La habitación estaba a oscuras, silenciosa y fría.
Choromatsu se había quitado el gorro que su hermano le puso. Respiraba agitadamente todavía; la emoción de haber celebrado una fiesta de cumpleaños clandestina y juntándolo con el aprieto en el que se había metido su amiga le provocaba una ansiedad terrible, de angustia y satisfacción al mismo tiempo.
Esa noche Kichiro no se sintió muy bien, en todo aspecto. No pudo dormir, por lo que arriesgándose a ser regañado fue al baño a lavarse la cara sin importarle el dolor en el pecho o la cojera de su pierna.
Por la mañana siguiente se hizo saber que Aoi partiría por la tarde para moverla a otro internado de rango inferior, no superior como se creía. Tendría que juntar sus créditos debidamente comenzando de nuevo.
Mientras ella paseaba a Choromatsu en la silla de ruedas, platicaba como si no ocurriera nada, pero en el fondo se sentía desdichada. Había perdido una buena oportunidad.
—Lo si-siento, Aoi-chan. Por mi culpa… tú…
—Shh, calla. No te eches la culpa. Fue mi decisión, y, además, era el cumpleaños de los tres. No solo te concierte a ti, ¿okay? Relájate.
—¿Co-Cómo puedo r-relajarme cuando sé que te vas a ir? E-Eres la única que me tra-tra bien aquí. Eres como mi hermana.
—Me halagas, pero no tienes por qué sentirte así. Tienes a Kichiro-kun, es un buen muchacho.
—Mi hermano me dijo lo mismo.
—¿Lo ves? Ya somos dos.
—Eso c-creo…
—Y, por cierto, ¿en dónde está? Hace rato que acabaron las clases y no lo he visto. Se ha visto cabizbajo desde ayer.
—Quizá esta con las en-enfermeras. No se sentía bien.
—¿Uh? Ahora que lo recuerdo, dijo que le dolía mucho el pecho. Su condición del corazón no es muy buena y ayer lo hicimos correr. Me preocupa. Sumando que no come como debe hacerlo y se enoja todo el tiempo…
Esa tarde Aoi se fue. Le dio un fuerte abrazo a los chicos y un breve beso en la mejilla a Kichiro, a quien había empezado a estimar de manera muy peculiar. A pesar de que contemplaban el momento muy distinto, ninguno de ellos derramó una sola lágrima, pues sentía que se verían de nuevo.
Kichiro no salió esa tarde, ni la siguiente ni la otra. Durante sus tres días de confinamiento apenas y pudo ponerse al corriente con las tareas gracias al apoyo que le proporcionaba Choromatsu al entregarle los apuntes. Entender la letra del chico no era ni remotamente fácil, pero apreciaba su ayuda. Choromatsu estaba empeorando y Kichiro podía notarlo; la pronunciación de las palabras comenzó a agravarse, sus movimientos se volvieron torpes y a duras penas podía comer por sí mismo o ir al baño sin necesitar su ayuda o la de las enfermeras y enfermeros.
El joven Kichiro no fue la intención. Si bien la cojera de su pierna nunca se volvió más grave, lo cierto es que su corazón se volvió más débil. Respirar era difícil, caminar era complicado y realizar las tareas del día a día era imposible. Pronto se desatendió de las clases y comenzó a estar bajo observación de los doctores puesto que solo estaba empeorando. Choromatsu dormía solo, pues Kichiro estaba recurrentemente en una camilla especial bajo custodia diurna y nocturna. A veces le hacía llegar cartas para que no se sintiera solo, eran solo ellos dos contra el mundo dentro de aquel instituto, pero rara vez las leía.
Hace una semana atrás Aoi se había ido, dejándolos únicamente el uno con el otro. Ahora que Kichiro había empeorado y Choromatsu también, parecía que el mundo de ambos se había roto. No había nadie, a percepción de ellos, que pudiera comprender su dolor y sufrimiento tanto como aquella chica a pesar de que no se encontrara en su misma situación. Era incomprensible a primera instancia, pero aquella muchacha era la definición de empatía.
El olor a fármacos llenó prontamente la habitación de los chicos. De vez en cuando en días pasados Kichiro llegaba dormir con Choromatsu, sin embargo, ahora definitivamente la habitación le pertenecía únicamente a él.
—¿C-Cómo está Ki…?
—¿Matsumoto Kichiro? Lo siento, Choromatsu-kun. Aun no determinamos la gravedad de su estado, pero puede que se recupere si sigue bajo observación.
—¿Cu-cuánto tiempo…?
—No lo sabemos con exactitud. Sé paciente, ve a tu habitación. Ya.
Choromatsu solo pudo obedecer.
Había estado en el comedor alrededor de una hora esperando poder reunirse con su amigo. Sin embargo, dicho momento nunca llegó. El muchacho estaba postrado en cama sin tener una fecha exacta para mejorar. Su corazón no estaba muy bien, no era muy fuerte. Debido a que le era imposible entrar en contacto, siguió escribiendo cartas para él. Ya más tarde alguna de las enfermeras podría decirle lo que decían aquellas cosas que espantosa caligrafía, pero con buenos sentimientos.
