"Wrap me in a bolt of lightning. Send me on my way still smiling. Maybe that's the way I should go, straight into the mouth of the unknow […]. Call me a sinner, call me a saint. Tell me it's over, I'll still love you the same…"

– Call me (Shinedown)

Capítulo 5. Jabalí al suelo

Sentía algo por él.

Probablemente era culpa de sus caricias, sus ojos intensos, las cosas tan indecorosas que le había murmurado rozándole la oreja con los labios. Las sonrisas petulantes, los besos y hasta la manera de frotar ligeramente su nariz con la de ella.

A Lavinia le había bastado el más pequeño rastro de Stewy esta noche para que eso indefinido que arrastraba por él desde el primer momento que se habían cruzado en la boda de Shiv amenazara por magullarle algo más que el ego y estaba aturdida.

Después de aceptar el hecho de que potencialmente nunca volvería a ver a este hombre, los dos se encontraban en este club. Sentados en un sofá que había visto mejores días, mientras al fondo, procedentes de otros rincones de esta vieja nave industrial de Brooklyn, se escuchaban voces y música.

La atmósfera de la fiesta era pesada, espesa, habitada. Pero no en esta sala vacía y olvidada donde no parecía llegar la climatización.

No había importado cuando ambos estaban apretujados el uno contra el cuerpo del otro. Nunca nadie antes que él la había tocado como si la estuviera dibujando a mano en cada nuevo gesto. La química por las nubes.

Entonces le había contado que tenía novia.

Que se acostaban con otras personas.

No necesitaba que Stewy describiera la mujer que tenía en su vida para imaginarla. Apostaba a que era perfecta, de ese tipo de mujer que sabe lo que quiere y vive como es.

Lavinia fingió que no le importaba.

Pero maldición, él no tenía derecho a mirarla como lo hacía en este instante…

– Es una relación abierta – dijo Stewy – Ella está con otros en este momento. Estuvimos de acuerdo los dos. ¿Por qué limitar tus experiencias a una persona? En estas fiestas, todo está permitido y fuera de ellas somos flexibles…

Hubo un largo silencio.

La voz de Stewy era como una caricia. La verdad es que no podía decir que no se estuviera esforzando en ser honesto con ella. Pero estaba confundida o quizás él la había empujado a confundirse.

Le había hecho sentir que la noche aún podía tomar el rumbo que ella quisiera que tomara. Sin peros.

Si le pedía que se fueran de aquí, se marcharía con ella y se acostarían.

Pero por lo visto también era muy importante para su novia que hoy permaneciera en el club…

Se lo había contado en la bocanada de aire siguiente a la que le explicó que los dos tenían sexo con terceras personas y que ella organizaba esta movida con sus amigos.

Esa mujer le buscaría en algún momento antes de que acabara la noche. Es normal, ¡era su novia!

Quizás era para bien.

Si pasaban la noche juntos, al día siguiente él se iría de rositas y ella se quedaría aún más pillada.

Stewy no podía pretender tenerlo todo. Es decir, probablemente por eso se metió en una relación abierta en primer lugar y estaba bien si a él le funcionaba – pero solo podía acabar mal para ella.

"Te quiero en mis sábanas, en cada superficie de mi piso, Lavinia", le había susurrado al oído mientras sus dedos se hundían en ella.

– Lavinia.

– No me debes ninguna explicación.

Stewy la miró fijamente durante lo que pareció otra eternidad.

Incluso en ese momento la electricidad entre ellos era palpable.

– Lo sé pero quiero dártela – insistió él.

– ¿Por qué tuvimos buen sexo?

– No.

Lavinia le sonrió. – Bien.

Entonces Stewy cabeceó, no exactamente para negar lo que ella decía, sino para expresar perplejidad.

– Fue más que buen sexo, Lavinia. No me preguntes por qué, porqué joder, que me frían si lo sé.

No había anticipado sentir nada que no fuera deseo.

Joder, ¡aquello iba a ser un problema!

Lavinia le miró.

En algún punto de esa conversación se había puesto a temblar de frío, y como no encontraban su jersey, Stewy le puso su chaqueta por encima.

Tenía un toque tierno y una voz calmada, y ambos estaban intentando ser racionales.

¡Mierda! Su noche de sexo en Inglaterra había estado flotando en el pensamiento de Stewy desde que ocurrió, y ahora que volvía a tener a esa mujer en sus brazos, no le apetecía nada soltarla.

Esnifó cocaína tras polvorearla sobre la mesa baja que tenían enfrente. Porque se dijo que llevaba más de 17 horas despierto y necesitaba la claridad que le daba la droga.

Cuando se alzó, Lavinia movió la cabeza y un mechón de pelo le cayó sobre la mejilla.

– ¿Puedo? – Stewy alargó la mano y puso el mechón detrás de la oreja.

Un espectro de luz se movía en el borde biselado de los espejos que había a la izquierda de la sala.

La coca hizo que fuera más consciente de los detalles de la sala y de ella.

Pero no le hacía falta para saber que Lavinia era preciosa !joder!

– ¿Quieres? – señaló la pequeña bolsita blanca que había quedado sobre la mesa con su tarjeta de crédito.

– No – la chica hizo una especie de mohín con los labios con el que adivinó qué pensaba de esa mierda.

Le encantaba su boca y todo lo que hacía con ella.

Bebieron cada cuál dos copas de champagne de una botella que había traído Dimitri de seguridad mientras tenían esa conversación.

Era una marca de champagne diferente a la que había en el club y que él descorchó con habilidad de experto.

Se trataba de un regalo de un tipo llamado Seamus que había estado buscando a Stewy toda la noche porque quería consejo sobre un fondo de capital riesgo.

Lavinia no quiso entretener la idea que fuera la persona que les había estado observando mientras Stewy la tenía contra la pared, su cuerpo pegado al de ella.

Se mantuvo en silencio unos minutos.

Entonces tocó la mano que Stewy había puesto sobre una de sus rodillas y la acarició con el pulgar.

– No voy a beber más – comentó, con un suspiro.

– Es una botella de mil dólares.

Lavinia alzó una ceja.

Era una locura de precio pero pensó que la vida de Stewy estaba seguramente atestada de excentricidades y lujos absurdos como aquel.

– ¡Con más razón! – le reprochó, con una sonrisa amenazando de curvar la comisura de sus labios – Mi padrastro siempre decía que no hay nada tan rápido y divertido como una borrachera de champagne ni nada tan rápido y desagradable como una mala resaca de ello. No deberíamos estarlo bebiendo como si fuera Coca-Cola light. ¿Puedo preguntarte qué tipo de negocio merece semejante regalo?

Él volvió a llevarse su copa a la boca y bebió. – Puedes, pero no podría contártelo ni aunque quisiera – arrastró las palabras con ligereza.

