Disclaimer: InuYasha pertenece a Rumiko Takahashi. Yo sólo estoy jugando con los personajes.

Sin beta. Mil disculpas por las distracciones y errores de dedo.


•"Incoveniente Temporal"•

Bajo la mirada aguda de Kagura, uno de los infantes se desliza tentativamente hacia Naraku, como una sombra curiosa buscando su lugar en la penumbra. Gemelos en apariencia, pero su discernimiento revela la disonancia en sus almas. En el niño, el frío helado fluye, traspasando el ambiente con su punzante presencia. Sus ojos carmesíes, ampliamente abiertos, reflejan una danza de emociones: curiosidad y temor, dos fuerzas opuestas que luchan por sobreponerse.

—¿Estás bien? —susurra con su dulce, pronunciando las palabras sin titubear, en un cambio notable. La genuina preocupación impregna su rostro y Naraku endurece su semblante al mirarlo. Sus ojos violetas se clavan en los del pequeño y, por un instante, Kagura vislumbra una chispa de desprecio en su mirada, como si se estuviera enfrentando a la criatura más repulsiva del planeta.

Naraku permanece en silencio por otro breve instante, antes de que una sonrisa maliciosa se dibuje sigilosamente en sus delgados labios, como la sombra de una luna oscura que se asoma en la noche.

—¿Te parezco que estoy bien? —pregunta, burlón, y sin pronunciar una sola palabra, despliega su fuerza en un único y preciso golpe, impactando en el rostro del niño con una frialdad desmedida. El pequeño es derribado sin ninguna oportunidad y la niña se sobresalta, acudiendo en su ayuda.

Tras el impacto, el aire se vuelve denso. Aunque Kagura no debería sorprenderse ante los actos de Naraku, descubre que es imposible. La escena le golpea el corazón, observando a la niña arrodillada junto a su hermano caído, sus ojos reflejando preocupación y miedo. En ese momento, la indignación y la ira se entrelazan en lo más profundo de su ser, y se siente amarga y corrosiva.

—¡Bastardo despreciable! —grita con furia, la ira y el desprecio brillando en sus ojos rojos—. ¡¿Cómo te atreves a lastimarlo?! ¡¿No tienes límites, imbécil?!

(No, no los tiene. ¿Por qué le está preguntando eso?)

En lugar de mostrar el menor atisbo de remordimiento (que es lo natural en Naraku, Kagura no entiende por qué esperaba otra cosa), parece encontrar inmensamente divertida su reacción. Su sonrisa insidiosa se ensancha, iluminando su rostro con una malicia que hiela los huesos. Kagura siente que su cuerpo se mueve solo y, antes de darse cuenta, se pone entre Naraku y los niños.

—¿Por qué tanta sorpresa, Kagura? Sabes muy bien de lo que soy capaz.

—¡Sí, lo sé, maldita sea! ¡Pero eso no significa que tenga que aceptarlo sin más! —exclama, y sólo quiere clavarle su abanico entre los ojos—. ¡Esos niños no te han hecho nada, y no merecen ser tratados así!

La risa desdeñosa de Naraku resuena como un eco siniestro en el aire, provocando un escalofrío en su espina dorsal.

—¿Te estás tomando el papel de "protectora de niños" demasiado en serio? Qué gracioso. Pensé que se había terminado con Kohaku.

Kagura aprieta las manos, el abanico casi crujiendo en su agarre. Sabe que los gemelos son apenas unos bebés, de cuatro semanas de edad, y no pueden entender completamente lo que está sucediendo a su alrededor, pero en lugar de retroceder, como se esperaría de ellos, parecen más preocupados por el visible malestar de Naraku que por su hostilidad. La niña se acurruca junto a su hermano, sus ojos grandes y rojos llenos de confusión. Con timidez, el otro estira una mano con garras y se aferra débilmente al brazo de Naraku, anhelando protección y cuidado, sin percatarse del insondable abismo que los separa de aquel que los engendró.

—¿Qué esperas de ellos? —pregunta Kagura, su voz gélida—. Son apenas unos bebés. No entienden el mundo en el que han sido arrojados, ni entienden lo que te sucede, o lo que eres, o lo que les espera —se sorprende diciendo eso.

¡Ella, intentando hacer entrar en razón a Naraku!

La mirada del medio demonio se endurece, observando a los infantes, la sonrisa desapareciendo de su rostro. La mano del niño se agarra con más fuerza a su brazo, instintivamente buscando su cercanía, a pesar de lo que le hizo. La niña, con lágrimas en los ojos, lo mira con temor, como si no pudiera entender cómo alguien que los ha lastimado puede ser también el único consuelo que conocen. Quizás se deba a que él ha sido literalmente la única persona con la que tuvieron contacto. Bueno, no es sorprendente. Kagura era un poco como estos niños la primera vez.

—Está bien, está bien, ya basta de lloriqueos —escupe Naraku, como si las palabras fueran veneno en su boca, apartando su brazo con brusquedad del agarre del yokai—. No necesitan nada de eso. Son demonios, al igual que yo. Son fuertes, incluso siendo tan jóvenes.

Kagura lo mira con ojos rojos que destilan rabia.

—Eso no te da derecho a maltratarlos —dice con una voz tensa y, ¿de verdad está intentando hacer entrar en razón a Naraku otra vez? Ni ella misma se lo cree—. No importa lo que sean, no merecen tu crueldad.

—¿Acaso te importan? —responde él con una sonrisa torcida—. ¿Te preocupas por ellos, Kagura?

Un nudo se forma en su garganta al enfrentar esa pregunta. , de alguna manera, le importan. A pesar de las complejas circunstancias, no puede evitar sentir preocupación. Ellos son una extraña parte de Naraku, y aunque el misterio de su existencia la desconcierte, su presencia es innegable. Sin embargo, Kagura no está dispuesta a desperdiciar su papel en esto, y si existe la posibilidad de liberarlos del yugo de ese infeliz, no dudará en intentarlo.

—No te lo voy a negar, Naraku. No es que me haya convertido en una buena persona, pero... soy simplemente incapaz de ignorar su situación —responde finalmente, su voz más suave de lo que habría esperado.

El ceño de Naraku se frunce, sintiendo que su paciencia se agota. A lo largo de su vida, ha enfrentado innumerables amenazas y desafíos, pero la actitud de su segunda extensión está afectándolo de una manera inusual. Su mente no deja de dar vueltas, obsesionada en la búsqueda de respuestas que parecen escurrirse entre sus dedos. Kagura siempre ha sido... especial, por decir lo menos.

—Eres una tonta, Kagura —murmura, aunque esta vez su voz carece de su habitual crueldad—. Pero supongo que eso no es ninguna sorpresa.

La respuesta sarcástica de la mujer no se hace esperar:

—Y tú eres un imbécil, Naraku. Pero eso, tampoco es ninguna sorpresa.

Naraku la mira por un momento, como si estuviera tratando de leer su mente. Luego, con un suspiro exasperado, farfulla:

—Bien, piensa lo que quieras. No me importa. Sólo recuerda que no necesitan simpatía ni cuidados. Son fuertes y capaces de cuidarse a sí mismos —su tono es más calmado pero aún lleno de frialdad—. Ustedes —dice luego, dirigiéndose a los gemelos—, ¿Acaso son incapaces de seguir instrucciones sencillas? Les dije claramente que no hablaran con nadie y, sin embargo, me trajeron un demonio. Les ordené que no salieran del campo de energía. Si vuelven a desobedecerme, habrá consecuencias desagradables. Así que, desaparezcan de mi vista ahora mismo.

Los cachorros fruncen el ceño con incredulidad, fijando la vista en Kagura ahora. Sus ojos rojos se entrecierran en rendijas, y parecen acusarla directamente por la hostilidad de Naraku. Un moretón se ha formado en la mejilla del niño. No obstante, ellos acatan su orden y abandonan la cabaña, dejando a Kagura a solas con el perturbado híbrido. Naraku, por su parte, se queda en silencio por un momento más, mirando fijamente el lugar donde estaban los gemelos.

Mientras el silencio se ciernen en la habitación, Kagura es presa de la simpatía (otra vez) hacia ellos, cuyas almas parecen yacer sometidas a los caprichos crueles de Naraku. La dureza y el frío con que él los trata, paradójicamente, los sumerge en una obediencia que, aunque dolorosa, parece serle tan familiar como la danza de sombras que ella misma hubo de bailar a su lado. ¿Acaso existen hilos invisibles que atan a todos los actores en un siniestro vaivén de poder y sumisión?

—Sigues siendo el mismo miserable de siempre, ¿verdad? —escupe con una calma exasperante, esforzándose por no dejar que el temblor se filtre en su voz—. Pobres mocosos. Niños que, según tu propia admisión, fueron producto de un lamentable accidente.

Naraku se gira bruscamente hacia ella, su mirada ardiendo con furia contenida, como un incendio latente bajo un manto de hielo.

—Son sólo molestias, Kagura. Nada más que eso. Y si se salen de su lugar, recibirán su merecido. No necesito tus insulsas compasiones ni tus consejos sobre cómo manejarlos. Es mi asunto, y sólo mío. Así que, ahórrate tus patéticas intervenciones.

Kagura aprieta los dientes, sintiendo la frustración anudarse en su interior ante la terquedad y la arrogancia inquebrantables de Naraku. ¿Acaso él no ha aprendido con el transcurso del tiempo que la lealtad genuina jamás puede ser coaccionada a través de la fuerza? ¿Que es un preciado don que se cultiva con delicadeza y no se somete a la tiranía? Estos niños, como un vivo reflejo suyo, encontrarán la semilla del odio en sus corazones. Entonces, la sombra de la animadversión crecerá en cada uno de sus paso, alimentada por el yugo de la violencia.

