Perro fiel


Tragó saliva y sacó sus piernas que yacían debajo de Denji, quien todavía le sostenía las manos.

—No me hagas decirlo de nuevo.

Denji incrementó la fuerza con la que se apretaba a sí mismo; Yoshida pudo sentir cómo tragaba saliva.

Hirofumi estaba tan pasmado que no le salían las palabras de la boca, aunque su cerebro tampoco estaba generando ninguna respuesta. Nunca había experimentado algo así. No podía relacionarlo con nada. No reaccionaba para poder moverse, tampoco. Sólo podía mover sus ojos: éstos se turnaban para custodiar los labios de Denji, cuando él hablaba, y su garganta, oculta bajo aquel intento de asfixia.

Denji presionó aún más el agarre en contra de la voluntad de Yoshida, y así fue como éste empezó a sentir los cartílagos de su garganta en el centro y aquel marcapasos veloz golpeando a ambos lados.

—Hazlo.

La voz rasgada de Denji vibraba contra los dedos de Yoshida, bajo esa piel que se deformaba por el agarre como una tibia masilla. Yoshida tenía la fuerza necesaria tanto como para ahorcarlo como para quebrarle el cuello, si quisiera.

Ambas miradas se pegaron con fuerza. Los ojos de Denji estaban enrojecidos, cristalizados, hinchados. Tiritaban ansiosos, suplicándole a los orbes negros llevar a cabo su pedido.

Por los labios entreabiertos del pelinegro no circulaba ningún rastro de respiración.

Eso que saltaba entre sus manos era el corazón de Denji bombeándole sangre, y se estaba sintiendo cada vez más débil.

El corazón de Denji entre sus manos.

Todo suyo.

Tan frágil.

Tan pequeño.

Tan lento...

Y Yoshida reaccionó.

—¡No! —Alejó sus manos de golpe, para taparse la boca—. ¡Denji, no voy a matarte!

Ante su idea rechazada, el chico empezó a apretar los dientes visiblemente.

—No importa cuánto me lo pidas, no te voy a tocar ni un pelo. —Yoshida se alejó de él con ayuda sus manos, arrastrándose hacia atrás.

Fue entonces cuando se dio cuenta que la humedad que comenzó a sentir provenía de su rostro y cuello, empapados en su propio sudor. Una de las gotas llegó hasta su quijada, y la secó con el puño de su uniforme, sin dejar de vigilar a Denji.

Claramente, había perdido el control de la situación hace mucho.

La angustia que sentía era digna de hacerlo querer renunciar.

Sentía cómo un torbellino oscuro y potente se llevaba a Denji hasta lo más profundo del otro mundo, sin que él pudiese rescatarlo. La fiereza en su semblante, mezclada con aquel sufrimiento teñido de histeria, le confirmaban que hablaba muy en serio. Quería dejar aquel mundo; las tinieblas lo reclamaban con una fuerza que se sentía en el aire.

Pocas veces había estado igual de asustado en su vida.

—¿Por qué querrías hacer eso? —Atónito miraba al chico.

Sentía la boca seca de tanto respirar por ella.

—¿Por qué...? —No pudo seguir.

Contempló aquel rostro tenso, de labios temblorosos y frente arrugada.

—No sabes. No sabes nada —musitó, su voz saliendo áspera de su garganta.

Yoshida se mantuvo inmóvil, tratando de leerlo y adivinar su próximo movimiento.

El único sonido en la habitación era la respiración entrecortada del rubio.

Lo vio empuñar una mano, pero había sido una simple distracción. Con la otra mano, en un fugaz movimiento, Denji se arrancó dos botones del pecho de su uniforme, revelando una camiseta blanca. A Yoshida se le desorbitaron los ojos por la sorpresa.

—Entonces lo haré yo: me desangraré hasta morirme.

¡No!

En una carrera entre Denji, queriendo encontrar el cordón que sobresalía a la altura de su esternón, contra Yoshida, que debía deformar sus dedos en una habitual pero dolorosa posición para invocar a su demonio, el golpe de adrenalina terminó coronando a Yoshida como el ganador.

Una vez los tentáculos del pulpo aparecieron desde el techo de la sala, Yoshida se tapó la cara con ambas manos y botó todo el aire que tenía en los pulmones. Su corazón le pegaba unas patadas descomunales a su pecho, como si quisiera romperlo.

—¡No! ¡Bájame! ¡Bájame ahora! —vociferó Denji.

