—Quiero que hablemos sobre la señora Weasley... —dijo Edward Bellingham
—¿Sobre Molly?
—No, Remus Sobre Hermione Weasley.
—¿Qué pasa con mi Leona? —preguntó Remus sin poder contenerse.
Richard y Edward intercambiaron unas miradas que a Pansy no le gustó detectar...
—No daré demasiados rodeos, Remus: me he enterado de que la señora Weasley y su esposo están tras tu rastro. Por lo que sé, el señor Weasley te busca por tus servicios; pero la señora Hermione Weasley es la que me inquieta: ¿por qué razón te busca ella, Remus?
El licántropo se sentó un poco más erguido en su asiento, sacó un nuevo cigarrillo, lo encendió y comenzó a fumarlo con tranquilidad...
—Ella me busca por la misma razón que su esposo, señor, porque requiere de mis servicios como "artista".
—¿Qué tipo de relación hay entre ustedes dos? —preguntó Richard sin rodeos.
Remus enarcó sus cejas, fingiendo sentirse sorprendido por la pregunta, mientras sostenía su cigarrillo humeando entre los dedos.
—Hermione fue su alumna en tercer año de Hogwarts, como también lo fuí yo —respondió Pansy —Ella siempre fué una estudiante brillante, y era su mejor alumna, por eso es que Lupin le tiene tanto... respeto y cariño.
—¿Acaso se lo pregunté a usted, señora Snape? —dijo Richard con una mirada agresiva —Esta conversación es entre su maestro y yo, usted no interfiera.
—Lo que dijo Pansy, Richard —habló Remus con voz autoritaria —, no es más que la verdad. Hermione fue mi alumna durante el período de 1992 al '93, en el que ejercí como profesor de D.C.A.O. Era una alumna brillante, desde pequeña me mostró que posee una mente afilada y un carácter fuerte.
Lunático se removió en su interior y aulló, porque ese carácter era uno de los rasgos de Hermione que siempre enloqueció a su lobo.
—Fue mi mejor alumna y mi preferida, si tengo que admitirlo —acotó Remus.
—Pues a mí me parece que para ti, Lupin, ella es algo más que solo una alumna predilecta —soltó con sarcasmo Richard —¿O es que a todas tus ex alumnas las proclamas tuyas? Hace un momento acabaste de decir que es "TU Leona". A mí me parece que ese es el tipo de apodo cariñoso que un hombre le da a su mujer de miel (amante).
—No es mi amante —se apresuró a negar Remus para cuidar la reputación de Hermione.
—Lupin suele ponerle apodos cariñosos a las personas que aprecia, Richard —contraatacó Pansy —. Por ejemplo, a mí suele llamarme Princesa de las Serpientes o simplemente Princesa; a ella la llama "mi Leona", a Longbottom le dice "Caballero sin armadura"; y a ti, Richard, te llama "Síndrome de la Gata Flora"...
Richard Bellingham miró al licántropo sintiéndose terriblemente ofendido; mientras que Edward ocultaba su risa, pues sabía de sobra lo molesto y quejumbroso que su hermano Ritchie podía llegar a ser, y para cambiar el tema de los apodos, le dijo a su empleado:
—Remus, no quiero que pienses que somos unos chismosos. El propósito de este interrogatorio no es entrometernos en tu vida privada, sino conocer tu estado ánimo y de salud; dos cosas que están muy ligadas a tu desempeño laboral. Sé por mis largos años de experiencia que es inevitable que las cuestiones personales afecten los demás ámbitos de nuestra vida y me preocupa, que estés dejándote llevar mucho por tus emociones; y no por tu infalible sagacidad.
—Señor Bellingham, puede usted estar tranquilo, porque siempre he primado, y voy a primar mi ingenio por encima de mis sentimientos y emociones —garantizó Remus de manera descarada.
Pansy se contuvo de lanzar una carcajada por lo que él acababa de decir. La morena estaba segura que Remus no se creía eso ni a sí mismo...
—Me alegra oírte decir eso, Remus, porque los sentimientos son bastante traicioneros. No olvides eso —advirtió el señor Bellingham —. Regresando al tema de la señora Weasley, no es ningún secreto que ella es una amiga leal y muy cercana al señor Potter, quien recientemente fue ascendido a Jefe de Aurores, y es allí donde se encuentra mi inquietud: ¿existe la posibilidad de que ella esté tratando de localizarte para ayudarle a su amigo a atraparte?
Remus no tuvo más remedio que responder casi toda la verdad:
—Cuando la Leona comenzó a rastrearme, Pansy sugirió lo mismo que usted: que ella podría estar colaborándole al nuevo jefe de Aurores para darme captura. pero ya sabemos que no es así. Y para demostrarle que no he perdido objetividad, Edward, le voy a detallar cuál es la situación de ese matrimonio: El caso de la Leona, es lo que nosotros llamamos "Amor por contrato y clausula", hace cuatro años Hermione tramitó en el Ministerio la petición de divorcio, pero Weasley se niega a dar su consentimiento. Él no le dará el divorcio por voluntad propia, eso él lo dejó claro.
—Ya veo, es un caso típico, ¿no es así? —observó su jefe.
—Sí, de los más comunes, de hecho —asintió Remus —. Pero las cosas no terminan ahí, Edward, son un poco más turbias e intrincadas que eso: al parecer, en un principio Weasley solo la manipulaba, pero cuando vio que sus subterfugios ya no le surtían efecto, la desarmó; aprovechó que estaba desvalida para quitarle toda posibilidad de defenderse, y no conforme con eso, asesinó a su padre para demostrarle que era capaz de todo si se atreve a rebelarse contra él. Desde hace años abusa de ella, y además la extorsiona con la vida de su madre para impedir que pida auxilio...
Remus sintió una punzada de dolor en su corazón. Se había quedado en silencio, mientras sus jefes esperaban que él continuara con el informe...
Pansy al ver que su maestro no se recuperaba, tomó la posta:
—Obviamente Hermione está buscando su libertad, señor Bellingham, y no tiene el más mínimo interés en capturarlo. Pero por otro lado, tengo fuertes razones para pensar que ella sí desea vengar la muerte de su padre sin importar el método, y las consecuencias.
—No, ella nunca haría algo así —dijo Remus, sintiendo que le estrujaban el corazón de solo pensar que su castaña pudiese terminar de manera trágica. Algo que no pasó inadvertido por la morena.
—¿Y qué te hace creer que no es capaz de hacerlo? —preguntó Richard, sugiriendo que Hermione sí podría llegar a cometer una atrocidad —Con todo lo que "El Rey" le hizo, yo diría que Pansy está siendo realista en su conjetura; y no aferrándose a una imagen idealizada, como la que tú conservas de tu alumnita...
—No es que Lupin conserve una imagen idealista de Granger —se irguió Pansy para escudar el corazón de su mentor —. Pero a lo que él se refiere, es a que Hermione siempre fue una persona lógica y amiga de la ecuanimidad. Alguien como ella, seguramente buscará la manera más apropiada de hacer justicia, en vez de cometer la insensatez que yo insinué.
Richard Bellingham comenzó a reírse de manera sutil, pero paulatinamente su risa suave se convirtió en una carcajada burlona.
—Es usted increíble, señora Snape... —dijo Richard —Es capaz de contradecirse a sí misma, solo para cubrirle el trasero a Lupin.
—¡Yo no...! —comenzó chillando ella, pero Edward la interrumpió diciendo:
—¡Es suficiente! Richard, Pansy, me gustaría que Remus terminara de dar informe del caso. Me interesa escucharlo a él. Así que por favor, ¡guarden silencio, los dos!
El pelirrojo y la morena intercambiaron miradas de antipatía, pero ninguno de los dos volvió a abrir la boca...
—Prosigue con los detalles, por favor —le pidió Edward a Remus.
