"You can have Manhattan
I know it's for the best
I'll gather up the avenues
And leave them on your doorstep
And I'll tip toe away
So you won't have to say
You heard me leave

You can have Manhattan
I know it's what you want
The bustle and the buildings
The weather in the fall [...]"

– Manhattan (Sara Bareilles)

Capítulo 7. Sands

– Enamorarse es para principiantes. Los tíos no se enamoran imbécilmente como nosotras – proclamó la amiga instagramer de Tabitha en la mesa de ese bar del centro de Nueva York ante el asentimiento de Willa y el resto. El nombre de la chica era Betsy e iba con otras dos chicas que habían estudiado con la novia de Roman en el Upper East Side de Manhattan.

– Pero yo sólo decía que me gustaría encontrar un hombre que quiera enamorarse – se defendió Jennifer, la actriz principal de la obra que estaba preparando la novia de Connor. – Sería maravilloso.

Al final Tabitha había convencido a Willa para que las llevara de copas con sus actores. Pero en este momento ésta aparentó mayormente desinteresada en la charla.

– ¿Tú que dices? – hurgó Willa dándose cuenta de su apatía.

– ¿Yo? – meneó la cabeza Tabitha. – No sé, no estoy en contra de las conversaciones truculentas sobre penes, pero esto del príncipe azul me cuesta un poco más. ¡Ya está! ¡Acabemos con esto! Me llevo a Lavinia a buscar más copas a la barra. ¿Vienes?

– Ahm… – Lavinia alzó la mirada aún con expresión sorprendida. – Yo… como quieras…

– Otra que tal – dijo una de las chicas que había conocido esta tarde.

– ¿Dónde tenéis la cabeza las dos? – las picó Willa.

–… sólo… distraída…perdón… – Lavinia murmuró un poco apurada.

Tenía que bajar de la luna.

– Vamos a por unas copas – resolvió la novia de Roman.

– Vamos.

A esa hora el bar estaba lleno de gente y de ruido. Treinteañeros con gin-tonics y cócteles bien cargados que seguramente acabarían cenando en algún restaurante de la zona.

– ¿Estás bien? – preguntó a Tabitha.

Tabitha se apoyó en la barra con ambas manos.

– Sí – afirmó haciendo un gesto con un chasquido con los dedos al camarero para que las atendiera. Suspiró un poco y se revolvió el pelo con una mano, provocando que sus rizos dorados se dispararan hacia todos lados – Me estaba agobiando ahí sentada.

Lavinia aún no la conocía mucho, no en realidad, pero pudo intuir que le pasaba algo.

– ¿Quieres hablar sobre ello? – preguntó.

Tabitha sonrió.

– Por supuesto que no. Quiero emborracharme con mis amigas y hablar de la ropa que al final sí que nos hemos comprado. Cotillear y acabar en la cama de algún desconocido.

Lavinia pensó en las dos bolsas blancas con el logo de la tienda, que había dejado en la mesa junto a su bolso. Eran solo un par de blusas bonitas y unos pantalones pero al fin y al cabo, trabajaba con la imagen...; y en el trabajo coincidía cada día con neoyorquinos ambiciosos, inteligentes y bien vestidos de veintitantos.

El estilo de Angela y Kara era más informal y ella tenía ropa para la oficina, pero habría más eventos como el del New York–Presbyterian Hospital. Necesitaría llevar algo acorde. ¡Dios! A partir de ya tendría que estar segura de poder pagar el alquiler cada mes. La fianza del apartamento, que había sido grande, se había llevado buena parte del dinero de Roger.

Nueva York era una ciudad cara. No entendía cómo la gente podía permitirse vivir en ella, a no ser que se fuera un directivo de una de esas grandes empresas o heredero de una fortuna.

¿Cómo podía nadie siquiera salir a cenar o de copas?

Sin duda no ayudaba salir un sábado con dos de las novias de sus primos. No importaba que una viniera de dinero y la otra no. Nada de esto que estaban haciendo hoy era barato. Las tiendas donde habían ido era prohibitivas ¡y este bar era insanamente caro!

Examinó la postura de Tabitha cuando les sirvieron las copas.

– Estás como… inquieta, ¿no? – insistió con suavidad a la chica.

– Te cuento algo, ¿vale? Pero tienes que prometerme que no vas a decírselo a Rome.

¿Por qué todo el mundo creía que tenía alguna especie de camaradería con Roman?

