chica lo degustó y comió, tal vez aún sentía un poco de culpa, pero la delicia de la manzana y las gachas hicieron que se ablandara el asunto.
—Ahora bien, Rhin, de lo siguiente quería hablarte.
La nombrada dejó de masticar y supuso que la rica comida y los abrazos fueron para endulzar la noticia que ahora su madre traía.
—Después de lo que me contó Céline, madame Belmont, he decidido que ella no será necesaria para tu viaje a la cabaña de la abuela.
Rhin engulló y abrió la boca.
—¿Qué? ¿Eso significa que…?
—Así es, ya no será necesario que ella te acompañe, se lo pedí y ella aceptó, no muy gustosa, por cierto. Creo que le gustaba conversar contigo.
—Pe-pe-pero ¿Por qué? —no es que le disgustara la noticia, pero estaba tan sorprendida. Aquel acto de su madre fue tan inusual.
—Pues porque demostraste mucha madurez y valentía, sin mencionar que también prudencia y sensatez. Eres una niña ¡Qué digo! Eres una mujercita muy inteligente, me alegra que tengas tanta superación que muchos adultos carecen.
Aquello le gustó a la caperucita. Ella sonrió sonrojada, aunque no fue quien salvó a Lottie, supo cómo manejarse ante la situación y de eso su madre tenía razón.
—Lo único que lamento es que aún no tengas prometido.
Ahí estaba otra vez ese tema. Pero al menos ella le reconocía su autonomía y eso le bastaba a Rhin.
—Claro que si quieres que madame Belmont te acompañe en lo que resta del mes, podría-
—¡Está bien, mamá! —luego de ese grito, ablandó su voz—. No será necesario, puedo ir sola. No es que me desagrade madame Belmont, pero estoy mejor así.
—Si tú lo dices.
Mañana vería a su abuela… y a Rhein en el camino. Estaba impaciente por darle esas noticias al joven lobo esa misma noche. Claro que no lo vería tantas veces a la semana como cuando se escondía en el granero, pero podría encontrar la forma de arreglarlo.
Para Rhein volver al bosque era como regresar a un viejo hábito que ya habías superado. Se acostumbró muy rápido a dormir en un lugar con techo, más de lo que se tuvo que acostumbrar a dormir a la intemperie.
Buscó la cueva que solía dormir antes, pero un tejón lo sacó rugiendo. Él le respondió con otro ladrido pero supo que ya no podría recuperar el que una vez fue su hogar, incluso teniendo rasgos de lobo no era seguro enfrentarse a un tejón, podría ganar pero las heridas serían muy serias y no estaba en condiciones de ir a un doctor.
Todo lo que quedó del día lo pasó haciendo una cama improvisada en el suelo. Limpió lo mejor que pudo la tierra, la despejó de insectos y pensó que podría ser peor aún, al menos no llovía.
Durante la noche se dirigió a la casa de Rhin. Tocó la ventana varias veces, sabía que podría estar dormida a esas horas y así fue. Él no sabía, pero la chica cuando volvió tuvo una larga jornada de lavar la ropa, coser y cocinar pastelillos que la dejó agotada después de la cena.
Rhein no estaba molesto por quedarse hasta tarde despierto, de hecho, le gustaba desvelarse más que permanecer despierto en el día. Rutina de animal nocturno. Como no obtuvo respuesta de su amiga, volvió a su cama improvisada.
Pensó cuanto tiempo llevaba que conocía a Rhin mientras oía el río moder correr a pocos kilómetros de su ubicación. La primera vez que la vio fue a principios del año, poco después que llegó a Francia, le pareció una chica bonita pero tonta por tener tanto interés en un río. Sonrió riéndose, ella era de todo menos tonta, de hecho, ahora él era el que se sentía tonto por su sonrisa boba que se formaba por solo pensar en ella.
Se quedó dormido con aquellos recuerdos vagando en su mente y cuando menos se dio cuenta el sol alumbraba su piel. Su rutina casi siempre era de beber en el río, buscar algo para comer y mantener a los animales lejos de su territorio. Olvidó el cesto que Rhin le llevaba con sus viandas en el granero la mañana que huyó.
Ese día se mantuvo cerca del sendero largo por donde Rhin iba a la cabaña de su abuela con la señora Belmont. Grande fue su sorpresa cuando escuchó los gritos de su amiga a lo lejos.