—Hace muy poco me enteré de cuáles son los motivos por los que Ronald me está buscando: este individuo... —soltó Remus con mucho desprecio —, tiene una serie de deudas y préstamos impagos que lo están asfixiando, y lo que quiere es que yo dibuje algunas firmas para darle el "aire" que necesita. Todo lo que él gana lo utiliza para sobornar a la prensa y así evitar que divulguen sus mugrosidades, también despilfarra el dinero organizando orgías, en damas de una noche muy atractivas y muy caras también, pero lo que más le sale caro es su severa adicción al Felix Felicis. Por supuesto, se le complicaría demasiado la vida si el Departamento de Deportes del Ministerio se enterase de esta adicción, y es por eso que Ronald tuvo la "brillante idea" de contratar un grupo de tres pocionistas privados, a los que no solo debe pagar para que preparen dicha poción; sino que además, para que guarden el secreto celosamente. Ronald Weasley tiene tiempo hasta el 29 de este mes de febrero para pagarle a los prestamistas, acreedores y garantes, si no lo hace, le embargarán varias de sus propiedades entre las cuales está su mansión por ejemplo; pero a su vez, si salda esas deudas, no podrá pagarles a sus pocionistas, los cuales también lo están presionando para que salde los cuatro meses de sueldo, que él les debe desde el año pasado.
—Vaya caso el de esos dos... —dijo Edward impresionado —Sería una estupidez de mi parte preguntar de qué lado estás, porque eso está cantado; la pregunta ahora es ¿Hermione tiene cómo pagar los honorarios de ustedes?
—Generalmente, en casos como estos solemos cobrarnos el trabajo del bolsillo del victimario; no de la víctima, Edward —respondió Remus de manera evasiva.
—Sí, eso lo sé, Remus. Pero teniendo en cuenta que el señor Weasley no ha sabido administrar bien sus ganancias, al punto que no puede saldar sus deudas y pagar el sueldo de sus empleados al mismo tiempo, no hay que ser demasiado brillantes para deducir que sus cuentas bancarias están en rojo. Entonces, en este caso, el pago por tus servicios y el de tu equipo recaería sobre la víctima, o sea Hermione. Es por eso que insisto en mi pregunta ¿ella podrá pagarles?
—No lo sé... —respondió Remus con honestidad.
—Si en caso ella no pudiese pagar, mi sugerencia es que no pierdan tiempo en ese trabajo; hay casos mejores que ese, en el sentido de que se puede hacer más usufructo y además, puestas como están las cosas en ese matrimonio, es cuestión de tiempo para que todo colapse —dijo Edward de manera calculadora.
—Ella no tendrá que pagar, Edward; yo pagaré por ella —replicó Remus —. Pagaré la mano de obra de mi equipo, y sin son necesarias las horas extras, también me haré cargo de ello, me encargaré del diseño de implementos y por supuesto de mi parte de las labores "artísticas". Pero no voy a renunciar a este trabajo. Le dí mi palabra a Hermione de que la ayudaría, y le cumpliré.
—Bueno, no me siento sorprendido de escucharte hablar así —dijo Edward —. Después de todo, sigues siendo un Gryffindor que a pesar de los pesares, conserva su caballerosidad... No te diré cómo hacer tu trabajo, Remus, porque en ese sentido confío plenamente en ti. Pero lo que sí te pediré es que no pierdas la cabeza; eso es todo. Luego si tú quieres hacerte cargo de la mayor parte del trabajo, estás en tu derecho, por mi parte no habrá quejas mientras no descuides los demás casos.
Remus asintió con la cabeza. Después de un breve silencio, Edward Bellingham los liberó del interrogatorio diciéndoles:
—Eso era todo lo que me interesaba saber. Si ustedes tienen alguna queja o petición que hacerme, háganlo ahora; pero si no tienen más nada que decirme, pueden retirarse. Están libres.
—Le agradecemos tanto la invitación, señor Bellingham. —dijo Pansy, mientras se ponía de pie y le ayudaba a Remus a hacer lo mismo —Lupin y yo ya nos retiramos. Que tenga usted buena tarde, señor.
—Igualmente, a los dos —correspondió su jefe con cortesía.
—Yo sí tengo una petición que hacer... —dijo Remus de manera brusca, antes de salir del salón privado.
—Dime cuál es... —pidió curioso Edward.
—¿Puede conseguirnos reservas en este restaurante por todo un año? Para los cuatro... si no es mucho pedir...
Edward Bellingham soltó una carcajada muy genuina y natural, luego respondió:
—Debí imaginar que me pedirías algo así. De acuerdo, dalo por hecho.
—Muy agradecido con usted, Edward —respondió Remus, antes de que Pansy se lo llevara de allí casi arrastrándolo...
Después de dar una lerda caminata por las calles de Krakenwell, Remus y Pansy regresaron a la fábrica, y cada quién retomó sus labores. Pero por supuesto, la morena no podía irse a su laboratorio sin antes regañarlo...
—¡Cómo se te ocurre contestarle a nuestro jefe con tu bocota de marinero libidinoso!
—Es la única boca que tengo, Pansy... —se defendió él, mientras tomaba asiento detrás de su escritorio —¿cómo iba a hablarle si no?...
—¡Como lo que eres, como un señorito inglés! Así es como debes dirigirte a nuestro jefe. "Masturbado" ¡¿cómo te atreviste?! —rugía la morena, al recordarlo. —Aún no puedo creer que lo hayas dicho...
—Pansy, hija, no soy un señorito inglés. Soy inglés, pero no tengo esos modales ni me interesa tenerlos... —dijo, mientras retomaba un trabajo que había dejado a la mitad.
—"Viniendo eso de un hombre que se masturba en el baño de un restaurante, jamás me hubiese imaginado que no le interesan los buenos modales y el protocolo" —ironizó ella.
—Pero... si fuiste tú la que me alentó a hacerlo —replicó él, mientras mojaba su pluma en el tintero para luego continuar falsificando una firma.
¡Porque no te quedabas quieto en la silla y encima te toqueteabas las partes! y temía que en cualquier momento largaras un aullido o mordieras a alguien, ¡o yo que sé!
—Pero no hice nada de eso; y gracias a tu sugerencia, me encuentro muy sosegado —respondió él en tono divertido...
—Espero que no hayas estado gruñendo en el baño, mientras tramitabas tu "descongestión testicular".
—Fui discreto, no dejé evidencia... Solo salpiqué un poco las paredes de blanco —dijo Remus, dando unas últimas pinceladas a uno de los trabajos.
—Ay, Merlín... —soltó Pansy, tomándose la cabeza con ambas manos —¡Deberían nombrarme santa por todo lo que me haces sufrir!
—Oh, mi santa Pansy ¿podría usted marcar el número de mi Leona? La extraño.
La morena resopló por la naríz, pero acabó por cumplir la petición de él...
Resultaba extraño para Hermione esperar una llamada que no fuera de su madre, pero eso hacía, esperaba que él la llamara. Estaba sola en la jaula de oro. Su esposo no había regresado de su búsqueda, pero le había dejado vigilancia fuera de casa. Ron no sospechaba ni un ápice que ella ya poseía una varita y vengativos planes que tejía en su mente.
Aunque... su mente no estaba del todo clara: después de la noche anterior, Hermione se sentía desolada. Se sentía así porque él no la había llamado aún como se lo había prometido. Desde que había despertado no había hecho otra cosa más que suspirar por él y esperar ansiosa el poder escuchar otra vez su voz ronca.
