Y aún sigo diciendo que los personajes no me pertenecen, yo solo combiné las historias y esto salió :D solo algunos personajes no los cambié para mantenerlos intactos.
LO SÉ
Prácticamente no hablaron durante el viaje, prácticamente no se miraron, y las dos se comportaron como unas perfectas desconocidas hasta que estuvieron de vuelta en la tumultuosa Storybrook.
Las últimas horas juntas habían sido muy difíciles. Regina no fue capaz de ocultar su desconcierto. Lo había intentado, pero el tema no se le iba de la cabeza. Aunque intentaba disimular, cada vez que miraba a Emma se acordaba del contenido del neceser y tenía miedo de que pudiera averiguar lo que había hecho, como si lo llevara escrito en la frente. Se pasó el resto del viaje mirando por la ventanilla, respondiendo con monosílabos cada vez que Emma intentaba entablar un tema de conversación, y evitando, en la medida de lo posible, que sus ojos se encontraran.
A Regina todavía le temblaban las manos cada vez que recordaba alguna de las frases de aquellas cartas. Sentía el corazón acelerado ante la presencia de Emma y estaba extrañamente ¿enfadada? Sí, enfadada era la palabra. Se sentía engañada. Es cierto que ellas no habían sido las mejores amigas, pero estos últimos días habían intimado, al menos lo suficiente para que todo esto no tuviera que ser un tabú entre ellas. Regina le había contado cosas que no le contaría a alguna de sus mejores amigas. ¿Por qué Emma no había sido igual de sincera? ¿Acaso la veía como alguien tan intolerante que no aceptaría tener una amiga lesbiana? Ella no era así. Puede que no tuviera amigos homosexuales, pero apoyaba los derechos del colectivo gay. Emma estaba muy equivocada si pensaba que la iba a juzgar por su orientación sexual. ¿Qué más le daba a ella con quién se acostaba? Porque le daba igual, ¿verdad?
Este era, más o menos, el carril por el que circulaban sus pensamientos, a toda velocidad. Su preocupación resultaba tan evidente que Emma se percató casi al instante de que algo iba mal. El comportamiento de Regina le hizo entender que había un problema, pero estaba tan contrariada por la idea de regresar a Storybrook que no encontró fuerzas para indagar. En cierto sentido, incluso agradeció que se mostrara tan distante y huraña porque así iba a ser mucho más sencillo regresar a la rutina, despedirse, y fingir que seguía odiándola. Ese era el plan, porque el odio requería una dosis mucho menor de valentía que admitirse a sí misma lo que estaba empezando a sentir por Regina.
Emma tenía la sensación de que la noche anterior se había sobrepasado y eso la mortificaba. Se reprendía por haberla abrazado así en las escaleras, por haberle dicho lo guapa que era y también por haberle confesado lo orgullosa que se sentía tras su actuación con Wood. Le hubiera gustado decirle muchas otras cosas, como que tenía una nuca preciosa que debería enseñar más a menudo, o que el color champán hacía juego con sus ojos y que descubrir su lado más femenino había sido uno de los mejores regalos de aquel viaje. Pero decidió omitir todos estos comentarios, convencida de que ya se había extralimitado suficiente.
Cuando el taxi las dejó en la puerta de la editorial fue el momento más crítico de todos, porque ninguna sabía cómo actuar. Regina pensó en estrecharle la mano, pero consideró el gesto demasiado frío después del abrazo que se habían dado la noche anterior. Emma estaba esperando que fuera la morena quien decidiera cómo tenía que ser la despedida. Seguía flagelándose mentalmente por lo ocurrido y no quería meter la pata de nuevo. Envueltas en esta bruma de desconcierto, se miraron la una a la otra, conscientes de que ya no podían posponerlo más. Había llegado el momento de separarse.
- Ha estado bien, gracias por todo - se atrevió a decir Emma. Aquel le pareció un buen comentario para romper el hielo.
- No, gracias a ti. He aprendido muchas cosas en este viaje - contestó Regina, aunque todavía sin mirarle a los ojos.
- Bueno, supongo que aquí se acaba todo.
- Efectivamente, aquí se acaba.
-Mañana, a más tardar, entregaré los papeles de la firma a Gold - explicó Emma. - Pero imagino que la cosa no se pondrá en marcha hasta después de Navidad.
- Sí, ya lo vemos después de las vacaciones.
Entonces la rubia se inclinó y le dio un suave beso en la mejilla que consiguió ruborizarla.
- Feliz Navidad, Gina - le deseó. - Da recuerdos a tu madre de mi parte.
- Lo mismo digo. Feliz Navidad.