—¡Rhein! ¡Rhein! ¡¿Estás por aquí?!
Salió de su escondite apurado, temiendo que algo le pudo haber pasado a la chica o a la señora. Apareció en medio del sendero frente a su amiga, quien jadeó sorprendida de su aparición.
—¿Qué pasa? ¿Ocurrió algo malo?
—No, pero no me asustes así, ni siquiera te escuché venir —lo regañó dándole un golpe pequeño e inofensivo en su brazo. El chico respondió riéndose.
—¿Y frau Belmont?
Aunque Rhein no aclaró que frau en alemán significaba señora, Rhin pudo suponerlo.
—De eso quería hablarte. Tengo tantas cosas que contarte ¡Oh, Rhein! Ven aquí, sentémonos.
Rhin improvisó un pequeño picnic con la manta de la canasta y lo invitó a sentarse a su lado, él lo hizo con gusto mientras movía su cola.
—Pareces un perrito —comentó riéndose, el muchacho tomó su cola y la apretó.
—A veces no puedo evitarlo y créeme, lo he intentado controlar.
La caperucita sacó algunos pastelillos, frutos carnosos y secos y demás cosas de su canasta y las dejó sobre el mantel.
—Te traje comida, noté que te olvidaste el cesto en el granero, esta noche te lo dejaré en mi ventana. Quería dártelo anoche, pero me quedé dormida y no pude recibirte, lo lamento mucho, mi acto fue muy reprochable.
—Es normal Rhin, seguro estabas muy cansada. —El chico probó un brioche y se relamió la boca—. Esto está delicioso ¿Lo hiciste tú?
Los mofletes de la caperucita se elevaron tan altos a la vez que adquirían un color bermejo.
—¡Si! Me alegra que te guste, lo hice para ti.
—Por cierto ¿De qué ibas hablarme?
Rhin le contó todo lo que su madre dijo ayer luego de enterarse de la excursión y de su experiencia salvando a Lottie. Rhein comía lento y escuchaba sin perder alguna palabra.
—¿Entonces vendrás sola desde ahora?
—Ajá. Cuando mamá me lo informó casi no podía caber de completa felicidad pero me contuve lo más que pude. Estaba impaciente por contártelo anoche, pero me dormí —la chica terminó su relato con la cabeza gacha y encogida de hombros. Rhein carcajeó—. Pero por un lado me sentí mal de recibir tantos elogios, tú fuiste el verdadero héroe, no yo.
—Mira el lado bueno, mantuviste la calma en un momento de mucha presión, eso es admirable.
—No se si estaba tan calmada. No dejaba de pensar que si algo le pasaba a Lottie, me moriría de pena.
—Incluso así, supiste como actuar. Trata de quedarte con lo bueno de la situación y lo bueno es que puedes venir aquí sola para que podamos seguir practicando la lectura y charlar.
—Su-supongo que tienes razón —Rhin se ruborizó con la cabeza gacha y se fijó en la canasta, atisbó el libro que guardaba debajo de un pañuelo—. Por cierto, Rhein, traje el libro de los cuentos de Mamá Oca que estábamos leyendo. Podemos leer otro cuento, juntos.
—¿Pero tu abuela no se preocupará si vas muy tarde?
—No te preocupes. Le dije a mamá que la visitaría más temprano, así que es una hora más temprano de lo usual. Cuando llegue a verla, será la misma hora de siempre.
Rhein se acordó que no tenía un reloj allí, solo se podía guiar con la posición del sol para tener una idea del transcurso del tiempo.
—Bueno, si es así. Entonces leamos juntos el siguiente.
Ambos buscaron juntos entre las hojas amarillas que desprendían un aroma a vainilla y llegaron a "Barba Azul". La caperucita iba leyendo palabra por palabra con ayuda del lobo. Era normal que en algunas ella tartamudeara o repitiera.
Mientras Rhin leía, no paraba de impresionarse por el cuento. Parecía una historia feliz de un matrimonio entre dos personas con notable diferencia de edad, en donde el señor poseía un secreto oculto en una de las habitaciones de su castillo.
—Al prin-princi-pio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Al cabo de al-gunos ins-ins…
—Instantes— le dijo Rhein.