Pero ¿Por qué demoraba? ¿por qué no la llamaba de inmediato? se preguntaba Hermione al impacientarse con el paso de las horas. Había llegado a imaginar una infinidad de cosas, todas ellas desalentadoras o negativas, como por ejemplo: que él no la llamaba porque al haber conseguido lo que quería ya había perdido interés en ella, o tal vez lo habían atrapado (aunque luego descartó eso, porque de ser, así todos los periódicos y revistas ya lo hubiesen anunciado); o quizá era un hombre casado... ese último pensamiento la hundía en una tristeza absurda. No tenía sentido ponerse así, se decía a sí misma. Ella también era una mujer infelizmente casada, pero casada al fin; y según como ella lo veía, no tenía sentido el ponerse celosa de alguien a quien no recordaba. Pero estaba segura de que sí lo conocía. "El Diablo" como lo llamaba la comunidad de magos y brujas, era una persona familiar para ella. Lo había confirmado en el momento en el que los vestigios de sus besos y caricias le habían dejado una calidez que su piel reconocía. Cuando despertó por la mañana, lo buscó en la cama, pero por supuesto... él no estaba allí... Ese fue el primer golpe de soledad que Hermione sintió en esa mañana de sábado.
Cuando Ron le reclamó el que se quedara dormida (cuando Hermione nunca lo hacía) fue el segundo golpe, afortunadamente ese mal trago pasó rápido, pues su esposo debía salir para continuar con su inútil búsqueda. Los demás golpes de soledad vinieron con cada minuto, con cada hora que pasaba y que el teléfono no sonaba. Su desolación llegó a tal grado, que estuvo a punto de salir de casa para ir a buscar a Remus Lupin, arrojarse a sus brazos y rogarle que la abrazara. No sabía porqué, pero era lo que deseaba hacer. Por supuesto no hizo eso al darse cuenta que solo estaba pensando en locuras y alejándose cada vez más de sus objetivos.
Entonces, Hermione decidió que en cuanto Ron regresara a casa, pondría punto final a su infierno sin importar más nada. Se quedó sentada a la mesa de la cocina, esperando pacientemente, como una leona espera el momento preciso para poder atacar a su presa. Sus únicas compañías eran una taza de té y su varita en mano, lista para lanzar crucios y un Avada en cuanto la ocasión se presentara...
Fue entonces que el teléfono sonó:
Eran las tres de la tarde con cuarenta minutos, y el timbre del teléfono quebró el silencio de la mansión con la fuerza de un trueno, o al menos eso le pareció a ella. La había tomado por sorpresa, porque ya no lo esperaba y porque además, el ruido la había hecho saltar de su asiento.
"Ahora llamas... ahora que ya tomé una decisión", pensó ella, mientras miraba hacia su "oficina". Se levantó de la silla y fue a tomar su llamado, tal vez, lo más indicado era despedirse de él...
—Hola —respondió Hermione, sin poder ocultar su tristeza.
—Eres el placer de mis noches, y la agonía de mis días —dijo Remus con su voz animal mucho más acentuada que antes -Te extraño tanto...
—Que mentiroso eres —respondió ella con voz quebrada —. Mentiroso... facineroso.
—Mi cielo, ¿estás llorando? ¿por qué? ¿qué he hecho mal? —preguntó angustiado.
—Nada
—¿Él te hizo algo?
—No —respondió ella, secándose las lágrimas y cobrando coraje —. ¡Tú me lo hiciste!
Remus sintió que esas palabras le apuñalaban el corazón. Era increíble como la misma mujer podía llevarlo al cielo y con tan pocas palabras sumirlo en una profunda agonía.
—Dime qué hice mal, y lo arreglaré, cielo.
—Me prometiste que me llamarías a la misma hora de siempre. ¡Estuve esperándote por horas!... Pensé que te había sucedido algo, o que ya no querías hablar conmigo. ¡¿Por qué?! ¡¿por qué demoraste tanto?!
Pansy escuchaba la conversación y sofocaba su risa, sentía que estaba presenciando los cómicos reclamos de una mujer a su marido, o tal vez la escena extra sensiblera de una telenovela...
—Lo siento... por favor, no te enfades conmigo, por favor —le pedía angustiado Remus.
En todos los años que llevaba trabajando con el licántropo, Pansy nunca había visto que él se mostrara sumiso con alguien ni siquiera con su esposa...
—Perdóname —decía Remus, al escucharla sollozar —No llores, dulzura de mi vida. Te explicaré lo que sucedió: esta mañana me dormí y llegué tarde a trabajar, luego asistí a una reunión que no podía evadir, pero en cuanto tuve tiempo te llamé... Y puedes creerme, no he hecho otra cosa más que pensar en ti desde que me levanté de la cama. No te miento, te extraño y te necesito.
Hermione se sentó frente a su pequeño escritorio, mirando por la ventana el plomizo cielo de invierno. Sus palabras y su voz ronca la habían desarmado por completo; y ahora que estaba más tranquila, caía en cuenta de que se había comportado como una chiquilla celosa y egoísta. Entonces, cubrió su rostro con una mano, bastante avergonzada...
El silencio que la castaña hizo fue tan profundo y aplastante como un alud. Preocupado por ella, Remus preguntó:
—¿Sigues ahí, Mione?
—Sí... —respondió ella con voz más calmada —Perdóname. No sé que me sucede... No tengo derecho a reclamarte nada, y mucho menos de la manera en que lo hice.
El licántropo sonrió de lado; y Pansy reconoció esa sonrisa... Era la sonrisa triunfadora que Remus sacaba a relucir en secreto cuando descubría algo que lo beneficiaba o que de algún modo, podría servirle de provecho...
—Tranquila, me encanta escucharte rugirme y que me claves tus garras, pero por favor, no vuelvas a darme un susto de muerte como el de hace un momento. ¿O acaso así has decidido castigarme por ser un mal amante?
—¿De qué hablas? Yo no te he castigado —replicó Hermione con la voz suavizada.
—Me has castigado, sí —le contradijo él con voz cariñosa —. Me has castigado con tus sollozos y tus lágrimas, y me castigas cuando me haces sentir que en cualquier momento te irás de mí; como te fuiste de mis recuerdos esta mañana...
Hermione se sonrojó, pensando en lo hábil que él era para engatusarla y acariciarle el alma solo con sus palabras...
—Debo confesar que... no he sido del todo honesta contigo, ¿sabes?
—Bueno... —dijo Remus con divertido —Estás cien veces perdonada, yo tampoco soy muy honesto que digamos...
Ella sonrió, y él la escuchó...
—Así te quiero... —le dijo Remus —sonriente, celosa y tramposa.
Él soltó una carcajada lobuna y socarrona que la hizo sonrojar de pies a cabeza.
—¡Yo no estoy celosa de ti! —rugió ella, como si eso pudiera ocultarlo.
—Pero no niegas ser una tramposa... —dijo Remus aún más pícaro.
—Planifiqué hacer trampa, lo admito, pero no lo hice. Aunque ahora me arrepiento y pienso que debo ser una sucia inescrupulosa contigo, y no sentir culpa por ello.
Remus no se molestó con ella, al contrario, el licántropo se sentía particularmente divertido y cómodo con ese carácter combativo que ahora Hermione le mostraba.
—¿Y puedo saber qué sucia treta tenía planeada para mí, mi tramposa posesiva? —dijo para provocarla más.
Y la castaña no pudo evitar caer en el juego del Diablo...
—Planeaba aprovechar esos escasos segundos en los que te recordaba para escribir tu nombre en mi cuaderno. Pero por alguna razón no lo hice, tontamente dejé que los segundos pasaran.
—Mi anonimato ha sido salvado por tu bondad —dijo Remus, deseando acariciar el rostro de su leona.
—Si tú quieres verlo de ese modo... —respondió ella.
—Te conozco, sé que eres una buena mujer.
—Y ahora sé con certeza —dijo Hermione —, que yo también te conozco a ti.
—¿Ves? No te he mentido, te dije que me reconocerías en cuanto me vieses.
—Dejaste tu calor en mí —le dijo Hermione con voz dulce.
Remus exhaló un suspiro y dejó caer su espalda pesadamente contra el respaldo de la silla que ocupaba.
—Ay, cariño... —jadeó él —Eso sí es jugar sucio.
La castaña rio con discreción y volvió a seducirlo:
—Es la verdad. Dejaste tu calor en mi piel y en cada rincón de mi cuerpo. Cuando desperté esta mañana, te busqué en mi cama y tú no estabas... deseaba tanto refugiarme en tus brazos. No sabes cuanta falta me hiciste.