Después, las dos echaron a andar. Una caminó en una dirección y la otra en la contraria, y por un momento Emma tuvo la sensación de que la temperatura en Storybrook acababa de descender varios grados.
...
Habían pasado meses desde su regreso de Durness y muchas cosas habían cambiado desde entonces. Gold estaba muy complacido con su trabajo y las felicitó, aunque no hubieran conseguido la talla del zapato de Wood (Regina reportó que estaba convencida de que se trataba de un cuarenta y cuatro, pero fue incapaz de demostrarlo) y pronto se puso en marcha la campaña de promoción del nuevo libro.
En realidad, Wood era tan conocido que apenas hizo falta publicitarlo. Les bastó con un par de llamadas a los medios de comunicación, que enseguida se interesaron e hicieron cola para entrevistarle, así como a varios puntos de venta estratégicos en las librerías. Por lo demás, todo iba viento en popa. La primera edición estaba asegurada antes incluso de que el libro viera la luz y esto eran muy buenas noticias para Gold & White. Las ventas de esta obra suponían un porcentaje elevadísimo de los ingresos que percibiría la empresa aquel año.
Para sorpresa de Regina, el escritor no se había olvidado de sus promesas durante la fiesta y solo le puso una condición a Gold para dejar el contrato completamente blindado: tenía que ser Regina Mills quien se ocupara personalmente de la edición de esta obra. Al señor Gold esta petición no le cogió enteramente de sorpresa. Conocía la debilidad de Wood por las mujeres guapas, aunque estaba casi convencido de que sería Emma quien robaría el corazón del autor y Regina la que lo encandilaría con su intelecto. Al parecer, al escritor le gustaba todo lo que le ofrecía la morena, quería llevarse el paquete completo, aunque no fue por esto por lo que Gold decidió ascenderla a editora senior, sino por la capacidad que había demostrado.
A pesar de todo, Regina seguía teniendo una opinión tan mala sobre Lorena, otra historia, la nueva obra de Wood, que prefirió reservársela para los momentos de intimidad con sus amigos más cercanos.
La evolución de Emma fue un poco diferente. A las pocas semanas de su regreso, pidió un traslado a otro departamento de muchísimo menos prestigio. La gente no entendió aquella decisión tan repentina y la consideraron absurda. Emma era una de las mejores editoras de novela de su generación y ahora pretendía ocuparse de la publicación de obras menores, como manuales de jardinería y consejos para mantener tu ordenador libre de virus. Era de locos.
Todos sabían que a ella le encantaba su trabajo, la habían visto quedarse hasta altas horas de la madrugada en el despacho, con apenas un sándwich de atún y la débil luz de un flexo iluminando los manuscritos. Emma podía pasar la noche entera devorando páginas, haciendo anotaciones hasta que saliera el sol, con tal de no desperdiciar los cinco minutos que separaban la editorial de su casa. Los conserjes del edificio ya la conocían y a veces incluso le llevaban café o un aperitivo para matar la gula nocturna. Por eso nadie entendía que una persona tan volcada en su trabajo hubiera solicitado voluntariamente que la degradaran. Los rumores sobre las posibles causas empezaron a circular tan rápido como la pólvora y se barajaron opciones tan absurdas como que había insultado a Gold, o que aquella era su manera de protestar por el hecho de que hubieran puesto a Mills al frente de la última obra de Wood. Pero la realidad era que nadie conocía la respuesta.
Regina se enteró de su traslado dos días antes de que se hiciera efectivo, gracias a una conversación fortuita que escuchó en el ascensor entre un guarda de noche, que empezaba a esas horas su turno, y una de las limpiadoras, que lo acababa en ese preciso momento. La noticia la impactó tanto que no pudo evitar inmiscuirse en la conversación y preguntar por los detalles.
- No lo sabemos, no se lo ha dicho a nadie. Yo me enteré hoy porque se lo dijo al chico de mantenimiento - alegó la señora de la limpieza. - La luz de su nuevo despacho está fundida y quiere que se la arreglen.
- Pero tiene que haber otra explicación - protestó la morena. - Nova y yo trabajamos con ella, y es raro que no nos haya dicho nada.
El guarda de noche se encogió de hombros. Y lo mismo hizo la limpiadora, que insistieron en que aquello era todo lo que sabían.
Empezó así a preguntarse si su viaje no tendría parte de culpa en esta decisión, si a lo mejor Emma no había encajado bien que Wood la quisiera a ella como única editora. Pero nada de esto tenía sentido. Emma no era así, a ella le daba igual editar esta obra porque no tenía nada que demostrarle a Gold o a los accionistas. Sin embargo, la duda estaba ahí, y sentía una gran congoja cada vez que pensaba en ello.