Oh, casi había olvidado que además de guapo también sabía ser insoportable y exasperante.

Lavinia negó con la cabeza con expresión escéptica: – ¿Después me tendrías que matar? No habrá para tanto. Sólo te estás haciendo el interesante…

– No, de hecho tenemos un acuerdo de confidencialidad – le respondió con una sonrisa engreída y los ojos bien abiertos.

Quiso borrarle el gesto con un beso pero se contuvo.

Para ser justos no era solo por aquello de que tenía novia, aunque estar intentando imaginársela aquí con él no ayudaba…

Las dos copas de esa botella la habían dejado un poco noqueada.

Se sintió mareada.

Dios, quizás no era buena idea pedir un Uber.

– Voy a llamar a mi hermano para que me venga a buscar…

Stewy se dio cuenta que estaba blanca como el papel.

Flexionó los dedos bajo la mano de Lavinia que se mantenía en la suya. No tendría que haber abierto aquella botella cuando estaban de bajón.

Ni siquiera la coca parecía haberle dado a él el subidón que normalmente obtenía. Los colores eran más brillantes y su corazón iba quizás más rápido. Sin embargo no se sentía eufórico.

– ¿Te vas?

– Creo que es lo mejor.

Ella le miró con esos grandes ojos avellana antes de echarse hacia delante y apretar un segundo sus labios contra los suyos.

– Te acompaño fuera. Te vendrá bien respirar aire fresco – dijo Stewy.

– Puedo ir sola…

– Por favor.

Se toparon con el famoso Seamus cuando intentaban recuperar los móviles y los abrigos.

– Así que por fin te pillo – ambos hombres se saludaron con un golpe suave en el brazo y un abrazo sin contacto físico que fue básicamente darse dos o tres palmadas enérgicas en la espalda.

Stewy no parecía contento.

Lo estuvo menos cuando Seamus se comió a Lavinia con la mirada de una manera que claramente la incomodó.

Puso la mejor cara que pudo porque este era un tío de esos de Wall Street que podía joderlo y se lo quitó de encima en un plisplás: – Llámame mañana, ¿vale? Y hablamos de eso tuyo y del fondo de capital riesgo de los japoneses. Ah, gracias por el champagne.

– A tus ordenes, tío. Por cierto, felicita a Zahra por esta movida. Es espectacular… ¡vaya tía! – Seamus soltó una risa que le salió algo distorsionada – ¡Que te voy a contar a ti, eres un granuja! Nos llamamos.

Perdió sólo un momento a Lavinia de vista mientras ésta iba a por una botella de agua.

Oh, joder, Zahra.

Su novia se acercó a él sonriendo y se inclinó un poco para darle un beso en la mejilla.

– Estábamos fuera fumando y Lydia tenía frío. ¿Cómo va tu noche? – dijo acompañada de un grupo de amigos.

Observó un momento a Zahra y su amiga Lydia y ese colega con el que ambas se habían acostado alguna vez, John o Jonas o algo así. Zahra y su energía implacable, su mundo fragmentado en destellos y brillos, y esa velocidad inmediata con la que te atravesaba, le encantaban. "Debemos cuidar las ganas que nos tenemos", le había dicho un día cuando debatían sobre el sexo con otras personas.

En este punto debía haberse vuelto rematadamente loco.

– ¿Mi noche? Ya sabes, esto es como Las Vegas pero sin casinos. Con más margaritas y ese ponche azul que Dante insiste que sabe a pomelo.

Zahra se rió.

– ¿Ibas a salir?

– Sí, una chica con la que estaba necesita algo de aire fresco – eludió.

– Oh – Zahra dijo y tuvo la agudeza de parecer suspicaz pero no por lo que parecía más obvio – ¿Cuándo aprenderás que al resto de mortales la coca sí nos afecta?

– No. Sólo ha bebido, estará bien.

– Bien entonces, qué disfrutes – le hizo un guiño satisfecha por la respuesta – nos vemos después.

– Nos vemos.

Los ojos de Stewy y Lavinia se encontraron cuando él ya se había puesto el abrigo y la esperaba al lado de la puerta metálica del ascensor.

– ¿Estás mejor? – le preguntó señalando el agua que traía en las manos.

– Creo que sí.

Lavinia no le dijo que acababa de verlo con esa chica.

Porque claro, esa debía ser Zahra, ¿no? Era alta e impresionantemente guapa, no la sorprendía que estuviera con él.

Puede que Stewy ya se imaginara que los había visto de todas maneras. Uno no tardaba tanto en conseguir una botella pequeña de agua mineral en este lugar.

Hubo cierta suavidad y resignación en su cabeza ladeada. Alzó la palma de la mano hacia ella: – Ven.

Lavinia vaciló: – Stewy…

Entonces los dedos de Stewy se cerraron sobre los suyos y tiró gentilmente de ella. Bajó la cabeza para besarla en la boca y durante unos segundos hizo sólo eso.

Ella inspiró su aroma. Ningún hombre que conociese olía tan bien como él.

Fue un beso breve pero intenso. Cuando sus labios pararon de moverse sobre los suyos imprimiendo una nítida huella allí tardó unos instantes de más en separarse de su boca.

Lavinia movió la cabeza para evitar un segundo beso.

– Tienes razón... – contestó a su gesto, deseando como el demonio no ser el motivo de esa pequeña arruga en su ceño. Bromeó –... supongo que no debería aprovecharme de tu poca resistencia al champagne.

Lavinia alzó la mirada un par de centímetros y murmuró. – Estoy un poco mareada pero no borracha…

Stewy soltó una risa afectuosa. – Eso es lo que siempre dice la gente cuando va borracha.

Por un segundo hubo un gran elefante en la habitación que se negaron a admitir. A Lavinia aún le pareció ver el brillo del vestido de esa chica en la sala contigua.

– Es verdad, no voy borracha – insistió – Pero es mejor que me vaya ya…

Stewy le pasó el pulgar por los labios antes de dar un paso atrás y llamar al ascensor.

La parte de Lavinia que prefería volver a sentir sus manos en su piel y no dejarlo ir, o quizás pasar juntos una semana en la cama y con un poco de suerte sacarlo de su sistema, quiso rebelarse y protestar por estar huyendo.

Pero su prisa por salir de este club se había multiplicado tras ver a su novia.

Siempre había odiado estar celosa. Así que simplemente no entraba en sus planes estarlo de una mujer a la que no conocía personalmente y que no tenía ninguna culpa.

Un sexo tan estupendo como el que habían tenido en Inglaterra, o incluso un momento íntimo tan intenso como el que había vivido en esa otra sala del club, debería hacerla sentir como una mujer fuerte y empoderada, y no como una chiquilla.

Lavinia intuyó que Zahra era una mujer madura, divertida, carismática.

