Dissclaimer I: Star Wars es propiedad de Disney/Lucasfilm

Dissclaimer II: Este fic es una traducción de "A House Turned Inside Out" de VR Trakowski (disponible en FF y Ao3)

Esta traducción también está disponible en mi perfil de Ao3


Si había algo que Ben odiaba con toda su alma era hacer la compra.

Bueno, para ser justos, odiaba casi cualquier cosa que involucrase a otra gente, usaba el servicio a domicilio por una razón y no solo porque no tuviese tiempo suficiente para ir a por lo que necesitaba.

Pero estaban en mitad de una maldita pandemia y había oído que aquellos que realmente necesitaban el servicio a domicilio, como personas con discapacidad o inmunodeficiencia, estaban teniendo problemas para acceder a él. Así que actuó cómo lo haría cualquier persona razonable y fue a comprar él mismo. Aunque odiase cada segundo.

—¿Ha encontrado todo lo que necesitaba? —preguntó automáticamente la cajera mientras pasaba los primeros productos por el lector; Ben le refunfuñó de vuelta, subiendo un poco el tono para forzar el sonido a través de la mascarilla. La cajera también llevaba una, junto a una de esas máscaras grandes de plástico, además había una pantalla de plexiglás entre ellos, con un pequeño espacio para el lector de tarjetas.

Ben no la envidiaba, ni un poquito. Y no , no había encontrado todo lo de la lista, pero había huecos raros en los estantes y no creía que tomarla con la cajera por una mezcla orgánica para tortitas fuese ayudar en algo.

Así que pasó la tarjeta, agarró sus bolsas y se despidió con un asentimiento al marcharse, aunque la mirada de la cajera ya se estaba moviendo al siguiente cliente. Lo más probable es que pensase que era un imbécil, pero Ben no era muy hablador por regla generalmente y ahora era más complicado al tener que hacer que las palabras pasasen una barrera de tela que insistía en apretarle el puente de la nariz, sin importar cómo se la ajustase.

Podría ser peor . Ben caminó con dificultad fuera de la tienda, entrecerrando los ojos por el sol de verano, y se dirigió hacia su coche. Todavía no has pillado el maldito bicho.

Por lo que sabía, vaya.

Ya era una rutina. Abrió de golpe la puerta trasera, tiró las bolsas dentro y se echó un poco de gel hidroalcohólico del dispensador que guardaba en la parte de atrás del todoterreno antes de cerrar la puerta y subirse al coche. Quitarse la mascarilla era una bendición; el aire fresco se abalanzó hacia sus pulmones y sobre su piel sudorosa.

¿Por qué estás haciendo esto? Se preguntaba, quejumbrosa, una parte de él, la parte que seguía intentando dejar atrás. Ben la ignoró y arrancó el todoterreno.

Diez minutos después dejaba las bolsas en el porche, pintado de blanco, de la entrada de una bonita casa con un bonito jardín. La puerta se abrió mientras dejaba la última bolsa y Ben retrocedió un par de pasos aunque había vuelto a ponerse la mascarilla.

—¿Estás seguro de que no quieres entrar? —preguntó Leia con calma, apoyándose en el marco de la puerta— Prometo quedarme a un metro y medio de distancia. Ben se contuvo de poner los ojos en blanco.

—Sabes que no, mamá.

Tenía mejor aspecto, debía admitir; el distanciamiento social había sido bueno para ella, forzándola a quedarse en casa y descansar en lugar de estar ahí fuera a cualquier hora con alguno de sus numerosos proyectos. Una pequeña sonrisa curvaba sus labios, aunque Ben no podía descifrar su mirada tras los cristales oscuros de sus gafas.

—No puedes culparme por intentarlo.

Era extraña, esta intrincada forma de interactuar que habían creado. Ben había estado sin hablar con sus padres, fácilmente, por años; pero cuando el coronavirus apareció como una tormenta a cámara lenta, simplemente… dio el paso. Porque podía ser un mal hijo, pero no iba a dejar que sus (ya mayores) padres se expusiesen a un riesgo innecesario.

—No puedes culparme por decir que no —le respondió rápidamente y su sonrisa se ensanchó—. No había masa de tortitas, ni crema de avellanas, así que te he traído la de chocolate, y acababan de quedarse sin esa pasta de dientes rara.

Leia se rió.

—Está bien, todavía me queda un poco. Solo intento salir del paso.

Ben asintió; tenía sentido. Las cosas aparecían y desaparecían en las tiendas de forma aleatoria. Conseguir el siguiente cartón de leche antes de que se terminase el primero era lo más inteligente.

