Perro fiel


Un quiebre. O, mejor dicho, varios. Los trozos de Denji desparramados por el piso. Yoshida no tenía ni la más mínima idea de lo que le estaba ocurriendo, pero aun si se cortaba los dedos en el proceso, quería ayudarlo.


Los rumores que oyó de las chicas en el pasillo eran ciertos: Denji había salido de clases para ir a vomitar al baño, o algo así.

—¡Denji, soy yo! Ya estoy aquí —dijo como si nada mientras se le acercaba, como si el ver aquellas rodillas y desgastadas zapatillas tiritar contra las baldosas del baño no le apretase el pecho.

Dejó su bolso en el piso y de inmediato se hincó al lado del rubio, el cual volteó a verlo, jadeando. Estaba pálido, con los ojos vidriosos.

Yoshida estaba sorprendido de verlo en el instituto por segunda vez en aquella semana, porque, si bien en su casa lo veía todos los días (tenía que ir a asegurarse), resulta que Denji llevaba faltando a sus clases varios días. Por lo mismo, se le acumularon varias tareas pendientes, las cuales no le aceptaría a Yoshida ni por la ventana ni por la puerta. No había abandonado su casa en todo ese periodo y Yoshida se atrevía a inferir que tampoco había dejado su cuarto.

¿Y por qué se fijaba tanto en aquellos detalles? Simplemente porque todo lo que ocurriese con Denji era de su incumbencia. Si es que podía comer, llegar a casa a salvo, adaptarse al sistema educativo, todo. La salud como tal implicaba más allá que la ausencia de enfermedad, por lo que Yoshida cumplía con una vigilancia en tercera persona de todos estos aspectos... al inicio, porque apenas logró entrometerse en su vida a la fuerza, las cosas se quedaron así: pasaban juntos mucho tiempo, aunque siempre fuese él quien hiciera el primer movimiento.

Sabía que Denji no lo consideraba su amigo y mucho menos le guardaba ningún tipo de cariño, pero no tenía otra opción. Este era su trabajo y punto. Denji tendría que soportarle quisiera o no.

Y con lo que había ocurrido hace pocas semanas, ya no podía relajarse. Tenía que aumentar la vigilancia, y, en consecuencia, el contacto entre ambos.

Denji lo llamaba acoso, Yoshida lo llamaba deber.

Y dentro de su deber había días sumamente complicados, como éste.

—¿Qué pasa? ¿Estás enfermo? —Puso una mano sobre su frente.

—Me siento... Me siento mal... —Denji murmuró con los ojos cerrados.

La mano grande y pálida de Yoshida aún reposaba sobre su frente: en condiciones normales, el Motosierra lo habría alejado de un bofetón, porque era extremista con esas cosas y era la viva definición de la masculinidad frágil.

Escrutó al chico con sus orbes negros, atentos. Estaba fatal y era su trabajo el mantenerlo con vida. Por ende, estaba haciendo un pésimo trabajo y eso no era típico de él; debía esforzarse más.

—No tienes fiebre, por lo menos. —Retiró el contacto—. ¿Acaso Nayuta te contagió de algún virus?

—No... Puta madre, creo que voy a vomitar...

Yoshida se llevó una mano al mentón al ver al chico encaramarse sobre la taza del baño y abrir la boca. Sin ningún tipo de tapujo, se asomó también hacia la loza blanca del retrete, la cual, para su sorpresa, estaba reluciente y sin nada de vómito.

—¿Comiste algo en mal estado? —Se le ocurrió.

—No, incluso no como hace horas. Desde la tarde de ayer, creo.

—¿Qué? —Ancló su vista en él—. ¿Cómo dices? ¡Estás fatigado! No puedes hacer eso, tienes que comer. —Se puso de pie rápidamente: dejaría los regaños para después—. Te traeré algo.

—No, no lo entiendes... Yo de pequeño... Solía vomitar bilis cada tanto.

Yoshida detuvo sus movimientos al oír la débil voz.

—Comía muy poco, así que me pasaba siempre. —Denji se echó para atrás, apoyando la cabeza en la pared del cubículo. En sus ojos se reflejaban las baldosas azulinas—. Algunas veces... botaba sangre.

Yoshida se encontró con los ojos castaños. Sus propias cejas se unieron en su frente, consternado. Denji devolvió la vista al piso, avergonzado.

—Ahora es diferente, Denji. Yo tengo que cuidarte.

Su arrullo no tuvo respuesta.

