Disclaimer

Los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi de su obra Ranma 1/2. Sólo los utilizo para mi propio entretenimiento y el de los que leen. No obtengo ningún beneficio monetario por ello.


Ha llegado el último fic escrito por mí hace años. Después de éste, y a excepción de las historias cortas, y el otro fic de Ranma que está activo, nada más tengo para ofrecer. Muchas gracias a todos los que leen y comentan. Es enormemente grato recibir sus opiniones y críticas siempre que, estas últimas, se hagan con el debido respeto.


Nota: Esta historia está estrechamente relacionada con otras escritas por mí y posteadas en este lugar: Hasta siempre: Una historia sobre Mousse (con algunas variantes); No era vida antes de ti y Aquí allá y en todas partes (aparecida en Ranma, Akane, Mousse y otras diversas historias de amor (O desamor)). De todos modos, no es necesario leerlas para entender el plot de este escrito.


Palabra de honor

Llovía a cántaros sobre la ciudad mientras él miraba a través del cristal de la ventana. Antes le desagradaba la lluvia por otras razones; ahora era porque le traía recuerdos dolorosos de un pasado que no volvería. La vida, su vida, había cambiado para siempre y nada podía volver el tiempo atrás.

¿Cómo había llegado a esa situación? Por lo mismo de siempre: los estanques de Jusenkyo. Esos malditos estanques le habían arruinado la vida, lo habían vuelto un fenómeno y su obsesión con ellos lo llevaron hasta donde había llegado. No entendía por qué las cosas tuvieron que suceder cómo lo hicieron. En un instante, pasó de ser un joven a ser un hombre sin que pudiese darse cuenta del cambio que se estaba forjando. Fue todo tan rápido.

Era un día de lluvia también y él se encontraba en el café de Shampoo, conversando. Podía decirse que ahora eran buenos amigos. De pronto, y de la nada, llegó un hombre extraño que no hablaba muy bien el japonés. Era chino, según le dijo Shampoo y estaba de paso por la ciudad pues ya iba de vuelta a su país. Le daba pereza tratar de ponerle atención así es que lo ignoró a pesar de que el hombre le hablaba en todo momento. De repente, mientras Shampoo preparaba los fideos que éste había ordenado, escuchó la palabra mágica: Jusenkyo. Al oírla, el interés de Ranma surgió como la lava de un volcán en erupción. Necesitaba que le dijera que sabía él del lugar y de los pozos encantados. El viejo rió. ¿Qué sabía? Todo. Y podía informarle que, en ese momento, muchos estanques se habían secado. Sin embargo, él había guardado un poco del agua más demandada, la del estanque del hombre ahogado. El corazón de Ranma dio un salto. Ese viejo tenía la solución a su problema, debía decírsela. No tan pronto, en primer lugar, porque estaba en China y, en segundo, porque no se la entregaría a cualquiera sino a un hombre fuerte que hiciera buen uso de ella. Ranma pensó y se dio cuenta que ni Ryoga ni Mousse eran tan fuertes como él. De Mousse, además, no se sabía nada desde hace mucho. Quizás estaba en China y listo para encontrar la cura. No le daría ese gusto. Sin esperar la comida que Shampoo preparaba, tomó al hombre de un brazo y se lo llevó corriendo, asegurándose de llegar lo bastante lejos para que nadie los encontrara.

– ¿Es cierto lo que me ha dicho? Eso de que los pozos se han ido secando… – preguntó Ranma algo incrédulo, porque era difícil creer después de todas las veces que había fallado en conseguir el agua. Y de las mentiras que le habían contado.

El anciano sonrió. Claro que sí, la tenía. Pero para obtenerla, no le quedaba más remedio que partir hacia China. La vida requiere de algunos sacrificios. Ranma le dijo que estaba dispuesto a lo que fuera para conseguirlo, podía tener su palabra. Sin embargo, no la cumpliría hasta que no se hubiese curado.

– Estoy dispuesto a hacer lo que sea, lo que usted me pida. Lo prometo – esa simple frase le pesaría por siempre.

El hombre vio que Ranma era un ser impulsivo y, lo que acababa de decir, podía costarle caro. Muy caro. Pero era ya un hombre grande y sabría hacerse cargo de sus actos. Le exigió que fuese solo, sin acompañantes.

– ¿Te parece bien que nos encontremos aquí a las nueve?

