A la mañana siguiente, Hermione aprovechó la ausencia de Ron para visitar a su madre y pasar ese día de Navidad junto a ella y su tío, Alec Granger.

La mañana era gélida y nevaba demasiado. Excesivamente abrigada, caminaba por las veredas de Saint Catchpole, dirigiéndose a la parada de taxis. Se detuvo a mitad de la vereda cuando vio que se aproximaba uno disponible. Ella le hizo una seña para que se detuviera. Y el conductor aminoró la marcha hasta detenerse. Ella abrió la puerta trasera del auto morado y lustroso para luego abordarlo.

—Buenos días, ¿Hacia dónde, madame?...

—Buenos días... Londres Muggle, por favor. Calle Holyhead 347.

—Bien, en marcha entonces.

Ella le sonrió, reflejándose en el espejo retrovisor.

El auto se puso en marcha, esquivando todo cuanto tuviese enfrente.

Si hubiese tomado un taxi Muggle, demoraría una hora en llegar a Londres, pero con el servicio de taxis para magos, demoraría unos veinticinco minutos o quizá poco menos.

El taxista la miraba de vez en cuando por el espejo...

Le pareció una mujer muy bonita y elegante. Su delicado perfume de gardenias había inundado el interior del auto. Él vió que la joven castaña se encogía un poco en el asiento, tiritando y soplándose las manos para calentarlas.

—Nunca enciendo la calefacción porque gasto más combustible de lo habitual, pero hoy haré una excepción por usted —dijo el taxista, mientras lo encendía.

—Se lo agradezco, ¿Cuál es su nombre?...

—Joel.

—Gracias, Joel.

Él soltó una breve risa y respondió:

—No es nada. No todos los días tengo la fortuna de tener una pasajera tan bella, como usted.

Hermione se sonrojó y esquivó la mirada, clavando sus ojos en la ventanilla.

—Es un frío cruel, ¿No?... veo que usted, lo está padeciendo.

—Sí... —respondió ella, abrazándose —tengo problemas de circulación, por eso me cuesta regular mi temperatura... Estos días son fatales para mí.

—Pero entonces, ¿Por qué salió de casa? Perdón, no es que me entrometa en su vida.

—Voy a visitar a mi madre. Hace mucho no paso una Navidad con ella.

—Aaahh...—soltó él, afirmando— , entiendo. ¿Sabe? En días como estos no tengo mucho trabajo. Las personas prefieren permanecer en casa y sobre todo en estas fechas...

—Debe ser aburrido para usted.

—Sí, pero la radio es siempre una buena compañía.

—A mí también me gusta escuchar radio. Sobre todo en las mañanas...

—Oh, ¿En serio? ¿qué programa le gusta?...

—El de Bobby Tricket.— respondió ella, sonriéndole.

Joel le correspondió del mismo modo y encendió la radio.

La voz de Bobby entró como un trueno en el auto, diciendo:

—Sí, así es, cerditos... Se aproximan días mucho más fríos que este. Pero todas las cosas malas tienen su lado sexy... ¡Sí!... Estos son los días ideales para acurrucarse junto a la pareja y "calentarse"... ustedes saben de lo que hablo...

El taxista y la castaña se rieron.

Bobby Tricket, el humorista y locutor radial, siempre decía ese tipo de cosas...

—¡Bueno! Por ser hoy 25 de diciembre del 2007. Solo escucharemos villancicos, pero villancicos punk, ¡Yeah!... ¡Hey! Que tengo que ponerle mí impronta a esta mañana de Navidad... ¡Venga, Billy!... ¡A rockear Navideñamente, hijos de la Gran Bretaña!

Tan pronto como Bobby soltó aquello, las voces de un coro de niños cantaba un alegre villancico, hasta que la entrada del solo de la guitarra, un bajo y la batería, transformó esa melodía inocente y dulce en una locura salvaje y endemoniada, que contrastaba con las voces blancas del coro infantil.

En tanto, el taxi avanzaba a buen ritmo por las calles, llevando a la castaña a reunirse con su picarona madre...

Ella miró por la ventana, sonriendo con dulzura. Pronto volvería a sentirse como en casa.

Mientras miraba por la ventanilla como la nieve caía sin pausa. La mente de la castaña le hizo ausentarse de su entorno, llevándola de nuevo a los brazos de un licántropo que había logrado despertar en ella sensaciones que las había creído muertas, pero no era así, solo habían estado dormidas por largo tiempo...

Se vió a si misma cobijada entre sus brazos, envuelta en ese calor tan delicioso que él irradiaba...

Deseó internamente volver a sentirlo, que la abrazara. Y volver a escuchar su ronca voz pronunciando su nombre...

Pronto llegó la rubicundez a su rostro y la excitación a su cuerpo, que hacía tiempo no sentía libido ni la necesidad de tener contacto íntimo. Recordó lo fuertes que eran sus brazos, sus marcados deltoides insinuándose bajo la tela de su camisa y esa sonrisa encantadora...

Merlín, esa sonrisa...

El corazón de la castaña volvió a galopar con vehemencia al recordarlo. Cerró sus ojos y apoyó su sien en la fría y empañada ventanilla. Perdida en el cálido recuerdo de su profesor Lupin...

El hombre que había despertado en ella un fuego que creía extinto, pero que solo estaba aletargado por la tristeza en la que había estado sumida esos últimos cinco años...


El vehículo fue aplacando su velocidad, hasta estacionarse frente a la casa de la calle Holyhead 347.

Hermione le pagó a Joel y bajó del auto. Caminó por la senda de entrada, que la condujo hasta el porche de la casa de su tío Alec y al estar frente a la puerta principal, tocó el timbre y esperó.

Quién abrió la puerta, fue su tío. Que poseía una similitud con su hermano, John Granger. Tenía unos enormes ojos verdes, la cabeza calva y era bastante delgado. Pero a diferencia de su difunto hermano, este era más alto y su personalidad distaba mucho de la seriedad...

—Hola, mini Lady Granger.—saludó burlón.

—Hola, tío.

Ambos se abrazaron en silencio. Un largo abrazo que aplacó la añoranza. De un jalón, su tío la hizo entrar a la casa, cerró la puerta y le pidió.

—Dame tus manos.

Hermione extendió ambas manos y él las tomó entre las suyas.

—¡Madre mía! ¡Que frías!... Tomarte de la mano a ti, es como acariciarle la panza a un sapo.

—Debiste haber sido poeta; y no ingeniero en sistemas.

—Sí, lo sé, el romanticismo es lo mío.— respondió con cara socarrona.

—¿Mamá?.

