Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 13:
Una farsa
Sus ojos siempre parecían impenetrables.
Llegó hasta mi escritorio y puso su bolso sobre este, esperando a que la saludara.
Me mantuve inexpresivo.
Tessa FitzRoy, mujer de una familia aristocrática de Europa, acostumbraba a ser siempre rígida, imponente y muy elegante. Sonreía con frecuencia y con una condescendencia aterradora. Era guapa, sofisticada y misteriosa. Su cabello cano y corto combinaba con sus ojos grises, siempre directos y penetrantes. Tenía una fascinación por llevar a su hija, mi madre, a una enloquecedora perfección, buscando toda comodidad que le fuera conferida, sobre todo si se trataba de mantenerse en la gran familia Cullen.
—Estás tan guapo como siempre —afirmó, acercándose para besarme cada mejilla.
Me alejé y desafié su visita con la mirada.
—No esperaba verte —dije.
Desde que había sucedido lo de mi padre que no la veíamos. De hecho, no había asistido al funeral. Parecía que estaba esperando el momento para volver a nuestras vidas, pues siempre tenía todo controlado.
—Me he preocupado por el estado de mi hija y por mi familia. He querido mantenerme al margen desde que Carlisle decidió dejarla, pero ya he visto suficiente en los medios como para reservarme y no hacerme presente. Incluso tú…
—Mi hijo y yo estamos bien. Ya tengo todo bajo control —aseguré—. No necesito que intentes arreglar mi vida.
Sostenía su sonrisa como si fuera una estatua.
—Lo sé, siempre has sabido llevar todo el control.
Seguía contemplándome, ahora con una suave fascinación orgullosa.
—Quiero estar con mi hija. Las emociones ante todo esto que le ha sucedido la están haciendo cometer muchos errores que están avergonzando a la familia —musitó—. Me quedaré un tiempo.
Tragué.
—Claro, espero te sientas a gusto en casa de mi madre.
—Por supuesto que sí. —Suspiró—. Bueno, solo venía a saludarte, esperando a ver a mi nieto favorito.
—Aquí me tienes.
Emulé una sonrisa falsa y queda.
—Qué gusto verte. Sigo estando muy orgullosa de ti.
Asentí.
Tomó su bolso nuevamente y se alejó mientras continuaba dejando su estela de caro perfume.
Dejé ir el aire.
—No puedo creerlo —exclamó Jacob—. Si te soy franco, no esperaba verla.
—Yo tampoco —afirmé—, ni en mis peores sueños.
Él se mantuvo quieto, como si estuviera pensando qué decir. Por mi parte, preferí no hacer conjeturas que pudieran trastornar la paz que sentía luego de estar con Bella.
—Tu madre necesitará mucha ayuda para zafarse de ella —agregó.
—Espero que eso la mantenga alejada de mí —susurré, volviendo a sentarme.
Jacob asintió y suspiró.
—Debe mantenerse alejada, algo que debió suceder hace demasiado tiempo.
Sonreí de forma sarcástica.
—Siempre debió suceder, pero ahora quiero mover mis hilos y alejarla de todo lo que me rodea.
—Cuenta conmigo, sabes que es lo que siempre he querido que suceda, y no solo contigo, sino también con tus hermanas.
Me quedé unos segundos en silencio antes de emitir alguna palabra.
Reflexionaba en la forma de tornar la situación a mi favor. A mi madre le aterraba la suya, era la única persona que lograba controlarla a tal punto de reducirla en cenizas. Si manipulaba a mi abuela para aprisionar a mi madre, tendría el espacio perfecto para alejarla definitivamente de mí.
Su solo recuerdo me provocaba ansiedad y desesperación.
La quería lejos, y no únicamente por mí, sino también por Demian e Isabella.
Me levanté con rapidez y estiré mi traje, llamando la atención de Jacob.
—Tengo que irme —musité, arreglándome los gemelos en mis muñecas—. Debo buscar a Tony en la academia.
