Disclaimer: InuYasha pertenece a Rumiko Takahashi. Yo sólo estoy jugando con los personajes.

Notas: Divergencia de canon hacia el final de la serie. Naraku vive. Kagura vive. Kanna vive. Byakuya vive. Aunque la perla de Shikon obviamente no. Sólo apaga tu cerebro y sígueme la corriente ;)


•Los demonios albinos•

Ella frunce el ceño. Siente un cosquilleo en la nunca. Sabe cuándo los ojos la miran. La han estado observando desde que llegó. Sólo viendo. Kagura no puede decir cuál es su intención.

Su mirada recorre lentamente el bosque. No huele a humano por ningún lado, sólo ha... hierbas. No las hierbas del bosque, sino... distintas. No las que crecen en este sitio, al menos.

Por una fracción de segundo, ve lo que parece una pequeña figura de sombras, tenues y oscuras, con tres grandes ojos rojos en cada lado del rostro, que miran con atención.

Un enemigo, sin duda.

(¿Ojos rojos?).

Y luego, picos de hielo gigantes salen disparados del suelo, elevándose con una velocidad feroz en una carrera hacia Kagura.

Su corazón salta de su garganta por un momento, tomada por sorpresa. Se aparta del camino de los picos helados con facilidad, pero su corazón todavía late con fuerza en su pecho.

El instinto natural de la lucha la hace actuar. Corre hacia adelante, con los pies fuera del suelo y el aire zumbando junto a sus oídos. Envía una ráfaga de viento contra un pico helado cuando otro se eleva de la maleza del bosque. Se agrieta y se astilla con facilidad (demasiada facilidad), y las cuchillas de su abanico dejan varias zanjas donde había estado la sombra.

Sabe que ha estado allí momentos antes, pero ahora sólo las marcas de su ataque en la tierra la miran fijamente, fríos fragmentos azules esparcidos por las grietas.

Humph.

—¿Que... ?

Expande sus sentidos una vez más, preguntándose si la sombra se ha vuelto invisible o si realmente se ha desvanecido. (O, tal vez, nunca ha sido tangible en primer lugar).

Pero antes de que pueda mirar a su alrededor, algo afilado y puntiagudo muerde su pantorrilla con mucha fuerza.

Un gruñido bajo la saluda, tirando de sus músculos desagradablemente. Unos feroces ojos rojos la miran desde un diminuto rostro blanco como la porcelana y pequeñas garras que envuelven su extremidad. La situación se pone realmente dolorosa cuando siente que su piel se quema.

No veneno, sino fuego.

Está bien, eso es suficiente, piensa Kagura, furiosa. Es hora de mostrarle a este mocoso quién manda.

Sin el mejor esfuerzo, rodea el cuello del pequeño demonio con una mano, separándolo de su pierna de un tirón, sin importarle si las heridas se abren aún más (qué suerte que no sea veneno), elevándolo en el aire y apretando, apretando, sintiendo complacida cómo el suministro de aire del mocoso empieza a cortarse,

No avanza más allá de eso antes de que un familiar escalofrío le recorra la espalda. Su corazón late con fuerza nuevamente, pero sus instintos están más domesticados esta vez. Suelta bruscamente al pequeño demonio y salta hacia adelante, esquivando, cuando esos picos de hielo vuelven a rozarla ligeramente.

—¡Malditos... !

Es cortada abruptamente cuando un pico de hielo le roza una mejilla, cortando suavemente su piel.

—¡Y tú! —espeta mientras localiza al culpable en medio del hielo azul. Ha corrido hacia el otro lado, mirándola fijamente con ojos rojos muy infernales—. ¡No sabes con quién te estás metiendo! ¡Si no quieres morir, deberías detenerse ahora!

El demonio albino gruñe y resopla, enseñando los dientes amenazadoramente mientras se para protectoramente junto a su gemelo. El otro niño parpadea hacia ella, aparentemente no tan vengativo como su homólogo, pero igual de desconfiado.

(Después de que casi lo matara, Kagura se pregunta si el niño es estúpido).

Kagura respira hondo, esperando que el último dolor se calme. Trata de descifrar esto en su mente. Dos demonios albinos de ojos rojos aparecieron de la nada (o puede que ella se metiera en su territorio sin darse cuenta, que es lo más probable). Uno puede disparar fuego y el otro tiene poderes de hielo. Ciertamente no son yokais comunes, menos con esos ojos. Pero, ¿son demonios, malditos o algo más?

Nací de una vasija, reflexiona. Todo es posible.

—Oigan —dice, bajando levemente su abanico, pero sin bajar la guardia. Realmente no vale la pena matar oponentes tan débiles e inexpertos, y sus ojos rojos ciertamente hacen que sienta mucha curiosidad. No todos tienen sus ojos—. Deténganse. No los atacaré si ustedes no me provocan.

El cachorro demonio vuelve a gruñir, terminando su amenaza con un siseo casi molesto. Su hermano junto a él parlotea en voz baja, más dispuesto a creerle. Dejan escapar un pequeño gruñido. Ambos yokais bebés fruncen el ceño, luciendo tensos, confundidos y perdidos. Uno de ellos incluso resopla enojado. Huelen intensamente a hierbas y Kagura no puede detectar su verdadero aroma, y eso la molesta.

Ojos rojos. Ningún yokai hasta la fecha había tenido ojos rojos. Además, ¿por qué alguien se molestaría en enmascarar el olor de ambos niños?

Curioso.

Una sospecha incipiente se va formando en la mente de Kagura, como una sombra que se desliza sutilmente entre los pensamientos. Una voz insidiosa susurra la posibilidad que se niega a aceptar. Sin embargo, decide mantenerla en reserva, a la espera de una confirmación más precisa.

