Epílogo

El verano se acercaba y quizás fuera el momento perfecto para que Regina se tomara un descanso de los viajes de promoción de su Íntimamente. Todo estaba ahí, en una casa de la playa a orillas del Atlántico. Ni frío, ni calor. Cartas de amor esparcidas en la mesa, al lado de las cartas, una pila de libros, fotos de los viajes por el país, el portátil y esbozos de poemas. La casa ya no era un refugio de alquiler, era de ellas definitivamente. Así lo había decidido Regina. Y Emma sin llevar la contraria, estaba aprovechando más de lo querido al haber escogido pasar el primer verano en la costa, en aquel exacto lugar.

Regina estaba atenta a ella, con celos del dichoso perro que había decidido regalarle a la rubia en su último cumpleaños. Andaba siempre detrás de Emma, acompañando a la joven en su paseo por la arena de la playa en un hermoso atardecer como el que se abría ante la mirada de Mills a través de la ventana de la sala. Vio cuando Emma se agachó para coger algo de la arena y lo tiró lejos para que el perro corriera tras él. Joe, el perro, corrió en la otra dirección y Emma se quedó de pie esperándolo venir. En aquel momento, quizás Swan estuviera pensando lo mismo que Regina y con la misma intensidad. Se giran, casi como si tuvieran telepatía. Emma giró el rostro y vio a Regina en la ventana, sonrió y esperó con la certeza absoluta de que la escritora en segundos estaría a su lado. Emma cerró los ojos, inhaló el olor a mar y sintió una mano entrelazarse con la suya.

‒ Un millón de dólares por lo que pasa por esa linda cabecita‒ dijo Mills, mirando a la más joven.

‒ ¿Serías capaz de verdad de darme un millón de dólares? Los tienes, no lo dudo, pero, ¿no podría ser otra cosa?

Regina acarició su rostro con su mirada, imaginando sus manos acariciando la piel de esas mejillas sonrosadas.

‒ Cualquier cosa‒ Regina se encogió de hombros ‒ Intenta.

‒ No, no puede ser cualquier cosa, no todo está a tu alcance. ¿De verdad puedo pedir?

‒ Pide, vamos‒ sugirió ansiosa

‒ Hum…Deja ver…La máscara mortuoria del faraón Tutankamón

Regina se echó a reír.

‒ ¡Emma!

‒ ¡Regina! ¿Lo ves? No todo está a tu alcance. Ni todo el dinero del mundo paga la máscara del faraón, ¿cómo puedes decir que puedo tener todo?

‒ Mientras no sean cosas utópicas‒ la escritora finalmente apartó los cabellos rebeldes de Emma de la frente y la miró bien ‒ También encuentro bellísimos los artículos egipcios, la Monalisa, las estatuas griegas, pero confieso que vivir en una casa en la playa es mil veces más placentero.

‒ ¿Quién hubiera dicho que acabaríamos en un rincón después de tantos planes? No hemos viajado tanto como habíamos prometido, ni nos hemos alejado tanto de Mary Way Village, Regina‒ comentó Emma, suspirando profundamente.

‒ Quizás por darnos cuenta de que la simplicidad es más romántica.

‒ Y porque estamos en paz‒ Emma cerró los ojos y alzó su rostro hacia el viento que movía sus cabellos.

Las dos miraron hacia el horizonte, ahora el sol se estaba ocultando oscureciéndolo todo. Joe regresó con un pedazo de madera en la boca y para cooperar en el momento romántico de sus dueñas, sencillamente se echó en la arena. Las olas mojaban sus pies y por un momento, Regina pensó que Emma había recordado algo malo. Su cicatriz aún permanecía en su sien, aunque los cabellos cubrían buena parte de la marca, pero un pasado como el del día en que se había hecho esa herida en el rostro tenía que volver a su mente de vez en cuando. Vivir en una casa frente al mar quizás era el refugio de Emma del recuerdo de su madre, la forma de superar esa batalla de la que salió victoriosa, aunque llena de heridas.

Pero fue el dolor lo que llevó a Emma a aquella playa, a aquella fina arena y al amor de Regina. Ya no tenían tiempo para recordar las maldades de Ingrid, ni la ignorancia de los habitantes de Mary Way Village. Aunque aún relativamente cerca, incluso para Regina, parecían estar en un mundo particular hecho especialmente para ellas. Emma solía coger el coche y conducir hacia la ciudad más cercana cuando se acababa la comida, o invitaba a la morena a ir al restaurante favorito. Al menos lo hacían una vez al mes, como una cita marcada en que Emma llegaba primero y esperaba a que Regina llegara como si fuera la primera vez.