– Por supuesto, a esa hora nos veremos – le contestó Ranma ansioso. El anciano le advirtió que nada sería fácil y que después de la experiencia vivida, su vida jamás sería igual. Ranma rió de buena gana. ¡Claro que no sería igual! Ahora sería un hombre completamente y eso era lo que más deseaba en la vida. El anciano le preguntó si estaba seguro de que eso era lo que más deseaba. Seguro no, segurísimo. Se despidieron, repitiendo que se verían ahí, en ese mismo lugar a las nueve.

El camino a casa se le hizo eterno. No podía creer lo que estaba sucediendo. ¡Volvería a ser normal al fin! Nadie podía siquiera imaginar lo que eso significaba. Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a su hogar.

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La familia completa se encontraba cenando a esa hora y no se sorprendieron de verlo llegar tarde, pero sí muy agitado. Se notaba que algo había sucedido. Ranma no tenía tiempo de explicar mucho, tenía una cita a las nueve. Excusándose por no cenar con ellos, se dirigió a su dormitorio para arreglar las cosas que le harían falta para su viaje. Estaba afanado en eso cuando sintió que alguien tocaba la puerta. No quería ver a nadie en ese momento por lo que no abrió. Poco después sintió como la puerta de abría sin su permiso. Era Akane. Estaba preocupada por la actitud que Ranma había tenido hace un rato atrás. Éste le explicó que no era nada, se había entretenido en el café de Shampoo y tarde se dio cuenta de que había pasado de largo la hora de la cena. ¿Con Shampoo? Pero si la misma Shampoo había ido a preguntar por él hace unos momentos diciendo que se había llevado a un cliente que algo tenía que decirle. Ranma sonrió nervioso, su mentira había sido descubierta muy pronto. En eso, Akane miró al suelo y vio que la mochila de Ranma estaba ahí, lista para un viaje.

–¿Adónde vas? – le preguntó. Ranma no fue muy claro en su explicación: tenía la oportunidad de ir a China, a los estanques. A Akane se le iluminó el rostro. Si era así, ella lo acompañaría. Ranma se negó; una de las condiciones que le habían sido impuestas era que fuera solo. Akane lo miró confundida. ¿Quién era ese hombre, de dónde había salido? Ni él mismo sabía pero le había dicho que los estanques se habían secado y había guardado un poco de agua del estanque del hombre ahogado. Akane insistió; no tenía forma de saber si lo que ese sujeto le estaba diciendo era cierto.

– Debo correr el riesgo. Si no voy, nunca lo sabré. Tendré siempre la duda y no podré vivir así. Entiéndeme –le rogó Ranma. Pero Akane insistió, quería estar con él en ese momento. No sabían qué clase de aventura podrían vivir. Ranma no cambió de opinión.

– No. debo ir solo. Este es un desafío para hombres, y para hombres fuertes. Si este tipo me dice la verdad, me curaré y volveré. De eso puedes estar segura.

Akane sintió deseos de llorar. No quería separarse de Ranma pero tampoco quería que éste se sintiera culpable por verla así. Ése era el sueño que guiaba su vida. Si tenía la posibilidad de hacerlo realidad, ella no se opondría. Ranma también sintió algo de tristeza, después de todo, los Tendo eran su familia. Y Akane, bueno, Akane ya sabía lo que sentía por ella. Es cierto que se lo había dicho una vez pero eso era suficiente. Debía confiar en él.

– Cuídate – fue todo lo que le dijo al despedirse. En ese momento, Akane no sabía que había llegado al punto en que su vida daría un giro, un giro que lo cambiaría todo. Ranma sonrió, no le gustaban las despedidas por lo que salió por la ventana, para que nadie lo viera. La situación se le estaba haciendo muy difícil, era mejor cortar rápido con eso.

– Despídeme de todos. Si todo sale bien, estaré pronto de vuelta – y diciendo esto, salió. Akane se acercó a la ventana y se quedó largo rato mirando como la figura de Ranma se perdía, allá a lo lejos. Tenía un extraño presentimiento.