—Espérame aquí, ¿sí?

Sus pasos eran rápidos, su postura impecable y en su rostro reposaba su ensayada expresión de siempre: una sonrisa que no era sonrisa, y cooperaba también aquel fleco que le tapaba los ojos. Nadie podría adivinar los pensamientos bajo esa atractiva máscara. Las chicas se volteaban al verlo pasar, para cuchichear entre ellas.

En su interior, le había tocado la fibra sensible el ver al chico así de vulnerable.

El Motosierra reducido en el baño de un instituto.

Sufriendo físicamente.

Y si lo pensaba bien, de nuevo concluía que esto era culpa suya, que no lo estaba cuidando bien. Pero, a pesar del claro dolor de Denji y de que necesitaba ayuda, éste no había recurrido a él. Y siempre se lo ofrecía, se había puesto a su merced muchas veces, pero el resultado era el mismo de siempre. Al parecer, prefería destruirse las entrañas con bilis antes que pedirle una mano a Yoshida.

Y no era la primera vez que su situación pedía ayuda a gritos y simplemente no hacía nada, se dejaba vencer.

Era algo así como una caja fuerte. Yoshida intuía lo mal que lo pasaba ahí solo, aislado de todo contacto, pero no parecía estar dispuesto a abrirse... No con él.

—¡Ueeegh! —Escuchó con eco cuando regresó al baño. Las arcadas de Denji eran por mero capricho; no había nada en ese estómago que pudiera salir a la periferia.

—Basta, no te lo provoques tú mismo. —Denji bajó la tapa gruñendo cuando el otro llegó a su lado. Denji era terco e ignorante, pero, por sobre todo, un terco—. Toma, te traje esto.

Las pupilas de Denji se ensancharon ante la gran barra de chocolate que aparecía frente a su rostro. Yoshida le sacó el papel aluminio y cuando el más bajo entreabrió sus labios para hablar, aprovechó y se lo metió a la boca.

—¡Ey! —Le arrebató el chocolate de las manos—. Me pegaste en un diente, bruto.

Yoshida emitió una fugaz sonrisa.

El pelinegro observó aquellos labios ajenos hasta que sus comisuras se colorearon con una mezcla de saliva y cacao. Denji tenía tanta hambre que masticaba como un animal destripando una presa, sin siquiera respirar; los afilados dientes colaboraban a esta metáfora que se hacía Yoshida cada que lo veía comer.

Y aquí ocurría lo extraño: lo que le daría asco presenciar en cualquier otra persona, por alguna razón, podía tolerarlo en Denji.

Él, el joven de perfectos modales, gran oratoria y encanto, quedaba deleitado con el salvajismo de Denji. Su hambre voraz, el indomable oro de sus cabellos, su repertorio de groserías y las obscenidades que solía decir con frecuencia le llamaban la atención... un poco demasiado. Lo suficiente como para que comenzase rápidamente a disfrutar aquel trabajo de estar con él y para él.

Su alivio crecía mientras el chocolate desaparecía: Denji se sentiría mejor de a poco y él lo cuidaría mientras tanto.

Creía poder sentir su fatiga, su sufrimiento, su dolor.

A pesar de la caja fuerte de Denji podía sentir el insomnio de esas ojeras azules, la tensión de aquella mandíbula.

Denji recostó la cabeza en la puerta del baño para seguir comiendo.

—Traje todos estos también. —Entre sus manos tenía más paquetes de golosinas, todas las que Denji consideraba demasiado caras para poder comprar, pero siempre se les quedaba viendo en la cafetería. Chocolate con coco, bizcocho con frambuesa, otro relleno con crema, otro con relleno de manzanas.

Denji se quitó el sudor de la frente con el dorso de la mano, antes de estirarla hacia Yoshida y recibir un pequeño pastel para llevarse a la boca.

Y lo vio ahí, comiendo a duras penas, lloroso, derrumbado y tembloroso.

Se sorbía los mocos como un molesto infante de kínder.

Y estaban a un metro, pero lo sentía a kilómetros.

Entonces, volvía a ocurrir algo extraño: su mente se ponía a divagar.

Y quiso enredar sus largos dedos entre las hebras rubias y apartarlas hacia atrás para refrescar su frente.

Quiso acariciar esa barbilla con sus pulgares mientras le susurraba que todo estaría bien.

Quiso que aquel cuerpo, más pequeño y delgado que el suyo, descansara sobre él. Recostados los dos. Juntos los dos.