—Está bien —respondió, imitándome—. Avísame ante cualquier cosa, ¿bien?
Asentí y me marché.
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Mientras estaba en la entrada del salón, veía cómo los niños salían y miraban a su alrededor, buscando a sus padres. Yo esperé con paciencia, sabiendo que mi hijo era el último en aparecer.
—¿Señor Cullen?
Me di la vuelta, encontrándome con la maestra de violín.
—Señorita Müller, buenas tardes.
Sonrió.
—Quería hablar un momento con usted.
—Claro, podemos…
—No es algo malo y no es necesario que nos alejemos hasta mi oficina —aclaró, probablemente al ver mi rostro algo descompuesto.
—Soy todo oídos.
—Demian ha demostrado muchas habilidades para su edad y usted sabe que se lo he dicho en innumerables ocasiones. Hemos estado hablando con diferentes maestros y todos hemos llegado a la conclusión de que es un niño prodigio.
Levanté las cejas y sonreí.
—No tengo la menor duda…
—Señor Cullen, habrá una congregación con el maestro Bran Chomsky.
Tragué.
Bran Chomsky era un gran director de orquesta con el que siempre soñé trabajar. Tenía un innato talento y trayectoria en el violín como su especialidad y sabía tocar más instrumentos de muy difícil manejo. Y sí, había sido uno de mis mentores cuando intenté ser un violinista reconocido.
—Lo ha visto tocar hace un rato y ha quedado encantado.
—¿Está aquí…?
—Se ha ido hace una hora más o menos.
—¿De verdad ha querido…?
—Demian es un chico demasiado talentoso, señor Cullen, debe impulsarlo cuanto pueda, pero siempre resguardando su niñez —agregó.
—Es lo que intento.
Aún estaba sorprendido de lo que me comentaba. Mi hijo podía conseguir lo que nunca pude y eso me hacía inmensamente feliz.
Nunca busqué imponerle el violín y la música, pero en cuanto me vio tocar por primera vez, su deseo fue claro y yo quería que pudiera disfrutar de ello desde muy pequeño.
—Aunque me ha llamado la atención lo cabizbajo que se ha mostrado últimamente, pareciera que algo le preocupa.
Bajé la mirada y sostuve el aliento.
—Creo que sé qué puede ser —murmuré.
—Quizá sea buena idea distraerlo un poco.
Asentí.
—¡Pa! —gritó la pequeña voz de mi hijo.
Me giré y agaché mientras le abría mis brazos. Demian corrió hacia mí y me abrazó, así que lo recogí para saludarlo con un beso en la frente.
—¿Ha sido un buen día?
Asintió.
—Mucho clap clap —me contó, golpeando sus palmas.
Me reí.
—Me dijeron que has estado un poco triste.
Se encogió de hombros.
—Te tengo una sorpresa.
Sus ojos se abrieron ante el entusiasmo.
—Está en casa. Vámonos.
Lo cargué hasta el coche y él se asombró de que estuviéramos solos.
—Les he pedido a mis amigos que nos cuiden desde otro auto, quiero que pasemos más tiempo juntos.
Para Demian, mis guardaespaldas eran unos amigos que se encargaban de cuidarnos y que siempre iban a estar siguiéndonos para que él y su papá estuvieran bien.
—¡Súper! —exclamó de manera alegre.
Lo acomodé en la silla de seguridad y me acomodé para manejar.
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Ya se acercaban las ocho de la tarde y Demian jugaba con la pequeña gata negra. Ambos habían formado un lazo muy grande y no podían estar separados.
Aquel animal me seguía recordando a ella.
«Ah, Isabella, me haces sentir tantas cosas».
—Señor Cullen, ¿quiere que le ayude? —me preguntó Anna desde el umbral de la puerta de la cocina.
Sonreí.
—No es necesario, lo tengo todo bajo control. ¿Es que acaso no crees que pueda hacer una cena?
Se sonrojó y miró al suelo.
