Capítulo 24
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La noticia del accidente de Hanabi había provocado habladurías, pero se calmaron pronto. Una vez más, Hinata se vio obligada a barrer y esconder el polvo debajo de la alfombra, allá abajo fueron a dar sus pensamientos confusos sobre Sasuke, pero esta vez la relación de Neji con Tenten, que no podía abordar por más que lo intentaba, terminó ahí debajo también, junto a aquella preocupante oscuridad de su mente, los recuerdos que no parecían tener fundamento en la realidad y las desconfianzas dormidas.
Los cinco días que Hanabi y Hiashi tardaron en volver, tras su última respuesta, Hinata los pasó en vilo, compartiendo silencios con Natsu, y, en un intento por no arrastrar aquello a sus entrenamientos, había retomado la costumbre de llevar diarios.
Sasuke se comportó más empático con la muchacha al enterarse de la mala noticia y dejó los entrenamientos de combate para cuando se encontrara más concentrada; esos días la distrajo con un estudio más ligero y pruebas de agilidad, destreza y resistencia. Observó a la muchacha realizar los estiramientos con los que siempre concluían las sesiones de entrenamiento físico y bajó la mirada a su pergamino, donde había registrado los resultados de las pruebas de esos días.
Al contrario de Hinata, él no se preocupaba en racionalizar o entender sus sentimientos, simplemente se esforzaba por desecharlos si no los comprendía o no le servían. En este caso, tener alguien más en aquella aldea, que le sirviera de preocupación al estar ahí afuera, era algo que no le servía; tenía suficiente con pensar en lo mucho que perdería si Kakashi, Naruto o Sakura sufrieran algún daño por su incompetencia. No iba a agregar a la lista el rostro redondo y la mirada de gatito abandonado de Hinata.
Sacudió la cabeza y enrolló el pergamino. ―Hoy no estudiaremos.
Hinata se irguió y lo miró, con la duda clara en el rostro.
―… tu hermana vuelve hoy, ¿cierto?
Asintió.
Apretó los labios y con un gesto de la cabeza enfatizó aquello. Hinata sonrió y le agradeció con una inclinación de la cabeza.
―Sí, sí… recoge tus cosas.
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Hanabi solía volver llena de energía de esos viajes, pero en esta ocasión no les extrañó que la muchacha se encontrara casi apagada. Sus heridas habían sido tratadas por el médico de la familia Hasegawa, lo suficiente para que pudiera viajar cómodamente, pero renegaba de la manera en que los analgésicos y antibióticos la hacían sentir.
No participó en el entrenamiento de Hinata, pero estuvo de espectadora y asintió satisfecha cuando le preguntaron qué opinaba del desempeño de su hermana, y cuando Natsu la ayudó a acomodarse en la cama a nadie le sorprendió que se quedara dormida casi de inmediato. Hinata la vio escurrirse plácidamente al sueño, rodeada del monótono tic tac del reloj; sin entretenerse demasiado con las ideas a las que solía darles una vuelta antes de ir a dormir.
El reloj recorría la noche, con aquel tono mecánico de siempre, suave, casi imperceptible.
Hanabi abrió los ojos y se sentó en la orilla de la cama luego de unos minutos. Observó la habitación en silencio. Sus ojos se clavaron en un punto en el suelo y luego se levantó, suavemente, sin exhalar, sin gruñir. Caminó hacia la puerta y salió de su habitación, envuelta en un silencio casi absoluto que era interrumpido por el suave sonido de sus pasos sobre el tatami.
Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Hinata y, luego de unos segundos, su mano probó suerte y giró la perilla. El ligero rechinido de la puerta se calló casi de inmediato. Hanabi se asomó apenas por la rendija que se había formado. La luz de la luna que se trasminaba entre las cortinas era suficiente para permitirle observar las ondulaciones que formaban Hinata y las cobijas sobre la cama.
Escuchó la respiración acompasada y cerró la puerta, alejándose por el pasillo, envuelta en la oscuridad.
No hacían falta las lámparas encendidas, conocía aquella casa de punta a punta. Sabía exactamente cuántos pasos la separaban de las bifurcaciones en el camino, las puertas que la dirigían al exterior o a otras habitaciones.