Cuando bajó, lo primero que le preguntaron fue por Ranma. No sabía bien cómo explicarlo porque ella misma no lo tenía claro. Ranma había hecho un viaje, al parecer a China, a los estanques. Al oír aquéllo, Genma se paró de un salto, enfurecido. Ranma se había ido sin siquiera decirle una palabra, sabiendo que él también necesitaba ir a China, que también necesitaba el agua de esos estanques. Presionó a Akane para que le diera información pero ella no supo explicar más. Salió hecho un diablo detrás de él, sin tener idea hacia dónde se había ido. Mal hijo.

En casa de los Tendo reinaba el desconcierto. Ranma era impulsivo, sí, pero no lo creían capaz de irse así, sin una explicación, sin dejar una nota. Las hermanas de Akane le preguntaban si había notado algo raro en él. Nada. Al salir en la tarde parecía ser el Ranma de todos los días pero, al volver, ya era otro. Un Ranma obsesionado más que nunca con la idea de curarse. ¿No tendría Shampoo algo que ver? No, ella había estado ahí preguntando por Ranma y un viejo. ¿Quién era ese viejo? Ella no lo sabía y parece que Shampoo tampoco. Además, desde hace mucho tiempo que ella no desconfiaba de Shampoo. No, esto no era cosa de ella. El hombre aquel tenía la clave.

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El viejo no estaba por ninguna parte cuando Ranma llegó. Éste, impaciente, creyó que había sido burlado una vez más y se disponía a marcharse cuando apareció. Caminaba a la velocidad de un caracol, como él no tenía nada que perder.

– ¿Ya estamos listos? – preguntó Ranma ansioso.

Sí, era el momento de partir. Debía prepararse para un largo viaje. Ranma sonrió con desprecio; se lo decía a él, que ya había ido a China como parte del entrenamiento que su padre le había impuesto y que lo había llevado, además, a su mayor desgracia. Incluso se había ido a nado. Después de eso, era capaz de soportarlo todo. El viejo rió, le gustaba como era Ranma, sabía que no lo decepcionaría.

Se fueron conversando de múltiples cosas pero, por sobre todo, el señor tenía curiosidad de saber cómo había llegado a ser lo que era, en qué se convertía. Ranma se dirigió al rociador de un parque y se lo demostró. El viejo sonrió; su maldición no era tan mala, podía ser peor: cerdo, gato, panda. Ranma suspiró aliviado. Sí, sabía de lo que eran capaces los estanques. Mientras caminaban, y sin saber por qué, Ranma le contó que tenía una novia y que estaban comprometidos para casarse. De pronto, el hombre se detuvo y miró hacia todos lados.

– Te dije que no trajeras a nadie. No cumpliste tu parte del trato – dijo molesto.

– Y no lo hice, lo prometo – dijo Ranma angustiado. Si era Akane, no se lo perdonaría jamás. El anciano sentía que los estaban siguiendo, era clara la presencia de alguien más. Repentinamente y sin hacer ruido, dio un salto, que Ranma no creyó que fuese capaz de hacer, y llegando a un árbol, tomó a alguien y se lo trajo con él al suelo.

– ¿Qué crees que estás haciendo muchachito? – dijo mientras lo sostenía por el cabello.

Ranma se acercó a mirar. No, no era un muchacho. Era Ukyo. Le preguntó qué hacía ahí y ella respondió que lo había visto pasar por la calle con una mochila y asumió que se iba de viaje. Si era así, quería acompañarlo. No, no podía, era parte de un trato que debía cumplir y tomándola de un brazo, la obligó a irse mientras ella oponía franca resistencia. El viejo le dijo a Ranma que parara y se acercó a mirarla. Era una chica, sí, una chica muy linda. Cerró los ojos y pareció viajar en el tiempo y ver a alguien que había sido muy importante para él. Una enorme nostalgia lo envolvió… Le preguntó a Ukyo quién era ella y ésta le respondió que era la novia de Ranma.

– ¿Así es que ella es tu novia? – dijo el hombre, mirándola con dulzura. Ranma trató de explicar que no, que las cosas no eran así pero Ukyo, viendo el efecto que su presencia provocaba en el viejo, comenzó a hablarle amablemente. Fue suficiente para que el anciano cayera y aceptara hacer un cambio en los planes. Ukyo iría con ellos.

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Por más que buscó por todas las calles, Genma no logró dar con Ranma. Se había esfumado, llevándose con él el secreto de los estanques. Estaba realmente decepcionado del egoísmo de su hijo sin recordar que, en muchas otras ocasiones, él mismo lo había olvidado y había intentado curarse sólo él, sin Ranma. La excusa era la misma de siempre: ser una chica era mejor que ser un panda.