—Lady Granger está durmiendo. Tú madre anoche se emborrachó. La hubieras visto, estaba como una cuba. Tuve que cargarla como a una princesa por las escaleras para acostarla... Ella está durmiendo en mi habitación ahora.

La castaña se rió con ganas, mientras dejaba que su tío le abrigara las manos.

—No ha hecho otra cosa más que hablar de ti...—le contó su tío. —ve a acostarte con ella un rato, hasta que yo caliente la comida que quedó de anoche, Vé.

Ella asintió y subió las angostas escaleras de la casa.

La castaña golpeó la puerta de la habitación, pero no hubo respuesta...

Entonces giró el pomo de la puerta y empujó. Entró en la habitación y vio a su madre durmiendo con la boca abierta, babeando y con sus lacios cabellos negros cubriéndole la mitad del rostro.

Hermione soltó una risa suave y se acercó sin hacer ruido, se quitó los zapatos y se metió a la cama. La contempló unos minutos y se le ocurrió jugarle esa travesura que ella solía hacerle de pequeña...

De forma sutil sopló el rostro de su madre, corriendo los mechones lacios que cubrían su cara. Su madre sintió comezón en la nariz y la removió de forma cómica. La castaña se detuvo y se tapó la boca para no reírse demasiado fuerte, espero unos segundos y repitió lo que había hecho: sopló el rostro de su madre, de manera entrecortada y sutil, quitando con el soplido los mechones que la cubrían.

La señora Granger se rascó la nariz y a la tercera vez que su hija le hizo aquello, ella le dijo de forma somnolienta:

—Cariño... Déjame dormir... —aún dormida sabía que era su hija.

Las risitas sofocadas terminaron por despertar a Jean Granger. Ella abrió sus ojos chocolate y se encontró con el rostro de su niña pecosa y sonriente.

—¿Sigo estando ebria, o realmente estás aquí?...

—Ambas respuestas son correctas, Lady Granger.

Su madre chilló de felicidad y se abalanzó para abrazar a su hija, llenándole de besos toda la cara.

—Te he extrañado tanto...

—Yo también, mamá.

—¡Estás helada! —chilló su madre, abrazándola.

—Está nevando mucho afuera. Pero no te preocupes, no he tomado demasiado frío.

Madre e hija se escondieron bajo las gruesas frazadas.

—Tengo que contarte un secreto, pero temo que te enfades conmigo, cariño...—susurró su madre.

—No me enfadaré... Creo...

—Anoche le di un beso a tu tío Alec bajo el muérdago...

—¡Mamá!

—Bueno, hija... Los genes Granger son mí debilidad...

—Yo también tengo cosas que contarte. Pero sé que tú no te vas a enfadar.

A su madre se le dibujó una sonrisa enorme y le dispensó toda su atención.

La castaña le contó sobre el vaticinio que el Illustro le había revelado. Le describió todo con gran detalle...

Su madre quitó las frazadas con sus pataleos alocados, desabrigándolas a ambas.

—Entonces es un hombre picarón, ciego y te desea con ardor...— enumeró su madre —¡Me agrada! No le conozco, pero me cae bien.

Con una sonrisa en su rostro y negando con la cabeza, Hermione miraba hacia el techo.

—No lo tomes literal, mamá. Al parecer lo que enseña el lujoso aparatejo de Trelawney, debe ser interpretado. Es algo muy típico el uso del simbolismo en estas cuestiones de la adivinación.

—Entiendo —respondió su madre y se quedó pensativa por unos instantes —Entonces... Tal vez... ¡Tal vez significa que él está cegado de deseo por ti! O que hay cosas que él no llega a contemplar... Pero, ¿Qué significa que esté rodeado de serpientes? ¿Qué corre peligro? ¿Qué tiene gente traicionera a su alrededor?... Hija, dime, ¿No te emociona conocerlo?

—No —respondió la castaña.

—¡Pero! ¡¿Cómo que no?!

—Bueno, sí despierta mi curiosidad, pero no en un sentido romántico, mamá; sino porque tengo sospechas de que se trata de un falsificador al que la comunidad mágica le ha apodado de ese modo y eso me inquieta.

—¿Un falsificador?.

—Sí, un falsificador de documentos. Y el "Diablo" es impecable en lo que hace.

Jean se quedó en silencio por largos segundos. Abrazó a su hija y luego le contó algo inesperado:

—Tu padre sabía falsificar firmas...

Hermione giró bruscamente su cabeza para mirar a su madre y chilló:

—¡¿Eh?!

—Sí, él tenía esa habilidad. Aunque nunca hizo uso de ese talento.

—Pero ¿Cómo?...

—Ah, te lo contaré... —respondió Jean, mientras jugaba con los rebeldes rizos de su hija —, tu padre y yo habíamos organizado una reunión de amigos que ambos teníamos en común. Queríamos dar la noticia de que tú venías en camino, de hecho yo ya llevaba tres meses de embarazo, pero no se notaba porque tú siempre fuiste pequeñita. Y en un momento, después del brindis y todo eso... No sé porqué razón, tu tío Alec contó una anécdota en la que tu padre había falsificado la firma de tu abuela para salvarle el pellejo. Y como estábamos entre amigos, hicimos apuestas sobre si tu padre podría replicar las firmas de todos los invitados. Por supuesto, él en un principio se negó, pero yo terminé convenciéndolo de que lo hiciera. Y lo hizo. Logró replicar todas las firmas, de nuestros doce amigos invitados. Tu tío aún conserva en un cuadro las firmas originales y al lado están las que hizo tu papá.

—¿Cómo es que nunca me lo dijeron?

—Tu padre no consideraba que lo suyo fuese una habilidad loable y él prefería no hacer uso de ella ni alarde tampoco. Ya sabes que tu papá era un hombre de perfil bajo. Y yo no te lo dije porque pensé que él lo haría.

Hermione se sentó en la cama. Ella no podía salir de su asombro.

Cuando la castaña flexionó sus piernas y las abrazó, su madre detectó la pulsera de tobillo que llevaba puesta.

—¡Cariño! Pero que hermoso es eso que traes en tu tobillo. ¡Déjame verlo mejor!.

La castaña levantó el ruedo de su pantalón y le enseñó la fina tobillera.

—¡Es preciosa! No hay duda de que tienes buen gusto para estas cosas. No sabes cuánto extraño ir de compras contigo, tú siempre tuviste buen ojo para detectar lo elegante.

—En realidad, esto no es mucho de mí estilo. Es muy lujosa y muy llamativa también, pero reconozco que es preciosa. Y me la regalaron ayer...

—¡¿Quién?! ¡Oooooh, por favor, dime que fue Harry! ¡Dímelo, hija!

—No, mamá. Fue Remus... —la castaña se ruborizó al instante de haberlo nombrado.