—¿Todo bien?

Ella resopló.

—Estoy bien. Tengo vecinos ofreciéndome ayuda hasta por las orejas, ¿sabes? No tienes que venir hasta aquí solo para traerme un par de cosas de la tienda.

Ben se encogió de hombros. Decirle que no conocía a esa gente y que no podía confiar en que cumpliesen las pautas de la cuarentena sería una bordería, aunque fuese cierto; a pesar de que no tenía problemas siendo borde, solo se ganaría una bronca. Y quizá hacer que se replantease su acuerdo, cosa que era inaceptable.

—No me importa.

Ahí estaba otra vez esa sonrisa.

—Ya que eso me permite verte, no voy a discutir. Tú pareces estar bien, Ben.

Con eso podía estar refiriéndose a que no parecía agotado por el trabajo, pero esa era una de las tantas, tantísimas, cosas de las que no habían hablado.

—Supongo —se pasó las manos por los vaqueros—. Bueno. Debería irme.

—¡Ah! Espera —Leia se dio la vuelta para alcanzar algo detrás de ella, otra bolsa de plástico; la balanceó como un péndulo y se la tiró cuando alcanzó el punto más alto del arco. Ben la sujetó contra su pecho—. Bizcochos de limón, con semillas de amapola; que no te detengan después de haber comido un trozo.

La forma en la que el olor de los dulces hizo que su estómago gruñese fue pavloviana.

—Gracias.

Leia asintió y sacó un par de guantes desechables del bolsillo, levantándolos para que Ben pudiese verlos.

—Vete para que pueda guardar el queso en la nevera.

Ben sacudió la mano a modo de despedida, haciendo que se riese, y volvió a subirse al todoterreno. Cuando echó un vistazo hacia atrás, Leia le lanzó un beso y se agachó a por las bolsas con los guantes puestos.

Se alejó por la carretera, intentando quedarse tranquilo.


Ben tuvo que pasar por dos tiendas antes de su siguiente parada, una home-mobile doble de (lo que tenía que admitir) un parque de caravanas bastante decente, en lo que respectaba a los parques de caravanas; aunque después de haber conocido a la dueña, no le sorprendía que estuviese tan bien cuidado. Maz apenas le llegaba a la altura del cinturón, pero era una pesadilla.

Han no tenía un porche como tal, pero sí un toldo y una tumbona, y estaba sentado allí mismo, con una botella en la mano, cuando llegó. Ben suspiró mientras se ponía la mascarilla y se bajaba del todoterreno.

—Papá, sabes que no debes beber con la medicación.

—Solo es gaseosa, niñato —Han le dedicó una sonrisa burlona y tomó un sorbo deliberadamente, luego metió la mano en la nevera junto a la tumbona y sacó otra para Ben—. Toma. No es ese aguachirri con hojas que tomas, pero es mejor que nada.

Ben atrapó la botella en el aire.

—¿Qué os pasa hoy? Todos tirándome cosas…

—Eres un buen objetivo —Han se puso en pie—. ¿Qué me traes?

El ritual aquí era distinto; Ben abrió la puerta trasera y se apartó, dejando que Han se pusiese los guantes de trabajo, en los que Ben había insistido, y echase un vistazo por las diferentes bolsas. Comprar para él era más fácil, teniendo en cuenta que no era tan quisquilloso con las marcas o los tamaños, pero…

—Más mierda verde. Sabes que odio el brócoli —Han sostuvo la verdura como si estuviese pensando tirarla de nuevo al todoterreno.

—Te he traído Velveeta. Embadúrnalo con eso y dale un respiro a tu colon.

Han le sonrió.

—Mi colon está perfectamente, chaval. Dime que has traído salsa; un hombre no puede vivir solo a base de patatas.

Ben no se molestó en disimular cómo puso ojos en blanco.

—Como me pediste. Aunque no había alcohol desinfectante.

—Para la próxima. ¿Cómo está tu madre?

Esto también era parte del ritual, al igual que el hecho de que Han nunca miraba a Ben a los ojos cuando le preguntaba.

—Está bien. Dice que los vecinos están cuidando de ella.

—Bien —Han cogió varias bolsas con una mano—. Eso está bien.

—¿Tú te mantienes apartado de todos? —preguntó Ben intencionadamente, suspirando cuando Han no respondió— Venga, papá. No quieres terminar pegado a un respirador.

O muerto que era la conclusión impronunciable. Su salud no era la mejor y Ben tenía la terrible sospecha de que el Covid-19 sería demasiado para alguien que había vivido tan mal como lo había hecho Han.

