EPÍLOGO 2.
Estábamos cazando con un espíritu maligno que moraba por los bosques cuando nos encontramos con él.
Era pequeño, prácticamente un niño, pero tenía la valentía de un bravo guerrero. Era charlatán y un pelín molesto. Y tenía una divertida inclinación por las bromas, sobre todo las dedicadas a InuYasha.
Me tuvo ganada desde el primer segundo.
—¡Idiota, yo me estaba encargando de él!— gritó encarándose a InuYasha, quién le miró con una ceja alzada. La postura del medio demonio decía claramente: te estoy escuchando pero no molestes mucho, niño.
—Bah, enano. Deberías agradecerme haberte salvado.
Sus mejillas se volvieron del color del fuego y lo vi apretar los puños a ambos lados.
—¡Pero serás prepotente!— insistió, dando un paso (un pasito, más bien, puesto que sus patitas apenas acortaron distancia)— ¡Te vas a enterar! ¡Acabaré contigo!— y se tiró hacia él para golpearle.
—¿Deberíamos hacer algo?— inquirí a Sango, quién estaba junto a mi y acompañada de Miroku, los tres observando un poco sorprendidos la pugna que había comenzado frente a nuestras narices.
—InuYasha no le haría daño.
—Si lo digo por el niño, no por él.
—¡Te he oído Kagome!— gritó InuYasha, fulminándome con la mirada por un momento antes de volver a prestar atención al demonio-niño. Este había saltado hacia atrás, poniendo distancia entre ellos, y había conjurado una enorme peonza, que avanzada imparable en dirección a InuYasha.
—El pequeño parece estar divirtiéndose— sonrió Sango.
—Si no supongo mal, se trata de un pequeño kitsune— nos informó Miroku, observando con interés al pequeño contrincante—. Según tengo entendido, estos tienen la costumbre de formarse y madurar con los de su grupo, en grandes escuelas. También hacen viajes en solitario como parte de su aprendizaje desde muy temprana edad.
—Vaya, que curioso— miré con atención al pequeño bravucón, pues nunca había conocido a nadie de su especie, a pesar de que InuYasha y yo llevábamos ya varios meses recorriendo distintas aldeas en compañía de Sango y Miroku.
InuYasha y su contrincante estuvieron un rato peleando entre sí; y tuve que reconocer que el niño era muy ágil de mente y de cuerpo. A pesar de su corta edad y su aparente inferioridad física, supo manejar a InuYasha a través de distintos trucos de ilusión, menteniéndolo entretenido y enfocado en la lucha. InuYasha no lo reconocería jamás, lo sabía, pero se lo estaba pasando en grande luchando contra él.
—¡Oye, chicos!— les grité tiempo después, acercándome lo justo para que me oyeran entre sus gritos y provocaciones pero no me alcanzase ningún golpe— ¿Habéis terminado? ¡La comida está hecha!— señalé con un gesto vago a mi espalda, donde Sango y Miroku descansaban alrededor de una fogata y la presa que había ido Sango a cazar hace un momento.
El kitsune detuvo su ataque repentinamente (¿un aluvión de castañas lloronas que intentaban sepultar a InuYasha?) y se quedó mirando la comida con interés. Parecía tener hambre, mucha hambre. Pobrecito, seguramente no tendría apenas que llevarse a la boca, yendo solo por los caminos...
Pasando olímpicamente de InuYasha, se acercó a mi con una sonrisa de par en par.
—¡Hola, soy Shippo!
Un murmullo de ternura pugnó por escapar de mis labios. Awww, ¡pero qué ser más mono! Con esos enormes y brillantes ojos verdes; sus mejillas regordetas y sonrosadas por el esfuerzos; sus lindas patitas de animal y su esponjosa cola ondeándose tras él... Lo único que quería era cogerlo en brazos, abrazarlo con todas mis ganas y no soltarlo jamás.
—Encantada, Shippo, yo soy Kagome— le sonreí, agachándome para quedar a su altura.
—¡¿En serio piensas darle de comer?! ¡¿Después de lo que me ha estado haciendo?!— exclamó InuYasha indignado.
—¡Acabo de conocerla y ya le caigo mejor que tú, reconócelo, estúpido perro!— Shippo le sacó la lengua, mirándole por encima del hombro.
Tuve que contener una sonrisa después de que esta empezar a florecer en mi rostro e InuYasha me lanzase una mirada de traición.
—Vamos, vamos, no azuzes más el fuego, bribón— señalé otra vez a mi espalda— Ven, siéntate con nosotros y come algo.
—¡Sí! ¡Muchas gracias! ¡Sois geniales!— exclamó, brincando para llegar junto a Sango y Miroku; rápidamente empezó una conversación ellos.
Yo me quedé dónde estaba, esperando a que InuYasha se acercara con la expresión más tosca e indignada que jamás le había visto. Casi parecía que se había enterado de que en en mis ratos libres me dedicaba a cortarle el cabello sin que se diera cuenta, dejándole trasquilones por todos lados.
—Venga, no pongas esa cara— extendí la mano hacia él, quién gruñó y se dedicó a mirarla fijamente. Puse los ojos en blanco, una sonrisa bailando en mis labios— De verdad, no sé quién es más niño, si él o tú. Te provoca porque sabe que vas a caer en ello fácilmente; si pasaras de él, ya verás como se portaría.
