Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 6

El edificio de ladrillo rojo empezaba a difuminarse en el gris del cielo de la tarde cuando Bella salió del coche. En el cartel blanco de la pared ponía: «Policía de Thames Valley, comisaría de Amersham». Los agentes asignados a Little Kilton estaban aquí, en un pueblo más grande a diez minutos en coche.

Bella atravesó la puerta principal hasta la recepción pintada de azul. Había un hombre esperando, dormido en las sillas metálicas de la pared del fondo. Bella se acercó hasta el mostrador y golpeó en el cristal para llamar la atención del agente adjunto. El señor dormido roncó y se cambió de posición.

—¿Hola? —La voz salió antes que su propietaria: la agente con la que Bella se había reunido un par de veces. La policía salió doblando unos papeles y por fin miró a Bella—. Anda, no eres a quien esperaba.

—Lo siento. —Bella sonrió—. ¿Cómo estás, Sue?

—Bien, cariño. —Su cara se arrugó en una sonrisa, con el pelo gris sobre el cuello del uniforme—. ¿Qué te trae por aquí?

A Bella le caía bien Sue. Le gustaba que ninguna de las dos tuviera que andarse con rodeos ni conversaciones triviales.

—Tengo que hablar con el detective Hawkins —dijo—. ¿Está aquí?

—Sí. —Sue mordisqueó un boli—. Pero está muy ocupado, parece que va a ser una noche muy larga.

—¿Puedes decirle que es urgente? Por favor —añadió Bella.

—Está bien, a ver qué puedo hacer. —Sue suspiró—. Siéntate, corazón —dijo mientras desaparecía por la parte de atrás del despacho.

Pero Bella no se sentó. Notaba un zumbido por todo el cuerpo y no era capaz de quedarse quieta. Comenzó a andar de un lado a otro del mostrador de recepción: seis pasos, media vuelta, otros seis pasos, forzando el chirrido de los tenis contra el suelo para despertar al señor dormido.

La puerta que llevaba a los despachos y a las salas de interrogatorio pitó y se abrió, pero no era Sue ni Remus Hawkins. Eran dos policías de uniforme.

Primero salió Daniel Parkinson y le sujetó la puerta a otra agente: Dora Tonks, que se estaba recogiendo el pelo rizado en un moño bajo la gorra negra. Bella los había conocido a ambos en la reunión en la biblioteca de Kilton el pasado octubre, cuando Daniel Parkinson era persona de interés en el caso de Sid. A juzgar por la sonrisa forzada que le puso al pasar a su lado, era evidente que no lo había olvidado.

Pero Dora la reconoció y la saludó con un gesto de la cabeza y un alegre «Hola» antes de salir detrás de su compañero hasta uno de los coches patrulla.

Bella se preguntó adónde iban, qué habría pasado. Fuera lo que fuese, les debía de parecer más importante que Jamie Potter.

La puerta pitó otra vez, pero solo se abrió unos centímetros. Apareció una mano levantando dos dedos en dirección a Bella.

—¡Tienes dos minutos! —gritó Hawkins haciéndole un gesto para que lo acompañara por el pasillo.

Ella se acercó a toda prisa, haciendo chirriar los tenis y despertando a su paso al señor que roncaba.

Hawkins no esperó para saludar y se puso en el recibidor delante de ella.

Llevaba unos jeans negros y una chaqueta acolchada nueva, verde oscura.

Igual ya se había deshecho de aquel viejo abrigo de lana que siempre se ponía cuando era el investigador al mando en la desaparición de Sid Prescott.

—Tengo prisa —dijo de pronto, abriendo la puerta de la sala de interrogatorios número 1—. Así que lo de los dos minutos va en serio. ¿Qué pasa? —Cerró la puerta y apoyó la planta del pie sobre ella, con la rodilla doblada.

Bella se cruzó de brazos.

—Persona desaparecida —dijo—. Jamie Potter, de Little Kilton. Caso número cuatro nueve cero cero…

—Sí, ya he visto el informe —la interrumpió—. ¿Qué pasa?

—¿Por qué no están haciendo nada al respecto?

Hawkins no se lo vio venir. Emitió un ruido entre risa y carraspeo mientras se pasaba la mano por la barbilla.

—Estoy seguro de que ya sabes cómo funcionan estas cosas, Bella. No voy a ser condescendiente contigo y explicártelo.

—No debería haberse archivado como bajo riesgo —dijo—. Su familia cree que podría tener problemas graves.