Por última vez, en aquel atardecer, Emma miró hacia el mar. Tocó y entrelazó los dedos de la mujer amada, lista para invitarla a una de esas cenas en el restaurante favorito de ambas. Pero Regina, comprendiéndolo, fue de otra opinión.

‒ No, querida. Para hoy tengo una idea mejor‒ dijo ella, tranquila y decidida.

Regina descendió las escaleras en un adorable vestido púrpura que se ceñía a las formas de su cuerpo. Emma había prometido esperarla abajo con un simple traje de vuelo color carne. Se sonrieron, Emma de una forma más calurosa y contenta, caminando hacia Regina. Rodeó la mesa observando las propias poesías que había escrito.

‒ Tenías razón, la sencillez es bastante para nosotras‒ Swan extendió la mano.

Dos escalones y Regina terminó de bajar, saltando a los brazos de la rubia como doncella en peligro. Una atmósfera romántica planeaba sobre ellas y Mills aprobó lo que veía.

‒ ¿No te lo dije? Nada que algunas velas y música lenta no resuelvan‒ devolvió una nueva sonrisa a Emma.

Regina contó quince velas. Algunas diseminadas por la sala y un candelabro sobre la mesa. La cena ya había llegado y Emma lo montó todo tal como mandaba el canon. Vistió la mesa, dispuso los cubiertos y cuidó todo para crear el clima típico. Mientras se pareciera a la cena que tuvieron cuando pisaron Boston por primera vez, estaría satisfecha.

Era una relación colmada de buenos recuerdos, de momentos que tenían que repetirse y demostraciones de amor sin límites. Podían perder la cuenta de cuántas veces se decían que se amaban a lo largo del día, siempre en aquellos momentos en que las palabras faltaban y las miradas bastaban. Cuando Emma se sentaba en el sofá con el bloc de notas en la mano, observando a Regina explorar su creatividad era el ápice de la inspiración. Con suerte, se haría tan famosa como la escritora y serían una pareja influyente en la literatura. Pero, ¿a quién le importaba eso cuando lo que movía la escritura de ambas eran los sentimientos? Si Regina no tuviera a Emma, ella jamás habría continuado con su carrera. Si Emma no tuviera a Regina, jamás habría sabido lo hermoso que era crear un soneto.

Bien cerca de ellas, al lado del sofá, el bloc de Emma formaba pareja con una pluma y tintero que Regina le había regalado. Quizás Emma nunca lo supiera, pero aquella pluma guardaba un secreto, el motivo por el cual estaban juntas. Cada vez que Regina veía que Emma la usaba, sonreía inmensamente agradecida, a fin de cuentas, reconocía que había sido con aquella pluma que había descrito a la muchacha por primera vez. Y dos años desde aquella noche habían transcurrido, recordaba Mills. Era mucho tiempo y, sin embargo, para ellas parecía poco.

‒ Para, Emma. Mírate, me elogias y sin embargo no te miras en el espejo‒ dijo Regina un momento después, sentada en la mesa, saboreando el vino tinto de la cena.

‒ Está bien, entiendo que eres muy modesta y no te gusta que diga la verdad‒ Emma se acabó lo que había en el plato y se limpió la boca.

‒ ¿Acaso no te vas a cansar de adorarme? Me idolatras, me mimas, me amas, lo sé, pero, ¿y cuando mi belleza desaparezca, cuando llegue la vejez? ¿Aún tendrás todo ese amor por mí?

Emma sacudió la cabeza.

‒ Parece que todo lo que hemos hecho para estar juntas no ha servido de nada. Pues claro, Regina, o jamás estaría aquí contigo. Si fuera por tu belleza o por tu dinero, ya te habría engañado desde hace tiempo‒ Emma se acordó de su madre y Regina se dio cuenta que había sido la causante. Se levantó de la mesa, soltó la servilleta en la silla y acarició el abatido rostro. Apurada por arreglar la situación, Regina la separó de la mesa e intentó alzar el rostro de Emma hacia ella.

‒ Perdón. Perdóname, perdóname, Emma. Mírame‒ Regina la agarró por el mentón ‒ Sé y siempre he sabido que eras diferente. No fue eso lo que he querido decir.

‒ ¿Te has preguntado por qué estamos juntas?

‒ Algunas veces.

‒ Pase lo que pase, quiero que sigas creyendo que no sería nada sin ti. Quizás estuviera muerta ahora, y habría muerto por amor.