No es común encontrarse con demonios que posean ojos naturalmente rojos. De hecho, es una rareza excepcional.

¿Cuál de los dos padres podría ser el portador de esta peculiar característica? Interesante.

También se percata de que uno de los niños, es niña.

—Está bien —dice con una mezcla de firmeza y cautela, observando cómo la cachorra se acerca un poco más, su nariz husmeando el aire, visiblemente intrigada (¿su olor la intriga?). En cambio, el niño se mantiene inmóvil, entrecerrando los ojos y mostrando los dientes en una amenaza nerviosa—. ¿Dónde está su... padre-madre, lo que sea?

Bien. Debe ser que la madre sigue cerca, vigilando a sus hijos. Tal vez se alejaron en busca de alimento mientras ella descansaba. Sí, esa explicación parece razonable y reconfortante.

Sin embargo, los cachorros no responden a su pregunta inmediata. La pequeña inclina su cabeza y la mira fijamente con sus ojos carmesíes.

Mierda. Kagura siente que su cuerpo se tensa de repente. Es como si estuviera contemplando a Kanna y a sí misma reflejadas en ese delicado rostro.

No, no, no, no. La negación se repite en su mente, tratando desesperadamente de alejar las perturbadoras similitudes que amenazan con desmoronar su frágil equilibrio. Esto no puede ser más que una cruel broma. ¿Cuántos demonios con ojos rojos se pueden encontrar en este vasto mundo? ¡Exacto! Ninguno (o ninguno que haya visto, al menos). Los Señores Demonios, esos idiotas aristócratas, no poseen aquella peculiaridad en sus iris. Es algo único, exclusivo de ella y...

Kagura se agacha lentamente, su mirada intensa fijada en los dos demonios. La curiosidad y la inquietud bailan en sus ojos rojos, mientras su mente se llena de preguntas sin respuestas.

—¿Su madre? —indaga, dejando que las palabras floten en el aire, expectante. Ahora el cachorro, con una expresión de desconocimiento absoluto, inclina la cabeza como si intentara comprender. Kagura frunce el ceño, percibiendo una chispa de curiosidad en sus rasgos infantiles. Parecen lo suficientemente maduros, tal vez con dos o tres años en la medida humana, para comprender la esencia de su pregunta—. ¿Acaso saben? ¿Pueden recordar? ¿La persona que los trajo al mundo o los cuidó?

Con un poco de suerte, estos niños a lo sumo tengan doscientos o trescientos años. Sería mucho mejor que, que...

Sin embargo, no hay señales de reconocimiento en sus ojos, lo cual genera una creciente duda en Kagura. Aunque es posible que nunca hayan estado expuestos al lenguaje hablado antes, deberían ser capaces de captar al menos algo de su significado. Excepto que, por alguna razón, desconozcan por completo el concepto de una madre y todo lo que ello implica.

Como ella.

—¿Alguien los cuida y protege? —intenta una vez más, aunque sabe que está engañándose a sí misma. Afortunadamente, esta vez parece tener algún tipo de éxito. La niña levanta la cabeza con entusiasmo al escuchar la palabra "cuidar", mientras que el niño parpadea con atención, sus orejas alerta ante la palabra "proteger".

—Ah, entonces he encontrado las palabras que sí comprenden —murmura Kagura para sí misma.

Le resulta extraño que sean palabras tan simples. Deberían tener un vocabulario más amplio, que incluyera al menos la palabra "mamá". Sin embargo, tal vez ha sido innecesariamente paranoica, porque las palabras cuidar y proteger son conceptos que nunca asociaría con, con...

Kagura se siente un tanto más alentada, a pesar de que una voz burlona en su cabeza sigue susurrando dudas persistentes. Quién sabe.

—Entonces, ¿tienen a alguien que los cuida? Seguro que no han estado viviendo solos todo este tiempo, ¿verdad? ¿Dónde está su padre o madre o quién se encarga de alimentarlos? —los dos cachorros intercambian miradas casi pensativas—. ¿Podrían llevarme con esa persona? —Kagura hace un último intento, decidida a despejar las malditas dudas que asolan su mente.

(Es una mala idea, pero, ¿desde cuándo ha sido conocida por tomar buenas desiciones?)

Una vez que vea a cualquiera de los padres de estos niños, se sentirá más tranquila. Sólo otros demonios. Nada de qué preocuparse. Y tal vez hasta obtenga una pelea decente.

(¿Las similitudes? Coincidencias).

En respuesta, el chico deja escapar un pequeño gruñido, mostrando nuevamente sus colmillos, respondiendo de manera abrupta y contundente:

No.

Kagura lucha por mantener la calma, conteniendo su temperamento. No es la mejor idea en este momento perder los estribos y golpear a esos mocosos. No si quiere su cooperación.

Bueno, eso fue inesperado. Entonces, son demonios. Definitivamente pueden hablar japonés, piensa ella, frunciendo el ceño, cuestionándose qué demonios está pasando. Y lo que es más importante...

Esos ojos, esto es... No pensé que quedara nadie aparte de...

Obliga a esos pensamientos a desvanecerse mientras amenazan con traer consigo recuerdos desagradables.

—¿Por qué no puedo ver a su madre, o padre? —le pregunta a los pequeños, sintiendo la impaciencia aumentar en su interior.

El chico de ojos rojos gruñe una vez más, negando con la cabeza. Luego, se inclina, en un gesto de reflexión antes de hablar lentamente:

—... Enfermo... Peligro... ¡No te acerques! ¡Peligro extraña! —sus palabras son pronunciadas con ferocidad, mostrando sus dientes desdeñosamente. Su hermana asiente en acuerdo, emitiendo un gruñido suave pero inquietante.