—Es solo Chewie —dijo entre dientes—. Y de vez en cuando le echamos una mano a Maz. Pero no nos deja acercarnos a más de cincuenta metros sin mascarilla, no te preocupes.

—Y Chewie va a ver a su nieta todas las semanas. No te tomes esto a broma, papá. Por favor.

Han resopló y agarró el resto de las bolsas, metiéndolas en su caravana. Ben suspiró y aguantó las ganas que tuvo de estampar la cabeza contra el todoterreno.

Han reapareció un momento después.

—¿Seguro que no quieres quedarte a comer?

Era una broma a medias. Ben chasqueó la lengua en lugar de sonreír.

—Tendría que ir a comprarte más salsa.

—Como si fuese a compartirla. Vete, chico. Cuídate.

En otro momento, uno mejor, la orden tan seca habría ido acompañada de un abrazo y una palmada en el hombro. En ese momento, Ben se limitó a asentir.

—Tú también, papá.

Esa vez, al marcharse, Ben solo estaba cansado.


Tenía que hacer una parada más. Como siempre, pensó en saltársela y simplemente irse a casa, retirarse a su sombrío, frío y silencioso apartamento, pero aún quedaban un par de cosas que necesitaba.

Al menos, esa era su excusa.

Ben miró el reloj del salpicadero, por reflejo más que por otra cosa; solo eran las tres de la tarde. No estaba seguro de qué le dejaba más agotado, comprar o aguantar a sus padres, pero había una pequeña luz en toda esa expedición, a parte de asegurarse de que Leia y Han estaban bien.

Esto es ridículo , se recordó a sí mismo. Ni siquiera sabes qué aspecto tiene.

No es que Ben fuese tan superficial, pero era extraño sentir esa conexión con alguien a quien no podía distinguir fuera de la cola de la caja registradora.

Y aún así…

Aparcó y se bajó, subiéndose la mascarilla con una mueca. Nunca antes había estado tan agradecido de haberse afeitado, porque no podía imaginarse cómo habría sido llevar mascarilla con bigote. Pelo en la boca durante todo el día, pensó con un escalofrío.

Ben se hizo con un carro a la entrada de la tienda (no iba a comprar mucho, pero las cestas estaban hechas un asco, antes incluso de que hubiese una epidemia) y emprendió la marcha por el establecimiento, eligiendo los productos casi de forma aleatoria.

A decir verdad, ya había hecho la mayoría de sus compras junto con la de sus padres; las tiendas tenían mayor variedad y estaban más limpias, pero había parado en este sitio en abril, cuando era un engorro encontrar papel higiénico, de cualquier tipo, y…

¿Era mucho decir que su vida había cambiado? Es decir, más de lo que había cambiado la vida de todo el mundo.

Por suerte, al menos para él, la tienda no solía estar llena. Ben cruzó con aire despreocupado el pasillo principal, echando un vistazo a las dos cajeras de servicio e intentando averiguar si ella estaba trabajando sin parecer un acosador. Vale, sin parecer tanto un acosador.

Y entonces la oyó, la risa que había llamado su atención aquella primera vez, cuando había estado profundamente irritado y alterado, peleándose con el pañuelo que se había atado a la cara, ya que por aquel entonces no se tenían mascarillas por amor al arte o para hacer dinero con ellas. Desesperado por comprar papel de cocina —para que Han se quedase en casa y no saliese por ahí a comprarlo él mismo, sin cubrirse la boca, cabezota como él solo—, parado en una cola lentísima, llena de gente quejándose, murmurando y juzgando al resto por cualquier cosa que hicieran. Ben también podría haberse puesto a juzgar, pero había estado a punto de ponerse a gritar, tirar esa basura de productos con precios desorbitados por toda la tienda y largarse de allí.

Pero ella se había reído. La cajera. No de nadie, sino por algo que había dicho un cliente que estaba en su caja. Se había reído como si fuese un buen chiste, como si fuesen viejos amigos.

Fue como un salvavidas, que le habían arrojado por encima de las cabezas de toda esa gente delante de él. Dramático, pero cierto. Solo con su risa había hecho que todo fuese… mejor.

Su interacción con ella, una vez que llegó a la caja, había durado treinta segundos. Ella llevaba una mascarilla de verdad, una quirúrgica, aunque estaba manchada y una de las tiras tenía hecho un nudo como si se hubiese roto. Tenía rizos castaños, mojados con sudor y enredados en el elástico; unos ojos cuyo color no pudo determinar, algo entre el marrón y el verde; y un espacio azul donde deberían estar su nariz y su boca.