Nabiki subió a la habitación de Akane para avisarle que Genma no había encontrado a Ranma y para saber, de paso, algo más sobre el viaje de éste. Quizás podía decirle algo importante que le sirviera para ayudar a todos los que tenían la maldición y, de paso, ganar algo de dinero. Nunca estaba de más. Pero Akane insistió en que ella no sabía nada. Era extraño, muy extraño. Nabiki le sugirió que fuese al café de Shampoo, algo debía saber porque siempre sabía más que el resto. Akane fue al día siguiente y se la encontró junto con Ryoga, ordenando las mesas.

– Shampoo ¿qué sabes tú del hombre del que hablaste ayer cuando fuiste a mi casa? – le preguntó Akane.

– Pues, lo que te dije: ese hombre se fue sin pagar y, como la última vez lo vi con Ranma, deduje que se había ido con él, a tu casa – respondió. Akane sabía que Shampoo se guardaba algo y no quería decirlo. Ryoga la presionó para que dijera todo lo que en realidad sabía. Sí, había algo que no les había dicho. No, no tenía muchos detalles. Explicó que la bisabuela le había dicho que un hombre de China había llegado a la ciudad y que él, posiblemente, sabía algo de los estanques. No sabía si Ranma se había enterado de eso pero, mientras ella cocinaba los fideos que el hombre había pedido, ambos habían desaparecido. Akane le confirmó que el viejo sí sabía de los estanques: al parecer se habían secado aunque él había guardado un poco de agua de la poza del hombre ahogado. Ranma se había ido con el hombre a buscarla.

– ¿Los estanques se secaron? No puede ser posible – dijo Ryoga desesperado. Shampoo le preguntó a Akane por qué no había ido con él y ella explicó que era una condición que le había sido impuesta. Ryoga golpeó la mesa enfurecido haciendo saltar a las dos muchachas. Ranma era un traidor, se había guardado el secreto y sólo él gozaría de la curación. Las dos chicas intentaron consolarlo pero era imposible. Quizás el hombre había guardado mucha agua y podrían compartirla. Pero nada aliviaba el dolor de Ryoga.

– Quizás Ukyo puede saber algo – dijo Shampoo –, Ranma confía mucho en ella.

Era cierto. Shampoo cerró el café y los tres se dirigieron al restaurante de Ukyo el que, para su sopresa, estaba cerrado. ¿Sería posible que hubiese ido con Ranma? Mientras Ryoga se sentaba en la cuneta a tratar de digerir lo que estaba sucediendo, Akane se sintió paralizada. ¿Se había ido Ranma con Ukyo en vez de ella?

Así era efectivamente. Los dos, junto con el viejo, cruzaron hacia China en un viaje que les tomó varios días. Finalmente llegaron al pie de una montaña, en donde había una pequeña casa de madera. Desde ahí salió una mujer, que era la esposa del anciano y, que al ver a Ukyo, también pareció haberse emocionado. El hombre le explicó que Ranma iba por el agua del estanque y Ukyo, que era su novia, lo había acompañando. Ranma estaba tan desesperado por encontrar y comprobar que aquella agua era la que él incansablemente había buscado, que se disponía a marchar en ese mismo momento. Los dos ancianos lo detuvieron.

– ¿Le dijiste dónde se encuentra? – preguntó la mujer.

No. Estaba en la cima de la montaña, una montaña imposible de subir por los peligros que guardaba. Ya le había dicho a Ranma que sólo los hombres fuertes podían conseguirlo y él había aceptado el reto. Ukyo también quería participar pero el anciano se lo impidió: era una travesía muy dura. Lo mejor sería que esperara a su novio ahí, él regresaría.

– Sí, quédate con nosotros. Ya verás cómo volverán sanos y salvos – sonrió la mujer. Ukyo aceptó. Ella y la anciana se harían muy buenas amigas.

Al caer el alba, Ranma y el viejo salieron para subir la montaña. Ukyo se despidió con lágrimas en los ojos: confiaba en Ranma y en su fortaleza pero, aun así, tenía miedo de lo que podía llegarle a pasar. Se despidieron y se marcharon. El anciano comenzó a explicarle que lo peor de la montaña no era tanto la dificultad de subirla sino los obstáculos constantes que las ánimas que habitaban ahí le ponían a los visitantes. ¿Ánimas? Nunca le había hablado de nada como aquéllo. Sí, eran almas que habían intentado ir por el agua, no lo habían logrado y ahora no podían descansar.

