Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 13
Que tonto fue al pensar que su hija elegiría cenar en un McDonald's o Chuck E. Cheese 's. Desde luego que no era así, ella eligió un restaurante elegante y con estrellas Michelin. Oriole. Uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad de los vientos.
La observó por largo rato. Le fascinaba ver que era experta en usar los cubiertos y que sabía de modales en la mesa.
― Papi, ¿por qué me miras con esos ojotes?
― Porque cuando yo tenía tu edad comía con los dedos.
Azul arrugó la nariz.
― No es propio, papi.
Encogió sus hombros sin rebatir. Su hija tenía tres años y siempre terminaba por llevarle la delantera.
Bebió un poco de la copa de vino. Se prometió a sí mismo que no podía beber más de una copa, la verdad le daba asco el vino. Quería pedir una cerveza, pero en lugares tan refinados, no sabían de eso.
― ¿Qué es lo que oculta mami? ―La pregunta fue directa. Ya habían perdido hora y media en charlas triviales y comida.
― Espera… antes quiero ir a Build-A-Bear.
― De ninguna… ―recordó que no debía decir palabrotas, exhaló lentamente y sonrió, llenando su sistema de jodida paciencia. Se repitió mentalmente que era un ser de luz cuando estaba con su niña―. No podemos, debemos volver a casa ―comentó con voz suave.
Azul estrechó los ojos.
― Prometiste llevarme a la tienda a construir mi propio oso.
Edward boqueó. Sí, le había hecho esa promesa, pero también pensó que ella la olvidaría con el pasar de los días. Fue un verdadero tonto pensar que su hija olvidaría una jodida promesa, porque ella tenía memoria para recordar hasta el mínimo detalle de cualquier cosa.
Se aclaró la garganta.
― Bueno, podemos ir otro día. ―No estaba fallando a su promesa, solo estaba postergando los días.
― ¿Qué pasará cuándo crezca y recuerde que rompiste tu promesa de llevarme a construir mi propio oso? Seré desdichada.
Hizo las manos en puños y volvió a exhalar suavemente. Paciencia, se repitió.
― Yo también seré desdichado cuando sea un anciano y recuerde que mi propia hija me chantajeaba.
Se sostuvieron la mirada, largo y tendido. Orbes color jade brillando entre sí. Fue entonces que Azul se arrodilló en la silla para alcanzar mejor y apoyó los cortos brazos encima de la mesa.
Ja.
Adivinaba que le expondría cada punto; seguramente le iba a recordar esa la última vez que le rascó la espalda hasta quedarse dormido y ella no protestó nunca. O tal vez le diría todas las veces que la hace caminar por la espalda cada vez que llega de trabajar porque siente los nervios hechos nudos.
― Está bien ―susurró abatida―. No volveré a pedirte mi oso.
¿Qué?
Edward pestañeó. Se acomodó mejor en la silla y bufó. Lo que menos quería era hacerla sentir mal.
― Azul, ven aquí.
La niña bajó de un salto y llegó hasta él. Edward la subió en su regazo, abrazando su pequeño cuerpo y dejando que ella se refugiara en su pecho.
»Vamos por ese jodido oso ―añadió, poniéndose de pie con su hija en brazos.
.
Se estaba riendo entre dientes por lo inocente que era.
Siempre se había quejado que nunca sería un jodido débil. Y aquí estaba detrás de su niña en la tienda de osos.
No podía ocultar su emoción al crear un oso de peluche al que nombraron Richard. Eligieron minuciosamente la ropa, porque también se vio opinando que Richard debía vestir más rudo y usar botas de combate.
Por supuesto que Azul estuvo de acuerdo. Ella estaba feliz y eufórica con Richard y él también.
Nunca creyó que fuese divertido también para los padres armar un jodido muñeco.
― Mira que bonito es Richard, papi.
Azul traía abrazado al oso de peluche. Lo apretaba muy fuerte hacia su pecho.
― Sí, luce bien con esa ropa ―le tomó la mano saliendo de la tienda―. Es hora de irnos.
Le incomodaba ser el centro de atención, pues vestía de traje y Azul llevaba un pomposo vestido de tul.
― Papi, ¿tuviste muchas novias?
Se detuvo en seco. Miró a su hija y enarcó una ceja al ver su carita impaciente.
La sostuvo en brazos, poniéndola a su altura. También pasó una mano por ese cabello desordenado y rizado, le acomodó la tiara de princesa que traía en la cabeza.