—No, señor, no quise decir eso.
Suspiré.
¿Qué clase de monstruo era? Ella estaba tan acostumbrada a mis regaños y mal humor.
—Está bien, solo estoy bromeando.
—Oh. —Se rio—. Es que…
—No sé hacer bromas, eso está claro.
—Pienso que solo es práctica. De seguro, desde aquí en adelante, podrá demostrando al hombre que sé que esconde ahí —aseguró.
Asentí mientras cortaba el puerro, absorto en sus palabras.
—La señorita estará muy contenta.
Levanté las cejas y la miré.
—Tampoco quiero entrometerme en su vida privada, pero ya puedo imaginarme lo que está ocurriendo y no sabe lo mucho que me gusta la idea.
—¿No vas a juzgarme?
—Oh, no, ¡por supuesto que no! Solo Dios puede juzgarnos y estoy segura de que él no lo hará por esto. No le está haciendo daño a nadie, señor.
Tragué y volví a sonreír.
—Más te vale ayudarme con el Glüwine.
—Será un placer.
Anna era alemana y solía ser una gran exponente de la cultura culinaria de aquel país, y cómo no, si el Glüwine, que consistía en vino caliente especiado, era una de sus especialidades.
El tiempo se me hizo bastante corto, pues ya iba siendo hora de ir a por ella. Mi guardaespaldas principal coordinó el coche y rápidamente fue a buscarla.
—Pa —exclamó DeDe.
—¿Qué ocurre, cariño? Te he dicho que no debes entrar a la cocina cuando estoy cocinando, puedes quemarte.
—Ed que… ¿Sodpesa?
Me reí.
—Ya pronto aparecerá, pero te encantará.
Dio brincos y asintió.
—Bebe popó.
Había comenzado a llamar Bebe a la pequeña gata.
—La pala y la bolsa están a un lado de la caja de arena, lava tus manos después.
Volvió a asentir y se marchó, dando los mismos brincos de entusiasmo.
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La crema de puerros estaba lista y el filete ya estaba en el horno. El olor que expelía me tenía satisfecho.
Sentí el ruido de la seguridad, llamando para la llegada.
Isabella estaba aquí.
Me puse tan nervioso que me desconocí.
Apreté el botón de acceso y pude jurar que sentía cómo subía el ascensor.
Corrí hacia la puerta y abrí, encontrándome con su presencia frente a mí.
Me fue inevitable sonreír.
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Isabella POV
Cada momento que estaba junto a mí, mirándome con sus potentes ojos verdes, se remecían mis entrañas.
Llevaba una camisa blanca arremangada a la altura de sus antebrazos y unos pantalones entallados y negros. A pesar de la vestimenta sencilla, su semblante impresionante y viril resultaba hipnotizante.
—Hola —saludé con timidez.
—Bienvenida —respondió, sujetando la puerta para que pasara.
Cuando estuve dentro, me quitó el abrigo con cuidado desde atrás, respirándome en la nuca.
—Me encanta tu vestido —susurró.
Me di la vuelta con una sonrisa, luciendo el suave vestido de terciopelo anaranjado; había decidido que lo mejor era traer medias gruesas y unos mocasines para estar más cómoda.
—Gracias.
—Gracias a ti por venir.
Tomó mi mandíbula y me acarició el labio inferior con el pulgar.
—Ven, hay alguien que quiere verte —añadió.
Sentí la respiración entrecortada.
Me ofreció su mano y yo se la tomé con suavidad, para luego verme impulsada por la ansiedad de verlo.
—DeDe, alguien ha venido a verte —exclamó el padre.
Sentí sus pies correr por el suelo hasta que llegó al vestíbulo, encontrándome en medio de él.
—Hola, Demian —susurré con un nudo en mi garganta.
—¡Be! —chilló, viniendo hacia mí a toda velocidad.