Los niños pequeños hacen amistades bizarras todo el rato. No quería decir nada en la edad adulta.

– Claro, ¿qué pasa?

– Es que… siempre me ha gustado mucho el sexo, ser un poco traviesa… Muchas veces ha sido mi manera de sentirme empoderada, de tener el control, pero últimamente… cuando acabo de follar con un chico o una chica monísima que he conocido en un bar, en lugar de bien… me siento solo asqueada, aburrida. ¡Odié al último al que…! ¡… en fin…! Pensé que Rome sería un reto divertido, me gusta, me rio, hablamos el mismo tipo de idioma aunque sé que pensaras que eso es jodido… y estoy algo interesada en solventarlo… a él y sus problemas – puso los ojos en blanco – pero quizás es imposible y yo no hago imposibles. Si alguien te hace sentir mal contigo mismo aunque no sea su intención… ahm… no voy a hacer eso. ¡Quiero pasármelo bien…!

Lavinia asintió escuchándola. Tenía razón en lo que decía, y podía ver que estaba frustrada. Tabitha también era humana al fin y al cabo, necesitaba ver que sus esfuerzos para conectar con Roman iban a alguna parte, más allá de encontrarlo tremendamente entretenido.

Tabitha y su primo compartían un sentido del humor terrible y conectaban de alguna manera o lo habían hecho al principio.

Podía ver que ella no gastaría tiempo y energías de ninguna otra manera.

– Lo entiendo. Ah, ya sé que Roman es… bueno Roman… pero ¿habéis hablado de ello?

– ¿Quieres que le diga que quiero intentar resolverle?

– No… quiero decir… ¡quizás! Tú encontraras mejor las palabras que yo. Si hay alguien que puede tomar las riendas en este caso esa eres tú. Y después puedes valorar si te interesa seguir intentándolo o es un caso perdido – dijo.

Tabitha se quedó un instante pensativa puede que volviendo a revisitar un recuerdo o las posibilidades a tener en cuenta con Roman. De pronto dio un golpecito con las uñas pintadas con esmalte naranja brillante en la barra.

– ¡Los cócteles, Lavinia! ¡Vamos a pasárnoslo bien y mañana Nueva York proveerá! Esta vez invito yo.

La siguió de nuevo de camino a la mesa.

La carcajada de Jennifer se podía escuchar desde aquí y se dio cuenta que un par de chicos se habían unido a la conversación.

Su móvil vibró en el bolsillo de su pantalón.

Maniobró para desbloquearlo con una mano esperando encontrar una notificación de Twitter o Instagram o un mensaje de Greg.

"Hola, ¿cómo estás hoy?"

Su corazón dio un brinco al ver de quien provenía. Stewy.

No había sabido qué esperar después de despedirse de él con un beso entre los labios y la mejilla aquella mañana lluviosa.

Habían quedado cosas por decir por supuesto.

"Bien. He salido con Tabitha y ahora estoy en un bar… que está hasta reventar de gente. ¿Cómo vas tú?".

Probablemente se tenía que ser muy burra para ponerse nerviosa cuando vio que estaba en línea y apareció y desapareció el clásico «escribiendo».

Quizás, puede que él escribiera y borrara las palabras un par de veces antes de enviar el siguiente mensaje y por eso tardaba… No, los tíos como él seguro que no hacían eso.

"No puedo dejar de pensar en lo que me hiciste el otro día".

Oh, Dios mío.

– Hey, que estamos de fiesta – le interrumpió Willa con una sonrisa – Deja el móvil un rato.

Willa le caía bien, aunque aún sentía un poco de culpa por todos los prejuicios que había descubierto que tenía por su empleo – o exempleo. ¡Había odiado tanto que Stewy pensara que ella era prostituta!

Se sentía un poco culpable por sus propias ideas preconcebidas. Aunque claro no había manera que Willa supiera eso. No tenía por qué irse andando con pies de plomo con ella.

Le devolvió la sonrisa con una disculpa.

– Perdón.

Lavinia no dejaba de ser una chica que había crecido medianamente protegida en el hogar de un dentista y un escritor de medio pelo. ¿Qué sabía ella de lo que llevaba a una chica guapísima e inteligente como Willa al sexo por dinero?

– No hace falta que te disculpes, mujer – dijo simpática – Mira estos son dos actores más de mi obra como Jenniffer, Chris y Chase.