Tenía que serlo puesto que gozaba de la suficiente confianza en sí misma para tener ese tipo de relación con un hombre al que seguramente quería. Además, organizaba esta locura que todo el mundo decía que era lo más potente en cuanto a fiestas que podías encontrar en Nueva York.

Parecían perfectos juntos, prácticamente el sueño de un publicista.

Era un tío que parecía tan asertivo y decidido en el sexo como posiblemente lo era en todo lo demás.

La mayoría de las mujeres lo encontrarían excitante. Por supuesto que estaba con alguien como esa modelo.


Subieron juntos al ascensor y él pulsó el botón de bajada mientras Lavinia enviaba dos mensajes de texto. A Tabitha y a Greg.

– No quiero que Tabitha se preocupe pero tampoco arruinarle la noche. ¡Ya la has visto…! – intentó sonar como si estuviera segura de lo que hacía. Más convencida de lo que sentía. Más alegre porque su nueva amiga se estuviera divirtiendo. Más segura que su hermano no la mataría por interrumpirle el sueño a estas horas. Más todo.

– Puedo acompañarte yo a casa – Stewy alzó las manos en el aire cuando ella le miró. «Sabes que no puede ser». – Dejarte en la puerta y volver. Si no quieres que venga, puedo pedirle a Diego, a mi chófer, que te deje donde quieras. Pero Lavinia…

Suspiró al tiempo que dejaba caer la cabeza.

– Es que no es solo eso… Ahm, no puedo entrar en la residencia donde me alojo después de las 11 – le entró la risa tonta – ¡Lo sé, es patético!

Stewy arqueó las cejas alzando la cabeza para mirarla.

Justo entonces el movimiento del ascensor agudizó su malestar por el alcohol.

Cerró los ojos y pese a sí misma apoyó la cabeza en su hombro cuando se sintió un poco inestable sobre sus pies.

Stewy le puso la mano en el brazo. – Por favor, dime que tienes más de 25 años…

– 33. Pronto, 34.

– Gracias por eso, joder – sacudió la cabeza y tuvo el descaro de reírse.

Ella dejó que envolviera sus abrazos a su alrededor, y cambió de posición apretando la cara contra su pecho.

Por una millonésima de segundo Stewy pensó que ella estaba llorando y entró en pánico pero enseguida comprendió que reía con la nariz enterrada en su abrigo. La apretó un poco más fuerte contra su pecho.

Esta mujer iba a ser su perdición.

– Es una residencia sólo para mujeres jóvenes dirigida por, mm, monjas en Chelsea. ¡Hay un montón de turistas! Te hacen el desayuno. No está tan mal aparte de la hora y eso… – musitó.

– Cada vez me suena peor y peor. ¿Qué hace una chica como tú viviendo ahí? Es inaceptable.

Le miró apartándose un poco de su torso pero sin romper el abrazo.

– Sobrevivir. Es barato. No todos somos don multimillonario, Stewy…

– Eres una mujer inteligente, guapa, que trabaja de relaciones públicas. No deberías vivir en ese lugar… Además, soy un maldito narcisista y ¿si un día te quiero visitar, qué?

– No puedes…

– Exactamente.

Él estaba haciendo trampa otra vez.

Lavinia guardó silencio un segundo guardándose las ganas de abroncarle por dar a entender que quería volver a verla.

A este hombre realmente le gustaban las citas casuales, ser encantador y acostarse con mujeres nuevas. Por supuesto que era bueno encandilándola. Lo mismo con el buen sexo.

– ¿Stewy?

– ¿Sí?

– ¿De qué trabaja Zahra?

Él chasqueó la lengua.

– Es modelo. De pasarela sobre todo. ¿De verdad te interesa más qué hace mi novia que yo? – le dedicó una sonrisa falsamente indignada.

Ella odió haber abierto la boca. Uh, ¿por qué preguntas Lavinia?

De todas maneras continuó hablando porque el alcohol le soltaba la lengua y porque pensó que era una pregunta legitima.

– Ya sé qué haces tú – alzó la mirada, rebatiéndole – Te he visto en los periódicos… y en la tele.

– ¿Sí? No mi mejor versión – admitió.

– ¡Ja! Mi abuelo te adora. En realidad no, te odia. Aunque tendría más sentido que te adorase… siempre es difícil de decir tratándose de él…

– ¿Tu abuelo?

Stewy recordó que Lavinia ya había mencionado a su abuelo en Inglaterra.

Sin embargo, el ascensor llegó al piso de abajo y tenían que salir antes que alguien pulsara el botón arriba en el club.

Ella se separó de él y Stewy pudo notar el vacío que dejaba.

– ¿Estás segura que quieres que venga tu hermano a buscarte?

– Sí, él tiene un sofá donde quedarme. Es mejor que la alternativa…

La miró fijamente mientras las puertas del ascensor se cerraban detrás suyo. – Gracias, mujer.

Salieron al aire frío de la noche. Era una especie de túnel que no parecía muy seguro ni iluminado. Estaba desierto.

– No me refiero a tu sofá. Eso sólo sería completamente inapropiado.

– Y yo que estoy seguro de tener el mejor sofá de Tribeca – dijo. – Y un montón de habitaciones vacías…

– Ya sabes qué quiero decir – murmuró Lavinia, que además se sintió un poco tonta por entretener siquiera la mera sugerencia –… ¿aunque no estuviera aquí, a tu novia no le importaría que llevases a un ligue a tu piso? Sí, ya sé, una pareja abierta y eso… ahm, pero pensé que normalmente hay unas reglas o algo…

Stewy no tuvo respuesta a eso.

Vale, puede que fuera un hedonista rematado y le pareciera una tontería que alguien interpretara un café por la mañana como una proposición de algo. Pero era verdad que él mismo era el primero en no llevar a casa a la mayoría de individuos con quien follaba.

La gente era complicada, difícil, y le gustaba un poco de quietud por las mañanas antes de todo el día yendo de reunión en reunión.

Habría invitado a un café y a desayunar a Lavinia sin dudarlo.

También en Inglaterra si no se hubiera fugado de su cama.

Hacía mucho frío a esta hora en este túnel de Brooklyn así que se resguardaron hombro con hombro en un rincón cuando llegaron a un punto donde podría llegar un coche.

Ella miró su móvil de nuevo.

– Dice que va a tardar.

La verdad es que no le importaba si ese tío no llegaba nunca.

– Ningún problema. ¿Cómo vas?

– Creo que bien.

Se quedaron de pie, esperando en silencio.

Después de unos minutos Lavinia suspiró y se sentó en una especie de escalón. Stewy la observó un instante con las manos en los bolsillos de su fantástico abrigo de invierno.

– ¿No estás dormida, verdad? – apretó su brazo suavemente cuando cerró los ojos y dejó de mover el pie con el que jugaba a revolver la grava del suelo.

