"I get those goosebumps every time, yeah, you come around, yeah
You ease my mind, you make everything feel fine
Worried 'bout those comments, I'm way too numb, yeah
It's way too dumb, yeah
I get those goosebumps every time, I need the Heimlich
Throw that to the side, yeah
I get those goosebumps every time, yeah, when you're not around (straight up)
When you throw that to the side, yeah
I get those goosebumps every time, yeah"

– Goosembups Remix (Travis Scott, HVME)

Capítulo 4. Eyes wide shut

Al caer la tarde Lavinia se arregló para salir, había quedado en una cafetería en el Soho con Tabitha, quien le había contestado un privado en Instagram hace un par de horas. La nieta de Ewan se puso un pantalón de vestir y una camiseta gris debajo de un abrigo azul, botines rojos y bolso, se peinó, se echó perfume y se colocó unos pendientes de bisutería. Se miró al espejo de la habitación del hotel. Bien todo listo, cerró la puerta, salió al corredor y cogió un ascensor para marcharse a la calle.

Era su primer día en Nueva York y más tarde había quedado para cenar con Greg. Esta vez sin su abuelo, que mañana la esperaría en la recepción del Waldorf Hotel de Park Avenue, donde se había alojado estos días, para emprender un viaje de 12 horas a Canadá, más que probablemente sin música ni tema de conversación.

¡Más le valía acostarse temprano si no quería acabar durmiéndose al volante!

Estaba casi segura que su abuelo tenía un piso en Nueva York que solía usar cuando hace años venía de médicos a la ciudad con su abuela en paz descanse. Recordaba vagamente haber estado con cuatro o cinco años en una entrada señorial con madera robusta y escaleras de mármol antes de subir a un piso por encima de la 20ª planta en ascensor.

Le parecía poco probable que lo hubiera vendido teniendo en cuenta como era Ewan pero no podría jurarlo.

Pensó en coger un taxi para ir a encontrarse con Tabitha pero necesitaba ahorrar. Así que tomó un montón de autobuses que la dejaran en el sitio. Había hecho un día precioso, lástima que estuviera atardeciendo.

Iba a aguantar mucho menos de un mes en esta ciudad si no controlaba sus gastos. Y había empezado a buscar habitaciones para compartir o pisos diminutos en Brooklyn o Queens.

Estaba acostumbrada a vivir a su aire, a estas alturas de la vida se moriría si tenía que acabar en un hostal como Greg.

Tardó una hora y media en llegar a puesto. La cafetería era pequeña pero acogedora, con música pop de fondo. Tenía unas pocas mesas en el interior y otras en la acera.

Enseguida vio a Tabitha pero no estaba sola como le había asegurado. Se alzó y fue a recibirla a la puerta con una sonrisa.

– Prométeme que eres buena en eso de las relaciones públicas y no menciones bajo ninguna circunstancia que tu madre es prima de los Roy – le susurró.

– ¿Cómo? ¿Por qué?

– Shtt. Ven…

La joven que estaba con Tabitha era alta y delgada, con rasgos del este de Asia, muy agraciada físicamente y debía de tener unos 25 años.

Las sillas eran grandes y confortables y las mesas blancas y negras.

– Lavinia, te presento a Kara, de Dust. Ella y su socia Angela compran y venden obras de artistas independientes. Actúan como intermediarias entre los artistas e inversores potentes con el objetivo de hacer llegar su trabajo al gran público. El caso es que – Tabitha sonrió con una mueca algo extraña – son una empresa relativamente nueva. Una start-up en búsqueda de un jefe de prensa y relaciones públicas que esté dispuesto a cobrar por debajo del mercado y a quien no le importe trabajar fuera de horas y fines de semana. Su idea es absolutamente genial, ya lo verás, pero están teniendo, ahmm, algunos problemillas… – hizo una pausa larga –… digamos que se han estado lanzando rumores con mucha mala baba para dañar a Kara y a Angela, hay gente de su equipo que se ha ido, clientes que no les cogen el teléfono, los inversores se han borrado del mapa… puedes hacerte una idea – La rubia soltó una especie de pequeña risa, se mojó los labios y luego sus ojos se abrieron un poco y quisieron decir algo más que no consiguió entender.

– ¿Tienes experiencia? – Preguntó Kara interrumpiendo a Tabitha quizás algo incomoda con el tono y la explicación tan directa que acababa de dar.

Las miró con un educado escepticismo antes de responder. ¿No estaría Tabitha riéndose de ella? Esperó un segundo para cerciorarse que esto iba en serio.

– Sí. He trabajado los últimos cuatro años para una empresa de catering en Bélgica, ahm, no llevo el currículum porque la verdad no me esperaba, ah, creía que iba a encontrarme solo con Tabitha. Pero os lo puedo mandar en cuanto vuelva al hotel. Tenían un volumen de trabajo altísimo y eran… son… bastante conocidos en Flandes.

Eso era un eufemismo.

De hecho, la compañía para la que solía trabajar era una de las pocas empresas de catering en Flandes especializada en eventos corporativos, pero además su jefa tenía una especial tendencia a los pequeños líos: como cuando fichó a un chef parisino de renombre para una campaña publicitaria y, en realidad, su contrato no implicaba cocinar ni diseñar un solo menú; o cuando ridículamente sirvió lasaña con carne de caballo congelada de una gran marca de supermercados en vez de la ternera de proximidad que había prometido en un evento sobre ganadería en Gante...

¡Debería haberlos demandado por echarla después de todas las horas que les había dedicado!

Aunque bueno, ella misma estaba deseando largarse de ahí.

– Entiendo – la joven empresaria de Dust le sonrió – Mira, lo que nos interesa conocer son las responsabilidades que asumiste en tu anterior trabajo, si conseguiste manejar efectivamente alguna crisis... Porque aunque querríamos hablarte de retener y fidelizar clientes, ahora mismo vamos a tener que cerrar si no encontramos un socio capitalista de peso y contrarrestamos rápido toda esta mierda que nos han lanzado, así que…

Asintió y se concentró para dar una respuesta acorde con lo que Kara esperaba escuchar. Por supuesto, no creía que en Nueva York interesase mucho la alimentación kilómetro cero.

Enderezó su espalda e intentó dejar de mover la cucharita del café que acababan de servirle para parecer más segura de lo que iba diciendo.

Recordaba que una vez le habían recomendado que al defender su trayectoria se centrara en hablar de cinco o seis puntos que dominara, sin dejar nada al azar, blablablá… como si el síndrome de la impostora que la llevaba a dudar constantemente de su potencial no se la comieran viva cada vez que se encontraba en una situación así…

En parte suponía que era por eso que había aguantado tanto en su último trabajo.

Eso y la falta de recursos para cambiar de ciudad y no acabar otra vez haciendo de camarera en alguna cafetería como la presente.

– ¿Por qué te atrae este trabajo? – La cuestionó Kara después de interrogarla un buen rato sobre su anterior empresa. – Te seré sincera ya que Tabitha también lo ha sido, ninguno de los relaciones públicas o agencias que valen la pena de esta ciudad quieren meterse en este embrollo. El puto hijo de Hitler ha lanzado toda una campaña para desacreditarnos, tratarnos de putas y de yonquis. Hemos perdido clientes, colaboradores, un socio capitalista con quien habíamos apalabrado una cantidad importante, ha sido una caída que te cagas cuando apenas nos habíamos fogueado.

Lavinia miró de reojo a Tabitha que le hizo una cara rara cuando Kara mencionó a… en fin… el hijo de Hitler. Intentó con todas las fuerzas no poner sus ojos en blanco.

– Estudié Comunicación y Relaciones Públicas en Brujas y después del grado cursé un máster de especialización. Ahm... en la Universidad de Ámsterdam... que es una de las mejores. Las prácticas fueron increíbles. Las hice en el Museo Van Gogh. Sé que parece que he estado centrada en otro sector, pero el arte es algo que... que me interesa... tanto como la comunicación y trabajar de cara al público... – apretó los labios mientras miraba su café enfriándose incapaz de dar un primer sorbo.

Cuando Kara se fue dándole un apretón de manos, y quedaron que ya se pondría en contacto con ella, Lavinia lanzó una mirada de incredulidad a Tabitha.

Qué lío.

– ¿Quién es el hijo de Hitler?

– Pues…

– ¿Roman o Kendall?

– Kendall. Parece que quería invertir y no lo vieron claro, no querían que se dijera que trabajaban con los Roy porque el mundo por donde se mueven es muy progresista, alternativo… Entre los artistas – exageró el tono para acabar esa frase – hay mucho discurso de clase, sobre desigualdad, revolución violeta, etcétera, etcétera. Tu primo no se lo tomó bien. En realidad no era algo tan personal como pudo parecer. A ellas, ahm, a Kara le da igual… y Angela… sí le jodió que se pusiera pesado en esa fiesta… pero en el fondo está más preocupada por dar la imagen correcta que porque Logan Roy sea o no el señor H.

– Ellas… saben que tú y Rome… ya me entiendes – Lavinia intentó entender de qué iba esto.

– Saben lo suficiente. ¡Tampoco es que sea uña y carne con ellas! – chasqueó la lengua – Quizás tengan la impresión que hay como un 100% más de folleteo y un 90% menos de, ahm, ir a las fiestas de su familia y estar prácticamente instalada en su piso pero a rasgos generales sí. Acabo de conocer a Kara. Su socia Angela es una vieja amiga mía con quien a veces aún coincido en... alguna juerga... Lo que pasa es que mi padre es dueño del bufete de abogados donde trabaja el suyo. Se dedican al derecho civil. Mi familia solía invitar a la suya a pasar las vacaciones en los Hamptons hace un millón de años. Me ofrecí a ayudarlas a encontrar a alguien con esto del márqueting porque puede que mi madre crea que estoy demasiado desocupada y me presionara un poquito, ¡pero la cruel realidad es que nadie con una firma conocida quiere estar en Dust cuando cierren el mes que viene o el otro! – repuso – Entonces me escribiste tú que necesitas empezar a hacer currículum en Nueva York. No será tan terrible para ti si no sale bien...

