-Plan en marcha-

Inuyasha fue un nombre que durante años escuchó, Inuyasha fue sin duda uno de los terrores más grandes que durante las noches de largas pesadillas la hicieron despertar sobresaltada. Inuyasha, un yokai procedente de un gran linaje de Inugami, él fue sin duda quien poseía el suficiente reconocimiento por tener la perla de shikon. En principio mucha gente esperó que la fortaleza que aquella joya le brindara podría lograr que él conquistara no solo todas las tierras, si no que también, todos los mundos, eso asustó a cualquiera, más cuando el tiempo pasó y nada sucedió, todas las especulaciones salieron a flote y se volvieron un rumor, luego, fue un punto de ataque constante, Inuyasha pocas veces abandonaba el castillo donde habitaba pero cuando lo hacía, sólo significaba que habría grandes destrozos. Los espectros y criaturas que buscaban atacarle en su territorio sólo por la necesidad de tomar la joya, causaban un gran desequilibrio, la perla debía estar en constante purificación y eso no sucedía al recibir toda la energía maligna de quienes al atacar morían. No se purificaba estando junto al más despiadado yokai.

Kagome creía estar preparada para aquella batalla, por eso en la mañana con el arco y flecha detrás de su espalda, partió de la aldea junto a Miroku y Sango, quienes la escoltaban. En el camino, la oscuridad del miedo la hizo pensar en qué sucedería si moría, si no podría volver a ver jamás a su familia, a su abuelo, su mamá, Sota. Debía de hacerlo por ellos, debía cumplir la misión para la que había nacido. Debía vencer. Mientras se acercaban la punta del castillo comenzaba a asomarse entre las copas de los árboles y la magnitud del mismo pareció dejarla sin aliento durante unos segundos, donde se detuvieron, debían esperar a que el yokai abandonara su hogar para ingresar. Aunque el mismo contara con unos altos muros grises que lo rodeaban y separaban del afuera, ellos tres tenían todo lo que necesitaban para sortearlos. No fue entonces hasta los primeros gritos y algunas explosiones que supo que no había vuelta atrás y mientras todos comenzaban a atacar, Kagome se preparó para moverse en cuanto tuvieran la oportunidad.

Un rugido que parecía provenir de todos lados hizo que su sangre se helara y segundos después, un perro gigante salió disparado del castillo, directo hacia el lado donde se encontraban atacando.

-Es nuestro momento!-La voz de Sango sirvió para que todos comenzaran a correr hacia el muro, con unas sogas que cargaban un pesado gancho se treparon al paredón una vez que las lanzaron y se aseguraron de que se habían enganchado.

Del otro lado, los tres revisaron estar sin ningún tipo de peligro y comenzaron a correr hacia el edificio. La adrenalina hacía que el corazón de la sacerdotisa golpeara con tanta fuerza su pecho que creía posible morir ahí mismo. De forma sigilosa rodearon la estructura hasta dar con una de las puertas que parecía ceder ante el intento de ser abierta. Pronto estaban dentro del mismo y su imponente aura daba la sensación de ser una fortaleza impenetrable.

-Kagome!-Miroku la llamó por lo bajo.-Sientes la perla?-Ambos la rodearon en cuanto ella cerró sus ojos.

Era difícil percibir la perla cuando jamás en su vida tuvo contacto con ella, no imaginaba cómo podría percibirla y qué sensación le generaría, pero en aquel lugar todo parecía muerto de alguna manera.

-No siento nada.-Sentenció nerviosa mientras giraba la vista hacia ellos.

-Cálmate, no te preocupes.-Susurró Sango.-Seguramente necesitamos movernos.-Ofreció haciendo un ademán para que, efectivamente, pudieran encontrar un nuevo punto.

Corriendo hacia lo que parecía una escalera, los tres subieron sin hacer el menor de los ruidos buscando una de las habitaciones, la puerta corrediza les cedió paso una vez que ingresaron y cerraron detrás de sí.

-Intenta ahora, Kagome.-La alentó el monje mientras que volvían a estar al pendiente de la mujer que, esta vez sentándose sobre sus piernas tomó aire mientras cerraba sus ojos y buscó conectar con aquella sensación. Una que desconocía, pero que todos le dijeron que sabría diferenciar.