– No – negó con la cabeza – Está tardando mucho, a saber qué está haciendo. Puedes volver a entrar, en serio…

– No – se negó y admitió – Si Zahra me necesita sabe dónde estoy. Además sólo un idiota te dejaría sola aquí a esta hora.

Hacía viento y ella se frotó las manos en las mangas de su anorak tratando de entrar en calor.

Stewy se sentó a su altura para darle conversación. Fue a pasarle el brazo por el hombro pero reculó. No quería parecer pegajoso o desesperado. – Cuéntame, Lavinia. ¿Cómo es tu vida cuando no te me apareces en la boda de la hermana de... de un viejo amigo o en la fiesta que organiza mi novia? Tengo curiosidad...

– ¿Quieres decir que yo me aparezco a ti? ¡Eres tú quien estaba en la fiesta por la que mi jefa casi hunde su empresa y en la boda de Siobhan!

– ¿Siobhan? – Ella dijo el nombre con tanta confianza que le hizo arrugar la frente.

Lavinia se mordió el interior de la mejilla.

Trató de actuar tan sobria como el alcohol en sus venas le permitía. Sin embargo, pensó que tendría que haber cenado algo más que esas croquetas de risotto si iba a beber.

Su visión se estaba volviendo un poco borrosa a estas alturas.

– ¿Por dónde quieres que empiece?

– No lo sé…

– Mis padres están separados, he vivido en Bélgica con papá y su pareja desde la adolescencia. Ahora trabajo para… ahm… una empresa que compra y vende obras de arte y… ah sí, mi abuelo me ha arrastrado todo este camino hasta Nueva York para que mi hermano no venda su alma… – puso los ojos en blanco –… tiene 27 años… la verdad, apenas sé cómo voy a arreglármelas yo – añadió.

– ¿… su alma? – se rió – ¿A las drogas? ¿Las mujeres?

– Oh, no al nepotismo, la podredumbre moral del capitalismo, el sucio dinero, Wall Street – le pellizcó en broma el brazo y Stewy tuvo que luchar contra el impulso de sostenerla y apretar los labios contra los suyos –… pero sobretodo mi tío abuelo…

De un momento a otro Lavinia hizo una mueca pasándose una mano por los ojos, y la sensación de estar indispuesta en la boca del estómago.

– ¿Estás bien? – preguntó preocupado sin perderla de vista. Sin embargo se le ocurrió que ella había dicho… – ¿Tu tío abuelo?

Lavinia movió la cabeza incapaz de seguir hablando. Empezaba a temer que iba a acabar la noche vomitándole en los zapatos de piel.

El ruido de un motor los distrajo.

Stewy titubeó.

Conocía ese coche y su chófer.

El chófer de Kendall.

El chico alto que salió del vehículo negro y puso rumbo hacia ellos también le era conocido aunque nunca le había prestado mucha atención.

Alzándose, Stewy preguntó con una mueca de desconcierto en su rostro, – ¿Greg? ¿Te llamas, Greg, verdad?

Lavinia levantó la vista un segundo después y encontró a dos pares de ojos escaneándola.

Había notado la mano de Stewy tensándose en su brazo un momento antes.

– ¿Greg? ¡Greg! – Su puso de pie con alivio y su cuerpo se inclinó hacia su hermano, apoyándose completamente en él.

Greg trastabilló un poco hacia atrás. – Vinnie... uh ¿vas borracha? ¿Puedes caminar? ¿… qué has tomado?

– Claro que puedo caminar – se picó un poco con su tono, y después: – ¿Por qué traes ese coche? ¿No había taxis?

– Uhm. Hay una fiesta en casa… bueno había… ahm, vamos, ya hablaremos… recuerdo este sitio, fue una pesadilla… – masculló.

Stewy se había quedado inmóvil, observándolos como fascinado y aterrado a partes iguales. Por supuesto que las cosas eran así. Era una broma del puto universo. Desde luego tenía ese regusto retorcido que tanto caracterizaba a la vida en la órbita de los Roy. Se pasó una mano por el cabello.

Respiró.

Un par de chicas salieron riendo del club y fueron hacia una fila de coches aparcados más allá.

Entonces vio como Greg empujaba gentilmente hacia adelante a Lavinia y, cuando la chica se soltaba de él, se iba hacia la limusina para asegurar al chófer que ya se iban y volvía exasperado hacia ella. – ¿Vienes?

No podía sino detenerla para que no se marchara sin al menos confirmarle que iba a estar bien. – Hey, hey, hey. ¡Espera! ¿Es tu hermano?

Las demás implicaciones tenía tiempo para pensarlas.

Greg lanzó una mirada confusa a Stewy y pareció inusitadamente resuelto al contestarle: – Claro que soy su hermano. ¿Qué le has hecho? – movió la cabeza hacia su hermana – ¿Por qué estás así?

Lavinia frunció los labios.

– No me ha hecho nada, Greg. Estoy bien, solo he bebido un poco – se quejó.

Stewy miró a un lado y se rascó la frente ignorando al chico y poniendo su atención en Lavinia.

– Hey...

– Stewy… – Ella se giró para quedar cara a cara.

Vaciló antes de hablar.

Greg los observó con impaciencia: – Vinnie. ¿Estás lista? – su cara quedó iluminada por una de las farolas y pareció tremendamente cansado.

– Ahora mismo voy – dijo la chica por encima de su hombro.

– ¿Vas a estar bien? – la voz de Stewy fue sosegada cuando le habló después de un momento.

– Creo que sí… cuando haya dormido un poco.

Stewy asintió con los labios apretados. – Cuídate, ¿vale?

Entonces sonó su móvil y antes de coger la llamada le dio un pequeño apretón en el brazo en señal de afecto haciendo que el corazón se le encogiera un poco.

La miró con algo en sus ojos castaños oscuros al dar un paso atrás con su iPhone en las manos.

– Dígale que estoy viniendo. – oyó que decía después, alejándose con el pequeño aparato junto a la oreja.

– ¿Nos vamos? – insistió Greg.

Lavinia tragó saliva.

– Sí, claro, lo siento Greg, en serio… no sólo… no puedo ir a la residencia donde me alojo y no sabía a quién llamar.

Su hermano le sonrió un poco por primera vez desde que había llegado.

– Está bien. Voy a contar esto cuando digan que estás en Nueva York para hacerme de canguro, ¿sabes?

Cerró un poco los ojos al subir al coche.

– Ni se te ocurra. Ni una palabra…

De camino al piso de Greg, Lavinia miró las luces de la ciudad moverse y desaparecer pero acabó durmiéndose. El asiento trasero era ancho, cómodo y de cuero negro. Ella ocupó un extremo y su hermano el otro.