– Oh, Tabitha… no sé si es buena idea.

– Puede que la empresa para la que trabajaste en Bélgica fuera importante ¿en Flandes?, ¿has dicho?. Pero estamos en Estados Unidos, tres cuartas partes del tiempo te van a mirar como si vinieras del país de las hadas cuando les expliques todo eso maravilloso que has dicho aquí de esa compañía. Y querrán referencias. ¿Te despidieron, verdad? A Angela y Kara podemos camelárnoslas siempre que no menciones a los Roy.

Apretó los labios. – No quería decir… me refiero a que no me gusta mentir…

Tabitha amplió su sonrisa y la observó con detenimiento:

– Oh, ¿eso? Toda esa estupenda voltereta que dices que conseguiste hacer cuando tu empresa dio información falsa a sus clientes sobre la implicación de ese chef… ahm… eso se parecía a mentir… bueno…

Lavinia entrecerró los ojos pero suspiró. – Eso era yo haciendo literalmente mi trabajo. No callando de forma flagrante mi árbol genealógico enfrente a las personas para las que trabajaré cada día… ¡Kendall les ha hundido el negocio!

– ¿Pero, en qué quedamos? En la boda tuve la impresión que te consideras una Roy, digamos que sólo de refilón…– hizo un gesto con la mano quitándole importancia y bebió de su taza – Mira, en esta ciudad vas a encontrar trabajo bien como una de ellos, en plan «soy Lavinia Hirsch-Roy, gracias, mucho gusto», o bien si niegas cada día de tu vida que eres la sobrina nieta del führer. Se trata de lo que te convenga más…

– Eso suena a elegir entre susto o muerte.

– Algo así – se rió la rubia de cabello rizado.

– Pero Tabitha – dijo Lavinia – no entiendo qué ganas tú ayudándome, omitiendo información a tu amiga, todo esto…

Tabitha le dio un golpecito en la mano. – Dios, Lavinia, necesito una maldita aliada si voy a una sola más de esas movidas de los Roy.

La nieta de Ewan se quedó pensativa sin saber qué decir, entonces habló mordiéndose el labio:

– Bueno, si me vuelven a contactar porque están interesadas, creo que puedo hacerlo. Intentarlo al menos. Parece que tienen un problema bastante grande…

– Ya sabía yo – se alegró Tabitha – ¡Es genial, Vinnie! ¿Te puedo llamar Vinnie como Rome? Es que si encima lograses ayudarlas a no tener que cerrar… ¡sería fantástico! Hasta le diría a mi madre que he tenido algo que ver. ¡Siempre le ha tenido mucho cariño a Angela! Si no me hubiera hecho amiga suya por las buenas, creo que me hubiera obligado – Tabitha bromeó y luego alzó el brazo para pedir otro café latte entusiasmada. – Por cierto, Connor organiza una soirée esta semana para… no sé para qué… parece que él y Willa van a instalarse en Nueva York temporalmente. Creo que le diré a Rome que le diga que debería invitarte…

– Oh, Tabitha, no…


Greg estaba algo nervioso. Con todo esto de Bélgica se había perdido el cumpleaños de Sophie, la hija de Ken, pero Tom ya le esperaba cuando llegó a su despacho con un café en la mano esa mañana.

– ¿Qué? ¿Cómo ha ido? – le preguntó Tom tan insufriblemente como sabía – Por Bélgica con tu papá y tu hermanita. ¡Greg, el hermano pequeño! ¡el bebé grande! ¡Quien lo hubiera dicho! ¿Te dejaban estrenar cosas o te hacían usar los juguetes y la ropa de tu hermana? – se burló aunque su pose y su mirada no eran exactamente hostiles – ¡Eso explicaría muchas cosas!

Lo último que le apetecía era hablar de Bélgica o de su padre con Tom.

– En fin. Uhm, hoy voy a intentar salir puntual. Tengo un compañero de habitación que es una mierda, de manera que… buscó algo mejor… Le he echado el ojo a un sitio de casi 600 metros cuadrados pero está en Staten Island… voy a hacer una visita pero no sé si…

Tom le miró un segundo removiendo su propio café.

– ¿Cómo? ¿El primito Greg se muda a las afueras? ¡No jodas! ¡Qué fuerte! Vendrás en trabajar en ferri escuchando a Bryan Ferry. Ya puestos, múdate a Cleveland y ven en bus – se rió.

Greg se sintió sólo algo aliviado. Ese tema era ligeramente mejor que cualquiera que tuviese que ver con su padre.

– Podrías ir a un hotel como Connor… – Tom persistió con la coña.

– ¿Pagando por noche?

Su jefe soltó una risita entre dientes.

– Vamos, vamos… déjate de chorradas. ¡Es tarde! – se puso serio Tom dándole una carpeta– ¡A trabajar! ¡Tira el café! ¡Ahora! ¿Estás listo, Greg? Es la guerra tío. Yo contra Cyd Peach. Hoy tengo que sacar el mazo para la carne. Voy a aplastarla a la menor oportunidad. Me vendría bien que me ayudes dándole unos buenos derechazos, ¿vale, tío? ¿Te apetece boxear? – hizo un gesto como si fuera a pegarle o a cogerle de la chaqueta, agarrarlo del brazo, algo así.

– Sí, uh, sí. Adelante…

Tom le vio la cara.

– ¿Qué? ¿Qué pasa, Greg?

– Estar en la ATN es justamente una de las cosas que no quería hacer – confesó.

Wambsgans entrecerró los ojos: – Oh, ¿y qué querías? ¿Qué te dejara pudrirte en los parques? Joder, es la ATN. Las putas noticias.

– Ya.

– Es el punto G de Logan, puedo masturbarle sin parar toda la noche. Informándole directamente a él. ¿Qué pasa?

– Claro – Greg parpadeó desviando la mirada. Había algo que hacía días que le molestaba y ese viaje con Lavinia, la cena con su abuelo, su discurso sobre el medio ambiente, la política, sólo lo había empeorado – Es que la ATN… es como que… va en contra de mis principios…

– ¿Tus principios? – Arrugó la frente Tom como si de repente le estuviera hablando en ruso o algo – No seas gilipollas. Tú no tienes principios.

Claro que tenía principios. Al menos le gustaba pensar que sí que seguían presentes en algún lugar de él después de todo.

¿Qué había hecho hasta ahora que estuviera tan mal? Bueno, aparte de guardarse esos papeles que podían demostrar que en los cruceros se habían cometido abusos y la empresa había ocultado todo tipo de malas prácticas, y planear obtener algún tipo de ventaja con ellos…

– La ATN es un elemento muy tóxico en nuestra cultura… – dijo en cambio.

– ¿De verdad? – Le cuestionó Tom puede que con razón – Dime uno de esos solidos principios, Greg.

– Pues… Estoy en contra del racismo.

– ¡Joder, y yo! Todos estamos en contra del racismo. ¿Qué más? No mientas. A tomar por el culo.

– No me gusta mentir, y en las noticias, cuando… cuando…

– ¡No me jodas! ¿Esos son tus principios?

– Pues sí.

– Greg, joder, no estamos en un cuento de Charles Dickens. No hablamos de principios a lo loco. Todos queremos hacer lo correcto, por supuesto que queremos. Pero no me jodas… ¡Échale huevos!

Greg le permitió continuar por el corredor y le siguió después de una pausa. – Vale, hablando de madurar…


Lavinia caminó un rato por Manhattan después de despedirse de Tabitha cerca del café donde le había presentado a Kara y en que habían estado hablando.

Esa noche tenía que explicar a Greg su cambio de planes. Justificar la locura de quedarse en la ciudad no iba a ser fácil. Cualquiera podía ver que venía de un sitio muy distinto con normas y expectativas diferentes.

Una ciudad grande europea era una cosa pero esto… ¡Tener la nacionalidad no la hacía más americana de lo que sería cualquiera de sus amigas con las que había compartido clases y andanzas en Bélgica y los Países Bajos!

Es donde había madurado, estudiado, trabajado, tejido amistades, tenido los primeros amores y desamores.

Quizás debería haber rechazado la petición de Ewan, pero sin Roger y con su padre enfrascado en ese viaje de escape de la realidad, no tenía otra red de apoyo.

Si se marchaba a Londres o París o incluso a Ámsterdam iba por libre.

Llegó puntual al California Pizza al que su hermano había insistido en cenar.

Tomó una gran bocanada de aire mientras éste miraba la carta de pizzas después que le hiciera desistir de escoger la Hawái ("Greg, pizza con piña, ¿en serio?").

– Tengo que decirte una cosa.

– Dime – la miró directamente esperando una respuesta.

– Puede que me haya salido un trabajo aquí en Nueva York.

– ¿Cómo? Si… si apenas has estado un día… quiero decir, pensé que no conocías a nadie en Nueva York – La miró bien y su cara de repente se volvió inexpresiva, con la mirada perdida – Excepto a los primos… ¿Ha sido Roman? Lavinia, me dijiste…

Puso las manos sobre la mesa nerviosa.

No iba a salir nunca de esto si no iba de cara. – Fue el abuelo quien me pidió que me quede. Está preocupado por ti.

Greg entrecerró los ojos.

– Oh, ¿te pagará para vigilarme?

– ¡No! No digas tonterías, Greg…

– Pero vuelves a estar en el testamento… – dejó la carta del restaurante encima de la mesa visiblemente incómodo – Uhm, bueno… es lo que cree mamá… La he llamado esta tarde para… por… quería hablar con ella porque estoy, verás, estoy buscando piso y quería consejo...

Algo frío subió por su garganta.

Era duro recordar que tu madre te despreciaba de esta manera.