Chris era de piel morena, alto, pelo negro, labios gruesos y Chase un chicarrón pelirrojo con acento irlandés.

Lavinia les saludó.

Se sentó en su sitio en la mesa y contestó discretamente a Stewy. "– ¿Estás teniendo un sábado por la noche interesante?".

"– En un acto. Un desfile. Ya sabes otro glamuroso sábado por la noche en Nueva York".

No hacía falta que dijera que estaba con Zahra.

Una voz masculina interrumpió sus pensamientos. – ¿Así que tú también eres familia de la pareja de Willa?

– ¿También?

Se rió.

– Perdón – dijo – Solo estaba pensando en voz alta. ¿En qué trabajas? ¿Un buen puesto? – remató con una pelusa insufrible.

– Relaciones públicas.

– Qué interesante – Su sonrisa le pareció totalmente impostada. Miró a su alrededor pero todo el mundo parecía estar ocupado en una conversación u otra.

– ¿Y tú? ¿Tienes un buen papel en Sands?

– Eso dicen – respondió – ¿Te gusta el bar? Me parece fascinante que tanta gente venga aquí un sábado.

Eso le hizo entrecerrar los ojos.

– Tú estás aquí.

– Hago concesiones por Willa y el equipo – dijo con una sonrisa seductora. El tipo era muy guapo pero no había nada extraordinario que le llamara especialmente la atención, y Lavinia supo que desgraciadamente eso tenía más que ver con ella y todo lo que le rondaba por la cabeza que con él.

En otra ocasión quizás le habría gustado más.

Ahora mismo no. Era demasiado tarde o demasiado pronto; a todas luces no el momento en el que se iba a fijar en alguien más.

Ella ya conocía el que le parecía el tío más guapo del planeta, ese que hoy estaba con su despampanante novia en un desfile de moda chic. Stewy, que besaba y le hacía el amor como si esa hubiera sido su especialidad en Harvard…

Toqueteó su móvil.

– Willa me ha dicho que eres recién llegada a la ciudad. ¿Te has mudado por motivos de trabajo? ¿Por ese novio que te escribe?

– No tengo novio.

El chico llamado Chris pareció escéptico. – La última vez que una mujer me dijo eso estaba casada.

– A mí solo me apetecía vivir en Nueva York – mintió. No tenía ganas de dar explicaciones, sobre su hermano o sobre su abuelo, y al parecer Chris ya sabía que era familia de Connor, así que tampoco hacía falta decir mucho más.

Le dejaría imaginarse lo que quisiera.

– Y ahora que lo estás haciendo, ¿es como pensaste que sería?

Inclinó la cabeza a un lado.

– No está mal. Disfruto de lo que hago.

Chris tenía hoyuelos en las mejillas que solo aparecían cuando sonreía genuinamente como en ese momento.

– ¿Quieres salir a fumar? Yo suelo fumar cannabis en pipa en casa pero si quieres hacer un cigarrillo… tengo prensados unos de maría.

– No, no, no fumo.

– No te voy a conquistar, ¿a qué no? – dijo de repente.

Lavinia hizo una mueca de dolor.

– Ahm… lo siento… puede que te parezca una maleducada pero no estoy muy por la labor… de chicos y esas cosas… – Ahora a quien le darán un Premio Tony de teatro es a ti, Lavinia. Bien hecho.

Chris no se inmutó. Puede que le hubiera subestimado.

– ¿Qué tal si te hago olvidarte de lo que sea que te preocupa por una noche? Vas a venir a cenar después con el grupo, ¿no? Desconectemos, pasémoslo bien…

Bebió de la copa que se había traído a la mesa.

– ¿Tu no tendrás novia, no? – honestamente no pretendía sonar borde pero el impulso pudo más que ella – Una de esas relaciones donde te puedes tirar a todo Nueva York mientras sales con la tía más espectacular de la ciudad...

– No, ¿y no serás la novia de la historia, verdad?

Eso la hizo reír tan fuerte que notó la bebida subiéndole por la nariz. – ¡¿Perdón?! ¿Te has perdido en cuando he dicho la tía más espectacular de Nueva York? Te has pasado con el piropo como mil pueblos…

Chris se giró hacia Tabitha que ahora les observaba. – ¿Tiene el genio escondido, eh?

– Tú dirás…

– Así que… – interrumpió Willa al resto del grupo – ¿Vamos a cenar a un local de por aquí?