A pesar de este cambio y de que ya no compartía oficina con Emma, se veían mucho, pero sus encuentros siempre resultaban incómodos. Coincidían en los pasillos, en el cuarto de baño o, peor, en el ascensor, entre decenas de personas que las estrujaban hasta que quedaban incómodamente pegadas una a la otra. A veces se encontraban en la sala del café y apenas intercambiaban un par de saludos cordiales, casi siempre propiciados por Graham, que solía entablar conversación con Emma. Había días en los que coincidían en la entrada de la editorial y entonces tenían que sortear entre risas nerviosas quién cruzaría primero la puerta ("Pasa tú", "No, tú"), y otras veces descubrían que eran, posiblemente, las únicas de la planta que se quedaban trabajando hasta altas horas de la madrugada. En esos momentos, se dedicaban una sonrisa cansada y sincera, porque ambas comprendían por lo que estaba pasando la otra. Pero eso era todo. Y a Regina le sabía a poco.
Durante esos meses había tenido demasiado tiempo para atar cabos. Todavía le fascinaba la idea de que Emma (Emma Swan, ¡por todos los santos!) pudiera sentirse atraída por las mujeres. Eso se lo hubiera esperado de cualquiera, pero no de ella. De Nova Shine, por ejemplo, habría sido mucho menos impactante. Al menos su compañera tenía el pelo muy corto, no era demasiado presumida y, en cierta manera, encajaba con el prototipo de lesbiana que Regina tenía en la cabeza. De Tink, su extravagante amiga, tampoco le hubiese extrañado. A fin de cuentas, una persona capaz de afirmar que los extraterrestres existen y de creer a pies juntillas que un OVNI había aterrizado en la azotea de sus vecinos, podía ser cualquier cosa. La veía muy capaz de ponerse a experimentar en un momento de inspiración celestial y descubrir que prefería a las mujeres por razones tan peregrinas como que su piel huele mejor que la de los hombres. Amanda era así de impredecible.
Julia, Ana… cualquiera encajaba más en el prototipo. Y, sin embargo, había tenido en sus manos la prueba indiscutible de que Emma tenía una relación con otra mujer. A menudo se preguntaba qué dirían en la editorial si lo descubrieran, aunque en Gold & White la homosexualidad no era ningún tabú. De todos era bien sabido que Gold hijo era más femenino que su hermana Mercedes. Los gays abundaban en el departamento de diseño y, que ella supiera, el departamento de Recursos Humanos no ponía impedimentos para contratar a alguien según su orientación sexual. Por eso le sorprendía tanto el secretismo de Emma. Después de todo, a lo mejor era cierto que en los últimos años se había convertido en una persona más discreta y recelosa de su intimidad, puesto que en sus años de colegio no lo había sido en absoluto.
Pero todo esto no justificaba la fascinación que había desarrollado Regina por el tema. Ella misma se daba cuenta que, desde que había descubierto las preferencias sexuales de Emma, ahora se sentía extrañamente atraída por los detalles de las relaciones homosexuales. Días atrás había visto uno de esos libros temáticos, a punto de editarse, y lo había metido disimuladamente en el bolso. A pesar de las protestas de Robin, no fue capaz de pegar ojo hasta que llegó a la última página. En una ocasión había entrado también en uno de esos chats que tan obscenos le habían parecido en el pasado. Allí charló un rato con Bollerita_Tierna, que resultó ser un hombre, pero que se mostró francamente amable el tiempo que fingió ser una chica.
Y luego estaba Emma, a la que seguía sin poder mirar a los ojos, en parte porque se sentía muy culpable de lo que había hecho, pero sobre todo porque ahora la veía con otros ojos. No podía evitar mirarla de una manera extraña, demasiado curiosa y vacilante. Era como si de repente su compañera de trabajo tuviera súper poderes, un magnetismo especial del que no podía escapar.
Para su desesperación, la curiosidad que sentía no decreció con el paso de los meses, en todo caso se fue intensificando. Si antes pensaba en ello, últimamente lo hacía con fruición, de una manera casi enfermiza. Regina esperaba que la distancia y el paso del tiempo la ayudaran a deshacerse de esta pequeña obsesión suya, pero, en lugar de eso, lo único que consiguió fue obsesionarse todavía más, hasta el punto de que sus reacciones empezaban a ser físicas. Ahora, cada vez que tenía a Emma enfrente, su corazón se aceleraba, su mente se quedaba en blanco, tenía la boca seca y sentía un sudor frío bajando por la espalda. ¡Estaba actuando como una colegiala!