Remus había quedado al borde de un orgasmo al escucharla hablarle así...
—Sé que estás jugando conmigo y sin embargo, no puedo dejar de caer en tu trampa.
—No. Tú eres el que juega conmigo. Me tuviste esperando horas, cuando yo más sufría la necesidad de escucharte. Me sentí tan sola... me llevaste a desear el buscar consuelo en los brazos de Remus.
Pansy se tensó en su asiento y su astuta mente comenzó a conectar los últimos acontecimientos que había presenciado.
Mientras que Remus comenzaba a sentir algo parecido a la felicidad...
—Me destrozas, mi cielo —mintió el sinvergüenza —. Prefieres encontrarte con ese bastardo de Lupin antes que conmigo. No lo acepto. No puedo vivir con eso.
—Tendrás que aceptarlo. Él estaba en mi vida mucho antes que tú, y me salvó de morir a manos de un mortífago en la Batalla de Hogwarts. Que tú y yo nos hayamos encontrado en sueños no modifica mis afectos por él. Pero estoy segura de que podrás vivir con ello, tú eres un sinvergüenza. Puedo percibirlo en tu voz, no estás destrozado, sabes con seguridad que no soy capaz de cometer la locura de buscarlo.
—¿Y por qué? —preguntó Remus con voz suavizada —¿Por qué no harías esa locura? El licántropo no te rechazará, si es eso lo que te detiene. Seguro el muy baboso morirá de felicidad en tus brazos, el corazón del pobre no aguantará tanta dicha... y excitación... —agregó con picardía y después soltó su risa lobuna.
Hermione se sonrojó un poco incómoda, pero replicó:
—Puede que tengas razón, y él no me rechace; pero está casado y no quiero interferir en su vida, lo que menos quiero es comportarme como una "rompehogares". Y ahí es dónde tú llevas las de ganar: deduje que por tu profesión y tu carácter de benefactor de los desvalidos, no quieres tener una pareja estable o gente cercana a ti que podría salir perjudicada si te atrapan, ¿me equivoqué en mi conjetura?
—Estás en lo cierto, no quiero arrastrar a mi infierno a personas importantes —respondió Remus, manipulando la verdad —Pero entonces... ¿eso quiere decir, que tengo una pequeña ventaja sobre el licántropo?
—No te hagas el ingenuo, ya sabes que así es —respondió Hermione.
—Mmm... —soltó pensativo —Pero también significa, que si Lupin no fuese casado, tú buscarías las atenciones de él y no las mías...
El silencio lapidario que hizo Hermione fue suficiente respuesta para él.
—Bueno... no siempre se gana al cien por cien... —dijo Remus, ocultando la dicha de saber que Hermione lo prefería a él antes que al "Diablo". —Te perdono tu infidelidad, cariño; no me importa que cierres tus ojos y pienses en él, mientras yo te posea. Y créeme, porque es una promesa, te poseeré en cada oportunidad que se me presente.
—Me temo que eso ya no será posible —le contradijo su Leona.
Él se quedó en silencio unos segundos y la sonrisa picarona que había adornado su rostro se esfumó de inmediato.
—Te gusta hacerme sufrir... ¿ya no quieres que nos encontremos?
—Lo siento, pero esto debe acabar aquí —respondió Hermione.
—¿Me dejas? —preguntó dolido —¿por qué?...
Hermione percibió que esta vez sí estaba dolido, no fingía. Entonces ella tomó aire y se sinceró con él, por muy difícil que eso le resultaba:
—Escucha... Cuando comencé a buscarte, solo deseaba advertirte sobre mi esposo. Él necesita desesperadamente encontrarte y que le arregles unas cuentas que no puede saldar, Ron no dudará si tiene que hundirte para salvarse a sí mismo, por eso es quería advertirte. Pero, cuanto más investigaba sobre ti, más me encariñaba contigo y deseaba también decírtelo... —ella hizo una pausa y luego continuó —Y ahora que ya lo sabes, puedo despedirme de ti, Diablo. Porque de los dos, seré yo la que termine sus días en Azkaban.
—Si esto es una broma, Hermione, no tiene nada de gracia para mí —dijo molesto, pero más estaba aterrado.
—No estoy bromeando. Estoy decidida a ejecutar lo que hace años deseo hacer.
—¡¿Has perdido la cabeza?! —gruñó él.
Hubo un silencio atronador entre ambos...
Hermione derramó unas pequeñas lágrimas y Remus trataba de tranquilizarse, respiraba agitado e intentaba dominar a su lobo. Lunático no aceptaba perderla. y él tampoco podía aceptarlo...
—Me disculpo por lo incivilizado que fui, pero honestamente así soy —dijo más calmado —Dame tiempo, Hermione, y te prometo que en unos días dejarás de ser la señora Weasley para volver a ser la señorita Granger. Solo dame más tiempo para poder terminar el trabajo.
—¿No me has entendido? —preguntó ella —Nunca te busqué para que me ayudes a divorciarme, lo hice porque quería conocerte, quería satisfacer mi curiosidad. Mi padre también era bueno falsificando firmas, no hace mucho que me enteré de eso. Y cuando supe que tú y él tienen ese rasgo en común, mi curiosidad por ti incrementó... Pero nunca imaginé que terminaría involucrándome tan íntimamente contigo... No es el divorcio lo que yo quiero; lo que quiero es vengar a mi padre y a mi hija, y no necesito de ti para hacerlo. Lo haré yo misma.
—No lo hagas... Te lo suplico, no hagas eso —rogó Remus —¿Así quieres terminar tu vida? ¿Pudriéndote en un calabozo, mientras los Dementores te drenan el alma?
—Él me arrebató a mi padre, me provocó el aborto de mi hija y tiene en permanente jaque a mi madre. No me importa pudrirme en un calabozo, si le hago pagar y así logro poner a salvo a la única familia que me queda... Dime, ¿tú tienes hijos?
Remus no se esperaba esa pregunta y por eso se quedó en silencio.
—Tomaré eso como un sí —dijo Hermione —¿Qué hubieses hecho tú en mi lugar?... ¿qué hubieras hecho si te arrebataban a tu hijo?
Lo primero que su instinto de licántropo rugió fue Asesinar... Pero el lado racional de Remus pensó bien las cosas antes de responder:
—Hermione, escúchame —le pidió con tristeza —Darle muerte a Ronald no te devolverá lo que te quitó; solo perderás más, perderás tu libertad y no mereces terminar así.
—Cuando perdí a mi bebé... lo perdí todo... —confesó ella y comenzó a sollozar sin consuelo.
—No, no hables así —le pidió Remus, sintiendo un nudo ajustándose en su garganta —¿has pensado en qué sería de tu madre si te pierde? Ella ya perdió a su esposo, el padre de su única hija. Y aunque suene egoísta, ¿has pensado qué será de mí, si no te tengo? Si ejecutas tu venganza, acabarás condenándonos a los dos. Porque si te encarcelan, yo me entregaré para que el Wizengamot haga de mí lo que le plazca. ¿Para qué quiero seguir, si tú no estarás?
—¿Qué?... ¡No! ¡No te atrevas a hacer eso! —dijo Hermione, mientras se secaba rápidamente las lágrimas —¿por qué lo harías?
—Te lo diré; pero no ahora —negoció Remus —Bebamos Hipnagogia, y olvidémonos de todo por esta noche
Hermione se quedó en silencio, masajeándose la nuca, mientras lo meditaba. Al notar que ella estaba considerando su propuesta, Remus "arremetió" para terminar de convencerla:
—Vamos, cariño, ¿qué mal nos puede hacer vernos por última vez? Solo una última vez, Hermione, y luego te dejaré en libertad para que hagas lo que desees. Te lo prometo.
Una lágrima solitaria rodó por la mejilla pecosa de la Leona, y un sollozo leve se le escapó de los labios...
