A medida que el sonido del metal chocando y girando dentro de la cerradura aumentaba, el corazón de Eamon latía con una fuerza que amenazaba con romper la silente oscuridad que lo envolvía. La cerradura emitía un chirrido prolongado, como una serpiente siseante, provocando que cada molécula de aire en la habitación se llenara de tensión. Eamon, escondido detrás de las estanterías, apenas se atrevía a respirar, temiendo que hasta el más mínimo ruido delatara su posición.

'¿Qué hace ella aquí? ¿Tan tarde?' Las preguntas inundaban su mente, pero eran rápidamente silenciadas por el pánico que atenazaba su pecho. Sus manos temblaban y sudaban, mientras se aferraba a la esquina de la estantería. 'Tienes que calmarte. Tienes que ser invisible.'

La puerta comenzó a abrirse, y una franja de luz tenue se adentró en la oficina, proyectando patrones cambiantes en el suelo mientras las sombras jugaban a un juego de escondite. En el umbral, una figura se destacaba con claridad: la directora Collins.

Vestida con un pijama azul oscuro, en el que pequeñas lunas y estrellas parecían cobrar vida con cada movimiento, ofrecía una imagen muy distinta a la mujer formal que los niños del orfanato estaban acostumbrados a ver. Su cabello, usualmente restringido por el rígido moño, ahora caía libremente, un torrente plateado que enmarcaba un rostro que, a pesar de las arrugas del tiempo, aún destilaba una belleza etérea.

El ambiente en la habitación se sentía cargado, como si incluso las sombras fueran conscientes de la importancia del momento. Los susurros internos de Eamon eran casi palpables. 'No puede encontrarme. No aquí. No ahora.'

Cada paso que la directora daba, cada oscilación de la vela, acentuaba la necesidad urgente de Eamon de permanecer oculto, de ser una sombra más en esa habitación.

El silencio en la habitación era abrumador, interrumpido solo por el suave crepitar de la vela que la directora Collins sostenía firmemente. La luz de la llama, aunque pequeña, parecía tener la capacidad de iluminar cada rincón oscuro, haciendo que Eamon se sintiera cada vez más vulnerable en su escondite.

Eamon podía sentir cómo su corazón palpitaba con fuerza en su pecho, cada latido retumbando en sus oídos. Intentaba controlar su respiración, asegurándose de que cada aliento fuera silencioso y medido. 'Mantente en calma' se repetía a sí mismo, tratando de calmarse. Pero el susurro de la duda se insinuó, '¿Qué pasaría si me encuentra?'.

La figura materna de la directora se inclinaba, acercando la vela al suelo. La luz amarilla iluminaba los rincones más oscuros de la habitación, haciendo que Eamon se retractara aún más detrás de la estantería. Cada paso que daba, cada movimiento que hacía, parecía cargado de una desesperación que Eamon nunca había percibido en ella.

Aunque estaba oculto, el joven podía imaginar las arrugas en la frente de la directora Collins, profundizándose con la preocupación. En su mente, visualizaba los mechones sueltos de su cabello gris plateado caer alrededor de su rostro mientras se inclinaba más, buscando en los rincones oscuros.

'Por favor, no me descubras. Por favor, no mires aquí', susurraban sus pensamientos, mientras el temor lo envolvía como una serpiente constricción. Podía sentir su corazón latiendo descontroladamente, cada latido resonando en sus oídos como un grito desesperado de alarma.

Justo en el momento en que la sombra de la directora Collins comenzaba a invadir el pequeño rincón en el que Eamon se ocultaba, el mundo pareció detenerse. Una vibración comenzó a surgir desde el fondo de su ser, pulsando a través de sus venas como una melodía antigua. Era una sensación que le resultaba familiar, pero a la vez ajena: el susurro de algo ancestral, una energía primigenia. Como el inquietante zumbido que precede a una tormenta o, más precisamente, el murmullo sordo de un enjambre de abejas preparándose para atacar.