– No es exactamente así. Él asegura que siempre he estado en la herencia, Greg… que lo que dijo fue porque... – suspiró – mira, no estoy muy segura. Pero no voy a ser una espía ni una molestia para ti… En el fondo, esperaba que pudiéramos intentar compartir más momentos como hermanos… Tienes 27 años no voy a decirte qué tienes que hacer, pero te apoyaré en lo que sea si me necesitas. Si estoy en Londres o París, o cualquier ciudad europea, incluso en Canadá, yo estoy sola ahí y tú aquí. De este modo es distinto. Podemos echarnos una mano si es necesario y quedar para hablar de vez en cuando.

– ¿De verdad?

– ¡Sí!

Quería a su hermano y odiaba la distancia que había habido entre ella y Greg durante este tiempo. Lavinia se mordió el interior de la mejilla, preguntándose si estaría tomando la decisión correcta, pero sabía que a final de cuentas, era una oportunidad no sólo para rehacer lazos con Greg, sino también con su abuelo.

Por ahora se negaba a pensar si en algún momento debería visitar a Marianne.

Le pasó por la cabeza que ese chico joven y alto como un poste que tenía delante, de piernas largas y brazos delgados, estaba a tiempo de hacerlo muchísimo mejor con Ewan Roy que quien había sido una cría de 14 años tremendamente herida por el trato su madre y la idea constante en su cabeza de niña todavía en la adolescencia temprana de ser menos querida por Marianne.

Puede que esa hasta fuera una profecía autocumplida.

Greg se había quedado y estaba siendo un buen hijo para su madre incluso ahora con el tema de las tarjetas de crédito.

– Tengo que preguntártelo, Greg. Pero voy a respetar lo que digas – le cuestionó después que el camarero les interrumpiera un momento para pedirles qué tomarían – ¿Estás verdaderamente convencido que seguir en Waystar es lo que más te conviene?

Es decir seguro que era provechoso seguir la corriente al "tío divertido" que tenía un montón de billones en el banco que acabaría dejando a sus hijos, pero ¿hasta qué punto no era un poco arriesgado disgustar al abuelo Ewan?

– Me gusta estar allí, cobro dinero y ahora estoy en la ATN sí, pero también hay la posibilidad que pueda conseguir un ascenso…

– ¿Cómo? ¿Te lo ha prometido Tom Wambsgans?

– Ahm, no – dijo – bueno, no sé, preferiría no dar muchos detalles…

A Lavinia le pareció estaba siendo muy reservado sobre algo que era probablemente un poco bobo.

– Ay, Greg…


Le gustaba el rancho de su abuelo pero no se atrevió a estarse mucho tiempo porque no parecía que Ewan quisiera entretenerla más allá de permitirle dormir un poco después de un viaje de 12 horas de coche.

De vuelta, sola y con la música de la radio a todo volumen, Lavinia se desvió un poco por carreteras secundarias para disfrutar de los paisajes de esta parte de Canadá.

Cuando pasó de nuevo la frontera de Estados Unidos se fue hacia la costa.

El paisaje era estremecedor por sí solo. No había playa, sólo algunas rocas y algunos hierbajos dónde debería haber arena… No llovía ni quedaba una pizca de viento por soplar esa tarde, pero aun así las olas iban y venían entre los acantilados en ese extraño atardecer.

Aparcó en una especie de mirador y permaneció en el interior del coche de su hermano. Un utilitario blanco y destartalado.

Lavinia se perdió en el recuerdo de dos décadas antes.

Cerró los ojos un instante para intentar ordenar sus pensamientos.

Había caminado y caminado bajo la lluvia fina e insistente de Brujas mientras su padre y Roger hacían la mudanza. Y aun así, no había conseguido serenarse lo suficiente para parar. Sentía su cerebro casi en ebullición, con una y otra idea en la cabeza... con el miedo empapándola y su orgullo intentado recordar por qué no se había quedado en casa en Canadá…

Lloró. Pero no se permitió hacerlo a la vista de todo el mundo. Estaba rodeada de perfectos desconocidos que inundaban las calles de paraguas, se resistió a que todas esas personas la vieran llorar, aunque supo que probablemente ni siquiera fueran a mirarla si lo hacía…

Prefirió parar enfrente de un aparador y fingir que observaba la tienda, esconder la cara en su pelo mientras tanto: castaño, mojado, enredado y ahora mismo tan ondulado que podía incluso pasar por rizado. Llevaba una bufanda roja... y ese abrigo desgastado y verde que le había comprado su madre varios inviernos atrás.

¿Qué iba a hacer en un país donde no tenía amigas y el colegio era totalmente nuevo? ¿Dónde podías defenderte en francés e inglés pero la escuela iba a ser en otro idioma como el neerlandés?

Ella no era tan lista.

Suspiró.

Contó hasta diez.

Y se permitió una media sonrisa amarga cuando se dio cuenta que era el aparador de una tienda de chucherías.

Se pasó las manos por la cara para enjugarse las lágrimas y echó a correr hacia casa. Roger era simpático y había insistido en que ella misma eligiera cada mueble de su habitación. No iba a ser tan malo.

La niña de 14 años que había sido en aquel momento no sentía menos vértigo que la chica de 33 que era ahora. ¿Qué pintaba ella quedándose en Nueva York? ¡Se había bebido el entendimiento…!

Encendió el motor del coche para seguir su camino de vuelta a la ciudad.


Se miró al espejo por cuarta vez. Suspiró, no sabía qué hacer con su pelo, cómo envidiaba a Tabitha, y a su melena rizada y rubia, con ese toque despeinado peinado maravilloso. Se puso el sencillo vestido negro que había usado mil veces en el pasado y que se suponía que iba a llevar a la soirée de Connor, y se sujetó el cabello en una coleta.

Sonó un mensaje en su móvil. Lo miró y sonrió.

Hacía un rato que intercambiaba mensajes con Monique, una de sus mejores amigas de siempre. Habían ido juntas al instituto y habían mantenido el contacto durante los años de universidad. Aunque Monique era periodista.

"¿Sabes qué pasa cuando no tienes el pelo ni liso ni rizado, tienes poco tiempo y ganas para peinártelo y encima llueve? Esto". Tecleó el texto en el móvil con dedos ágiles y a continuación mandó a su amiga una foto tonta de sí misma luciendo un moño horrible, un peinado que había intentado perpetrar hace un rato con unas horquillas que alguien se había dejado en un cajón de la mesilla de noche.

"Tía, no es para tanto. ¡Aún no me puedo creer donde dices que estás durmiendo! Cuando se lo explique a mi jefa del diario va a flipar", le contestó Monique con una seguidilla de emoticones de risa y un gif de una de esas series alemanas que se habían tragado de pe a pa hace 10 años. Algo llamado "Berlín, Berlín" que tenía una protagonista molona de nombre Lolle a la que Lavinia siempre había querido parecerse un poco.

Miró al pulcro mobiliario de la habitación y el papel floreado hortera de la pared, y chasqueó la lengua. ¡Lolle no hubiera acabado en este sitio si se hubiera trasladado a la gran manzana! Estaría en algún hostal guay con grafitis en la entrada y un lavabo mixto con luces lilas.

Hacía un par de días que Lavinia Hirsch había cambiado el hotel del aeropuerto por… en fin… una especie de residencia barra hostal para mujeres jóvenes de la que se encargaba ¡una congregación de monjas al oeste de Union Square! Su amiga Monique llevaba la friolera de dos horas enteras riéndose de ella al otro lado del atlántico.

Era algo temporal hasta que encontrara una habitación en un piso compartido.

Aunque para ser justa con Monique cuando había encontrado las referencias en Google había dudado seriamente que existiera un sitio así. La habitación era en un tercer piso con una ventana pequeña y tenía baño privado. En este lugar se hospedaban grupos de turistas veinteañeras, estudiantes, chicas a la búsqueda de piso como ella, hasta un grupo de bailarinas que hacían un stage en un teatro cercano.

Era todo normal, excepto que lo gestionaban monjas y que no podías llegar más tarde de las 11 de la noche. ¡Oh! Ni tener más de 35 años. Se había cruzado con las inquilinas de las habitaciones que tenía a lado y lado de la suya y estaba prácticamente segura que era algo así como la abuela de esta planta. ¡Qué suerte la suya!

De todas formas, esto era mucho mejor que el agujero donde había estado metido Greg hasta ahora. Además, su sueldo de mil dólares, si es que al final conseguía uno, ni se parecería al que su hermano había logrado en Waystar apostando a ese pequeño juego del nepotismo.

Obviando el hecho que era el último lugar donde Lavinia se hubiera imaginando durmiendo en Nueva York a estas alturas de siglo, ¡no estaba tan mal! Las monjas lo tenían todo muy limpio y te daban desayuno y cena.

Quién sabe, podía quedarse un tiempo, mientras ahorraba.

Si es que quería morirse del aburrimiento yéndose cada día de su vida a dormir antes de medianoche…

Se mordió el labio inferior dando un último vistazo a los mensajes de Monique.

"Hablamos más tarde. Te cuento como acaba mi extraño toque de queda", escribió con una ligera sonrisa. Al acabar, consultó que no tuviera otras notificaciones importantes y se dispuso a guardar el móvil en el bolso para irse.

Se estaba haciendo tarde si quería llegar a sitio sin depender de un taxi.

Puso los ojos en blanco un poco exasperada con su propio patetismo cuando se topó con el icono de Twitter al pasar su dedo sobre el menú de aplicaciones del móvil, y recordó a lo que se había dedicado mientras comía sola en Brooklyn esa tarde.

¡Oh, sí! Había tenido la idea absolutamente terrible de buscar a Stewy Hosseini en Twitter sólo por ¿curiosear? Al fin y al cabo había visto que su nombre salía en los periódicos al lado de toda esa movida de la opa hostil a Waystar Royco.

Obviamente no había dado a la pestaña de seguir ese perfil ni nada parecido. No era una adolescente con las hormonas alborotadas.