Por las noches, antes de quedarse dormida, la mente de Regina volaba y empezaba a fantasear o a rememorar episodios de su estancia en Escocia. Los cambiaba y moldeaba a su gusto, y algunos días soñaba con ello. Cuando esto ocurría, se despertaba muy agitada, empapada en sudor, recordando las imágenes más tórridas e inquietantes de su sueño. A veces Robin se despertaba con ella, sobresaltado, y la abrazaba muy fuerte pensando que había tenido una terrible pesadilla. Entonces Regina se sentía todavía más culpable, porque cuando cerraba los ojos de nuevo lo hacía con la esperanza de volver a retomar el sueño donde lo había dejado.
Si quitársela de la cabeza suponía ya un verdadero problema, la morena tenía ahora uno mucho peor: Robin se estaba empezando a dar cuenta de que le ocurría algo extraño.
- ¿En qué estás pensando? - le dijo cierto día, nada más apagar la luz.
Robin se acodó en la cama y la miró. Su novia empezaba a preocuparle. Últimamente había estado demasiado ida. En Regina era normal estar distante, porque de por sí podía ser algo fría, pero en los últimos meses estaba tan poco cariñosa que ni siquiera hacían el amor los días que previamente habían fijado en el calendario. Eso nunca había pasado antes.
- En nada. ¿Por qué lo preguntas?
- No sé, estabas ausente. Estos días siempre estás ausente.
- Duérmete, anda. Mañana tienes un día muy largo. - Regina le dio un beso en la frente y se dio media vuelta. Se tapó con las mantas y se hizo un ovillo.
No podía decirle lo que pasaba porque ni ella misma lo sabía. Pero aquello estaba empezando a ser absurdo. Tenía el novio más maravilloso del mundo y ella solo podía pensar en fantasmas. Cerró los ojos y pensó que a lo mejor iba siendo hora de acudir a un psicoterapeuta. Quizá, después de todo, fantasear con compañeras de trabajo no era tan normal como decían algunos libros. Porque ¿y si no eran solamente fantasías?
...
Aquel día era viernes, por lo que algunos de los departamentos de la editorial tenían permiso para concluir la jornada más temprano. Emma pertenecía ahora a uno de esos departamentos. Pero tenían la edición de un manual entre manos y como las galeradas tenían que entrar en imprenta cuanto antes, no se podía permitir el lujo de trabajar menos horas. Por suerte, habían quedado todos en ir a celebrarlo al Rabbit Hole cuando acabaran.
Emma cruzó las puertas abatibles del local a las cinco de la tarde. Iba acompañada de dos compañeros de su departamento. Echó un vistazo al interior del bar, que estaba hasta la bandera, y a los pocos segundos escuchó una voz que le resultó familiar. Estaba tan cerca que, aunque hubiera querido, no habría sido capaz de ignorarla.
- Vaya, has venido - le dijo. - ¿Sabes qué día es hoy, Swan?
- Mmm… déjame adivinar: ¿El día en que te pierdes y te apartas de mi camino?
Killian Jones esbozó una sonrisa pícara y se mordió el labio inferior.
- Casi aciertas Amor. Es viernes, el segundo viernes de mes: te toca rechazarme.
- Vaya, te creía más listo. Pensaba que acababa de hacerlo. - Los compañeros de Emma rieron sinceramente su respuesta.
- ¡Vamos, Swan! Déjame que al menos hoy te invite a una copa. Solo hoy, como una excepción.
Valoró el riesgo y sus consecuencias, y pensó que era mínimo. Cuando quisiera, podría zafarse de él usando la excusa de que había dejado plantados a sus compañeros de trabajo y, de paso, conseguiría una copa gratis.
- Mm de acuerdo, pero una nada más.
- ¡Ha dicho que sí! - proclamó Jones a voz en grito y de manera teatral, alzando los brazos. - ¿Lo habéis oído todos? ¡EMMA SWAN ME HA DICHO QUE SÍ, ALABADO SEA DIOS!
Los empleados de la editorial que estaban allí reunidos levantaron su copa para brindar con él, pues todos estaban al corriente de lo insistente que podía llegar a ser con ese asunto de salir con Emma. Hasta el dueño del local, Jack, aplaudió al enterarse de la noticia.
Los vítores llamaron la atención de Regina, que estaba sentada en una de las mesas que ocupaban los editores de novelas. Ella no solía ir nunca al bar, pero su equipo acababa de tener una reunión con Wood para discutir unos cabos sueltos y le pareció que no le vendría mal sociabilizar. Dirigió la mirada hacia el lugar donde provenía el griterío y vio a Emma, sonriendo y bajando la mirada con vergüenza mientras Killian Jones ponía un brazo sobre su hombro. No cabía duda de que aquella situación la estaba incomodando.