Kagura frunce el ceño aún más, perpleja ante la respuesta del niño demonio. Su ira se enciende y la brusquedad se apodera de su voz mientras responde:

—¿No? ¿Acaso te estás negando a responderme? Te estás comportando como un mocoso insolente. Habrá graves consecuencias si no haces lo que te digo. ¡Ahora!

El niño retrocede, sorprendido por el estallido de Kagura, y busca el apoyo de su hermana con ojos inquietos. La cachorra, por su parte, parece temerosa y confundida ante el intercambio.

Kagura toma una respiración profunda, intentando calmar sus emociones y encontrar una solución menos confrontacional. No quiere asustar a los niños, pero necesita respuestas y está dispuesta a hacer lo necesario para obtenerlas.

—Muy bien, está claro que no van a responder directamente. Pero no voy a abandonar esta búsqueda. Si no me llevan con su madre o con quien los cuide, entonces tendré que encontrarla por mi cuenta. Pero les advierto, si están ocultando algo importante o si este "peligro" es sólo una excusa para evitar que los descubra, no habrá lugar donde puedan esconderse de mí, ¿entendieron?

El niño gruñe una vez más, pero su hermana arruga el entrecejo mientras la observa. Inclina la cabeza y coloca una mano con garras en el hombro de su homólogo.

—Ella huele... —comienza— ¡Ella es viento! Tal vez... el viento es, eh, una persona... —pronuncia con esfuerzo las palabras, arrugando la nariz— ¡y dice que nos ayuda!

Kagura se queda sorprendida ante la targiversación obvia de sus palabras. No había prometido que los ayudaría. Nada remotamente cerca. Simplemente quería respuestas y despejar la creciente duda en el fondo de su mente.

—Espera, permíteme aclarar lo que intento decir —dice con calma, su voz flotando en el aire como una suave brisa—. Sólo deseo saber quién está con ustedes ahora. No puedo hacer promesas de que los ayudaré, ni tampoco deberían esperarlo. Pero si hay algo que esté a mi alcance... tal vez lo considere. Sólo eso.

Aunque los niños pueden no comprender enteramente lo que les está diciendo, Kagura se siente comprometida a ser honesta con ellos. Sin endulzar, sin cursilerías inútiles. El niño parece relajarse ligeramente, sus músculos tensos aflojándose y sus garras retrayéndose un poco. Gruñe y resopla en voz baja, manteniendo una mirada desconfiada en Kagura. Sin embargo, la niña da unos pasos tambaleantes hacia adelante, con los ojos llenos de una chispa de esperanza.

—¿Viento? —pregunta con una vocecita infantil.

Kagura no puede evitar sentir una mezcla de orgullo y complacencia al escuchar la asociación con el viento, aunque sea a través de los labios de dos pequeños manipuladores. Se siente... muy bien, ser reconocida como lo que realmente es.

(Ella es el viento).

—Sí, viento —responde, extendiendo su abanico y enviando una ráfaga de viento que levanta algunas hojas en el aire.

La niña parpadea, observando con asombro. Dado que esta vez no está intentando matarlos, debe resultarles genial.

—¡Viento! —repite, dirigiendo su mirada hacia su hermano.

—Huele como... como, uhm —su rostro se arruga mientras busca las palabras adecuadas, y finalmente asiente con determinación—. Está bien. ¡Te llevamos...! ¡Pero no lastimes! —la señala con un dedo acusador, dejando claro que no tolerará ninguna acción dañina hacia ellos.

Kagura siente una mezcla de diversión retorcida ante la declaración de los niños, principalmente porque si quisiera hacerles daño ya estarían muertos. A pesar de su corta edad y sus circunstancias peculiares, muestran cierta valentía y una determinación sorprendente.

—Lo intentaré —responde, porque se supone que está siendo sincera.

La niña demonio se aleja con entusiasmo, alternando entre caminar, saltar y jugar, mientras su hermano la sigue con más cautela, volteando cada cierto tiempo. Kagura espera ser conducida más profundamente hacia el bosque, y sus expectativas se cumplen.

Su territorio, entonces.

Sin embargo, a medida que avanzan, Kagura nota algo inusual. Ya no puede oler ni sentir nada en el ambiente circundante. Es como si el lugar no... existiera.

Mm, lo que sea que haya podido hacer esto, debe ser bastante poderoso. Tiene sentido, ya que se siente menos ostentoso y mucho más... discreto.

Nadie sospecharía.

Frunciendo el ceño, Kagura se da cuenta de que se dirigen hacia una cabaña. Pero su creciente sospecha y preocupación se intensifican cuando se acercan a la entrada trasera, en lugar de la principal. A simple vista, puede notar algunos carámbanos de hielo que seguramente pertenecen a los bebés. Sin embargo, si entrecierra los ojos, es capaz de vislumbrar marcas de garras y pequeñas quemaduras en las paredes exteriores de la desgastada choza.

Los niños definitivamente no están siendo nada discretos. Vaya.

Además, el aire se vuelve notablemente más pesado, más oscuro y más frío, lo que nunca es una buena señal. Kagura siente cómo se eriza el vello de su nuca y un escalofrío recorre su columna.

Dirige su mirada hacia la derecha cuando la niña demonio trepa por uno de los porches y se precipita a través de la puerta abierta, que claramente ha estado en ese estado durante algún tiempo si la acumulación de suciedad frente a ella es algo que considerar. Kagura agudiza sus sentidos, y al principio, su visión no revela nada. No hay movimiento justo detrás de la pared. Pero luego, está ahí, una masa de sombras.