—Está bien... —respondió finalmente.
—¿Si?
—Sí —ratificó ella. —Pero luego cumple con lo que me prometiste.
—¿Es que no confías en mí? —preguntó haciéndose el inocentón.
—Te veré esta noche —fue lo último que ella dijo.
—Estaré esperando ansiosamente el anochecer...
La conversación de ambos terminó allí. Hermione se dejó caer sobre el escritorio después de colgar el teléfono. Se sentía más confundida que antes... solo estaba segura de una cosa: luego de encontrarse con él una última vez, terminaría con lo que había empezado... Ella abrió el último cajón de su escritorio y de allí sacó el estuche que contenía las pociones. Tomó una de las botellitas, la destapó y de un solo trago se bebió la dosis de Hipnagógica. Después de dejar la pequeña botella de vidrio sobre el escritorio, se quedó pensativa, solo preguntas daban vueltas en su mente: ¿por qué?... ¿por qué había aceptado encontrarse con él? Cuando ella ya había tomado una decisión... ¿por qué él mismo entregaría su cabeza al Wizengamot, si la condenaban?
Porque te ama... le respondió una voz en su interior. Pero Hermione se lo negó a sí misma:
—No, eso no... No puede ser verdad...
Alguna vez la castaña se había ilusionado con el amor, y ahora pagaba caro esas ilusiones. Temía más el volver a enamorarse y terminar otra vez con el corazón destrozado, que enfrentarse al beso de un Dementor...
Remus no demoró ni un segundo en reaccionar. Al apenas cortar la llamada, se levantó de su asiento y se fue hasta la puerta de su oficina, desde allí llamó a todo pulmón al resto del equipo:
—¡Bulstrode! ¡Feathers! ¡Vengan de inmediato! Tenemos reunión familiar... —agregó esa última broma, aunque en realidad él se sentía bastante angustiado.
Ambos acudieron al llamado e ingresaron apresurados en la oficina. Casi de manera automática intercambiaron miradas con Pansy, pero la morena no les dijo nada. Fue Remus quien los puso al tanto de todo:
—Suspendan lo que sea en lo que estén trabajando. Hay cambio de planes: la falsificación de la firma de Weasley para efectuar el divorcio ya no se hará...
El resto del equipo se miraba entre sí, con la incertidumbre visible en sus rostros...
—Pero, Remus... —dijo Feathers —¿Cómo es eso que ya no falsificaremos lo del divorcio de Hermione? Venimos preparándonos para eso. Yo ya tengo casi lista la pluma perfecta para que dibujes esa firma...
—Y yo el sello —agregó Millicent —Solo me falta ultimar unos detalles, pero ya está casi listo.
—¿Qué es lo que quieres que hagamos ahora? —preguntó Pansy con una seriedad gélida.
—Lo primero que necesito es ganar tiempo. Uno de ustedes ocúpese de encontrar "distracciones " para Weasley (ustedes ya saben a lo que me refiero). Por nada del mundo ese tipo debe quedarse en su casa este fin de semana —comenzó planificando Remus.
—Mills, ¿crees que puedes ocuparte de eso? —preguntó Pansy.
—No será problema para mí. Tengo un amigo en el callejón Knockturn que conoce varias bellezas a las que les gustaría pasar una noche con "El Rey" —respondió Bulstrode, mientras se masajeaba el mentón de manera pensativa.
—Perfecto —asintió Pansy —Entonces muévete.
Millicent asintió en silencio y salió de la oficina para dirigirse a cumplir con su nueva tarea. Mientras que los demás continuaban con la reunión.
—Feathers, necesito que prepares estas plumas, toma nota: una para formularios, otra para una Orden de Retención y otra para una Orden de Allanamiento de Morada.
—Ay, está bien... —respondió sin remedio Feathers —¿para cuando las quieres?
—Para mañana en la tarde —dijo Remus.
—Ah, para mañana en la... ¡¿Qué?! ¡Qué! ¡¿Para mañana en la tarde?!
—¡Deja de perder tiempo abriendo la boca, Feathers! ¿A qué esperas? Haz lo que te han pedido y no estés quejándote —le regañó Pansy
Phill Feathers también asintió en silencio y se marchó de la oficina sin agregar ni una queja más...
—Pansy, necesito un preparado "B9" y un "C6" —le pidió Remus
—Sí, ya me lo veía venir —asintió la morena que sabía bien qué utilidad tenían las mencionadas pociones —¿Necesitas algo más?
—Cuando tengas listos los preparados, tráemelos, no importa a qué hora termines, solo tráemelos. Comunícate con nuestro "corresponsal" del Ministerio y díle que a primera hora del lunes recibirá nuestra "correspondencia", y cuando regrese Bulstrode de conseguir las distracciones para El Rey, dile que se ponga a trabajar en estos dos sellos —le indicó Remus, mientras le aproximaba dos pergaminos con diseños bien detallados.
La morena los tomó y les echó un pequeño vistazo, después preguntó:
—¿Cuándo realizarás la confección final?
—Mañana por la tarde.
—¿Quieres que sea tus ojos mañana?
—Si no estás demasiado cansada para mañana en la tarde... Te lo agradecería mucho, hija —aceptó Remus. —Quiero que los tres regresen a sus Módulos Habitacionales esta noche, los necesito bien descansados y mañana preséntense los tres a las ocho de la mañana en mi Módulo Habitacional.
—Como tú quieras —asintió Pansy, luego se irguió para dirigirse hacia la puerta, pero antes de marcharse dijo —Nymphadora se va a cabrear mucho contigo, Lupin.
—Nymphadora Vive cabreada conmigo, Pansy. No te preocupes por eso... —replicó Remus, mientras regresaba a su trabajo.
La morena le sonrió con ternura y se marchó, dejando a su mentor con su colección de pergaminos replicados.
Del otro lado de la puerta, se encontraba Feathers esperándola. A la morena se le borró de inmediato la sonrisa del rostro...
—¿Qué haces aquí? ¿Y por qué no estás en tu taller trabajando en lo que Lupin te ordenó? —dijo Pansy en un tono amenazante.
—Ay, Pansy, dime que él ha recapacitado y que continuaremos con lo del divorcio de La Leona —suplicó Phill.
La morena le sonrió de manera peligrosa y luego abrazó a su colega por los hombros...
—Veo que estás necesitando un incentivo, Phill —dijo ella, mientras sacaba una bolsita de galeones y se lo daba a Feathers como adelanto.
—Se necesita más que esto para incentivarme, me siento presionado y muy estresado por el límite de tiempo que nos ha impuesto nuestro afectado líder. —se quejó Phill.
—Oh, ¿necesitas más incentivo? —se burló Pansy —Yo tengo el incentivo perfecto para tí: una patada bien puesta en los huevos, ¿qué te parece? ¿es suficiente incentivo?
Phill empalideció y de inmediato se retractó.
—No... con la bolsita de galeones tengo más que suficiente, gracias, generosa Pansy. Me retiro a mi taller, con su permiso, distinguida dama.
El cuatro ojos de Phill Feathers se retiró como alma que lleva el Diablo, se metió a trabajar en su taller y no volvió a quejarse el resto de la jornada laboral...
La tarde pasó, y el horario de salida del trabajo se anunció con la sirena de la fábrica...
Minutos después, unos golpes en la puerta de su oficina, lo sacaron de su ocupación.
—Adelante —autorizó él.
Escuchó cuando abrieron la puerta y luego la voz de Pansy anunciando:
—Somos nosotros. Ya nos retiramos... A menos que necesites algo más...
Remus se los imaginó a los tres, parados allí en el umbral de su puerta. Imaginó a Feathers con su cara de asustadizo detrás de sus gruesas gafas, cargando con ambas manos una caja enorme repleta de plumas y utensilios; imaginó a Millicent como una mole de casi dos metros que cargaba solo con una mano su pesado maletín reglamentario y por supuesto, a su querida Pansy, parada entre ambos, con la barbilla altiva y su nariz bien perfilada que le daba un aire autoritario y sagaz. Y aunque no los veía, había acertado en cada detalle que había imaginado.