– En Manhattan no, por favor, que no puedo permitírmelo – pidió Jennifer – Nos pagas muy bien pero una tiene gastos, ¿ehm? Vayamos por no sé a Queens o Brooklyn.

– ¿Vienes o tienes planes? – la interrogó Chris. Tabitha la miró sonriendo y le miró a él. Lavinia sabía perfectamente que intentaría que acabasen liados.

– No. No tengo nada previsto… – ¿Quería ir a cenar con ese grupo? ¡Sí, ¿por qué, no?! ¿Coquetear y no comerse la cabeza por Stewy? Vale. Pero no quería irse a la cama con Chris por majo que fuera y dudaba que fuera a cambiar de opinión a lo largo de la noche. El recuerdo de Stewy moviéndose contra sus caderas en el sofá de su apartamento o la forma en cómo sus dedos se clavaron en sus nalgas cuando se colocó encima y le deslizó dentro de ella en la cama pasaron por su cabeza. Se tocó la mejilla como si todavía pudiera sentir el aliento de sus gemidos en su piel. … él corriéndose con la cabeza hacia atrás y gruñendo. ¿Por qué se comportaba como una adolescente? Como lo de dejar que le hiciera un chupetón en el cuello. Pf, ¿qué tenía? ¿15 años? – Me parece bien ir a cenar – aceptó.

Necesitaba nuevos recuerdos para intentar desterrar los de Stewy.

– No te dejes tus bolsas – le recordó Tabitha cuando salían del bar – Aún quiero regalarte esos zapatos Jimmy Choo que he comprado, te van a quedar mejor a ti, me da igual cómo te pongas.

– Oh, Tabitha…

– ¡No es tan raro! – Chris venía detrás discutiendo algo con la única amiga de Tabitha que se había animado también a ir a cenar, Betsy.

La instagramer, muy metida en todo el mundillo de las redes sociales, parecía personalmente indignada.

– Claro que es raro. Eres raro de la hostia.

– ¿Qué pasa? – preguntó Lavinia aunque pensó que podía arrepentirse.

– No tiene ni ordenador ni tele – explicó la otra chica – Y dice que no escucha las noticias porque todos mienten.

¿Quién era ese chico? ¿Su abuelo?

Se sintió aliviada por tener definitivamente una excusa sólida para no liarse con él cuando más tarde esa noche Tabitha insistiera en que le diera una oportunidad.


Stewy estaba aburrido como una ostra.

Aunque la segunda noche con Lavinia había sido todo lo que había fantaseado y más, había sido una idea estúpida.

Enviarle un mensaje, un error de principiante que no había podido evitar.

No tendría que haber mencionado el desfile pero simplemente le salía de dentro ser franco con ella.

No le había contestado de inmediato pero para su sorpresa sí lo había hecho un par de horas después. "Pásalo bien; disfruta de la noche".

Sabía que su mensaje no tenía ningún tipo de doble lectura. Era imposible que ella supiera que había intentado hacer eso las dos últimas horas con escasa suerte y que justo ahora que encaraba la noche con mejor predisposición…

Estaba muy distraído últimamente. Todas sus ideas desperdigadas por la cabeza.

El imparable desastre que podían ser algunas de sus finanzas si fracasaban con Sandy no ayudaba, no le gustaba perder dinero, pero no era solo eso.

Desde que la conocía había disfrutado de las movidas profesionales de Zahra. Estaba en el puto Chrysler Building con candelabros, espejos dorados y una alfombra roja. Un montón de ejecutivos y socialités neoyorquinos pavoneándose, supuestamente para ver la última colección del diseñador de moda. Aunque la mayoría estaba aquí solo para figurar. También había tropecientos periodistas.

Oh, y al parecer un par de actores de la última película de cine independiente que llevaba a todo el mundo de culo.

Con un vaso de whisky en la mano, observó cómo su novia se desenvolvía con toda esa gente. Aquella noche llevaba un vestido rojo ceñido que brillaba y se ajustaba a ella como una segunda piel, dejándole los hombros desnudos.

Zahra había desfilado diversos modelos con otras chicas y al acabar había vuelto a este vestido impresionante. No había ninguna explicación para su impasibilidad.

Podía ver una marea de personas de distancia entre el grupo de Zahra y él ahora mismo. Se había quedado hablando con un tipo de un banco y después con una filántropa y heredera chilena de mediana edad asentada en Estados Unidos que parecía fascinada por el hecho que fuera americano iraní. Demasiado a su parecer.