Luego de pasar de largo estancias y puertas, llegó al fin a la habitación de su padre. La perilla cedió, tal como hacía sucedido en la habitación de Hinata. Observó en silencio la figura de su padre en la cama y cerró la puerta, cuidándose de hacer ruido. Se giró y volvió sobre sus pasos, recorriendo el camino de vuelta hasta detenerse en unas de las puertas que daban a uno de los jardines. Quitó el seguro y deslizó la puerta con cuidado, asegurándose de cerrar por completo al salir.
El aire frío y la luz de la luna golpearon su rostro y sus pupilas se mantuvieron imperturbables a pesar del cambio de luz.
Recorrió la veranda, en silencio, atenta a todos los sonidos, a cualquier presencia, por más que se tratara de un animalillo escurridizo. Pronto sus pies tocaron el césped y sus calcetines absorbieron la humedad del suelo, pero no se inmutó y siguió con su camino, sin perturbar la tranquilidad de aquella noche tan clara.
Se detuvo al llegar al final de muro y su cuerpo se tensó, listo para saltar, pero una voz la detuvo.
—¿Hanabi-sama?
Como si hubiera un interruptor dentro de ella, la luz de sus ojos se encendió. Sus ojos enfocaron y observaron el muro, antes de mirar detrás suyo y encontrarse con Hinata y Kō, que la miraban, cada quién con un semblante diferente.
—¿Estás bien? ―balbuceó Hinata, sin poder ocultar su preocupación como lo hacía Kō.
―Sí ―aseguró, contrariada. ―No puedo dormir… salí a dar un paseo.
—Pero… dijiste que estabas cansada…
―Sí, pero se me fue el sueño ―insistió.
Hinata asintió, aun desconfiada. ―¿A dónde ibas?
―A dar un paseo ―repitió, enervándose.
Hanabi desvió la mirada a Kō, que posó su mano sobre el hombro de Hinata.
Aquello sirvió para que no siguiera haciendo preguntas, se distrajo de su preocupación inicial al suponer que aquello era parte del todo que le ocultaban, pero a pesar del malhumor que eso le hizo sentir, no pudo evitar mirar a Hanabi con preocupación. Había escuchado su puerta rechinar y la había visto en el pasillo, a penas una figura clara en la oscuridad, pero había visto algo, no estaba segura de lo que era, realmente no era visible o tangible
… era ese maldito presentimiento.
―Los asusté ―concluyó Hanabi.
―Hinata-sama se preocupó un poco ―aclaró Kō, que no había visto nada de malo en que Hanabi merodeara por la casa, pero no había podido ignorar la preocupación de su protegida.
―Estoy bien ―aseguró, dando un par de pasos hacia Hinata y estrechándole los hombros. ―… me cansé de dar vueltas en la cama.
Kō se deshizo de su gesto, ligeramente ceñudo, sonrió y le dedicó a la muchacha un pequeño asentimiento. No se detuvo demasiado tiempo en lo que le llamó la atención, pero lo anotó en su cabeza. Miró a Hinata, le sonrió a su vez y con un ligero ademán les señaló el camino de vuelta al interior. Las muchachas caminaron frente a él, sin dirigirse una sola palabra. Hanabi caminaba casi con el mismo porte con el que la habían visto atravesar el jardín y Hinata se había retraído un poco.
Kō observó entonces lo que le había molestado momentos antes: los pies descalzos de Hanabi.
―Mi fiesta de cumpleaños es en tres días ―soltó de pronto, con una sonrisa casi infantil. ―Imagino que no has ido de compras en mi ausencia…
Hinata negó, acomodando una sonrisa falsa en sus labios.
―Bien. Tendremos a unos invitados especiales, así que no admitiré fachas.
―No soy fachosa ―se defendió, sin poder sacudirse el malestar. ―¿Quiénes vendrán?
―Los Hasegawa.
―¿Te agradaron?
―Son una buena familia… y no podemos ignorar que cuidaron de mí ―apresuró, mirando extrañada a Hinata. ―… tu los visitaste más veces que yo, ¿no los recuerdas?