Yoshida no sabía cómo era que nadie del instituto lograba escuchar semejante alboroto.

Cada tentáculo agarraba con firmeza un brazo del rubio, manteniéndolo así sostenido en el aire. Yoshida lentamente se puso de pie y se acercó a él. No quería invocar más apoyo, pero el chico, haciéndole honor a su naturaleza salvaje, comenzó a dar patadas en el aire y balancearse de maneras que comprometían su columna.

"Realmente está loco" pensó Yoshida, uniendo su dedo medio y pulgar por encima del índice, con más derrota que resignación en su semblante. Un tentáculo apareció desde el piso para sostenerle las piernas al muchacho, juntándolas y evitando sus frenéticos movimientos.

—¡Mierda, suéltame! ¡Esto no tiene que ver contigo! ¡Bájame ahora!

Miraba la escena y no comprendía cómo habían llegado a este punto. Soló por pena no le tapaba la boca. Aquellas cuerdas vocales vibraban por un dolor más grande, inmenso; todo ese terror, odio, tristeza no sabían por dónde más desbordarse.

—¡Déjame hacerlo! ¡Lo necesito! ¡Hijo de puta! —Nuevas lágrimas se deslizaban por su cara.

Cierto era que aquellos ladridos le estaban apuñalando el pecho. La situación lo había superado por completo... y lo único que sabía era que no dejaría morir a Denji. Tendría que pasar por sobre su cadáver.

—¡Yoshida!

Los brazos aún luchaban por liberarse.

¿Por qué quería desaparecer con tantas ganas?

¿De qué estaba huyendo?

—¡Yoshida!

Desvió la vista: no sabía qué decirle y oír aquella súplica horrorosa le revolvía el estómago.

—¡Yoshida, mejor mátame! ¡Sólo hazlo!

El susodicho cerró los ojos con fuerza, pero no podía ignorarlo. No podía hallar una solución. Por más que apretase los ojos, esto no era un mal sueño y seguía ahí, encerrado con Denji intentando quitarse la vida.

—Yoshida... —Denji enterró el mentón en su pecho, escondiéndose, y dejó de moverse—. Por favor...

Unos pequeños sollozos llenaron la habitación. No más ladridos, no más groserías, sólo un llanto cansado, completamente destrozado, tan exhausto que sonaba muy por lo bajo.

Hirofumi volvió a mirarlo, intrigado. Asustado. Confundido. Un cuchillo atravesándole el pecho.

Denji parecía como crucificado en el aire y su cabeza se mecía suavemente por su llanto. Ya no movía ninguna extremidad. El cabello rubio y alocado caía con gracia bajo el único rayo de sol que se atrevió a colarse por la ventana.

Se acercó hasta quedar frente a él, muy cerca, pasando desapercibido.

Aprovechó de limpiarse el sudor de las sienes y de inhalar lentamente.

¿Por qué, Denji?

¿Cómo acompañarlo en una situación así?

¿Cómo acompañar a quien no se deja acompañar?

¿Cómo atravesar esa caja fuerte?

¿Cómo hacer para que lo tomase en serio?

Ya se había dado cuenta de que las palabras no le endulzaban el oído a Denji, necesitaba otra estrategia. Necesitaba idear algo tan impredecible como él.

Quería de alguna manera demostrarle lo grande que era; lo fuerte, valioso que era para él. Aun siendo tan irreverente. Aun cuando todos lo vieran como una parte más de la bazofia de la sociedad, de esos jóvenes sin lugar, sin hogar, sin futuro, sin presente. Aun cuando nadie nunca quisiera estar con él.

Quería demostrarle que todo lo que hacía era por cuidarlo, proteger su vida, garantizarle un poco de seguridad en aquel mundo tan trágico, donde la muerte azotaba a los humanos con fuerza por culpa de los demonios. Su propia vida como cazador no estaba garantizada, no así la de Denji, quien era inmortal gracias a su corazón. Pero lo que no sabía Denji es que este mortal haría hasta lo innombrable por su cometido: mantenerlo a salvo.

Los minutos pasaban y la escena era la misma. La furia de Denji parecía extinguirse, con sus quejidos de fondo llenando la sala. Quiso confiar en él, en esta nueva calma que surgía, en que ya no intentaría nada peligroso. Con un gesto descendente y suave de su mano, los tentáculos se extendieron hasta que Denji tocó el piso y lo dejaron ahí, sentado. Luego de unos segundos, las extremidades del pulpo habían desaparecido bajo su mandato.