Lo tomé en mis brazos y le di unas cuantas vueltas hasta parar y detenerme en su pequeña carita inocente. El brillo de sus ojos inocentes reflejaban mi rostro emocionado, pero el suyo relucía de una alegría que me calaba los huesos.
—Be —gimió, abrazándome desde el cuello.
—Creo que has crecido un poco —musité mientras acariciaba su espalda pequeña—. Te extrañé mucho.
Suspiró y se acomodó en mi pecho y al mismo tiempo movió sus piernas que colgaban en el aire.
—No estabas —exclamó, separándose para tocarme la cara con sus manitos.
—Sí, lo siento mucho…
—Fue culpa mía, cariño —le dijo su padre, acercándose a nosotros—. Pero Bella ha venido a verte, lo único que quería era pasar un rato contigo.
—Con los dos —lo corregí.
—¿Vedad? —inquirió el pequeño.
—Te lo juro.
—¿Acá? ¿Conmigo?
Asentí entre risas.
—Contigo, ¿te gusta la idea?
Dio un grito de felicidad y me pidió bajar. Cuando tocó el suelo, dio brincos mientras me apuntaba hacia la sala.
—¡Ven!
Corrió hacia adentro a toda velocidad.
—Está muy entusiasmado.
—Ven con nosotros —me dijo Edward.
Cuando llegué me encontré con un pequeño gatito negro que jugaba con las manos de Demian.
—Oh.
Miré a Edward, buscando una explicación. Nunca imaginé que tendría un animal dentro del departamento.
—Llegó a mí en el momento oportuno —me susurró al oído.
Contuve el estremecimiento por respeto al pequeño.
—¿Sí? ¿Cómo…?
—Yo le llamo Bella.
Me reí.
—¿Ahora soy una gatita?
Fue su turno de reír.
—Digamos que sus ojos y su vulnerabilidad me hicieron pensar en ti. Es adorable, muy suave y rasguña muy fuerte, espero que recuerdes por qué lo digo.
Lo regañé con la mirada, pero después sonreí.
—Fue un impulso aquella en la oficina.
—Un impulso que quisiera que se repitiera.
Tragué y me separé para llegar a esa pequeña gatita. Llevé mi mano a su nariz para que me oliera y enseguida dio un cabezazo en ella.
—¡Te quiede! —gritó Demian.
—Es muy linda.
—De… De lla… llama Bebe.
—¿Bebe?
—Me escuchó adularla mientras te nombraba —confesó Edward—, porque aunque pueda bromear, es cierto, vi sus ojos y quise ir a por ti.
Arqueé las cejas y sonreí.
La tomé en mis brazos y la cobijé por un rato.
—Es muy suave —mascullé.
—Te lo dije.
Solté a la gatita Bebe y ella corrió a jugar con los juguetes que tenía esparcidos por el suelo.
—Señorita —exclamó Anna, que acababa de entrar.
—Hola, Anna —saludé.
Su abrazo me tomó por sorpresa.
—Es un gusto volver a verla.
—El mío también.
Sonrió.
—Estaré en mi habitación ante lo que necesiten. Cuidaré de Demian en la noche, así pueden… charlar juntos.
Me sonrojé un poco y miré a Edward de reojo. Sin embargo, él solo acabó sonriendo al ideal que ella.
—Gracias, Anna —le dijo su jefe.
Se despidió con una corta reverencia y caminó hacia un largo pasillo.
—Todos te extrañábamos.
Se me enmudeció la garganta.
—Pero debo serte franco, yo te extrañé más que nadie.
Entrelazó sus dedos con los míos.
—Gracias por invitarme.
—Yo debo agradecerte que vengas, no sabes cuánto quería que esto sucediera.
Suspiré de ternura.
—Papi —llamó Demian.
—Bien, pequeño, sé que tienes hambre. ¿Alguien más?
—Yo, por supuesto —respondí.
—La cena está lista, ¿vamos?
Asentí.
La mesa ya estaba preparada. Edward había puesto velas y flores, unas que siempre nos recordaba a nosotros: los asfódelos.