Sólo se había pasado media hora como una estúpida leyendo tuits y una decena de retuits de noticias contra la actual dirección de la empresa de su tío abuelo, y tratando de ignorar su sonrisa arrogante y perfecta en la foto de perfil.

Guapísimo, como en su memoria, tuvo que reconocer, pero, por suerte, apenas una foto en el ciberespacio.

A su favor podía argumentar que había leído algunas de las noticias, no sólo había estado acechando su perfil de Twitter.

En esas notas había aprendido que era socio en una firma de capital privado, y graduado en Harvard, lo que seguramente justificaba su amistad con su primo Kendall. Sus padres eran absurdamente ricos o él muy muy listo, o seguramente las dos cosas.

Era el tipo de hombre con labia que podía tener a la mujer que desease y del que ella habría huido como de la peste una noche cualquiera de fiesta con Monique. Excepto que eso era sólo lo que se decía a sí misma. Sabía que habría caído igualmente en cuanto él la hubiese mirado.

Había montones de idiotas guapos y arrogantes (¡algunos incluso ricos!), sin embargo, él era más que eso. Con su sonrisa afectada y sus ojos profundos, y esa injusta terneza con que la había tratado después, había conseguido poblar traicioneramente su cabeza.

Ese no era el momento para examinar los pensamientos… sentimientos… lo que fuera que ese hombre despertaba en ella…

Tampoco hacía falta porque tenía la certeza que aquella había sido una cosa de una sola vez.

Suspiró.

Nunca habría anticipado estar pensando en él aún una semana después.

Se suponía que lo suyo había sido un recuerdo que revisitar algún día como una fantasía lejana. Sin expectativas de saber de la vida del otro.

¿Pero qué culpa tenía ella que él estuviera intentando comprar el imperio de su tío? Estaba en todos los medios.

Su pequeña exploración en la famosa plataforma de microblogging obedecía sobre todo a razones de interés puramente informativo.

A quien Lavinia sí se había puesto ya a seguir en redes sociales era a Tabitha. Que había insistido en que no llegara tarde al evento de Connor y estuviera preparada para intrigar un poco con ella.

Se sintió aliviada cuando se dio cuenta que la fina lluvia había parado y pudo hacer sin paraguas la breve caminata desde la estación de metro hasta la puerta del hotel donde Connor y Willa alquilaban una exorbitante suite.

La luz del interior casi la cegó. El aire acondicionado caliente de la recepción substituyó la atmósfera húmeda y el aire frío del exterior.

Como ya se había temido iba un poco tarde, así que un empleado le señaló el camino que tenía que tomar.

Fue frente a los ascensores gigantes de la primera planta que reconoció a Kendall.

Iba vestido con una chaqueta negra elegante, camisa blanca, y parecía absolutamente ausente. No dio ningún signo de haberla reconocido o de estar interesado lo más mínimo en quitar la vista de las puertas espejo del ascensor.

Lavinia dudó incluso si decir algo, puede que debiera dejar que subiera él en un elevador, y después ella tomaría otro, pero sería muy raro que no se saludasen, ¿no?

Su ensimismamiento en Twitter de esta tarde le había servido – aparte de para sentirse completamente ridícula – para hacerse una pequeña idea de la trama empresarial de la que todo el mundo hablaba, al menos de lo que era público y notorio.

La empresa se debatía entre la venta o el mantenimiento del control por parte de la familia Roy. Kendall había declarado en televisión unos días atrás que el intento por arrebatarle el poder de Waystar Royco a su padre había sido un error y que el plan de su progenitor era mejor que el que habían previsto él y sus socios. Lo siento, me he equivocado, no lo volveré a hacer. Algo parecido, aunque ella sabía que estaba resumiéndolo a boca de jarro.

En los artículos se había encontrado con un montón de términos financieros que no había acabado de descifrar. Pese a trabajar en relaciones públicas siempre se había decantado un poco más por lo cultural que por la enredadera económica o política.

Ken parecía devastado y casi quiso decirle cuánto lo sentía.

Lo que fuera que lo tuviera así.

Se decidió a saludarlo cuando éste dio un paso al frente para entrar en el ascensor que acababa de abrir sus puertas.

– ¡Ey!, hola.

– Hola.

– ¿Puedo subir contigo? ¿Cómo va todo? – forzó una sonrisa.

Kendall se metió las manos en los bolsillos y la miró como si lo hubiera insultado. Pero luego pareció resignado y simplemente hizo un gesto para que subiera primero al aparato: – ¿Cómo debería ir? Bien. De puta madre.

Siguió un silencio incómodo.

Kendall no hizo ningún intento de darle conversación. En vez de eso, le volvió a lanzar una mirada extraña.

Lavinia quiso hablar pero se crispó un poco porque, ¡Dios, qué humos, ni que fuera su padre! ¡No se iba a sentir intimidada por ninguno de los Roy! Bueno, por su tío inevitablemente sí. No tuvo que pensarlo mucho porque el ascensor fue sorprendentemente rápido a llegar al piso. Gracias al cielo.

– ¡Lavinia! ¡Menos mal que has venido! – Tabitha no disimuló su alivio al verla entrar en la enorme y elegante suite donde ya habían empezado a servir el champagne.

Lavinia se obligó a no parecer nada amenazada por la estancia grandilocuente ni por toda esa gente sofisticada. Algunas personas se giraron hacia su persona puramente para comprobar qué o quién era merecedor del entusiasmo de la novia de Roman.

De reojo vio a Kendall coger una copa de champagne y perderse hacia al baño después de devolver rígido el abrazo de bienvenida de Connor.

– ¡Ningún problema! – Lavinia le dijo a Tabitha, sin dejar de sonreír.

– Están a punto de servir la cena. Connor nos estaba contando como Willa le convenció para mudarse a la ciudad y salir de su rancho de Nuevo México.

– Connor – fue hacia su primo cuando esté no tuvo a nadie más a quien contarle sus aspiraciones en política – Muchas gracias por invitarme.

– No pasa nada. Está bien. Pasa y toma algo de champagne en nuestro, um, hogar no tan humilde… hotel – se rió y dijo torpemente: – Willa está por aquí, no la suelto muy lejos. Creo que ha recibido una llamada. De uno de los, um, actores de la obra que está preparando. Siéntate libre de pasar, beber y comer, y no te preocupes por pagar, – soltó una carcajada – como ha dicho Willa hace un rato, pago yo… nosotros.

– Estupendo – asintió intentando averiguar por su sonrisa si se estaba quedando con ella (porque era pobre y blablablá) o ese era Connor siendo amable.

– Salud.

Su primo prácticamente arrastró a un camarero para que le ofreciera a ella una copa de champagne.

– ¡Salud!

Fue en ese momento que distinguió la voz inconfundible de Roman. Le vio acercarse con aire burlón y haciendo negar con la cabeza a su novia. Tabitha reaccionaba siempre con un punto de sarcasmo a la mayoría de salidas de tono de Rome, pero también parecía divertirse.

Se quejaba todo el rato de él pero Lavinia pensaba que había una apreciación sincera hacia Roman.

– Aquí está. ¡La nueva amiguita de Tabitha! Te han invitado gracias a mí ya puedes agradecérmelo – dijo Rome – Me han dicho que estás en un convento de monjas. ¿Puedo colarme?

– No cariño, no puedes colarte. No quieren a hombres. Yo si podría ir – la mujer rubia tomó de la cintura a Lavinia en broma.

Rome hizo un puchero y colocó una mano sobre el brazo de su novia. – Si te cuelas quiero mirar.

– ¡Roman!

– Es broma, es broma – alzó los dos brazos como si se defendiera. – A ti no te miraría, ¡que eres mi prima! ¡La hija de mi prima! Eso sería asqueroso. Miraría a mi novia. Ala que os den un poco, me voy a meter con Connor – probablemente se congratuló de las caras que pusieron. Poco después se fue hacia su hermano.

– Dime que te ha llamado Kara – Tabitha la hizo volver a la realidad – Me dijeron que iban a decirte algo hoy.

– No, no. Aunque me preocupa menos desde que he encontrado este otro alojamiento. Tendré más tiempo para buscar trabajo antes que mis ahorros se evaporen. Necesito el dinero, por supuesto, pero de momento voy a estar bien.

– Estoy segura que te dirán que sí – le aseguró alentadora.

– Bien – sonrió – aunque he estado tirando currículums, ya sabes, ahm, no quiero que se monte un drama si nunca saben que soy… ah,… en fin, si sale mal y acabo poniendo cafés en un Starbucks voy a arrepentirme de esto lo sé – agitó la mano.


Shiv se acercó a su hermano un poco después.

– ¿También se va a quedar en Nueva York?

– Tengo entendido que sí… – Rome se encogió de hombros.

–... Y no ha… ya me entiendes… Ahm, pedido trabajo de esclavo a papá… – inquirió la pelirroja.

– ¿Como hizo el primo Greg, el huevo Greg? – se rió – No, de hecho Tabitha le ha presentado unas amiguitas suyas – puso voz infantil – de una súper chachi piruli empresa de chicas. Ni sé de qué va ni me interesa pero parece que van a darle el trabajo.

– Ahm – Shiv hizo un sonido sin compromiso.

– Sí, oye, quién sabe, – ironizó – ¿te imaginas que no es moralmente corrupta o algo como el resto de descendientes de la América blanca y racista que conocemos y queremos? Poco probable, lo sé.

Se hizo a sí mismo un gesto de estar mal de la cabeza.

Roman se fue hacia la comida pero se detuvo un momento girándose hacia Shiv.

– Aunque ahora que lo pienso, creo que el tío Ewan quiere que haga de au pair a Greg. Eso lo explicaría. Uhm, si hereda las tres o cuatro acciones del viejo cascarrabias, va a ser rica de la hostia en Bélgica o algo…

– Para evadir impuestos los franceses ricos huyen a Bélgica. Estoy segura que allí hay gente mucho mucho más rica que eso… – le aleccionó su hermana arrastrando la voz y poniendo los ojos en blanco –.