Fue entonces que entre toda esa oscuridad una luz, tenue, rosada, pareció brillar a lo lejos, casi latiendo, como si la llamara por su propio nombre, una voz suave que buscaba hipnotizarla.

-Si, está acá…-Dijo saliendo de aquel trance.-Pero no puedo ver donde.-Susurró aún más nerviosa volviendo a cerrar sus ojos y sintiendo como aquello se volvía sin más una carrera contra el tiempo.

-Vamos Kagome…-Ambos con los nervios a flor de piel. La sacerdotisa parecía no tener el registro de lo que afuera sucedía, pero los estruendos, los gritos y aullidos, daban a entender que ningún boomerang o poder sobrenatural podrían ayudarlos contra aquella bestia.

Una bocanada más de aire, y nuevamente la luz rosa que, sin más destelló con mucha más fuerza.

-Dónde estás?-Susurró Kagome, para que la joya contestara pero entonces, un fuerte estallido la volvió a la realidad, el polvo no dejaba ver nada, tapando su rostro tanteó todo lo que podía.-MIROKU! SANGO!-El grito desesperado por encontrarlos se oyó bastante fuerte, pero solo logró que un gruñido espectral erizara todo el pelo de su cuerpo, poco a poco las partículas de polvo quedaron en el suelo y, la imagen del gigante perro en aquella sala dejó pálida a la mujer.

-Corran!-Sango fue la encargada de dar la voz de alarma y sin más todos se separaron.

Kagome comenzó a correr por los pasillos escuchando como tanto Miroku, como Sango comenzaban a luchar contra aquel temido yokai. Pero ella no podía irse sin por lo menos, llevar a Kikyo consigo, sabía cuánto dolor le causaría a Kaede no tener los restos de su hermana consigo, quizás esta era la única oportunidad que tenía y no deseaba desperdiciarla. Mientras más corría, más destrozos escuchaba y poco a poco perdía las voces de sus amigos. Aún así sabía que estaban vivos por el simple hecho de que el perro daba batalla.

Todo aquel sitio se volvía un laberinto poco a poco, por más que subiera, la perla no la encontraba, no sentía aquella sensación que fue un llamado. Se estaba desesperando.

-Kikyo!-Gritó entonces, abriendo todas las puertas que estuvieron a su alcance.-Kikyo dónde estás?!-Era demente esperar que un muerto respondiera, pero no podía contenerse, más cuando los ruidos se detuvieron.

El silencio sepulcral la hizo tener pavor…que sucedía? Dónde estaban sus amigos?! Saliendo del cuarto y asomándose hacia el pasillo que daba directo a la primera planta, la imagen del perro blanco gigante volvió a enmudecerla, pero esta vez, él la miró. El colosal animal saltó, Kagome trastabilló y pronto estaba sobre ella. Apoyando una de sus patas sobre su pecho y cabeza, listo para aplastarla y matarla.

Pero ella no se detendría ni moriría sin dar pelea, por lo que tomando una de las flechas que llevaba consigo, la clavó directamente entre sus dedos. Haciendo que un fuerte destello los segara a los dos. Cuando pudo al observar lo que sucedía, el perro ya no estaba allí, en su lugar un hombre vestido de rojo, con cabellos plata parecía mirarla con completo odio, en un movimiento rápido y dando algunos tropezones se puso de pie, e intentó volver a correr, pero pronto volvía a caer al suelo, esta vez aplastada por el peso del hombre que cayó sobre ella.

-No!-Kagome gritó al sentir que tomaba sus cabellos y alzaba la cabeza para sin más y de un golpe seco estamparla contra el suelo, dos veces, antes de perder la conciencia.


Entre abrió sus ojos lentamente, la luz de afuera no le permitía sobresaltarse o levantarse rápidamente. Sus dedos pasearon por las abrigadas sábanas y el olor la invitaba a seguir durmiendo un poco más. Se removió solo para girarse y ponerse de lado. Escuchando detrás suyo unos suaves murmullos. Poco a poco, los recuerdos comenzaron a caer como una lluvia de imágenes, fue entonces cuando de un rápido movimiento se sentó.