Quiso que él lo usara. Como un guardaespaldas, como su matón personal, como una tarjeta de crédito, que lo usara como se le diera la gana, en verdad...

Quiso recordarle que podía llamarlo y que nunca sería una molestia, pero ese ya era su discurso habitual.

La respuesta habitual era ser ignorado.

¿No era suficiente para él?

—En la clase sentí que me iba a desmayar, incluso vi puntitos de colores y toda la mierda... —murmuró, sumándole una carcajada agridulce.

Yoshida arqueó una ceja.

—¿Puedo saber cómo fue que se te olvidó comer? Lo disfrutas mucho como para olvidarlo.

Denji resopló, embarrado de dulce, antes de dejar la conversación morir.

Los envoltorios de las golosinas decoraban el piso luego de unos minutos. Yoshida las recogió todas y las tiró en el basurero.

—Y dime, ¿te sientes mejor?

Denji asintió con la cabeza.

Para colmo, incluso se le antojó comerse aquella mancha viscosa y colorida que le ensuciaba la cara al rubio.

No había dudas: Denji le estaba contagiando su locura. Lo hacía imaginar y anhelar y pensar cosas. Muchas cosas.

—Gracias, supongo —murmuró Denji y se comió los restos de dulce que le quedaban en los dedos y en la boca, para luego sentarse en posición fetal y esconder la cabeza ahí.

Ya no estaba el masticar de Denji para rellenar el silencio entre ambos. Sólo estaban ellos en el piso del baño.

El morral gastado de Denji debajo del bolso de cuero blanco de Yoshida.

El convaleciente cuerpo de Denji y unas manos ajenas que se quemaban con la tentación de tocarlo.

—Denji, ¿puedo preguntarte por qué dejaste de comer ayer en la tarde?

Los ojos negros no atravesaban la caja fuerte. Denji ni siquiera se descubrió la cabeza.

—No quise hacerlo.

—Pero sabías que eso te causaría mucho dolor, como ahora. ¿Por qué lo hiciste de todas formas?

Denji perezosamente destapó sus ojos para mirarlo con el ceño fruncido.

—Porque estoy en la mierda.

—¿Qué?

—Eso, como oyes. —Se incorporó lentamente, primero pasó a cuclillas y luego se levantó afirmándose de la puerta, rechazando por su puesto la mano abierta de Yoshida—. Me siento tan mal que ya no noto la diferencia.

Yoshida era más rápido: ya estaba de pie, frente a él y con ambos bolsos en su hombro.

—¿Y me contarás por qué?

—No.

—Porque sabes que puedes contar conmi...

—Jódete, no empieces, ¿quieres?

Yoshida se quedó inmóvil frente a él. A veces convertía su trabajo un verdadero dolor de muelas.

—No estás en condiciones de volver a clase. Puedo llevarte a descansar a la sala del club de devil hunters, ¿te parece?

—Eeeh, no. —Intentó apartarlo con el hombro—. O me voy a clases, o me voy a casa si le invento una buena excusa a la enfermera.

Yoshida le bloqueó el paso. Era más alto por una cabeza y tenía la espalda más ancha. Y lo bloqueó de nuevo. Denji estaba débil y enfadado. A Yoshida se le escapó otra pequeña sonrisa.

—Adivinaré: ¿no me dejarás otra opción? —suspiró Denji.

—Por supuesto que no.

El rubio apretó los labios hasta formar una delgada línea. Yoshida sonrió victorioso.


Lo único que se oía eran los pasos de ambos sobre la madera de la habitación. La suela chillona y barata de las zapatillas de Denji acompañada por los zapatos caros de Yoshida. Este último puso el seguro de la puerta apenas estuvieron adentro.

Afuera, las nubes reinaban en lo alto del cielo, oscureciendo el día. La ampolleta de la sala era débil y teñía la atmósfera de un gris opaco.

Denji se recostó en el sillón, en silencio.

Yoshida no tenía ni siquiera que voltear a verlo para saber que estaba molesto con él. Probablemente se sentía como un niño pequeño luego de ser reprendido, pero que estaba demasiado cansado como para intentar escapar de su castigo. Irónicamente, Yoshida buscaba todo lo contrario a hacerlo sufrir.

—¿Cómo te sientes? —dijo mientras abría los estantes. El club tenía suficiente presupuesto como para tener sus propias tazas, hervidor de agua y alimentos no perecibles—. Puedo prepararte un café, un té, o salir a comprarte algo. —Volteó a verlo, sonriéndole hasta con los ojos.

