-Era Sengoku-
-Trece años en el pasado.-
-¡Abuelo!-El grito fuerte de la niña mientras arrastraba a su hermano se escuchó a lo lejos. Las risas de los dos niños era el sonido más fuerte que podía oírse en toda la zona del templo Higurashi.
-Kagome, Sota!-Su abuelo alzó el brazo para saludarlos y hacerles un gesto para que estos se acercaran a él.
-¿Es ella?-La mujer que terminó de subir todas aquellas escaleras observó a los dos niños correr hasta donde ellos estaban.
El anciano asintió sin borrar su sonrisa y esperó. Corriendo y empujándose entre sí, Kagome llegó a lanzarse sobre su abuelo, lo mismo que hizo su hermano por detrás, las risas no dejaban de ser un acompañante y resultaban ser, al final, bastante contagiosas.
-Sé más cuidadosa con él, es muy pequeño aún.-Murmuró el hombre, su nieta tenía siete años y a diferencia de Sota, bastante más fuerza.-Niños, quiero presentarles a Kaede.-Dijo haciéndose a un lado para que ambos pudieran observar a la sacerdotisa.
-Una abuela!-El pequeño Sota gritó emocionado buscando acercarse a la anciana para poder abrazar una de sus piernas.
Kaede, por su parte se encontraba en la dura tarea de mantener la cordura, desde que la imagen de Kagome entró en su campo visual, recordó a la perfección a su propia hermana. Kikyo.
-Hola niños…-Amablemente ella saludó, notando como, con respeto la niña hacía una reverencia, reconociendo el noble arte de ser una sacerdotisa, ya que ella comprendía que sería su propio futuro también.-Es un gusto conocerte al fin, Kagome.-Agregó.
-Hola señora Kaede.-Saludó en respuesta la menor, para acercarse y tomar su mano para darle una leve caricia.
-Tu abuelo me ha hablado maravillas de ustedes dos…necesitaba conocerlos.-Dijo, al mismo tiempo que la nostalgia y tristeza la abrumaba por aquella imagen.
-Mamá hizo té, dice que vayamos.-La pelinegra tomó la mano de su abuelo también y todos juntos se dirigieron hacia el templo.
La nieve helada parecía decidida a congelar sus dedos y por más que estos se encontraban escondidos del contacto con la misma, era insuficiente. No podía negar que aquello le daba un poco de miedo, a decir verdad, pocas veces salía de los alrededores del templo pero para lo que había sido criada se encontraba mucho más alejado y ya no podía esperar.
-Nos moriremos congelados.-Gruñó pegada a la espalda de quien llevaba las riendas del caballo.
-Somos un poco más resistentes Kagome.-Dijo soltando una suave risa y negando con suavidad.
-Sango ya está allá?-Cuestionó un poco más alto, ya que una ventisca volvía la comunicación un poco difícil.
-Si, ha llegado ayer, no te preocupes por eso.-
-Me parece que más preocupado deberías estar vos, Miroku, es tu mujer.-Respondió.
Nuevamente pudo escuchar una suave risa por parte del monje y sin más afianzó su agarre al torso del hombre, escondiendo por completo su rostro para evitar más frío.
Desde que Kagome nació, su existencia tuvo un propósito, el templo Higurashi era un símbolo importante de la espiritualidad en la zona y eso su familia lo respetó, fue entonces que los aprendizajes para ser sacerdotisa comenzaron desde sus jóvenes cuatro años. Su madre y abuelo se encargaron de poder explotar sus dones de manera amena, casi como si de un juego se tratase. Pero en esa era había demasiadas sacerdotisas y pocas resaltaban por ser relevantes, pocas formaban parte de la historia. Hasta ese entonces Kagome era considerada una más del montón, pero no fue hasta que Kaede la vio que supo la verdad. Su vida jamás sería como la de una más.