Los brazos de Denji colgaron a sus costados, pesados. Las piernas le quedaron dobladas y aprovechó de apoyar la frente en sus rodillas.

Aquella cabecita rubia nuevamente comenzó a saltar y los sollozos a brotar de los labios rotos.

Tenía muchas ganas de apretarlo contra sí. Que sus brazos fueran un muro impenetrable, que nadie pudiera entrar y que Denji no pudiera salir. Así nada lo dañaría. No más dolor.

Levantó las cejas, iluminado.

"Eso es".

Tenía una idea. Tenía una esperanza, así como un enorme terror de echarlo todo a perder —otra vez—.

Yoshida se hincó y gateó hasta él. Extendió una mano.

Su corazón bombeaba tan fuerte que lo sentía en sus oídos, en sus manos, en sus ojos.

Cada latido de aquel órgano retumbaba como un gong en su cuerpo; dejándole sordo.

Estaba cada vez más cerca de Denji.

Su boca se tensó.

Sentía el corazón ahora retumbando contra las puntas de sus dedos, aquellas que estaban a punto de tocarlo.

Y luego de reunir todo el valor del mundo, se atrevió a llevar a cabo su idea.

Su piel pálida se perdió entre el pajar de oro del cabello de Denji, quien se congeló cuando los dedos aterrizaron sobre él.

—Shhh, está bien, está bien.

Y revolvió sus cabellos, repitiendo el mismo sonido tras unos cuantos segundos, en un susurro nervioso y arrullador. Luego toda su palma se sumó al masaje.

Denji subió el rostro muy lentamente para observarlo.

Yoshida invitó a su otra mano. Sus yemas también contribuían al movimiento e incluyó por error, sus uñas cortas, lo que no pareció importarle a Denji; éste lo miraba con las pupilas dilatadas, donde brillaba el llanto, y con los labios entreabiertos, por donde entraba y salía escaso aire.

Sentía el calor escapar de sus manos con júbilo para fundirse en la piel de Denji, abrigándolo. Le entusiasmaba la idea de ser su abrigo.

Y los ojos castaños por fin dejaron de huir de los oscuros, como lo habían hecho todo el día, y se conectaron ambos.

Ni una sola lágrima se atrevió a caer.

Yoshida acercó su frente a la del chico y por fin se tocaron. Ambas miradas se sujetaban con fuerza. Incluso sus respiraciones se atrevieron a mezclarse; sorprendidas, expectantes.

—Soy yo, Denji, ya estoy aquí —susurró.

Y el rubio infló su pecho con mucho aire y lo fue botando de a poco.

—Cuando estoy yo nada malo puede pasarte, ¿recuerdas?

Cuando Yoshida hablaba, se adentraba en la boca de Denji la menta de su aliento. Denji se sorbió la nariz y asintió, con la boca abierta.

A Yoshida le llegó su aliento a chocolate.

—Porque yo te protegeré.

Deslizó sus manos hasta llegar a sus mejillas, mientras se enderezaba apoyándose en sus rodillas. Lo siguió observando con plena atención desde su altura, y parecía que Denji por fin estaba escuchándolo; sus ojos castaños comenzaron a recorrerlo a él y la habitación en donde estaban.

—¿Denji?

El rubio subió una de sus manos —crispadas de frío— hasta tocar la de Yoshida, atrapándolo con las manos en la masa, osando recorrer su mandíbula con el pulgar.

Yoshida esbozó una media sonrisa, aliviado.

Y luego se dio cuenta: aquello lo golpeó más fuerte que cualquier otro puñetazo que hubiese recibido en la vida. Como si lo hubiese arrollado un tren, como si le hubieran disparado en la frente. Yoshida se congeló en el acto.

Denji sostuvo por las muñecas esas manos que lo acariciaban y las alejó de sí en un movimiento lento, indeciso. Entonces, como por repulsión, quiso escapar de su mirada. Estaban a medio metro de distancia y Denji quebraba su cuello en un ángulo doloroso e inhumano, pero que lo protegía de Yoshida.

Y cómo no, si era que Hirofumi lo miraba boquiabierto. Inmóvil. Pasmado.

Y a Yoshida ya no le zumbaba el corazón en los oídos, pero aquella otra fuerza lo mantenía completamente alejado del plano de la realidad.