—¿Realmente crees que así obtendrás su respeto? —pregunta—. Pensé que habías aprendido la lección con todos nosotros. Si continúas tratándolos de esa forma, no cosecharás más que desprecio y odio. ¿Es eso lo que buscas? ¿Una lealtad basada en el temor?

Los ojos de Naraku relampaguean. Kagura sabe que lo está provocando , pero, consciente del riesgo que corre al desafiar su dominio, también comprende que es imperativo hacerlo. Si anhela desentrañar los enigmas que han transformado a su antiguo amo en esta patética criatura, debe romper esa imperturbable fachada que lo envuelve.

—No necesito ganarme su lealtad, Kagura. Son míos, y ya está. Si desobedecen, serán castigados. Es así de simple. No te molestes con tus lecciones de moralidad.

(Y hace unos momentos estaba negando que fueran suyos, el maldito).

—¡No te estoy dando "lecciones de moralidad", idiota! ¡Se trata de sentido común! ¡Si tan sólo pudieras dejar de ser tan soberbio y retorcido, quizás encontrarías respuestas y una solución para tu enfermedad y lo que ocurre con estos niños! Pero, claro está, eso sería demasiado para tu ego, ¿verdad? Prefieres sufrir en silencio y ahogarte en tus propias miserias.

—No tengo interés en tus consejos ni tus palabras vacías, Kagura. Soy perfectamente capaz de resolver mis problemas por mí mismo. Tú tienes tus maneras, yo tengo las mías.

¡Uff! !Qué tipo tan insoportable!

—¡Pues vaya "maneras" en las que has fracasado estrepitosamente! ¡InuYasha y los demás siguen con vida, y te buscan con sed de venganza! ¡Todos anhelan tu perdición, Naraku! ¡No cuentas con aliados, estás solo en esto! No quisiera... no quisiera estar en tu piel ahora.

El rostro de Naraku se ilumina con una risa cínica, que brota de sus labios como una serpiente venenosa entre la maleza.

—No te equivoques, Kagura —empieza, insidioso—. Su venganza no me inquieta en lo más mínimo. Si piensan que pueden derrotarme, están muy equivocados. No importa la cantidad de enemigos que me rodeen o cuántos intenten buscarme, nada cambiará. Ellos seguirán lamentándose por las cosas que han perdido, mientras yo permaneceré aquí, sin remordimientos.

¡Este desgraciado altanero!

—¡Aunque tu fortaleza es indiscutible, también debes reconocer que tu peor enemigo has sido tú mismo! ¡La malicia y la obsesión por el poder te han envuelto en una espiral que te ha llevado a esta difícil situación!

Naraku se encoge de hombros, restándole importancia al asunto.

—Es cierto que he sido mi peor enemigo en ocasiones, pero, Kagura, tú no comprendes nada. No sabes las difíciles decisiones que he tenido que tomar para llegar a este punto en mi vida.

Ella se ríe. ¡No puede creer que estén teniendo esta conversación!

—¡Lo sé perfectamente! ¡Has dejado un reguero de devastación y dolor en tu camino! ¡Has manipulado sin escrúpulos a todos los que te rodean para alimentar tus ambiciones egoístas! Pero, ¡¿a qué costo?! ¡¿Realmente crees que ha valido la pena?! ¡¿Te sientes satisfecho con la persona en la que te has convertido?!

Sus palabras parecen desestabilizar a Naraku un poco. Pero, como un cielo que se cubre de nubarrones ominosos, su mirada se oscurece aún más, encerrando tras sus sombras los misterios de su lógica retorcida.

—No debes preocuparte por mí, Kagura. Mis decisiones son mías y me he convertido en quien soy por elección propia —responde finalmente, su voz desprovista de toda emoción, como un gélido vendaval de invierno—. Y de todos modos, ¿por qué debería importarme lo que pienses? Mi camino está trazado por mí y no necesito la aprobación de nadie para seguir adelante.

Kagura bufa.

—Si realmente no te importara, no habrías desperdiciado tu tiempo hablando conmigo hasta ahora —replica—. Es obvio que algo ha cambiado en ti. Te has vuelto vulnerable, predecible. Me pregunto cómo te sentirías si tus enemigos descubrieran que estás enfermo y debilitado. ¿Podrías mantener esa fachada impenetrable que tanto te gusta mostrar al mundo? Sería un deleite ver cómo cae tu máscara de falsa invulnerabilidad. Frente a todos.

Los ojos de Naraku se abren con sorpresa, y su rostro se contrae en una pátina de incredulidad y resentimiento, como si las palabras que ha escuchado hubieran sido un golpe directo a su orgullo. Pero la sorpresa inicial es rápidamente reemplazada por una mirada agria.

—Kagura, ¿acaso piensas que soy tan débil como para permitir que eso suceda? A pesar de lo que me está pasando, no dudes en que lograría superar cualquier circunstancia.

—Oh, Naraku, la debilidad no está en reconocer tus limitaciones —dice, su voz sorprendentemente tranquila—. La verdadera debilidad radica en negarlas y no hacer nada al respecto. Esa debilidad te hará vulnerable y te convertirá en una presa fácil de tus enemigos. ¿Tan ciego eres ante tus propias flaquezas?

Sus ojos chocan en un duelo silente, rojo contra violeta, como dos espadas desenvainadas listas para el enfrentamiento. Cada uno parece sostener la llave que puede desbloquear los secretos del otro, y sin embargo, ninguno está dispuesto a ceder fácilmente. Sin embargo, es Naraku quien rompe el contacto visual, apartando sus ojos de los de Kagura, como si temiera que la inseguridad se desbordara por ellos. Una respiración profunda y pausada escapa de sus labios, intentando de encontrar calma en el ojo de la tormenta que lo consume. Kagura casi puede sentir la turbulencia emocional que se agita bajo su piel.

—Basta. Has dicho suficiente por hoy. Si no tienes nada más hacer, vete y déjame en paz.

—¿Y si te digo que no quiero? ¿Entonces qué, Naraku? Tú ya no me das órdenes —responde con un atisbo de irritación en su voz—. Recuerdo muy bien cómo solías tratarme, pero las cosas han cambiado. Ya no temo tus amenazas ni tus juegos retorcidos. ¿Crees que podrías atacarme? ¡Adelante! Nunca has tenido escrúpulos para herir a los de tu propia sangre.

Los ojos de Naraku se nublan con una oscuridad intensa, y por un momento, Kagura se prepara para lo peor, esperando que su ira estalle y la ataque sin piedad. Sin embargo, lo que ocurre es sorprendente: en lugar de una reacción explosiva, Naraku responde con un tono gélido y distante, su voz fría hasta la médula:

—He sido muy indulgente contigo, Kagura, soportando tus provocaciones. Pero, como bien sabes, toda paciencia tiene sus límites. No desearía tener que ocuparme personalmente de ti otra vez.

—Vaya, sí, seguro que sería una inmensa molestia para el Gran y Poderoso Naraku —dice Kagura mientras una sonrisa burlona se dibuja en sus labios—. Supongo que debería estar agradecida por no ser parte de tu creciente lista de víctimas, ¿verdad?

Naraku la observa, y Kagura detecta otro brillo de molestia en su mirada. Su voz, sin embargo, es imperturbable:

—Si insistes en quedarte, entonces hazlo. Pero no esperes que cambie mi actitud ni te facilite las cosas. Te advierto que tu presencia no me hará más compasivo.

Kagura le devuelve el gesto.

—No busco hacerte más "compasivo". Eso sería como esperar a que el lobo se convierta en cordero, o que el océano se seque. Sólo quiero respuestas. Además, ya te he dicho mis otras razones para estar aquí.

—Cobrar tus estúpidas deudas cuando sea el momento, ¿verdad?

Kagura asiente lentamente, como si fuera un chiquillo al que hay que explicarle las cosas con peras y manzanas.

Exacto. Pero también quiero saber qué te pasó realmente, qué te llevó a este estado y qué hay detrás de tus nuevas creaciones. No creo que todo haya sido una casualidad. Hay más en esta historia de lo que estás dispuesto a admitir. Y me gusta verte en aprietos.

Naraku la mira en silencio.

—Entonces, Naraku —prosigue, sintiendo que tal vez ha llegado a un punto crucial de la conversación—, ¿Por qué te has vuelto patético de la noche a la mañana?

—Cállate, Kagura. No sabes nada de lo que estoy pasando —sisea, su voz teñida de hostilidad.

—Oh, lo sé muy bien —continúa ella, sin amilanarse—. Te veo luchar con cada emoción que amenaza con escapar de ti. Te veo temblando de inseguridad y miedo, tratando desesperadamente de mantener tu fachada de poder y dominio. No eres el mismo Naraku al que conocí. ¿Qué te ha sucedido? ¿Qué ha causado esta falla en tu armadura? ¿Por qué estás enfermo?

Naraku le clava una mirada aguda, sus ojos pareciendo arder, como si la respuesta fuera tan obvia que el hecho de que Kagura no pudiera entreverla lo molestara aún más. Luego, en un gesto de desdén supremo, emite un «hmph», cruzando los brazos sobre su pecho y encorvando los hombros y la espalda, como un niño petulante que se niega a ceder ante las expectativas de sus padres.

Kagura casi espera que haga una rabieta.

—Adelante, Naraku, te escucho.

Naraku frunce el ceño.

—¿Qué quieres que te diga, Kagura? ¡Es sólo una simple indisposición! —responde, descruzando los brazos y restándole importancia con un gesto negligente de la mano—. Un pequeño contratiempo temporal que, por supuesto, puedo manejarlo solo.

Kagura no puede evitar soltar una risa irónica.