Y el otro lo evitó.

—No, gracias, ya estoy bien. —Se rascaba la nuca.

Cerró el estante y se dirigió hacia el mismo sillón donde estaba el rubio, sentándose en el otro extremo. Nuevamente estaban como a un metro de distancia, y prefirió mirar hacia el frente, a la deprimente ventana y sus atiborrados edificios y cielo nublado, antes que mirarlo fijamente a él.

Por el rabillo del ojo lo veía jugar con el pequeño peluche de Chainsaw Man, el cual había sido confeccionado a mano por los fanáticos miembros del club. Era de buena calidad, de pulcras costuras, pero aun con todos sus encantos, no lograba demudar la expresión de muerto de Denji.

Si le decía que él mismo había financiado los materiales, le llegaría, mínimo, un buen golpe en el brazo.

Yoshida comenzó a masajear su cuello con una mano.

Sonaba el minutero del reloj de la pared y una que otra bocina de algún vehículo que pasaba por fuera de la escuela. Oía a Denji rascarse la cabeza y seguía haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para evitar mirarlo fijamente, porque invocaría al instante su mal genio.

Sabía que los modales, gestos y vocabulario de Denji eran parte de él, así había crecido y ya estaba formado su carácter. Aun así, no podía dejar de pesarle un poco; parecía odiarlo. Cada vez que le dirigía la palabra, ponía los ojos en blanco o inventaba un nuevo improperio. Y trataba de no tomárselo como algo personal, trataba de repetirse que lo único que hacía sonreír a Denji eran las mujeres, pero aquel rechazo se le cobijaba hondo en el pecho.

Pudo ignorarlo los primeros meses, pero ya se sentía en un punto de no retorno: ya estaba embarrado hasta el cuello de aquel placer culposo de ojos castaños y dientes picudos.

Simplemente, la suerte no estaba de su lado.

Denji era grosero, terco, con una tendencia a la soledad y la desgracia que no lograba comprender, ah, y estaba obsesionado con que una mujer lo quisiera.

Y él no era mujer, pero sí lo quería.

Vaya que a veces su trabajo se volvía complicado.

Pero a él le gustaban las cosas complicadas. Le gustaba la adrenalina, la cercanía con la muerte, meterse donde no debía: todo maquinaba para que su fijación por Denji aumentase cada segundo.

—¿Vamos a estar aquí sentados todo el día sin hacer nada? —La voz gruñona lo sacó de sus pensamientos y por fin se permitió girar la cabeza en su dirección.

—¿Qué quieres hacer? Te escucho.

—Irme. —Cabizbajo, sus manos aferradas entre sí. La luz de la ampolleta teñía su piel de un peligroso color blanco.

Algo simplemente no pintaba bien en toda la situación, y tendría que descubrirlo por el bien de Denji, quisiera él o no.

—Vaya... ¿Tan pronto? —Giró su torso en su dirección—. ¿Sabes, Denji? Ya que estamos a solas, podemos hablar de cualquier cosa. Si hay algo que te está dando problemas puedes conta...

—No hay nada que contar.

Yoshida lo miró a los ojos, resultando amenazante sin querer serlo.

Y se le encendió la ampolleta.

¡Pero claro! Ambos habían experimentado los hechos, pero nunca habían tocado el tema. Denji le había suplicado que no le pusiera un término a la situación, incluso. Así que Yoshida intuía perfectamente lo que le pasaba... y muy en el fondo, debajo de su cascarón de sonrisa que no era sonrisa, estaba harto. Arrepentido por no haberse involucrado cuando pudo. Más que frustrado, furioso.

Sin tan sólo ella se hubiese alejado, tal como le ordenó Yoshida, nada de esto habría sucedido.

Y ya no podía más.

Le tiritaban los puños cada que recordaba el error que estaba cometiendo al dejarla con vida.

—¿Es en serio? ¿Vas a dejarte vencer así? —Entrecerró los ojos antes de desafiarlo—. Esperaba más del Hombre Motosierra. —Alzó el mentón.

El rubio lo miró con la frente y la boca arrugadas.

—¿Y ahora de qué mierda hablas?

Yoshida colocó uno de sus brazos en el respaldo del sofá, acercando su cuerpo al del rubio. Las yemas de sus dedos se retorcían con hambre, casi rozando el uniforme negro de Denji.

—¿Cómo es posible que el gran Motosierra sea derrotado, así como así, por una... niñata?

