Aclaraciones:
- Aquí no existe el Banana Fish (la droga).
- Griffin sí fue a combatir a Iraq (versión del anime), pero no fue drogado. Ya verán la resolución que le doy.
- Hay alusión a otros animes y personajes, pero estos nunca participan activamente en la historia. Por lo tanto, no es crossover.
- Deben asumir que se está hablando en inglés a menos que se especifique lo contrario.
¡HOLA MUNDO! Tengo ya siete años sin publicar ningún fic. La vida me dio golpes muy duros, luego inicié mi etapa de estudiante universitaria y no podía dejar de concentrarme en todo lo que necesitaba para mi currículo. Actualmente me está valiendo madre (literal), así que decidí despejarme de esta estresante vida dedicándoles unas palabras a mis muchachos favoritos.
Con esta breve introducción, espero que les guste lo que van a leer. Cualquier duda, sugerencia, felicitación o tomatazo pueden remitirse a los comentarios o buscarme en mis redes sociales (medicenlidia). Siempre respondo.
Aspiró profundamente. Miró con fijeza su objetivo, tan lejano, tan alto. Su corazón martilleaba cada vez más fuerte contra su pecho. Intentó serenarse, aunque en vano.
Comenzó a correr, poniendo casi metro y medio entre paso y paso. Rápido, audaz, se olvidó de su corazón cuando el cuerpo entero le comenzó a hormiguear. Encajó la pértiga en el cajón. Sus piernas se elevaron primero, luego él estuvo de cabeza en el aire, sostenido a la garrocha. Inmediatamente, su cuerpo pasó por encima del listón.
Sonrió.
Lo había logrado. Eiji estaba seguro de haberlo logrado.
Unos segundos después, el listón cayó a su lado.
—Intento nulo. Okumura-senshu cuenta todavía con dos intentos más. Veamos cómo lo hace.
El ruido ensordecedor del público golpeó los oídos de Eiji. Se sintió enfermo. Estaba seguro de que vomitaría.
Miró por un instante a los flashes. Ibe-san, su fanático fotógrafo, estaba entre los reporteros mirándole con bastante nerviosismo. Eiji se sintió más presionado al verlo.
No quería defraudarlo, ni a él ni a nadie. No podía.
Volvió a su posición. Revisó la altura. Después revisó la pértiga de fibra de vidrio y carbono. Sus ropas estaban limpias y bien puestas, su cabello no le estorbaba pues era corto, y no parecía tener ninguna lesión. Físicamente, se sentía bien. Aunque no podía hablar por su inusitada arritmia.
Volvió a correr. Volvió a encajar la pértiga, a elevarse, lo hizo bien. Fue perfecto. O al menos eso le había parecido al público. La realidad fue distinta.
—Desplazamiento de la mano inferior, intento nulo. Okumura-senshu está dejando mucho que desear este día. Sabemos que la presión es grande para el candidato a los Olímpicos.
—Así es. Okumura-senshu deberá mostrar de lo que está hecho si quiere representar al país en los próximos Olímpicos de Tokio 2021.
—Okumura-senshu se prepara para su último intento. Su futuro será definido con este salto. Si no logra superar el obstáculo, Okumura-senshu podría perder su posición.
En la tercera oportunidad, Eiji ni siquiera pudo alcanzar el listón. Simplemente pasó por debajo y cayó, desesperanzado, asustado y triste.
El prometedor atleta que representaría a Japón en los Juegos Olímpicos, Eiji Okumura, fue descalificado de la competencia ese fatídico día.
…
—Sólo tiene diecinueve años, amor, se repondrá —aseguró la madre de Eiji, acariciando el hombro cansado de su esposo.
Este tomaba una lata de cerveza en silencio, escuchando a su mujer, pero también a las noticias. Okumura-senshu por aquí, Okumura-senshu por allá. Todo mundo cubría la maldita nota; todos eran como chacales dándose un festín con el cadáver de su hijo.