—¿Lo has hecho tú? —pregunté con el corazón en la boca.
—Sí, ¿no te lo imaginas?
Carcajeé.
—Es solo que… Edward, nunca imaginé que viviría estas cosas contigo.
Tragó.
—Yo tampoco, pero lo disfruto.
Me mordí el labio inferior.
Él metió a su hijo en la silla de comer y luego corrió una para mí. Cuando me senté, Edward fue hasta la cocina y en unos segundos ya había vuelto con un platillo para mí y un biberón.
—¿El biberón es para mí? —bromeé.
—¡Mío! —exclamó Demian con una sonrisa dulce y pícara.
Depositó el plato frente a mí, que estaba tan bien decorado que me apenaba siquiera tocarlo.
—Es una de mis entradas favoritas: crema de puerros con trufa y sésamo.
—Huele muy bien. ¿Esto…?
—Lo he hecho especialmente para ti.
No supe qué decir.
—DeDe comerá mañana al almuerzo, ¿no es así? —le preguntó Edward luego de darle el biberón y besarle la coronilla.
El pequeño asintió y se llevó la botella a los labios para beber con entusiasmo. Me quedé hipnotizada viendo cómo sus mejillas se inflaban y ponían rojas.
Era un niño tan adorable que me hacía sentir extrañamente hechizada a él.
La crema de puerros sabía muy bien. Se sentía cálida, especiada y muy sabrosa. Sin embargo, cuando trajo el filete bañado en trufas y las papas gratinadas, mi paladar lo agradeció.
—Edward, esto está maravilloso —exclamé.
Él sonrió, muy orgulloso, y me cortó un pedazo con dedicación y cariño.
—Lo he hecho con mucha dedicación —susurró, llevándome otro pedazo a la boca.
Era tan blando que se deshizo en mi boca.
—Y veo que DeDe quiere comer un poco —añadió.
Y así era. Demian miraba el pedazo de carne con mucha atención.
—¿Puedo…?
Me quedé callada cuando su padre sonrió y asintió.
Lo corté en pequeños pedacitos y me senté al lado del pequeño. Le ofrecí un bocado y él lo probó, para después aplaudir de gozo.
Cada vez que estaba con Demian mi necesidad por encontrar a mi hija se incrementaba. Añoraba tanto poder hacer esto con ella, y si la vida hubiera sido más justa, con las dos mellizas que perdí, con una que jamás podría hacerlo realmente.
—¿Te ha gustado? —le pregunté para evadir mis pensamientos.
El pequeño asintió y tragó hasta que no quiso más, ya que comenzaba a cerrar sus ojos por el cansancio.
—¿Me das un momento? Esta vez Anna cuidará de él, ¿no es así, cariño? —dijo Edward, levantándose para sacar a su hijo de la silla.
—Ve, te estaré esperando aquí.
Sin embargo, Demian quiso despedirse de mí haciendo un pequeño berrinche.
—Oye, seguiré aquí.
—¿Manana?
Me reí.
—Claro que sí —aseguré.
Le di un abrazo y él me regaló un beso en la mejilla. Olía a leche y colonia de bebé.
Luego de un par de minutos, Edward volvió sin su hijo. Al sentarse frente a mí, buscó mi mano para tocarla, ahí, sobre la mesa, con la luz de las velas iluminando nuestros rostros.
—Realmente te extrañaba mucho.
Sonreí.
—Demian…
—Me refería a mí, pero sí, mi hijo también te extrañaba mucho.
Me reí.
—¿Te había dicho que una de las cosas que extrañaba de ti era tu risa?
Me sonrojé.
—Edward, me pones nerviosa.
—Oh, no es mi intención…
—Me gusta que lo hagas, pero vaya que lo haces.
Pestañeó y luego sonrió, más relajado.
—¿Qué te parece si vamos a otro lugar?
Suspiré y asentí.
—Llévame adonde quieras —pedí.