Se la quitó de encima con una impertinencia disfrazada de evasiva.

– Aquí estás – dijo una de las compañeras de Zahra, rubia, menuda y delgadísima— Hemos estado intentando contactar contigo por el móvil. Nos llevamos a tu chica al 1 Oak club para celebrar que la noche ha sido redonda. Supongo que vienes.

Dio un vistazo a Zahra. Uno de sus amigos la cogía de la cintura y se reían.

La fiesta se estaba celebrando sin él de todos modos.

– Me acabo el whisky, me paso por el baño – hizo un gesto con la ceja izquierda, dando a entender qué pretendía hacer allí – y os alcanzo en media hora.

– Vale. ¿Llevas el móvil a mano por si tenemos que comunicarnos?

– Sí.

Vio alejarse a la chica intentando hacerse espacio entre la gente entre disculpas y perdones.

La fiesta era exclusiva pero la sala estaba lo suficientemente abarrotada para que tardara unos minutos a atravesarla.

Volvió a beber de su copa tranquilamente, terminándosela. Miró el móvil. Efectivamente tenía llamadas perdidas de Zahra y su grupito.

Entonces releyó los mensajes que había intercambiado con Lavinia.

Suponía que las reglas del sexo casual debían establecerse antes de desnudarse y para eso iban semanas tarde. Jugueteó un rato con su iPhone hasta que por fin se decidió a volver a escribirle.

"¿Te digo una cosa?".

Pensó que a esta hora Lavinia ya debería ir de camino a su reclusión nocturna así que quizás no iba a contestarle, puede que ya estuviera dormida y no viera el mensaje hasta el día siguiente.

Sin embargo su móvil vibró al cabo de un par de minutos.

"¿Sí?".

Un momento, ¿esto quería decir que hoy no iba a dormir en Chelsea?

"¿Estás en compañía? Necesito que lo leas a solas".

Escribiendo.

"¡Oh, vamos!".

Stewy sonrió.

Si volvían a verse, sabía que iba a matarle por esto.

Siguió adelante con ello igualmente.

"¿A cuántos hombres les has robado las maquinillas de afeitar?".

Ella estaba en línea y lo leyó, la línea de «escribiendo» parpadeó y luego no dijo nada.

Stewy miró fijamente la pantalla y chasqueó la lengua.

Sin embargo, cuando iba a guardar el móvil y seguir su camino hacia el baño para consumir una raya de coca y marcharse a la discoteca con Zahra y sus colegas, saltó al fin la notificación de respuesta.

"¿Es en serio? Cogí una de un paquete de 5 por estrenar. ¡Te lo dije mientras estabas al teléfono pidiendo el desayuno!"

Y después de un momento:

"Estoy segura de que ni siquiera las usas. ¿No tienes un barbero a domicilio o algo? He visto uno de esos realities de la tele y hay uno de famoso que va a la casa de los futbolistas".

No pudo reprimir la risa que se le escapó de la garganta.

"Estoy tomándote el pelo".

Pero eso, Lavinia ya lo sabía, claro. Además de hermosa y sexy era aguda, resuelta. Se reía de sus salidas de tono y hasta sus chistes sin gracia con una complicidad excitante.

Él lo quería todo; también aquello.

Lavinia volvió a escribirle:

"¿No deberías estar en una fiesta con toda la jet-set neoyorquina?"

Pillado.

A la mierda todo.

Joder.

"Quisiera estar ahora contigo, ¿me consuelas con una foto?".

"Stewy…".

"Por favor".

Lavinia le envió una selfie que mostraba su rostro. Sonreía pero parecía cansada. Tenía los labios apretados en la misma mueca que dibujaba cuando se rendía en una discusión pero no se resignaba a dejarlo ganar sin lanzarle una mirada crítica, inquisitiva. Había luces y estelas de gente detrás de ella. Era algún tipo de garito.

También le escribió: "¿Y tu fiesta?".

"Me temo que hace rato que ya no va conmigo. ¿Qué haces despierta? ¿No va contra el voto de clausura o algo?", bromeó.

Se sentía extraño mandándose mensajitos. ¡Se habían visto desnudos, había estado dentro de ella! No eran unos niños que estuvieran explorando esto con cuidado y, joder, ¡de perdidos al río! Mensajearse tampoco había sido nunca lo suyo. Prefería las voces, el tacto. Aunque hasta ahora era lo mejor de la noche.