—Instantes co-co-men-za-ron a des-tacar-se los ob-jetos y notó que el su-suelo estaba… —Rhin detuvo su narración y jadeó—, ¡Cubierto de sangre! ¡Pardiez!—exclamó. A pesar de su sorpresa, continuó leyendo—. Y que en ella se re-fle-jaban los cuerpos de varias mujeres mu-mu-muertas y sujetas a las paredes —para ese entonces no sabía si tartamudeaba por su nivel de lectura o por el contenido.
Ella cerró el libro y lo tiró.
—¿Por qué te detienes a media narración? —preguntó su amigo masticando una manzana.
—Rhein, es horrible. Lo que hizo ese hombre es imperdonable. Sabía que ella no debía abrir esa puerta.
—¿No quieres saber cómo termina la historia?
Ella negó con su cabeza.
—Claro que no. Tengo miedo que ella muera.
—Nunca lo sabrás si no continúas leyendo —ante los gestos reacios de su amiga, él buscó otra forma de animarla—. ¡Vamos, Rhin! Has leído y escuchado cosas peores, como la versión de tu tatarabuelo de Caperucita Roja.
—Si, pe-pero nunca mencionó nada de sangre y descortizamiento.
—"Descuartizamiento", Rhin —la corrigió y notó la ironía que sabía pronunciar mejor las palabras que la propia nativa del lenguaje.
—Es que no es lo mismo que te lo cuenten a que tú mismo lo leas. Cuando lo leo siento que estuviera allí, en el lugar de esa muchacha, viendo a las pobres mujeres en ese cuarto.
Rhein comprendió ese sentimiento. Él mismo lo había experimentado cuando empezó a leer a una tierna edad. Había escuchado cuentos de toda clase pero cuando ya pudo engranar las letras y entender el significado de las palabras que se convirtieron en oraciones y después párrafos para relatar toda una historia, la experiencia era diferente.
—Lo entiendo, Rhin. Escucha, si no quieres seguir leyendo, te diré el final, siempre y cuando tú quieras saberlo.
—Por favor. No quiero seguir leyendo pero me llena de curiosidad que pasará con la chica y monsieur Barba Azul.
Rhein tomó la posición de cuentacuentos que le gustaba imitar de sus padres y su tío. Puso la espalda recta y narró lo que continuaba con un acento que solía oír a su madre.
—La llave que abre la puerta cae en el piso lleno de sangre y la mujer sabe que si Barba Azul encuentra esa llave cubierta de sangre, descubrirá que lo desobedeció. Entonces, por más que ella la lava, la sangre no se quita y es ahí cuando llega Barba Azul.
Rhin jadeó y tembló un poco.
—Él le pide que le devuelva la llave y ella sin más opción se la entrega manchada.
—¡Pardiez! ¡Debió haber huido cuando pudo!
—Su esposo se entera que ella descubrió el secreto y está a punto de hacerla su próxima víctima pero ella ya había previsto esto. Antes, ella había pedido a sus hermanos mayores, los cuales eran señores de la guerra, que vinieran a verla, pero todavía no llegaban. Para hacer tiempo le pidió a Barba Azul ir a la terraza a rezar mientras espiaba por si sus hermanos llegaban.
—¿Llegaron sus hermanos a tiempo?
—Por supuesto. Le dan caza al hombre y lo dejan tieso. Ella hereda su dinero y con ello ayuda a su hermana a casarse, a sus hermanos en sus puestos de caballería para ser capitanes y ella termina casándose con un mejor hombre, fin.
—¿Así termina? No me estarás miento ¿O si?
—¿Quieres leerlo y comprobarlo por ti misma? —preguntó yendo por el libro tirado en el pasto.
—No, gracias. Te creo.
Rhein volvió a reírse por los gestos de su amiga al rechazar el texto.
—No es solo la parte de la sangre lo que no me gustó del cuento. Es que… bueno… —Rhin cerró su boca y acercó sus rodillas al pecho, en un gesto de timidez.
—¿Qué es, Rhin?
—Me molesta que siempre la persona deforme y fea sea mala y para casarse con la doncella deba transformarse en un ser hermoso.
—¿Por qué crees que siempre es así?
—¡Porque lo es! La otra vez me contaste la doncella y el león. En ese cuento el león era bueno porque en realidad era un príncipe hermoso que se transformaba al anochecer. En Un ojito, dos ojitos y tres ojitos, la chica de rostro normal es la que termina siendo bondadosa y hermosa. En Barba Azul el hombre de aspecto repulsivo termina siendo un asesino. En la novia del conejo, la niña sufre porque se va a casar con un conejo en vez de entusiasmarse por las aventuras que le esperaría con los demás animales.