Su madre la miró con detenimiento, antes de decirle con una sonrisa:

—¿Y ese brillo en tu mirada tiene que ver con él y su exagerado obsequio?...

—Tal vez...

—Aaaaaaaahhhh —chilló "Lady Granger" de forma aguda, como si fuese una colegiala hablando de chicos —Detalles, por favor.

—No hay mucho que contar, mamá... Solo... Bailamos ayer, am... Dejó este regalo para mí debajo del árbol de Navidad, y eso es todo.

Hermione miró a su madre, como un mentiroso hace para ver si la otra persona se tragó la mentira. Pero su madre le devolvió una mirada que expresaba: "Ajá, sí, ¿Y tú te crees que yo nací ayer?"

La castaña suspiró con pesadez y le explicó porqué no quería ilusionarse:

—Él está casado, mamá.

—¡Bueno, hija! ¡Nadie es perfecto! Tú también tienes defectos... Cómo por ejemplo: traes pegado en tu pellejo un parásito llamado Ronald Weasley y sueles callarte muchas cosas. Porque lo noto, cariño. Me doy cuenta de que te volviste una persona muy reservada.

—Mamá, él tiene un hijo. Se llama Edward, pero todos le llamamos cariñosamente Teddy; y su esposa, Nymphadora, también es una persona cercana a mi círculo de amigos, se podría decir... Ella es la madrina de Albus y... ¿Recuerdas que en la celebración de mí boda, habían tres asientos vacíos en la mesa que ocupaste con papá?

Su madre pestañeo repetidas veces, mientras hacía memoria.

—¿Eran ellos? ¡Los invitados que te plantaron! ¡Sí, lo recuerdo! Estabas tan triste por eso... Ahora lo recuerdo. ¡Es el licántropo!

—Sí, es él. No creí que lo recordarías tan bien, mamá.

—Harry me habló mucho de él, me dijo que el hombre lobo te salvó la vida durante la batalla. Yo quería conocerlo y agradecérselo, y tú padre también quería lo mismo. Aunque creo que en realidad, lo que quería era confirmar sus sospechas...

—¿Cuáles sospechas?

—Tu padre sospechaba que el licántropo estaba enamorado de ti.—su madre se echó a reír y luego agregó —¡El zorro de tu padre dio justo en el blanco! Después de todo él era muy intuitivo...

Jean continuó riendo, mientras que la castaña se ruborizaba. Ella llevó sus frías manos hacia sus mejillas para enfriarlas.

—Mamá, no creo que él esté enamorado de mí... Además, él le hizo obsequios a todos. A todos, menos a Ron, ¡Eso sí!

—Cariño, a juzgar por el regalo que él te hizo... Yo diría que si no está enamorado de ti, más o menos de ese color está teñida la cosa...—dijo su madre, señalando el corazón de rubí que decoraba la tobillera.

Y otra vez ese escalofrío placentero recorrió el cuerpo de Hermione.

—Confía en mí, cariño. Ese hombre guarda algún sentimiento profundo por ti. Ningún hombre le hace ese tipo de obsequios a una mujer si no siente interés por ella. Y por lo que veo... A ti no te resulta indiferente sus atenciones...

Hermione miró a su madre, y su mirada la delató...

—No sabes lo encantadora que es su sonrisa, mamá... —admitió ella.

Y su madre soltó unas risas pícaras, mientras la observaba.

—Nunca había sentido atracción por él. Siempre lo vi como... Como mí profesor de D.C.A.O., como a un padre incluso, pero ayer...

—Ayer, él te hizo temblar la estantería y viviste por segunda vez el complejo de Electra, jajaja. Sí, puedo verlo en tus ojos, cariño.

Hermione sonrió bobalicona y asintió.

Su madre la abrazó y le dijo con alegría:

—Sí ese hombre ha logrado hacerte despertar, entonces me importa un rábano que esté casado con la mejor de tus amigas, que tenga cien hijos o que sea el lobo de "Caperucita Roja", o lo que sea ese hombre... ¡Ya lo quiero! Lo quiero porque te salvó la vida y porque él te está acelerando la circulación, jajaja...

—Mamá...—le dijo su hija, riendo con ella y devolviéndole el abrazo...


Cuando Hermione regresó a la jaula de oro, ya eran más de las seis de la tarde. Ella cargaba con una bolsa de compras y un cuadro.

Cómo siempre, Crookshanks salió a recibirla, soltando sus maullidos estrambóticos.

El felino y su dueña se fueron corriendo a la cocina.

Ella dejó la bolsa sobre la mesa la cocina y el cuadro también, alimentó a su gato, luego se lavó las manos y comenzó a preparar la cena. No tenía ganas de hacer algo elaborado, así que prepararía pasta a la carbonara.

Puso a hervir los espaguetis, picó el tocino y ralló algo de queso. Y los reservó a ambos en la heladera, mientras la pasta se hacía.

Tomó el cuadro de la mesa y se fue con él hasta su "oficina".

Se quitó los zapatos y dejó el cuadro apoyado contra el respaldo de la silla.

Con las manos en la cintura, buscó dónde colgarlo, hasta que decidió ubicarlo un poco por arriba de la ventana. Entonces sacó una cajita de clavos y un pequeño martillo del último y más olvidado cajón del escritorio. Pisó con cuidado el asiento de la silla, tomó impulso y se subió al escritorio. Parada en él, se puso a martillar hasta dejar el minúsculo clavo bien fijo en la pared.

Por último se arrodilló sobre el escritorio, tiró el pequeño martillo y se estiró para tomar el cuadro con su mano derecha.

Después de colgarlo, se bajó, y se detuvo para mirarlo de lejos y apreciarlo...

Ahí estaban las doce firmas hechas por los amigos de sus padres; y al lado, las otras doce, que su padre había logrado replicar con exactitud. Eran las copias exactas.

Sonrió, las observó a cada una, sintiendo admiración por su padre...

¿Cómo es que un solo hombre, podía llegar a captar la esencia de la firma de doce personas?

"Todo lo que tú me veas hacer a mí, tú puedes hacerlo el doble de mejor que yo.", recordó que su padre le decía de pequeña...

Con los brazos "en jarra" y admirando el cuadro, volvió a sonreír.

El reloj de la cocina marcaba que ya eran casi las ocho de la noche.

La castaña tenía la cena casi lista. Y si por esas cosas, Ron demoraba en llegar; y por tanto, la cena se enfriaba. Tenía el recurso de gratinarla y asunto arreglado...

Y mientras ella servía la cena en un plato ovalado de porcelana. El ruido de cristales rompiéndose la asustaron.

Se quedó petrificada, escuchando...

Pronto distinguió la voz de su esposo. Estaba encolerizado, gritaba y rompía cosas.