―Sí… tienes razón ―murmuró, buscando en su memoria y sorprendiéndose al encontrar a un niño de cabellos y ojos oscuros en sus recuerdos. ―… hace tiempo de eso.
―¿Mañana irás con Ino?
Hinata se detuvo y miró fijamente a Hanabi. ―… no.
Kō se apresuró a abrirles la puerta y Hanabi notó entonces que se encontraba descalza. Apretó los labios, pero le restó importancia. Se quitó los calcetines y entró a la casa, detrás de Hinata, que le había dedicado un rápido vistazo a Kō, buscando validación a su pánico.
―… entonces podemos aprovechar para ir de compras.
―¿Mañana? ―arrastró, no estaba lista para los maratones de Hanabi.
―Solo quedan tres días y tengo que encargarme de lo demás, ver cómo van los preparativos…
Caminaban hacia sus habitaciones, solas, Kō se había perdido el alejarse al lado contrario. Hinata no tenía a qué aferrarse en esos momentos, esa sensación dentro de su pecho solo la ahogaba más y más.
―… Natsu estuvo enviándote los detalles ―le recordó, alarmada.
―¿Qué? No los recibí… ¿quizá se perdieran? Es imposible…
Aquello parecía una reacción más normal.
―¿Quién está a cargo del aviario ahora?
―Creo que-
―Bueno, no importa, ya lo veré mañana ―interrumpió, deteniéndose ante su puerta. ―Buenas noches, nee-sama.
―Buenas noches ―se despidió, viendo que la muchacha se perdía de inmediato detrás de su puerta.
Miró el corredor y contuvo la respiración. Tenía el estómago revuelto.
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El paseo nocturno de Hanabi no tardó en ser una noticia del dominio público entre los Hyūga, fue el tema de conversación por la mañana y la única persona que le tomó importancia fue Natsu, que lo escuchó de labios de Kō y luego de labios de Hinata. En esos momentos buscaba a Hanabi que había desaparecido después de salir del despacho de Hiashi y nadie había vuelto a verla desde entonces.
Luego de buscarla por toda la casa y temer lo peor, Natsu la sorprendió en el aviario.
Esperó unos momentos a que la muchacha saliera, observando a su protegida en silencio, notando la extrañeza en su tranquilidad e inactividad. Dio un paso al frente y con cuidado se acercó a la muchacha, por unos momentos temió encontrarla incapacitada por el dolor de las heridas que aún no terminaban de sanar. La tomó con suavidad, deslizándole la mano por la espalda, llamándola con un susurro, y la giró ligeramente.
Se encontró con un rostro llano, una mirada plana y ausente.
—¿Hanabi-sama?
La luz volvió a la mirada. —Natsu, ¿qué haces aquí? ¿Pasó algo?
—Hinata-sama me mandó a buscarla, no la encontraba por ningún lado.
—¿Pasó algo? —insistió. —¿Hinata está bien?
—Hinata-sama está perfecta… la espera para salir de compras.
—¡Ah, cierto! ―exclamó, chocando palmas. ―¿Pero qué haces aquí? Deberías estar en tu puesto de vigilancia.
Natsu dio un paso hacia atrás y la miró, contrariada. —Hanabi-sama… usted dispuso…
—Ah, sí… cierto —murmuró, haciendo un gesto. —¿Por qué me buscabas?
—Hinata-sama la está esperando ―repitió, un poco más lento.
Cerró los ojos y apretó los labios. ―Sí, las compras… gracias, Natsu.
Se alejaron de ahí. Hanabi no pudo erguirse tanto como le gustaría. Sakura no podría atenderla, para encargarse de los restos de la quemadura, hasta la tarde, así que tenía que andar con cuidado y no permitir que su piel se estirara demasiado.
—Me olvidé por completo de llamar a la tienda, para que apartaran los mejores kimono ―renegó. ―¿Dónde tengo la cabeza?
—Yo me encargué de llamar hace una semana ―declaró Natsu, más y más preocupada por la memoria de su protegida. ―¿No recuerda que me lo pidió antes de irse?
Hanabi exhaló, se detuvo y miró a Natsu a los ojos. —No… no lo recuerdo ―agachó la mirada y juntó las cejas. ―Son… esos estúpidos medicamentos, ese doctor de los Hasegawa me quiso dejar en estado vegetal…
Negó. ―… Hanabi-sama, no diga eso, ni de broma.