– ¡Ja! ¿Quieres decir? Pues que raro.

– El 'paraíso' fiscal belga, Roman… ¿nuestro co-COO no mira las noticias?

– Mira, me da igual lo que digas. Por cierto que lo sepas, me voy a cargar a ese imbécil de allí fuera, casi me da pena – cambiando de tema señaló por la ventana al balcón donde Kendall estaba plantado fumando.

– ¿Y eso por qué?

– Acabo de castrarle sin anestesia a los pies de papá. Liquidamos Vaulter.

– ¿Ah, sí? ¿Lo ves una buena idea? – le preguntó Shiv.

– Es una idea cojonuda, era el proyecto de Kendall y le vamos a prender fuego – aseguró.


– ¿Tu hermana se queda a hacerte de canguro? – La voz de Tom rayó sus nervios.

– ¡No! Por supuesto que no – Greg frunció el ceño.

– Claro que sí – soltó una carcajada Tom. – ¡Qué bueno!

Greg lo miró fijamente durante unos segundos antes de desviar la atención al resto de la sala.

Estaba claro que Tom disfrutaba mofándose. Sinceramente no entendía por qué aguantaba aquello. Aunque también era verdad que sus maneras le incomodaban cada vez menos y ocasionalmente hacían un buen equipo.

Se dio cuenta cuando cambió el tema al trabajo.

– Ese lugar es la máquina del tiempo. Tardan como 45 minutos cada vez que necesitan una cinta de archivo, todo el camino hasta algún almacén en Queens…

– Bueno, ¿entonces?

– Entonces, no sé. Quiero decir… ¿Cómo es que no está digitalizado? Todo la ATN es totalmente analógica, Tom.

– ¿Entonces podría despedir a la gente? ¿Correcto? ¿Si hiciéramos esto? ¿Si nos digitalizamos?

– Yo... – suspiró – Quiero decir, estaríamos eliminando, como, dos eslabones de la cadena de producción de cada programa. Pero sería...

– Está bien, está bien. Pero... pero en cuanto a cadáveres, ¿cuántos cadáveres crees?

– ¿Para deshacernos? Sí. No sé. Yo... supongo, como, ¿30 o 50?

– ¿Cincuenta cadáveres? ¡Estoy babeando, hombre! ¡Cincuenta cadáveres son muchos cadáveres!

Quizás Greg tendría que sentirse mucho (mucho) peor de lo que lo hacía jugando cerca de las alturas.

Pero quería probar sus cartas.

Podía soportar mucho en términos de dolor psicológico si no salía bien, así que...

Lo único que le molestaba ahora mismo era que la mirada de Tom siguiera pareciendo siempre más amable que su constante tono burlón.


Lavinia probó los canapés que Willa acababa de contarles que habían traído de Barnaby's y se entretuvo siguiéndole la conversación a Tabitha sobre bares por los que salir por Nueva York.

El tema se desvió a las ganas que tenía de visitar el Metropolitan Museum cuando reconoció una réplica de uno de Los nenúfares de Claude Monet en la pared.

– Es una obra fantástica. La original. Por supuesto. De hecho, más que una sola pintura, Los nenúfares son una colección de alrededor 250 piezas pintadas durante la vida adulta del pintor cuando se mudó al pueblo francés de Giverny… – dijo.

Tabitha abrió ligeramente los ojos sorprendida. – Así que eso era verdad. ¡Realmente te interesa el arte!

– Claro. Disculpadme…

Tuvo que apartarse hacia un rincón de la estancia cuando su teléfono sonó. Eran cerca de las 9 de la noche y hacia literalmente sólo un par de días que usaba un número americano, así que era bastante raro que alguien la llamara a esta hora.

Soy Kara – dijo la voz al otro lado del auricular.

Hola…

Acabo de salir de una reunión. ¿Quieres hacerlo Lavinia?

¿El trabajo? Sí, sí, claro…

Hubo un pequeño silencio en la línea.

Entonces empiezas mañana.

Cuando colgó, se volvió hacia Tabitha y Willa.

– Bien pues…

– ¿Qué? – insistió la novia de Roman.

Lavinia se rió un poco incrédula.

– Empiezo mañana – dio un chillido de alegría.


Los siguientes días fueran una auténtica locura hasta que las cosas se hubieron calmado un poco.

Fueron quizás las dos semanas más agotadoras de su vida adulta. Tuvo que aprender como querían funcionar Kara y Angela, darle una sacudida a sus redes sociales y ayudarles con uno de los primeros proyectos que tenían en marcha. Habían conseguido 'colar' las obras de un grupo de estudiantes de bella de artes en la inauguración de un jardín terapéutico en la cubierta del ático del New York-Presbyterian Hospital. Un espacio verde en un lugar triste rodeado de cristal y cimiento.

Era un acto benéfico con música de piano y se habían involucrado unos tipos de Morgan Stanley, así que era una buenísima oportunidad para dar salida a esas primeras instalaciones artísticas que Dust había adquirido para revender y con ello promocionar otras obras de sus jóvenes creadores, aunque claro no iban a hacer aquello por los fajos de dinero que Kara y Angela hubieran esperado en otras circunstancias.

Trabajó cada día hasta bien entrada la noche. Hasta el punto de tener que correr del metro a la puerta de la residencia para no quedarse fuera y de optar por comprarse una lámpara con un gran foco para su habitación para trabajar allí por las noches.

Preparaban la estrategia para que aquel evento en el hospital sirviera también para dar una nueva imagen altruista de Dust y su aportación a los artistas y a la comunidad.

Cuando llegaba a la cama la mayoría de días estaba demasiado cansada para pensar en nada más.

Se enteró que su hermano había conseguido prestado un piso del mismísimo Kendall pero apenas pudieron hablar. Había estado completamente inmersa en el trabajo durante quince días. Una mañana quedaron para hacer el café y descubrió que Greg no había dormido porque Ken montaba fiestas en su casa. "¿Quieres decir que esto es buena idea, Greg?", le insistió. Pero apenas le sacó cuatro frases hechas sobre que no pasaba nada.

Sabía que tenía que sacar más tiempo libre de donde fuera para hacer el papel de hermana mayor que su abuelo esperaba de ella. Pero aquello no iba a funcionar en absoluto si no conseguía primero asegurar su estancia en la ciudad y para ello necesitaba este trabajo…

¡Para qué engañarse, le gustaba este trabajo!

Entonces ocurrió.

Esa mañana cuando llegó a primera hora a la oficina, Kara y Angela estaban discutiendo. La sede de Dust era un lugar amplio, con ventanales, y sin paredes entre espacios. Así que no había manera de no participar de ese desastre.

– Es una terrible idea.

– Es mi vida privada.

– Apenas hemos conseguido un primer inversor de peso mezclando pequeños conciertos y arte alternativo en galerías y centros comunitarios. ¡Estamos preparando lo que va a ser nuestro relanzamiento delante de futuros socios con capital y del mundillo del arte de la gran manzana! ¡Esa fecha del hospital es importante! Hemos tenido una buena respuesta en las redes, pero aún nos encontramos lejos de asegurarnos la supervivencia. Lo que vamos a lograr los próximos cinco meses es mucho menos ambicioso de lo que pretendíamos porque todos los bancos de la ciudad, los inversores privados, todo el mundo, aún piensa que nos metemos capital riesgo en vena, que somos unas yonquis y unas putas – se quejó Kara.

– No dejaré que Kendall Roy me tilde de puta. No me plegaré a su slut-shaming y me encerraré en casa a llorar. Es solo una fiesta…

– ¡Lavinia! ¡Ilhan! – Escuchó la voz de Kara llamándoles. Ilhan era algo así como el asesor financiero de la empresa – ¿Podéis venir?

– Dime – Lavinia esperó que una de sus jefas le hiciera un gesto para dar dos pasos más hacia ellas. No quería meterse en algo que a todas luces parecía más personal que profesional y menos si el nombre de Kendall estaba en medio.

– Bajo tu opinión profesional – la abordó Kara – ¿Qué clase de impacto genera que la cofundadora de esta empresa asista a una after-party llena de sexo y drogas?

– ¿Perdón?

Ilhan le hizo un gesto obsceno con los dedos que, en fin, quería seguir ignorando lo que significaba. – Tres palabras – dijo el chico – Eyes Wide Shut.

Lavinia dudó y luego rió porque le pareció ridículo.

– ¿Qué?

– Ni de coña – se defendió Angela – No es para nada eso. Es mucho menos sórdido. Es un evento guay bien iluminado y bastante exclusivo donde hay música, sí drogas, y puede que te encuentres un par follando en algún rincón, pero nada que no puedas ver cualquier noche en una discoteca del Upper East Side.

– ¿A qué discotecas vas, Angel? Además, da igual lo que sea – Kara puso los brazos en jarra exasperada – Es lo que dirán a tan pocos días de ese evento en el hospital. Si alguien de esos marichulos que han escampado toda esa mierda te ve, van a volver a hundirnos. ¡Lavinia has hecho un trabajo fenomenal estas semanas, dile algo!

Era súper injusto que la metieran en medio de esto.

Frunció el ceño.

Angela contestó antes que ella. – Déjalo estar. Voy a ir. Es una cosa que se repite cada unas pocas semanas y tengo – suspiró – que ver a alguien. Es mi vida privada y me gusta desconectar, disfrutar dejándome llevar por la corriente. ¡Ningún imbécil va a verme hasta el culo de coca! Lo prometo.