- ¿Qué tomas? - le preguntó Jones, silbando para que Jack, el dueño del bar, se acercara a atenderles.
- Cerveza.
- Vamos, Swan, déjate de mariconadas. ¡Es viernes! Ponle un whisky, Jack.
Emma se volvió a reír pero no protestó. Jack no tardó en llegar con las bebidas. Las estaba sirviendo cuando advirtió algo a través del enorme espejo que había detrás de la barra: Regina estaba allí. Sus cejas se elevaron con sorpresa. Ella era la última persona que habría esperado encontrarse en un lugar como el Rabbit Hole.
- Por la chica más guapa de toda la editorial. - Le oyó decir a Jones, que alzó su copa para brindar. En realidad no le estaba prestando demasiada atención. - No, espera, por la chica más guapa de todas las editoriales de la ciudad, con permiso de la señora Gold, aunque ella no cuente porque ha pasado demasiadas veces por el quirófano.
Emma brindó con Jones, aunque lo hizo distraída porque estaba más atenta a los movimientos de Regina que a lo que el chico le estaba diciendo. Jones podía llegar a ser encantador, pero era una persona demasiado pagada de sí misma. Estaba bien para un polvo y poco más. Para un polvo salvaje, de una noche sudorosa en la que los cuerpos humedecidos resbalan aunque nunca llegan a despegarse. Pero Emma estaba cansada de aquello, ya había tenido demasiados polvos salvajes y todos tenían la misma consecuencia: se despertaba vacía al día siguiente. Por lo demás, la conversación de Jones se basaba en adular a la chica que tenía delante y en un monólogo del yo, yo, yo, que aburriría hasta al mismísimo Job, de paciencia infinita.
Aguantó unos cuantos minutos, todos los que Jones era aguantable sin sexo de por medio, y luego se disculpó muy correctamente explicándole que tenía que saludar a otras personas y dándole las gracias por la invitación.
- Ha sido agradable - admitió, - aunque tienes que prometerme que no te acostumbrarás a esto.
El comentario arrancó una sonrisa al muchacho.
- Prometido, pero seguiré intentando que salgas conmigo.
- Hecho.
Quizá fue el alcohol, que le cayó como una bala de cañón en el estómago vacío, pero el caso es que lo primero que hizo fue desobedecer todos los consejos que le había dado su amiga Ruby y caminó directamente hacia Emma. Tenía en mente la sana intención de desearle un feliz día, nada más, solo eso, y después se iría por donde había llegado. O eso pensaba ella.
- Hola. - No era un mal comienzo. Mejorable, pero correcto en cualquier caso.
Regina se sorprendió al darse la vuelta y ver a Emma. No esperaba que se dirigiera a ella, entre otras cosas porque desde que habían regresado de Durness no habían vuelto a hablar, salvo en ocasiones de extrema necesidad. Se habían estado evitando una a la otra durante meses y, sin embargo, allí estaban, un poco achispadas de más y mirándose a los ojos nuevamente. Regina sonrió con timidez y se levantó de la mesa para poder hablar a solas con ella. Se le notaba tan sorprendida que Emma sintió la necesidad de explicarse: - No hace falta que te levantes. En realidad solo quería desearte que pases un buen fin de semana.
- Feliz finde para ti también, Em —le dijo con un ligero tono de melancolía en la voz.
-Te… ¿te apetece una copa? - dijo de repente, sin darse cuenta de que ya no podía retirarlo. Le había salido sin querer, sin darse tiempo a pensarlo, aunque Regina parecía tan desconcertada que Emma estaba segura de que la respuesta iba a ser negativa. Pero se equivocó.
- Me encantaría, claro.
Y entre copa y copa se les pasaron los minutos, las horas en las que los clientes fueron entrando y saliendo del Rabbit Hole mientras ellas permanecían sentadas en el mismo sitio. Por un momento les dio la sensación de que nada había cambiado, de que estaban de vuelta en Durness, compartiendo una cerveza mientras vigilaban a August Wood o a alguno de sus empleados.
- Eres una gran… editora. - El alcohol parecía estar haciendo efecto en Regina, aunque Emma ya sabía cómo tratarla cuando se comportaba así. Lo único verdaderamente importante era impedir que se acercara a las vacas, se dijo a sí misma.
- Tú eres mejor - respondió la rubia con sinceridad.
- ¿Yo? ¿Tú sabes lo que estás diciendo? Te recuerdo que estuve hablando con una vaca, Emma, ¡con una vaca!
- Una vaca a la que le pusiste nombre.
- Exacto: Clorinda, la vaca amiga.