Denji le había robado el habla.

Y eran esos labios enrojecidos, hinchados, entre los cuales se asomaban unos blancos y afilados dientes, los que le impedían reaccionar.

Y era que su arco de cupido brillaba por la humedad que lo había pintado y contorneado a la perfección.

Y eran aquellas pestañas castañas que se veían más oscuras luego de repartir las gotas de llanto por su rostro.

Eran sus pupilas dilatadas como las de un cachorro, dejando sus temblores y rindiéndose a la calidez de aquel encuentro.

Las sutiles pecas que le habían salido por trabajar bajo el sol y el brillo que las lágrimas le habían dejado en las bolsas bajo sus ojos.

Mientras más lo observaba, más detalles cautivadores encontraba.

Nunca había podido verlo desde tan cerca.

Y estaba atónito de poder encontrar tanta belleza en esa pintura tan trágica. Si así de roto lucía tan pero tan hermoso, su corazón no aguantaría el cómo sería Denji feliz, realizado, sano y salvo... Es decir, bajo su cuidado.

—Ya puedes dejar de... —estiró lo más posible la manga del uniforme para poder secarse las mejillas y la nariz—. De mirarme así.

—Perdona, pero yo... —El pelinegro se enderezó, alejándose un poco más, sólo un poco.

No despegaría sus ojos. No cerraría su boca. Se negaba a volver a la normalidad, a dejar de admirar aquella curiosa obra de arte.

—Yo... quiero escucharte, Denji. —El susodicho volteó a verlo, extrañado—. Todo lo que pasó por tu cabeza, lo que sentiste, lo que viviste...

El rayo de sol había descendido lo suficiente como para abrazar a ambos. No calentaba, pero sí hacía que los ojos de Denji lucieran de un color más claro, como el caramelo, como el dulce de leche, como una tibia taza de té...

—Puedo ser tu amigo, si eso necesitas.

La taza de té era muy conveniente en aquel momento: a Yoshida se le hacía agua la boca.

—Yo puedo ser todo lo que tú necesites, todo: sólo tienes que decírmelo.

El rubio frunció aún más el ceño y movió sus piernas, incómodo, inquieto. Se sentó como indio y sus ojos se deslizaron por la madera del piso, con las cejas tiritando en el centro de su frente.

—Puedes contarme tus cosas, Denji.

—Es que son cosas que no puedo conversar con nadie. Nadie debe saber.

A Yoshida se le revolvió el estómago al oírlo así: quebrado, lúgubre. ¿Denji hablando despacio, sin gritar, sin gruñir?

—Créeme que podría escuchar cualquier cosa de ti y la entendería.

Denji no se inmutó.

Yoshida se propuso como meta el convencerlo.

—¿Qué es, Denji? ¿Es algo malo?

Denji resopló una risa: sarcástica, amarga. Yoshida vio esa boca demudarse de una sonrisa a una sola línea apretada en menos de un segundo.

—¿...Muy malo?

—Horrible.

Se llevó una mano a la barbilla. No sabía qué esperar de aquel lunático. Sabía que perdía el control al transformarse, pero Yoshida creía que en su cuerpo humano también le fallaba uno que otro proceso cerebral... No lo decía de manera despectiva, claro, porque si se había quedado a contener aquel arrebato emocional, resultando incluso golpeado más de una vez, era puramente porque quería. Quería contenerlo. Quería saber que se escondía detrás del Motosierra.

Lo quería.

A Denji.

Quería a su obra de arte mal apreciada por el mundo y sus ojos de dulce de leche.

—En mi trabajo, he visto un sinfín de cosas que no podrías ni imaginarte. Aun así, todo ocurre por algo; a veces las personas actúan de tal modo porque tienen que sobrevivir, quizá porque no les quedaba más opciones o...

—Ya, lo sé, pero no hablaré de eso.

—Mmm, quizás ahora no, ¿pero en algún momento me lo harías saber?

—Que no.

—Denji. —Depositó su mano abierta en su rodilla. Creyó verlo recorrer cada uno de sus dedos con aquellos ojos abiertos como platos, alarmado—. ¿Me permitirías compartir... lo que sea que esté ocurriendo... contigo? —dijo pausado, grave, bajito.

Quería casi como un capricho que esos ojos lo miraran para que viera la honestidad e intensidad que se escondía tras sus palabras, pero Denji huía del contacto visual. Y era muy escurridizo.