– ¿Y qué dificultad suponen esas ánimas? – preguntó Ranma —. ¿Me lanzarán montaña abajo?

El viejo rió. Ranma era fuerte, no podrían derribarlo tan fácilmente, claro que no. Pero si podría llegar a ver cosas horribles, debía estar prevenido. Eso no era problema, dudaba ver cosas más feas que el maestro Happosai o la bisabuela de Shampoo. El viejo le recomendó que no bromeara, en el momento menos pensado algo iba a encontrar y debía luchar contra eso.

¿Cuántas horas caminaron? Imposible saberlo. De lo único que Ranma tenía certeza era de que el sol estaba pegando fuerte, muy fuerte. Por más que bebía agua, no lograba aplacar su sed. Miraba al anciano, tan viejo como el mundo, y no comprendía cómo pudiese ir tan entero cuando él estaba a punto del desmayo. Pero así era.

– Podemos descansar, si quieres – le ofreció el anciano. Ranma lo necesitaba pero su deseo de llegar hasta el agua era más fuerte. Decidió seguir. A veces su mochila se hacía tan pesada que pensaba que se hundiría con ella en la tierra. No, él era un hombre fuerte, no se daría por vencido sin, al menos, intentarlo. Sacó fuerzas de dónde no las tenía y siguió al viejo. Pero éste comenzó a caminar muy rápido, lo perdió de vista. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? Miró, buscándolo por todos lados pero no dio con él. Se había esfumado. Quizás el viejo sólo lo había engañado y lo había conducido a su muerte. Decidió no rendirse y llegar a la cima; si nada encontraba, buscaría al viejo para acabar con él.

Una densa niebla empezó a aparecer mientras subía, eso no lo dejaba ver con claridad. Sin embargo, siguió adelante; sólo tenía que subir, nada más. De pronto, comenzaron los gritos, chillidos desagradables que lo desconcentraban, que no lo dejaban pensar con claridad. Se sentía perdido y lo estaba. Su ceguera era tal que ni siquiera podía ver dónde ponía sus pies, por lo que apenas fue capaz de sostenerse cuando, habiendo pisado mal, casi se va montaña abajo. Había pasado el susto de su vida y sólo ahora podía empatizar con Mousse… Estaba pensando en eso cuando una voz conocida le habló. ¿Akane? ¿Era Akane? Al girarse quedó paralizado por el espanto. Frente a él estaba Akane, ensangrentada, con la ropa desgarrada, llorando. ¿Qué le había pasado?

– Ranma ¿por qué me dejaste sola? ¿Por qué me abandonaste?

Ranma sintió que la respiración se le iba, un dolor insoportable se posaba en su pecho. No, él nunca la había abandonado. Pero Akane seguía preguntándole lo mismo, una y otra vez, mientras se alejaba cada vez que éste se acercaba. Intentó tomarle la mano pero ella se le escapaba.

– Akane, no, no te he abandonado – le decía desesperado. En su afán de alejarse de él, Akane se acercó demasiado a la orilla y cayó. No, eso no podía estar pasando. Sin pensar en nada, se lanzó él también tratando de alcanzarla.

– ¡No! ¡Akaneeeeee!

En ese preciso momento, Ukyo sintió un grito, estaba segura de que había sido Ranma. No pensó en nada más sino en correr hacia él pero la anciana se lo impidió. ¿Cómo los encontraría? ¿Qué haría ella para solucionar los problemas por los cuales Ranma podría estar atravesando? Ukyo se dejó caer sobre una silla, abatida. La mujer se acercó a ella para ofrecerle un poco de té, eso la ayudaría a calmarse.

– Lo quieres mucho ¿verdad?

Mucho no era la palabra; lo quería demasiado. Pero él no le correspondía de igual manera, sabía que había otra mujer, una más importante que ella. No quería hablar de eso ahora. Cambiando el tema de conversación, Ukyo le preguntó por qué vivían tan alejados del mundo, casi en la nada. Era por la tranquilidad, ya no estaban en edad para sufrir sobresaltos que, de esos, habían tenido varios en su vida. Ukyo vio cómo el rostro de la mujer se ensombrecía y sus ojos se tornaban en unos llenos de dolor. No quería seguir haciéndola sufrir por lo que le propuso que cocinaran algo, lo que fuera pero muy delicioso para esperar a los hombres una vez que hubiesen llegado. La anciana sólo sonrió; podían pasar días, semanas, hasta meses. Todo dependería de la fortaleza física y mental de la que gozara su novio.

