Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 9

Bella esperó en High Street bajo la pálida luz amarillenta del sol. Los pájaros revoloteaban en el cielo matutino; incluso los coches parecían estar medio dormidos cuando los neumáticos chirriaban contra el asfalto. No había ninguna urgencia aquella mañana. Nada. Ni un indicio de algo alarmante o fuera de lo común. Todo estaba demasiado silencioso, demasiado apagado; hasta que Edward apareció por la esquina de Gravelly Way. La saludó y fue trotando hacia ella. La abrazó y le aplastó la nariz contra su barbilla. Siempre tenía el cuello cálido, incluso cuando parecía raro que lo estuviese.

—Estás pálida Belly —dijo Edward echándose hacia atrás—. ¿Has dormido algo?

—Un poco —dijo ella. Y, aunque debería estar cansada, no se sentía así en absoluto. De hecho, se encontraba bien por primera vez en meses, como si por fin fuera ella misma. Había vuelto ese martilleo en la cabeza que tanto había echado de menos. ¿Qué le pasaba? Tenía el estómago tenso—. Pero cada minuto que pasa hace que disminuyan las probabilidades de encontrar a Jamie. Las primeras setenta y dos horas son cruciales…

—Oye, escúchame. —Edward le levantó la barbilla para que lo mirara—. Tienes que cuidarte, amor. No podrás pensar bien si no duermes lo suficiente, y así no le haces ningún bien a Jamie. ¿Has desayunado?

—Un café.

—¿Y algo sólido?

—No. —No tenía sentido mentirle, siempre se enteraba.

—No sé por qué me lo suponía —dijo sacándose algo del bolsillo. Una barrita de cereales que le colocó sobre la mano—. Cómetelo, por favor, señorita. Ya.

Bella lo miró rendida y abrió el envoltorio.

—El desayuno de los campeones —dijo Edward—. Calentado con cariño en mi trasero.

—Mmm, delicioso —dijo Bella dando un mordisco.

—¿Cuál es el plan?

—Harry no tardará en llegar —dijo con la boca llena—. Y Tori. Ustedes tres se iran a pegar los carteles y yo, a la oficina del Kilton Mail. Con suerte encontrare a alguien.

—¿Cuántos carteles has impreso? —preguntó Edward.

—Doscientos cincuenta. He tardado una eternidad. Y papá se va a enojar cuando descubra que he gastado toda la tinta.

Edward suspiró.

—Podría haberte ayudado. No tienes por qué hacerlo todo tú sola, acuérdate. Somos un equipo Belly.

—Ya lo sé. Y confío plenamente en ti, amor, menos para redactar los carteles. Recuerda aquel email que enviaste a un despacho de abogados en el que escribiste: «Reciban un cordial salido» en lugar de «saludo».

Él sonrió sin poder evitarlo.

—Bueno, para eso tengo una novia.

—¿Para revisarte los textos?

—Sí. Exclusivamente para eso.

Harry llegó cinco minutos después a pasos acelerados y con las mejillas más rojas de lo habitual.

—Lo siento —dijo—. Estaba ayudando a mi madre a llamar de nuevo a los hospitales. Nada… Hola, Edward.

—Hola —lo saludó este colocándole la mano sobre el hombro durante unos segundos mientras se miraban en silencio—. Lo encontraremos —añadió señalando a Bella con la cabeza—. Esta señorita es muy testaruda.

Harry intentó forzar una sonrisa.

—Toma, esto es para ustedes. —Bella sacó la pila de carteles, los dividió por la mitad y le dio un montoncito a cada uno—. Los que van en fundas de plástico son para los escaparates de las tiendas y exteriores. Los que no la llevan, son para colgar en interiores. Tienen que colocarlos por toda High Street y las carreteras que pasan por el parque. Y en tu barrio, Harry. ¿Has traído la grapadora?

—Sí, he traído dos. Y un poco de cinta adhesiva —dijo.

—Genial. Pues vamos.

Asintió y los dejó allí mientras se colocaba el teléfono en la oreja. Habían pasado treinta y siete horas en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo avanzaba muy rápido y Bella aceleró el paso para alcanzarlo.


Había alguien allí; una figura y el sonido de unas llaves esperaban fuera de la oficina del Kilton Mail. Bella la reconoció, era una de las voluntarias del periódico del pueblo.

La mujer no se dio cuenta de que la estaban mirando mientras probaba diferentes llaves para abrir la puerta.

—Hola —dijo Bella en voz alta, y la mujer se sobresaltó, tal como ella había previsto.

—Ay. —El grito de la mujer se convirtió en una risa nerviosa—. Ah, eres tú. ¿Necesitas algo?

—¿Está Stanley Forbes? —preguntó Bella.

—Debería. —Por fin encontró la llave correcta y la introdujo en la cerradura —. Tenemos que escribir la reseña del homenaje antes de mandarla a imprenta, así que me ha pedido que viniera a ayudar. —Abrió la puerta—. Adelante —dijo, y Bella entró a la pequeña recepción.

—Soy Bella —dijo siguiendo a la mujer conforme pasaban frente a un par de sofás viejos y se dirigían a la redacción.

—Ya sé quién eres —dijo la mujer estirándose la chaqueta. Y, a continuación, con un tono menos frío—: Yo soy Mary. Mary Scythe.

—Encantada de volver a conocerte —dijo, aunque no era del todo cierto.