Denji tragó sonoramente.

—De verdad me interesa. —Agregó.

Me interesas, quería decirle.

Denji meditó por tanto tiempo su respuesta, que su respiración encontró un ritmo normal e indoloro para él, aunque seguía sin mirar al chico enfrente suyo.

—¿Hm?

—Agh, de verdad no entiendes. Es... mucho que contar y...

—Tengo todo el tiempo del mundo.

Denji puso los ojos en blanco.

—¡No! Aparte es... muy feo. Horrible. —Comenzó frotándose la cara, para terminar con los dedos enterrados en su frente y sosteniendo su cabeza. Sus ojos le eran fieles al piso—. De verdad no quieres saber eso de mí.

Yoshida analizó cada una de sus palabras, quizá demasiado. Quizá, dándoles otro sentido. Quizá, alimentando una esperanza que nunca debió nacer.

—¿Y eso es porque... te preocupa lo que yo piense de ti?

Así que era eso: Denji lo apreciaba. Quizá no tanto como él, pero guardaba un espacio para él dentro de la caja fuerte de su pecho.

Y por fin, el rubio venció a la vergüenza: se descubrió el rostro y ladeó la cabeza, dudoso, mirándolo.

Yoshida interpretó sus movimientos como una confirmación, lo que iluminó su rostro y le hizo hablar más alto, olvidando el tono arrullador de antes.

—Oh, Denji... ¿Te preocupa que al saber "eso" yo quisiera alejarme de ti? ¿Es eso? ¿Te preocupa perderme? —Modeló una sonrisa ladina mientras se peinaba el flequillo hacia atrás—. Aww, ¡sólo tenías que decírmelo!

La cara de Denji fue colisionada por la decepción: le hizo apretar la boca y entrecerrar los ojos.

Para Yoshida, demasiado bueno para ser cierto; para Denji...

—Puto. Puto de mierda —susurró Denji, negando con la cabeza mientras se ponía de pie.

Yoshida quedó boquiabierto mientras lo veía moverse y reaccionó a levantarse también.

Sus juguetonas palabras nunca eran bien recibidas por el otro; solía agotarle la paciencia... ¡Pero esto no era ninguna broma!

—¡Espera! ¿Dije algo malo?

Intentó tomarlo por la muñeca inocentemente, pero el más bajo se zafó del agarre.

—Denji, no quería burlarme de ti, lo preguntaba en serio.

—Sólo déjame ir, ¿sí? Prometo no revelar mi identidad por todo el mes si así lo quieres. No quiero que nadie lo sepa, así que déjame solo.

—No quiero que estés solo —dijo, mientras el chico le daba la espalda.

—Es mejor así.

Yoshida resopló. Pensó en invitarlo a comer o a gastar dinero en lo que quisiera, como consuelo de su metida de pata, pero presentía que con eso metería aún más la pata. Luego, se dio cuenta de que ambos estaban inmóviles ante la puerta cerrada, Denji delante suyo.

—¿Hm? —murmuró Yoshida.

—¿Podrías...? —Denji giró el torso para hablarle, todavía evitando sus ojos—. ¿Podrías abrir tú la puerta?

—Claro. —Suspiró, dando un paso adelante. Denji dio dos hacia atrás.

Quitó el seguro y empujó la puerta lentamente, los ojos del rubio sondearon toda la escena manteniendo su distancia.

La pared blanca del pasillo salió a recibirlos. Había una hilera de sillas vacías y nada más. Un pasillo de escuela ordinario y corriente.

Ante tanto silencio, Denji se asomó desde la espalda de Yoshida para observar. Luego, soltó un suspiro largo y ofuscado.

—Lo sabía, yo... estoy viendo cosas, ¡ja, ja! —Denji se tapó los ojos y se devolvió a la habitación para sentarse en el sofá.

Yoshida no lo imitó con las carcajadas, porque no le daba risa y no entendía nada de nada.

Quizá no había sido el mejor investigando su vida privada.

Se sentía como un inepto.

—¡Soy un tonto! ¡Y un loco! —gritó Denji, doblándose por completo, metiendo la nariz entre las rodillas—. ¡Pero yo no pedí esto! ¡No! —Y se sentó erguido de golpe.

Yoshida cerró la puerta y corrió de su lugar cuando el otro empezó a golpearse en la cabeza con sus puños, con mucha fuerza.