Ella abandonó lo que estaba haciendo y fue hacia dónde provenía el escándalo. Preguntándose, ¿En qué momento él había regresado? Ella ni se había enterado hasta que lo escuchó gritar.

Hermione abrió las puertas del estudio y lo encontró. Estaba asquerosamente ebrio y con un rostro aterrorizado, bebiendo directamente de la botella y con gotas frías de sudor corriendo por su frente.

—Ron...—le habló, aunque no sabía si él en ese estado llegaba a escucharla.

—¡Déjame solo!...—gritó histérico.

Ella frunció el entrecejo. Tenía curiosidad por saber que le estaba ocurriendo, ¿Qué era lo que lo tenía así? Ella veía claramente el rostro del horror en él e internamente, se regocijó de lo que veía.

—La cena ya está lista, por si ya quieres comer —dijo ella, como si no lo hubiese escuchado.

Ron se sentó en un sillón, reposando su cabeza entre sus manos, tomándose de los cabellos y mostrándose en una postura de alguien que ha caído en la desesperación...

—Hoy fui a ver a mi madre, fui en taxi hasta Londres Muggle. Ella estaba en casa de mí tío Alec.

—¡Lo sé! —respondió él de mala gana —Tengo gente que trabaja para mí, que me informa de todos tus movimientos y de con quién te relacionas.

La castaña tragó grueso y con temor, preguntó:

—¿Piensas cenar o... o no te sientes bien?

—No puedo encontrarlo... ¡No puedo dar con él!...—gritó al borde de la locura.

—¿A quién? —le preguntó su esposa.

—¡Al malparido falsificador ese!...—gritó Ron.

—No lo busques... No lo busques, porque no lo encontrarás. Él te encontrará a ti; pero no tú a él.— le explicó su esposa con una pasmosa tranquilidad.

Ron la miró por primera vez desde que ella entró al estudio.

—¡¿Y tú cómo sabes eso?!

Ella resopló una risa que ocultó al bajar la mirada. Era increíble lo imbécil que su esposo podía llegar a ser...

—Ronald, ¿En serio crees que un hombre como él, se dejará atrapar tan fácil? Alguien como él, tiene a mucha gente, que como tú, le andan buscando y por lo que entiendo, él no es un hombre de pensamiento ordinario ni tampoco un ser mediocre... — "como tú sí", remató con el pensamiento.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, prestándole atención a su esposa.

La castaña se fastidió al ver lo duro para entender que él era.

—Si un cuerpo de investigación, y escucha bien. No dos, o tres personas, ¡no! Un cuerpo completo de investigación, todo un departamento de investigadores profesionales no ha podido dar con su paradero, entonces ¿Qué te hace pensar que tú sí lo conseguirás? Él dará con tu paradero; pero no tú con el de él.

—Búscalo, tú, entonces. ¡Encuéntralo, tú!

—¡¿Qué?! —soltó ella con aprensión. —No has escuchado ni una palabra de lo que te dije, ¿Verdad?

Ron se levantó del sillón y corrió hacia ella, desesperado. La tomó de los hombros y casi que le suplicó:

—Tú eres lista, búscalo. Sé que tú lograrías dar con él... Tú no eres como los inútiles del Ministerio...

Ella no daba crédito de lo que sus ojos veían...

Iba a negarse en un principio, pero pronto vio la oportunidad de aprovecharse de la desesperación de Ron, así como él se aprovechó del amor que alguna vez ella le tuvo.

—Claro... lo haré con gusto, será todo un reto para mí encontrar a ese hombre tan sagaz.

—Entonces, ¿Lo harás?— preguntó ilusionado.

—Sí, pero necesito recursos para poder hacerlo... No creerás ilusamente que lo encontraré sin ayuda de magia, ¿Verdad?. Sé que eres más listo que eso...

Ron cambió su expresión. Internamente se debatía entre confiar en ella, o no... No iba a arriesgarse...

—Te daré lo que pidas, pero no una varita. —negoció él con mucha seriedad.

—¿Y cómo pretendes que lo atrape para ti?... ¿Con el poder de mí mente? Piensa mejor las cosas, Ron. La desesperación en que la que has caído, te ha bloqueado el sentido común. Necesito una varita para poder trabajar en lo que me pides, y no es algo negociable.

—¡No! No confío en ti...

—Entonces, no tenemos trato...—dijo ella con desinterés y mirándose su hermosa manicura, recién hecha por su madre.

Hermione salió sin prisa del estudio y le dijo antes de irse:

—No sé lo que harás tú, pero yo me voy a cenar... Te deseo que tengas buena suerte en tu cacería, Ron.

—¡Espera!... Espera, espera...

La castaña se detuvo y volteó.

—Debe haber algo que quieras pedirme a cambio, pero que no sea una varita. Puedo darte lo que tú pidas...

Ella fingió que lo estaba reconsiderando.

—No lo sé, Ron... A decir verdad no tengo grandes ambiciones en mí vida... Perdí a mí hija, perdí mí fertilidad, incluso perdí mi dignidad al lado tuyo... No hay nada que tú puedas ofrecerme. Y sé que si te pido que firmes la aprobación del divorcio que está pudriéndose en el Ministerio, no lo harás. Así que pierdes tu tiempo, tratando de sobornarme. Mejor utiliza tu dinero para pagar detectives privados o pídele ayuda a Harry, o no lo sé. Ten inventiva.

Ron parecía considerarlo, pero estaba muy contrariado y preso de la desesperación. De forma torpe tomó su abrigo y salió, huyendo de la jaula que él mismo había construido.

Hermione lo vió Salir del estudio y lo siguió.

—¿A dónde vas? —preguntó, mientras caminaba detrás de él.

—A buscar a alguien que sí me sirva de ayuda... Porque ya me di cuenta de que tú no vas a cooperar conmigo.

—¿A qué hora piensas regresar?...

—¡No lo sé! —gritó, antes de llegar a la puerta. —Me ausentaré el tiempo que sea necesario y no me preocupa dejarte sola, porque te pondré vigilancia fuera de casa.

Dicho eso último, Ron salió de casa con la cara de un enajenado mental.

En la soledad de la casa, la castaña sonrió de lado.

—¡Crookshanks, ven, Vamos a cenar! —lo llamó y el acudió al llamado de inmediato.

Ella lo alzó en brazos y le dijo:

—Hoy vamos a cenar temprano, porque tengo mucho trabajo que hacer...

Crookshanks ladeó su cabeza y la miró curioso.

El felino y su dueña enteraron en la cocina para cenar juntos. Y después de eso, ella se pondría a "invocar al Diablo"...


Dos semanas después...