—Sí, claro, seguro. Una "simple indisposición" que te ha mantenido encerrado aquí y te ha vuelto más irritable de lo normal. No es tan "simple", Naraku, y tú lo sabes. ¿Acaso tienes miedo de admitir que podrías necesitar ayuda?

El híbrido resopla, desviando la mirada con obstinación.

—No necesito ayuda de nadie. Puedo arreglármelas perfectamente solo. Me las he arreglado hasta el momento.

—Claro, claro —murmura Kagura, cruzándose de brazos—. Y qué decir del color de tus ojos, o las ganas de vomitar que intentaste ocultarme, o ese dolor paralizante, la herida en tu brazo... ¿No significan nada, verdad? Sí, todo está "perfectamente bien".

Naraku gira la vista hacia su extremidad afectada y frunce el ceño, intentando ocultar el gesto de preocupación que se escapa por un instante.

—Eso es sólo un... inconveniente temporal. Nada más —insiste.

Kagura levanta una ceja con escepticismo.

—¿Inconveniente temporal? No creo que estés siendo honesto contigo mismo. ¿Por qué no lo admites? ¿Temes mostrar debilidad ante los demás? ¿Qué cosa podría ser más débil que verte así?

Naraku aprieta los puños, visiblemente molesto por las palabras de Kagura.

—No soy débil —murmura—. No necesito simpatía ni lástima de nadie. Y mucho menos la tuya.

—No es por lástima o simpatía, Naraku. No mereces ninguna de esas cosas. Sino más bien, me he comprometido a estar aquí, y parece que no quieres aceptar la realidad. ¿Qué ganas con negarlo? Si continúas así, sólo empeorará y podrías terminar... —Kagura vacila por un momento antes de seguir—. Muriendo.

Increíblemente, su voz no muestra ni un rastro de burla o sarcasmo.

La mención de esa palabra parece afectarlo en gran medida, incluso si intenta disimularlo. No obstante, la tensión en su rostro y el leve temblor en sus manos lo delata. Kagura no se siente culpable por mencionar este hecho, en absoluto.

—Eso no sucederá —responde—. Soy más fuerte que eso. Siempre encuentro una forma de salir adelante

Kagura pone los ojos en blanco. ¡Este tipo! ¡Ni Sesshomaru se salva de ser tan idiota y arrogante!

—Ignorar tus problemas y pretender que desaparecerán por sí solos no es una estrategia efectiva, ¿o es que tu "agudo intelecto" ha tenido una disminución considerable?

—Silencio, bruja. Puedo cuidar de mí mismo.

—Pues demuéstralo entonces, en lugar de esconderte en esta cabaña y actuar como un niño terco que no quiere aceptar que está enfermo. Deberías enfrentar tus problemas y buscar una solución en lugar de dejar que la enfermedad te consuma.

Las palabras de Kagura se erigen como un desafío franco y sin rodeos, capaces de traspasar la fachada de arrogancia que rodea a Naraku. Un destello momentáneo de ira atraviesa su mirada, pero se funde con un rastro de resignación que también asoma en sus ojos.

—¿Y qué sugieres que haga? ¿Acaso tienes una solución mágica para mi "indisposición temporal"?

Kagura arquea una ceja.

—No, no tengo una "solución mágica", pero podrías empezar poniéndome al tanto de la situación y ahí ver cómo tratar el asunto.

Naraku parece considerar sus palabras por un momento, su mirada fluctuando entre la frustración y la reflexión.

—Muy bien, Kagura. Si insistes tanto en saberlo todo, entonces te contaré lo que ha estado sucediendo. Pero, sólo porque eres una mujer insufrible y no quiero seguir soportando tus preguntas —sisea, como si estuviera a punto de revelar un secreto desagradable.

—Adelante, Naraku. Habla.

Naraku toma una respiración profunda.

—Como bien sabes, soy un cambiaformas —murmura con cautela, como si tratara de sopesar cuidadosamente sus palabras—. Puedo tomar cualquier forma que desee.

Kagura asiente lentamente, manteniendo la mirada fija en él, aunque confundida por el cambio repentino de la conversación. , Naraku es un cambiaformas. No es exactamente un secreto. Todo el mundo lo sabe. Sin embargo, no logra comprender la conexión entre su estado actual y su capacidad de transformación.

—Lo sé. Has usado tu habilidad de cambio de forma para tus propios fines durante mucho tiempo. Pero, ¿qué tiene que ver eso ahora?

Naraku se sume en un silencio incómodo, sus ojos oscuros escudriñando un punto en la habitación mientras reflexiona sobre cómo abordar lo que necesita comunicarle a Kagura. Sus pensamientos parecen luchar internamente y el aire es pesado, al punto de que Kagura podría cortarlo con su Danza de las Cuchillas. Durante todo este tiempo, su magia ha estado retorciéndose a su alrededor en enredaderas de humo negro, violeta, rojo y morado.

Finalmente, cuando ella está a punto de gritarle, habla:

—Hace un tiempo, adopté otra... forma, por conveniencia —sus palabras fluyen con dificultad, como si cada una de ellas fuera un peso que arrastra con renuencia—, y en algún punto durante ese período, ocurrió algo... inesperado.

Eso hace que las cejas de Kagura se arqueen.

—¿Qué, qué es lo que te sucedió?

Pero luego, un profundo silencio envuelve a Naraku, como si las palabras se le hubieran agotado por completo. Su rostro ya no muestra signos de molestia o frustración, sino que se ha convertido en una máscara impenetrable.

Kagura frunce el ceño, negándose a ser acallada por su silencio.

—Vamos, Naraku, no puedes dejarme con la intriga. ¿Qué fue lo "inesperado" que ocurrió? ¿Acaso te encontraste con alguna fuerza superior a la tuya?

Naraku desvía la mirada, su expresión sombría y distante.

—No se trata de una fuerza superior, Kagura. Fue... algo diferente. Algo que...

Kagura cruza los brazos.

—No me vengas con enigmas ahora. Sabes que soy persistente y no me rendiré hasta que me lo cuentes todo. Además, no puedo evitar disfrutar de tu incomodidad. Entonces, Naraku, dime: ¿por qué estás enfermo? ¿Cómo es que llegaron a existir esos niños? Asumo que todo está relacionado, ¿verdad?

Naraku mantiene la mirada fija en algún punto de la habitación, evitando deliberadamente los ojos de Kagura. Sus palabras emergen con cuidado, como si estuviera revelando algo profundamente personal y vulnerable:

—Lo que ves... esos niños... No fueron creados de manera intencional. Como te dije, fueron un... accidente —comienza, su tono extrañamente tímido y frágil, algo que rara vez se deja ver. Sus mejillas se han vuelto más rosadas, pero esta vez no es por la fiebre—. Como cambiaformas, tengo la capacidad de asumir cualquier forma, incluso la de una mujer. Pero nunca pensé que algo así podría suceder... no esperaba... esto.

-X-

Byakuya no puede dormir

Su mente se agita con una amalgama de pensamientos estridentes, parecidos al zumbido constante de cigarras que llenan sus oídos. Hay recuerdos que se entrelazan con comentarios de Kagura, palabras que Byakuya no tenía la intención de pronunciar en ese instante. Además, fragmentos melódicos de música emergen, junto con descripciones abstractas de emociones que intentó transmitir a Kanna el día anterior. Todo esto se convierte en un enjambre de divagaciones que parecen ser la naturaleza característica de su mente, que rara vez encuentra tranquilidad.

Eleva la vista hacia el techo, permitiendo que sus pensamientos fluyan y lo envuelvan aún más, con la esperanza de que eventualmente lo sumerjan en un ininterrumpido y reparador descanso.

Se queda así por un rato más, sólo mirando al techo y pensando, pensando.

Inhala profundamente y suspira, reconociendo mentalmente que esto no está funcionando. Está aburrido.

El demonio se sienta en el futón y observa alrededor del dormitorio.

Es del tamaño perfecto para él: un robusto armario de caoba que encaja a la perfección para guardar sus kimonos y atuendos extravagantes, junto con cajones de madera repletos de suministros para sus pasatiempos, en su mayoría papel para sus elaboradas figuras.

No se esperaría otra cosa. Es un truquero, un ilusionista.

Una imponente estantería de ébano alberga una variada colección de libros que abarcan diversos géneros literarios, incluso algunos de romance, los cuales lograron captar de forma ligera el interés de Byakuya. Sin embargo, la posibilidad de sumergirse en su lectura en compañía de Naraku, quien incesantemente le asignaba misiones suicidas, siempre se mantuvo fuera de su alcance. Y no es que le importara en aquel momento. Después de todo, su existencia había sido concebida con ese propósito específico en mente.

Nunca imaginó que su destino tomaría un giro. El deber de servir a su amo estaba arraigado profundamente en su ser. La idea de traicionarlo o incluso anhelar algo diferente nunca cruzó por su cabeza. Su mentalidad difería notablemente de la de sus hermanos.

Pero, al cortar a la chiquilla de ropas extrañas en el abismo del cuerpo de su creador con aquel modesto fragmento de Meido Zangetsuha y creer que hallaría la muerte según había previsto, la conexión con Naraku... se desgarró, abruptamente. Tal vez debido al propio debilitamiento del híbrido en ese instante, aunque en realidad ni él mismo estaba seguro. Todo fue tan rápido, tan confuso...

No tenía la más mínima idea de cómo demonios había ocurrido, pero después, de repente, despertó junto a un claro, empapado en sangre (la sangre de su amo), y se encontró con la inquietante realidad de que ya no podía percibir a Naraku. De manera súbita, una oleada de revelaciones lo abrumó: se dio cuenta de que estaba... libre, con la capacidad de ejercer su voluntad sin restricciones.