—¡No quiero esto! —Se jalaba el cabello—. ¡No quiero seguir aquí! ¡YA BASTA!

—¡DENJI! —vociferó desde el fondo de sus pulmones.

Nuevamente sus rodillas amortiguaron su cuerpo al lanzarse de golpe contra el piso.

Agarró los brazos del rubio por las muñecas y los jaló hacia abajo con ímpetu. La frente de Denji chocó contra la suya. Denji resoplaba como un toro, intentando recuperar sus brazos. Yoshida fruncía el ceño, intentando ejercer su autoridad.

—No permitiré que te hagas más daño.

Y aún mientras forcejaban, el castaño se fundió con ese negro tan oscuro, tan potente, que calaba hasta lo más profundo de su alma.

—No quiero hacerte daño, Denji.

Y algo captó la atención del rubio: en el negro océano titilaban con pasión un par de destellos, como las estrellas lo hacían en el lienzo de la noche. Sólo que, en este caso, se dio cuenta de que esos brillos eran lágrimas... y no eran las suyas.

Denji se sorprendió notoriamente: detuvo sus movimientos un segundo. Había hecho llorar a Yoshida; al de calificaciones perfectas, al de la cara perfecta, al inalcanzable que todos tenían en un pedestal. Yoshida llorando. Sí, ese mismo chico. Llorando. Luego de dimensionarlo, cerró sus ojos con fuerza y lo acompañó en el llanto.

Yoshida torció la boca. Todo el cuerpo de Denji temblaba contra su frente. Tan frágil. Tan roto. ¿Y él? Superado de sobremanera, quemándosele el pecho como en una caldera del infierno.

—No me gusta verte llorar, Denji... —Contraria a sus ojos, la voz del pelinegro estaba intacta aun en la angustiante situación.

Denji volvió a llorar, desbordado, pero sin gritar. Era como el llanto de un niño pequeño. Y el pelinegro recibió, en silencio, cada uno de sus temblores, cada una de aquellas lágrimas que terminaban cayendo en su propia piel, cada gota de saliva que le salpicaba.

Y le gustaba ser cómplice de lo que sea que ocultase el chico. Le gustaba cómo recargaba su peso en él y cómo por fin relajaba los brazos. Le gustaba ese dolor compartido, mezclado, que se hospedaba en su pecho. Le gustaba pensar que podía sufrir al menos un poco lo que sufría Denji.

Le gustaba cómo le hacía sentir cosas.

Cómo se le habían humedecido los ojos. Cómo su vista se vio nublada por unos segundos.

Cómo lo hacía sentir así de vivo.

Por lo mismo, no soportaba que el mismo Denji no se quisiera a sí mismo vivo. ¿Cómo volvería a pisar el instituto si no era con el entusiasmo de topárselo? ¿De sacarlo de quicio? ¿De compartir un mísero receso junto a él? ¿De denigrarse y rogar por su amistad? ¿Cómo viviría sin admirar de lejos su cabello rubio? ¿Cómo podía seguir viviendo sin aquellos ojos que le daban chispa a su día?

Él era la única persona que en mucho tiempo —específicamente, años— le había hecho sentir algo.

Y se negaba rotundamente a que se lo quitaran.

—¿Por qué lloras, Denji? —susurraba cuando el otro trataba de tomar aire—. ¿Qué pasa?

Denji acudió a su llamado, visiblemente agotado.

—No, ya pasó —decía entrecortado.

—¿Cómo es eso?

—Que ya todo pasó.

Yoshida liberó las muñecas ajenas, y con su dedo pulgar se atrevió a limpiar el llanto del chico, quien desconfiaba de aquel tacto a pesar de su delicadeza.

—¿Podrías ponerlo en otras palabras para entenderte mejor?

Denji se enderezó y comenzó a limpiarse él mismo.

Yoshida extrañó de inmediato el calor y la humedad de aquel rostro que había estado tan cerca del suyo.

—Que... Todo lo que me persigue... Ya pasó, hace un año, casi dos. —Respiró hondo para poder continuar—. Nunca podré borrar lo que hice, nunca debió pasar.

Yoshida presentía que el llanto empezaría de nuevo si él no hacía nada, así que dejó de lado la razón, las estrategias, los cálculos y simplemente lo sostuvo por los hombros. Quería tocarlo, acompañarlo.

—¿Y por qué te atormentas si ya no puedes hacer nada?