Mientras la tensión en el aire parecía casi palpable, una ráfaga sutil pero poderosa desordenó la oficina. Los papeles que reposaban en el escritorio de la directora Collins fueron levantados por el aire, creando un torbellino efímero que llenó la habitación. Era como si un invisible soplido de viento hubiera entrado de repente, agitando todo a su paso. Las hojas danzaban erráticamente, convirtiéndose en protagonistas de un espectáculo inesperado.

La vela que la directora sostenía parpadeó inestablemente, lanzando sombras fugaces sobre las paredes, creando una distracción visual que, aunque momentánea, proporcionó a Eamon el tiempo que necesitaba para recomponerse y prepararse para el próximo movimiento de la directora. Cada segundo era vital, y cada detalle de ese escenario podía marcar la diferencia entre el descubrimiento y la ocultación.

El desconcierto se dibujó en el rostro de la directora Collins. La anciana, cuyas arrugas siempre parecían contar historias de comprensión y cariño, ahora mostraba una expresión de genuina sorpresa. Se levantó lentamente, su figura erguida pareciendo dominar toda la habitación, mientras sus ojos azules profundos trataban de encontrar una explicación al fenómeno. Sin embargo, no demoró en centrar su atención en los papeles desperdigados, olvidándose momentáneamente de su búsqueda inicial.

Después de unos instantes que parecieron eternos, en medio del desorden de los papeles revoloteando, la directora Collins finalmente se detuvo en un punto específico del suelo. Eamon, espiando cautelosamente desde detrás de las estanterías, observó cómo la expresión de la directora cambió de confusión y preocupación a un alivio profundo y palpable. Sus dedos, arrugados por el paso del tiempo, pero todavía ágiles, se cerraron suavemente alrededor de un pequeño objeto.

Era su colgante, aquel que siempre llevaba alrededor del cuello y que todos en el orfanato habían aprendido a asociar con ella. La luz de la vela reflejó el brillante metal plateado del colgante, y el detalle del corazón se mostraba con claridad, incluso en la tenue iluminación.

La habitación quedó envuelta en un silencio tan profundo que Eamon juraría haber escuchado el latido del corazón de la directora. Con el colgante firmemente sostenido en su mano, la directora Collins susurró, su voz quebrada por la emoción: "Pensé que te había perdido". Las palabras, pronunciadas con tal ternura y sinceridad, hicieron que Eamon sintiera un nudo en la garganta. Era evidente que ese colgante significaba mucho más para la directora de lo que cualquier niño del orfanato podría haber imaginado.

Con manos temblorosas, la directora procedió a colocar el colgante alrededor de su cuello, asegurándolo con el cuidado y la reverencia con la que uno trataría a un tesoro inestimable. Una vez que estuvo en su lugar, pareció recuperar su compostura. Tomó una profunda inhalación, como si con ese acto pudiera dejar atrás el torbellino de emociones que había experimentado en esos breves momentos.

Después de una última mirada a la oficina, asegurándose de que todo estuviera en orden, se encaminó hacia la puerta. La luz de la vela se movía con ella, creando un baile de sombras en la pared que gradualmente se desvanecía a medida que se alejaba. Sin mirar atrás, la directora Collins salió de la oficina, cerrando la puerta con un suave click.

El aire en la oficina parecía más espeso después de la salida de la directora. Eamon se sentía atrapado en un limbo entre el alivio y la incertidumbre. Cada pequeño sonido, desde el sutil chisporroteo de las velas hasta el eco lejano de los pasos de la directora, se magnificaba en su estado híper-alerta.

A pesar de haber escuchado a la directora cerrar la puerta con llave, permaneció inmóvil en su escondite, temeroso de que cualquier movimiento precipitado delatara su presencia. Pasaron varios minutos, aunque para él, cada segundo se sentía como una hora.

Finalmente, alentado por el silencio que ahora dominaba la habitación, Eamon se levantó lentamente, sacudiendo el polvo de su ropa. Parpadeó un par de veces mientras dejaba que sus ojos se acostumbraran nuevamente a la oscuridad de la oficina, ahora sólo iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas.