Sus voces, las de los reporteros y la de la madre, se elevaban lenta pero ominosamente a través de las escaleras y el pasillo. Sus palabras llegaron hasta los oídos de Eiji. Es una lástima, una pena, debió esforzarse más, está claro que no todos tienen las habilidades, sólo tiene diecinueve años. Se repondrá.
—¡No era sólo mi carrera! ¡Era mi vida!
Sus gritos acallaron los intentos de su madre de llevar a buen término el asunto. Estaban tratándolo como un niño que pierde un juguete. Sólo es un juguete, ya se le pasará. ¿Qué importa? ¡Sólo es un tropiezo en la vida!
Eiji estaba cansado de aquello. Estaba cansado de que siempre lo trataran como un niño, como si no supiera lo que quería. Él sólo quería ser bueno en algo. Si no podía llevar a buen puerto su carrera, la que ni siquiera había arrancado, ¿qué podía esperar del resto de los ámbitos en su vida? ¿Sería correcto rendirse, buscar un trabajo de dependiente en alguna tiendita porque no tenía estudios universitarios, casarse con alguna chica (que no lograba visualizar) y tener un montón de chiquillos igual de fracasados que su padre? ¿De verdad eso era lo que sus padres esperaban de él? ¿Tan poca fe le tenían?
Algo se deslizó debajo de su puerta, a través de la rendija. Luego de unos minutos, Eiji se acercó a la puerta y vio que se trataba de una nota. Eiji reconoció la letra de su hermana. Decía:
"Ni la vida, ni en la muerte, ni el Estado, ni en los padres,
pero dónde estoy yo, tú también estás conmigo.
Vivo contigo en esta felicidad."
¿Recuerdas este poema? Me lo recitaste cuando estaba furiosa con papá luego de que me dijera que está bien si no consigo casarme en el futuro, como si eso fuera lo más importante para mí. Eiji, si tu felicidad no está aquí conmigo, con nosotros, ¿qué esperar para ir a buscarla? En el pasillo te dejé un regalo. Espero que te ayude a pensar las cosas. -Tu hermana, quien te quiere de aquí al cielo.
Eiji abrió la puerta. Había una caja de omamori y dentro de ella tres amuletos: uno blanco, uno azul y uno rojo. El primer omamori era de un blanco prístino, tenía bordados cerditos y aves y una frase que pedía por la felicidad de su dueño. El segundo omamori era azul rey con un cordel blanco; en el centro tenía bordada una montaña, rodeada por un cordón ceremonial que iba hacia la derecha. El último de los omamori era rojo, tenía bordada una montaña más pequeña que la del omamori azul, además de un cordón ceremonial que rodeaba a la pequeña montaña e iba hacia la izquierda, para encontrarse con el cordón de la montaña grande. Estos dos omamori, el azul y el rojo, eran los que las parejas conseguían para desearse buena fortuna en el amor.
Con el regalo en la mano, Eiji volvió a cerrar la puerta de su cuarto y se quedó ahí, pensando en la nota de su hermana. Si tu felicidad no está con nosotros decía, pero ¿qué se supone que era la felicidad? ¿No era la sorpresiva y bienvenida descarga eléctrica que lo recorría cada vez que se elevaba por el aire, impulsado sólo por su cuerpo y la pértiga? ¿Se suponía que debía encontrar a una buena muchacha y esperar a encontrar la felicidad con ella?
Pero a Eiji sólo le importaba el deporte. En el pasado había rechazado a muchas chicas decentes sólo para seguir entrenando un poco más. Su alma era la de un atleta, ¿cómo podría enamorarse de alguien cuando todo lo que necesitaba para sentirse satisfecho era correr y saltar?
Su hermana estaba loca.
No obstante, ¿qué tal si era él quien se estaba negando a algo que podría hacerle bien?
Alguien tocó a la puerta. Luego, Eiji escuchó la voz de su padre—: Esto no es más que un tropiezo, Eiji. Puedes demostrar de qué estás hecho en París 2024. Mañana será un nuevo día.