No esperó a su respuesta.

"¿Puedo llamarte?".

Lo escribió sin pensar mucho más. Los mensajes le parecían insuficientes y quería escucharla. Oír esa voz que lo tenía hechizado. Su móvil empezó a vibrar con una llamada entrante y descolgó con una sonrisa en los labios.

– ¿Qué le pasa a la fiesta? – preguntó directamente Lavinia – ¿Por qué no va contigo? – y ni ácida ni malintencionada pero un poco suspicaz de manera que pudo imaginarse pasando su dedo por esa pequeña arruga que se le formaba en el entrecejo – ¿Y ella?

– ¿La fiesta? No lo sé. Puede que tenga demasiadas cosas en la cabeza. Y quedamos que no tenías que preocuparte por Zahra. Es una chica grande que sabe defenderse. Si considera que debe cortarme la polla, créeme, me lo hará saber – pudo intuir la leve aspiración de aire al otro lado de la línea – La alfombra roja ha sido una gran fuente de diversión como siempre pero más allá de eso dudo que en realidad me necesitaran hoy aquí.

Hizo una mueca con los ojos pese a que Lavinia no podía verla.

Por alguna razón pensó que podría deducirla de su tono. Como si su conexión pudiera traspasar también la barrera del teléfono.

– ¿Cómo siempre? – se rió.

– No te burles – dijo. Lavinia lo imaginó pasándose la lengua por los labios, sonriendo. Lo podía imaginar fácilmente posando para esas fotos con esa chica espectacular y alta que se parecía a una ninfa. ¿Cómo burlarse?

En cualquier otra circunstancia, Stewy habría ido o no con Zahra y sus amigos pero seguro que habría aprovechado mejor las posibilidades de la velada. Los contactos, las conversaciones. Hoy simplemente no estaba por la labor.

Decidió cambiar de tema:

– ¿Qué tal con Tabitha y compañía?

Identificó una especie de gruñido suave de ella.

– No demasiado bien, pero no sé si quiero hablar de ello.

Stewy no habría insistido en la mayoría de circunstancias. ¿Qué le importaban a él los dolores de cabeza ajenos?

– Cuéntamelo, cenicienta.

– ¿Cenicienta?

– Necesito un sobre nombre para ti y como tengo prohibido Vinnie…

– Pensaba que decías que te gustaba Lavinia…

– Y me gusta… es solo que no puedo meterme contigo con él – terció como si fuera la cosa más evidente del mundo. Después hubo un silencio – ¿y bien? ¿Qué ha pasado?

– Bueno pues…


Lavinia se mordió el labio al teléfono.

Vale, la noche no había sido completamente un desastre. Había alternado las conversaciones con Tabitha y con ese chico, Chris.

Habían cenado en un lugar ruidoso y lleno hasta la bandera y luego bebido en otro bar. Había bailado y eso había estado bien. Habían estado hablando de teatro y de política. Chris se expresaba entre la confesión y la hipérbole y según él los cómicos eran los únicos que seguían diciendo verdades en este país. Era agradable aunque a veces sonaba un poco ridículo. Decía demasiadas cosas que podría imaginarse perfectamente diciendo a su abuelo Ewan. Y ella era liberal y también quería detener el cambio climático y tampoco miraba la ATN. ¿Pero en serio ibas a fiarte antes del cómico de turno o de Twitter que, no sé, del New York Times?

Luego la había intentado besar sujetándola del codo y con una sonrisa pícara pero Lavinia lo había esquivado.

Había querido salir fuera sola un momento a tomar aire fresco pero se ve que hoy no estaba de suerte y ese tío borracho de la entrada le había empezado a decir guarradas.

Tienes un buen culo… ¿Te gustaría que te…

No quería ni pensar en ello.

Le había lanzado una mirada asesina y se había apartado pero el tipo bajito no se había rendido.

Mira qué creída. No hay necesidad de ponerse borde. Me gustan los buenos culos. Pero tampoco estás tan buena. Puta fea.

Jennifer que estaba fuera fumando la había ayudado a librarse del tipo.

¿Que no te enteras que mi amiga no quiere nada? Hasta un primate lo hubiera entendido ya. ¿Cuál es tu problema?

Sois unas zorras.

Vete a la mierda.