– Es que – Antes que pudiera arrepentirse, Lavinia cogió aire para hablar – A ver tienen razón Kara y Ilhan. Sé que es terrible que la tengan. Me parece horroroso que vuestra vida personal se vea afectada por esos rumores. Quizás solo es que deberíais esperar un par de semanas más a…– intentó buscar la palabra, dios, a ella normalmente se le daban bien las palabras – ¿no podrías ir a un club de los legales por esta vez? Obviamente no soy quien para decirte lo que has de hacer en esto… pero…

– ¿Y perderme la verdadera diversión por un niñato rico? No pongáis esa cara…

– No pongo ninguna cara – se defendió Kara.

– ¡Ni tú tampoco, Lavinia! No es lo que sea que os estáis imaginando que es. Sé que me culpas… – miró a su socia – por haberlo estropeado todo esa vez. Ven. Y vosotros dos. Ilhan, Lavinia, acompañadnos. No quiero esas caras en mi oficina. ¡Oíd! no soy ninguna pervertida enferma. Y no es Eyes Wide Shut. Puede que hubiera estado bien que lo fuese, joder la primera vez que me hablaron de la mierda de Rhomboid, fui porque pensaba ¡que lo sería! Un sucedáneo al menos. Por el morbo. Pero no lo es. Hay un poco de sexo sí y drogas, pero no es una orgia y no me avergüenzo de haber estado allí varias veces ya. Técnicamente es una after-party subida de tono para ricos imbéciles que se gastan la pasta y hipsters con ínfulas.

– Técnicamente – ironizó Ilhan.

– Te voy a acompañar – acordó Kara de repente – por las risas y para que no la vuelvas a liar, visto que no vas a bajar del burro…

– Bien, yo entonces, ya me… – Lavinia intentó retirarse.

– Tú entonces vienes. No quiero que mi relaciones públicas se piense que soy lo que sea que estás pensando… – la frenó Angela.

– No estoy pensando nada. Lo juro. Y no puedo venir, tengo toque de queda a las 11, ya lo sabéis – entrecerró los ojos esperando que su excusa hiciera efecto.

Lo que pensaban sus jefas de su alojamiento no difería mucho de Monique aún ahora mandándole memes sobre conventos católicos.

Angela volvió a hablar:

– Tabitha va a ir. Dile que te adopte en su sofá y empieza a buscarte un piso, ¡por favor!

Sus jefas no lo sabían pero Tabitha estaba viviendo con Roman y no iba a ir a ese sofá…

Decidió no complicarlo. ¿Qué podía pasar? Estaba en Nueva York y no había salido ni un día excepto para cenar con su hermano y por la soirée de Connor. ¿A qué hora debería acabar esa cosa? Probablemente seguía durante el día… A las 6 podía estar haciendo un café en alguna estación de metro y a las 7 podía entrar a la residencia. Venir a trabajar en plan zombi por un día.

No es que a las monjas les importara qué hicieras con tu vida, sólo que ellas seguían con firmeza el propósito de cerrar puertas a las 11. Si no querías dormir en su casa una noche, allá tú.

La última vez que había ido de empalmada fue un verano que estuvieron con Monique pérdidas por garitos del barrio gótico de Barcelona.

Asintió apretando los labios.

– Vale – cedió.


A las 7 de esa tarde tenía a Kara y a Ilhan con una ceja alzada delante de su escritorio.

– ¿Vas a ir así? – le pregunto él – ¿Con tus pantalones de trabajo y ese jersey crema?

– Son unos pantalones de vestir, no un mono de obrero. Y – arrugó la frente – no quiero dar la señal equivocada a algún aspirante a Tom Cruise.

– ¿Nos has salido recatada? – bromeó Kara amable.

– No, sólo no es mi rollo. No voy a, uhm, a hacer algo en pública con un desconocido, y menos en, ¿dónde habéis dicho que tiene lugar?

– Quién sabe. Angela nos mandara las coordenadas a Whats App…

No era su rollo. Excepto que al parecer ahora sí se liaba con atractivos desconocidos donde fuese o es lo que había hecho en Inglaterra.

Movió la cabeza para expulsar esos pensamientos. Había logrado un magnífico progreso (casi) no pensando en ello los últimos 15 días.

– Vamos.


Stewy había sido persuadido y puede que un poco manipulado por su novia para que se apuntara de nuevo esa noche a esa movida de Rhomboid.

El trabajo le llegaba al cuello porque con Sandy Furness no estaban ni siquiera cerca de tomar Waystar de las manos de Logan Roy y su socio no tenía ninguna intención de sacar bandera blanca.

Le había dicho a Zahra que no iría, que prefería quedarse en su ático con vistas a la ciudad repasando los contratos y operaciones de adquisiciones de todas esas inversiones en las que tenía metida la nariz y entonces su novia le había recordado que en la última fiesta había tenido un ataque de pánico después de pasarse con las pastillas de éxtasis y le había suplicado que viniese por si acaso.

Al final concluyó que estaría bien desconectar después de todos esos días de reuniones y contrareuniones, y que debía entretenerse con otra cosa para olvidarse del puto Logan Roy y su imperio cinco minutos.

El lugar estaba lleno de gente esta noche. Eran las 10.40, aún faltaba más de una hora para medianoche. Había un montón de gente eufórica, pidiendo más y más bebida, consumiendo cocaína y psicodélicos en las mesas.

Parecía que la fiesta de Zahra y de sus amigos estaba especialmente concurrida hoy. Eso era bueno porque ella había estado realmente ansiosa todo el día.

Había tenido ese ataque de pánico absurdo con la droga esa vez pero ahora mismo no lo necesitaba.

Ella le quería aquí por si acaso pero no encima suyo.

Esa era una noche para dejarse ir con la corriente. La había visto hace un rato liándose con otro tipo. Nada que decir.

Stewy empezó por una vieja amiga: la coca. Después ya se vería.

Estuvo un buen rato socializando de aquí para allá. Fardando del piercing en el pezón y de que su novia organizaba esta movida.

Algunas risas incómodas, sonrisas forzadas cuando el tema con unos y otros no daba más de sí.

Tomó otro vaso de licor.

– Lo que sea tío, otro día, necesito mear – le dijo a uno que insistía en proponerle un trío con Zahra.

No es que se opusiera a ello, pero esa noche no estaba de humor.

La razón era un misterio. «Ya sí, Stewy, buen intento», se dijo a sí mismo.

Más en broma que en serio pensó que debería haberse asegurado que Sandy Furness viniera también esta noche. Esta vez para ver si era verdad que era tan familiar con las raves y las orgías como decía. Pobre hombre. No literalmente claro. La otra vez no estaba aquí por casualidad sino porque había planeado contarle la verdad sobre su inversión a Kendall.

Y le había servido como gancho para que Roman lo trajera.

En Waystar habían empezado a hacer circular rumores que su socio sufría sífilis. Como si fuera un personaje decrepito de Piratas del Caribe o algo. Por lo que sabía Stewy de Furness su problema era más bien pulmonar. ¡No podía haber elegido peor momento para enfermarse! Contempló el ambiente festivo de su alrededor con limitado entusiasmo.

Una parte pequeña de él temía haber hecho exactamente lo que siempre se decía que era una terrible idea. Tomar decisiones financieras basadas en algo que no fuera estrictamente un frío informe de rendimientos.

No habría un desenlace rápido e indoloro en el horizonte para la maldita opa hostil, no como había parecido en la boda de Siobhan. Gracias por eso, Ken, colega.

Si era verdad que Movie Dick iba a inflarse a adquisiciones para evitar que se la zamparan estaba todo bastante jodido.

Salió de su introspección como quien regresa de un penoso viaje con pastillas del que sabes que no te vas a reír ni cuando lo recuerdes entre colegas.

Entonces alzó la cabeza para pedir otra bebida en la barra pero no llegó a acabar la frase.

Joder.

Siguió con la vista a una mujer que bailaba y se reía como Lavinia con el convencimiento que, cuando viera su cara, sabría con absoluta certeza que no podía ser ella.

"No, no puede ser ella", pensó.

Excepto porque, de todas las personas posibles de este club, esa mujer estaba con Tabitha, y tenía esa silueta con la que había soñado… su silueta…

La vio entrelazar sus dedos con el cabello castaño de su coleta, reírse entre los destellos de la sala. Había cambiado los vestidos que se marcaban a su cuerpo por un jersey vaporoso y unos pitillos ajustados negros.

Y no podía dejar de mirarla.


Lavinia ya había consumido al menos tres gin-tonics, además de dos copas de champagne que habían tomado con Ilhan y Kara al entrar. No quería más, ni podía aguantar más porque tenía un montón de calor en este sitio y ya iba un poco achispada, así que le rogó a Tabitha que no insistiera.

– Como tú quieras. ¿No vas a tomarte nada extra? Podemos buscar marihuana. No tiene por qué ser cocaína. Nada de drogas blancas si tú quieres – intentó persuadirla su amiga.

Tabitha había venido con el grupo de chicas que conocían a Angela.

– No, las drogas no son para mí. No me malinterpretes. A ver solía fumar hierba. Casi todo el mundo fumaba marihuana en Ámsterdam, pero me volvía muy poco interesante, me venía el bajón y no quería hablar con nadie – se rió la hermana de Greg.

– Pero tienes que pasártelo bien. Mira a Angela. ¿Ya sabes por qué ha venido, no? La chica con la que lleva liándose un montón de tiempo está hoy aquí… ¡Y yo estoy libre! ¡He venido sola! Pero no voy a dejarte aquí en la barra para que te duermas. ¡Ven! ¡Bailemos o algo! – la empujó al centro de la sala entre risas.

– No sabes lo que haces… después no me vas a sacar de la pista…

– Oh, ¿te gusta bailar? Ves, ya sabía yo que no eras un muermo – Tabitha le siguió el movimiento con una carcajada.

A veces le recordaba un poco a Monique. Echaba de menos a su mejor amiga.

Lavinia se dejó llevar y bailó y rió al ritmo de la música que iba muy rápido y tenía elementos dance y electrónicos.

Por el rabillo del ojo notó que alguien se acercaba.