La castaña se encontraba encerrada en su oficina. Hacía más de cuatro horas que estaba investigando y no sentía que había avanzado demasiado en su investigación, pero tampoco tenía las manos vacías.

En un tablero, ella colgaba las pistas que encontraba. Pero tampoco contaba con mucho material. Más de la mitad del tablero estaba pelado...

Y ciertamente tenía más preguntas que respuestas...

Se levantó de su silla y caminó en el interior de su "oficina", dando vueltas como lo que era: una leona enjaulada...

Suspiró con los brazos cruzados y soltó en voz alta:

—Necesito un café...

La castaña salió de su "oficina" y fue a prepararse uno. Y mientras lo hacía, ella lanzó sus preguntas en voz alta:

—¿Cómo te encontraré?... ¿Cómo?...

Se cruzó de brazos, rebuscando en su mente opciones de respuestas.

—Tal vez... la pregunta no es ¿Cómo te encontraré?; Sino... ¿Cómo haré que tú vengas a mí?...

Ella estaba decidida a encontrarlo, pero no para delatarlo con las autoridades ni mucho menos ante el Wizengamot. Ella solo deseaba conocerlo, porque sentía una irrefrenable curiosidad por él y porque este misterioso hombre compartía una similitud con su padre.

Lo único que quería Hermione era contactarlo, hablar con él y advertirle sobre Ron. Aunque sospechaba que él ya debía de saberlo. Seguramente el falsificador debía estar al tanto de quién o quienes estaban en su búsqueda...

Tomó su taza de café y regresó a su oficina. Se sentó en la silla, mientras bebía y observaba su pobre panel...


Finales de enero de 2008

Hermione se encontraba haciendo algo que en su vida hubiera creído que haría: leer revistas de chismes.

Había descubierto que en ellas había buen material relacionado de manera indirecta con el falsificador.

Durante todo el mes de enero, se había dedicado a conseguir recortes sobre divorcios en circunstancias poco claras, disputas familiares por herencias que "en teoría" no habían sido preestablecidas, negocios exitosos de la noche a la mañana y sus favoritos, los documentos de dudosa procedencia que circulaban dentro del propio Ministerio de Magia. Que siempre acababa por favorecer a un pobre desvalido.

Cada recorte se exhibía en su tablero, y ya había conseguido llenarlo un poco más de la mitad...

La castaña rápidamente entendió que "El Diablo" siempre se ponía del lado del débil, del que no tenía posibilidades de ganar ni defenderse o de aquel que había sido estafado. Y si ya antes ella sentía cierta admiración por el falsificador, a medida que lo conocía más, comenzaba a quererlo.

Ella estaba parada frente a su tablero, leyendo y repasando cada artículo. Ya tenía bastantes nombres de personas a las que sacarles información. El problema era que no sabía cómo abordar el tema y por sobre todo, llegar a ellos, burlando la vigilancia que Ron le había puesto...

Después de haberlo pensado por varias semanas, ella pondría en marcha un plan que podría fallar, sí. Pero valía la pena intentarlo:

Tomó el tubo del teléfono de su escritorio y discó el número de su madre. Pues era el único número al que ella podía llamar, ella no podía llamar a otro número que no fuera ese, ya que Ron se había asegurado de que así fuera. Pero Tratándose de Ron, sus planes siempre venían con fallas...

—¿Diga? —respondió su madre.

—Hola, Mamá.

—¡Cariño! Que sorpresa. Yo pensé que me llamarías más tarde.

—Y lo haré, te llamaré más tarde, mamá, pero ahora necesito que me hagas un favor que tal vez te parezca un poco extraño.

—Me tienes en vilo, cariño. ¿Qué es lo que quieres que haga?

—Sigue mis instrucciones rigurosamente, luego te explicaré el porqué.

—Cuándo hablas así, me recuerdas mucho a tu papá.

—Mamá, te daré el número de un taxista, él se llama Joel, ¿Tienes a mano dónde agendar su número?

—Sí... estoy lista.

—Escucha es... 555-421-321,¿Lo tienes?

—¡Lo tengo!... ¿Y?... ¿Ahora qué?...

—Llámale desde un teléfono público, dile que vas de parte mía, no le digas que eres mí madre, dile que eres mí asistente. Dale mi número, y luego pídele que en cuanto pueda, me llame.

—Ok... —asintió dubitativa su madre. —Cariño, ¿En qué estás?...

—Luego te lo contaré, pero no por teléfono, mamá. Haz eso por mí, ¿Sí?...

Su madre hizo un largo silencio.

—Estoy tras el rastro de alguien.— le dijo su hija.

—No quiero que te metas en líos, hija.

—Tranquila, mamá. Confía en mí, vengo maquinando esto desde hace semanas.

—Está bien, lo haré.

—¡Gracias, mamá!... Te llamaré luego. Te amo, te amo...

— Yo también, cariño.

Madre e hija finalizaron la llamada. Y la castaña aguardaba el siguiente llamado...

Casi veinte minutos después de que había cortado, la llamó Joel, el taxista.

—Buenos días, madame. ¿En qué le soy de utilidad?...—saludó él.

—Buen día, Joel. ¡No sabe cuánto problema tuve para comunicarme con usted!... —mintió ella.

—Oh, ¿si? Ah, ahora entiendo porqué no se comunicó conmigo de forma directa.

—Joel, necesito contratar sus servicios como transportista. Le explicaré: mí matrimonio está pasando por una situación económica muy mala y mí esposo no quiere que esa noticia se propague. Así que, lo que le pediré que haga, por más extraño que le resulte, es con el fin de guardar el secreto, ¿Puedo contar con usted?...

—Por supuesto, madame. Lo que usted pida.

—¡Genial! ¡Genial, Joel! Yo sabía que podía confiar en usted.

—Y ¿Qué es lo que debo hacer?

—Yo le enviaré una lechuza con un sobre. Dicho sobre contendrá un vale por veinte Galeones que solo podrá canjear en la librería "Los Tortugos", ¿Lo tiene?

—Sí, sí... Conozco esa librería, he parado allí para tomar café y retirar algún que otro pasajero.

—¡Perfecto! lo que hará allí será muy sencillo: usted canjeará ese vale por el dinero. Con ese dinero, comprará una varita con las siguiente características... ¿Estoy yendo muy rápido?...

—No, no, no... Estoy anotandolo todo...

—Bien, es una varita con núcleo de fibra de dragón, madera de vid y de 27,3 centímetros...

—Ya lo apunté...

—De lo que le sobre de ese dinero, usted se cobrará lo del viaje y el resto, me lo enviará junto con la varita, por correo muggle, el día viernes primero de febrero, ¿Estamos de acuerdo?