La expresión de Denji se endureció, como cuando mordía algo crujiente dentro de su comida y sabía que, por impulso, se lo terminaría tragando igual.

Yoshida siempre supo que algo así pasaría. No pudo calcular la gravedad de los hechos, pero no falló al tildar a Mitaka como un peligro oculto.

Quizá había sido demasiado blando al sólo amenazarla.

Vaya, había fallado otra vez, y quería desquitar contra ella ese coraje que se le acumulaba cuando hacía las cosas mal.

—Hablo muy en serio cuando digo que hay muchos peces en el mar, y con un poco de mi ayuda, podrías conseguir algo mucho mejor que ella...

—¿Tenemos que hablar de esto? —Rodó los ojos—. Sólo cállate, no quiero saber del tema.

—No te parecía una idea tan loca hace un tiempo atrás, ¿recuerdas? Me pediste que te ayudase a encontrar novia.

Esta situación era suficiente para catalogar a Hirofumi de masoquista. ¿Tener que buscarle una pareja al rubio y verlo feliz con otra persona, todo con tal de que no revelase su identidad? Era demasiado.

—Eso fue antes.

—¿Qué cambió ahora? Bueno, sin contar el hecho de que te metiste con la peor opción posible.

—¡Ey! ¿Quieres callarte? —Lo miró fijamente a los ojos.

Yoshida se mordió la lengua.

—Disculpa, me expresé mal. Pero no fue tu culpa, Denji, yo mismo le dije que se alejara de ti o sino...

—¡Ya sé! Ya tengo suficiente en mi cabeza como para que me lo vengas a repetir. Tengo una suerte de mierda y una vida de mierda. Ya lo sabía.

Denji no se tomaba bien las ofensas hacia la chica, pero Yoshida no le guardaba ni una gota de compasión; sólo era una poseída más, una que había atentado contra la vida de Denji.

—¿Te derrumbas cada que terminas una relación o cómo? ¡Vamos! No por nada eres el Héroe del Infierno. ¿Qué pasa contigo?

Yoshida no podía dejar de admirar cómo se desbordaba la locura del cuerpo híbrido de Denji. Cómo ronroneaban los dientes de la sierra al girar, volviendo imperceptible cualquier otro sonido debajo suyo. Cómo se le llenaban los marcados brazos de su propia sangre. Cómo sacaba esa larga lengua mientras se reía.

Era todo un espectáculo. Le dejaba boquiabierto.

Y cuando descubrió la historia sobre el Demonio de las motosierras, su esencia en sí, aquella más poderosa que la de cualquier otro demonio, su impresión creció aún más.

Para sus ojos, Denji era algo de otro mundo, y que esa chiquilla osara ensuciar su ánimo así... la volvía un desperdicio demoníaco que no merecía seguir viviendo.

Denji, en su lugar, se acomodó en el sillón hasta quedar frente a él. Sus ojos se apagaban cada vez que divagaba.

—No, no es así. —Soltó un corto suspiro—. Pochita es un demonio, dentro mío, dentro de Denji. —Señaló su pecho—. Denji es un idiota y un mierda: yo soy Denji. —Lo saludó con la mano, apretando los labios.

Yoshida ancló su vista a su pecho, a la tela negra y el botón blanco que ocultaban su pálida piel.

Y los maldijo por interrumpirle la vista.

—Eso no importa. Quieras o no, ahora ambos son uno. Eso te convierte en el Motosierra.

Denji se recostó sobre el sillón, y al parecer ni se dio cuenta de que con el mismo brazo donde apoyaba su cabeza estaba aplastando los dedos del otro. A Yoshida no le molestó, sólo se fijó en sus ojos y cómo paseaban por la sala, cómo batía las pestañas y cómo nuevamente perdían su luz.

—Si no fuera el Motosierra no te importaría cómo me siento, ¿no? —Ante las palabras, Yoshida alzó las cejas—. Ja, todos lo aman... Pero nadie se preocupa por la persona tras el demonio.

Yoshida dejó de respirar, contrayendo el abdomen. Por un mísero segundo, su mirada y la de Denji se entrelazaron.

¿Acaso quería que le dijera a viva voz todo lo que le hacía sentir?

El amor de toda la fanaticada había hastiado rápidamente a Denji. Como él mismo había dicho, era una admiración superficial. Adoraban ser rescatados por él, mirar con morbo las batallas y verlo sin camisa.

¿Pero quién lo salvaba a él?