Es similar a lo que había presenciado anteriormente, cuando se encontró por primera vez con los niños. Sin embargo, hay algo diferente en esta ocasión. Es familiar, pero a la vez... no lo es.

Te has metido en la boca del lobo, Kagura, piensa, y por voluntad propia.

Si pudiera regresar al pasado y abofetear a su yo de hace cinco minutos, lo haría.

El ritmo se acelera de inmediato, su corazón latiendo con fuerza dentro su pecho como un tambor, y sus instintos gritan: «¡Peligro! ¡Ten cuidado! Te atacará». Sin embargo, otra parte de ella susurra: «Algo anda mal. Su youki normalmente no es así. Se siente... enfermo. ¿Él está bien?»

Entra al lugar.

Bien, soy más fuerte ahora. Si intenta algo, no saldrá bien librado.

—¡Mira, mira! —exclama la niña a pleno pulmón, y Kagura la observa agarrar la ropa del ser en el suelo y sacudirlo bruscamente—. ¡Hemos encontado... ayuda! ¡Te tenemos a salvo!

—No lo toques —regaña su hermano, empujándola—. Necesita descansar.

—¡Pero la encondamos... ! —la niña de ojos rojos, idénticos a los suyos, hace un puchero, señalándola—. ¡Ella h-huele como... nosotros! ¡La encon! —agita los brazos con entusiasmo.

Un gemido apenas audible hace que los músculos de Kagura se tensen, mientras sus ojos se abren desmesuradamente ante la impactante escena que se desarrolla frente a ella. Su mirada se clava en la figura familiar, encogida en el futón, y una oleada de emociones la embarga. La melena negra, antaño radiante, ahora se encuentra desprovista de su brillo característico y se enreda en un caos desesperado que clama por un peine. Dos ojos parpadean con lentitud, revelando un destello de aturdimiento mientras se fijan en Kagura, como si trataran de comprender la situación en la que se encuentra.

—¡Hablas muy alto! —sisea el niño en un susurro a su hermana—. Calla.

—¡Lo ziento! —responde la niña, intentando disculparse, aunque todavía sale como un grito. Luego, enfoca ansiosamente su atención en la figura, aferrándose a ella en el futón y hundiendo su rostro en su pecho, inhalando su aroma con una avidez casi animal—. ¡Hemos encontado ayuda!

El hombre de cabellos negros parpadea ante el bulto en su pecho, su mente procesando lo que acaba de escuchar. Su rostro yace vacío e inexpresivo, como si las palabras hubieran perdido significado. Sin embargo, repentinamente sacudido de su extraño trance, se endereza, adoptando una postura rígida y alerta. Sus ojos oscuros, de un violeta apagado, se encuentran con los penetrantes y resplandecientes ojos rojos de la mujer.

El corazón de Kagura da un vuelco.

—Kagura.

—Naraku —responde ella, su voz encendida de alarma, mientras sus instintos le dicen que se prepare para lo peor.

La adrenalina parece recorrer cada fibra de su cuerpo, instándola a huir. Pero, en su lugar, su semblante se endurece, y levanta el abanico.

—Naraku, ¿qué te ha sucedido? —inquiere, y hasta ella misma se sorprende de sus palabras—. Si no fuera por tu olor, no te habría reconocido. Estás... diferente.

Naraku inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, sus ojos oscuros y apagados desvelando una chispa de ironía o, quizás, fastidio:

—No me digas, no me había dado cuenta —su voz sale ronca—. Lamento arruinar tus expectativas con mi lamentable estado actual.

Kagura arruga la frente, pero luego levanta la barbilla y sus labios se curvan en una sutil sonrisa burlona.

—Oh, no te preocupes, Naraku. No tienes que esforzarte mucho para arruinar mis expectativas. Tu lamentable estado actual lo hace por sí solo. Ahora, dime: ¡¿Desde cuándo tienes más extensiones?!

(¿Siquiera es posible que las cree sin la perla de Shikon?).

—Desde... —Naraku se interrumpe, frunciendo el ceño y mirando hacia el suelo, considerando cuánta información deberá revelarle. Su voz suena áspera y más baja de lo normal, una mueca de dolor cruzando su rostro mientras cierra los ojos con fuerza—. Ugh, ¿realmente tenías que gritar tan fuerte?

—¡¿Qué demonios significa esto, Naraku?! —espeta ella, ignorando su comentario y observándolo frotarse la cara de manera inusual, como si le doliera la cabeza (¿qué carajos... ?). La postura de Naraku es rígida, músculos tensos como cables estirados y, en general, todo sobre él es muy poco característico en este momento. Kagura no puede concebir que lo que está sucediendo frente a ella sea real.

Tal vez se quedó dormida sobre su pluma y se estrelló la cabeza contra unos rocas. Suena mucho mejor a... esto.

Si bien no estaba del todo enemistada con Naraku después de que él le devolviera el corazón y ella esquivara su traicionero ataque, la situación seguía siendo... complicada. Sin embargo, al verlo aparecer con estas nuevas abominaciones, una mezcla de incredulidad y frustración se apodera de ella. El bastardo no se rinde. La extraña y gélida bruma de magia en el aire sólo intensifica sus preocupaciones, alimentando un sentimiento inquietante que corre por sus venas.

¿Es esto una especie de trampa loca y retorcida?, piensa, tratando de descifrarlo en su cabeza. ¿Atraerme fingiendo tener una enfermedad y así arrebatarme la libertad de nuevo?

No, eso parece demasiado absurdo, incluso para Naraku.