– Ranma es el hombre más fuerte que he conocido y su mayor deseo es curarse de la maldición. Sé que lo conseguirá en el menor tiempo posible. Lo sé.

Mientras hablaba, la voz de Ukyo se volvía dulce y divertida. El color de su cabello cambió y comenzó a danzar en el patio de la casa. Tenía una hermosa voz y cantaba como un pequeño ruiseñor. Se veía tan bonita, tan alegre, como debería haber seguido siendo. Ukyo notó que la mujer parecía desvanecerse y corrió a sostenerla mientras le preguntaba si se sentía bien, si necesitaba algo.

– Lo que yo necesito, hace mucho tiempo que no lo puedo tener. Pero tú has traído algo de consuelo a mi corazón – finalizó la mujer mientras se incorporaba y se dirigía a la cocina.

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Ranma se revolvía furioso sobre el suelo, en medio de la tierra, tratando de atrapar algo o a alguien pero no podía. Junto a él estaba el viejo que lo miraba atentamente. No estaba seguro de que Ranma superara la prueba, había caído casi antes de empezar. El hombre le lanzó un vaso de agua para que despertara, afortunadamente, tibia, lo que no permitió a Ranko tomar su lugar. Entre el agua y la tierra, Ranma estaba completamente enlodado.

– ¿Cómo llegué hasta aquí? Me caí por la montaña, es decir, creo que me lancé, ya ni sé lo que hice – dijo Ranma completamente perturbado. Ni lo uno ni lo otro: sofocado por las trampas que las ánimas ponían, se había ido al suelo. No se había alejado ni un centímetro desde el lugar donde por última vez lo había visto.

– Estabas gritando como un loco, seguramente por alguna visión que tuviste… Llamabas a una tal Akane – respondió el viejo intrigado.

¿Akane? Sí, ahora lo recordaba; ella estaba ahí, frente a él, muy mal. Pero el viejo le indicó que ahí no había nadie más ellos dos. Era tan extraño, estaba seguro de haber visto a Akane, de haber sentido su voz pero eso era imposible, ella no estaba ahí, no lo había acompañado. Quizás se las arregló para llegar, de algún modo, como siempre lo hacía. Deseaba que fuese así pero no lo era.

– Akane es nombre de mujer. Y no es precisamente el nombre de tu novia –. Ranma sentía que el anciano se lo estaba rerprochando. Sí, era el nombre de una mujer, de su novia, de su verdadera novia. Quiso explicarlo pero no tuvo tiempo. Al parecer, algo había molestado al señor. Sin mirarlo, le indicó que era hora de marcharse. Sí, era lo mejor, entre antes acabaran con eso, sería mejor. Para él. Para todos.

El ruido de esa gente que no podía lograr un descanso eterno era espeluznante. Ranma no podía ignorarlos, aunque quisiera. A veces, las voces se parecían tanto a las de sus conocidos pero no, eran muertos. No había nada que temer. Ranma miró al viejo y notó que éste, desde el momento en que reanudaron la marcha, no le había vuelto a hablar. Sentía que estaba molesto por algo pero ¿qué? No recordaba haber hecho nada que lo hubiese ofendido. Decidió no prestar más atención, debían ser cosas de su imaginación, y concentrar todas sus fuerzas en llegar a la cima y, con ella, a su mayor gloria. Sin embargo, no era posible pasar indiferente ante tanto ruido, tanto caos. Especialmente cuando frente a él apareció su padre reprochándole el no haberlo llevado con él. La mirada de Genma estaba cargada de tanto dolor; el remordimiento le vino a Ranma como nunca antes.

– ¡Papá! ¡Perdóname! – gritó Ranma tratando de ir hacia él pero un seco golpe lo tumbó. El anciano lo había detenido. No se veía demasiado contento.