—Es que no sabes de lo que hablo —Denji dijo apretando los párpados con fuerza—. Soy... Un asco. Una rata. Una mierda. Algo peor que un demonio. —Retiró las manos ajenas de sus hombros.

Yoshida se limpió las lágrimas de sus pómulos no sin antes mirarlas en su propia mano; tan cristalinas, tan puras. No sabía que él también podía sentir esas emociones. No sabía que Denji lo emocionaba tanto.

—Pero... podrías contármelo, conversar conmigo, entonces te entendería. Eso te ayudaría, ¿verdad?

Denji desviaba la mirada a un punto en el infinito, su respiración oscilando, pero cada vez volviéndose más tranquila.

—Porque quiero ayudarte, Denji. —Insistió, volviendo a colocar una mano sobre uno de sus hombros.

—Yo... Sólo... No me toques. —Suspiró quitando su mano otra vez.

Yoshida se extrañó: lo tenía literalmente de rodillas ante él, completamente a su merced, ¿y rechazaba su consuelo?

—¿Por qué?

—Tú no sabes lo que ha hecho Chainsaw Man. —Denji apoyó los codos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante, frotándose los ojos, para finalmente murmurar—: No lo merezco.

Pero Yoshida sí alcanzó a oírlo.

—¿Y si quiero hacerlo de todos modos? Quiero tocarte, consolarte.

Se estaba impacientando. Sus ojos prendados a él como un alfiler a una tela; la tela rubia de sus cabellos. Aun así, Denji parecía ignorarlo.

—Denji.

—No lo merezco, déjame solo.

Hirofumi alzó una ceja: ¡y lo decía así de simple! ¡Cómo si no lo hubiera emocionado al punto de hacerlo llorar!

Apretó sus puños, maldiciendo a ese par de ojos que se escurrían de su control y a ese carácter terco que parecía jamás devolverle el mismo interés.

—Pero yo quiero hacerlo. —Alzó la voz, hastiado—. Quiero oírte, quiero ayudarte, quiero defenderte de lo que te persigue.

Previo al lamento del rubio, sonaron las manecillas de un reloj y nada más.

—Yo no soy igual a ti. Yo ni siquiera puedo morir para descansar de mi cabeza. —Suspiró, frotándose aún los ojos—. Me merezco que me pasen estas cosas.

Mierda.

No quería perderlo. Se negaba a vivir un futuro sin tenerlo a su lado; tanto platónicamente, como su guardián o como una patética e incómoda amistad, lo quería consigo.

Quería hacerlo entrar en razón y que se quedara con él. No lograba conectar con Denji ni con palabras ni con su tacto; aquel dolor era más fuerte y tampoco le interesaba mucho saber por qué Yoshida se entrometía tanto, y era porque no conocía la gran fuerza que lo motivaba.

Claro, Denji asumía que todo lo que hacía era porque le pagaban un sueldo y ya, pero no podía estar más lejos de la verdad.

¿Y si sólo se lo decía? ¿Dejaba por fin de cargar el secreto de porqué lo cuidaba tan drásticamente y se lo revelaba? ¿Dejaba de excusarse con la mención de Seguridad Pública y por primera vez en su vida se bajaba la máscara?

Eso, quizá la clave para abrir la caja fuerte de aquel pecho era mostrar su verdadero ser. Sin estrategias, sin negocios ni tratos ni amenazas ni nada, sin siquiera mencionar al Chainsaw Man: esto se trataba de su parte humana y la de Denji.

El pecho le dolía, la garganta se le cerraba. Todas esas palabras que guardaba en lo más profundo de su ser y rasgaban su interior por salir... ¿sería oportuno dejarlas en libertad?

Denji no tenía por qué estar solo. No estaba maldito, no estaba obligado a vivir en la desgracia... al menos no mientras él viviera.

Yoshida se mordió la lengua.

Y ya no veía otra manera más de sacarlo de las tinieblas que lanzándose a por él.

—No es verdad, Denji. —Esta vez, él cerró los ojos, por el miedo—. Por favor, déjame saber de ti... Déjame estar contigo...

Tomó una bocanada de aire.

—Déjame... quererte.

Las manecillas volvían a sonar tras el par de jóvenes. Una tras otra, una tras otra.

Yoshida se dio cuenta de que el rayo de sol los había abandonado.

Denji lentamente descubrió su rostro hasta poder encarar al más alto, con una ceja arqueada.

—¿Qué?