—Sí, madame —contestó obediente.—. Pero ¿No es más rápido que se lo envíe por vía lechuza o que se lo lleve personalmente?...

—Sí, pero no me resulta conveniente. Hágame caso, por favor... usted, bajo ninguna circunstancia debe aparecerse por mí casa... Joel... son mis últimos veinte Galeones, por favor, le suplico que no me falle.

—No se preocupe, yo haré lo que usted ordene.

—Gracias, gracias. Si hace esto al pie de la letra, voy agradecerle de por vida. Estaré esperando noticias suyas... Hasta pronto...

—Hasta Pronto, madame.

Ella colgó, y se puso en la tarea de armar lo que enviaría. Sacó del cajón del escritorio su vale por veinte Galeones, lo besó, y lo metió en el sobre. Lo mantuvo un momento entre sus manos, contemplandolo como su boleto a la libertad y luego salió disparada hacia la parte más alta de la casa, para usar una de las nueve lechuzas que allí se apostaban.


Viernes, primero de febrero de 2008

Estaba más que ansiosa y Ron continuaba histérico. Estaba claro que no había podido lograr encontrar al falsificador...

Pero a pesar de tener que soportar los ataques de histeria y pánico de Ron. Hermione se sentía aliviada porque ninguno de los informantes de los que trabajan para su esposo habían registrado las jugadas que ella había hecho. Porque de lo contrario, ya hubiera recibido noticias funestas y una paliza por parte de Ron.

Pero los días de tolerar y tolerar estaban llegando a su fin...

Y ella misma le daría ese fin...

—¡Crookshanks, a comer!... —lo llamó desde la cocina, y su gato entró con la cola en forma de signo de interrogación.

Ella le sirvió el falso paté, hecho de hígado de ternera y luego se dispuso a prepararse su desayuno abundante y al estilo británico. Ya que si todo salía como ella esperaba, tendría un día muy largo y bastante ajetreado.

El lado bueno de tener a su esposo en un estado de desesperación e histeria, era que él andaba inapetente en más de un sentido y además se la pasaba más tiempo fuera de casa, buscando infructuosamente al "Diablo".

Y le venía de perlas que en ese momento él no estuviese en casa, porque pronto llegaría el correo...

Fue hasta la mesa de la cocina y se sirvió la comida en un plato playo enorme, regresó a la encimera y dejó la sartén en el fregadero, luego la limpiaría. Primero lo primero: desayunar...

Pero justo cuando iba a sentarse a la mesa, sonó el timbre, seguido de un grito:

—¡Correooo!

Ella salió corriendo, sin cerrarse la bata y perdiendo las pantuflas en la carrera hacia la puerta principal de la Mansión. Bruscamente abrió la puerta y el joven cartero clavó su mirada en el cuerpo de la castaña, que solo era cubierto por un corto camisón.

—¡Buenos días! —saludó ella.

—Sí, muy buenos... —respondió el joven cartero, con dos paquetes en las manos.

—¿Traes algo para mí?.

—¡Oh, sí! —respondió, volviendo en sí. —Traigo dos paquetes para la señora Hermione Weasley.

—Soy yo.

—Entonces, por favor, firme aquí.—le pidió, mientras le extendía un registro.

Muy apurada, le arrebató los papeles, se fue hasta el recibidor, dónde firmó y tomó de allí algo de cambio muggle.

—Toma, y trae. —dijo ella, entregándole el registro firmado, una propina y luego casi que le arrebató ambos paquetes.

El muchacho quiso entablar una conversación, pero ella le cerró la puerta en la cara...

Hermione estaba concentrada en lograr los dos objetivos que se había propuesto: uno era vengarse de su esposo, sin importar el precio que tuviese que pagar; y el otro, era decirle al "Diablo", te encontré, te admiro y te quiero por como eres. Después de lograr aquello, no le importaría pudrirse en Azkaban...

Volvió corriendo hacia la cocina y entró como un vendaval en la "oficina". Sacó un cúter y comenzó a abrir el paquete que le había enviado Joel.

Él le había cumplido...

Su varita, el resto del dinero y una nota de él, estaban dentro de la caja.

Ella se sentó, quebrada de la emoción y lloró sin poder contener tantos sentimientos que se agolpaban en su pecho...

Leyó la nota, era bastante formal:

Madame, cumplí a rajatabla lo que usted me indicó. Su varita costó siete Galeones; y el viaje dos. Le dejé dentro del sobre los once que sobraron.

Espero de corazón que reciba todo en perfecto orden y estado. No confío mucho en la eficiencia de esos Muggles del Correo, he visto como tratan con brutalidad las encomiendas, a pesar de que estas llevan el aviso de ser frágiles.

En fin, fue un placer servirle, madame. Sabe que puede solicitarme cuando lo precise.

La castaña destapó la caja rectangular y estilizada. Su varita estaba perfecta, ni una fisura, solo... ¡Perfecta!

La tomó y sintió esa energía recorrerla por todo su cuerpo, como la primera vez...

Salió de su oficina, apuntó con su varita al fregadero y puso a los platos y sartenes a lavarse con magia.

Desayunó y se fue directo a su habitación para disfrazarse.

Con su varita nueva aplicó un hechizo de amplificación de espacio en un pequeño bolso de mano y metió en él, varios objetos que necesitaba para comenzar su investigación.

Sacó un vestido negro, lo puso sobre la cama y le aplicó un hechizo de transfiguración, convirtiéndolo en una peluca negra de cabellos lacios y sintéticos.

Se vistió con ropa deportiva, como si fuese a salir para hacer footing, luego se maquilló hasta desconocerse...

—Esto sería más fácil si tuviera poción multijugos... —se quejó, mientras se delineaba los ojos, Frente al espejo del tocador —Veré si puedo conseguir un poco... Aunque... Tengo que administrar bien mí escaso dinero...

Cuando terminó de "revocarse" el rostro con maquillaje, se colocó la peluca negra...

La falsa morena se acercó a la ventana para mirar a los magos que la vigilaban. Todo parecía estar en orden.

Cerró las cortinas y se alejó de las ventanas.

No podía salir de casa porque su vigilancia lo sabría, tampoco podía usar red flú para salir, pero sí podía desaparecer ahora que tenía su varita. Y nadie lo notaría...

Tomó su bolso preparado y despareció de casa...

La falsa morena, vestida con indumentaria deportiva se adentró en un suburbio de mala muerte. Incluso como iba vestida parecía una dama distinguida en aquel lugar tan mugroso y lúgubre...

Al pasar por un callejón, unos magos andrajosos le silbaron y le dedicaron "piropos".

En su interior Hermione rogaba porque esa travesía valiese la pena ...