En la actualidad, se ríe.

En una esquina de su habitación se encuentra un tocador de tonalidades oscuras, albergando con cuidado sus modestos tesoros y colecciones en sus cajones. Coronando este mueble, un espejo de tocador refleja la escena, mientras que dos figuras de papel meticulosamente adheridas a su superficie le recuerdan que es su responsabilidad despejar el territorio de posibles intrusos en ese momento.

Dirige su mirada hacia el reloj, cuyas agujas señalan las "2:25 de la mañana". Un suspiro profundo escapa de sus labios cuando se deshace de las sábanas, levantándose de la cama con un salto. Dedica especial atención a su arreglo personal, consciente de que la elegancia exterior debe complementar su innata naturaleza. Con ligereza, abandona su estancia, cerrando la puerta tras de sí con esmero, y avanza por el pasillo con paso decidido.

Las paredes exudan sobriedad, decoradas con variadas pinturas de paisajes que cuelgan en la medida que él se desplaza a lo largo del corto pasillo. El yokai se encuentra plenamente consciente del impacto que su estruendo podría causar, una imprudencia que seguramente Kagura le reprocharía en la mañana, si llegara a interrumpir su sueño inadvertidamente. Aunque Kagura no se encuentra presente en ese instante, esas costumbres han arraigado en su rutina diaria de manera gradual. Sin embargo, disfruta ocasionalmente de la travesura de despertarla y provocar su molestia.

Bueno, siempre. Para qué negarlo.

A pesar de que el pasillo está inmerso en la oscuridad, un fragmento de él queda bañado por la luz de la luna. Únicamente la sección que se conecta con la sala de estar se encuentra iluminada, pero incluso en ese brillo parcial, conserva su belleza intrínseca.

Finalmente, el pasillo conduce a la cocina de uso común; en la actualidad, aún exhibe un cierto desorden que claramente delata que Kagura estuvo a cargo de la cena hace apenas dos días. Al marcharse, le encomendó la tarea de lavar los platos, y dado que no está presente, Byakuya no ha cumplido con esta responsabilidad. ¿Qué tal si esta vez lavas los platos antes de que comiencen a crecer plantas en ellos, Byakuya?, recuerda que le dijo. Esboza una sonrisa sardónica al contemplar la escena, que yace en un estado de desorden casi artístico. Tomándose alrededor de dos minutos para deleitarse en la visión caótica y reflexionar sobre cuál variedad de té podría ofrecer alivio al insomnio, se sumerge en la tarea que tiene por delante.

Las paredes de la cocina exhiben un tono caoba, pero con un matiz aún más cálido que el del pasillo, creando una sensación sorprendentemente acogedora, a pesar de albergar a tres seres demoníacos en su interior. El aire se impregna con un delicado aroma a miel recocida, un perfume que parece ser el resultado de los anhelos de Kagura por pasteles de miel en los últimos tiempos, culminando en su decisión de preparar este dulce ella misma. Y mientras saborea los matices en su lengua, reflexiona sobre la sorprendente habilidad culinaria de su hermana mayor. Aunque su temperamento malhumorado y su aparente falta de destreza en la cocina indiquen su inutilidad, demuestra ser verdaderamente talentosa cuando decide aplicarse en ello.

Como un fantasma, Byakuya abre un armario, extrayendo con destreza varios paquetes de té. Sus manos exploran los rincones del mueble en búsqueda de la elección perfecta, hasta que finalmente se decide por una intrigante mezcla de hibisco y frambuesa. Avanzando al siguiente paso, procede a calentar el agua. Byakuya se permite unos segundos para regocijarse en su modesto triunfo, antes de preparar el té de manera meticulosa, como si estuviera a punto de recibir invitados, a pesar de encontrarse solo en ese momento.

Una suave risa escapa de sus labios mientras rememora la expresión en el rostro de Kagura cuando preparó té suficiente para diez personas, incluso si eran sólo tres en la casa.

Tras unos breves instantes, Kanna hace su entrada en la cocina, su rostro de muñeca de porcelana manteniendo una impasibilidad inquietante. Byakuya experimenta un ligero sentimiento de gratitud al constatar que en esta ocasión, a diferencia de su tendencia habitual a materializarse de la nada, su presencia no ha sido tan sorprendente.

—¡Kanna! ¿Qué te trae por aquí?

Kanna fija su mirada en el hombre que se encuentra frente a ella, una escena que ya se ha vuelto familiar para sus sentidos. Su expresión permanece imperturbable, como si estuviera acostumbrada a tales encuentros, y sus palabras fluyen en un tono monocorde cuando responde:

—Té.

Byakuya dirige sus ojos hacia la infusión que finalmente ha concluido su proceso, su atención ahora centrada en el resultado de su espera. Con mano segura, retira su taza favorita de un armario cercano, una delicada pieza de porcelana que le brinda un placer adicional a cada sorbo. A su vez, no olvida la presencia de Kanna en este ritual compartido, tomando también la taza destinada a ella desde el estante con parsimonia.

Kanna acepta la taza, asintiendo con un gesto apenas perceptible de agradecimiento. Su mutismo se encuentra perpetuamente acompañado por una presencia serena, como si trajera consigo una calma inquebrantable, en ocasiones, aterradora. Eleva la taza hacia sus labios y toma un sorbo pausado. Byakuya, por otro lado, sostiene su propia taza con una elegancia impecable, como si estuviera agarrando una obra de arte delicada. Da un sorbo pequeño, saboreando el té con una expresión contemplativa. Luego, centra su atención en la demonio de cabellos blancos, lanzándole una mirada traviesa:

—Dime, Kanna, ¿alguna vez te has preguntado qué estará haciendo Naraku en estos días? —indaga, sabiendo que la pregunta podría provocar una reacción, aunque sea sutil, en la usualmente inexpresiva Kanna.

Kanna alza una ceja ligeramente, sus ojos negros fijos en Byakuya. Por un momento, parece como si considerara la pregunta, la ruedas de su mente girando en segundo plano, formulando una respuesta.

—No —sus labios apenas se mueven al pronunciar la palabra, pero su tono revela una sugerente ambigüedad.

Byakuya sonríe, encontrando entretenida su respuesta.

—Siempre tan misteriosa, ¿verdad? —comenta con complicidad, dando otro sorbo a su té.

Aunque Kanna no exhibe reacción alguna en su apariencia, el fugaz destello en sus ojos oscuros podría interpretarse como una suerte de afirmación.

—Naraku está más allá de nuestra percepción ahora. Su destino es suyo y no interfiere con el nuestro —responde.

Byakuya alza una ceja, maravillado por la destreza con la que la niña logra mantener su compostura incluso en las charlas más casuales.

—A veces me pregunto si en realidad tienes un pozo sin fondo de conocimiento oculto detrás de esa fachada fría.

Kanna no da señales de haber captado la ironía de Byakuya, manteniendo su enigmático silencio. En cambio, desvía su atención hacia la taza de té ante ella, como si el líquido burbujeante hubiera adquirido un magnetismo irresistible que la atrapa por completo.

Byakuya suelta una risa suave, saboreando las reacciones sutiles de su hermana mayor (aunque aparentemente más joven).

—Quizás algún día logre descubrir tus secretos, Kanna.

La expresión de Kanna no cambia, pero en sus ojos negros parece emerger un brillo fugaz de interés.

—Tal vez, Byakuya.

Un nuevo manto de silencio envuelve la cocina, aunque en esta ocasión su carácter tenso se ha disipado para dar paso a una serena calma. Tras un intervalo, es Byakuya quien decide quebrar ese silencio, adornando la escena con otra sonrisa maliciosa:

—Kanna, ¿alguna vez has considerado probar una de las creaciones culinarias de Kagura? Ella ha demostrado ser bastante hábil en la cocina, a pesar de su temperamento.

Kanna vuelve su mirada hacia él, su expresión inmutable.

—No veo razón para no hacerlo. Si ella está dispuesta.

Byakuya mueve la cabeza con satisfacción, apreciando haber logrado arrancar de Kanna una respuesta notablemente más detallada de lo que él suele recibir en otras ocasiones.

—Quizás deberíamos alentarla a organizar una especie de cena especial algún día. Sería una forma interesante de pasar el tiempo.

Kanna asiente sutilmente, y es evidente que la noción de una cena especial ha capturado su interés, incluso si no es mucho.

—Una idea razonable.

El demonio ilusionista saborea otro sorbo de té, mientras sus pensamientos se aventuran por los enigmáticos laberintos de la mente de Kanna. Kagura se las arregló para evitar su destino funesto, y sin duda alguna, entre ambas se tejió una conexión íntima y profunda que va más allá de lo evidente.

—Oh, Kanna, mi estimada y monótona hermanita, posees el don innato de provocar nerviosismo en mí con tu terrible imperturbabilidad. No obstante, eso es lo que te hace única. Así que, permíteme regalarte mi dramática representación teatral. La obra lleva por título: "¡Oh, monje!"

Byakuya aparta la taza de té con cuidado y, en una pose teatral exagerada, se levanta majestuosamente, tomando su lugar en el centro de la habitación. Allí, entabla lo que parece ser una conversación imaginaria con un personaje invisible, sus gestos y expresiones aportando un toque de drama a la escena.

—¡Oh, insignificante monje, ¿no percibes acaso mi belleza venenosa y radiante?! —musita, simulando una voz melosa, aguda y coqueta, seguida de una risa desquiciada—. ¡Conozco la dificultad de resistir mis encantos, mas no te inquietes, pues yo, Naraku, te otorgo el honor de llevar mi maldición! ¡Agujero Negro!