El pensamiento de lo cerca que estuvo de ser descubierto lo atormentaba. Habría sido el fin de su misión, el fin de todo lo que había planeado. Pero fue su magia, ese misterioso don que siempre había sido una constante en su vida, lo que había intervenido en el momento oportuno. Recordó la sensación peculiar, ese zumbido que sentía en el fondo de su mente justo antes de que los papeles volaran por la habitación. Era como si una corriente eléctrica, caótica pero con propósito, buscara una forma de actuar.

Con su mirada fija en la puerta cerrada, una avalancha de emociones lo inundó. La vulnerabilidad de la directora Collins, la pérdida de un objeto preciado, todo eso resonaba en él. Él mismo había tenido un objeto especial en su pasado, un recordatorio tangible de alguien a quien amaba profundamente. Pero había tomado la difícil decisión de dejarlo atrás, para no ser arrastrado por el dolor que conllevaba.

Mientras luchaba contra el nudo en la garganta y las lágrimas amenazantes, Eamon recordó la razón de su presencia allí. Se obligó a sí mismo a concentrarse, a dejar de lado sus emociones y a centrarse en la tarea que tenía entre manos.

Reanudó su búsqueda, volviendo a las estanterías. Con la punta de sus dedos, siguió el borde de los archivos, desplazándose lentamente hacia donde había dejado su búsqueda. Recordaba haber pasado por las letras "S" y "R", por lo que sabía que debía estar cerca. Y entonces, como si hubiera estado esperando por él todo este tiempo, un archivo con su nombre brilló bajo la luz de la vela.

Lo tomó con ambas manos, sintiendo el peso de su historia en ellas. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la estantería, y con manos temblorosas abrió el archivo. Las primeras palabras parecían saltar de la página, ansiosas por revelar los secretos de su pasado. Con un suspiro profundo, Eamon se sumergió en la lectura, esperando encontrar respuestas.


Archivo del Orfanato St Elias
Asunto: Eamon Thornwood

Nombre Completo: Eamon Alastair Thornwood
Fecha de Nacimiento: 13 de julio de 1979

Fecha de ingreso: 14 de julio de 1980

Notas sobre su ingreso al orfanato St. Elias:

Una fría madrugada, en el límite entre la oscuridad y el amanecer de Fairbridge, encontré al pequeño Eamon a las puertas de nuestro orfanato, envuelto en una manta. En ella, estaba bordado su nombre, " Eamon Alastair Thornwood", junto con la fecha: 13 de julio de 1979. Presumí que esa era la fecha de su nacimiento. Junto a él, se encontraba una mujer en grave estado de salud; no respondía a ninguno de los primeros auxilios que le pudimos proveer. Ella fue trasladada inmediatamente al hospital de Fairbridge, donde ha permanecido en un estado comatoso desde entonces. Las investigaciones de las autoridades no pudieron determinar nada sobre su origen ni antecedentes. A pesar de todos los esfuerzos, ningún pariente o conocido se ha presentado.

Comportamiento y Observaciones:
Desde su llegada, Eamon ha sido un niño introspectivo, pero extremadamente observador. En sus primeros años, rara vez mostraba emociones fuertes, siempre parecía estar procesando el mundo a su alrededor con una profundidad poco común para su edad. A medida que crecía, demostraba una curiosidad insaciable y una inteligencia destacada, sobresaliendo incluso entre los niños mayores.

Si bien es un niño de naturaleza reservada, ha conseguido formar lazos afectivos con varios niños del orfanato. No obstante, en fechas recientes he notado un aumento en sus episodios de introspección, que ahora son más frecuentes y duraderos. Su forma de expresarse también ha cambiado; en ocasiones, cuando converso con él, siento que estoy hablando con un adulto atrapado en el cuerpo de un niño. Estos cambios, aunque son desconcertantes, me han llevado a reflexionar aún más sobre el misterio que rodea su pasado y las circunstancias que lo trajeron hasta nosotros.

Firma:
Directora Grace Lillian Collins
Orfanato St Elias


Mientras volvía a colocar el archivo en su lugar, la mente de Eamon se agitaba, tratando de procesar la información. El contraste entre el papel frío y las palabras ardientes escritas en él lo abrumaba. La fecha de su ingreso, un día después de su primer cumpleaños, lo hacía preguntarse qué tipo de circunstancias lo habrían llevado allí. Y, más que nada, la misteriosa mujer. ¿Quién era? ¿Qué relación tenía con él?