Denji ya no buscaba el amor de las multitudes, y gracias a Mitaka, también se había rendido en conseguir novia. Parecía otro al haber abandonado sus propósitos de vida.

Hirofumi seguía inmóvil.

Aquella atención que quería Denji, aquel cariño sincero y compañía incondicional que tanto buscaba, estaba frente a sus narices.

Él podría darle todo lo que quisiera y más. Pelearía contra quien fuese y lo alimentaría con su última gota de sangre si así él lo necesitaba.

¿Era un buen momento para decírselo?

—Denji, yo... —Los pensamientos eran muchos, su lengua respondía lento. Aparte, sentía que tenía un uno por ciento de probabilidad de que Denji aceptase su declaración.

En un rápido movimiento, Denji se puso de pie.

—¿A dónde vas? —Yoshida giró en su dirección, con pánico. ¿Debía detenerlo y decírselo ahora? ¡No podía dejar que se fuera!

—Ya tuve mucho por hoy, así que si no me dan el permiso me fugaré por la azotea.

—¡Vamos, Denji! ¿Por qué te afecta tanto?

Quería hacerlo sentir bien. Quería hacerlo sentirse valiente, poderoso. Quería que reviviera el héroe demonio que le ponía los pelos de punta.

—¿Qué?

—Que porqué te afecta tanto. Soló piénsalo. —Se inclinó hacia adelante y clavó sus ojos en él—. Sólo es Asa Mitaka y su demonio venido a menos. La Guerra no es lo que solía ser. Puedo derrotarla en un abrir y cerrar de ojos... pero tú no me dejas.

—No quiero que te encargues y te lo he dicho.

¿Por qué prefería a esa traidora teniéndolo a él?

—¿Todavía la quieres? ¿Es eso? Denji, tienes que ser más inteligente que eso, realmente usar la cabeza.

Denji le enseñó los dientes.

—Yo soy Denji y no puedo ser más inteligente que esto. —Se pegó con el puño en el pecho.

—¡Dios! ¡Mírate! —Se puso de pie y se inclinó para hablarle—. ¡Todo lo que te hace una simple colegiala más! No tiene ni familia por ser una sucia poseída...

Era cierto. Sólo era una estúpida niña con ojos bonitos a comparación de Denji; si la gente supiera un poco de lo que aquel rubio desaliñado había tenido que vivir, las batallas que le habían tocado pelear, lo verían con la misma adoración que le tenía Yoshida.

—¿¡Podrías dejar de hablarme de ella!? ¡Hijo de puta! —Lo empujó por el pecho, creando distancia entre ambos—. Haces que me duela la cabeza.

El rubio tenía la cara apretada por la ira y ambos habían comenzado a alzar la voz.

Yoshida la había cagado de nuevo.

—Discúlpame. —Intentó tocarle el hombro, pero el otro lo alejó de un manotón—. Pero es que no entiendo, fue un engaño tonto y simplón. ¿Por qué te afecta tanto?

Denji desvió la mirada. Todo su cuerpo se había tensado.

Yoshida intuía que algo pasaba ahí en la caja fuerte. Algo hacía que sus palabras lo ofendieran, en vez de motivarlo a superar la traición de Asa. Algo se le estaba clavando en el pecho a Denji, porque Yoshida podía sentirlo también.

—¿Denji?

—No lo entenderías, pero...

Yoshida aguardó expectante. Quería saberlo. Quería descifrar qué cambio en él. Quería conocer aquello que le había quitado a Denji.

Si existía alguien interesado por comprenderlo a profundidad, era él.

Y se ilusionó mucho de que por fin Denji confiaría en él y le permitiría atravesar su coraza.

Pero las palabras fallecieron en esa lengua.

—Bueno, nada.

¡Mierda!

—Quiero saber, Denji. Me esforzaré por entender. —Lo detuvo por el hombro cuando presagió que quería irse.

Yoshida estaba frustrado de tanto intentar y no conseguir nada, aunque su cara, como siempre, no delataba ni pizca de emoción. Quizá sí era un poco espeluznante.

—No, no pasa nada. No quiero hablar de esas cosas nunca.

Ladeó la cabeza, confundido.

—¿Qué cosa es más fuerte que el Motosierra? ¿Acaso ya te habían ilusionado e intentado matar antes, eh?

En su cerebro sólo había una verdad: nada era más fuerte que Denji, y quien se atreviera a desafiarlo no era nada en comparación.