Naraku, aunque amante de las tácticas sucias y encubiertas, tampoco se hundiría lo suficiente como para pretender verse tan débil. El golpe a su orgullo sería demasiado.

—Quiero respuestas, Naraku. No me andaré con rodeos. ¿Qué estás tramando ahora? —exige, sin abandonar su postura y mirándolo con iris de color rojo.

Los ojos de Naraku se clavan en ella con una intensidad aterradora, incluso en su estado enfermizo.

—Antes de que me interrogues, dame siquiera un maldito vaso de agua, algo que calme mi mente. No puedo aclarar mis pensamientos si sigues vociferando. Tu voz es molesta, Kagura.

—¡Tú no sabes lo que es beber agua, maldito! Y no te encuentras en posición de exigirme nada —gruñe, aferrando su abanico con firmeza y lanzándole una mirada fulminante—. ¿Acaso crees que puedes comportarte como si fueras mi amo? ¡Qué irritante! Hace años que me liberé de tus cadenas. Y encima, tienes el atrevimiento de engendrar más críos y enviarlos a buscarme, ¡y ahora te niegas a responder preguntas que, sin duda, sólo generarán más preguntas!

—Entonces, ¡¿para qué siquiera preguntar?! —espeta él con voz ronca, dejando que sus palabras se desvanezcan en el aire. Con un esfuerzo titánico, se impulsa sobre sus codos, soltando un gemido de dolor. Tose un par de veces y, tras tragar saliva, su rostro se contrae por la incomodidad.

¿Y todavía pregunta por qué?

—Porque has creado DOS EXTENSIONES —sisea Kagura, gesticulando enérgicamente en dirección hacia sus dos nuevos... hermanos—. ¡¿Es que no has aprendido nada?! ¡Fuiste derrotado! ¡Todos te quieren muerto! Y aún así, sigues haciendo planes. ¡¿Qué, vas a enviarlos a pelear contra InuYasha ahora?! ¡No seas ridículo! ¡Ten un poco de sentido común y retírate con dignidad!

—¡Basta ya, Kagura! —exclama Naraku, como si su paciencia hubiera llegado al límite—. No los envié a buscarte, y no planeo nada contra InuYasha. No podría aunque quisiera. Y no tengo tiempo ni paciencia para lidiar con tus preguntas inútiles en este estado. ¡Si no puedes comprenderlo, entonces cierra esa boca insolente y aléjate de aquí!

—Oh, por supuesto, maestro del misterio y el secretismo, entiendo perfectamente que no tengas tiempo para lidiar con mis "preguntas inútiles" —dice Kagura, esbozando una sonrisa sardónica—. Supongo que tu plan de mantenerme en la oscuridad es tan sofisticado que ni siquiera puedes perder un segundo para darme una respuesta clara, ¿verdad?

Naraku arruga la nariz.

Maldita bruja.

Un sabor familiar inunda su boca y su lengua se desliza por sus dientes para confirmarlo. Desde que Kagura entró a la cabaña, el sabor se ha vuelto cada vez más prominente. Ahora, resulta prácticamente imposible de ignorar y un líquido ominoso fluye de entre sus colmillos ranurados.

Veneno.

—Desearía tener nuevamente tu maldito corazón en mis manos, Kagura —sisea—. Sentir el placer de apretarlo con saña hasta verte retorcer de dolor. Oh, cómo me gustaría ver tu sufrimiento mientras te arrepientes de haberte rebelado contra mí —sus palabras emergen mortales y terribles, como los colmillos venenosos de una araña..

Un rubor de ira se precipita en las mejillas de la mujer, tiñéndolas de un intenso tono rojo. La furia que arde en su pecho es como un volcán a punto de desbordarse, feroz y corrosiva. Sin embargo, en lugar de dejarse consumir por esos instintos violentos, una risa sardónica escapa de los labios de Kagura, revelando una astucia maquiavélica y una sed de venganza más fría que el hielo.

—Oh, Naraku, siempre tan encantador con tus palabras tan dulces y cariñosas. Si tanto anhelas tener mi corazón en tus manos, debe ser porque estás desesperado por revivir la exquisita sensación de tu derrota, ¿verdad? Pero te advierto, que esta vez no te será tan sencillo. Estoy preparada para enfrentarte y liberarme de tus garras si es necesario. Así que sigue soñando con tus fantasías retorcidas mientras yo disfruto de mi vida. He adquirido un poder mucho mayor, Naraku. Ya no soy la misma persona que solías conocer.

Naraku entrecierra los ojos, sus labios curvándose en una mueca de desdén. La arrogancia y seguridad de Kagura continúan resultándole insoportables, pero admite que nunca dejarán de provocarle cierta... chispa. No puede negar que ella ha experimentado un cambio desde la última vez que se encontraron, y el hecho de que haya adquirido un poder mayor es algo que definitivamente que no puede ignorar.

«El pequeño alcaudón ha aprendido a surcar los cielos por su cuenta. Vaya, qué sorprendente».

—Quizás tengas razón, Kagura. Ya no eres la misma persona que solía conocer. Tu transformación ha sido notable y me sorprende ver cuánto has crecido en fuerza y determinación. Ambos hemos evolucionado y nuestras elecciones nos han conducido por caminos divergentes —dice con voz plana.

Kagura, sorprendida por la admisión de Naraku, se queda momentáneamente callada. Su mirada ardiente se transforma en una expresión de cautela y sospecha, mientras estudia detenidamente el semblante del híbrido, evaluando sus palabras y buscando cualquier indicio de engaño en su rostro. Las mejillas de Naraku están enrojecidas, como si estuviera sumido en una batalla interna contra la fiebre.