– Dijiste que eras un hombre fuerte y, hasta ahora, sólo he visto a un llorón. ¿Realmente piensas lograr tu objetivo de esta manera? De haber imaginado esto, jamás te hubiese dicho una palabra. De nada – comentó el hombre molesto. Ranma se puso de pie humillado. ¿No podía entender que era la figura de su padre la que se había presentado frente a él? ¿Y él, por su parte, no había entendido que todo lo que vería mientras escalaban eran sólo ilusiones? Sí, lo sabía pero es difícil razonar cuando se ve a las dos de las personas que más quieres, frente a ti, así, como él las vio. No quería parecer indigno ante el viejo, sacudió un poco sus ropas y siguió adelante.

Caminaron mucho, mucho tiempo. Escuchó de todo mientras subían y, en más de alguna oportunidad, sintió deseos de no continuar, de regresar a casa y terminar con todo. Añoraba el calor de su hogar, de la casa de los Tendo. Sin embargo, él nunca se había rendido, jamás en su vida. No sería ahora que estaba a punto de lograr lo que por tanto había anhelado. Sacando fuerzas de donde no las había, siguió al anciano por el camino que éste le iba trazando. Pasó hambre, frío, sed pero no claudicó. Hasta que, de pronto, en medio de la típica niebla que los había envuelto durante la travesía, se percató de que habían llegado la cima. ¡No podía creerlo! ¡Su mayor deseo estaba a punto de hacerse realidad! No pudo evitar que algunas lágrimas brotaran de sus ojos pero se las secó de inmediato al ver que el viejo pudiese interpretar aquello como un signo de debilidad y desecharlo cuando ya había acariciado su salvación.

– No es menos hombre el que llora – fue todo lo que dijo el hombre mientras caminaba hacia un lugar inespecífico. Ranma lo siguió. Llegaron a un pozo. Desde ahí, el viejo tiró una cuerda y llevó a la superficie un balde, no muy grande pero lleno de agua. Los nervios de Ranma estaban a punto de romperse.

– Toma, por esto has venido ¿O no? – le ofreció el balde que Ranma tomó con las dos manos mientras le parecía que esa agua era la más cristalina que había visto en su vida. Levantándolo, lo vació sobre él. ¡Estaba heladísima! Los latidos de su corazón se hicieron cada vez más rápidos, el aire más denso. Miró sus manos y eran sus manos, las manos de un hombre. El viejo le cedió un espejo en donde vio sus ojos, su nariz, sus labios, su cabello… su cabello negro. ¡Era él, el que nunca debió dejar de haber sido!

– Muchas gracias – dijo Ranma, sin poder ocultar su emoción. El hombre sonrió mientras lo dejaba gozar por un momento de su nueva vida. Trascurridas una horas, le indicó que era hora de volver, no podían quedarse ahí todo el tiempo. Ranma asintió y salió tras él, siempre llevando el espejo entre sus manos. No quería dejar de mirarse. Repentinamente, las dudas vinieron a su mente. ¿Y si era un efecto momentáneo como los polvos de Shampoo? Desesperado por esa posibilidad, se lanzó a un charco con agua casi congelada e inmediatamente, miró al espejo. Seguía siendo él; eso ya no cambiaría.

Ukyo esperaba siempre fuera de la casa a que Ranma regresara y, por varios días, debía entrarse desilusionada al ver que tal regreso aún no se producía. El día menos pensado, divisó dos figuras a lo lejos y una, sí una, era Ranma porque ella podía reconocerlo a kilómetros de distancia. Llorando de emoción al ver que estaba bien, corrió hacia él y lo abrazó. Ranma también lo hizo.

– Ukyo, lo he logrado – fue todo cuanto le dijo.

La anciana, al verlos tan cansados, los invitó a entrar, a tomar un baño y a comer. Se veían hambrientos y lo estaban. Ranma, a pesar del frío, prefirió bañarse en un río que pasaba cerca, para disfrutar de su nuevo yo o, en realidad, su primer yo. Ukyo lo acompañó desde la orilla, también feliz por lo que había sucedido. Al llegar a la casa, Ranma devoró todo cuanto las mujeres habían preparado.

– Señor, debo admitir que, en ciertos momentos, no creí en sus palabras, le ruego que me disculpe y, bueno, ahora sólo me queda darle las gracias, por todo.

El anciano sonrió.

– No tienes que agradecer nada. Pero, no debes olvidar que me has hecho una promesa y ahora que debes cumplirla.


Gracias por acompañarme en esta última aventura.