¡Es que estaba tan claro! ¡Se volvía hasta ridículo!

Cualquier enemigo del chico estaba destinado a algo peor que la muerte: el olvido.

—¿Qué son unos simples mortales al lado tuyo?

Le sonrió muy seguro de sus palabras. Se cruzó los brazos en el pecho.

—Ni siquiera el cabrón de las Armas pudo contra ti.

Sonrió, creyendo que poco a poco lo convencería de su grandeza.

Pero, en su lugar, Denji se congeló y su rostro adoptó un aire nauseabundo.

—Apuesto a que el Motosierra podría matar de un simple bang a cualquier persona que le moleste.

Sí. Denji lucía una expresión que nunca antes había visto.

—Y si no puedes matarlos, podrías comértelos. ¡Ja, ja! ¿Qué dices? Así serían olvidad...

—M-me tengo que ir... —Retrocedió lento, con la boca abierta, los ojos muy abiertos.

Yoshida reprimió un suspiro.

—¡No te vayas! Todavía tengo que verificar que estés bien.

Las zapatillas de Denji chillaron por toda la sala.

Denji ya era medio descerebrado en su estado normal, ¿pero despechado? Podría causar cualquier desastre.

—¡Denji! —Se llevó una mano a la frente, tapándose los ojos y revolviéndose el cabello, ofuscado—. ¡Escúchame y no abras esa puerta!

No solía amenazarlo ni darle órdenes. Cuando intentaba convencerlo de algo lo hacía de manera juguetona, pero ahora su salud estaba en juego.

Destapó sus ojos mientras avanzaba, dispuesto a perseguir al torbellino rubio a donde sea que se hubiese ido, pero para su sorpresa, él nunca abandonó la habitación.

Estaba inmóvil, de pie y con la mano en el pomo de la puerta.

Denji lo escuchó caminar así que volteó a verlo.

—¿Qué...?

Los labios de Yoshida se separaron, pero no pudo articular nada.

—¿Qué fue lo que dijiste?

Los ojos de Denji saltaban de sus órbitas con pánico. Su voz era apenas un hilo.

—¿Yo? —Quiso demostrar inocencia mostrándole la palma de sus manos y moduló despacio, sin entender la situación en lo absoluto—. Te dije que no abrieras esa puerta, Denji.

Y el susodicho dejó de respirar.

Cuando las lágrimas se acordonaron en los ojos de Denji y en sus manos comenzó un temblor errático, Yoshida no tardó ni un segundo en llegar a él.

—¿Denji? ¿Qué ocurre? —Tomó su mano, la que hacía rechinar el pomo metálico, pero él aferraba todos los dedos a éste con una fuerza que le ponía los nudillos blancos. Tchk tchk tchk.

—¿Tú también sabes? —Era una voz fantasmal, ahogada, asfixiada.

Tchk tchk tchk.

—¿Qué cosa, Denji? Háblame. —Subió el tono, confundido.

—¡La puerta! ¿¡Cómo sabes eso!? —Lo agarró de su uniforme, casi arrancándole la tela del pecho—. ¡Responde!

¡Tchk tchk tchk!

—¡Denji! ¡No sé de qué estás hablando! —En un solo movimiento lo empujó hasta el centro de la habitación y lo sostuvo por lo hombros.

Por fin había dejado de sonar la maldita puerta.

El rubio parecía escucharlo, mas no procesar nada dentro de su cabeza. No respiraba, no se movía, sólo temblaba, hasta sus pupilas temblaban.

—¡Denji!

Un punto clave de su trabajo era que, ante cualquier arrebato de Denji, estaba capacitado para detenerlo por la fuerza. Puños, patadas o con ayuda de su demonio. Estaba perfectamente entrenado.

¿Pero y qué debía hacer si Denji no estaba respirando?

—¡Denji! —vociferó aún más fuerte, sacudiéndolo un poco por los hombros.

—¡Auch! —Denji se quejó y sus lágrimas se derramaron—. ¡No me toques! ¡Me duele!

Lo vio retroceder hasta que chocó la espalda contra un estante y terminó en el piso, derramando consigo algunos objetos. Yoshida permanecía inmóvil, profundamente confundido, pero no dudó en aterrizar sus rodillas en el piso, por doloroso que resultase, al oír a Denji comenzar a llorar descontroladamente.

Se quedó ahí, congelado enfrente suyo. Sentía su corazón acelerarse.