Cuando llegaron aún había movimiento en el cuarto de Greg pero Lavinia estaba agotada y buscó un lugar en el sofá. Se pasó por encima una manta que Greg le prestó y se hizo un ovillo.

Vio sorprendida como su hermano se sentaba en la alfombra.

– ¿No vas a echarles? ¿A quién sea que esté haciendo eso en tu habitación?

Él negó con la cabeza.

– No. Es Kendall… – y pareció extrañamente acostumbrado a que sucediera.

– ¡Greg!

– No pasa nada, en serio. Se llamó a sí mismo techno Gasby el otro día – Greg bromeó como si estuviera genuinamente contento de toda esa actividad en su piso. No lo parecía para nada, sólo intentaba que ella no le echara bronca.

– Sube al sofá, al menos.

Le hizo sitio aunque cuando volvió a abrir los ojos era de día y Greg tenía la cabeza en un cojín en el sofá pero medio cuerpo en el suelo.

Le supo mal no haberle dejado más sitio. Ni siquiera recordaba haberse quedado dormida.

Ayer no debería haber recurrido a Greg, pero honestamente no había sabido qué más hacer...

Stewy.

Apenas lo conocía, y ya le dolía pensar en él. En él junto a su novia. Estaba empezando a cuestionarse su propia cordura.

Los ruidos casi de socorro de la máquina de café no ayudaron a serenarla pero si la refrenaron un poco.

¿Si Greg aún dormía quien estaba intentando hacer café y fallando miserablemente?

– Mierda.

Valoró seriamente volverse a dormir pero eran más de las 8 y tenía que estar en Dust a las 9. Todavía quedaba mucho por hacer para el acto en el jardín del hospital.

Un montón de mentiras y falsedades por enterrar bajo capas y capas de trabajo.

Suspiró y se alzó del sofá deshaciéndose la coleta que llevaba hecha un desastre.

– Es el botón de la derecha. La capsula va aquí – le dijo. – Déjame a mí.

Sorprendentemente dio un paso atrás casi comportándose como un ser humano. – Gracias.

Uno con resaca, pero al fin y al cabo, a ella también le iba a explotar la cabeza esta mañana.

– ¿Un expreso?

– Sí.

Valoró si agradecerle que le hubiera prestado el coche a Greg para irla a buscar, pero después pensó que estaba usando a su hermano para sus fiestas y eso la enfadó un poco.

No iba a echarle bronca como si fuera la madre de Greg. Pero sí que decidió que tenía que hablar urgentemente con su hermano y espabilarle un poco.

Además quería evitar mencionar lo de anoche a toda costa con todo el mundo y pensaba seguir con su día como si no hubieran existido ni el club ni Stewy…

No iba a permitir que sus ojos, sus manos y su boca la acecharan en sueños.

Puede que él tuviera permiso de su chica para tirarse todo Nueva York pero ella no iba a caer de nuevo. Lo último que necesitaba era todo ese drama.

Cómo era idiota, pensó, volvió a preguntar a Kendall si se encontraba bien.

En vez de mandarla a la mierda o comportarse como un borde, esta vez su primo se encogió un poco de hombros y tomó el café que le ofrecía.


– Joder – susurró.

Cuando colgó la llamada de Dimitri la noche pasada, Stewy aún estaba asimilando lo que acababa de ocurrir.

¿Cómo no había adivinado antes de quién se trataba?

Ese chico, Greg, había estado aquí en la despedida de soltero. Estaba seguro de haber escuchado que trabajaba como asistente de Wambsgans en algún momento. Obviamente le había importado cero, pero aun así supuso no hacía falta ser muy brillante para atar cabos.

La neblina cargada de electricidad que los rodeaba desde un principio no es que le hubiera ayudado un montón.

Lavinia hablando de su abuelo, haciéndose amiga de la nueva novia de Roman, hasta la jodida broma de éste tendría que haberle puesto en alerta.

Vinnie.

Nunca había escuchado ese nombre antes.

Mentira, sí, quizás sí lo había hecho…

Aunque de pasada.

Una de las primeras veces que Kendall le había invitado a pasar unas vacaciones con su familia. Con 13 o 14 años.

No estaba muy seguro dónde estaban esa vez. Sólo que él era un adolescente delgaducho e idiota totalmente encoñado con su amigo, lo que entonces no estaba ni siquiera preparado para reconocer, se encontraban cerca de la playa, y Shiv celebraba su cumpleaños y, por eso, había invitado a un montón de niñas insoportables con coletas que les perseguían a todas partes.

Vámonos de aquí antes que nos encuentren – le había empujado Ken hacia un jardín inmenso. – He hecho que dejaran nuestras cosas en el casón de la piscina.

¿Roman también va a traer a pequeños monstruitos de su escuela? – bromeó deleitándose en la risa de su amigo.

¿Rome? No. ¡Los odia! Aunque seguro que va a arrastrar a la prima Vinnie a otra de sus misiones para que le dé un ataque a la niñera. Hace dos años en Corfú por perderse en la playa papá casi coge a Rome y le m… – Ken se enderezó – no importa, vamos…

Si recordaba algo más eran sólo el puto ruido de niños jugando en la piscina, un mocoso de pañales llorando y él murmurando mil pestes al pasar la gruesa cortina de su habitación. Eso después que, de madrugada, él y Ken se hubieran escondido para fumar y beber de algo amargo que su amigo había robado de uno de los despachos de la casa y hubieran quedado en no levantarse hasta el mediodía.

Se cruzaron un par de veces con Roman y lo que en su cabeza era sólo la visión borrosa de una niña de mata de cabello castaño, pero eso era todo.

Su mente de aquella época era un lienzo de correrías de adolescente y primeras veces. Difícil fijarse o recordar nada que no hubiera estado en sus narices o que no se hubiera llamado Kendall.

Tenía en la memoria más veranos siendo literalmente asediados por las amigas de Siobhan pero ninguna otra mención a los primos de Ken. No hasta ahora.

Le vibró el bolsillo. Tenía un mensaje de Zahra en el móvil: – Gracias por llevarme a casa anoche. ¿Cena? ¿Esta noche? – y un par de emoticonos con un beso.

Pasó los dedos por el teclado digital, preguntándose qué diablos contestar.

No le gustaba mentir y menos en su vida personal.

Esconder, divertir, desviar la atención y manipular en los negocios, eso quizás.

Por primera vez en semanas agradeció que la secretaria de Sandy Furness empezara a machacarle con llamadas antes de las 8 de la mañana y que ya tuvieran reuniones planeadas hasta después de la hora de cenar.

Sandy y él iban a la guerra con todo y básicamente se trataba de convencer a los accionistas, si hacía falta uno a uno, que podían ganar un poco más de dinero con ellos que con los Roy.

Tenían mucho trabajo y su novia lo sabía.

Putos Roy.