Eamon susurró, como si decirlo en voz alta pudiera hacerlo real, "Eamon Alastair Thornwood...". Había algo en pronunciar su nombre completo que le daba una sensación de integridad, de pertenencia.

'Thornwood no es precisamente un apellido común, incluso en el mundo mágico. Tal vez provenía de una línea familiar con algún tipo de distinción o importancia. O tal vez, ¿era simplemente una coincidencia?' pensó mientras reflexionaba en las nuevas preguntas que asolaban su mente.

Se apoyó más profundamente contra la estantería, sintiendo su frescura. Cerró los ojos por un instante, tratando de imaginar esa fría madrugada en Fairbridge, él como un bebé, y la mujer, cuya identidad seguía siendo un enigma. ¿Qué sentimientos y desesperación la habrían llevado a dejarlo en el orfanato? ¿Habría llorado al dejarlo? O quizá, en su estado, ni siquiera estaba consciente de sus acciones.

"¿Eres mi madre?", susurró con un hilo de voz, dirigido a la sombra de esa mujer que lo acechaba desde las páginas del archivo. Pero más que dolor, sentía una profunda curiosidad. ¿Qué había llevado a esta mujer a dejarlo justo en el umbral del orfanato, en tan precarias condiciones? ¿Era ella realmente un lazo de sangre, o solo una cuidadora pasajera? Si realmente había alguna conexión con ella, sentía que era su deber descubrirlo y asegurarse de que estuviera bien.

Volvió a abrir los ojos, tomando una respiración profunda. Aunque se sintiera agradecido por las piezas del rompecabezas que había obtenido, entendía que todavía faltaba mucho por descubrir sobre su pasado.

Sintiendo que no iba a encontrar más respuestas allí, Eamon permaneció un momento en silencio, sus ojos escaneando cada rincón de la oficina, como si tratara de grabar cada detalle en su memoria. Cada papel, cada libro, cada pequeño objeto que descansaba sobre el escritorio o en las estanterías parecía tener una historia, una conexión con su pasado o el pasado de otro niño del orfanato. El aire, aunque silencioso, estaba cargado de secretos y memorias.

Con un suspiro, se levantó de su asiento en el suelo. Sus músculos, tensos por el tiempo que había pasado sentado y la intensidad de la lectura, se quejaban con un leve ardor. Se estiró brevemente, tratando de aliviar la tensión, y ajustó su ropa, preparándose para la travesía que le esperaba fuera de esa sala. Una sensación de urgencia comenzó a crecer en su pecho; sabía que cada segundo que pasaba allí aumentaba el riesgo de ser descubierto.

Miró hacia la puerta, calculando mentalmente la mejor ruta para regresar a su habitación sin ser detectado. Recordando los pasillos y las puertas, las sombras y los rincones donde podría ocultarse en caso de ser necesario.

Los ecos de sus propios pasos le parecían demasiado ruidosos en el silencio sepulcral de la noche. Las sombras proyectadas por las luces parpadeantes de las lámparas del pasillo dibujaban figuras extrañas en las paredes, haciéndolo saltar más de una vez al pensar que eran otras personas. A pesar de que Eamon había recorrido ese pasillo cientos de veces, todo parecía más amenazante bajo el manto oscuro de la noche.

Al pasar junto a la silla del Sr. Thompson, se detuvo un breve instante. La madera gastada del asiento y el respaldo parecían guardar las memorias de todos aquellos niños que habían sido castigados por el severo vigilante. Eamon recordó las historias que se contaban en secreto entre los niños, esas que hablaban de orejas tiradas y encierros en cuartos oscuros. Historias que no sabía si eran verdaderas o simples leyendas del orfanato, pero que en ese momento parecían demasiado reales.

El frío metal del respaldo de la silla estaba frío al tacto, un claro contraste con la calidez de su piel. Eamon lo tocó brevemente, como si esperara que le diera alguna pista sobre la ubicación del Sr. Thompson. El vacío ominoso de esa silla le gritaba una sola cosa: peligro.