—Estoy bien, gracias. Pueden retirarse, pero ya saben, mañana temprano los quiero en mi residencia privada. No hace falta que se anuncien, simplemente ingresen. Tengan buena noche, chicos.
—¿Tú no te marcharás todavía? —preguntó preocupada Pansy
—No, aún no. Pero deja de preocuparte por mí. Váyanse ya, déjenme solo, necesito terminar de preparar esto para mañana.
—De acuerdo. Que descanses —asintió la morena con una tenue sonrisa y se retiró con los demás.
En la soledad de su oficina, Remus soltó en un suspiro:
—Leona... me has puesto en un apuro descomunal, mi cielo...
Y continuó trabajando unas horas más hasta que decidió que estaba demasiado cansado para continuar. Antes de salir de su oficina, sacó de una gaveta una dosis de Hipnagogia y se la bebió, para luego abandonar su lugar de trabajo y marcharse hacia su residencia privada en Krakenwell...
Le había enviado un Patronus a su esposa por la tarde, avisándole que no regresaría a casa esa noche ni tampoco al día siguiente. Sabía que Nymphadora notaría que su Patronus había cambiado, pero de todas maneras lo envió. Podía haberle pedido a Pansy que lo enviara en su lugar, pero consideró que la morena ya había hecho demasiado por él y no quería molestarla con eso. Como sea, tendría que enfrentarse a la furia de Nymphadora cuando regresara a casa el lunes después del trabajo. Seguramente regresaría agotado, exprimido, pero satisfecho de haber evitado una catastrofe.
Se había recostado en la cama, pensando en la próxima jugada que haría al apenas levantarse, pero su mente soñolienta lo llevó a pensar en ella... Y sin siquiera darse cuenta en qué momento lo hizo, se quedó dormido...
Se adentró en ese mundo surreal y etéreo que los recibía a ambos para propiciar su encuentro. Él caminó descalzo por lo que parecía ser una extensa playa. Por alguna razón, no le sorprendió el hecho de que podía ver otra vez. Miró a su alrededor, buscándola y descubrió que las montañas de arena que lo rodeaban, surgían de unos descomunales relojes. Algunos de ellos estaban rotos y otros tenían fugas de arena que se le arremolinaban alrededor de los pies. Continuó caminando, preguntándose ¿qué significaban esos relojes allí?... Su incertidumbre fue ahogada en un mar que mojaba los delicados pies de su Leona. Ella lo esperaba, sentada sobre la costa de aquella playa ilusoria que compartían...
Remus se acercó sin hacer ruido y mientras lo hacía, la observaba embelesado. Sabía que cuando despertara no recordaría ni una imagen, pero ni aún así, evitó ilusionarse con conservarla. Al parecer, ella percibió la mirada deseosa que él le dirigía, porque volteó su rostro para cruzar miradas.
Como si le hubiesen lanzado un hechizo silencioso, Remus se quedó petrificado a unos metros de ella. Ambos se miraron a los ojos y un silencio extraño los envolvió. No era un silencio incómodo, tampoco era un silencio tenso; mas bien era un presagio...
Hermione se levantó y corrió hacia él. Remus la recibió en sus brazos como si no se hubiesen visto por toda una eternidad, cuando hacía apenas unas horas se habían encontrado en ese mismo mundo onírico que solo a ellos les pertenecía.
—Tú vas a matarme, mujer —le dijo al oído —Me llevarás a la perdición. Y como estoy loco por ti, me dejaré llevar mansamente al matadero...
Hermione ocultaba su rostro en el pecho del licántropo, estaba demasiado emocionada para poder decir algo, por más simple que fuera... En cambio Remus no perdió tiempo, él enrolló sus brazos en la cintura de la Leona y hundió la nariz entre sus rizos y el cuello. Sonrió al recordar que solo era un sueño vívido, porque si fuese la realidad, Lunático ya lo hubiese empujado a morder ese delicado cuello para proclamarla como suya.
—No me dejes... —le pidió él —Haz de mí lo que desees, pero no me dejes, Mione.
La castaña paseó sus manos por el pecho de su amante y fijó su mirada en él.
—No puedo darte falsas esperanzas, Remus. No puedo hacerte eso —respondió Hermione —Mañana, cuando despierte, no recordaré nada...
—Quiero que hagas trampa —le dijo él al oído.
Hermione lo miró extrañada en un principio, pero luego no tardó en entender lo que él quería...
—No... Es peligroso. Mejor así, mejor que lo olvide...
—Yo no quiero olvidar; y tú que puedes conservar algo como recuerdo, te rehúsas a hacerlo.
Ella bajó la mirada, porque había captado el dolor en esas palabras. Pero Remus no la dejó escapar de la mirada de su alma, él la tomó de la barbilla e hizo que lo mirase.
—No sientas culpa de trampearle a un tramposo —dijo Remus con una sonrisa débil.
—¿Cómo podría hacerte eso? —cuestionó Hermione —Eres un facineroso y lo sé, pero aún sabiéndolo no puedo dejar de tener debilidad por ti...
Saber que ella sentía debilidad por él lo excitó, y sus manos tortuosas comenzaron a recorrerla por completo. No iba a pedir autorización para tomar lo que deseaba, y mucho menos ahora, que ella le había confesado que era débil, como él también lo era por ella.
La besó. Invadió su boca como un loco hambriento, que solo con sus labios podía encontrar la saciedad que tanto buscaba. Poco a poco la llevó hacia el suelo de arena que hizo de lecho para los dos. La aprisionó contra su cuerpo para hacerle sentir la erección que había crecido. Remus respiraba dificultosamente, golpeando con su errante aire el cuello de la mujer que más había deseado en toda su vida...
—Solo con una caricia puedes llevarme al cielo y con dos palabras puedes matarme —dijo él, para después besarle el cuello con desmedida lujuria.
Sabía por instinto cómo tocarla para llevarla al deseo salvaje al que quería caer con ella. La castaña tensaba su cuerpo y se quejaba de manera sugestiva al no encontrar sosiego. Aquel demonio estaba ocasionándole estragos en su cuerpo. La desvestía sin delicadeza, la tocaba sin medirse y su boca la recorría para devorar su cuello, sus senos y cada parte de su piel que él desnudaba.
Las manos delicadas de su Leona buscaron los botones de la camisa con la que él se había dormido, y con una contrastante sutileza comenzó a desabotonarla. Remus se detuvo en su feroz invasión y la observó divertido.
—Te tiemblan las manos, dulzura de mi vida —se burló Remus.
Ella se sonrojó, pero no le dio el gusto de responder a su provocación.
Al ver que su mujer de miel no entraba en su juego, volvió a abalanzarse sobre ella, se posicionó entre sus piernas y arremetió con su erección, haciéndola gemir y arquearse.
—¿Para qué quieres quitarme la camisa, Mione? —le dijo Remus al oído y volvió a empujar su erección contra ella —¿Para disfrutar de ver cómo te penetro?
—¡Tonto! ¡Tonto! Eres un tonto —gimió sonrojada y cerrando sus ojos para no ver esa sonrisa lobuna que la enloquecía.
—Tú no necesitas ver, cariño; sino sentir todo lo que te haré... —dijo lujurioso. mientras se deshacía de su propia camisa para darle el gusto a su Leona.
Hermione lo miró y se encontró con esos ojos oscurecidos por el deseo y la sonrisa encantadora que la desarmaba. Volvió a recorrer con sus pequeñas manos el pecho desnudo de su amante, y acarició cada cicatriz que él no se avergonzaba de mostrarle...
—Oh, Remus... —suspiró ella, al tocar esa extensa cicatriz que iba desde su hombro hasta su estrecha cadera.
Él tomó una de sus manos y la besó con una caballerosidad inverosímil, como si hacía unos minutos no hubiese estado intentando invadir la intimidad de la castaña...