—Bueno, convengamos que no sería normal casarse con un animal, incluso si hablara.
—Lo que quiero decir es que me gustaría una historia en que unos de los protagonistas no sea bello, pero eso no quita que no sea bondadoso. No tiene que ser un animal, puede ser un poco deforme o de rasgos poco atractivos y que al final no deba transformarse en un ser de agraciada apariencia para casarse con la princesa o la chica.
Mientras Rhin hablaba no notaba como su amigo la miraba a los ojos. Tan pronto terminó su réplica, ella también calló mirando su rostro. Rhein tenía una apariencia animal y humana al mismo tiempo, no era feo pero tampoco podía ser el ideal de caballero que se esperaría en un cuento.
Después de algunos segundos, el chico desvió su mirada y carraspeó. Trató de encubrir la incomodidad que sintió por las palabras de su amiga y aquel juego de miradas que tuvieron hace pocos segundos. Ella no estaba tan diferente, dirigió sus ojos hacia algún árbol como si fuera lo más interesante del bosque ¿A caso hacía calor de repente?
—Bu-bueno, ya que no leímos completo este, podríamos leer el siguiente, quizás te guste más. Después de todo, todavía es temprano.
—Si, sería encantador, digo, me encantaría leer otro.
Rhein pasó las hojas y encontró el cuento que quería que Rhin leyera.
—Este lo conozco y lo leí hace tiempo, estoy seguro que te gustará.
Rhin leyó el título "Riquet el del copete". El cuento consistía en el nacimiento de tres bebés; primero un varón con un gran copete de cabello y además deformado y feo, pero el hada madrina que estuvo presente en su alumbramiento le dijo a su madre que sería un varón de gran ingenio y sabiduría y haría inteligente a todo quien él deseara que lo fuera. En otro reino, se celebró el otro nacimiento que consistió de un par de gemelas; una era hermosa, pero el hada madrina le dijo a su madre que sería demasiado tonta y necia, pero lo compensaría haciendo hermoso todo aquello que ella deseara; la otra hermana era muy fea pero tendría el don de un gran intelecto.
—A mi me gustaría que todos mis hijos fueran inteligentes —opinó Rhin—. Claro que no los quiero deformes, pero tampoco me importaría si su belleza no destacara entre los demás ¿Y tú, Rhein?
—¿Qué?
—¿Cómo te gustaría que fueran tus hijos?
Al chico le tomó por sorpresa esa pregunta y así lo demostraba su expresión boquiabierta.
—Siendo sincero, Ich… yo nunca lo he pensado. Supongo que me gustaría que fueran astutos y bondadosos con una gran convicción —con ese último comentario pensó en su padre y su tío, ellos siempre fueron fieles a sus convicciones y eso él admiraba de ellos.
—Es cierto, como dice Jesús: "astutos como serpientes, mansos como palomas".
—Lo seguro es que un hijo siempre será como sus padres le den el ejemplo.
Rhin pensó lo que su madre le estaba pidiendo desde hace tiempo, un buen hombre como esposo. Ella trató de quitar ese pensamiento de su mente y aún más con Rhein cerca, así que volvió a la lectura.
—A medi-di-dida que las dos prin-prin-prin… cre-cre-cre —intentó leer Rhin, pero su voz sonaba rara.
—Déjame que te ayude —le dijo Rhein sonriendo.
Él agarró el otro extremo del libro y se sentó muy cerca de su lado. Rhin podía sentir su cola meneándose y provocando ventiscas leves, lo que le provocó escalofríos en las piernas.
El cuento seguía en que la chica hermosa pero necia se sentía desdichada y deseaba ser más sabia. En un paseo a las afueras de su castillo se encontró con Riquet del copete y él le hace la propuesta de volverla inteligente si a cambio dentro de un año y un día se case con él.
Pasó el año y la doncella se volvió inteligente pero olvidó la promesa y su padre la promete con otro joven apuesto. Sin embargo, un día antes, aparece Riquet y ella recuerda la promesa. A continuación los dos tuvieron una conversación llena de elocuencia sobre el ingenio, la necedad y la resolución que la princesa debe tomar acerca del matrimonio.
—No entiendo nada de lo que dicen —dijo Rhin.
