La cena fue un éxito total para Hawks, a su invitada le gustó tanto el curry instantáneo que se ofreció a lavar los trastes que ocuparon. A pesar de que él se negó rotundamente, ella encontró la forma de convencerlo; quizá resultó que Keigo fue hechizado por la amabilidad natural de la hija de Endeavor.
Cuando menos se dio cuenta, de pronto llegó la hora de dormir. Su departamento no tenía más que una habitación y una pequeña cama. Ni siquiera tenía un futón extra, puesto que jamás había invitados.
Estuvo como loco buscando sábanas nuevas para cambiar las de su colchón hasta que la joven se percató de su desesperación. En un impulso de curiosidad por notar que el muchacho desapareció velozmente de la cocina, Fuyumi caminó por el pasillo buscándolo hasta ver entre la rendija de la puerta medio abierta que el héroe lanzaba cosas y buscaba dentro de un armario.
No quiso que él notara su presencia y antes de poder escabullirse, lo oyó agradecer al cielo.
Keigo encontró un paquete nuevo de un juego de sobrecama y fundas. Lo abrió para empezar a cambiar las que ya tenía usadas; sin embargo, estaba tan feliz que comenzó a cantar en voz baja una de esas viejas canciones que sonaban mucho en los años ochenta.
Fuyumi sonrió sin darse cuenta, pues ella también conocía esa canción. Por mucho tiempo creyó que ella era la única anticuada que de vez en cuando cometía el terrible pecado de colocarse sus auriculares y escuchar secretamente música de ancianos.
Entonces sucedió que su blanca melena se balanceaba despacio de un lado a otro siguiendo el ritmo; sus labios luchaban por mantenerse cerrados. Su corazón se sentía cálido de la emoción.
Cuando Hawks llegó al tan esperado coro, la puerta se abrió bruscamente y Fuyumi cayó de rodillas en el suelo; sus manos sujetaban la perilla y su cara estaba volviéndose tan roja como el cabello de su padre.
—Ah... yo...
Hawks dejó a un lado las sábanas y se acercó para ayudarla a ponerse de pie. Fuyumi moría de la vergüenza de una forma tan espantosa que sus piernas no querían responderle y el rubio no podía levantarla.
—¿Te pasó algo? ¿Te estás sintiendo mal? ¿Debería llevarte al hospital?
—¡Estoy bien, estoy bien!
Como por arte de magia, de pronto la mujer se paró sobre sus dos pies y su cuerpo se volvió rígido. Levantó la cabeza y miró a Hawks con los ojos bien abiertos. En realidad esta era una característica en ella que inconscientemente hacía para contrarrestar la timidez y enfrentar la vergüenza, pero su cara se volvía tétrica y Keigo comenzó a asustarse.
—Oye, de verdad... ¿te sientes bien? Tal vez el curry estaba vencido.
—No, no —ella le dio palmaditas en el pecho—. Solo pasaba por aquí para ver si estabas dormido, pero luego te oí cantar y creo que mi cuerpo dejó de responder.
Keigo pestañeó en repetidas ocasiones sintiéndose preocupado.
—¿Soy una sirena?
Fuyumi tomó con mucho humor su comentario y su cuerpo rígido se relajó cuando se rio cubriéndose la boca con sutileza. Su espontánea risa contagió a Hawks y ambos terminaron riendo juntos.
—Estaba cambiando la sobrecama y las sábanas para que puedas dormir en una cama decente.
Ella cambió su expresión cuando miró el colchón. ¿Aquel sitio donde el héroe número dos dormía sería esa noche su refugio? Su cara nuevamente se puso colorada.
—Puedo dormir en el suelo. —manifestó tratando de no titubear.
—De ninguna manera, las damas no pueden dormir en el suelo.
—No, no soy una dama. Soy una persona común y corriente.
—Tu padre me quemaría vivo y después me arrojaría a los perros para que coman pollito frito. Así que no, dormirás en esa cama.
Ambos se callaron, Hawks supo que se le fue la lengua y se maldijo mentalmente.
—Ah, es cierto. No te lo dije, pero entonces ya lo sabías —Fuyumi apretó los labios, estaba apenada.
—No, no... Me enteré en la delegación. Los policías, todo mundo ya lo sabía excepto yo.
—Lamento haberlo ocultado.
—Descuida, seguro que tienes tus motivos.
—Volviendo a lo de la cama, ¿tú... dónde dormirás?
Tragó saliva tras cuestionarlo, aunque de una forma u otra estaba consciente de que él no diría que junto a ella, pero aún así le resultaba inquieto.
—Yo dormiré en mi nido.
De repente Hawks tomó sus sábanas usadas y las echó en el piso haciendo lo que parecía ser un desastre. Las remolineaba de un lado, y del otro las aplastaba con sus almohadas. Fuyumi observó cuidadosamente hasta que sus ojos brillaron al percatarse de lo que en verdad el joven hacía.
—Y ya quedó listo.
—Es un nido de sábanas... así que por eso la cama estaba desordenada. —musitó para sí misma, pero aún así él la escuchó.