Se levantó y se puso detrás de mi silla para que lo siguiera. Luego tomó mi mano y tiró de mí con suavidad para conducirme hacia un pasillo y luego salir por una puerta de cristal que daba a la ciudad. La vista era hermosa y la luz de la ciudad combinaba con las plantas, la estufa exterior y los sofás blancos.
—Aquí podemos estar completamente solos —susurró, abriéndome el cristal para poder salir.
Contemplé todo como una niña en un museo, divertida ante la sencillez y comodidad. Edward encendió la estufa, que tenía forma de una pirámide, y con rapidez comenzó a calentar.
Había mucho viento y desde acá arriba, la última planta de este privado edificio, parecía mucho más intenso.
En la mesa que estaba en frente, que también era de cristal y tenía patas blancas, había una cocinilla que sostenía una fuente de greda humeante, y a su lado esperaban dos copas.
—¿Qué es eso? —pregunté mientras me sentaba con timidez.
—Glüwine.
—¿Glu…?
—Te encantará. ¿Quieres?
—Claro que sí.
Tomó un cucharón y sirvió el brebaje en la copa. El líquido era de color burdeos y en él flotaban rodajas de naranja. Estaba humeante, y a pesar de que estaba a varios centímetros de distancia, podía sentir el aroma intenso de las especias como el clavo de olor y la canela.
—Uau. Huele muy bien.
—Es la especialidad de Anna, una receta familiar alemana.
La olí mientras calentaba mis manos en el cristal.
—Huele muy bien.
—Es muy bueno.
Se sentó a mi lado con una copa y me ofreció chocarla.
—Una vez más, gracias por venir, Isabella.
Sonreí.
—Gracias a ti por invitarme. Moría de ganas de ver a Demian, no sabes cuánto lo extrañé.
—Él también te extrañaba. Conquistaste a mi hijo, no puedo privarlo de verte.
Di un sorbo y suspiré. Era muy delicioso. El calor provocó que me sonrojara de inmediato.
—Demian es… Me recuerda tanto…
Me callé, sin saber cómo continuar.
—Bella.
Lo contemplé.
—¿Cómo lograste adoptarlo? —pregunté.
Me acarició la mejilla con timidez mientras suspiraba.
—Lo encontré en la calle.
—Oh, Dios mío.
—Fue fortuito, simplemente di en el momento correcto y ahí estaba, dejado a un lado por una mujer que corrió rápidamente, como si quisiera abandonarlo ahí hasta que el frío lo matara. —Tragó—. Nunca pensé que querría ser padre, pero algo en él me llevó a quererlo.
—No puedo creer que hubieran hecho eso.
—La vida es muy cruel, he aprendido a entenderlo con los años.
De pronto recordé la noticia que vi en su momento.
—¿Lo adoptaste con tu exesposa?
Sonrió.
—Fue un contrato.
Levanté las cejas.
—¿Un contrato?
—Victoria quería dinero, yo quería tenerlo, por lo que acordamos hacerlo juntos, pero sin involucrarla en la crianza y menos en su existencia. Ambos tendríamos un beneficio.
—Qué frialdad —susurré sin contenerme.
—Mi mundo es así, frío y muy duro, estoy acostumbrado a obtener lo que quiero con mi dinero.
—Pero ella…
—Jamás podrá tocar un solo pelo de él, le hice firmar la renuncia a todos sus derechos.
—¿Quién es ella…?
—Victoria, la hija de una de las mejores amigas de mi madre.
Supuse que esa fue su mejor estrategia para obtener a Demian.
—¿Quién fue ella para ti?
Carraspeó.
—Una aventura. No voy a mentirte, estuve con ella, pero nunca fue más allá.
—Pero figura como tu exesposa.
Sonrió.
—Sí.
Me di calor, porque de pronto tuve mucho frío.
—Bella.
—Lo siento, es que… Entre Charlotte y Victoria… Sé que es inmaduro, pero no me gusta imaginarlo.