Ese rubor inusual revela el feroz esfuerzo que está haciendo por contener los síntomas.

—¿A dónde quieres llegar con esto, Naraku? —pregunta Kagura, su tono impregnado de desconfianza—. No me digas que de repente has experimentado un cambio de corazón. Después de todas las atrocidades que has cometido, no puedo permitirme creer que de repente hayas... "aprendido" algo.

Naraku suspira, sus hombros cayendo ligeramente mientras se apoya en el suelo con una mano.

—No te engañes, Kagura. No he experimentado un cambio de corazón. No es parte de mi naturaleza ni de lo que me define. Simplemente... soy plenamente consciente de mis caminos y mis maneras. Siempre lo he sido, y eso no cambiará.

—Entonces, ¿qué pretendes? —pregunta ella, su voz tensa mientras observa cada movimiento de su antiguo amo—. Si no has cambiado, ¿a qué estás jugando?

—Mis acciones y motivaciones pueden ser difíciles de comprender y, sin duda, has sido víctima de ellas en el pasado. Pero permíteme decirte esto: aunque nuestras sendas sean diferentes, eso no significa que no pueda reconocer tu crecimiento y fortaleza. No subestimo tu poder ni tu determinación. Te enfrentas a mí con valentía y eso... merece mi respeto.

Las palabras cuelgan pesadas en el aire, y dejan a Kagura momentáneamente en silencio. Conoce demasiado bien la habilidad de Naraku para manipular, tejiendo una red de palabras hermosas y promesas vacías. Sería una tonta ingenua si creyera ciegamente en él, pero a pesar de todo..

A pesar de todo, no puede evitar sentirse atrapada en la incertidumbre de no saber cuándo Naraku miente y cuándo es sincero. Sus palabras pueden ser trampas o verdades disfrazadas, y discernir entre ambas se convierte en una tarea desalentadora.

Kagura aprieta con fuerza su abanico, sintiendo cómo la madera cruje entre sus dedos. Un escalofrío de amargura la recorre al recordar que fue Naraku quien se lo otorgó, un símbolo inequívoco de todo el dolor y sufrimiento que ha experimentado a manos de ese miserable ser. Cada vez que se aferra al abanico, es como si también se aferrara a su propia historia marcada por la sangre y el dolor infligidos por Naraku. Un instante fugaz de duda atraviesa su mente, tentándola con la idea de escapar de la confrontación y dejarlo atrás junto con su enmarañado laberinto de palabras. Sin embargo, algo dentro de ella le impide dar la espalda tan fácilmente.

—No voy a caer en tu juego, Naraku. No importa cuánto intentes manipularme con tus palabras astutas y halagos disfrazados. He aprendido a desconfiar de ti y tus intenciones. No olvidaré todo el daño que has causado, ni la vida que me has arrebatado —responde, su voz cargada de resentimiento.

De manera insólita, Naraku cierra los ojos, sus pestañas temblando con el esfuerzo de contener el dolor que se retuerce dentro de él. Un leve quejido escapa de sus labios, resonando en el silencio del lugar, mientras su mano se aferra a su abdomen, como si intentara aplacar el tormento que lo consume. Una sola gota de sudor frío traza su camino desde su sien, recorriendo la curva de su rostro, evidenciando el agónico esfuerzo que realiza para mantenerse firme. El gesto no escapa a la atención de Kagura, quien se queda completamente inmóvil, profundamente desconcertada por presenciarlo en ese estado tan... antinatural.

—Naraku, estás... enfermo. ¿Qué te está sucediendo? —pregunta, dejando de lado por un momento su postura hostil, sintiendo mucha curiosidad.

Curiosidad por saber qué pudo haber dejado al Gran Naraku en este lamentable estado. Sea lo que sea, merece su respeto.

Naraku aprieta los dientes, reprimiendo un gemido de dolor mientras trata de controlar su creciente malestar.

—Es sólo un pequeño... contratiempo —responde con voz entrecortada—. Nada de lo que debas preocuparte, Kagura.

Naraku inclina la cabeza, presionando la otra mano contra su boca en un esfuerzo por contener el revoltijo en su estómago. Aún con los párpados cerrados, batalla contra la sensación de náusea que lo embarga, mientras traga el pegajoso veneno que ha empezado a acumularse en su lengua. Su cabeza está siendo golpeada implacablemente, un martillo estrellándose contra ella una y otra vez. Su cuerpo se siente mareado, incómodo, y una sensación de calor sofocante lo envuelve. Sin embargo, no hay forma de que permita que Kagura presencie esto. No, bajo ninguna circunstancia va a vomitar frente a ella.

Kagura, tras un breve instante de profundo desconcierto, ya no puede contener la risa maliciosa que brota de su garganta. Una carcajada mordaz se escapa de sus labios, liberando la carga de frustración acumulada.

—Oh, por supuesto, Naraku. Sólo un "pequeño" contratiempo. Claro, porque retorcerte de dolor es algo totalmente normal para ti. Debo admitir que tienes un sentido del humor bastante peculiar. ¿Quizás debería llamarte "Señor de los Enfermos" en lugar de "Señor de los Demonios"? Parece que tu poderoso y temible ser no es tan invencible después de todo.

La sonrisa burlona de Kagura se intensifica al tiempo que sus ojos escudriñan la terrible condición de Naraku. Aunque una pizca de incertidumbre se esconde tras su máscara de sarcasmo, ella la relega al rincón más oscuro de su mente, decidida a ignorarla. No permitirá que la compasión se interponga en su camino. Naraku no merece compasión, de ninguna manera.