Yoshida simplemente se entregó.

—Yo te quiero.

—¿Cómo?

—Te quiero, de querer.

—¿Para qué?

—No, no, es sólo eso. Que te quiero. —Hirofumi exhaló sonoramente y rodó los ojos—. Aunque tú no quieras ser mi amigo ni nada, yo te...

—Espera, espera... ¿Ese tipo de "te quiero"?

—Sí, me atrapaste. Supongo que ya no puedo ocultarlo más, Denji, no vale la pena.

Denji abrió la boca de golpe y paseó sus orbes inquietos por toda la habitación antes de regresar a él.

—No jod... ¿De verdad? —Se tapó la boca con una mano, pero fue imposible convencer a su mandíbula de cerrarla.

—Sí.

—¿Tú... —lo apuntó con su dedo índice— a mí...? —dijo tocando su propio pecho.

—Sí, Denji. —Una pequeña sonrisa se arqueó sobre su lunar y desvió su mirar lejos de él—. Te quiero, y mucho... y por lo mismo no te dejaré que te lastimes.

—Yo...

Sus hombros se sentían mucho más ligeros ahora y la boca le picaba de una manera extraña, le hormigueaba, pero luego de unos segundos catalogó aquella sensación como simples "ganas de sonreír". Aun habiendo sido derrotado, toda esta situación le sacaba un gran peso de encima, de su cerebro y de su pecho. Su más íntimo sentimiento por Denji al descubierto, y todo como último recurso.

Lo había dejado tan exhausto que tuvo que recurrir a aquella declaración de pacotilla, que no dejaba de darle vergüenza por lo improvisada; sin ningún tipo de regalo, sin planear del todo sus palabras, tomando lugar después de una tarde tan estresante y con Denji en tan mal estado. Quizá las consecuencias inmediatas eran útiles, porque sí o sí había logrado distraerlo de su angustia y de aquel deseo violento de desaparecer, pero no sabía qué esperar a futuro.

¿Qué haría con el plan de conseguirle una novia? Denji ya no confiaría en él y ni en su profesionalismo.

¿Pero qué profesionalismo? Si lo había hecho sudar, llorar y hasta arrodillarse para confesarle sus sentimientos.

Ya estaba todo perdido. Sus advertencias y consejos jamás serían tomados en serio por el rubio, al saber que Yoshida actuaba desde una posición subjetiva y motivado por su enamoramiento. Aparte, las probabilidades de que Denji lo rechazara de ahora en adelante eran muy altas; en su pequeño cerebro quizá no existía otro camino que no fuese sentir atracción por las mujeres y Yoshida no tenía esperanza alguna con él.

Quizá debería ceder su puesto a alguien con la cabeza más fría, más lógico y menos impresionable por los rubios mitad demonio con tendencia al caos.

Este probablemente sería su último día a cargo suyo.

Ahora sí que la había cagado, pero siendo honesto, tampoco había sido el mejor guardaespaldas del mundo: una vez tardó demasiado en encontrar a Denji, y cuando lo hizo, lo vio transformado arriba de una motocicleta y siendo abrazado por la cintura por Asa Mitaka, sí, la misma que tenía que alejar de él.

Y mientras Denji luchaba por encajar su quijada y su cerebro por procesar la información, él batallaba contra esa arriesgada idea que le surgió ahora.

Lo meditó unos segundos más, pero lo vio todo tan perdido, que ni el rechazo le dio miedo. Así de patética era su situación; básicamente, ya nada podía salir peor.

—Y tú, Denji... —Se aclaró la garganta—. ¿Sientes algo así por mí?

El más bajo por fin pudo cerrar la boca. Se movió hacia atrás lentamente y empezó a rascarse el cuello.

Yoshida ladeó la cabeza mientras se acomodaba el cabello, descubriendo su propio cuello y sus ojos.

Observó al otro sin prisa y con mucho cariño por cada detalle. Era tan obvia su obsesión por Denji; el que no lo hubiera sospechado antes había sido porque era un poco tonto.

Definitivamente, sí era un poco tonto.

Y este pensamiento le dio ternura: le dibujó una sutil sonrisa en la cara y le hizo achinar los ojos mientras lo observaba.

Una carcajada ronca se le escapó, muy por debajo.

Notó entonces que las mejillas de Denji adquirieron un obvio rubor en cosa de segundos y éste se puso de pie, exaltado, diciendo:

—Me tengo que ir.