—Las corazonadas familiares no son uno de los criterios que tomamos en consideración a la hora de hacer un trabajo policial serio.

—¿Y qué me dices de mis corazonadas? —dijo Bella sin dejar de mirarlo a los ojos—. ¿Confías en ellas? Conozco a Jamie desde que tenía nueve años. Lo vi en el homenaje de Sid y Billy antes de que desapareciera, y estaba claro que algo no iba bien.

—Yo también estuve allí —dijo Hawkins—. Las emociones estaban a flor de piel. No me sorprende que la gente no se comportara de forma completamente normal.

—No me refiero a eso.

—Escucha, Bella. —Suspiró bajando la pierna y separándose de la puerta—. ¿Sabes cuántos informes de personas desaparecidas nos entran cada día? A veces hasta doce. No tenemos ni el tiempo ni los recursos necesarios para investigar cada uno de ellos. Y menos tras los recortes de presupuesto. La mayoría de las personas vuelven por su propio pie en unas cuarenta y ocho horas. Debemos establecer prioridades.

—Pues que Jamie sea una de ellas —dijo—. Confía en mí. Pasa algo.

—No puedo hacer eso. —Hawkins negó con la cabeza—. Jamie es un adulto e incluso su madre admitió que esto no era un comportamiento extraño en él. Los adultos tienen el derecho legal de desaparecer si quieren. Jamie Potter no ha desaparecido; simplemente está ausente. No le pasará nada. Y, si así lo elige, volverá a casa en unos días.

—¿Y si te equivocas? —preguntó Bella, consciente de que lo estaba perdiendo. No podía perderlo—. ¿Y si hay algo que no ves, como pasó con Billy? ¿Y si te estás equivocando de nuevo?

Hawkins se estremeció.

—Lo siento —dijo—. Ojalá pudiera ayudarte, pero tengo que irme, de verdad. Tenemos un caso de alto riesgo real: han raptado a una niña de ocho años en su jardín. No puedo hacer nada por Jamie. Así son las cosas, me temo. —Agarró el pomo de la puerta.

—Por favor —dijo Bella con un tono de voz desesperado que los sorprendió a ambos—. Por favor, te lo ruego.

Los dedos de Hawkins se paralizaron.

—No…

—Por favor. —Se le cerró la garganta, como le pasaba siempre justo antes de echarse a llorar, quebrándole la voz en un millón de trozos—. No me obligues a volver a hacerlo. Por favor. No puedo volver a hacerlo.

Hawkins no la miraba y apretó el pomo de la puerta aún más fuerte.

—Lo siento mucho, Bella. Tengo las manos atadas, no puedo hacer nada.

Fuera, Bella se detuvo en medio del aparcamiento y miró hacia el cielo, donde las nubes tapaban las estrellas, acaparándolas para ellas solas. Acababa de empezar a llover y las gotas frías le caían sobre los ojos abiertos. Se quedó allí un rato, mirando la nada infinita del cielo, intentando escuchar lo que le decía su intuición. Cerró los ojos para poder escuchar mejor. «¿Qué hago? Dime lo que tengo que hacer».

Empezó a tiritar y se subió al coche mientras se secaba la lluvia del pelo. El cielo no le había dado ninguna respuesta. Pero puede que hubiera alguien que sí lo hiciera; alguien que la conocía incluso mejor que ella misma. Sacó el teléfono y marcó.

—¿Edward?

—Hola, problema. —Por su voz, era evidente que estaba sonriendo—. ¿Te acabas de despertar? Tienes la voz un poco rara.

Se lo contó; se lo contó todo. Le pidió ayuda porque él era el único al que sabía cómo pedírsela.

—No puedo decirte lo que debes hacer —concluyó él.

—Pero ¿y si pudieras?

—No. No debo tomar esa decisión por ti. Tú eres la única que lo sabe, la única que puede saberlo —dijo—. Pero lo que sí sé es que, decidas lo que decidas, estará bien. Tú eres así. Y, elijas lo que elijas, yo estaré a tu lado. Siempre. ¿De acuerdo?

—Vale.

Y, conforme se despedía, se dio cuenta de que ya había tomado una decisión.

Es probable que siempre lo hubiera sabido, que en realidad nunca hubiese tenido otra opción y que solo estuviera esperando que alguien le dijera que era lo correcto.

Era lo correcto.

Buscó el teléfono de Harry en los contactos y pulsó el botón verde. El corazón casi se le salía del pecho.

Él descolgó en el segundo tono.

—Cuenta conmigo —dijo.