Kikyo fue una sacerdotisa renombrada, una mujer con el poder suficiente para poder cuidar durante años la perla de Shikon, ella pasó a la historia por todas sus hazañas pero fue aún más reconocida al haber muerto junto a la perla. Ese suceso tenía una gran particularidad, su cuerpo fue robado junto con joya el día que ambas serían cremadas y desaparecidas al final de la faz de la tierra. Un terrible yokai había corrompido aquel ritual, desde entonces, las décadas pasaron.
Kagome era, según Kaede y quienes conocieron a Kikyo, su reencarnación, eso lo supo a sus siete años y eso traía consigo el deber de rescatar la perla, junto con el cuerpo o los restos de su antecesora. Lejos de ser una tarea improvisada ella tomó con madurez su misión en la vida y hasta llegar a sus veinte años, Higurashi se entrenó de todas las maneras posibles para llevar a cabo su misión, por eso el viaje helado hacia la aldea de Kaede.
El viaje a caballo fue extenso y cansador, cuando lograron vislumbrar la aldea, el frío aún continuaba pero por lo menos la nieve quedó atrás.
-Crees que irá todo bien?-Cuestionó nuevamente la mujer a sabiendas que ya se acercaban a su destino.
-Confío en tus poderes Kagome, te he visto entrenar, pelear contra todo tipo de entidades, eres poderosa y debes confiar en lo que has aprendido.-Sentenció el monje, comprendía que lo que sucedería no sería sencillo para nadie pero era inminente.
Que la perla estuviese en manos de un yokai era un grave problema, pero que después de cincuenta años, esta no fuera usada fue aún más problemático. Todo ser maligno que buscase la misma, terminaba por causar una gran destrucción en las aldeas aledañas al castillo.
-Gracias.-Susurró notando como el cabalgar del animal se ralentizaba cada vez más hasta detenerse.
-Bienvenida Kagome.-Sango, salió de aquella humilde cabaña para sin más estirar sus brazos y ayudar a bajar a la sacerdotisa.-Creí por un momento que se congelarían en la nieve.-Comentó entre risas antes de abrazar con fuerza a su amiga.
-Miroku dijo que era una exagerada, estuvimos a punto de morir congelados.-Se quejó antes de alejarse y reír.
El hombre descendió del animal para darle un beso a Sango, ellos se encontraban casados desde que Kagome los conoció, sin duda eran una pareja hermosa, aunque realmente pasionales a la hora de las discusiones. Sango, su amiga, fue un ejemplo de admiración para Higurashi, ella era una exterminadora de monstruos y su fuerza y valentía parecían inagotable, Kagome quería en algún punto poder enorgullecer a la cazadora después de todo lo que compartieron juntas.
-Vamos dentro.-La mujer tomó las manos de ambos para guiarlos dentro de la cabaña. El olor a comida caliente y la compañía de no solo Kaede si no que también, unos cuantos guerreros de diferentes aldeas cercanas.
El plan era sencillo, claro, si todo salía como ellos esperaban. Enfrentar un yokai que poseía la perla de Shikon, no era algo fácil, cientos, miles de otros espectros habían querido derrotarlo pero no encontraron más que la muerte o el desmembramiento.
-Inuyasha irá detrás nuestro cuando comencemos el ataque.-Explicó uno de los hombres, mientras apuntaba al mapa que se extendía sobre el piso para poder dejar las cosas en claro.-Es allí donde ustedes se encargarán de hacer entrar a la señorita Kagome al castillo.-Alzó la vista directa hacia ellos.
Tanto Miroku como Sango asintieron.-Vos, una vez dentro, deberás encontrar el cuerpo de Kikyo, junto con la perla para poder sacarla de allí.-El hombre le indicó a Kagome, la cual asintió aunque tenía ciertas dudas.
-Me ayudarás a cargar el cuerpo?-Indagó al monje que estaba a su lado.
-Tanto Sango como yo iremos dentro con vos.-Le aseguró él mientras asentía con lentitud.
-En ese caso no queda más que decir, atacaremos a primera hora, deberán estar todos listos para lo que pueda suceder…-La voz de Kaede hizo que todos, en algún punto, pudieran creer que todo el plan funcionaría.