—¿Eh? —Recordó que le dio ropa para vestirse y supuso que ella entró a su cuarto para cambiarse por lo tanto vio que su cama no estaba bien tendida—. Ah, sí... es que verás...
Fuyumi lo miró atenta y eso lo puso ligeramente nervioso. La hija de Endeavor parecía ser una persona que presta toda su atención a las palabras de los demás, y él solía decir cosas sin sentido porque nadie nunca se preocupaba por escucharlo, más bien, la gente esperaba oírlo decir cosas agradables y mentirillas de simpatía.
—Es que como tengo esto de halcón... Quiero decir... Como mi quirk son mis alas y ya sabes, mi adn de alguna manera se ve afectado por las aves...
No hallaba la forma de expresarlo, pero ella asentía con cada frase como si le emocionara escucharlo.
—Pues básicamente soy como un pajarito, pero en humano ¿sí me explico?
—Sí, sí entiendo. Es asombroso y tierno a la vez.
Fuyumi miró el "nido" y sonrió con la escena. Se imaginó algunas cosas que terminó expresando sin pensar si estaba siendo imprudente.
—Quizá si un día tuvieras hijos, me pregunto si tendrán su propio nido. ¿Crees que nazcan con alas? Lo digo porque... mi familia tiene dos tipos de peculiaridades: el fuego y el hielo. Ambas son contrarias la una de la otra y no tengo muy buenas memorias de ello.
En la mente de Hawks apareció un hombre de aspecto horripilante, mas mantuvo la boca cerrada. La expresión de Fuyumi se había transformado; sus ojos ya no lo veían ni a él ni al nido, sino que se quedaron fijos en algún punto de sus propios recuerdos.
—Lo único que tienen en común es que ambos queman. No me parecen bonitos, no, no son como tus alas. Con ellas puedes volar y sentir el viento golpeándote la cara y al mirar hacia abajo, todo el paisaje se manifiesta en su esplendor.
Hubo un muy corto espacio de silencio. Él no habló porque supo que Fuyumi tenía algo más que agregar.
—Sería bueno que nacieran más personas como tú, con hermosas alas rojas. No necesitamos más peculiaridades que pueden destruir y lastimar.
Aunque era un halago oír esas palabras, Hawks pensó en lo que sus plumas eran capaces de hacer y no pudo sentirse bien con ello. Fuyumi tenía demasiadas esperanzas puestas en él, y tal vez él no era lo que ella se imaginaba.
Aún así sonrió, aunque no con amplitud.
—Deberías ser escritora, dices y ves las cosas de una forma muy peculiar.
Hawks se dio la media para cerrar el armario, en tanto Fuyumi se estremeció al comprender las cosas que dijo. Se llenó de un fuerte arrepentimiento por hablar de más. Usualmente guardaba las apariencias y no expresaba su sentir para no incomodar a los demás, pero esa noche algo le estaba sucediendo.
—Lo siento, de verdad lo siento.
Cuando Keigo volteó la miró haciendo una gran reverencia.
—¿Qué? Oye, no... No tienes que disculparte.
—No volveré a...
La enderezó interrumpiendo su discurso.
—Oye, está bien, lo que dices está bien. No vuelvas a sentirte culpable por decir las cosas que piensas. Las personas no siempre estarán de acuerdo con lo que opines, que eso no te haga sentir mal.
Fuyumi se tocó las mejillas.
—Pienso que tu peculiaridad no es mala como crees. El hielo es mi cosa favorita cuando hace un calor del infierno; cuando lo hecho en mi bebida o cuando necesito desinflamar algunas lesiones.
Le guiñó el ojo dándole una palmadita en el hombro, luego se dirigió a otro armario para sacar un par de almohadas.
—Tienes que tener confianza en ti misma —continuó dándole la espalda mientras veía en el interior del mueble—. Además, las peculiaridades así como cualquier cosa no son ni buenas ni malas, todo dependerá siempre de las intenciones de quien las utilice.
Tomó un par de almohadas y volteó de nuevo con ella quien había permanecido quieta escuchando.
—Las cosas más pequeñas e insignificantes pueden resultar peligrosas en manos equivocadas.
Fuyumi entendió lo que Keigo le dijo, y lo que incluso dijo de forma implícita. Pero al mirar sus alas rojas no pudo encontrar de qué forma podrían lastimar a alguien.
—Bien, es hora de dormir.
Le entregó el par de almohadas.
—Quiero un nido.
—¿Qué?
—También quiero dormir en un nido. Dime cómo hacer uno parecido al tuyo.
Hawks parpadeó analizando sus palabras.
—¿Por qué quieres tal cosa?
—Me parece que resulta más cálido y acogedor, es como estar protegido, ¿no?
Él se masajeó el cuello y miró la cama.
—De acuerdo, esta noche el héroe número dos preparará tu guarida.
Fuyumi se emocionó cuando finalmente pudo acostarse entre el revoltijo de sábanas y almohadas. Miró el techo y se acurrucó.
«Es tan cálido»
Y de pronto se quedó dormida.