Kanna, cuyos ojos de obsidiana permanecen sin cambios, observa con una calma inmutable la representación teatral de Byakuya. Los gestos exagerados y las voces melodramáticas parecen resbalar sobre ella como agua en un lago tranquilo. Sin embargo, algo en su expresión delata cierta chispa de curiosidad.

—¡¿Qué?! ¡¿En serio?! ¿Eres ese desalmado demonio? ¿No eras esa noble dama? ¡¿Cómo pudiste engañarme?! ¡Has roto mi corazón! ¡Alto, no huirás! —dice, haciendo una voz aguda y angustiada—. ¡Oh, pusiste en mi mano esa maldición! ¡Es una mano maldita!

Byakuya, sumido en su interpretación dramática, se arroja al suelo cayendo sobre una rodilla en un gesto teatral, elevando sus brazos hacia el cielo en un acto de lamento por su destino ficticio, todo ello acompañado de una expresión trágica que refleja su profunda entrega al papel.

—¡Oh, destino cruel! ¿Por qué me has abandonado en manos de este demonio embustero? ¡Si sólo hubiera resistido sus encantos!

Kanna permanece en silencio, sus ojos negros rastreando cada mueca y palabra del demonio con una atención inquebrantable. Aunque su semblante apenas fluctúa, la profunda intensidad de su mirada deja entrever... algo.

—Oh, estúpido monje, mis ilusiones pueden embaucar hasta al más astuto de los demonios, ¡pero tú eres un reto digno de mis artimañas! —exclama, cambiando su voz a un tono más profundo y grave, antes de reírse maliciosamente—. ¿Pero qué es esto? ¡Mi plan maestro ha sido desbaratado por tus absurdas mañas! ¡Incluso mi agujero negro no puede consumirte!

Byakuya se acerca a Kanna, interpretando la confrontación final entre el monje y el malvado demonio. Arquea una ceja de manera dramática y apunta un dedo acusador hacia ella.

—¡Ah, Kanna! ¡Mis ojos se han abierto a la verdad! ¡Tú eres la verdadera fuerza maestra detrás de toda esta trama retorcida! ¡Reconozco tus artimañas y tu oscuro plan! ¡Pero ya no más! ¡El ilusionista Byakuya ha descubierto tu engaño y está dispuesto a detenerte!

Kanna, finalmente rompiendo su prolongado silencio, exhala un suspiro que apenas roza la percepción auditiva.

-X-

Qué-

¿Qué demonios?

Kagura queda completamente desconcertada, su mente atrapada en un tumulto de pensamientos caóticos. La revelación impactante de Naraku la deja momentáneamente muda, sus ojos abriéndose al máximo, su rostro metamorfoseándose en una danza de incredulidad y asombro. Poco a poco, las piezas del enigma empiezan a encajar en su cabeza, y el paisaje se torna cada vez más nítido.

Kagura retrocede un paso, sus ojos amplios observándolo con desconfiabilidad, como si Naraku hubiera traspasado un umbral prohibido. Una avalancha de emociones se agolpa en su pecho, casi haciéndola sentir como si quisiera reír histéricamente, porque la maldita idea que se ha formado en su mente es tan inverosímil que roza los límites de la locura. Su corazón late a un ritmo frenético mientras intenta asimilar la magnitud de lo que está sugiriendo su cabeza, una posibilidad tan impensable que desafía la lógica misma. Se lleva una mano a la frente, sintiendo cómo su cerebro da vueltas tratando de asimilar el peso de la revelación. La realidad se tambalea frente a sus ojos, y se pregunta qué más ha estado ocultando Naraku.

Maldita sea, ¿cómo no lo vio antes? Naraku, un cambiaformas. Los niños inesperados. Su negativa a revelar la verdad por completo. Las señales que había estado ignorando, tan obvias en este momento. La frustración y disgusto que emanaba de él. Todo tiene sentido ahora, aunque la idea suene tan descabellada e increíble.

Naraku. Cambiaformas. Mujer. Niños inesperados.

¡Naraku, hijo de puta!

Un temblor recorre sus manos, tan intenso que el maldito abanico se desliza de sus dedos, liberándose de su sujeción. Busca llenar sus pulmones con una bocanada profunda de aire. ¿Habrá sido en verdad una decisión acertada entrometerse en los asuntos de su antiguo amo?

—¿Estás intentando decirme que esos mocosos son... tuyos? ¿Que tú... adoptaste la apariencia de una mujer y, y, t-te... embarazaste? —exclama, jadeando de sorpresa.

Los ojos de Naraku se posan sobre ella como astros deslumbrantes, su mirada más fría que el hielo, las palabras que ha pronunciado sentándole como una profanación al santuario mismo de su ser. La incomodidad y el disgusto se reflejan en su rostro, una sombra que se arrastra por el suelo, oscureciendo la luz que debería brillar en su semblante. Es como si Kagura hubiera tocado un delicado nervio simplemente poniendo en boca las palabras que él se negó a expresar.

—Sí, Kagura. Eso es precisamente lo que he intentado decirte —responde con un toque de irritación.

Un torbellino de incredulidad, asombro y repulsión la envuelve mientras lucha por comprender la magnitud de lo que Naraku acaba de revelar. Su mente pende en un delicado equilibrio, oscilando entre una amalgama de curiosidad que chispotorrea como la electricidad en el aire, y un horror estremecedor al considerar la posibilidad de que Naraku haya tomado la forma de una mujer y enfrentado...

¡Por todos los demonios que vagan en el mundo!

—Eso es... eso es... —Kagura balbucea, luchando por encontrar las palabras adecuadas para expresar su conmoción—. Nunca habría imaginado que fueras capaz de algo así. Quiero decir, cambiar de forma está bien, pero... esto es completamente distinto.

Es una locura, se dice a sí misma. Debo estar en un delirio. Seguro que despertaré en cualquier momento.

—¡¿Sabes lo difícil que es creer lo que me dices?! Esto... ¡Esto está más allá de lo que imaginé! ¡¿Cómo diablos fue posible?!

—No tengo ni puta idea, ¿parezco un experto en estas cosas? —sisea Naraku.

—responde Kagura con exasperación, aunque esta vez, de alguna manera, se siente inclinada a prestar atención a su antiguo amo. Sin embargo, su interés radica principalmente en descubrir los detalles. El hecho de que Naraku haya decidido ser abierto y honesto con ella no cambia nada. Todavía lo odia—. Tú eres el cambiaformas. ¿Es que no tenías idea de lo que podría suceder? ¿O fue algún tipo de experimento retorcido? —insiste, su mente luchando por comprender la situación surrealista.

Naraku la mira como si quisiera estrangularla, o apretar nuevamente su corazón.

—¡Oh, por supuesto! Simplemente me desperté un día con ganas de realizar un pequeño experimento para cumplir un simple capricho —responde con sarcasmo, sus ojos chispeando con agudeza—. ¡¿En verdad crees que fue algo que planeé?!

Kagura tensa sus puños, sintiendo la frustración bullir bajo sus venas, intentando desentrañar el enigma detrás de todo esto. A pesar de ser doloroso aceptarlo, debe admitir que Naraku tiene un punto.

—¡Maldición! ¿En qué diablos estabas pensando? —exclama, agitada—. ¿Y cómo rayos te atreves a revelármelo ahora? —dice, incluso cuando ella misma escarbó para que se lo escupiera en primer lugar—. ¿Es esto alguna especie de siniestro juego para ti? ¡Cómo si ya no tuviera suficientes motivos para odiarte! ¿Te convertiste en una mujer y... ¡oh, Kami!, te quedaste atascado en esa forma o algo así?

Naraku inclina la cabeza con una expresión reticente, como si estuviera enfrentando el sabor amargo de una poción que le cuesta tragar.

.

Oh.

Kagura se queda en silencio por un momento, como si estuviera sosteniendo un caleidoscopio de emociones encontradas. Ella había visto muchas cosas en su vida, había sido cómplice y víctima de las artimañas de Naraku, pero esto... esto va más allá de lo que habría imaginado. Cambiaformas, mujer, embarazo, hijos. Una parte de ella siente una punzante satisfacción, una tentación de burlarse y ridiculizar a Naraku por lo que acaba de pasar; mientras que otra parte, casi con picardía, hubiera deseado presenciar ese hecho con sus propios ojos, sólo para deleitarse aún más, para ver qué tanto podía afectarlo. Es como si el karma hubiera manipulado su telaraña, poniéndola en su contra, atrapando a Naraku de lleno, torciendo su camino de manera inesperada e irreversible.

¿Es esto a lo que le llaman "justicia poética"?

Kagura se siente parte de un espectáculo cósmico, donde las estrellas se alinean para tejer un destino irónicamente cruel. Y mientras una extraña risa se agolpa en su garganta, no puede evitar que un enorme regocijo la invada al imaginar cómo la rueda de la fortuna ha girado para confrontar a Naraku con sus propios engaños. Naraku, un ser capaz de metamorfosearse y moldear su apariencia a voluntad, incluso hasta adoptar la figura de una mujer, ha llevado a cabo un acto tan improbable e inverosímil que ha resultado en la concepción de aquellos niños.

Y de manera espectacular, porque esto seguro que ha afectado su ego más que cualquier batalla o derrota.

Kagura levanta la mirada nuevamente hacia él, esta vez con un brillo malicioso en sus ojos rojos.

¿Se siente absolutamente espantada? , pero eso no le impedirá aprovecharse de la situación. Más tarde lo procesará y... probablemente se azote la cabeza contra unas rocas.

Sin embargo, hay algo con lo que sí puede estar de acuerdo: esto es tan retorcido y extraño como cualquier otra cosa que ha hecho Naraku en el pasado.

¡Al diablo! ¡Es más como un puta pesadilla!