Una ola de ansiedad lo invadió al recordar la mirada penetrante y desaprobatoria del Sr. Thompson. Aunque no era un hombre particularmente grande, su presencia imponía respeto y temor entre los niños. Eamon sabía que la ausencia del hombre de esa silla significaba que estaba en alguna parte del edificio, patrullando con ojos de halcón, siempre atento a cualquier ruido o movimiento inusual.

Rápidamente, trazó en su mente la ruta más directa hacia su habitación, intentando anticipar los posibles lugares donde el Sr. Thompson podría aparecer. Cada sombra, cada puerta entreabierta, cada crujido del viejo suelo de madera se convertía en un obstáculo potencial en su misión de regresar sano y salvo. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, Eamon aceleró el paso, decidido a no ser atrapado esa noche.

A medida que pasaba por la puerta entre abierta de la cocina, la luz tenue de una solitaria vela iluminaba la figura de la señora Jenkins, envuelta en un chal de lana que resaltaba sus cabellos plateados. El aroma a té recién hecho flotaba en el aire, mezclándose con el olor a libros viejos y madera encerada. La escena en la cocina era como un pequeño oasis de tranquilidad en medio de la tensión que Eamon sentía.

La señora Jenkins era una mujer mayor, de manos arrugadas pero ágiles, y de una mirada que, a pesar de los años, conservaba un brillo jovial. Había trabajado en el orfanato desde que Eamon tenía memoria y, a diferencia del Sr. Thompson, ella siempre mostraba amabilidad hacia los niños. No era raro que, en noches difíciles, ofreciera un poco de su té caliente a algún niño que tuviera problemas para dormir o que necesitara un poco de consuelo. Eamon incluso recordaba una vez en que ella lo había cubierto con una manta y le había contado historias hasta que el sueño lo venció.

Mientras observaba a la señora Jenkins, pudo notar cómo sus labios se movían lentamente, como si estuviera susurrando las palabras del libro que tenía entre manos. La serenidad con la que se encontraba en ese momento era algo que Eamon envidiaba. '¿Qué será leer un libro sin preocupaciones, sin estar pendiente del tiempo o de quién podría sorprenderte?', se preguntó mientras continuaba su camino.

Decidió no interrumpirla; después de todo, no quería llamar la atención ni darle a la señora Jenkins una razón para preocuparse. Aunque confiaba en que, si lo descubría, ella no lo delataría al Sr. Thompson, no quería ponerla en una situación incómoda.

Estaba a punto de alejarse de la cocina y seguir su ruta cuando sintió una presión en su hombro. Al girarse lentamente, su mirada se encontró con los ojos fríos y penetrantes del Sr. Thompson, quien lo miraba con una mezcla de desaprobación y victoria.

La enorme mano del Sr. Thompson se sentía como una garra, apretando el hombro de Eamon con una fuerza que amenazaba con dejar un moretón. A pesar de la oscuridad del pasillo, los ojos del hombre relucían con una chispa siniestra. Cada historia que Eamon había escuchado sobre los castigos del Sr. Thompson volvió a su mente en un torrente, haciendo que su corazón latiera con fuerza en su pecho.

Los segundos se sintieron como horas mientras ambos se miraban. Eamon, atrapado como un animal en una trampa, y el Sr. Thompson, disfrutando de ese momento de poder. El silencio era casi palpable, roto solo por el ligero murmullo de la señora Jenkins leyendo en la cocina, ajena a la situación que se desarrollaba a pocos pasos de ella.

El aire frío del pasillo parecía congelarse en los pulmones de Eamon. Sus pensamientos corrían a toda velocidad, buscando una excusa, una explicación, cualquier cosa que pudiera salvarlo de la ira del Sr. Thompson. Pero su mente estaba en blanco, congelada por el miedo y la sorpresa.

Finalmente, el Sr. Thompson rompió el silencio con su voz grave y ronca, "¿Qué crees que estás haciendo, muchacho?". Su tono era bajo, pero cargado de amenaza. Cada palabra estaba teñida de desdén y autoridad.

'Rayos', fue la única palabra que cruzó la mente de Eamon, consciente de que su pequeña travesía nocturna no iba a terminar en la mejor nota.