Eiji ya no quería demostrar nada. Estaba claro que su camino no era el de un atleta. Había tenido un año extra para postularse para los Olímpicos debido a la pandemia global que había azotado al mundo, y ni con eso lo había logrado. Ahora, en lugar de cuatro años de clasificaciones tendría sólo tres, ¿y su padre seguía esperando que Eiji recuperara el ritmo?
Imposible. Los Olímpicos no esperaban a los fracasados como él.
Durante la madrugada, Eiji evitó las redes sociales y las noticias, pero encontró en su celular el e-mail de un gran amigo llamado Katsuki que había hecho durante las nacionales del año pasado. Aunque no competían en el mismo rubro y tal vez esta era la razón más poderosa de que se llevaran tan bien, a Eiji se le había acabado la cinta adhesiva en un momento crítico y Katsuki-san se había acercado de inmediato para ayudarlo. Más tarde intercambiaron información de contacto, así es que desde entonces mantenían una relación de cordial amistad.
Katsuki contaba sus aventuras y desventuras con su entrenador y sus rivales en las competencias, ajeno al drama nacional que los noticieros estaban haciendo con la descalificación de Eiji. Por último, le recomendaba: "Un cambio de aires te hará mucho bien, Okumura-san. Si descansas lejos de la vida pública por un tiempo, podrías resolver tus conflictos". La realidad era que nadie era mejor que Katsuki para recomendarle aquello a Eiji.
Durante 2016 había sufrido para ser clasificado en el Grand Prix y aunque era uno de los mejores patinadores clasificados por la Federación Japonesa de Patinaje, Katsuki sufrió una terrible humillación al quedar en sexto lugar en su primer intento. Además, era cuatro años mayor que Eiji cuando aquello pasó. Si Katsuki había logrado reponerse y vencer…
Ahora estaba seguro. Muy seguro. Eiji empacó todo lo que fue capaz de meter en una mochila y una maleta y guardó cuidadosamente los omamori que su hermana le regaló. Escribió una nota a las prisas y abrió la puerta de su habitación. En ese momento se dio cuenta de que su madre lloraría y se aferraría a él si lo viera salir corriendo por la puerta de la casa. Cerró lentamente la puerta una vez más. Un solitario rayo de sol se coló por la ventana. Estaba a punto de amanecer.
Sin pensarlo demasiado, Eiji abrió su ventana, se colgó la mochila y levantó sobre sus hombros la pesada maleta. Tomó impulso, respiró profundamente tres veces, corrió, puso ambos pies sobre el alféizar y saltó. Aterrizó sobre la barda de su casa, luego sobre la calle y cuando estuvo con los dos pies sobre el pavimento se puso rápidamente unos lentes de sol y una gorra y comenzó a correr con el equipaje a cuestas.
Todo sería perfecto mientras nadie lo reconociera andando por la calle. Tan pronto como salió de su distrito las cosas fueron más sencillas. Para no llamar la atención dejó de correr, recuperó el aliento y se limpió el sudor de la cara y el cuello. Tomó un taxi y le indicó que lo llevara hacia el aeropuerto.
Cuando llegó se fijó en el tablero de destinos. El más lejano, el que se hiciera dentro de media hora, o antes, para que Eiji no se arrepintiera y regresara con la cola entre las patas. ¿Cuál? ¿Cuál? Vio un ominoso "NYC 7:00 HRS" en el tablero. Era ése, Eiji estaba seguro. Corrió a comprar el boleto, lo pagó y luego corrió una vez más hasta la terminal para que su equipaje fuera revisado y él pudiera ingresar cuanto antes al avión que estaba a punto de despegar.
Corrió de aquí para allá, que el equipaje, que el boleto, que los papeles. A las 6:59 de la mañana Eiji estaba en su asiento, falto de aire, pero contento. Unos segundos después cerraron las compuertas, los pasajeros y los tripulantes se prepararon y el avión con destino a Nueva York despegó a las siete de la mañana.