Se produjo un silencio, se abrazaron y Regina quiso haberse callado. Emma miró a la morena con calma, agarró su mano y la llevó hasta su hombro. Se escuchó una canción sin letra. Comenzaron, mirándose profundamente, un paso hacia un lado, dos hacia el otro. Pegaron sus frentes, bailando al ritmo del piano y de la guitarra.

Cuando el sonido del silencio me hiere…

quiero escuchar el sonido de tu respiración.

Ligera, suave y dulce,

delicada como canción…

Cuando la soledad sofoca…

los ecos del yo

me guían a tu seno,

ofreciendo su dulzura

arrancando mi recelo.

Cuando tú despiertas…

mi cuerpo es completamente arrebatado

me transforma, me enfrenta

en un mar soterrado.

De mi alma tienes lo mejor

para el uso que quieras

en estos brazos me calmo

y soy toda tu mujer.

En cuanto Emma hubo terminado de recitar su poema, Regina rozó su boca con la punta de sus dedos y en una osada embestida la besó como agradecimiento. Hacía días que Emma llevaba trabajando en aquellos versos, pero en secreto, no quería decir nada antes de que estuviera perfecto. La inspiración había llegado en aquel momento y había decidido que tenía que ser ahí, de esa manera, espontánea e íntima. Si Regina había escrito Íntimamente para ella, que sus poemas fueran dedicados al amor que vivían.

Regina se detuvo, lamiendo los labios tras el beso avasallador y ridículamente apasionado que se habían dado. Emma deslizó los suyos por el cuello de la morena y continuó, arrancando suspiros de la morena.

‒ Ah, Emma, lo has conseguido…‒ decía Regina, revirando los ojos ante el placer que sentía anticipadamente.

‒ Lo quería tanto…Lo necesitaba tanto…Hace días que trabajo en las palabras acertadas. Por favor, dime que no está mal.

‒ ¿Quieres que te diga la verdad?‒ agarró a Emma, antes de tener un orgasmo mental ‒ Ha sido lo más hermoso que te he escuchado. ¿Cuándo te convenceré para que publiques lo que creas?

Emma suspiró de nuevo.

‒ Tengo miedo‒ Emma fue sincera.

‒ Si digo que es bueno, tienes que creer que vale la pena. ¿Quieres ser famosa como yo?

Esta vez, la más joven se detuvo y pensó rápidamente.

‒ Quiero formar parte de tu vida, famosa o no.

La señora Mills entendió la respuesta como un sí y de repente se sintió excitada como para besar a Emma de nuevo.

Emma nunca había visto a Regina tan eufórica, a no ser el día en que había escrito sus primeros versos completos. Era una de las hojas diseminadas por la mesa de trabajo compartida, y cada vez que creaba algo, Swan necesitaba echar un vistazo a esa primera hoja o espiar a Regina durmiendo.

Se unieron cuando Emma volvió a besarla, empujando a la mujer contra la pared. Emma se deshizo del vestido en un instante con la ayuda de las manos de Mills y comenzó a bajar su propio vestido con las suyas. Excitadas y llenas de pasión, acabaron echándose sobre la alfombra de terciopelo. Emma besó cada zona de la piel de la morena, de la mujer que era suya allí y para siempre, con calma, pero ansiosa. Fue bajando por brazos, senos y vientre. Besó los pies y las piernas, y reposó en su hombro una vez antes de mirarla por encima. Regina extendió un brazo y llamó los labios de la muchacha hasta sus muslos.

Entonces, en medio de ella, pensando bien en lo que estaba haciendo, Emma apartó las bragas color lila y hundió la lengua en su interior. Entró, salió, resbaló, volvió, notando cómo el jugo de Regina resbalaba, y lo lamió hasta ella gritar y rendirse. Regina la agarró varias veces por los cabellos dorados, aunque Emma no dejó de chuparla a su manera. A Regina no le dio tiempo de quejarse, le gustó aquella vulgaridad en la punta de la lengua de Emma y pensó que le había enseñado muy bien cómo se hacía el amor.

Después de repetir más de tres veces y de contar riéndose cuántas velas ya se habían apagado― todo lo contrario a los efectos del vino en sus cuerpos―, Regina se quedó dormida allí mismo, sin preocuparse del frío que hacía de madrugada. Emma también se echó un sueñecito enroscada a la morena, pero despertó una hora después con los versos de un poema en la cabeza. Algo le decía que los escribiera cuanto antes, porque si no, perdería el recuerdo y su declaración de amor se iría por el desagüe. Con cuidado se soltó de Regina, buscó una manta para cubrir a la escritora y un albornoz para ella.