—¿Te duelen? —preguntó, mientras lo miraba a los ojos.
—Algunas noches me duelen. —respondió él con una sonrisa dulce —Pero no me duelen más que no poder verte... eso me duele más.
Volvieron a besarse y sus cuerpos dormidos sentían cada caricia y toque que se arrebataban el uno al otro. Ella lo envolvió entre sus piernas y dejó que él recorriera su cuello. En un principio Remus la besaba con delicadeza, pero su naturaleza indomable lo llevó a besarla de manera más posesiva y libidinosa, hasta que clavó sus dientes para succionar la suave piel. Ella exhaló un suspiro al sentir lo que él le había hecho y se aferró más a su largo cuerpo.
—Ah... ah... —gemía la castaña en una mezcla de dolor y placer, sintiendo como él lamía dónde había dejado la prueba de su lujuria salvaje.
—No quiero asustarte, mi cielo, pero estoy sintiendo un fuerte dolor... —dijo Remus, mientras se separaba un momento para mirarla.
Preocupada por él, preguntó:
—¿Qué tienes? ¿Dónde te duele?
—Aquí —respondió Remus con inocencia, mientras depositaba la mano de Hermione sobre su erección...
—Remus, eres un... —replicó ella, mientras esquivaba la mirada de él. Pero eso no le impidió escucharlo reírse picaronamente.
—Solo tus caricias calman mi dolor, Mione —dijo él de manera melosa, mientras se desabrochaba los pantalones y dejaba al descubierto su "hinchazón".
Hermione tenía teñidas de rosa sus pecositas mejillas. De reojo miró el miembro que se erguía hacia ella como si le hubiese ordenado que se pusiera en "posición de firmes"...
—Tócame... —le pidió Remus y se acercó para abrazarla. La cobijó entre sus brazos, envolviéndola con el intenso calor que irradiaba por ser un licántropo excitado de estar con su hembra.
De forma lenta y descendente, casi con timidez, acarició el pecho desnudo de él y bajó aún más, hasta cerrar su pequeña mano en la palpitante erección que se presionaba contra su desnudo vientre. El licántropo casi soltaba un aullido de placer, pero se contuvo y en vez de eso, dejó escapar varios jadeos que se asemejaban a los de un animal en celo...
Su Leona buscó sus labios y lo besó, mientras lo tocaba como él se lo enseñaba. La miraba a los ojos y en voz baja le decía sin pudor:
—Eres una buena alumna, ¿sabes? Aprendes rápido...
Hermione cerró sus ojos para evitar ver su sonrisa burlona y lobuna, y continuó tocándolo, sintiendo en detalle su piel caliente y la humedad que nacía del único ojo de aquel miembro. Ese espeso líquido, le mojó el dorso de su mano, pero no dejó de masajearlo y de robarle besos con los que amortiguaba esos jadeos animalescos.
—Te necesito tanto... —soltó en un gruñido ronco y animal contra sus labios.
Ella se estremeció en sus brazos al escuchar esa voz y abrió sus ojos para mirarlo. Él llevó las manos de la castaña a sus anchos hombros y las dejó descansar allí, con suavidad hizo que ella separara sus piernas para poder mirar su rosada intimidad. La tocó para torturarla y enardecerla, la llevó a anhelarlo demasiado y a necesitarlo. Remus tenía claro lo que hacía, y sabía lo sensible que la castaña era a sus caricias... Las garras de la Leona se clavaron en sus hombros y gimió desgarradoramente cuando él comenzó a invadirla con su miembro hinchado. Todo su esbelto cuerpo se tensó al sentirlo hundirse en ella por completo, lo llamó por su nombre y volvió a estremecerse cuando él la penetró por segunda vez. Los duros brazos del licántropo envolvieron la cintura de su hembra, mientras se retiraba de su cuerpo para volver a hundirse en ella. Por el fervor con que Remus la poseía, parecía haber perdido el juicio y que el raciocinio lo había abandonado para siempre...
Estaba extasiado por sentir la tibieza de Hermione, enloquecido por los gemidos femeninos que su castaña no podía contener y soltaba sin pudor. La sentía tan entregada a él que eso solo desataba el animal que era: Remus enredó su mano izquierda en la melena de su Leona y tiró de su cabello para tener perfectamente expuesto su tentador cuello, lamía su piel, mientras la penetraba constantemente... Ella comenzó a temblar en sus brazos, cuando los espasmos de un primer orgasmo la recorrían en cada fibra de su ser.
—Que mojadita estás... —jadeó lujurioso Remus en su oído.
Él se excitó más al sentir como ella lo envolvía en su cálida humedad y lo nombraba siendo penetrada por el placer y por él...
—Oh, Remus... Remus... Ah —gemía desinhibida.
Por mucho que su mujer de miel se "quejara" de esa manera tan sensual y sugestiva, él no quiso darle tregüa y mordió su cuello para succionar y dejarle otra prueba de su pasión por ella... Hermione cerró sus ojos y dejó que él la devorara con su boca. Y así lo hizo, porque Remus no se satisfizo del sabor de su piel y quiso degustar más. Pasó a devorar sus senos; se tomó todo su tiempo para degustar de manera juguetona sus tiernos pezones, como si de un niño hambriento se tratase, succionó sus pechos tirando de su carne con desesperación y disfrutando de ello como un condenado...
Codicioso, bajó por su vientre en búsqueda de más piel...
Esta vez deseaba comerse esa piel sensible y rosada que su castaña protegía al cerrar las piernas. Pero si ella creía que eso sería suficiente impedimento para él, estaba muy equivocada. Remus le sujetó ambas piernas para empinarle el trasero y así poder tener más acceso al fruto prohibido. Con su lengüa recorrió lentamente los labios de su centro y se abrió paso entre ellos para llegar a su clítoris y estimularlo con lamidas cortas y suaves...
—Mmm... —ronroneaba ella al sentir como él tocaba con su lengua su diminuta hinchazón.
Él atacaba con su lengua aquel capullito rosa sensibilizado por los roces y caricias, lo estimulaba para llevarla de nuevo a la cima del placer. Cansado de solo rozarlo superficialmente, comenzó a succionarlo, arrancándole gritos de placer a su hembra. Ella abrió sus piernas para él y expresó cuanto estaba disfrutando:
—Dios, sí... ah, ah... —gemía descontrolada y sonrojada. Sintiendo como si él de verdad quisiera comerla...
La boca sucia del licántropo devoraba su intimidad como al último manjar del que podría disfrutar en su vida, y como un relámpago mortífero, el clímax llegó para ella y derramó su humedad en la boca de Remus. Gustoso saboreó su premio por haberle dado placer.
—Eres mía... mi mujer de miel... —decía, embriagado por el sabor de su hembra.
—Ven, mi amor —le pidió Hermione con una voz dulce, con la que lo hechizó.
Remus fue a su encuentro y ambos se fundieron en un abrazo profundo. Se miraron a los ojos, encandilándose mutuamente con el brillo de sus miradas, expresándose sin palabras el momentáneo sosiego que se habían regalado. Pero la hoguera que eran ambos al estar juntos no tardó en avivar sus llamas, hasta inflamarlos en la pasión otra vez...
La culpa fueron de los besos que Hermione depositaba en sus mejillas, para luego bajar a su cuello y hombros. Remus fue débil ante sus besos, ninguna mujer había sido tan dulce con él, así como lo era ella, ninguna... La besó en los labios para apropiarse de todo lo que pudiera, la llevó a posicionarse encima de él y le dijo:
—Siempre me gusta ser yo el que domine en la cama, pero contigo estoy dispuesto a cederlo todo... hasta mi alma.