Si no fuera por Kendall, nunca habría estado más emocionado de ver a un grupo de personas destrozarse unos a otros.

El defecto fatal de los Roy era que sus emociones y sus jodidas mierdas familiares nublaban su juicio comercial y financiero.

El suyo, ¡ha!, que parecía tener un puto imán por esa familia.

Puede que al final no tuviera a nadie a quien culpar que no fuera a sí mismo.

Llamó a su propio asistente dejando inusualmente el desayuno casi sin tocar. – Por favor, dile a los Furness que voy para allí y, hazme un favor, búscame una dirección.


Lavinia intentó quedar con Greg sin éxito los dos siguientes días.

"Estoy en Hungría", le contestó en un mensaje.

Cuando consiguió quedar para verle ya había escuchado algunos detalles vía Tabitha. "He visto un vídeo, fue bastante horrible", le había dicho ella tomando un café ayer.

La novia de Roman también había intentado sacarle detalles de la noche con Stewy pero Lavinia había sido esquiva.

No había mucho que contar y estaba segura que ella también le diría que estaba siendo muy estúpida. "¿Si no le importa a su novia por qué va importarte a ti?", habían sido las exactas de Monique cuando al fin le había contado todo aquello por teléfono. "Ten sexo con él si te apetece y a otra cosa mariposa". "¿En serio no intercambiasteis un contacto?".

Hasta ese momento no se habían puesto al día. De hecho prácticamente no había podido hablar con ella desde el funeral de Roger.

Monique la había escuchado con atención al otro lado de la línea y había protestado un poco porque no le había explicado antes que había tenido un enredo en la boda de su prima. "Nunca me cuentas esas cosas", le dijo suspicaz.

Lavinia le había confesado que si no le hubiera contado que tenía novia, estaba segura que habrían vuelto a tener sexo esa noche, posiblemente durante horas. Sí, había ido bastante borracha al final de la noche, pero no creía que se hubieran molestado en separarse lo suficiente para abrir la botella de champagne, si él no hubiera estado contándole aquello.

Su hermano Greg estaba solo viendo la televisión cuando llegó a su piso esa tarde, aunque había señales en el sofá de la sala estar de haber tenido alguien en casa hace poco.

Estaba aquí para hablar muy seriamente con él.

Honestamente hasta ese momento no había creído que su abuelo tuviera razones reales para preocuparse. Ahora lo estaba ella también y mucho.

No podía hacer nada sobre el tiempo y las energías que le tomaba su trabajo porque apenas acababa de empezar. Pero se culpó un poco por haber estado distraída en naderías esa mañana que había tenido a Greg durmiendo en el suelo…

Debería haber dicho algo en el momento que Kendall había salido por la puerta ese día. Algo cómo "no puedes dejar que te traten como ellos quieren" hubiera sido tremendamente adecuado dadas las circunstancias.

– Es tarde. Estaba pensando en irme a dormir sin cenar – protestó Greg cuando abrió la puerta.

– ¿A las 8? Nunca jamás te has acostado antes de las 10 y media. ¡Ni cuando eras un mocoso!

– Supongo que es el jet lag – rezongó.

Ella se apoyó en la mesa y le miró como apagaba la tele con el mando a distancia. Contó hasta diez para no echarle bronca.

Greg bostezó algo rígido.

– ¿Qué pasó en Hungría, Greg?

Él parpadeó e hizo como que no la entendía. – ¿Qué quieres decir?

– ¿Por qué dejaste que te obligaran a tirarte al suelo y, a bueno…, a eso que grabó Roman?

Greg negó varias veces y luego desvió la mirada.

– ¿Has visto el vídeo?

– No. Ni querría. Me lo ha contado Tabitha.

Parecía tan atónito como lo estaba ella.

Casi como si aún no pudiese creerse que efectivamente eso fuera lo que había pasado. Aún anonadado pese a las horas que habían pasado desde que había estado en el suelo peleándose por una salchicha y haciendo sonidos de jabalí.

– ¿No le has dicho nada al abuelo, no?

– No, por supuesto que no. Eres un hombre hecho y derecho, Greg. Esto no es cuarto grado. Sólo estoy preocupada.

– Estoy bien – dijo obtuso.

– Y ese jefe tuyo… oh Greg…

Su hermano puso una expresión extraña por un segundo.

– No Lavinia. Sé que no cae bien de entrada, pero...

– Perdona, claro que no cae bien. El tipo no tiene agallas para plantarle cara al tío Logan y te mete a ti en el medio y acabáis en el suelo haciendo el jabalí…

– No fue así…

– ¿Cómo fue entonces?

– No importa. Pero Tom… me ayudó aunque parezca extraño… ¿A ti no te ha contactado esa biógrafa? – le preguntó entonces. – La cagué… de hecho hubiera podido ser mucho peor…

Lavinia alzó una ceja.

– Sé que el tío Logan tiene mucho poder y aún más dinero pero no puedes dejar que te traten mal… ni él ni Wambsgans… ¡ni siquiera necesitas estar allí!… – le dijo – y bueno, sobre la biógrafa.,.. la madre de Roger me llamó hace unos días porque una tal Pencil… Pantsil, había estado llamando a casa. Nos buscaban a mí y a papá… no debe saber que estoy en Nueva York…

– Mejor para ti.

– Pero no estábamos hablando de eso.

– Bueno… es que… en Hungría tú hubieras hecho lo mismo…

– Oh, no, ni de coña, Greg. Ni por todo el dinero del mundo.

Se pasó la mano por los ojos y miró a su hermano.

– Está todo bien…– insistió él – Déjalo estar, ¿quieres?

Greg se rascó el cuello cuando ella le lanzó una mirada asesina.

– No te dejes humillar por esa gente, Greg, por favor. Sólo te pido eso. No merece la pena. Además vas a matar al abuelo de una subida de tensión si se entera… por favor.

Asintió de mala gana.

Lavinia tuvo la impresión que no iba a hacerle ningún caso, pero entonces dijo: – Quizás le pida a Tom un cambio de departamento. Ya sabes, las agresiones verbales, humillaciones físicas, cosas nazis… Creo que no me gusta la ATN... Sé que no me convence... Puede que sea mejor explorar opciones… un poco…

Lavinia reculó en su enfado.

– ¿De verdad?

– Sí, sí. Tengo… un as… en la manga. Voy a estar bien – prometió. Entonces movió la cabeza: – Puedes… ahm… hacer eso irritante que haces a veces…

– ¿El qué?

– Abrazar a tu hermano pequeño, ahm, últimamente, ya sabes, – hizo una mueca – estoy olvidando como es el contacto humano normal.

– Oh, Greg.

Lavinia le dio un fuerte abrazo aunque fue un poco más incómodo que cuando eran niños. ¿Cómo podía ser tan alto?