Enrollada en la prenda, cogió el bloc y el bolígrafo y comenzó a escribir tras haberse sentado cerca de la ventana con vistas hacia el mar. Sin darse cuenta pasó mucho tiempo sentada en aquella ventana, llenando hojas y hojas con versos sobre Regina. A todos titulaba: Para ella. Pues no había otro motivo por el cual escribir. Emma no sabía si eran esbozos para un futuro, tampoco le interesaba si serían publicados, pero no podía parar, como si crease un gran historia en forma de sonetos, música y poesía tras poesía. Comenzó a clarear cuando sus dedos ya tenían callos y Regina, de repente, estaba de pie, a su lado, vestida también con un albornoz, llevando en sus manos una taza que contenía su famoso chocolate caliente.

‒ ¡Buenos días!‒ susurró Regina, dándole un beso en la mejilla, para después sentarse frente a ella en la ventana.

‒ ¡Buenos días!‒ contestó Emma, escondiendo una tímida sonrisa ‒ Gracias, necesitaba reponer mis energías. Mira‒ le enseñó el bloc de versos escritos a mano

Regina lo cogió y leyó cada uno de ellos, cada poesía, cada palabra escrita para ella. Le llevó un rato entender que ella había sido la inspiración de cada palabra.

‒ ¿Todo esto…Esto que has escrito…Son…Solo para mí?

‒ Solo‒ confirmó Emma, enrojeciendo de forma desmedida.

‒ Emma, esto es increíble‒ dijo Regina

‒ Lo sé. No importa si me he pasado una noche entera escribiendo esto, solo quería que supieras cómo me siento. Parecía que durante todos estos días no conseguía expresar cómo de bien me siento. Finalmente me siento feliz y es tan grande, tan bueno que me inspira. Y todo ha sido posible porque tú me amaste primero.

Regina no escondió las ganas inmensas de sonreír. Le dio una mano a Emma y se la llevó a sus labios para besarla, haciendo que rozaran su rostro.

‒ Amor de mi vida. No importa el pasado, no importa lo que sucedió, no importan los miedos, no importa el resto. Si todo eso es gratitud, yo también me siento de la misma manera. Cuando escribí Íntimamente buscaba a mi protagonista y ella existía de verdad. En los próximos libros, tú serás la protagonista, sabes que será así hasta que me canse de escribir.

Al escuchar eso, los ojos de Emma se llenaron de repentinas lágrimas.

‒ Claro que lo sé, y te amo tanto por eso‒ estaba amaneciendo mientras mantenían esa conversación tan íntima ‒ Dentro de mí quedó poco, mi amor, pero ahora lo he entendido todo. He entendido cómo se hace para transbordar amor. Creando.

Regina asintió orgullosa.

‒ Así mismo

Emma observó cómo el perfil de su amada se iluminaba con los rayos nacientes del sol. Un minuto después, la señora Mills invitó a Emma a volver a echarse en la cama unas horas más antes del compromiso de media mañana. Incluso después de haberle prometido a Emma que cogería vacaciones tras la promoción de Íntimamente, Regina aceptó conceder una entrevista para una programa de televisión de difusión nacional. Una forma más de agradar a la joven después de tantas sorpresas agradables. Swan, a su vez, se quedó dormida sin tener idea del plan de Regina y cuando se despertó de nuevo, ya a media mañana, vio la nota y una rosa roja en la almohada a su lado.

La muchacha se giró completamente, cogió el papel doblado y leyó:

He ido a dar una entrevista. Sé que te prometí no hacer esto en las vacaciones, pero creo que te va a gustar. Espérame al caer la tarde, pues me llevo tu bloc de poesías, mis editores tienen que ver tus versos y estoy segura de que les va a encantar. Tienes un desayuno esperándote en la mesa.

¡Ah! Enciende la tele a las diez y media en el canal 11.

Te amo.

Regina.

Asustada, Emma miró el reloj del cabecero de la cama y vio qué hora era. Corrió a la sala, encendió la tele y buscó el canal 11. Estaban poniendo un programa de entrevistas y Regina aparecía sentada en un sofá al lado de la presentadora. La entrevista había acabado de comenzar. Swan se sentó y se quedó viéndola.

‒ Qué gran honor es recibirla‒ saludó la presentadora.

‒ Agradezco la invitación‒ respondió Regina, bien vestida y sonriendo a las cámaras.

‒ Hemos recibido muchas peticiones de nuestros espectadores, y en muchos casos pedían que fuera usted la invitada. ¿Qué tiene que decir a sus fans?‒ preguntó la mujer, simpática en exceso.

‒ Debo darles las gracias, son un gran apoyo. Les debo mi éxito.