—Vaya, vaya, Naraku, parece que tus planes de conquista no eran lo único que estabas "gestando" —dice con una sonrisa sardónica—. Pero tienes que admitir que esto es... irreal, ¿sabes? Quiero decir, quién iba a pensar que tú, de todas las personas, te verías atrapado en una situación tan... embarazosa. Realmente, esto cambia todo.

Naraku parece visiblemente mortificado ante sus palabras, pero luego la mira con intensidad, su expresión alternando entre el deseo de sofocar esa sonrisa burlona y la necesidad de contener su propia furia. La sonrisa de Kagura se vuelve aún más amplia:

—Imagino que mantener este pequeño secreto ha sido una carga para ti. Aunque ahora entiendo por qué te comportabas de manera tan extraña. Debió haber sido difícil huir de tantos enemigos mientras lidiabas con tu "inconveniente temporal", como lo llamaste.

Naraku mantiene su silencio, y su mirada revela una fragilidad palpable, a pesar de sus esfuerzos por ocultarla. Da la impresión de que todo esto está causando estragos en su interior. Los zarcillos de magia que lo envuelven, sumidos en una oscuridad profunda, se retuercen y serpentean, destellando en variados matices de violeta, rojo y morado, como si estuvieran reflejando su estado emocional. Es realmente desconcertante presenciar la energía de Naraku tan... expuesta e inestable, como un escalofrío perpetuo en la espalda de Kagura.

—Eres un verdadero idiota, Naraku. No logro comprender cómo pudiste enredarte en una situación tan absurda, considerando tus... etapas de debilidad —gruñe, revolviendo su propio cabello con disgusto, recordando cómo el cuerpo del medio demonio se desmonta en una noche elegida cada mes—. No sé si algún día lograré acostumbrarme a todas las sorpresas que traes contigo —masculla—. Pero lo que es seguro es que siempre me das razones para cuestionarme de nuevo: ¿qué mierda, Naraku?¿Por qué siempre te metes en situaciones tan... anormales?

Naraku, aún sumido en su obstinado silencio, desvía los ojos, su mirada evitando la de Kagura, como si intentara esconder los pensamientos tumultuosos que bulliciosamente surgen en su cabeza. Ella se siente frustrada y confundida, incapaz de descifrar por completo lo que él está experimentando en este preciso momento. Es como si una puerta se hubiera cerrado de golpe, separando a ambos en mundos paralelos de incertidumbre. Quisiera reír, quisiera llorar, quisiera golpear a Naraku, todo al mismo tiempo.

—¿Y bien? ¿No tienes nada que decir al respecto? —pregunta, rompiendo el incómodo silencio.

Naraku alza finalmente la mirada, sus ojos oscuros destellando con una combinación de irritación y cansancio. Su tono de voz es gélido, cortante, pero también lleva consigo un matiz de resignación:

—No hay nada más que decir —responde—. Todo esto es irrelevante ahora. No cambiará nada.

Kagura arquea una ceja, intrigada por su reacción.

—¿Irrelevante? No creo que sea tan simple, Naraku. Esto cambia muchas cosas, incluida mi percepción de ti. Tú, el Gran Naraku, el Señor de las Sombras, el Amo de la Manipulación y el Veneno, has resultado ser un cambiaformas capaz de... cómo decirlo... "experimentar" las maravillas de la maternidad. Vaya ironía. Tu habilidad te ha jugado una mala pasada, ¿no es así?

Su palabras parecen trazar surcos agudos en la superficie de su mente, como si cada una de ellas fuera una cuchilla afilada que penetra su orgullo. Sus ojos se entrecierran en una batalla por conservar su serenidad, un duelo entre la necesidad de control y el desafío de sus emociones. En ese instante, alza la mano en un gesto que indica que debe detenerse.

—No necesito que me recuerdes la ironía de la situación, Kagura. Soy muy consciente de ello. He tenido suficiente tiempo para reflexionar sobre mi... "inconveniente temporal". Y créeme, nadie podría sentir más desdén por esta situación que yo mismo.

Los tentáculos de energía cruda se apiñan en la habitación, opresivos, como garras febriles, las palabras de Naraku quedando suspendidas en el aire, como si su confesión hubiera desenterrado una vulnerabilidad oculta bajo su manto de poder. Kagura lo observa con detenimiento, percibiendo cómo la contienda interna en su semblante se refleja en la danza de sombras que lo envuelve. Casi puede captar el conflicto que lo devora, la lucha entre su orgullo y el anhelo de encontrar una vía de escape en esta situación excepcional. Jamás habría imaginado presenciarlo en un estado tan lamentable.

En verdad, Naraku no debería exponerse de esa manera, con su youki tan enfermizo y descontrolado. Sería como pintarse un blanco en la espalda. En un instante, Kagura se convence de que sólo ella tiene la capacidad de ponerle fin a su vida. ¿Egoísta? Quizás. ¿Lamenta su decisión? En absoluto.

—Mira, Naraku, no me malinterpretes —expresa, su tono adoptando un matiz falsamente suave—. Reconozco que los demonios poseemos nuestras cuotas de peculiaridades y secretos sombríos. Pero, créeme, esto es demasiado delirante como para pasarlo por alto.

Naraku parece observarla con cierta cautela, como si dudara sobre la manera en que debiera interpretar sus palabras. Kagura se acerca ligeramente, manteniendo su mirada roja fija en la suya. Resulta tan insólito presenciar cómo sus iris han perdido su fulgor, el matiz que solía unirlos, reemplazado ahora por esa tonalidad de violeta apagado. Una teoría comienza a germinar en su mente: quizás los gemelos tuvieron alguna influencia en este cambio y en el deplorable estado en el que Naraku se encuentra. ¿Qué otra explicación podría haber para que esos niños tengan ojos rojos y él no?

Frunce el ceño, sus pensamientos acelerándose mientras se sumerge en esta inédita posibilidad. La noción de que los bebés hayan estado extrayendo la energía de Naraku durante su crecimiento le resulta cautivadora y escalofriante a partes iguales. Han logrado algo que nadie antes pudo conseguir. Casi siente que debería elogiarlos, lo cual acrecienta aún más su extraño aprecio hacia ellos y su necesidad de alejarlos de los peligros que rodean a su problemático "padre".

—Parece que esos niños han estado absorbiendo más de lo que podríamos haber imaginado, ¿verdad? —comenta, su tono casi conspiratorio—. De todos modos, Naraku, no es tan común encontrarse con alguien que puede cambiar su género a voluntad y, por casualidad, quedar atrapado en una situación tan... complicada. Debo decir que esto agrega una nueva capa a nuestro ya turbulento historial.

Naraku aprieta los puños, su paciencia comenzando a desgastarse por el comportamiento insolente de la mujer.

—Kagura, estás especulando demasiado sobre cosas que no te incumben —escupe.

—Oh, pero las pruebas están ahí, Naraku. ¿Quién habría pensado que la clave para derrotarte podrían ser... dos simples bebés?

Su rostro, normalmente inescrutable, muestra un atisbo de frustración y enojo reprimido cuando escucha sus palabras. La ironía de la situación no se pierde en él, y aunque está acostumbrado a mantener el control, esta vez parece que su máscara está comenzando a resquebrajarse. Las espirales de energía yokai, en armonía con la inquietud de su dueño, susurran a su alrededor, no en un sentido literal, sino en un murmullo suave y profundo que parece penetrar en lo más profundo de su ser.

Se lleva una mano a la cabeza, masajeándola suavemente en un intento por aliviar el dolor que lo envuelve. Un instante después, se ve forzado a tragar con fuerza, como si estuviera reprimiendo las oleadas de náuseas que amenazan con subir a la superficie. Las malditas secuelas persisten con obstinación. Naraku cierra los ojos durante un breve momento, exhalando con lentitud, como si luchara por contener la creciente marea de ira que late en su interior.

Kagura no se calla:

—Me pregunto, ¿qué habrá sucedido con el alma desafortunada que procreó por accidente con un monstruo como tú? —pregunta, genuinamente curiosa esta vez.

Naraku levanta una ceja, burlón.

—Oh, sí, esa "alma desafortunada". Creo que desapareció en la oscuridad sin dejar rastros —se ríe—. No es mi problema, ¿sabes? No soy el tipo de criatura que se preocupa por cosas insignificantes.

Kagura se cruza de brazos, irritada por la actitud sarcástica de Naraku, a pesar de que ella misma estuvo mostrando esa faceta en toda la discusión.

—Eres un gran modelo a seguir en cuanto a relaciones interpersonales se refiere.

—Aprendes rápido, Kagura. Quizás deberías tomar algunas notas —dice con una sonrisa torva.

¿Así que ya no estás enfermo para eso, verdad?

—Oh, no te preocupes, he aprendido lo suficiente de ti como para saber qué evitar en la vida. Pero, de verdad, a veces me pregunto cómo puedes ser tan cínico y desagradable incluso en una situación así. ¿Es que no tienes respeto por nadie, ni siquiera por ti mismo? —indaga, incluso cuando, no hace mucho, Naraku le confesó que ella gozaba de cierto grado de su respeto.

Él se encoge de hombros en respuesta.

—El respeto es para aquellos que merecen ser respetados, Kagura. Y dado que no he conocido a muchas personas dignas de mi respeto, no veo la necesidad de andar mostrándolo por ahí —dice con indiferencia.

Kagura bufa, notando que su paciencia también flaquea peligrosamente. No obstante, eso es precisamente lo que se puede esperar al tratar con Naraku, ¿verdad? ¿Por qué demonios debería anticipar algo diferente? Se esfuerza por mantener la calma y se recarga en la pared, intentando asimilar toda la información recién obtenida.