—¿Y aquí estás, tratando de mantenerme en la oscuridad, pretendiendo que todo está bien? —continúa—. No sé qué juego estás jugando, Naraku, pero no me engañas. Sea cual sea tu aflicción, mereces sufrir por todo el mal que has causado. Aunque, supongo que el destino tiene un sentido irónico del humor al verte retorcer de esta manera, ¿no te parece?

Naraku quiere responder, pero entonces, se dobla, repentinamente asaltado por otro agudo dolor, como si sus propias entrañas se estuvieran licuando. Atraviesa todo su abdomen, vibrando a lo largo de sus ingles. Ve rojo más allá de sus párpados cerrados, acurrucándose en sí mismo, enroscándose como una serpiente mientras sus brazos rodean su estómago con desesperación. A pesar de sus intentos por respirar profundamente, sólo consigue avivar el fuego abrasador que devora sus órganos. A su lado, los dos pequeños yokais lloriquean (se había olvidado de su presencia), sus voces cargadas de angustia y miedo, pero Naraku los ignora, incapaz de prestarles atención más allá del malestar que lo consume.

Joder, joder, joder...

Había confiado en que cualquier malestar que lo aquejara se disiparía después de unos días haciendo reposo. Aparentemente, no es el caso. No ha terminado. La dolencia persiste y, de hecho, su respiración se vuelve más laboriosa. Cada vez que se mueve, siente como si una mano invisible agarrara con fuerza su estómago, provocándole un dolor punzante.

El líquido se acumula en su boca, esta vez entremezclado con un sabor a hierro.

(Quién podría haber imaginado que llegaría a experimentar un asco tan profundo hacia su propia sangre y su propio veneno. La repugnancia se agolpa en su interior, dejándole un regusto desagradable acompañado por un sentimiento de repulsión que lo estremece hasta lo más profundo de su ser).

Naraku...

Un picor intenso invade su garganta, pero no le queda energía para toser. Parece que ha sido drenada de su sistema por completo. Los demonios albinos siguen aferrados a él, sin mostrar señales de soltarse.

—Naraku, estás sangrando —informa Kagura, sus ojos penetrantes.

Naraku se endereza, llevando la mirada hacia su brazo. Un atisbo de miedo pasa por su rostro mientras observa la manga manchada de sangre. Con una mano temblorosa, levanta lentamente la tela, revelando una larga herida que se ha abierto más desde la última vez. Ha sido durante el transcurso de la semana, sin duda. Además, nota que la piel alrededor del desgarro se ha vuelto rosada y comienza a hincharse en los bordes, un ominoso indicio de una infección en ciernes.

Infección. Aunque Naraku no ha estado familiarizado con el concepto en mucho tiempo, una parte de él, vieja y cubierta de polvo, de una época repugnantemente humana, comprende el significado de las infecciones. Sabe que una infección ocurre cuando una herida no se limpia ni se venda adecuadamente. La infección es... mala. Eso es lo único que puede recordar, pero es suficiente para comprender la gravedad de la situación.

Es aún peor si su capacidad de regeneración no está funcionando. Ha tenido semanas para asimilar este hecho y, y...

Una vez más, el inusual silencio de Kagura se cierne en el ambiente. Naraku se pregunta qué estará pensando la mujer. Sin embargo, antes de que pueda indagar más en eso, otra punzada violenta lo sacude. La quietud que parecía envolver a Kagura se rompe, como si el hechizo que la mantenía callada se desvaneciera.

—Estás, estás... —balbucea, a pesar de que ya ha tenido tiempo para asimilarlo—. Es absolutamente antinatural en alguien como tú, Naraku. Realmente estás... —Kagura suena extraña, como si sus palabras estuvieran a punto de revelar algo trascendental, pero Naraku no puede prestarle atención suficiente en medio del ardor abrasador que consume la parte baja de su abdomen.

Siente que las pequeñas garras de los niños se clavan a través de la tela, pero su debilidad actual lo deja impotente para deshacerse de ellos como le gustaría. Tsk.

—... No necesitas alimentarte. No compartes las mismas necesidades básicas que todos nosotros. Y, sin embargo, me sorprende ver que aparentas... estar enfermo —continúa ella, visiblemente perpleja, como si el simple hecho de ver Naraku jadear en el suelo la ofendiera profundamente.

Cierra los ojos, sintiendo cómo su cabeza late con fuerza. Su brazo, por otro lado, experimenta un extraño adormecimiento que se extiende lentamente. Al menos, es un alivio, ya que significa que no tiene que concentrarse tanto en ello.

—Sí, resulta absolutamente ridículo. ¿En qué infernal enredo te has involucrado esta vez? —exclama con una mezcla de incredulidad y frustración, su tono impregnado de reproche mientras observa a Naraku con ojos que parecen buscar una respuesta coherente en medio del caos que lo rodea.

En lugar de responder, Naraku simplemente hace un «hmph» mientras se limpia el sudor de la frente, ignorando las palabras de Kagura. El movimiento parece captar brevemente la atención de uno de los demonios, antes de que sus ojos se vuelvan cautelosos hacia la mujer. Las dos pequeñas extensiones se han aferrado una a la otra con especial ímpetu, observándola con ojos ampliamente abiertos y una ligera expresión de temor. Sus iris rojas brillan intensamente y, una vez más, son una fusión única entre ella y Kanna.

Sin embargo, la inocencia que vislumbra en sus semblantes la descoloca por completo, como si fueran seres infantiles y comunes. Es una imagen que choca violentamente con las creaciones malévolas de Naraku, y resulta terriblemente inapropiada para el contexto en el que se encuentran.