- Ese debería ser el próximo título de Wood: Clorinda, una nueva historia - propuso Emma, alzando su vaso.
- Brindo por ello. ¡Por Clorinda, una nueva historia!
- Y, por lo demás, ¿Qué tal estás? ¿Qué tal con Robin?
Por toda respuesta, Regina negó enérgicamente con la cabeza. Se daba cuenta de que cada vez estaba más borracha, pero le daba igual, estaba con Emma y ahora lo último que quería era recordar sus problemas con Robin.
- ¿Y eso? ¿Ha pasado algo?
- Mejor cambiemos de tema, es complicado. ¿Qué tal tú? ¿Alguien que te guste?
-Bueno, ya sabes… un ligue aquí, otro allá.
- Lo sé, Emma, no hace falta que finjas conmigo - afirmó con determinación, comprendiendo que quizá estaba un poco más bebida de lo que le gustaría estar.
- Ya, por eso en el cole te llamaban la "sabelotodo" - bromeó la rubia.
- No, Em. Me refiero a que lo sé.
- ¿Qué es lo que sabes?
Regina se inclinó hacia delante para acercarse más a ella. En ese momento era un caballo desbocado. Estaba a punto de hacerlo, estaba a punto de confesarle su pecado. Por fin se iba a librar del remordimiento. Se tapó la boca con la mano y le susurró al oído con entonación alcohólica: - Te gustan las mujeres.
Emma se quedó pálida y fría como el mármol. Aquello sí que no se lo esperaba. Tardó unos segundos en reaccionar.
- ¿Te leíste las cartas que había en el sobre?
- No todas las que me hubiese gustado leer ¡hip! - confesó Regina encogiéndose de hombros. Estaba siendo asquerosamente sincera. Sabía que tenía que cerrar la maldita bocaza, pero ya era demasiado tarde para hacerlo.
- ¡No me lo puedo creer!
- Tranquila, ¡no se lo voy a decir a nadie!
- ¿Decirles qué? - Emma estaba furiosa. Unos clientes se giraron con curiosidad. Por suerte, la gente de la editorial ya se había ido mucho antes.
Regina volvió a bajar la voz.
- Pues que te gustan las chicas… bueno, no todas, porque está claro que yo no te gusto: siempre te ibas cada vez que me duchaba.
- ¡Eres una cotilla insufrible Mills!
- ¿Yo? - A Regina se le bajó la borrachera. Le habían llamado muchas cosas en la vida, pero nunca jamás le habían llamado cotilla. - ¡Ja, tiene gracia que eso lo diga una calientacamas!
Llegados a este punto, la discusión alcanzó su punto más álgido. Las dos estaban tan enfadadas que parecían a punto de llegar a los puños. Los clientes del bar, sorprendidos por sus gritos, empezaron a estar más pendientes de la discusión que de sus consumiciones.
- Nada de peleas en el bar, chicas - intervino Jack, que por experiencia era capaz de oler a distancia el inicio de una buena gresca. - Si queréis pelear, salid a la calle.
- ¡Bien! - asintió Regina.
- ¡BIEN! - convino Emma.
Se dirigieron hacia la salida. Regina se desequilibró un poco al bajar del taburete en el que estaba sentada. Nunca en su vida se había peleado con nadie, pero a pesar de su nivel de alcohol en la sangre (o quizá por ello), parecía convencida de que podía lograr vencer a Emma en una pelea cuerpo a cuerpo.
Emma estaba tan furiosa que, nada más salir, miró en todas direcciones, sin duda buscando un buen sitio en el que batirse en duelo con ella. En la esquina del Rabbit Hole daba comienzo un callejón que la gente solía usar para asuntos escatológicos cada vez que bebía una copa de más. Emma puso dirección hacia allí con paso seguro y Regina la siguió haciendo eses. Algún cliente del bar intentó darles alcance para presenciar el duelo, pero se metieron tan rápido en el callejón que, cuando los curiosos salieron a la calle, ya no había ni rastro de ellas, así que entraron de nuevo en el bar, dando el asunto por concluido.
- ¿Quién empieza? - tronó Emma, apretando los puños y poniéndose en guardia, como si fuera una boxeadora.
- Tú.
- Bien. Acabemos lo que empezamos en el colegio.
Emma dio un paso atrás y dio un puñetazo en el aire que le hizo trastabillar. Regina entornó los ojos para intentar adivinar dónde iba a atacarla después, pero estaba tan borracha que no conseguía ver con nitidez los puños de Emma.
- ¡Espera! - pidió la morena.
- ¿Qué? - se detuvo Emma.
- Nada de golpes en la cara. Mañana tengo una comida familiar.