― ¿Qué es ese tipo de preguntas? ―se quejó. Esos temas de novios no eran para una inocente niña como su pequeña gruñona.
Azul frunció los labios en una mueca graciosa.
― Bueno, el otro día escuché a Zafrina hablar del tema. Sabes, ella tuvo muchos novios.
Ah. ¿Qué demonios?
― Azul, no debemos meternos en conversaciones ajenas, tampoco en vidas que no nos pertenecen.
― Lo sé, papi. Solo me surgió curiosidad si tuviste novias. Mami si tuvo novios y ese chico que saludó era uno de ellos, ese llamado Alec.
Claramente sintió como si hubiesen pateado su estómago, el mal humor surgió y puso su peor cara. No le parecía que su niña estuviera hablando de otro, menos de ese cabrón debilucho.
»Papi, ¿por qué estás enojado?
― No estoy enojado.
― Lo estás, conozco tus gestos. Mira la vena de tu frente, está resaltada.
Los diminutos dedos de Azul recorrieron el ceño de su entrecejo.
― ¿Por qué sacas al tema a ese tipo? ¿Acaso has escuchado a mamá?
La niña sacudió la cabeza, negando.
― Fue un decir.
― No fue ningún decir. Si lo dijiste fue porque mami lo mencionó, ¿lo escuchaste de ella?
― No. Fue la tía Vanessa, escuché cuando le preguntaba a mami por él.
¿Así que su cuñada era una traicionera?
― No me gusta que hables de él.
― ¿Por qué?
― Porque no.
― Esa no es una respuesta. Quiero saber la razón del porqué no debo nombrarlo.
― Azul ―advirtió con esa voz grave que daba miedo. Sabía que causaba miedo a los demás porque a ella, claramente no.
La niña tenía los brazos en jarra y le sostenía la mirada. Estaba en su papel de hija malhumorada y en una guerra con él.
― No tienes porque enojarte ―pequeños dedos acariciando su barba y esa vocecita llena de amor―. Tú eres más guapo, papi.
Azul frotó su pequeña nariz contra la de él.
Apretó los labios sintiéndose aludido. Sintió que sus mejillas se volvieron calientes porque su niña recalcara que se veía bien.
Edward sabía que era guapo. Se cuidaba lo suficiente para mantenerse atractivo para su mujer. Pero igual estaba enojado y llegando a casa se lo haría saber a su esposa.
― Princesa, te llevé a cenar al restaurante que querías y fabricamos a Richard. Es tiempo de que me digas lo que oculta mamá.
― Quiero caminar.
Bufó, poniéndola sobre sus pies y la tomó de la mano para seguir caminando por el centro comercial.
― Estoy esperando que hables ―la instó.
― Luego dirás que soy chismosa.
― Azul.
― Papi, tienes que entender que soy chica y mami es otra chica y no puedo hablar.
Desde su altura observó a su niña. Ella seguía abrazando al oso Richard hacia su pecho, como si fuera el único peluche del planeta. Sabía que desde ahora lo cuidaría como un verdadero hijo porque ella era leal y sobreprotectora.
― Quiere decir que hice todo lo que tú elegiste tan solo para decirme que eres una chica y no puedes hablar.
La niña hizo una mueca.
― Papi, ¿hay algo de malo en no querer descubrir secretos?
Meditó. Como buen padre debería decirle con voz suave y reconfortante «no hay nada malo que desees guardar silencio, habla muy bien de tu persona, eres un ser leal». Pero era él, así que se escuchó diciendo:
― ¿Cómo sabes que mami guarda un secreto? ―intentó interrogarla.
Las cejas color cobrizas de Azul se fruncieron hasta casi unirse.
― Porque lo sé, papi. Tengo un sexto sentido.
Siguieron caminando. Ahora con más dudas que respuestas.
.
Cuando llegaron a casa el silencio y la oscuridad le desconcertaron.
Encendió la luz de la cocina y la sorpresa no solo era la harina esparcida en el mesón, sino que estaba el horno prendido en 375°F y no había nada dentro.
― Mira, mami iba a hacer galletas ―Azul le mostró los moldes de figuras.
Edward caminó hacia el pasillo y se detuvo al ver a su mujer caminar adormilada y el cabello deshecho y en pijama. Le sonrió y rápidamente la atrapó en sus brazos.