—Lo siento, Natsu —se disculpó, deteniéndose ante la puerta. —Gracias.
La mujer se quedó plantada en el sitio, no pudo evitar llevarse la mano al cuello mientras miraba a la muchacha alejarse.
Hanabi cruzó hasta el genkan, donde Hinata ya la esperaba, calzada y con un bolso al hombro.
―Lo siento, perdí la noción del tiempo ―se disculpó, deslizando los pies dentro de sus zapatos
―Tu eres la que no admitirá fachas, yo estoy perfecta con cualquiera de los kimono que hay aquí.
―Ay, por favor, Hinata ―exhaló, rodando la mirada.
Se inclinó para acomodarse los zapatos y Hinata notó que una carta se escurría de uno de los pliegues de las mangas de Hanabi; separó los labios para indicárselo, pero la muchacha caminó hacia la puerta, hablando y hablando sobre la fiesta con ese tono mandón que solía caracterizarla y Hinata solo recogió la carta del suelo y se la echó al bolsillo… la fastidiaría un poco con ello, como recompensa por la tortura que estaba a punto de sufrir.
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Perdieron varias horas comprando sandalias y adornos nuevos para el cabello. Hinata nunca había entendido esa necesidad que tenían Hanabi y la mayoría de sus amigas de comprarlo todo nuevo para ciertas ocasiones, pero al ser siempre "ocasiones especiales" nunca tenía el corazón para intentar exponer su punto de vista.
Cuando salieron de la tienda de kimono, donde pasaron una hora más, decidiendo entre la selección que habían reservado, Hinata se encontraba exhausta y había olvidado por completo la carta recogida en el genkan. Caminaba con sus compras bajo el brazo, el alma le salía por la boca, la espalda y las piernas le dolían y se había malhumorado por el calor del medio día y la sed.
Durante aquellas horas, había deslizado preguntas aquí y allá que no despertaron ninguna alarma. Lentamente aquella extraña y despistada Hanabi se fue disipando, como si fuera verdad la excusa que daba sobre los medicamentos que estaba tomando en esos momentos. Cualquier intento por encontrar una falla en la historia de la caldera era en vano y prefirió dejar el tema de lado, porque entre más la escuchaba, más y más confirmaba que Neji tenía razón y no había nada raro en ella.
Al llegar a casa se desembarazó de todo en brazos de Hanabi y caminó directo a la cocina, en busca de alivio. Un enorme vaso de agua desapareció casi de un trago.
―Hanabi-sama acabó con usted ―se burló Kō, al verla salir con el vaso pegado a la frente.
Lo miró y asintió, arrepentida de haberse levantado aquel día.
Al llegar a su habitación se quitó las calcetas y un sonido sibilante escapó de entre sus dientes al ver que le había salido una ampolla. Le sorprendió que un día de compras la destrozara aún más que los entrenamientos. Curó su ampolla en silencio, tolerando lo que fuera que se le clavaba en la piel de la pierna mientras lo hacía, y cuando terminó sacó un sobre arrugado de su bolsillo, que había formado un pico y se le había clavado todo ese tiempo.
Lo observó, olvidado por completo el momento en el genkan, y lo abrió.
Juntó las cejas, no reconocía la caligrafía, pero no le dio demasiada importancia al encontrar un simple "Mantenme al tanto del itinerario". Recordó el momento en el genkan e imaginó que se trataba de las órdenes que se daban entre todos los que ahora vigilaban y lo guardó dentro del sobre, ya lo dejaría en la habitación de Hanabi antes de ir a comer.
Exhaló y se recostó en la cama, sintiendo su espalda agradecerle el descanso.
Cerró los ojos unos momentos y quizá dormitara unos minutos, pero no estaba segura. Reaccionó al tener un recuerdo fugaz de Sasuke y se cubrió el rostro con la almohada. Con esos fugaces momentos había confirmado que aún tenía las reacciones inmaduras de una chiquilla, pero no dejaría que aquello la atormentara demasiado. Abrazó la almohada luego de unos momentos y pensó en las posibilidades que existían de que aquellos sentimientos tomaran fuerza en lugar de desparecer.