- Mmmm… Bien.
Emma se puso de nuevo en posición de ataque. Regina, en posición de defensa. Cuando estaba a punto de lanzar su segundo puñetazo, ella también recordó algo: - Ni en el cuello. Ayer pillé una contractura y todavía no se me ha curado…
- De acuerdo - asintió Regina. - Oh, espera. Y será mejor que no me golpees en el pecho tampoco: lo tengo muy sensible. Y ni se te ocurra darme patadas en la espinilla, ¿me oyes, Swan?
- Perfectamente. Eso nos deja: brazos, cadera, culo y pies. ¿Trato hecho?
Regina parecía estar de acuerdo.
- No, espera - dijo Emma - Tampoco me des en la rodilla izquierda. Tengo una lesión de cuando era pequeña y no está bien curada…
- ¿Qué tal si sólo nos damos pisotones y nos tiramos de los pelos como haría cualquier tía? —propuso Regina.
Emma pareció meditar la idea durante unos instantes.
- Bien. Me parece correcto. A lo mejor si te quedas calva, dejarás de hurgar en mis asuntos personales.
- ¡Ya te he dicho que fue sin querer!
- ¡Pero lo hiciste! ¡Has violado mi intimidad!
- Bueno, tu intimidad, ya ves tú, como si fuera tan escandaloso que te gusten las mujeres. Deberías centrarte en otras cosas, Emma.
- ¿Cómo qué?
- Pues, por ejemplo, no ir por la vida coqueteando con compañeras de trabajo.
- ¡Yo no estaba coqueteando contigo! El día que coquetee contigo, créeme, Regina: te enterarás.
- ¿Ah, sí?
- ¡Sí! - respondió Emma. Estaba tan furiosa que inconscientemente había caminado un par de pasos y ahora se encontraba a escasos centímetros de la morena.
- Pues… - lo meditó unos segundos -… Demuéstramelo - la retó Regina, poniendo los brazos en jarra.
Esto desconcertó un poco a Emma, que lo último que esperaba era que la morena le retara a hacer una cosa semejante.
- Estarás de broma…
- No, estoy muy en serio - le aseguró Regina - Quiero que me lo demuestres. Quiero saber qué se siente cuando la increíble Emma Swan coquetea contigo. Vamos, hazlo.
- ¡Ja! - se mofó, señalándola con el dedo porque en realidad no sabía qué contestar a eso - Lo que te pasa a ti es que… es que…
- ¿Es qué, Emma? - se envalentonó Regina. Fruto del alcohol o no, en ese momento le estaba brotando toda la valentía que debería haber tenido hace meses. Se sentía lúcida e invencible - Vamos, acabemos con esto, sincerémonos de una vez. ¿Qué pasó en Escocia?
- No sé de qué me estás hablando. - Emma bajó la mirada.
- Sí lo sabes, y yo también. Así que es una estupidez seguir negándolo. Acabemos con esto aquí y ahora. Repite lo que has dicho antes, por favor.
Emma no sabía por qué, pero de repente el tono de voz de Regina había cambiado, se había vuelto dulce.
- ¿El qué, exactamente? - Le había dicho muchas cosas. Cosas de las que seguramente se arrepentiría más tarde.
- Eso de "lo que te pasa a ti"…
Emma no comprendía a dónde quería llegar con aquello, pero aun así carraspeó y dijo: - "Lo que te pasa a ti es que..."