¿Los gemelos tienen apenas cuatro semanas de edad? ¡Increíble! Esto implica que hace tan sólo un mes, Naraku... uff, es difícil de creer. La idea se aferra a su mente como una espina incisiva, dejándole una sensación persistente y punzante. Con cada paso que da en este laberinto de reflexiones, su confianza en cierta teoría cobra mayor fuerza: quizás fue la intersección de esos eventos caóticos la que esculpió el estado actual de Naraku, transformándolo en un ser errante, una encarnación de la catástrofe en movimiento. Esta posibilidad, en extremo satisfactoria, parece ser la más plausible.

Una vivencia de tal magnitud, como la de llevar un embarazo a término y dar a luz, tendría el potencial de afectarlo de formas que ningún enemigo o revés haya logrado hasta ahora. Este evento podría haber agitado su ser de una manera tan única y profunda que supera cualquier adversidad previa.

Un tornado de emociones contradictorias la envuelve, luchando por determinar si es justificable sentir compasión por él.

¿La merece?

Las conversaciones de las aldeanas sobre el dolor desgarrador y angustiante del parto (junto con las ocasionalmente compartidas por la madre de Sesshomaru), hacen que en este instante, esa vivencia sea lo que menos quisiera experimentar. Un escalofrío recorre la espalda de Kagura mientras reflexiona sobre la asombrosa resistencia del cuerpo de la mujer, sin dejar de lado aspectos válidos como la menstruación. De pronto, una oleada de gratitud la embarga al darse cuenta de que no ha tenido que enfrentar una experiencia tan extrema y desafiante como la de llevar a cabo un embarazo.

Qué jodidamente afortunada eres, Kagura.

Otra sombra de perplejidad se desliza por su rostro, su cerebro enredándose en los vericuetos de la idea de que alguien del calibre de Naraku haya atravesado la experiencia tan elemental y biológicamente prosaica de llevar en su cuerpo un bebé (o en este caso, a dos). Aprieta suavemente su labio inferior, conteniendo con esfuerzo la risa que amenaza con escapar. En su mente, se forma la imagen vívida de la expresión de espanto que Naraku habría tenido al lidiar con todo eso: los altibajos hormonales, las nauseas matutinas que desafían incluso a la más fuerte de las voluntades, y todas aquellas "alegrías" que acompañan al periodo de la gestación.

Naraku, una damisela embarazada, enfrentando antojos inusuales, fluctuaciones en su estado de ánimo y, por supuesto, sumergiéndose en la experiencia única de dar a luz. Es imposible no reflexionar sobre cómo habría sido presenciar esa faceta de su vida y tener la oportunidad de burlarse de él por semejante situación.

Oh, Naraku, parece que incluso tú no eres inmune a las leyes de la naturaleza.

—Sea lo que sea que estés pensando —gruñe él, finalmente mostrando signos de verdadera irritación mientras se enfrenta a la risa apenas contenida de Kagura—, detente ahora.

Sin embargo, su risa se desata, una explosión genuina que la toma completamente por sorpresa. Es como si esta risa fuera una liberación, destilando años de tensión y misterio que habían estado acumulándose en su relación con Naraku. Es como si en ese momento todos los problemas se disiparan en el aire, dejando espacio para una catarsis emocional que ella nunca antes había experimentado. Observa a Naraku, cuya boca se frunce en una expresión de molestia, y le resulta irresistible soltar una carcajada aún más resonante al visualizar mentalmente cómo enfrentaría los desafíos de un embarazo. Su imaginación juega con la absurda idea de verlo lidiar con los cambios y las incomodidades propias de esa experiencia femenina.

Naraku, un ser tan despiadado y poderoso, relegado a una circunstancia tan biológicamente frágil y vulnerable. La ironía de la situación resulta deliciosamente satisfactoria.

—Lo siento, lo siento —balbucea entre risas, apoyándose contra la pared mientras intenta recuperar el aliento—. Pero en mi defensa, ¡jamás imaginé que te encontraría en una tesitura semejante! ¡Es realmente... surrealista!

La mirada del medio demonio arde con un fuego gélido cuando la fija en ella. Sus ojos, como vigías inquisitivos, parecen adentrarse en la esencia misma de su ser, como si estuviera meticulosamente evaluando su respuesta y, quizás, entretejiendo un fugaz vislumbre de rencor que se desvanece en cuestión de milésimas de segundo.

—No tienes idea de lo que estás hablando —murmura, su voz goteando veneno.

Kagura recupera gradualmente el aire, aunque una sonrisa maliciosa aún baila en sus labios cuando se recompone del ataque de risa. Si en algún momento Naraku hubiese deseado matarla (ahora, es decir), habría intentado hacerlo mucho antes, por lo que puede considerarse a salvo.

—Tienes razón, Naraku. No tengo idea. Y probablemente nunca la tendré, ¿verdad? Pero admito que es una imagen difícil de olvidar. Nunca podré mirarte de la misma manera otra vez.

Naraku aprieta con fuerza los dientes, sus ojos violetas destellando con esa llamarada fría de enojo. Los zarcillos de magia, febriles y descontrolados, vuelven a retorcerse a su alrededor, creando una maraña ominosa que parece alimentar su resentimiento.

—¿Has saciado tu diversión, Kagura? —susurra con una voz peligrosa, como si cada palabra llevara consigo un peso insoportable.

Kagura se ve arrastrada sin remedio, incluso cuando su instinto de autopreservación le dice que no es una buena idea presionarlo más. Incapaz de contenerse, su lengua vuelve a fluir:

—Es que, no tienes idea de lo entretenido que resulta imaginarte como una futura mamá.

Esperaba que la atacara, pero en su lugar, Naraku guarda silencio, su mirada clavada en ella con una intensidad que la hace sentir desnuda. Los zarcillos de oscuridad, entrelazados con destellos de violeta, rojo y morado, vuelven a contorcionarse en una danza misteriosa, y ella da un paso atrás instintivamente, experimentando cómo su propia confianza comienza a resquebrajarse lentamente, un frágil cristal que amenaza con romperse (¿dónde cayó su abanico?). Por un instante fugaz, siente el temor de ser aprisionada y arrastrada por esta fuerza, como antaño. No se trata de los tentáculos habituales de Naraku; son incorpóreos, ardientes y asfixiantes, a la par que gélidos. Esta es su energía primordial, indómita y desbocada, sin ninguna atadura que la detenga.

Y terriblemente enferma.

—No te confundas, Kagura. Mi paciencia no es infinita, y aunque esta situación es inusual, no olvides con quién estás tratando —dice, su voz fría pero más calmada.

A medida que el silencio se instala entre ellos, Kagura intenta conservar la compostura y mantener a raya la oleada de incertidumbre y temor que amenaza con apoderarse de ella. La intensidad en los ojos de Naraku la hace sentir vulnerable y expuesta, como si estuviera siendo examinada minuciosamente en busca de cualquier debilidad. Aunque su corazón late desbocado , ella no puede reprimir un suspiro de alivio cuando Naraku finalmente suaviza su expresión. Las garras inmateriales parecen ceder un poco, incluso si todavía emiten un gemido de resistencia. Su respiración se relaja ligeramente, aunque permanece a una distancia precavida, plenamente consciente de que cualquier error podría ser hábilmente utilizado en su contra.

—Tus reacciones siempre han sido divertidas, Kagura. Supongo que eso hace que esta conversación sea algo menos tediosa —a pesar de la serenidad aparente en sus palabras, el matiz irónico en su voz no pasa inadvertido para ella, evocando la reminiscencia del Naraku de antaño.

Sus palabras hacen que el corazón de Kagura dé un brinco en su pecho, como si estuviera ansioso por escapar de su prisión de carne. La tensión que la había envuelto comienza a disiparse poco a poco. Sin embargo, se queda en estado de alerta, sabiendo que el delicado equilibrio entre ambos pende de un hilo y que un solo paso en falso podría desencadenar una reacción imprevista por parte del Naraku .

—Ah, no puedo afirmar que me agrade precisamente —dice, esbozando una sonrisa que fusiona sarcasmo y precaución. Incluso cuando su cuerpo sigue vibrando con una amalgama de emociones y su mente titubea ante la envergadura del momento, se encuentra resuelta a sostener su postura desafiante.

Los zarcillos de magia a su alrededor continúan latiendo y serpenteando, pero extrañamente, parecen reacios a lanzarse hacia ella, como si hubieran decidido mantener cierta distancia, simplemente envolviéndola en un intrigante baile cósmico. Naraku la escudriña con atención, sus ojos penetrantes evaluando obsesivamente cada gesto y palabra que emana de ella. Aunque la tensión flota en el ambiente, existe un nivel de comprensión mutua en juego, como si ambos estuvieran reconociendo en silencio los límites y las sutilezas implicadas en su interacción. Esta atmósfera parece tejerse entre sus palabras y gestos, como un trato cauteloso que revela tanto lo que se dice como lo que se omite. Es como si sus miradas y pausas fueran pequeñas ventanas a los pensamientos no expresados, una danza de significados entrelazados que confirma la gravedad subyacente de su relación en constante conflicto.

Naraku inclina ligeramente la cabeza, su expresión recobrando una indiferencia calculada que había sido su sello distintivo. A pesar de su continua desconfianza y evasión, parece dispuesto a llevar la conversación hacia un tono más ligero, al menos en ese instante. Quizás porque Kagura es la primera persona que habla, realmente habla, con él en nueve meses.

Un tímido intento de empatía emana de ella, como un delicado brote asomándose entre las grietas de una roca impenetrable, pero rápidamente es aplastado. Esta aflicción apenas rasguña la superficie de todo lo que Naraku ha hecho. Sus acciones se extienden como una maraña de oscuridad que se enreda en la vida de innumerables criaturas. Esta cosa vergonzosa que le ha sucedido... se la merece.