—Ese niñato necesita aprender la lección de respetar a sus mayores— hundió más su entrecejo.
—Venga, anda, no seas más huraño— acorté la distancia que nos separaba y le abracé, metiendo mis brazos bajo los suyos para rodearle el pecho.
InuYasha profirió un gruñido bajo, pero no dudó en poner sus brazos en mi cintura y atraerme hacia él. Con una sonrisa más grande, apoyé mi cabeza en el hueco de su cuello, regodeándome en su maravilloso efluvio que tanto me gustaba.
—Se va a enterar...
—Pues a mi me ha caído bien— incliné la cabeza hacia atrás para que nuestros ojos se encontraran.
Rápidamente buscó mi mirada y lo captó al vuelo.
—Kagome, no.
Fruncí mi labio inferior en una mueca triste.
—Pero InuYasha...
—No, no, no— sacudió enérgicamente la cabeza.
En uno de nuestros viajes, nos encontramos un perrito abandonado y yo me opuse totalmente a que lo dejáramos a su suerte; estaba desnutrido y sucio, y me daba muchísima pena y ternura. Si no fuera porque conseguimos encontrarle un hogar en la aldea vecina, habría conseguido la aceptación del grupo para que se uniera a nosotros, a pesar de las continuas protestas de InuYasha.
—Kagome, maldita sea, ya me haces cargar con Sango y Miroku— fulminó con la mirada a los mencionados por encima de mi hombro— e intentaste añadir a un perro. No quiero aguantar a un niño ahora.
InuYasha sonaba molesto porque había vivido toda su vida sin nadie a su lado. Porque no había conocido lo que era el cariño, la confianza y el apoyo de otros hasta que se cruzó con Sango y Miroku, o hasta que nos encontramos (¿u obligaron a encontrarnos?). Y aunque aceptaba mi compañía con facilidad, e incluso la deseaba, todavía le costaba abrirse a otros y mostrarse tal cual era. Decía estar molestos por sugerirle que debíamos viajar con Sango y Miroku, pero en ningún momento me pidió que nos fuéramos por nuestra cuenta; decía no preocuparse por nadie salvo por mi, pero no dudaba en enfrentarse a cualquier demonio o persona que se pusiera en nuestro camino; decía no querer aguantar a nadie, pero era el primero en ir a cazar, buscar refugio o agua potable porque nuestros débiles cuerpos humanos eran frágiles y enclenques.
InuYasha decía muchas cosas, se comportaba de una manera bastante hosca e impenetrable, pero en el fondo sabía que se sentía a gusto y feliz de la compañía, de la pequeña y variopinta familia que habíamos creado.
—De todas formas, no tiene por qué ser así— intenté zanjar la discusión, puesto que sabía que no llegaríamos a ningún lado—. Yo no he dicho nada. Quizá Shippo está de paso, de regreso a su hogar.
InuYasha arqueó una ceja en mi dirección como gesto de duda.
—Kagome, ¡ven o se enfriará la carne! ¡Venga, InuYasha!— nos llamó Miroku.
Conteniendo una sonrisa, sostuve su mentón y lo hice inclinarse hacia abajo mientras que me ponía de puntillas para que nuestros labios se encontrasen a medio camino. Mi cuerpo se estremeció como cada vez que nos besábamos, y sentí como a él le pasaba lo mismo.
Después de separarnos, entrelacé nuestras manos y lo insté a acercarse a la hoguera.
—Kagome, mira qué coincidencia, hablando con Shippo hemos descubierto que vamos a la misma zona— me sonrió Sango— Tal vez...
Las palabras de la exterminadora quedaron ahogados por un gruñido de protesta por parte de InuYasha, quién echó la cabeza hacia atrás con los ojos en blanco.
Con una risa, lo obligué a sentarse a mi lado alrededor de la hoguera y miré a mi otro costado, donde estaba sentado Shippo, con un trozo de carne a medio comer, mirándome con los ojos más bonito que había visto nunca (a excepción de los dos soles que tenía mi medio demonio, por supuesto).
—Espero que no os importe— murmuró humildemente.
—Para nada, Shippo. Bienvenido a bordo— le sonreí ampliamente, guiñándole un ojo.
Él me correspondió la sonrisa con una curvatura de lo más dulce, y entonces desvió su atención hacia InuYasha, quién ya lo estaba mirando con el rostro crispado y una mueca en sus labios. Un brillo travieso cruzó la expresión del niño.
—Y tú, medio demonio, cuando quieras puedes pedirme la revancha. Estoy preparado para ganarte otra vez.
InuYasha inevitablemente saltó.
—¡Cómo que revancha, si te estaba ganando yo, maldito enan-
Empecé a comer con los gritos de estos dos de fondo.
Ah, no había nada como los amigos y la familia, suspiré con felicidad y diversión en mi mente. Definitivamente, no cambiaría mi vida por nada del mundo.
·
·
Palabras: 1608
Y... este sí que sí es el final. ¿Que creíais que sería? ¡Cómo podría olvidarme de nuestro adorable kitsune! La familia debe estar completa para que yo sea feliz y me sienta satisfecha con mi trabajo.
En fin, espero que os haya gustado la historia y muchísimas gracias a todos los que os habéis tomado la molestia de llegar hasta aquí. La historia está dedicada a vosotros.