Regina comenzó a acercarse lentamente a ella, hasta que se quedó a diez centímetros de su nariz. Estaban prácticamente de la misma estatura, así que no le costó mucho esfuerzo mirarla fijamente a los ojos antes de cogerle la mano, suspirar profundamente y continuar la frase donde Emma la había dejado: - Lo que me pasa a mí, Em, es que eres absurda, egoísta, chula, prepotente e incluso superficial. Te crees el ombligo del mundo y estás tan malacostumbrada a ser el centro de atención que piensas que el resto hemos nacido para servirte. Y te juro que eso me enfurece tanto como me enternece. Llevas la falda demasiado corta o el pantalón demasiado tallado y en ocasiones te vistes como un zorrón. Pero cuando lo haces no puedo dejar de mirarte. La mayor parte del día me pones de los nervios y el resto de las veces tengo ganas de abofetearte con todas mis fuerzas, pero te aseguro que es muchísimo más insoportable tener que vivir constantemente pensando dónde estarás, con quién o por qué hoy no me has saludado. Porque, por alguna extraña razón que todavía desconozco, lo cierto es que no he dejado de pensar en ti en todo este tiempo. Y eso lo odio, Emma, odio tanto sentirme así como te odio a ti. - Se detuvo un momento para tomar aire. Estaba hablando muy rápido. - Eso es lo que me pasa a mí…
A Emma casi se le descuelga la mandíbula. Permaneció unos minutos en silencio, sin saber bien qué decir, pero, como venía siendo habitual, tampoco ella se quedó callada: -Oh, bien. Hablemos ahora de ti, Regina, la perfecta sabelotodo. Te has pasado tantos años con la nariz pegada a los libros que pareces haber olvidado cómo se comportan las personas normales en la vida real. No distinguirías la indiferencia del enamoramiento aunque te apuntaras a un cursillo avanzado para hacerlo. Me pasé todo el viaje a Escocia huyendo de ti porque me estaba enamorando de ti, pero lo único que has hecho es ofenderte por ello y meter la nariz en mi vida sin mí consentimiento. Eres obstinada, histérica y ¿qué hay de esos pelos? ¡En serio! ¿Por qué te empeñas en torturarnos a todos con ellos? Eso es lo único imperfecto en Regina Mills, la perfecta novia, editora, amiga y ama de casa. Por lo demás, estás tan obsesionada con la perfección absoluta que todos tenemos miedo de acercarnos a ti por si no damos la talla, por si no estamos a la altura de la perfecta Regina Mills. Y eso también me incluye a mí, ¡maldita seas!
- Bien, me alegro de que estemos de acuerdo en que no nos soportamos - afirmó Regina, todavía con la respiración entrecortada.
- Yo también me alegro.
- ¿Vas a besarme ya?
- Por supuesto.
Emma agarró a Regina con fuerza, la atrajo hacia ella y la besó. En la boca, atrapando los labios, en el cuello, en las mejillas, en la piel que lleva hasta la barbilla. La besó furiosa y suavemente, como lo harían dos animales y como lo harían dos chicas. Se besaron con la boca partida, buscando sus lenguas y encontrándolas. Con la respiración entrecortada. Con preguntas que se hacían cada vez que buscaban una nueva bocanada de aire.
- ¿Todavía la quieres?
- Cortamos hace meses.
- ¿La dejaste tú?
Emma asintió. - En Boston.
Se siguieron besando, en la sombra, en el callejón donde nadie podía verlas. Caminaron a trompicones hasta la pared sin separarse, hasta que Regina quedó totalmente empotrada.
- ¿Y Robin?
- No sabe nada.
- ¿Se lo dirás?
- Si me sigues besando así, sí.
Regina metió la mano dentro del suéter de Emma y deslizó los dedos sobre la suave piel del final de su espalda. Su respiración se agitó. Era suave y caliente, tal y como la había imaginado cada vez que había pensado en tocarla, cada noche de los últimos meses, antes de quedarse dormida. Emma enredó sus manos en el cabello oscuro de Regina y sonrió dentro del beso. Estaba igual de enmarañado que en sus sueños, pelos más tiesos que un alambre, y sus dedos se quedaron atrapados en aquella melena leonina que siempre le había parecido rematadamente sexy. Notaba, no obstante, una ola de calor creciendo en su interior y sabía que si no frenaba sus besos a tiempo, le sería imposible despegarse de Regina. Querría más. Mucho más. Lo querría todo de ella.
Por suerte, en ese preciso momento un gato maulló y les pareció notar la presencia de alguien al comienzo del callejón. Eso les hizo separarse rápidamente, intentando dominar sus respiraciones entrecortadas. Un huracán parecía haber arrasado la melena de Regina.
- ¿Hay alguien ahí? - Las pupilas de Emma se contrajeron intentando acostumbrarse a la luz de la farola que iluminaba el callejón. Le pareció haber visto a alguien, pero ahora la entrada estaba desierta.
- Ha sido solo el gato - la tranquilizó Regina, apretando su mano.
Durante un instante se quedaron mirándose una a la otra, pupila con pupila. Les parecía increíble lo que acababa de ocurrir entre ellas. Regina se ruborizó visiblemente, aunque dio gracias por los claroscuros del callejón, que disimulaban un poco el rubor de sus mejillas.
- Será mejor que nos vayamos. Robin me estará esperando.
Emma, que estaba avergonzada igual que ella, miró el suelo y asintió quedamente.
- Ve tú primero, no vaya a ser que nos vean salir juntas en este estado - propuso, señalándose la camisa, que tenía casi todos los botones abiertos.
Regina se despidió de ella. Estuvo tentada de darle un último beso, pero al final hizo el ademán y se acobardó en el último momento. En su lugar, le dio un beso en la mejilla. Acto seguido caminó hacia la salida del callejón. Emma se quedó observándola, hasta que su figura se perdió completamente entre el gentío de la calle.