Caminó con lentitud, simulando tener calma, porque en realidad se sentía muy nerviosa.

Ella divisó un puesto callejero de venta de tartas hechas de carne, de vaya saber que animal... De algún tipo de ser vivo seguro eran...

—Hola... —saludó Hermione.

La mujer del puesto le sonrió, mostrando sus dientes anaranjados por el sarro.

—Hola, tú no eres de por aquí...—respondió la mujer, examinándola de pie a cabeza.

—Acabo de mudarme... Estoy buscando a una amiga. Ella se llama Rita Skeeter. ¿Usted sabe dónde se encuentra su casa?

—¿La loca Skeeter es tu amiga? —la bruja soltó una risa aterradora —No me creo que tenga una amiga en la vida, esa no se aguanta ni a si misma... —después de carcajearse de manera siniestra, le respondió: —vive dos calles más abajo, en la casa de madera podrida y mohosa, o por lo menos vivía hasta la semana pasada...

—Ok... —respondió Hermione, y sacó de entre sus pechos un puñado de sickles. —Toma, gracias por la orientación.

—¡Hala!... —exclamó la bruja.—Gracias, linda...

Hermione continuó con su camino, y cada vez que se adentraba un poco más en ese vecindario, más lúgubre era el panorama...

Llegó hasta la casa que la bruja de las tartas le había descripto y se encontró con un ambiente desalentador:

Dos medimagos de San Mungo salían de la desvencijada casa, detrás de una camilla que levitaba, llevando un cuerpo cubierto con una sábana celeste.

Hermione se quedó mirando toda la escena, al igual que aquellos que habían sido vecinos de la difunta Skeeter...

—No puede ser... No puedo tener esta mala suerte, Merlín...—susurró al aire.

Hermione se acercó a un ex vecino de la periodista y le habló:

—Disculpe, ¿Usted podría decirme?...—el tipo la comía con la mirada, incomodándola—Aam,... ¿Quién vivió en esa casa?...

—Rita Skeeter, bonita.

—¿Sabe de qué murió?...

—Ni idea, los medimagos forenses se la están llevando para realizarle la autopsia. Acabamos de descubrir que la palmó, normalmente el aire de aquí huele a culo, pero el fiambre de Skeeter ya comenzaba a heder de más.

Después de escucharlo, la castaña volvió sobre sus pasos, caminando cabizbaja...

El clima acompañó su ánimo. El cielo se encapotó en nubes plomizas y los truenos reververaron con fiereza.

Con pasos arrastrados llegó hasta el puesto de tartas. Encontró a la bruja de dientes anaranjados, bebiendo té en una taza de latón oxidado.

—¿La encontraste? —preguntó la bruja.

—Sí —respondió Hermione con desánimo. —. La encontré, estaba saliendo de su casa, con los pies para adelante...

—Ujujú... La palmó, ¿No?...

—Sí...

—Sí, ya lo olía.

—Sus vecinos también... —agregó la castaña.

—¿Estás triste por lo de tu amiga? Y yo que creía que Skeeter no tenía ni un poltergeist que la llorara... Te invito un poco de té y una rebanada de una de mis tartas, ¡ven, siéntate!

La bruja hizo levitar un cajón de madera que estaba tirado en una esquina y lo puso delante de la mesa de su puesto, como si este fuese una barra de bar.

—¡Venga, no te hagas la tímida!... Toma asiento.

La falsa morena se sentó a la improvisada barra y dejó su bolsito de mano sobre la mesa.

La bruja aprovechó para mirarla mejor, mientras le servía una rebanada de tarta y un té en una taza de porcelana descascarada.

—Es la taza más presentable que tengo.

—Gracias...

Hermione miró la porción de tarta y tragó saliva, luego levantó su vista para mirar a la bruja que continuaba preparando un sofrito.

—No era mí amiga...—confesó Hermione. —Solo necesitaba hablar con ella.

—¿Eran colegas?

—No... Solo soy una bruja que desea divorciarse.

La bruja de dientes anaranjados, frunció el entrecejo y la miró con extrañeza.

—¿Y Skeeter qué tenía que ver con eso?...

—Ella era una mujer entrometida y supuse que tendría pistas sobre... "El Diablo".

La bruja levantó ambas cejas y con recelo, le preguntó:

—¿Cuál es su nombre?...

—Herminia. ¿Y el suyo?...—preguntó la castaña.

—Treepeeh —respondió con sinceridad la bruja.

—Mucho gusto, Treepeeh.

—Igualmente... Mira, Herminia, lo que puedo decirte sobre Skeeter es que hace tiempo dejó de ser la periodista que era. Hace cuatro años, un famoso jugador de Quidditch (no diré cuál o mí cabeza rodará) se encargó de destrozar su carrera profesional y de desprestigiarla. Ella tenía información muy comprometedora sobre él, pero dentro de lo que cabe... Skeeter la sacó barata, su cabeza pudo haber rodado como la de algunos de sus colegas que no aceptaron el soborno del jugadorcito estrella.

Hermione bebió un poco de té, aunque fue un sorbo minúsculo.

—¿Por qué no comes?...

Hermione se puso incómoda y respondió no muy convencida:

—Es que... Desayuné demasiado, sí.

—No sabes de lo que te pierdes...—dijo Treepeeh, ofendida.

Hermione tragó saliva y pensó que tal vez le convenía quedar bien con la bruja. Se notaba que no era una ignorante del bajo mundo. Entonces le dio una mordida a su tarta de carne extraña, estaba bien condimentada y algo picante.

—Está... —Hermione levantó su pulgar. —espectacular...

—¡Lo ves! Ah, Así que te quieres divorciar y tu esposo no te quiere dejar escapar...

—Sí, él... Me golpea.

Treepeeh la miró escéptica y le preguntó:

—¿Tú eres una bruja, no?...

—Sí, pero estuve muchos años sin varita y recién hoy, pude recuperarla. Él me extorsionó por años y me quitó a dos personas que amé, que aún amo... Necesito encontrar al "Diablo"; antes de que mí esposo lo haga.

Treepeeh parecía pensárselo, y al ver ese dolor en los ojos de la falsa morena, decidió cooperar:

—Acabas de decir una palabra clave para encontrarlo...

Hermione se tomó un momento para pensar, mientras masticaba.

—¿Necesidad?...

—El Diablo solo aparece cuando hay necesidad. —respondió Treepeeh —Los detalles solo son visibles para los asfixiados, los desvalidos...

—Pero... Mí esposo está asfixiado y no logra dar con él, y yo lo busco con ahínco y tampoco estoy logrando encontrarlo —explicó Hermione —, aunque, siento que estoy cerca de él.