‒ Somos nosotros los que agradecemos tantas buenas historias como las suyas, también soy una admiradora y me he leído todos sus libros. Recientemente, Íntimamente he entrado en la lista de los diez libros más vendidos del país. Una historia interesante. ¿De dónde sacó la inspiración?

‒ Solía decir que la inspiración venía de los dramas que leía en la adolescencia, de las historias que escuchaba de desconocidos, de observar sencillamente el comportamiento de los otros. Hoy pienso que mi inspiración viene del amor. Íntimamente es un libro creado durante el momento más bonito que he vivido.

Emma, viendo el programa, sintió cómo su corazón palpitaba nervioso.

‒ Vaya, ¿eso es verdad?‒ continuó la presentadora.

‒ Sí, es la mayor verdad sobre un libro que he escrito.

‒ ¿Y puede darnos detalle de ese momento de su vida? ¿Qué sucedió mientras escribía la novela?

‒ Como muchos saben, perdí a mi ex marido. En medio del proceso creativo, estábamos pasando por una crisis en el matrimonio, lo perdí de dos formas, por el final de la relación y por su muerte. Por otro lado, estaba enamorada de otra persona y gracias a ella es que hay un final feliz en Íntimamente.

‒ ¡Wow! Estoy impresionada. Como lectores nunca podemos imaginar que nuestros autores favoritos también son seres humanos y tienen problemas como cualquier persona. Nos metemos tanto en las creaciones y en esos mundos paralelos que nos olvidamos de ese hecho.

‒ Es natural‒ Regina sonrió dulcemente ‒ Yo tampoco conocía los problemas de mis autores favoritos en mi época.

‒ Creo que el público siente curiosidad al igual que yo. Estaba usted enamorada. ¿Puede decirnos quién es esa persona?

En ese momento Regina sonrió, pensó y decidió hablar.

‒ Aún estoy enamorada. Amo a esa persona. Amo a esa mujer maravillosa con quien hoy vivo. En breve sabrán quién es ella. Sí, lo sabrán. Lo que puedo decir de ella es que es una gran poeta y que se inspira en el amor que siente por mí‒ dijo mirando a la cámara. Emma sintió la mirada de su amada y estaba segura de que estaba hablando solamente con ella.

Emma respiró hondo. Ya era suficiente, no necesitaba escuchar que la presentadora estaba sorprendida y feliz por la autora de los bestsellers. De pie, la rubia comenzó a caminar por la sala, dejó la tele encendida en la entrevista que duró unos cinco minutos más y sintió un extraño deseo de mirar el cuadro en la pared, o, al menos, uno de los que allí colgaban. El retrato de Regina realizado por su padre. Emma escuchaba la voz de la morena con cariño, observaba el cuadro y no se cansaba de sonreír.

Decidió que después de desayunar se pondría a escribir y continuaría el resto de la tarde, escribiría hasta que Regina regresara y la arrancara de la mesa con un beso. Cuando la memoria le fallara, volvería a mirar el cuadro e imaginaría la voz de Regina detrás de ella, en su nuca, diciéndole que la amaba.

FIN


Bueno, hemos llegado al final de este fic. Espero que os haya gustado, y siento la tardanza, pero entre las clases y la salud no había tenido tiempo ni ganas de sentarme a terminar la traducción. La autora de este fic me ha dado permiso para traducir los fics que quiera de ella. Os voy a poner una pequeña sinopsis de los que tengo en mente para ver cuál os gusta más.

Bury: Cuando Regina Mills sufre un trágico accidente, su marido y sus hijos mueren y ella pierde sus recuerdos. Al despertar del coma, dos meses más tarde, la empresaria tendrá que recuperarse poco a poco del trauma, y se da cuenta de que antes del fatídico episodio, nada parecía en su lugar. Emma, una enfermera del Amber City Hospital, ha sido designada para cuidar a Regina, volviéndose su único contacto durante el período de convalecencia. Nacerá una amistad que poco a poco se convertirá en amor dando sentido a ambas vidas.

Seen through the crime: A la detective Swan se le encarga investigar un crimen en una ciudad pequeña. Entre la superviviente, hay una vidente. Emma descubre que su destino siempre estuvo trazado para llegar a Silenbrooke.

For the love for her: Regina Mills recibe una inhabitual misión de encontrar a una mujer desaparecida. Con el pasar del tiempo, la relación entre ambas se forma, volviéndose cada vez más difícil para ella apartarse de lo que en un principio era un trabajo fácil. Al decidir ayudar a la mujer, no puede imaginarse que se está entregando a una intensa pasión.