—Yo tampoco lo entendí la primera vez que lo leí hasta que… —Rhein calló y miró a la nada por algunos segundos.
—¿Hasta que qué, Rhein?
—Nada, me he dado cuenta que sigo sin entenderlo.
Ambos se rieron y trataron de descifrar las palabras que la princesa le propuso a Riquet.
—Creo que Riquet quiere que ella encuentre en él más que la apariencia —sostuvo Rhin—. Pero dice que solo ella puede convertirlo en un ser hermoso porque ella nació con ese don.
La muchacha frunció el ceño esperando el final de siempre "el ser horrendo se convierte en el ser más bello de todos".
—Sigue leyendo Rhin.
—Habiendo refle-fle-xionado la pri-princesa sobre la per-se-veran-cia de su novio, su dis-cre-ción y buenas cualidades de su alma, no vio la defo-formidad del cuerpo ni la fe-feal-dad del ros-tro.
La caperucita se impresionó y entendió lo que el cuento quería comunicar; Riquet del copete seguía siendo un hombre feo y de estrafalaria apariencia pero, por amor, la princesa no veía esos defectos. Ella lo veía hermoso.
—Entonces él… ¿Él nunca cambió?
Ella volteó hacia la cara de su amigo, donde se encontró con su sonrisa.
—Así es. Él siguió siendo jorobado, cojo y bizco, pero para ella era un ser de belleza única y sublime. Porque ella vio…
—Su corazón —completó la chica que sonrió y alzó sus manos en un aplauso—. ¡Me encantó, Rhein! Tú sabías que existía una historia así y por eso me la contaste. Desde ahora, este será mi cuento favorito.
Rhin cerró el libro y lo abrazó a su pecho. Inhaló el fresco aire de la tarde con sus ojos cerrados. No sabía que era lo que más sosiego le causaba; si la calidez del sol bañándola, el viento meneando su caperuza, el ruido del río Moder corriendo cerca de allí, las hojas danzando al son del viento o la compañía de Rhein.
Desde el punto de vista del chico lobo, las cosas eran igual de maravillosas. Rhin le recordaba a su tía y su hermana menor. No podía evitar evocar aquellos días cuando escuchaba los cuentos de parte de la sirvienta o su madre. Sus orejas se mantuvieron firmes escuchando el fluir del río. Esto parecía aquellos días que él y su familia iban a pasear a Kassel. Olió la flores y creyó que se encontraban prímulas cercas, una hermosa flor que le recordaba a su padre y los cumpleaños.
La nostalgia lo invadió, extrañaba su hogar, extrañaba el acento de su madre, para él, ese era el dialecto de los cuentos. Extrañaba a su "apapa", Gotinga, el escritorio de su padre, el jardín de su casa, las flores y piedras que su padre y tío guardaban, los asientos al lado de la chimenea, el lar de la cocina, las escaleras del desván, sus hermanos. Sus orejas bajaron y se llevó las rodillas al pecho.
—Muchas gracias, Rhein. Fue maravilloso —le dijo la chica cuando terminó su momento de abstraimiento y abrió sus ojos. Rhein apartó su rostro y levantó la mano para pasarse su dorso por la cara.
—No debes agradecerme a mi sino a tu tatarabuelo por transcribir algo tan maravilloso.
A la caperucita le pareció raro su comportamiento pero no dijo nada. Entonces el nombramiento de su pariente le hizo recordar algo importante.
—¡Es cierto! La abuela me espera.
Rhin se levantó, juntó los alimentos y la manta y los guardó en la canasta. Rhein se paró a una distancia prudente y siguió apartando la mirada mientras pasaba su brazo por sus ojos, esperaba que ella no notara sus lágrimas. Rhin notó algo extraño en él, aunque no llegó a ver sus lágrimas.
—Listo, me voy —con la canasta en mano, se despidió de él sonriendo. El lobo ya tenía su cara, dentro de todo, limpia.
—Cuídate y no pases tanto tiempo mirando el río —bromeó con aquella advertencia que a ella tanto le cansaba.
—¡Ya sé, Rhein! Ya sé. Nos vemos.
Él la observó hasta que desapareció a su vista.
Hace poco me di cuenta que estoy actualizando una vez al mes, lo más seguro es porque estoy en la escritura de otro fic al mismo tiempo que este. Así seguiré hasta que termine alguno.