Pero sus ojos se habían cerrado un poco, como si estuviese sonriendo bajo esa barrera acolchada, mirándole sin miedo, aunque Ben sabía que su ceño fruncido era suficiente para hacer retroceder casi a cualquiera, con o sin pañuelo.

—Veo que has conseguido el premio del día —dijo alegremente, con un acento que no tenía nada que ver al de Long Island— ¡Enhorabuena!

Tan solo con eso ya estaba perdido.

Había estado demasiado deslumbrado para murmurar un "gracias" cuando le dio su ticket, y aunque hubiese estado centrado, había diez personas detrás y ella no tenía tiempo para pararse a hablar.

Ben no podía explicar el efecto que había tenido en él. Solo sabía que le había arrastrado de vuelta a esa mugrienta y pequeña tienda semana tras semana mientras la pandemia se extendía.

Era cuidadoso, pasaba por los pasillos con la mejor línea de visión hacia su caja, pretendiendo comparar las cajas de cereales mientras esperaba a que atendiese al cliente con el que estuviese en ese momento. Ben daba gracias de que el flujo de la tienda fuese lento, si calculaba bien, podría quedarse un rato. Quizá podía sacarle un poco de conversación.

¿Puedes ser más patético? le preguntó esa vocecilla cruel. Esperando y rogando por unas migajas de afecto de una mujer de la que ni siquiera sabes…

Eso no es cierto , se defendió. Sé que es joven, inglesa, amable y lista. Y probablemente pobre, si estaba trabajando aquí.

¿Y soltera? la voz respondió. Su boca se endureció bajo la mascarilla y volvió a dejar los cereales en la estantería con más fuerza de la necesaria.

Porque, por mucho que intentase mantener sus intenciones puras (solo pasar unos momentos rodeado de su aura), había una parte de él, hambrienta, que siempre quería más . Aunque fuese imposible conseguirlo.

Había echado un par de miradas vergonzosas a su mano derecha y, aunque era difícil determinar si había algún anillo bajo el guante desechable que llevaba, no creía que hubiese uno.

Pero no todo el mundo lo lleva. Y mucha gente se los quita en el trabajo, especialmente si hacen trabajo manual.

De todos modos, lo más probable es que tenga pareja. Alguien como ella no puede estar soltera.

Ben soltó una bocanada de aire, sintió cómo se le calentaban y humedecían los pómulos, y se giró. El cliente se había ido, no venía nadie; era el momento perfecto.

Se roció las manos con desinfectante y empujó el carro hacia delante.

Ella estaba limpiando el lector de tarjetas con alcohol, Ben podía olerlo incluso a través de la mascarilla, pero al acercarse al pequeño espacio junto a la cinta, ella levantó la cabeza y… bueno, asumió que le estaba sonriendo. Sus ojos estaban entrecerrados, como la primera vez y no pudo evitar sonreírle de vuelta, aunque no había forma de que ella pudiese saberlo.

—Anda, si es mi cliente favorito —su voz era tan afable . Ben quería creer que era, de algún modo, algo más de lo que le daba a los demás, aunque sabía que no tenía sentido. Solo estaba siendo amable. Probablemente se lo había dicho a la mitad de la gente que pasaba por su caja.

—No compro lo suficiente para ser el cliente favorito de nadie —respondió, empezando a pasar los objetos del carro a la cinta.

Ella resopló.

—No tiene nada que ver con cuánto compras, sino con cómo lo haces —sonaba cansada bajo toda esa alegría, y Ben quería... quería agarrarla y llevársela de allí, sentarla en una silla cómoda y darle de comer hasta que cayera dormida.

Como de costumbre, sus ojos volaron hacia el identificador de su camiseta. El nombre empezaba con una R y terminaba con una Y, pero la letra del medio había sido escrita con permanente, repasada con bolígrafo e incluso así no podía identificarla. ¿Su nombre era Ray? ¿Roy? ¿Algo más inusual? ¿Era siquiera su nombre? Sabía que debería preguntar, pero no se le ocurría ninguna forma de hacerlo sin parecer estúpido (o sin que pareciese que estaba ligando con ella).

Ben frenó su línea de pensamiento mientras ella pasaba los productos.

—¿Un día duro? —se aventuró a decir.

Se encogió de hombros.

—Solo largo, supongo —metió un tarro de cuscús en una bolsa—. ¿Tú estás comprando otra vez para tu madre?