Una hermosa sonrisa y un leve sonrojo fueron las reacciones de su cariñosa Leona. Las delicadas manos de ella le acariciaron el rostro y buscó besarlo otra vez. Remus se quedó inmóvil para recibir sus mimos. Ella lo besaba y le acariciaba la espalda demorándose en cada roce, dedicándole suaves atenciones a cada cicatriz que las transformaciones le habían dejado a lo largo de su vida de hombre lobo. Pero lo que más lo conmovió, fue cuando ella besó la horrible cicatriz que atravesaba el costado de su tórax. Lo había besado con tanto amor y ternura, que Remus descubrió la habilidad de Hermione para amarlo solo con sus labios.
La castaña se abrazó a su amante y se dejó caer sobre su erección, bajó lentamente, provocándole a Remus la más divina de las torturas...
—Hermione... —la nombró al sentirla tan caliente e inquieta.
Ella no quería arrebatar el fuego de su amante, pero no podía evitar dejarse llevar por el frenesí de la entrega... Su cuerpo ya no le respondía a sí misma... Disfrutaba de él sin medirse, dejando que las tortuosas manos de su amante se deslizaran sutilmente por la parte baja de su espalda, mientras se penetraba a sí misma. Las caricias de Remus le estremecían cada fibra del cuerpo y agitaban más su alma, la castaña incrementó el ritmo de las penetraciones, arrancando los jadeos del licántropo que terminaban siendo respiraciones irregulares que se rompían contra la piel de su cuello, así como las olas del ilusorio mar se rompían contra ambos. Remus no pudo mantener su posición de pasivo y se sentó en la arena con su Leona a horcajadas sobre él. Desenfrenado, la sujetó de la cadera para elevarla y luego dejarla caer con fuerza en su erección. Aunque ella estaba encima, él era quien había vuelto a dominar la situación, le hundía el miembro en profundidad y le susurraba al oído palabras que describían su locura por ella:
—Quiero que seas mía... solo mía, Hermione. Quiero ser yo el intruso de tu cuerpo y poseerte hasta morirme en ti...
Remus sintió como ella volvía a deshacerse en un orgasmo, cayéndose débilmente para que sus duros brazos la contuvieran; él no demoró en refugiarla, escuchándola luchar por poder recuperarse del golpe de placer. La llevó con él al lecho de arena, para que se acostaran de lado y poder mirarse a los ojos mientras continuaban haciendo el amor; él hizo que le envolviera la cadera con una de sus piernas y después volvió a arremeter, entrando y saliendo de ella. Ambos se abrazaron, gimiendo con placer el nombre del otro, llamándose con necesidad, buscando alcanzar la saciedad, pero cuanto más se tomaban, más se deseaban; al punto que parecía inalcanzable aproximarse a la plenitud del encuentro. Hacer el amor se había convertido en una tortura adictiva para los dos, solo ese cielo nacarado que los observaba sabía lo desesperados que se sentían por poseerse mutuamente...
El vaivén de sus cuerpos no tenía pausas y el ritmo de las penetraciones era constante, profundo, pero nunca suficiente para el licántropo. Él no encontraba sosiego...
Los dos sabían que el tiempo discurría de manera diferente en el mundo onírico y que en cualquier momento podrían perderse al amanecer. Continuaron tomándose y entregándose todo cuanto pudieran...
Lamentablemente para ellos, los relojes de arena que custodiaban y alimentaban la playa indicaban que el despertar estaba cerca, y ellos no habían tenido suficiente...
La mano del licántropo volvió a recorrerla como si el encuentro estuviese aún en los preliminares y no acercándose al momento cúlmine... No quería aceptarlo, no quería que el amanecer se la arrebatara, pero nada podía hacer para evitarlo.
—Haz trampa —pidió agitado, mientras se hundía en ella —Escribe mi nombre en tu cuaderno...
—No... —gimió ella.
—Hazlo —insistió y le dio otra estocada al cuerpo de su hembra —Escríbelo.
Él enfatizó su orden con otra estocada profunda y fatal.
Hermione quiso distraerlo con sus besos, pero él no le permitió hacerle esa sucia jugada: Remus enredó su mano entre los rizos castaños y tiró de ellos para tener acceso al esbelto cuello, lo lamió y lo mordió sin demorarse mucho. Ese gesto animal y posesivo la llevaban al delirio y la arrojaban sin defensa a las garras del demonio que la poseía...
Él tomó con ambas manos el trasero de su hembra y comenzó a penetrarla salvajemente, diciéndole al oído con voz ronca lo que deseaba:
—No vivo sin ti, Leona... escríbelo cuando despiertes... Me enloqueces, me calientas tanto... No lo olvides.
Poco a poco, Remus fue recuperando su posición de dominante, y se abalanzó sobre ella, embistiéndola como un desaforado, moviéndose encima de la castaña y jadeando como una bestia indomable. Los pies de ella se balanceaban a los lados por el vaivén salvaje que él ejercía. Abrazó a su embravecido amante y dejó que la invadiera así, sin delicadeza, sin freno...
—No me sacío de ti... —decía Remus en cada empuje errático.
Las manos de Hermione recorrieron la ancha espalda de su invasor, para dejarle a él un dulce remanente para cuando despertara, para que supiera cuanto disfrutaba de su masculino cuerpo. Con sus cálidos labios la castaña acariciaba la cicatriz que Remus tenía en el hombro, besó esa estigma y cerró sus ojos para perderse con él en el oleaje del mar que los azotaba intermitentemente.
Ambos lo sabían, sus cuerpos sentían que se aproximaba el final aunque quisieran prolongar más el encuentro. Era inminente...
Ella buscó sus ojos y se lo dijo:
—Te quiero... Te quiero, Remus...
Él se quedó sin aliento cuando la escuchó y se dio cuenta que era profundamente sincera.
—Y tengo miedo de terminar enamorándome de ti —confesó.
El licántropo no supo qué decirle, solo supo acariciar con ternura su bello rostro y luego besarla en los labios con la calma que en realidad no sentía.
—No tengas miedo —le pidió él, pegando su frente a la de ella —Cuidaré de ti el resto de lo que me quede por vivir, Mione. No voy a abandonarte. Voy a estar a tu lado aunque nunca lo notes.
Ella le miraba sus picudos labios, deseándolos. Remus entendió esa mirada deseosa y le dio lo que pedía en silencio, la besó y volvió a amarla.
El último grano de arena cayó en el fondo del último reloj que custodiaba la playa, y el tiempo de los amantes acabó. Ambos fueron separados otra vez para que cada quien regresara a su respectivo cuerpo y afrontaran el mundo real sin la compañía del otro...
Nota de Autora
Confieso que me divierte mucho escribir sobre este Remus tan irreverente y grosero; la personalidad de él contrasta mucho con la Hermione de esta historia, ya que ella a pesar de todo lo que ha vivido, aún conserva parte de su inocencia. Él es un hombre lujurioso, obsceno y mal hablado; y ella es muy dulce, pero también es celosa. Como dije en la introducción, para darle realismo a los personajes que tomo prestado de Rowling, me inspiré en personas reales. Esta Hermione es demasiado buena y noble, he notado que a las personas de este tipo les suceden las peores tragedias, no tengo ni idea de porqué es así, pero sucede. Supongo que porque son personas que siempre ven lo mejor de los demás y nunca se esperan lo peor, bueno, realmente no lo sé, pero es lo que observé.
El capítulo que le sucede a este, es muy decisivo para la historia, de a partir de aquí comenzará una nueva etapa en la vida de ambos protagonistas. Habrán más acercamientos entre ellos, y serán reales (me refiero a que ya no serán solo a través de sueños). También quiero advertir que la historia ahora se centrará más en el romance de Remus y Hermione que en los demás temas y personajes involucrados, además de que este fic se tornará prácticamente como puro Lemon (algo que sé que algunos esperan leer más de esas escenas eróticas, bueno habrán muchas para su alegría)
Muchas, muchas, muchas gracias por leer. Estaré escribiendo estos meses para traerles los capítulos fogosos que vendrán.
Un abrazo, y nos estaremos leyendo pronto. Si te ha gustado este capítulo, por favor házmelo saber.