Su intención era deshacerse de ellos, pero no sabía cómo hacer eso… con Naruto nunca lo había intentado, así que no tenía experiencia y no sabía qué tan realista era su plan. Pensar en declararse le parecía absurdo, aquello era apenas un enamoramiento, incluso sentía que podía tratarse de algo fugaz.
―… quizá solo deba esperar a que esto me explote en la cara ―bromeó, mirando el techo de su habitación.
Se contentaba con verlo en los entrenamientos… no la ilusionaba cuando Sasuke se acercaba a ella o le aplaudía -a su manera- algún avance, su corazón latía con fuerza, pero no se perdía en fantasías como cuando era niña. Dibujó círculos distraídos con su dedo y negó.
Había fantaseado… había fantaseado con un roce… algo como lo que creía haber visto en el festival de invierno o en el bosque-
Se levantó y miró la puerta de su habitación, se había olvidado por completo de sus sospechas… y había aplazado el interrogatorio al que simplemente no podía someter a Neji porque nunca se encontraba en casa. Negó unos momentos y se regañó por haberse distraído.
Pensó en el momento perfecto para detener a Neji y se dio cuenta que la fiesta de cumpleaños de Hanabi era su mejor oportunidad… habría demasiada gente en un mismo sitio, no sería de extrañar que los dos se perdieran unos momentos, nadie los extrañaría si no tardaban demasiado y habría mil excusas creíbles a su alrededor de las cuáles escoger para justificar sus ausencias.
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La nube de idilio, si podía llamársele de ese modo a la tranquilidad que comenzó a experimentar semanas atrás, se disipó aquel día. Ino le había advertido que sus memorias más dolorosas estaban reservadas para el final, esto con la intención de brindarle memorias felices que sirvieran de apoyo para poder revivir esas partes de su pasado sin desplomarse… y ella no había reparado en el verdadero significado de aquellas palabras, ni en todas las posibilidades.
No se desplomó del todo, se había puesto en pie luego de la caída de cara que se había llevado, pero el dolor estaba ahí y con los preparativos de la fiesta no encontraba un solo lugar en casa en el que pudiera llorar sus recuerdos en paz. Aprovechó la confusión que se generó cuando Hanabi comenzó a probarse el atuendo y las mujeres la rodearan, elogiándola y festejando cada detalle que mostraba. Estaba consciente del peligro que corría y lo mal que estaba actuando, pero no pudo detenerse, necesitaba salir de ahí.
Creó un clon de sombra que volvió a la habitación, a regalar sonrisas y coincidir con quien resaltara algún atributo de Hanabi, que no se regodeaba, pero estaba disfrutando la atención con una pequeña sonrisa en los labios. Ella se alejó rápidamente, escurriéndose por el aviario, que no tenía un horario fijo para las visitas. Saltó y se perdió entre los árboles, saltando de rama en rama, sintiendo las lágrimas que se despegaban de sus mejillas y se quedaban en el aire, detrás de ella.
Se detuvo a unos metros de la casa, lo suficientemente cerca para no extrañar demasiado a quienes vigilaban desde los limites del bosque, pero lo suficientemente lejos para que no llegaran rápido a ella.
Se sentó en una rama alta, llena de follaje.
Ahí lloró en silencio por media hora, hasta que una presencia la sacó de su nube y la obligó a limpiarse la cara; era demasiado tarde para ocultar su presencia, pero al reconocer a Sasuke perdió el miedo. El muchacho se detuvo a unos árboles de ahí y la miraba, entre extrañado y sorprendido. Sorbió por la nariz y le saludó con un gesto de la mano, que le fue devuelto con ademanes mecánicos. Desvió la mirada hacia el frente, ignorando a Sasuke, pero no por mucho.
—Ya sé que no debería estar sola…
Sasuke se acercó, quedando en el árbol inmediato al que ocupaba ella. —Entonces vuelve a casa.
—… no quiero.
Juntó las cejas y miró alrededor. No había vuelto a sentir aquella presencia extraña, pero eso no significaba que pudieran relajarse.