Había tenido un percance antes con un tipo que insistía en que se sentara con él y sus amigos. Se giró porque sinceramente no quería tener a nadie a su espalda.

No en esta fiesta.

A Lavinia se le había pasado un poco el efecto del alcohol en la pista de baile. Dio igual, porque cuando se encontró con sus ojos profundos y oscuros, su corazón dio un vuelco y tuvo que recordarse de respirar.

Sintió que todo su mundo daba vueltas y, en medio del pánico, alcanzó a advertir que Tabitha había puesto una mano en su hombro. – He visto un par de chicos que quiero conocer – gesticuló a un volumen de voz suficiente alto para que la escuchara a través de la música – pero estaré por aquí, ¿de acuerdo? ¡Sé bueno, Stewy! – le dijo a él.

Su mente se quedó en blanco por un momento.

Si algo sabía Lavinia de las imágenes es que tienen vida.

Un cuadro puede transmitir más sentimientos que un ser vivo. Una fotografía en beige más nostalgia. Tenía la imagen de él trazando las líneas de su cuerpo clavada en la pupila. Tantos días después todavía podía notar el cosquilleo en su piel si pensaba en aquella noche.

Hizo su mayor esfuerzo para cambiar la expresión de susto y sorpresa en su rostro a una lo más serena y mesurada posible. Tratando de contener cualquiera que fuera esa emoción que sentía arremolinándose un punto debajo de sus costillas.

Le recordaba besándole la boca y el cuello y el pecho, y bajando por su piel.

Él le sonrió, divertido y con los ojos chispeantes de curiosidad y algo que no pudo identificar bajo las luces azules de la sala. – ¡Mira quién está aquí!

Stewy avanzó hacia ella como si fuera a darle un beso en la mejilla pero se detuvo.

– ¿Qué tal estás? – Lavinia ladeó la sonrisa y se sintió un poco boba.

Los ojos de él se mantuvieron en los suyos.

Había una pequeña sensación de anticipación en su mirada.

¿Debería avanzar ella y darle un beso en la mejilla cómo habría hecho en Bélgica con un amigo? No, los americanos no hacían eso.

Posiblemente incluso en casa eso daría todo tipo de señales equivocadas.

Stewy metió las manos en los bolsillos del pantalón en lo que Lavinia percibió como una actitud despreocupada y casual, pero la sonrisa le iluminó el semblante.

Era un hombre sexy, muy muy sexy, y aquella vez la había hecho sentir viva y deseada como nunca antes.

– Oh, Lavinia, ¡wow!, ¿qué demonios haces en América y en éste sarao de todos los que hay en Nueva York? – dijo, sin dejar de mirarla. En realidad los dos, él tanto como ella, aún estaban sobreponiéndose a la sorpresa.

La cadencia de su voz diciendo su nombre envió algo cálido y peligroso a través de sus venas.

Iba vestido con un traje y una camisa negra, y cuando volvió a mover las manos se tocó el reloj en un gesto reflejo.

Lavinia hizo ademán de hablar pero el tema musical había cambiado y ahora era prácticamente imposible comunicarse con esa mezcla de música electrónica con sintetizador.

Entonces sí, Stewy dio un paso más acercándose a su cara.

– Ven, busquemos un lugar tranquilo para hablar – le hizo señas.

– Claro, sí.

Le siguió hasta otra sala entre la multitud.

Caminaron muy cerca y sus manos se tocaron al pasar entre la gente, se miraron pero ninguno de los dos dijo nada. La sensación de sus brazos rozándose juntos envió una emoción desconocida a través de Lavinia.

De pronto se paró en seco por el calor y la gente. Notó su mano en su espalda y pudo sentir la sensación a través del jersey como una caricia. – Avancemos por ahí – le propuso al oído.

Se notaba que se conocía bien el club porque apenas le costó encontrar otra estancia. La cogió de la mano y la guió por el pasillo cuando la marea de gente seguía interponiéndose. Tenía la piel caliente y casi tan suave como la de ella.

El firme apretón de su mano tomando la suya le provocó una descarga eléctrica y la impresión se mantuvo después del contacto. Como si le hubiera dejado una marca en los dedos.

Stewy se volvió a mirarla con sus ojos negros y escudriñó su rostro un instante como si tratara de leer algo en ella. Después, esbozó de nuevo una media sonrisa.

– ¿Cómo estás, aparte de guapísima? – le preguntó en cuanto la soltó en un lugar donde por fin podían hablar.

Lavinia se sintió valiente, por su tono de voz suave y porque el efecto del alcohol y el calor del club volvían a hacer efecto en su cuerpo. Por eso su respuesta fue genuina y un poco incrédula: – Pues ahora mismo, en estado de shock...

Él recibió sus palabras con una sonrisa socarrona y sacudió la cabeza – Dímelo a mí – hubo una pausa – Lavinia, ¿qué te trae por Nueva York? ¿Quieres beber algo? – preguntó las dos cosas casi a la vez.

Stewy pensó en ese instante que Lavinia era preciosa. Tenía algo único, algo que lo intrigaba. A pesar de que a veces parecía insegura, había esos otros momentos en los que te sorprendía, ya lo había podido comprobar en la boda de Shiv.

Sus ojos tenían luz propia, parecían iluminar su cara, cómo el gesto de su boca carnosa temblando un poco al sonreírle.

Uno podría hacer un (mal) hábito de mirar a sus labios cuando hablaba.

– Tomaré un agua. Ahm… – La chica se pasó la mano por los ojos pero la bajó enseguida cuando se dio cuenta que iba a estropear el poco maquillaje que llevaba. Le sonrió de nuevo, acalorada.

Estaba deseando quitarse el jersey y quedarse con la camiseta de debajo, pero no si ello podía significar dar a entender cualquier otra cosa a Stewy.

– ¿Un agua? ¿En esta fiesta llena de alcohol y drogas…? – él arqueó una ceja tentativamente. Lavinia se dio cuenta que dejaba el sexo fuera de la ecuación, resultaba algo irónico teniendo en cuenta que de camino hacia aquí acababan de ver a una pareja haciéndolo obscenamente en un sofá.

– Créeme, he bebido suficiente por el momento…

Stewy asintió con simpatía y le dijo suavemente: – Yo sí voy a pedir algo un poco más fuerte que un agua si no te importa.

Le hizo un gesto con la mano para que se sentara en uno de los taburetes de la barra que tenían delante y dirigió su atención al camarero de esta sala. Un hombre alto y rubio al que llamó Dante.

Era una estancia más oscura y solitaria que la primera con luces rojas y sofás al fondo. Había personas allí pero esta vez Lavinia no quiso ver qué hacían.

Un reloj digital al otro lado de la barra indicaba que aún no era medianoche.

– ¿Stewy? – le puso una mano en el costado sin pensar, sobresaltándose a sí misma. – Pídeme algo que tenga alcohol. Pero que sea suave.

Sintió un escalofrío y, al mismo tiempo, una oleada de calor en el vientre cuando él se giró hacia ella:

– ¿Un Mai Tai?

Se rió. – ¿Puedes pedir un Mai Tai en este sitio?

– Puedes pedir lo que quieras aquí.

Cuando Stewy mantuvo la vista en sus ojos, Lavinia vio que estaba esperando su reacción, y hubo algo en su mirada que volvió a dejarla sin aliento.

Inconscientemente, alejó su mano de él y empezó a jugar con los puños de su jersey para hacer algo con los dedos.

Luego dio unos golpecitos en la barra.

– Pareces estar como en casa en este lugar – se atrevió a decir.

– ¿Sí, verdad? – Le contestó él con un tono poco comprometido.

Porque le pareció totalmente inadecuado mencionar a Zahra en ese momento.

Stewy podía notar la electricidad flotando entre ellos. Su olor, el roce de su brazo contra el suyo mientras él se inclinaba para hablar con el camarero.

Un rastro de calidez en su piel allí donde había estado la mano de Lavinia un segundo antes.

La miró con detenimiento mientras esperaban las bebidas. Sus dientes mordiéndose el labio, tirándole al vacío con una sonrisa.

Era fácil notar que estaba nerviosa, lo cual era cómico porque le tenía en la maldita palma de su mano.

Toqueteando todo a su alrededor, la vio coger una botella que descansaba en la barra y leer en defectuoso portugués: – Cachaça. Envejecida en barrica de roble.

Stewy soltó una carcajada y se la arrebató.

– Entonces, ¿hablas francés?… – le preguntó en tono de broma – Oh, espera esto era portugués.

– Perdona pero también habló un perfecto neerlandés – Todavía sonreía. Cruzó con él una breve mirada entre divertida y desafiante.

Stewy movió su mano al brazo de Lavinia, dejándolo descansar allí por un segundo, sobre la tela del jersey.

Se inclinó más cerca, como si fuera a susurrarle algo al oído. Entonces Lavinia sintió su barba entre su mandíbula y su cuello, su boca hizo un camino hacia su mejilla. Presionó tan suavemente sus labios allí que apenas se trató de un beso.

Stewy dio un paso atrás, dejando caer la mano en su cintura. Sus dedos entre el borde del jersey y su piel.

Sus cuerpos gravitaban uno hacia el otro como si no hubiera pasado ni un solo día desde esa noche en Inglaterra.

Lavinia no movió ni un músculo.

Por el calor que sintió en sus mejillas, supo que se había ruborizado. Dio las gracias por las luces del club que permitían que no fuera evidente.

Stewy sacudió la cabeza con una sonrisa.

Se obligó a volver a concentrarse en la conversación:

– Aún no me has dicho qué haces por Nueva York.

– Ahora trabajo en la ciudad.

La voz de Stewy era sedosa y desenvuelta.

Lavinia, que se sentía abrumada por la atracción que sentía hacia él, contestó automáticamente sin darse cuenta de lo que decía. No fue consciente de lo que Stewy interpretaría hasta que éste hizo una mueca que enseguida intentó disimular.