― Al fin llegaron ―murmuró Bella respirando de su camisa―. Me quedé dormida, pensaba hacer galletas para ustedes.
Se alejó y la vio ir hacia la cocina, quiso seguirla sin dejar de verla. Bella aparentemente se veía bien, un poco desaliñada y con el delineador corrido de los ojos, pero nada que lo hiciera pensar que estaba enferma.
Aunque si se ponía a pensar. Bella era demasiado activa y llevaba días notando que ella estaba sin energía, más cansada de lo normal.
― ¿Por qué me miras con esos ojotes?
Rodó los ojos cuando la escuchó. Su mujer y su hija tenían mucho en común, hasta las mismas jodidas palabras.
― Te he notado extraña y quiero saber la razón.
Bella enarcó las cejas de manera sugestiva.
Él se acercó por la espalda, rodeándola con sus fuertes brazos, empezó a repartir besos en el cuello. Amaba el olor de su piel.
― Me siento cansada, eso es todo.
Ella apoyó la cabeza en su pecho, relajándose en sus brazos.
― ¿Estás segura que es cansancio? ―Inquirió sin dejar de besar su cuello.
Bella gimió.
― Sí. Todo esto del cambio de ciudad y la escuela de Azul me tienen agotada.
Se apretó un poco más al menudo cuerpo de ella. De hecho se apretó lo suficiente para que sintiera lo mucho que la necesitaba.
Siendo nada caballeroso la hizo voltear hacia él. Al puro estilo neandertal la enfrentó con la mirada y presionó su gran cuerpo contra el de ella. Había recordado que tenía una conversación pendiente y el tema no le gustaba para nada.
― ¿Se puede saber por qué el nombre de Alec sale en conversaciones con tu hermana?
Su mujer abrió la boca, haciendo un gesto ofendido.
― ¿¡Cómo!?
― Quiero una respuesta, Isabella.
― Edward, fue una simple charla sin importancia. Solo le mencioné que lo había visto en la ciudad.
― No me gusta que lo menciones y menos que Azul escuche que hablas de él.
― Ni siquiera sabía que había escuchado. Por Dios, no puedes enojarte por una tontería, Edward.
Siempre se había dicho que odiaba el drama. Sin embargo, adoraba molestar a su mujer. Fingiendo indignación salió de la cocina y con pasos presurosos fue a la habitación y empezó a desnudarse quedándose en el bóxer azul que vestía.
Se puso unos pantalones de chándal y dejando el torso desnudo con sus mil tatuajes a la vista, regresó a la cocina.
Bella y Azul empezaban a preparar las galletas.
De mala gana tomó un mandil que colgaba de la pared y se lo puso, sin importar no traer camisa.
― ¡Papi, nos ayudará a hacer galletas! ―Azul festejó con un pequeño baile arriba de la silla donde estaba parada.
Se posicionó en medio de sus chicas y empezó a batir la harina y los ingredientes en un tazón grande.
― Edward, en serio no puedes ser tan celoso ―Bella le susurró muy cerca de su hombro.
Él fingió que no la escuchó.
Estaba encabronado y quería castigarla con el látigo de su desprecio. En realidad no haría nada, pero necesitaba hacerse del rogar. Eso estaba pensando cuando escuchó el celular de Bella sonar.
Vio que su mujer salió de la cocina y su pequeña gruñona se acercó aún más hacia él.
― Ya recordé que mami tiene un sobre guardado y dijo que era sorpresa para nosotros.
Edward la miró y sintió que sus piernas se volvían jodidas débiles. Inclusive hasta escalofrío sintió recorrer su espalda.
La última vez que supo de un sobre fue cuando…
Jodidamente asustado y con las manos llenas de harina, cargó a su hija y la observó de todos lados: pequeña y despeinada, la abrazó con fuerza a su pecho.
No era que fuera un puto cobarde, pero él no estaba preparado para ser padre nuevamente.
No, cuando Azul ocupaba su mundo entero.
Hola, ¿apoco no aman a este duo de padre e hija?`cómo ven a Edward teniendo miedo por volver a ser padre. En realidad aún no sabemos si se trata de eso, pero él ya hizo sus propias conjeturas. Gracias a su respuesta es que pude volver más rápido, les digo que me da ánimo cuando me escriben.
Li, nos regaló una imagen alusiva de este capítulo, estará en el grupo.
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