—¿Por qué no? —preguntó, inclinándose un poco, para no elevar tanto la voz.
Los separaba una distancia de cuatro metros.
Cuando Hinata dejó caer el brazo y lo miró pudo ver el rostro hinchado y enrojecido y la piel húmeda de las mejillas. Las lágrimas no tardaron en volver a escurrir y desvió la mirada, incómodo y arrepentido de estar ahí.
—Lo siento.
—… no importa —aseguró, secándose el rostro de nuevo. —No tiene que irse, yo no debería estar aquí.
Se levantó, decidida a volver a casa, pero se detuvo antes de saltar y se giró, encarando a Sasuke de nuevo. Se miraron en silencio unos momentos.
—… ¿puede ser mi amigo unos cinco minutos? Podrá volver a odiarme después.
Separó los labios, pero no habló de inmediato. —… ¿Qué necesitas?
—Mi mamá murió —soltó, sin poder controlar un sollozo. —… mi mamá murió antes de que cumpliera siete años…
—… lo siento.
—… lo recordé hoy… el día en que murió… y los días siguientes y los anteriores… y no puedo dejar de recordarlo… y la fiesta es mañana…
Asintió, ahora entendía porque había estado tan frustrada durante el entrenamiento.
—… Hanabi no lo entiende… ella no recuerda a mamá… y todos en casa están felices y yo no puedo dejar de recordar esto ―pronunció, enfatizando a cada palabra.
Se cubrió el rostro y lloró en silencio unos momentos. Sasuke inhaló y exhaló, negando un poco. La dejó sufrir, sin acercarse a ella, pero acompañándola en su dolor. El viento sopló, batiendo las hojas, y Hinata aprovechó aquello para secarse el rostro de nuevo. Por un momento pudo sentirse tonta, pero el dolor que experimentaba era demasiado grande y no le dejó seguir experimentando otra sensación. Ni siquiera su enamoramiento le cabía en el corazón en esos momentos.
Miró a Sasuke y sonrió un poco. —Ya puede volver a odiarme… perdón por quitarle el tiempo.
—No te odio —aseguró, ignorando de dónde venía la necesidad de aclararlo.
Se limpió las lágrimas de nuevo y lo miró a través de las nuevas. No pudo ver el gesto, su vista estaba distorsionada, pero sí pudo apreciar que parecía inclinar la cabeza hacia atrás y mirar al cielo, antes de saltar y aterrizar en el tronco del árbol en el que ella estaba.
Sasuke plantó los pies en el tronco y se quedó, como acuclillado, a lado de ella. Le tendió una servilleta a la muchacha y la observó secarse el rostro, sin saber qué otra cosa hacer.
—¿Murió en batalla?
Negó. —… no… quedó débil después de sufrir un ataque, cuando intentaron secuestrarme a los cuatro años… y después de su segundo embarazo no pudo recuperar su fuerza…
Asintió. —… es difícil ver morir a mamá.
Lo miró de nuevo y un gesto de horror le atravesó el rostro al caer en la cuenta de que hablaba con Sasuke.
—Tranquila —apresuró, atreviéndose a estrecharle el hombro.
—… fui una inconsciente —susurró.
Podría coincidir con ella o rechazarlo, pero optó por el silencio. Pensó unos momentos en su madre, en que él ya había tenido tiempo para hacer las paces con lo que había pasado y aún había momentos en que dolía… y Hinata tendría que volver a pasar por todo ese proceso. Revivirlo.
La entendía por completo.
Estiró la mano y le quitó el cabello que se le pegaba al rostro, con mucho cuidado. Dejó caer su mano a su costado pero la siguió mirando, observando el gesto dolorido; Hinata mantenía la mirada agachada, quizá por culpa de las lágrimas.
—¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de ella?
Respiró profundo, en un intento por calmarse, y pensó. Su gesto se contrajo unos momentos y por unos cortos instantes las lágrimas parecieron acabarse.