—Su esposo no es una víctima por eso no logra ver las pistas y usted, ¿Realmente es una mujer desvalida? ¿Cuánta necesidad tiene de encontrarlo?...

Hermione se quedó pensando en esas preguntas y decidió que ya era momento de volver.

—Treepeeh, gracias por la cortesía. Y por la información también. ¿Cuánto es lo de la tarta? —preguntó, mientras se levantaba de la silla y tomaba su bolsito de mano.

—No es nada, fue cortesía de la casa. Que tenga buena suerte con lo de su divorcio.

Hermione asintió y se desapareció de ese bajo mundo...


Dos días después...

El funeral de Rita Skeeter se llevó a cabo en aquel inframundo habitado por magos y brujas desempleados y con vidas destrozadas.

Un auto oscuro de vidrios polarizados, avanzaba por las angostas callejuelas de ese suburbio y se estacionó frente al puesto de tartas de Treepeeh. De la parte posterior del auto oscuro, se bajó un adolescente ciego, de facciones delicadas y bellas.

—¿Cómo estás, Treepeeh? ¿Qué tienes para mí?...

—Hola, Diablillo... No mucho: Skeeter la palmó hace poco más de una semana, los "fiambreros" dijeron que por intoxicación alcohólica. El Rey está metido en deudas gordas, creo que sus acreedores le embargarán hasta la esposa...

—Sí, yo me quedaré con ese tesoro —le interrumpió Remus.

Treepeeh soltó su risa de bruja siniestra y le dió en las manos una porción de tarta envuelta en una servilleta de papel.

—Gracias, Treepeeh. Eres tan amorosa como una buena madre.—le halagó el disfrazado licántropo

Pansy Parkinson, Millicent Bulstrode y Phillip Feathers, miraban desde el interior del vehículo en el que habían llegado.

—Por Merlín, Lupin, dime que no te comerás eso... —decía Pansy, aunque Remus no la escuchaba.

En tanto Feathers tenía la cara verde por la aprensión y Bulstrode, masticando goma de mascar, dijo:

—Lupin es capaz de comer hasta cemento...

Y efectivamente, Remus le dio un mordisco a la porción de tarta de carne de dudosa procedencia...

—Oh, Lupin, eres un... —dijo Pansy con el estómago revuelto y apartando la vista de la escena.

—Voy a vomitar... —soltó Feathers con la cara verde.

—¡Ni de broma! ¡Te aguantas!

—Pero tengo que vomitar, Pansy...

—Te lo tragas, Feathers. Pero en este auto no vomitas, ¡¿Me oyes?!

La discusión continuaba en el interior del auto, mientras que Treepeeh terminó de darle información a su leal benefactor:

—Una joven prostituta vino a buscar a Rita para preguntarle por ti, justo el día en que se la llevaron a "la fiambrería".

—¿Una prostituta?... —preguntó Remus, masticando con detenimiento —¿Cómo era ella?...

—Linda, muy linda. Tenía el cabello lacio y negro, pero con un brillo que no era natural y vestía con ropa extraña...

—Define extraña, Treepeeh.

—Bueno, traía unos pantalones muy ajustados de color rojo con transparencias en los muslos que no dejaban mucho a la imaginación, una campera negra con capucha y debajo solo traía el sostén.

—¿Su rostro cómo era?...

—No lo sé, traía la cara dibujada.

Remus soltó unas risas y le corrigió:

—Querrás decir maquillada.

—Sí, eso creo que es. Ella tenía mucha pintura en la cara.

—¿De qué color eran sus ojos y cejas?.

—Sus ojos eran como el chocolate y sus cejas de un castaño más oscuro que el tuyo.

El corazón del licántropo comenzó a latir como un loco. En su interior, Moony aulló al imaginarsela con la ropa que Treepeeh había descripto. Era la Leona, estaba seguro...

—¿Te dio algún nombre, una razón, o algo más?...

—Sí, me dijo que se llama Herminia, que necesita encontrarte antes que su esposo, que él la golpea y además, la extorsiona. Me contó que vivió mucho tiempo sin varita y que desea divorciarse.

—Herminia...—pronunció el licántropo, con el corazón acelerado.

—Le di pautas para encontrarte, ¿Hice bien?...

—Hiciste muy bien, Treepeeh. Hiciste mejor que bien, vieja amiga.

Remus sacó del bolsillo del pantalón una bolsita de Galeones y se los entregó.

—Solo antes de irme, quiero saber: ¿Cómo era su mirada? —le pidió Remus, antes de subirse al auto en el que había llegado —¿Era intensa?

—¡Sí! De las más intensas y tristes que he visto. Una tristeza poco habitual en una mujer tan joven, supongo que porque perdió a dos seres amados por culpa de su esposo. Es lo que ella me dijo...

Remus asintió con la cabeza, como si estuviese ausente y después de eso se despidió de ella:

—Hasta la próxima semana, Treepeeh. Cuídate mucho.

El licántropo abordó el asiento trasero del auto y tras cerrar la puerta, este se puso en marcha...

—¡¿Qué vamos a hacer?! ¡Ella está detrás nuestro! —soltó con terror Phill Feathers.

—Cálmate, Phill —le pidió Remus, mientras se cruzaba de piernas y sacaba un cigarrillo del bolsillo de su camisa.

Pansy, quién conducía el auto, le dijo molesta:

—Lupin, estamos hasta las bolas, si tú Leona nos está investigando...

—Mmm...—fue lo único que respondió él, mientras comenzaba a fumar y pensaba.

—¿Y ahora qué harás? —le preguntó Bulstrode.

—Por lo pronto —comenzó respondiendo Remus —, llegaré a casa y me masturbaré en mí baño, unas apenas, catorce docenas de veces.

—¡Lupin! —le regañó Pansy —¡Esto va en serio!

—Yo también voy en serio, Parkinson —respondió él.— imaginarme a la Leona vestida así, me ha dejado con la "vara bien alta"...

Pansy quería hechizarlo, Feathers estaba que se defecaba encima del miedo y Bulstrode solo se reía al ver que Remus no mentía en eso de que tenía "la vara alta".

—Tranquilos, estén tranquilos. —les dijo a su equipo. —La ayudaremos a encontrarme y con mucho gusto me desharé de su esposo... A ese hijo de la gran puta le haré lamentarse el haber nacido...

El rostro de Remus se tornó como el de un asesino en serie y eso alertó a su equipo...

—¡¿Te has vuelto loco, Lupin?! —gritó Pansy —¿Y si es una trampa?

—No es una trampa, ella me está buscando por su cuenta y está sola en esto.

—Entonces, ¿Termino de hacer lo que me pediste? —preguntó Bulstrode.

—Cuanto antes —respondió el líder de ese equipo de falsificadores.