-Sango! Miroku!-Gritó confundida, un punzante dolor en la cabeza la hizo quejarse y sostener la misma contra sus manos.

-Tranquila…no están acá…pero no están muertos.-Una voz que jamás escuchó la hizo girarse para poder observar quien le hablaba.

Un niño? Un niño…con cola de zorro? Pestañeó reiteradas veces mostrando su confusión.

-Oh…-Susurró.-Sos un yokai?-Preguntó entonces.

El niño pareció más que orgulloso al ser reconocido como tal y alzando su mentón asintió con cierta emoción.

-Si, eso soy.-Dijo antes de acercarse cuidadosamente a ella.

-¿Dónde estoy?-Lejos de parecer asustada por lo que sucedía, Kagome se mostraba bastante tranquila.

-Es el castillo del amo Inuyasha.-Otra voz habló, esta vez resultaba imposible de saber de donde provenía, ya que el niño no movió su boca.

-El yokai…-Murmuró frunciendo su entrecejo.-Creí que me había matado.-Agregó más para ella misma.

-Todos creímos lo mismo.-El niño se adelantó un poco más.-Pero nos ha dicho que una vez que estés despierta, te digamos que podes irte.-Sentenció.

-Así?-Descreída de lo que le decían negó lentamente.-Es imposible.-Lo miró.

-No lo entendemos tampoco, pero te dejará ir, y créeme niña, debes hacerlo.-Otra vez la voz que parecía salir del niño se pronunció pero esta vez logró entender que provenía de un ser diminuto.

-Oh…-Murmuró antes de intentar ponerse de pie, cayendo la primera vez.

-Tené cuidado…estás algo lastimada.-El niño señaló uno de los espejos que allí se encontraba y Kagome observó su reflejo. Un moretón decoraba tanto su mejilla como una parte de su ojo y labios.

-...ha sido él.-Susurró. No era una pregunta, sólo una afirmación que ella misma se dio mientras volvía a tomar fuerzas y tambaleante se ponía de pie.-Gracias…-Les dijo antes de abrir la puerta y comenzar a caminar.

-Debes bajar las escaleras.-La voz de la diminuta criatura sonó detrás de ella, Kagome entonces siguió las instrucciones aunque le costó horrores hacerlo.

El niño seguía sus pasos preocupado mientras ella llegaba a la planta baja, dando algún que otro tropezón o golpeándose con las paredes que habían a su paso. Una vez llegada al salón principal, donde una gran puerta parecía esperarla para que pudiera salir, ella se detuvo en seco, ya que por el rabillo del ojo bueno, logró ver ese pelo una vez más. Esta vez no era el perro, si no, aquel hombre que la atacó. Despreocupado y divertido por esa escena la observaba. Era cínico, eso podía saberlo a través de su mirada, parecía un libro abierto, la despreciaba como quizás a todos los humanos que atacó. La furia hizo que sus propias orejas se tiñeran de rojo, mordiendo su labio inferior con rabia.

-Vete.-Le ordenó.-Si es que podes.-Agregó.

-Inuyasha!-El niño se mostró molesto por como se lo dijo y Kagome simplemente le dio la espalda para poder tomar con sus manos la manija para abrir la pesada puerta, el primer tirón no hizo nada, sólo escuchó como el yokai se mofó de ella. El segundo abrió lo suficiente para que pudiera pasar.

-No vuelvas nunca más sacerdotisa.-Le advirtió.-O te mataré.-Murmuró Inuyasha casi como un gruñido. Pero lejos de hacer que ella se terminara por ir, se quedó dentro unos segundos más.

La tensión pareció crecer, no podía volver con sus manos vacías, no podría existir una nueva oportunidad de ingresar al castillo y mucho menos encontrar la perla y a Kikyo. Su cabeza entonces dio vueltas, al momento en que cerró la puerta con su propio peso y se apoyó contra la misma para hacerle frente al hombre.

-No me iré hasta llevarme lo que he venido a buscar.-Susurró segundos antes de marearse lo suficiente para que todo se volviera oscuro y caer directo al suelo.