Había algo nuevo en la línea de su boca cuando el camarero le sirvió la bebida y separó su mano de ella para dar un pequeño sorbo de la copa. Nada muy evidente: sólo una especie de gravedad que llegaba a sus ojos.

Una cierta preocupación.

Lavinia supo exactamente qué estaba yendo mal.

Después de todo sí que iba a matar a Roman.

Decidió que le iba a aplicar una tortura lenta cuando lo pillase y fue en ese momento que se giró para quitarse el maldito jersey, dejándolo en el respaldo del taburete.

Necesitaba pensar con claridad.

La camiseta que llevaba además era totalmente normal. Nada sexy. Era negra con unas pequeñas letras blancas y una frase cualquiera ("Life begins after coffee") que le había hecho gracia entrando en una tienda en sus primeros días en la ciudad.

Stewy parpadeó.

– Lo siento es que hace mucho calor en este club. Escucha yo no… no es que sea nada malo per se, ¿eh?… siempre que sea una elección. Mira… – se corrigió – no creo que debamos juzgar a nadie… pero yo no soy escort…

Lavinia habló mucho y muy rápido y la verdad no le dio tiempo a acabar de escuchar la última frase. Puso su mano sobre los dedos de ella en la barra y simplemente la besó en la boca. Sin pensarlo. Sin respirar. Como si se zambullera en un océano profundo.

Le había pillado con la guardia baja.

En Harvard conocía un pavo que salió con varias bailarinas exóticas y escorts. Siempre les decía que tenías que ser de otra pasta para ver a la mujer por la que estás pillado hasta las trancas salir por la puerta para tener sexo con otros hombres por dinero y no volverte loco.

Había pensado en ese tío durante la última media hora.

No tenía ningún sentido. Sencillamente ahora no podía quitarse esa idea de la cabeza.

El capullo de Frank como ejemplo de todo lo que estaba mal con aquello.

Examinar de demasiado cerca el por qué se sentía así no le parecía que fuera inteligente, así que no lo hizo. Puso sus labios sobre los de ella.

Lavinia sintió su boca sobre la suya y su aliento. Notó su barba haciéndole pequeñas cosquillas, sus labios en los suyos. Besaba bien, muy bien. Pero antes que pudiera asimilar esa sensación él se apartó unos centímetros desconcertándola.

Hasta ahora había ejercido la presión justa sobre sus labios y se dio cuenta que esperaba que ella diese algún tipo de señal de aprobación para progresar. Entreabrió la boca y se estremeció cuando él le besó con más fuerza, su lengua saboreándola con avidez y su mano de nuevo al borde de su camiseta mientras ella se apoyaba precariamente en el taburete.

Ese beso contenía la promesa de algo, quizá de otra noche, quizá de más. No lo sabía.

No era estúpida. Stewy era un tipo de los de una sola noche. Tenía encanto y era zalamero. Si no vigilaba acabaría con el corazón roto. Cómo fuera, ¡le debía esa verdad bien explicada!

No quería que él pensara que era prostituta.

– No soy escort – Lavinia separó sus labios de él y puso una mano en su pecho para mantenerse conectada al presente: – Es una invención de Roman.

Intuía que la primera vez no había tenido tiempo físico de escuchar la frase hasta al final, así que fue directa al grano.

Stewy tardó unos segundos en reaccionar.

– Pero… – negó con la cabeza incapaz de dar sentido a los sonidos que salían de sus labios en ese momento. – ¿Es en serio?

Su pecho subía y bajaba contra sus dedos.

Sus bocas apenas se habían separado.

Asintió y fue ella quien volvió a besarlo.

– Sí.

– Entonces, en la boda…

Lavinia levantó la mirada y le observó por breves segundos, admirándole los rasgos.

– Mi hermano, te lo dije.

Él solía descifrar a las personas excepcionalmente bien, sin embargo ahora parecía no ser capaz.

– Pensé que mentías…

Dijiste que habías mentido, joder.

– Más bien omitido información.

– ¿Cómo por ejemplo?

Oh, le daba igual.

Dejó que su mano se deslizase hacia arriba por la piel de su estómago manteniéndola debajo de la camiseta. Lavinia tembló.

– ¿A qué te dedicas entonces? – cambió su pregunta.

– Relaciones públicas.

La siguiente mirada de Stewy fue como una flecha que golpeó directamente en su pecho: – Te irá bien en Nueva York – dijo como una cuestión de hecho.

– Sí, ojalá...

A esa distancia podía percibir su perfume suave y ver las pequeñas hebras de cabello que escapaban rebeldes de su coleta.

Lavinia seguía prácticamente en sus brazos; los dedos de ella dibujando círculos sobre su camisa allí donde tenía el maldito piercing.

– ¿Es que quieres matarme? – sintió su respiración atrapada en su garganta.

– No, pero pensé que me lo había imaginado... – le contestó riéndose.

Estaba jodidamente perdido.

Mierda.

Envalentonada por una pequeña grieta de vulnerabilidad en los ojos de terciopelo castaño oscuro, Lavinia cerró los párpados y volvió a atrapar sus labios.

Subió sus manos pequeñas por la nuca de él, tocó su cabello cuidadosamente alisado con gel y presionó de nuevo la boca contra la suya apenas consciente de cómo sonó su propio suspiro.

Stewy no tardó en maldecir las luces del club. Había algunas pecas casi invisibles espolvoreadas en su piel pálida que quería volver a rozar con sus dedos pero no lograba verlas.

– ¿Quieres salir de aquí por una hora? – le acarició la mejilla con los nudillos – Vamos de paseo en el coche. Vamos a respirar aire fresco. A mi piso.

Se conocía bien a sí mismo.

Incluso si no le atrajera tanto, no había forma humana que se fueran de aquí ahora y volvieran en una hora o en dos.

Lavinia era una fantasía y si se la llevaba de aquí iba a estar con ella toda la noche.

Aquella iba a ser la estocada definitiva a su relación con Zahra.

No se suponía que debiera mentirle y si bien podían indulgir en todo tipo de comportamientos en este lugar había sido clara en que esta noche le quería aquí…

Su novia esperaría que la llevara a casa de madrugada con su chófer.

Joder.

Miró a Lavinia y moviendo la cabeza con una mezcla de aprensión e incredulidad cuestionó: – ¿Qué es lo que está pasando aquí, ehm? – aunque no estuvo seguro si era una pregunta para ella o para sí mismo.

Vio en sus ojos que Lavinia tampoco tenía una respuesta.

– Escúchame – Mantuvo su mano en su estómago sin intentar nada. En este punto se estaba torturando a sí mismo. – quiero tocarte…

La besó.

Ya la estaba tocando. Todo su cuerpo estaba en contacto con ella y el aliento le acariciaba el cuello, pero Lavinia supo qué quería decir.

Él bajó su mano sólo hasta el botón de su pantalón.

Lavinia frunció el ceño. ¿Por qué ahora tenía dudas? ¿Por qué no marcharse de aquí con él?

– ¿Podemos ir simplemente a un lugar un poco más íntimo? – le pidió.

Stewy asintió.

La condujo por la nave hasta otra habitación. Los ritmos de la música se habían acelerado y la gente parecía más bebida y colocada que hace una hora. Las luces parpadeaban tan rápido que era como si todo el mundo estuviera bailando lento.

En su camino hacia delante vieron de lejos a Tabitha.

Stewy besó un momento a Lavinia sin dejar de andar y cuando llegaron a unas escaleras muy parecidas a aquéllas por las que habían entrado, se detuvo. Más al fondo había un ascensor.

Abrió una puerta y le dio paso. La sala estaba vacía como él había previsto. Esperó que eso quisiera decir que tendrían suficiente privacidad.

Lavinia se estremeció cuando su espalda dio contra la fría pared y notó que Stewy se apretaba contra ella.

Le había desabrochado y bajado un poco el pantalón. Sus dedos alcanzaron su vello rizado y empezaron a hacer pequeños círculos y presionando su interior con suavidad mientras le murmuraba promesas inconexas al oído sobre lo que le haría si la tuviera en la cama enorme de su piso.

La estimuló con un ritmo lento y hundió dos dedos en ella. Los sacó y volvió a deslizarlos dentro. Fue suave, dulce y firme a la vez. La forma en que la besaba, cómo la acariciaba — era un regalo. Gimieron los dos cuando fue evidente lo mojada que estaba.

La estaba acariciando con un toque tan íntimo que parecía inventado expresamente para ella. Stewy la miró en la oscuridad y siguió moviendo los dedos hasta que Lavinia no pudo soportar más su mirada y tuvo que cerrar los ojos.

Desesperada, lo besó con la respiración entrecortada.

– Mantén los ojos en mí, Lavinia... así...

Ella soltó un suspiro de placer y Stewy sonrió.

Pero justo cuando estaba a punto de llegar al clímax, Lavinia parpadeó y le pareció ver a alguien que miraba desde la puerta.

Se esforzó para avisarle pero durante un momento apenas encontró su voz: – ¡Stewy para, para, creo que alguien nos está mirando!

Stewy tardó un par de segundos en volver en sí.

Su respiración era dificultosa, su erección dolía, pero había querido que ella se corriera primero.

– ¿Qué pasa, estás bien? ¿Te he hecho daño?

– Sí, no, no, pero creo que había alguien observando en la entrada, no, no podemos hacer esto aquí…

– Mierda, – dejó caer su cabeza contra su cuello maldiciéndose a sí mismo contra su piel – joder…

No sabía realmente qué iba a pasar con su novia.

Pero aunque no hubiera nada más entre él y Lavinia que esto, lo que fuera, una noche, un día, una hora más, no era lo bastante cabrón como para dejar que supiera de lo de Zahra porque Dimitri de seguridad entraba por esa puerta anunciándole que ésta le buscaba…

O después que uno de sus amigos frikis los interrumpiera.

– Tengo que contarte algo.