– Ve con cuidado, ¿de acuerdo?, es lo único que digo – le pidió cuando dio un paso atrás. – Recuerda que yo estoy de tu parte.

– Muy bien, genial hermana protectora, no te preocupes – le sonrió de mejor humor.


Tabitha la había convencido para empezar a mirar pisos pero no había previsto acompañarla a las visitas. Habiendo crecido en una familia de profesionales liberales muy bien posicionados, Tabs no estaba acostumbrada a estudios de una habitación como aquel.

– Gracias, necesitaba una segunda opinión – le agradeció Lavinia un mediodía que fueron hasta Queens. En el fondo Tabitha sólo había ido hasta ahí con la condición que el sábado ella la acompañaría de compras al centro de Nueva York. Irían con un par de amigas de la novia de Roman y Willa. No es que como si Lavinia pudiera comprarse ropa en Prada o Max Mara con el gasto del alquiler piso, pero había accedido a acompañarlas.

Tabitha se sentó con las piernas cruzadas en una especie de futón de lo que era el centro de una sala semivacía.

– Es espacioso. Para lo que es ¿No hay bichos, verdad? – dijo, mirando a su alrededor con cara de circunstancia – Roman está haciendo ese curso fuera de la ciudad, viniendo contigo me distraigo.

– Bueno el piso es lo bastante grande para mí. ¡Y de hecho puedo pagar este estudio! Y no – entrecerró los ojos – espero que no haya bichos.

No estaba tan mal. El suelo era de parquet y tocaba el sol en las ventanas.

En el bloque había visto familias de clase media. No se estaba yendo al Bronx o al este de Harlem.

El abogado de Roger le había llamado para decirle que este mes le ingresaría una pequeña cantidad que éste había dejado para ella en el testamento, no era mucho pero serviría para la fianza del alquiler y algunos gastos. Le extrañó que su padre no lo hubiera mencionado dado que él y Roger habían hablado del tema del dinero antes que la enfermedad avanzara, aunque tuvo la impresión que había sido algo que quizás se había callado expresamente…

Todos los demás ahorros de Roger estaban ahora siendo gastados puntualmente en ese viaje de Willy Fox en el que se había enrolado su padre. Puede que confiara en retener prestada esa cantidad extra. ¿Papá me ha intentado escamotear dinero? Increíble.

Hace poco le había mandado una de sus fotos de mochilero de paso por Dinamarca.

Negó con la cabeza.

– Genial entonces. ¿Qué me dices respecto a los muebles? No vas a vivir con dos pufs, un futón y un armario – la observó suspicaz Tabitha.

– Ya miraré – frunció el ceño – No me importa tener más espacio por un tiempo. Estaré instalada enseguida.

– Bien. ¡Una neoyorquina más! Compra vino cuando instales la nevera porque tendremos que celebrarlo – festejó Tabitha – ¿Has visto el New York Post esta mañana?

Frunció el ceño.

– No. ¿Por qué?

– Llevo una copia en el bolso. Pensé que querrías echarle un vistazo… – puso cara de culpable.

– ¿A qué?

– mmm

– Oh. Tabitha…

– Vamos, quiero que veas que no es tan guapa… me di cuenta el otro día en el café lo enfurruñada que estabas cuando la mencioné…

– No estaba enfurruñada – se defendió – y estoy segura que es guapísima, lo vi con mis propios ojos. No me importa. En absoluto – desvió la mirada.

– Ya… – chasqueó la lengua.

– Es verdad…

– Eh, yo digo las cosas tal y como son – Tabitha agitó sus pestañas – Pero hablemos de mí. Dime, ehm, ¿qué voy a hacer con tu primo?

– ¿Seguís sin…ahm…? – dijo. Porque en serio ¿cómo iba a verbalizarlo?

– Como dos angelitos… estoy perdiendo la esperanza de tirármelo. ¿Quieres que pruebe con esa modelo mientras tanto? Seguro que tengo más suerte… – se rió.

– Ni se te ocurra…

El techo retumbó con el repiqueteo de unos tacones y risas. Vaya, iba a estar bien entretenida por aquí.


Siempre había intentado mantener la mayor separación posible entre sus negocios y su vida personal. Con qué éxito dependía enteramente del punto de vista.

Al fin y al cabo también había sido aquel chico de Buckley que planeaba convertirse en el maldito rey de Nueva York junto a su mejor amigo.

Lo último que necesitaba en este momento Stewy era tener una distracción. Su concentración ya se encontraba lo suficientemente comprometida. Su complicada coalición con Sandy estaba resultando más desafiante de lo que esperaba ahora que la hija de éste iba a involucrarse, y significaba pasar mucho más tiempo en las oficinas de los Furness que en su despacho o manejando otros asuntos.

Además estaba intentando proteger algunos de sus activos en el extranjero, dada la posibilidad que Logan Roy les acabara jodiendo con una adquisición y acabara perdiendo mucho dinero.

Suspiró.

Meterse en el terreno de juego de los Roy había sido exclusivamente su decisión, pese a que era Ken quien le había contactado en primer lugar.

No podía decirse que no supiera dónde se adentraba.

Se creían los putos zares, no importaba cuantos otros imbéciles tuvieran dinero en esta ciudad, ellos siempre tendrían más y actuarían como si el resto fueran esclavos dispensables.

Le repelía pensar en el poder que Logan Roy ejercía no sólo sobre los otros tristes mortales sino también sobre sus hijos. Ken, Siobhan, Roman. Era un espectáculo lamentable. Por cierto, que no tenía ni idea donde encajaban en eso otros miembros de la familia pero no hacía falta ser una lumbrera. El viejo ermitaño de Ewan Roy se había mantenido fiel a su hermano en el voto de no confianza. Caroline Collingwood aún tenía un 3% de acciones.

Los estúpidos zares que empujaron su imperio a la debacle con su increíble estupidez.

Sandy y él tenían que ir a por todas para apartar a los Roy del mando, bien mediante una compra de acciones, bien forzando una votación de compromisarios. Aunque a Furness parecía importarle más joder al gran tiburón blanco que lo que pudieran sacar de ello. Nadie iba a pensar en su puñetero dinero si no lo hacia él, ¡joder!

Había muchísimas cosas que hacer, y no le sobraba tiempo ni espacio en la cabeza.

– Mierda – susurró mirando la hora en su portátil.

Necesitaba despejar la cabeza.

Dio unos golpecitos con el bolígrafo en el escritorio. Para centrarse debía resolver el tema y eso él sólo lo hacía de dos maneras. Ir a por lo que quería sin excusas ni rodeos o decidir que los riesgos no valían la pena y olvidarse antes que el asunto le mordiera el culo (metafóricamente).

Con un poco de suerte estaría encaprichado de ella como generalmente uno lo estaba de las cosas nuevas y se le acabaría pasando.