Tendrá que desmenuzar el asunto por partes.

—Naraku, necesito que me des explicaciones —dice, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos, clavando la vista en él—. Empezando por esos mocosos.

Naraku sostiene su mirada, su rostro revelando una mezcla de molestia e irritación. Sus ojos destellan, pero se rehúsa a ofrecer una respuesta satisfactoria. Su silencio es una forma de desafío, una negativa obstinada a revelar lo que realmente está sucediendo.

(El bastardo se parece demasiado, demasiado a ella).

—No tienes tiempo para mis preguntas, ¿verdad? —prosigue Kagura con sarcasmo—. Siempre has sido un cobarde evasivo. ¿Acaso crees que puedes mantenerme en la oscuridad y seguir adelante con tus maquinaciones?

El aire es denso, pesado entre ellos, inundado por la hostilidad y los vestigios de épocas pasadas.

—No tengo por qué darte explicaciones —responde finalmente, su voz gélida—. Tú no eres más que un juguete roto al que decidí dar una oportunidad.

Kagura estalla en una risa burlona, su mirada llena de desprecio y altivez.

—¡Vaya, vaya! ¿Así que ahora soy un juguete roto? Eres un completo desgraciado, Naraku. Me manipulaste, me controlaste y luego intentaste deshecharme como si no significara nada para ti. Y ahora, cuando te conviene, esperas que te dé tregua y te deje en paz. ¡Pues lamento decepcionarte, pero no voy a dejar que te salgas con la tuya!

Naraku aprieta los puño, ignorando el dolor en su brazo izquierdo.

—¡No te atrevas a desafiarme, Kagura! Soy mucho más poderoso que tú, y si te pones en mi camino, no dudaré en aplastarte como a un insecto insignificante.

Kagura da un paso hacia él, su expresión desafiante y sus ojos brillando con determinación.

—¿En verdad crees que me intimidas? No te hagas ilusiones. He sobrevivido sin ti, Naraku, y ahora estoy lista para confrontarte. ¡Exijo respuestas y no te concederé ni un momento de descanso hasta obtenerlas!

Naraku sisea:

—Oh, qué afilada es tu lengua, Kagura. Pero no esperes que te responda. Aunque hayas aprendido a volar por tus propios medios, sigues siendo un insignificante pajarillo comparado a mí.

Kagura se acerca aún más, su rostro a centímetros del suyo, sus ojos fulgurando con furia contenida.

—No soy sólo un pajarillo, Naraku. Soy una tormenta que está a punto de desatarse sobre ti —replica con voz cortante—. Si crees que puedes ignorar mis preguntas y escapar de las consecuencias de tus acciones, estás muy equivocado. Te enfrentarás a las repercusiones de tus fechorías, incluso si eso significa que debo arrancar las respuestas de tus labios retorcidos.

Un atisbo de sorpresa y molestia cruza su rostro, pero pronto es reemplazado por una sonrisa retorcida:

—Oh, Kagura, qué valiente y desafiante. Pero déjame recordarte que has caído en mis garras una vez, y puedo hacerlo de nuevo. No subestimes mi poder.

—Naraku, te advertí que no te permitiría escapar tan fácilmente ¿lo entiendes? Y en tu estado actual, no estás en posición de intentar nada en mi contra. Ahora, responde: ¿por qué has creado más demonios? Quiero una explicación clara y concisa.

—Yo no los creé —comienza a decir, pero luego vacila, desviando la mirada hacia los niños, antes de volverla hacia Kagura—. No son... míos —frunce el ceño y una mueca de dolor cruza su rostro, llevando una mano a su sien y presionando los dedos, como si intentara calmar una insoportable jaqueca.

Una ominosa ola de energía demoníaca hace que los instintos de Kagura se ericen, aunque Naraku no da señales de atacarla. Sin embargo, los zarcillos de magia peligrosa continúan danzando a su alrededor, envolviéndolo en una aura densa y resonante que llena el aire con una presencia oscura.

—¿Qué quieres decir con eso? —inquiere, sus ojos alternando entre él y los dos niños albinos, buscando pistas en sus expresiones.

Naraku se queda en silencio.

¡Maldita sea! ¿Por qué tiene que ser tan difícil obtener una simple respuesta? Y ¿por qué demonios lo niega? El vínculo entre ellos es incuestionable, tanto en esencia como en apariencia. Comparten el mismo aroma característico, y esos ojos, aunque los de Naraku han perdido su brillo escarlata distintivo, son inconfundiblemente similares. No puede evitar preguntarse qué espera lograr al negar su conexión con esos demonios, sobre todo cuando Kagura no ha dudado en revelar abiertamente los lazos de sangre que los unen, a pesar del gran estigma que eso conlleva.

Ella aprieta el abanico en sus manos, frustrada por la falta de cooperación. Su mente se llena de preguntas y conjeturas mientras busca desesperadamente alguna pista o explicación en los rasgos de los pequeños yokais.

—Naraku, no puedes negar lo obvio. Estos niños comparten tu sangre, tu esencia. ¿Qué es esto, otro de tus juegos retorcidos? ¿Qué estás tratando de ocultar?

Pone una mano en su cadera, inclinando la cabeza para mirar al hombre de cabellos negros.

Naraku frunce el ceño, pero sigue sin decir una sola palabra. ¡Kagura está a punto de estallar! ¡Qué maldito bastardo terco! Por un momento, considera la posibilidad de abofetearlo, pero antes de que pueda continuar con esa línea de pensamientos, el desgraciado, como siempre sucede, la sorprende:

—No deberían existir —le dice, como si eso aclarara todas sus dudas.