—Sí —no era del todo mentira; le dejaría a Leia el cuscús en su próxima visita, porque estaba seguro de que él no se iba a comer eso.

—Es muy amable por tu parte —dijo seria, sus ojos encontraron su mirada a pesar de que sus manos seguían moviéndose con soltura debido a la práctica—. Tiene mucha suerte de tenerte.

Las orejas de Ben se calentaron y apartó la mirada.

—Se lo debo— murmuró.

—Bueno, aun así — apartó una bolsa llena y dejó espacio para llenar la siguiente—. ¿Tienes alguna recomendación de té para mí hoy?

Por alguna razón le había contado sobre su colección y el interés que le había mostrado le había impulsado a llevarle muestras, una distinta cada vez. Ben hundió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño sobre de papel que dejó en la cinta.

—Shoumei. Es té blanco, así que prepáralo a baja temperatura.

—Vale —sus ojos se entrecerraron otra vez y tomó el sobre, dejándolo en el borde de la caja—, ¡A tu salud!

—¡Oye! Deja de hacer perder el tiempo a los clientes —el bramido atravesó la tienda y Ben se estremeció, aunque la cajera no lo hizo. El gerente, una figura ancha que a Ben siempre le parecía que olía mal, se asomaba por la pequeña zona de atención al cliente de la entrada.

Ben le miró, a punto de decirle un par de cosas, pero la cajera levantó una mano, fuera de la vista del gerente.

—No pasa nada —murmuró—. Es inofensivo.

Ben se desanimó.

—Lo siento —le respondió— ¿Puedo hacer que le despidan?

Ella se encogió de hombros, y ahí estaba esa risa, solo un atisbo, pero hizo que su corazón se aligerase absurdamente.

Terminó con su compra a una velocidad profesional, sus largos dedos no se detuvieron mientras las naranjas, el dentífrico y el pan de Ben pasaban por el escáner.

—No deberías tener que aguantarle —dijo en voz baja.

—Es un trabajo —respondió ella—. Y aquí puedo ver a mucha gente interesante a lo largo del día.

Y arriesgar tu vida , pensó Ben, pero sabía muy bien que eso era inevitable. Ella era personal indispensable y probablemente no tuviese modo de subsistir sin ese trabajo.

¿Y qué estás haciendo tú, viniendo a comprar aquí cuando no lo necesitas? Era una amenaza. Poniéndola bajo más riesgo…

¡No! No estoy enfermo, Ben contraatacó en silencio, medio desesperado. Me desinfecto las manos antes de coger el carro, no sobrepaso la pantalla, no me acerco lo suficiente para llegar a tocarla.

Sin embargo, con tan solo pensarlo su estómago se retorció. Ben se aclaró la garganta al mismo tiempo que pasaba su tarjeta.

—Yo… ¿Preferirías que no comprase aquí? —preguntó, luego se mordió la lengua cuando vio como ella arrugaba el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué? —sonaba sorprendida, casi dolida, y Ben se apresuró a explicarse.

—Me refiero a que.. cada cliente supone un riesgo, ¿no? Si no viniese aquí, habría menos posibilidades de que enfermases.

—No seas tonto —las palabras fueron nítidas—. Eres uno de los clientes más agradables que tengo —agarró el ticket y se lo tendió, doblado de la forma más larga para que él pudiese cogerlo sin que sus dedos se tocasen—. Además, ¿quién si no iba a traerme muestras de té?

Sus orejas volvieron a arder y su garganta parecía atascada. ¿Piensa que soy agradable?

—Eso es todo —logró decir.

—Aquí tienes entonces. ¿Te veo la próxima vez?

—Claro —la palabra apenas logró traspasar el nudo, Ben pudo haberse pegado una paliza por haber sonado tan borde, pero ella inclinó la cabeza y volvió a levantar la mano, dándole una pequeña y secreta despedida.

Ben recogió las bolsas, asintió con la cabeza e intentó no tropezarse con sus propios pies mientras salía.

Cuando se quitó la mascarilla en el coche descubrió que estaba sonriendo y que no podía evitarlo.


La semana siguiente, ella no estaba allí.


N/A: Hace mucho que no publico una traducción (porque me ha costado la vida terminar esta, básicamente, y bueno por *la vida* en general).

Muchas gracias a todo el que haya entrado y llegado hasta aquí, significa mucho.

Iré publicando los siguientes capítulos semanalmente; aunque se me olvidó publicarlo ayer aquí, los siguientes capítulos los actualizaré a la vez con Ao3, así que nos vemos (si todo va bien) el sábado que viene.