Me miró con ternura y luego tomó una de mis manos.
—Estás en todo tu derecho a incomodarte, hay poco de mí con lo cual me siento orgulloso. No voy a endulzar tus oídos, eso sería mentirte y hacerlo rompería la confianza que me has brindado.
Suspiré.
—¿Alguna vez ellas han estado tan cerca de ti? ¿Qué han conocido de Edward Cullen?
—No han conocido más que barbaridades. —Acarició mis dedos y luego el dorso de mi mano mientras me miraba.
Luego tomó mi barbilla y tocó mis labios.
—Excesos —agregó—. Fui un manipulador.
Miré el paisaje con el corazón en la mano.
—No te he mentido, Isabella, has tocado mi intimidad y podrías estar aquí por siempre.
—Tengo mucho miedo —le confesé.
—¿De qué?
—De creerte y acabar aún más herida.
Su rostro se rompió en tristeza y culpabilidad.
—Sé que podrías pensar eso. He alimentado eso y más, soy consciente del daño que te provoqué.
—Pero es tan difícil evadirlo.
—Fueron fiestas, juegos que no quisiera repetir, encuentros furtivos y…
—Lo nuestro…
—Lo sé, Bella, lo sé —jadeó—. ¿Llevas la granada?
—Sí.
—Nunca se la había dado a nadie, ni siquiera pensé en hacerlo hasta que te conocí.
—Pero ellas son…
—Hey. ¿Qué son?
—Supongo que aún tengo miedo.
—¿De qué?
—De que me dañes.
—Perdóname, sé que eso es mi culpa. ¿Qué puedo hacer para que eso no ocurra?
—Júrame que no es así —musité con un nudo en la garganta—. Júrame que todo lo que dices es cierto.
Arqueó las cejas y me abrazó.
—Te lo juro por mi hijo, Bella, por él y por ti.
Me acurruqué en su pecho y Edward me apretó más entre sus brazos fuertes.
—Lo único que puedo hacer es continuar abriéndome a ti.
—Esto es jugar con fuego, estoy aquí, contigo, sabiendo que nadie quiere que esto ocurra, que nadie lo verá bien. No podré perdonártelo si hay otro error, no soy un objeto ni un juego, ¡ni siquiera quiero que las demás mujeres lo sean!
Asintió y me besó la frente con firmeza.
—Yo también tengo miedo. Papá debió ser un gran hombre contigo y siento que compite un leproso contra un caballero de armadura…
—Edward, no.
Me separé y me levanté, inquieta y desgarrada por esa comparativa.
—Lo siento, es que mi padre siempre ha sido el hombre perfecto ante mis ojos, tan perfecto que, cuando supe que tú y él estaban juntos, lo odié por romper con lo único que yo jamás jugaría, que es la fidelidad. Sé que no es tu culpa y que todo llevó a que mi padre buscara…
—¡Él y yo nunca estuvimos juntos! —gemí.
Su rostro se paralizó, al igual que el resto de su cuerpo.
—¡Nunca me tocó un solo cabello! Edward, lo nuestro fue una completa farsa, nunca nos acostamos, jamás nos besamos, jamás… —Dejé caer los hombros—. Fue todo una mentira.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo. Les pido mil perdones por haber entregado una actualización tan tarde, pero les juro por Dios que no tuve tiempo, me costó mucho adaptar mi horario y poder acomodarme para escribir. Logré hacer más capítulos para estar adelantada y así poder entregarles correctamente todas las actualizaciones. Gracias a Dios ya puedo hacer todo, ya que estoy estudiando y trabajando, además de escribir, pero mi idea es entregarles las cosas bien y no a medias. ¿Qué les parece lo que ha pasado con estos dos? Las cosas pronto explotarán y se vienen tremendas noticias. ¡Atentas al grupo de facebook! ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco sus comentarios, durante la tarde estarán sus nombres aquí para agradecer sus lindos reviews, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
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