Supuso que Mary era una de aquellas personas que acusaron a Bella de «todos esos problemas» del año pasado en su agradable y pintoresco pueblecito.

Mary empujó la puerta y apareció una pequeña sala cuadrada con cuatro escritorios y sus correspondientes ordenadores apoyados contra las paredes. Tan estrecha y claustrofóbica como Bella la recordaba. Es lo que tiene ser un periódico diminuto de pueblo financiado casi exclusivamente por donaciones de la familia que vive en la mansión de Beechwood Bottom.

Stanley Forbes estaba sentado al escritorio de la pared de enfrente, dándoles la espalda, con el pelo enmarañado por las zonas por las que, probablemente, se había estado pasando los dedos. No les prestó atención, estaba demasiado concentrado en lo que había en la pantalla de su ordenador, que, a juzgar por los colores blanco y azul oscuro que se reflejaban en sus gafas, era Facebook.

—Hola, Stanley —dijo suavemente Bella.

No se dio la vuelta. De hecho, no se movió en absoluto, seguía deslizando la página de su ordenador. No la había oído.

—¿Stanley? —Lo volvió a intentar. Nada, ni un movimiento. No llevaba auriculares, ¿verdad? Bella no veía nada.

—Siempre hace lo mismo —resopló Mary—. Tiene el oído más selectivo que he visto en mi vida. Es capaz de apagar el mundo entero. ¡Oye, Stan! —gritó esto último y, por fin, el hombre levantó la mirada y giró la silla para mirarlas.

—Disculpen, ¿me estaban hablando? —dijo alternando la mirada entre Mary y Bella

—No hay nadie más aquí —dijo la mujer irritada, dejando su bolso en el escritorio más alejado de Stanley.

—Hola —repitió Bella acercándose a él, cruzando la habitación en tan solo cuatro pasos largos.

—Hola —dijo Stanley levantándose.

Sacó una mano, aparentemente para estrechar la suya, pero cambió de opinión y la retiró. Luego volvió a cambiar de idea con una risa nerviosa y volvió a extender la mano. Probablemente no supiera cuál era la forma más apropiada de saludarla, teniendo en cuenta su tenso historial y que ella tenía dieciocho años y él rozaba el final de la veintena.

Bells le dio un apretón de manos para que parara.

—Lo siento —dijo Stanley volviendo a retirar la mano.

No solo se disculpó con los Cullen; Bella también recibió una carta suya hacía unos meses. En ella, le pedía perdón por la forma en la que le había hablado, y por dejar que Tatum Prescott cogiera el número de teléfono de Bella de su móvil para poder amenazarla. Cuando ocurrió, él no sabía que lo había hecho, pero se disculpó igualmente.

—¿En qué puedo…? —comenzó Stanley—. ¿Qué quie…?

—Sé que probablemente la reseña del homenaje ocupe prácticamente todo el periódico de mañana, pero ¿podrías hacer un hueco para esto?

Bella soltó la mochila para poder sacar los carteles que habían sobrado. Se los dio y observó a Stanley leerlos mientras se mordía el interior de las mejillas.

—¿Se busca? ¿Ha…? —Volvió a mirar los carteles—. Jamie Potter.

—¿Lo conoces?

—Creo que no —dijo—. Me suena su cara. ¿Es de Kilton?

—Sí. Su familia vive en Cedar Way. Jamie fue al instituto Kilton, con Sid y Billy.

—¿Cuánto lleva desaparecido? —preguntó.

—Ahí lo pone. —La voz de Bella rozaba la impaciencia. La silla de Mary crujió cuando se inclinó un poco para escuchar mejor—. Se lo vio por última vez aproximadamente a las ocho de la tarde, en el homenaje. Tengo que recopilar más información. Te vi hacer fotos, ¿me las puedes enviar?

—Sí, claro. ¿La policía está al tanto? —preguntó Stanley.

—Se ha rellenado un informe de persona desaparecida —respondió ella—. Pero la respuesta policial ahora mismo es inexistente. Estoy sola. Por eso necesito tu ayuda.

Sonrió fingiendo que no le importaba pedírsela.

—¿No ha aparecido desde el homenaje? —Stanley pensó en voz alta—. Es solo un día y medio, ¿no?

—Treinta y siete horas y media —dijo ella.

—No es mucho tiempo. —Bajó el cartel.

—Si ha desaparecido, ha desaparecido —replicó Bella—. Y las primeras setenta y dos horas son cruciales, sobre todo si sospechas que ha habido juego sucio.

—¿Eso crees?

—Sí —dijo ella—. Y su familia también. Bueno, ¿me vas a ayudar? ¿Puedes publicar el aviso mañana?

Stanley miró durante un instante hacia arriba mientras se lo pensaba.

—Imagino que puedo pasar el artículo sobre los baches a la semana que viene.

—¿Eso es un sí? —preguntó ella.

—Sí. Me aseguraré de que se publique —asintió, dándole golpecitos al cartel—. Aunque estoy seguro de que no será nada.

—Gracias, Stanley. —Volvió a poner su sonrisa educada—. Te lo agradezco, de verdad.

Se dio la vuelta dispuesta a marcharse, pero la voz de Stanley la detuvo antes de que llegara a la puerta.

—Eres la chica de los misterios, ¿eh?


NOTA:

Ya que no estoy festejando mi cumpleaños yendo al The Eras Tour, les traigo sus 4 capitulos diarios.