—Naraku, ¿cómo es que...? —susurra, casi como si estuviera hablando consigo misma—.Me intriga comprender cómo llegaste a esta situación, considerando que tu cuerpo se desmorona cada mes durante una noche.

Naraku se cruza de brazos, luciendo un gesto sombrío en su rostro.

—No he tenido una noche de debilidad en nueve meses, Kagura —responde escuetamente—. Durante todo ese tiempo, cada aspecto de mi ser se vio afectado. Tampoco pude recuperar mi forma original hasta que todo... terminó. Fue una experiencia... bastante incómoda, por decir lo menos —añade, desviando la mirada, evitando el contacto visual directo.

Está completamente segura de que "experiencia incómodo" es un eufemismo.

Kagura frunce el ceño y, una vez más, se sorprende de sí misma al encontrarse tratando de imaginar cómo pudo haber sido esa experiencia para Naraku. Aunque sólo sea para satisfacer su curiosidad morbosa.

—¿Al menos tienes alguna idea de cómo funcionan tus propios engendros? —pregunta.

—Tal como te mencioné antes, crecieron rápido.

—Es cierto —murmura, recordando que los gemelos aparentan tener la edad de tres o cuatro años a pesar de haber nacido hace sólo un mes. La velocidad a la que han crecido resulta verdaderamente sorprendente.

Naraku suspira, como si estuviera cansado de esta conversación. Sin embargo, Kagura no está dispuesta a permitir que se escape tan fácilmente. Su actitud actual, más comunicativa que nunca, es una apertura que ella no puede permitirse desperdiciar. Comprende la importancia de esta oportunidad y está decidida a aprovecharla al máximo, al menos hasta que Naraku finalmente opte por el silencio absoluto, o echarla (si lo sigue provocando, por ejemplo).

—También mencionaste que fueron destetados de la leche en apenas una semana. ¿Puedo asumir que no fuiste tú quien se encargó de alimentarlos durante ese tiempo? Es difícil imaginar que hayas tenido la capacidad de proporcionarles nutrición tan temprano en su vida.

Naraku la mira con molesta, sus ojos entrecerrados y una ligera arruga en su ceño.

—Una cabra —responde.

¿Escuchó bien?

Enarca una ceja, entre sorprendida y escéptica, preguntándose si está bromeando o si realmente logró conseguir una cabra para amamantar a los bebés. Sin embargo, su expresión inescrutable y la falta de sarcasmo en su voz la llevan a pensar que está hablando en serio. Traga saliva. Los niños no eligieron su destino ni pidieron ser engendrados por Naraku, pero él los trata como un inconveniente, incluso hasta el punto de buscar una solución poco convencional para alimentarlos.

—¿Una cabra? ¿Estás bromeando?

Naraku chasquea la lengua.

—No, no estoy bromeando. ¿Acaso pensabas que los alimentaría yo mismo? No tengo tiempo para esas nimiedades. La cabra tuvo el infortunio de estar en el lugar equivocado en el momento preciso.

Kagura sacude la cabeza, como tratando de apartar el velo de incredulidad que se ha tejido alrededor de su mente al obtener esa información inesperada. Naraku en estado de "buena esperanza", lidiando con bebés y alimentándolos con una cabra. Todo esto parece una especie de colisión de realidades, un sueño loco y delirante del que no puede despertar. Es como si estuviera contemplando una pintura abstracta, intentando encontrar sentido en las pinceladas caóticas de una obra desconcertante. La gama de emociones es tan variada como los colores de ese lienzo mental: la confusión y la sorpresa se mezclan con una nota de diversión y una pizca de autodescubrimiento.

Es como si el destino se hubiera burlado de Naraku al arrojarlo a un escenario completamente ajeno a su control.

—Naraku, realmente sabes cómo ganarte el afecto de tus "engendros" —dice, luchando por mantener la compostura mientras se burla de él (otra vez, a pesar de que sabe que es una mala idea).

Los ojos de Naraku la escrutan, revelando una combinación de irritación y desdén en su mirada.

—Su afecto no era mi objetivo, Kagura. No es algo que tenga relevancia para mí —declara con calma mientras sus orbes se mantienen fijos en los de ella, sus palabras resonando en el aire, cargadas de una indiferencia que deja entrever capas de su personalidad

—Bueno, tal vez deberías haberle preguntado a la cabra qué opinaba al respecto. A lo mejor prefería no ser utilizada como una nodriza demoníaca.

Con evidente frustración, Naraku deja escapar un suspiro exasperado, apartando la vista y revelando su agitación interna.

—Sólo dices tonterías.

—¿Puedes culparme? Me divierte imaginar la expresión de esa pobre cabra cuando se dio cuenta de que se había convertido en parte de tu peculiar plan de crianza. Entonces, ¿qué pasó con la cabra después?

Un ligero encogimiento de hombros es su única respuesta.

—Se la comieron —responde con simpleza.

Kagura abre los ojos desmesuradamente.

—¿Qué? ¿Se la comieron? ¿Los niños...? —exclama, tratando de ocultar la incomodidad que siente al pensar en el destino de la pobre cabra, que le fue tan útil a Naraku.

—La destriparon cuando ya tenían la capacidad de dar sus primeros pasos. No hubo más que eso —explica él, su voz fría y desapasionada.

La sorprendente revelación de que los gemelos fueron los responsables de devorar a la cabra la deja momentáneamente atónita, con sus palabras quedando suspendidas en el aire mientras intenta asimilar la impactante verdad. La visión de esos niños, cuyos semblantes aparentan tener apenas tres o cuatro años, llevando a cabo un acto tan siniestro y sangriento, resulta profundamente perturbadora. Sin embargo, su curiosidad y su deseo de conocer los detalles completos la impulsan a seguir escarbando.

—Es difícil de creer que esos niños, aparentemente inocentes, sean capaces de algo así —susurra ella, su tono cargado de asombro y desconcierto.

Y parecían tan inofensivos cuando se deleitaban con la fruta, piensa. Aunque, en retrospectiva, el ataque inicial que le lanzaron debería haber sido un indicio lo suficientemente elocuente de su verdadera naturaleza. Entre tanto, Naraku la observa, sus ojos violetas pareciendo atravesarla mientras analiza su reacción. Aunque su expresión sigue siendo en gran medida imperturbable, Kagura puede percibir un atisbo de satisfacción en su mirada, como si estuviera obteniendo algún tipo de placer retorcido al ver su sorpresa inicial. Típico.

—Kagura, no olvides que son demonios. Aunque su apariencia pueda engañar, su naturaleza y sus instintos no —murmura.

Por supuesto, Kagura no esperaba que Naraku tuviera consideración por la vida de una cabra, pero el carácter brutal y directa de esos niños la sorprende un poco. No debería hacerlo, considerando que nacieron de Naraku, pero aún así no puede evitarlo. Además, esto también le proporciona una perspectiva más amplia sobre la naturaleza de los gemelos. A simple vista, parecían inocentes, y puede que lo sean, pero aparentemente tampoco están exentos del instinto asesino que caracteriza a todas las extensiones de Naraku, incluyéndola a ella.

Porque desde el momento mismo de su nacimiento, a Kagura se le encomendó la tarea de masacrar a los hombres lobo, y estaría mintiendo si dijese que no disfrutó de ello.

Con eso en mente, asiente en comprensión, reconociendo que esta es una verdad que no puede negar. Los demonios, incluso los que parecen inocentes, pueden ser poseedores de una oscuridad y un gusto natural por la sangre que trasciende la apariencia física. Es instinto, es biología.

—Tú siempre tienes una manera única de resolver los problemas, ¿verdad? —dice sarcásticamente—. Aunque, te concedo que fue un modo directo de solucionar las cosas.

Naraku arquea una ceja, como si estuviera discutiendo el clima o alguna otra trivialidad.

—La eficiencia es crucial —responde simplemente.

Kagura experimenta una extraña combinación de horror y fascinación ante la forma tan pragmática y despiadada en que Naraku actúa. Esto resalta por un lado su completa carencia de empatía y su disposición a sacrificar a otros para cumplir sus metas, mientras que por otro lado, subraya que esos niños son en realidad demonios.

Resopla.

—Nunca pensé que terminaría teniendo esta conversación contigo —admite, dejando escapar una risa irónica—. No puedo decir que haya sido un día aburrido.

Naraku la mira fijamente durante un momento, antes de que un atisbo fugaz de un gesto que podría interpretarse como una sonrisa cruce su rostro. No es una sonrisa amable, pero es un indicio de que su respuesta no ha caído del todo en oídos sordos.

—Eres insufrible, Kagura. Sólo tú podrías encontrar entretenimiento en este tipo de situaciones ridículas —masculla.

¡Ja! ¡Mira quien lo dice!

Kagura se aparta de la pared y se cruza de brazos, manteniendo su mirada fija en él, la sonrisa maliciosa persistiendo en sus labios. Aunque el peligro sigue presente, también siente una extraña conexión, una especie de tregua nacida de la situación absurda en la que se encuentran. En el pasado, habría sido impensable siquiera imaginar una conversación tan peculiar con Naraku, pero ahora están explorando territorio desconocido juntos.


Notas Finales: Miroku y su chistecito, metidos en mi cerebro como una espina hasta que dieron forma a esta cosa: "No importa qué tan hermosa sea la mujer en la que se transforme Naraku, jamás le pediría tener un hijo con él". Y luego el Loki original de las leyendas nórdicas. En serio, no podía quitarme eso de la cabeza hasta escribir ALGO.

Tal vez Naraku te haya parecido que está... ¿bien? ¡Prometo que no está bien! ¡En absoluto!