—… recuerdo… Solo caminábamos bajo el sol y cantábamos… recuerdo el calor del sol en la cara y mamá llevaba un sombrero… y un vestido blanco de flores grises, era su favorito. No soltó mi mano nunca… y tarareaba- estábamos cantando la canción del teru-teru-bozu, no sé por qué si el sol brillaba —sonrió, a pesar de las lágrimas. —El pasto estaba crecido… le regalé un ramo de dientes de león… Quizá fuera en primavera, porque el calor no era… Nos reíamos de algo, recuerdo un beso en mi mejilla… la suavidad de su pecho…
Miró a Sasuke entonces, las lágrimas volvieron a escurrir por sus mejillas.
―… y su sonrisa… siempre es su sonrisa.
Asintió. Recordando las sonrisas que Mikoto reservaba para él.
—¿Confías en mí, Hinata?
Inspiró y asintió. ―¿Por qué?
Asintió a su vez y se paró sobre la rama. —Te voy a poner a dormir. ¿Aún confías en mí?
—¿Dormir?
Asintió. —Genjutsu.
Inhaló y exhaló, pensándolo. —¿Qué pasará después?
—Te dejaré en casa.
Miró detrás de ella y luego miró a Sasuke. Inhaló de nuevo, conteniendo la respiración y al exhalar asintió, sin saber por qué lo hacía.
—Mírame a los ojos.
Levantó lentamente la mirada y se encontró con las pupilas rojas del Sharingan. Por primera vez se detuvo a apreciar el patrón personal de las pupilas de Sasuke, solo por un segundo, pronto desapareció todo. El brillo del sol le golpeaba la cara y el rostro y tuvo que levantar la mano para cubrirse del sol, pero alguien se la sujetaba firmemente; siguió aquel brazo, sintiendo el pasto crecido rozarle al pasar.
—Teru-teru-bozu, teru-bozu… ¡haz que mañana haga un día soleado!
Encontró una sonrisa bajo la sombra del sombrero.
Hinata se desplomó en el brazo de Sasuke y se la acomodó con cuidado, se ayudó con la mejilla para asegurar la cabeza en su cuello y con cuidado acomodó el cuerpo de la muchacha en su brazo para cargarla.
Saltó de árbol en árbol, pendiente de cualquier presencia, con la muchacha adormecida en su brazo y tarareando la canción con la que los niños detenían las lluvias. No había tenido que invadir los recuerdos de Hinata para reconstruir algo parecido a aquel recuerdo, recordaba bien a la madre, siempre en compañía Kō, afuera de la academia, y tenía presente la manera en que recibía a Hinata con una sonrisa.
Con cuidado se escabulló, ocultando su presencia lo mejor que podía, dentro del área residencial. Dejó a la muchacha en la escalera de la veranda, acomodada en los escalones de manera que pareciera que se había quedado dormida por casualidad.
Las lágrimas aún le empapaban partes de las mejillas, pero una diminuta sonrisa le iluminaba ahora el rostro.
Saltó lejos de ahí, aterrizando cerca de su puesto de vigilancia. Luego de un rápido chequeo confirmó que nadie parecía haber notado aquella interacción. Se acuclilló en la rama y escuchó atento los sonidos del bosque, sin dejar de pensar en lo que acababa de compartir con Hinata. No podía decir que se tratara de vulnerabilidad, porque en ningún momento se había sentido así, pero no solía tocar los temas de las madres muertas.
Se rascó el cuello unos momentos y pensó, por primera vez en todo ese tiempo, que quien fuera que le había borrado la memoria a Hinata había cometido uno de los peores crímenes.
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Hanabi encontró a Hinata dormida en la veranda. Salió y se arrodilló junto a ella, desconfiando de los alrededores y palmeándole la espalda suavemente para despertarla. Luego de unos instantes la muchacha gruñó y se sentó, sobresaltada observó los alrededores y luego sonrió al reconocer a su hermana.
—Estuviste llorando… —susurró, acariciándole el rostro hinchado. —¿Pasó algo?
—N-No… —murmuró, frotándose un ojo. —¿Me quedé dormida?
Hanabi asintió. —¿Por qué llorabas?
Hizo una pausa para recordarlo, pero no pudo, solo había sueños en las últimas horas. —… soñé con mamá.
Apretó los labios al escuchar aquello y abrazó a Hinata, sintiendo a la muchacha derretirse ante el contacto.
Jueves, 15 de junio de 2023