Los gritos eran apenas silenciados por aquellos brazos donde ocultaba la cara. Su pecho se hinchaba y desinflaba de manera abrupta. Más que un llanto parecía un repertorio de gritos muy desgarrados; Yoshida casi podía sentir cómo esa garganta se raspaba por dentro.

Hirofumi se llevó las manos a la cabeza. Recorrió la habitación con la vista y luego caminó hasta asomarse por la ventana. ¿Esto era obra de algún demonio? ¿Algún Jinete? ¿Una alucinación? ¡¿Qué mierda estaba pasando!?

—Denji háblame, por favor, necesito que me digas qué ocurre. —Se agachó nuevamente, levantando su cabeza de entre sus brazos, sacándola de su escondite.

—¡Suéltame! ¡Me duele!

Y pudo hacerlo perfectamente; su entrenamiento era tan impecable que podía preveer a la perfección los golpes de sus adversarios.

...Si bien pudo hacerlo, no quiso moverse. Se quedó allí, con una fidelidad hacia el rubio que lo hacía sorprenderse de sí mismo, y así fue como se llevó de regalo una buena patada en el pecho.

Cuando azotó su espalda y cabeza contra la madera del piso, no emitió sonido alguno por la boca, puesto que todo el aire le había sido arrebatado. Se llevó una mano al pecho, otra a la garganta y se retorció del dolor. Abrió la boca, muda, cuando los ojos le empezaron a lagrimear.

Le agradecía a ese ácido infernal que le quemaba ambos pulmones al poder, ahora, sentir un poco del dolor de Denji. Aunque fuese un poco.

Miró la puerta cerrada aún con la visión nublada. Nada se deslizaba por debajo, nada la atravesaba, nadie movía el pomo desde el otro lado... Pero Denji seguía gritando, el horror carcomiendo la carne de su garganta.

Le consultó al Pulpo y nada. El Motosierra era el único demonio cerca, eso excluía también a Mitaka y la libraba como culpable de esta situación en específico.

¿Qué estaba ocurriendo entonces?

¿Cómo podía devolver a la normalidad a Denji?

No importaba ese dolor tremendo, no importaba si Denji no era normal del todo: se levantaría y lo ayudaría, porque él encontraría la manera a como diera lugar.

Poco a poco pudo dejar de retorcerse y el aire pudo entrar a su pecho de nuevo. Aún se sentía como si lo hubieran quemado por dentro, pero el dolor disminuía. Se secó las lágrimas.

Escuchó un inusual sonido y movió la cabeza perezosamente, pegando el mentón a su pecho. Todo pasó muy rápido entonces.

Era Denji, gateando, mirándolo fijamente.

Se acercó hasta llegar a él y sin previo aviso se le subió encima. Si bien su trasero no bajó del todo para tocar el abdomen de Yoshida, a este último se le saltaron los ojos al no poder creer lo que veía.

Intentó incorporarse, alejarse, pero Denji le ganó; temblando tomó las manos de Yoshida.

El rubio jadeaba con la boca abierta. El pecho se le llenaba y reventaba fuertemente igual que un globo. Las cejas se le juntaban en el centro de la frente.

—Yoshi...da... —Pudo completar.

Intentó salir de debajo de Denji, pero éste de nuevo fue más rápido: alzó las manos de Yoshida y las llevó a envolver su propio cuello, dejándolas ahí como un vistoso collar.

—Sólo...

Ninguno de los dos respiraba realmente.

Denji presionó las manos contra su piel.

—Mátame.

Cuando Denji pestañeó, le rodaron dos lágrimas por las mejillas.

Yoshida sintió como si le hubiese caído un yunque sobre el corazón.


N/A: ¡Hola, gracias por leer este capítulo! Esta es mi segunda versión de qué pasaría si Denji descubre lo que oculta Asa: no es por tirarle hate a ella ni nada, y es la versión alternativa que prometí de Aprietos.

La verdad, lo tenía escrito hace semanas y me daba miedo pensar que mientras avanzara el manga alguna de mis ideas quedara muy obsoleta, pero el ver que Denji explota fácilmente y que hasta le hizo perder la compostura a Yoshida, tomó aún más sentido la cosa JAJAJ.

¡Agradecería cualquier comentario o sugerencia! Nos leemos en el siguiente cap, que subiré en un par de días.

PD: ¿Cuándo será el día en que FFN agregue al resto de personajes para poder etiquetarlos? Como no está el demonio del Yaoi sólo puedo etiquetar a Denji, pobrecito! #DEMANDA!