Un día Kichiro comenzó a mejorar.
No asistía a clases, sino que tomaba las materias por separado en su habitación para no agitarse y concentrarse mejorar, además de mejorar su estado de salud. En cierta situación tuvo tiempo de ir a pasear con Choromatsu durante los breves descansos que había entre clases. No era mucho tiempo, pero servía para liberar aquel sentimiento negativo que soledad que envolvió a los chicos durante tantos días luego de la partida de la chica.
—Me a-alegra ver que… te sientes mejor, Kichiro-kun.
El mencionado solo sonrió sin decir nada.
No agregaron más palabras entre ellos. A Choromatsu se le dificultaba y Kichiro al parecer no tenía nada que decir. Luego de unos momentos de únicamente ver el cielo estando sobre el césped húmedo se le ocurrió soltar unas vagas palabras que el viento se llevó.
—Vamos a recoger flores, Choro. Es probable que sean las últimas de esta temporada.
Kichiro llevó a Choromatsu en su silla de ruedas y llegaron a la zona trasera del internado en donde crecían las dichosas plantas. No les habían llamado la atención por cortar las flores hasta el momento. Era probable que, aunque alguien más los hubiera visto no les dijeran nada pues eran ellos quienes se encargaban de reglarlas a inicios de primavera y fines de verano. Ahora, a finales de junio e inicios de julio, se preguntaban, ¿cómo habían hecho para poder subsistir en aquel lugar? Sin Aoi todo era duro y aburrido. Sin estar ellos dos juntos, todo era desesperante y triste.
Las flores fueron llevadas a la habitación y colocadas en el mismo jarrón de siempre.
Como todavía no se descartaba su situación Kichiro continuaba durmiendo en las habitaciones de al lado para seguir bajo observación. De un de repente, se dejaron de ver de nuevo. Choromatsu le llevaba los apuntes de clase, pero desconocía si eran copiados después o no. No hablaban y por orden de las enfermeras le pidieron que dejara de enviar cartas, pues Kichiro no podía leerlas. Una noche cuando el joven se escapó a su antigua habitación para ver a Choromatsu una vez más, terminó por desmayarse a mitad del pasillo. Uno de los profesores lo había encontrado y lo llevó a le enfermería, en donde más tarde, diagnosticarían su situación como grave.
Habían dado apenas las 12:00 de la noche.
Avisaron a los padres del chico que de inmediato emprendieron su recorrido a la institución. Kichiro fue trasladado de emergencia a un mejor hospital que se encontraba cerca para brindarle una mejor atención.
Choromatsu que solo había oído murmullos y pasos corriendo por el pasillo desde adentro de su habitación por la noche se preguntaba la gravedad del asunto, sin ser avisado de nada. Al oír llegar una ambulancia, todo el mundo en la institución no podía evitar preguntarse qué era lo que estaba ocurriendo. El sitio, en medio del bosque, era muy aburrido y pacifico como para que de repente el sonido de la sirena de aquel vehículo interrumpiera la paz de la nada.
Los chismosos fueron enviados a sus habitaciones por los maestros, y los ansiosos y alterados atendidos por los enfermeros.
Choromatsu figuraba en ambas, pero permaneció adentro de su habitación en silencio, a oscuras, viendo desde la ventana cómo a la lejanía su amigo era transbordado en una camilla para luego irse lejos, lejos, lejos, lejos.
Algunos de los doctores y enfermeras del lugar se subieron también a la ambulancia y partieron. El llanto de la sirena se alejó. El ladrido de los perros cercanos acompañó al triste ambiente. El portón de la institución se cerró a la 1:00 de la madrugada y entonces llegó el silencio que dio espacio a la intriga, la ansiedad y la angustia a todo aquel que habitara en aquel lugar.
Por la mañana siguiente, la pesadumbre invadió a más de uno al revivir el suceso de anoche y sin recibir noticias nuevas. El personal que partió no había vuelto al internado ni hecho ninguna llamada nueva a sus compañeros asistentes. Choromatsu le había preguntado a la enfermera Yoshioka, sin embargo, desconocía detalles. El joven se sintió asustado, pero más que anda enojado. ¡Él era el único amigo que Kichiro tenía! ¿Por qué no podía obtener noticias de él? Más tarde se adelantaría y se lo preguntaría a la madre de su amigo directamente con el respeto que merecía, pensó. Sin embargo, no llevó a cabo ese plan debido a que nunca la vio, ni a ella ni a nadie cercano a su compañero. Fue un día largo, largo, largo.
Choromatsu se enteró de la muerte de Kichiro a las 3:30 de la tarde a pesar de que, según la información que le dio la enfermera, el joven perdió la vida a las 5:00 de la madrugada.