Esto le estaba distrayendo en un momento en el que tenía que tener todos los sentidos en otra parte.

Conocía muchas mujeres y hombres atractivos en Nueva York a los que pensó que podía llamar para que le ayudaran a sacarla de su cabeza si era necesario.

En la agenda del teléfono tenía el número de un montón de candidatos, y lo mejor de éstos: la aplastante mayoría de los cuales no tenía nada absoluta y rotundamente nada que ver con los Roy.

¿Por qué se sentía tan atraído por Lavinia de todos modos?


El acto en el nuevo jardín del New York-Presbyterian Hospital había sido todo un éxito para Dust.

Kara y Angela estaban bastante contentas y, de hecho, según contaban, habían conocido allí un tío de esos con isla propia que quería invertir en la empresa.

No recordaba haber estado tan nerviosa por trabajo en su vida. Había preparado notas de prensa y contenido visual, y gestionado a los medios que querían hablar con Angela o Kara y con los artistas cuyas obras se habían vendido en el acto benéfico a través de Dust. Actualizado constantemente las redes sociales de la empresa y cuidado el directo del web.

Esa tarde acabó en un local de copas con Ilhan y otros compañeros. Llevaba allí ya un par de horas escuchando anécdotas de la oficina, con una tónica y algo para picar porque todo lo que había encontrado en la máquina de vending del hospital pintaba bastante mal y mientras trabajaba apenas había podido comer tres o cuatro canapés.

Era consciente que en condiciones normales Dust habría dado ese encargo a una agencia especializada o a una persona veterana, no a una desconocida acabada de aterrizar de Europa. ¡No podía fallar! Al final aún tendría que estar agradecida a Kendall por su involuntaria colaboración en su nueva vida profesional. Era de locos.

De momento esta noche quería evitar otra enorme resaca y estaba decidida a llegar a tiempo a la residencia donde dormía, especialmente porque hasta la semana que viene no entraba al nuevo apartamento en Queens.

Hace un rato que Ilhan se había aliado con una compañera menuda y enérgica de recepción para cuchichear y los dos habían empezado a preguntarle por los chicos belgas que ella conocía. Al principio había sucumbido a su insistencia y les había contado cuatro cosas de sus salidas por Brujas con Monique, pero se había sentido menos entusiasmada cuando habían empezado a querer saber sobre su última relación seria…

Prefería irse a dormir que permitirles resucitar a Mark de entre las cosas que quería olvidar para siempre del final de su veintena.

Se disculpó con ellos cerca de las 9 y media de la noche y se dispuso a irse a casa. – ¡Pasadlo bien! – se alejó mientras ellos seguían charlando y riendo.

Habían pasado seis días desde la fiesta en Rhomboid cuando esa noche Lavinia llegó a la residencia sobre las 10 y vio un Bentley negro y con los vidrios tintados aparcado junto a la acera.

Stewy esperaba de pie en la puerta del coche con el mismo abrigo de aquella noche.

Sintió un escalofrío al verlo y su estómago se llenó de mariposas pese a que eso era justo lo que no quería que pasase.

Genial.

Él la miró con una mezcla de exasperación y alivio.

Oh. Ella se emocionaba como una imbécil al verlo, y él debía querer reñirla por no haberle avisado que era familia de Logan Roy. No se podía ser más triste.

Se había prometido a sí misma que se lo quitaría de la cabeza.

– Tengo que admitir que me había preguntado si estarías aquí o si habría una ocasión familiar a la que asistir…

Lavinia quiso estrangularle por su sarcasmo. – Mi abuelo odia a su hermano la mayor parte del tiempo si te sirve de consuelo…

– Y a mí y a mi socio – la miró y entonces tuvo el descaro de sonreír de esa manera exasperante suya – El capitalismo salvaje, etcétera, etcétera... Lo sé, lo dijiste esa noche… estaba escuchando.

– ¿Has venido a reírte? – suavizó el tono.

Si estaba enfadada con alguien, era solo consigo misma.

Él movió la cabeza. – No. Pero quizás vaya a cometer una enorme estupidez…

Lavinia no supo cómo debía interpretar eso. ¿Seguía haciendo broma?

– ¿A qué te refieres…? – le dijo mirándolo con ojos preocupados.

Él sonrió.

Buscó algo en su mirada.

– ¿Qué? – preguntó nerviosa.

– ¿Qué te parecería que cenáramos juntos mañana?

Lavinia le miró con un suspiro.

Al día siguiente tenían programada una reunión hasta las tantas en la oficina.

– Estás tardando demasiado en contestar. Empieza a preocuparme que digas que no…

– Stewy… – hizo una pausa larga – tengo algo importante de trabajo mañana. Una reunión a las 7.

– Te recojo cuando acabes.

– ¿Y tu novia?

– No te preocupes por eso.

Monique le diría que era idiota. "Quedar una noche no te va a matar. Céntrate en los defectos, desmitifícalo".

No siempre estaba de acuerdo con Monique.

Guardó silencio un momento.

Se mordió el labio.

– ¿Entonces… – preguntó él tentativamente.

– Mejor quedamos directamente en el lugar – Lavinia no quería que se acercara a Dust. Era bastante malo no haber sido totalmente clara con Kara y Angela como para que él empezara a hacer preguntas.

La simple idea de cenar con él no tendría que hacer que sintiera ese calor expandiéndose en el vientre.

–Toma. Aquí están mi número del trabajo y el de mi móvil – le dijo él sacando una tarjeta del bolsillo. Sus dedos se rozaron cuando se la dio. Ya conocía la sensación pero no dejaba de quitarle el aliento.

Él se mojó los labios.

– ¿Qué?

– ¿No me das tu teléfono?

Lavinia puso las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta azul de paño.

– Te voy a enviar un mensaje para quedar. Lo prometo – dijo.

– De acuerdo.

– Y ve pensando un restaurante porque yo apenas conozco nada aún. Sólo una cosa, Stewy…

– ¿Sí?

– Tiene que ser un lugar que pueda pagar, ¿de acuerdo?

Él soltó una risa incrédulo que le marcó las líneas de expresión de los ojos: – No acabo de entender por qué demonios la nieta de Ewan Roy hace voto de pobreza… Además, puedo invitarte.

– Oh, venga – le riñó con los ojos cálidos, aunque fue más bien algo inconsciente – Te lo dije… el capitalismo es el enemigo y eso… mi abuelo, ahm, es complicado… Puedes invitarme igualmente solo quiero estar segura que no es demasiado. ¿Crees que vas a sobrevivir sin un filete de 120 dólares en la carta?

– Te sorprenderías – arqueó una ceja – escríbeme.

Lavinia asintió y miró la hora en su móvil. – Se ha hecho muy tarde. Tengo que entrar…

Una pareja pasó junto a ellos, riendo y acaramelados.