Después de ahuyentarle, Lavinia había estado hablando con la chica y habían compartido un cigarro aunque ella no solía fumar.

El muy imbécil se había esfumado como había aparecido.

¡Pero qué rabia le había hecho!

Stewy la escuchó atento sin decir nada al otro lado del teléfono.

– ¿Por qué no me envías tu geolocalización?

– Estoy bien. Me ha puesto de mal humor y sólo quiero acostarme pero sobreviviré. Me iré en metro en cuanto encuentre a Tabitha y me despida. Voy bastante justa de tiempo pero creo que llego antes de que me cierren la puerta. Está todo controlado – bromeó – Por suerte es el último fin de semana que tengo toque de queda. ¡El miércoles me mudo a mi piso en Queens!

– ¿Entonces ya no te podré llamar cenicienta? – la pinchó un poco. Después se puso serio – Lavinia, no es porque crea que no sabes defenderte. Que conste que es por mi propia tranquilidad. Me acerco y te llevo, ¿vale? Me voy a comportar como un angelito. Ni te vas a enterar que he estado allí.

Teniendo en cuenta lo que su voz hacía en su piel, eso era literalmente imposible.

Pero quizás… quizás le apetecía mucho verle en este momento.

–… vale.


– ¿Ya te vas? – dijo Chris cuando se despidió.

– Sí, creo que es mejor.

– ¿Es porque te he intentado besar? – preguntó a bocajarro.

Lavinia frunció el ceño.

– No, no. Fuera he tenido un encontronazo y además es bastante tarde para mi… ya te he contado que aún no estoy en el piso y…

– ¿Me vas a dar otra oportunidad? ¡En mi defensa creo que me han sentado mal los chupitos de tequila! ¿Puedo tener tu número?

– Pues…

– Te doy yo el mío. Por si te lo repiensas.

Felizmente Tabitha les interrumpió.

–Tienes una cara como si estuvieras a punto de meter la cabeza en el horno –dijo –¿Qué ha pasado?

– Un cafre borracho en la calle… no pasa nada pero creo que me voy a ir.

– ¿Tan temprano? Puedes quedarte en mi piso y el de Rome cuando quieras. Él ni siquiera está allí. ¿No te apetece noche de pijamas de chicas?

– No hoy – negó suavemente – por esta noche lo dejo aquí.

La novia de Roman la acompañó a coger el abrigo y las bolsas. – ¿Estás bien?

– Solo estoy agobiada. Ya sé que intentabas que yo y ese chico… pero no ha habido clic y… dame un segundo – echó un vistazo al móvil – Ahm…

Tabitha bajó la mirada y arqueó una ceja.

La expresión de su cara paso de preocupada a divertida.

– ¿Es quien creo que es? ¿Te viene a buscar? – se burló con una pequeña risita cuando Lavinia asintió incomoda al darse cuenta de que no sabía exactamente qué iba hacer con eso que tenía en el pecho.

– Sé que me estoy metiendo en un jardín – arrugó el ceño.

– Tú no te preocupes, que de todo se sale – le puso una mano en el brazo Tabitha – Disfrútalo… Y por cierto – meneó la cabeza – No habría insistido que te liaras con Chris… no antes de contarte el cotilleo que me ha chivado Willa…

– ¿El qué?

Se rió.

– Otro día, no te entretengas, va.

– Pero…

Tabitha chasqueó la lengua riendo.

–… ya sabes que a veces tengo el mismo sentido del humor raro y pervertido de tu primo, pero dicen dicen que Shiv se tiró a ese chico un día de estos. No me lo estoy inventando. ¿Te puedes imaginar su cara cuando empezó a hablar de su encrucijada antipantallas?

Oh.


Había tráfico cruzando el puente de Brooklyn y tardó más de lo que ambos habían previsto.

Lavinia sintió alivio cuando lo vio acercarse por la acera, le pareció que estaba más guapo que nunca, esa aura magnética que irradiaba y la apariencia de confianza. Alzó la vista y él sonrió, provocando una oleada de calor que afectó a todas sus células.

– Ey.

– ¿Estás bien?

Asintió.

Stewy la rodeó con los brazos e hizo que lo mirara mientras se acercaba más al edificio, quitándose del paso de las personas que entraban al local.

–Joder, Lavinia –dijo como si lo hubiera estado deseando desde que se habían despedido en su ático el otro día. Su boca descendió.

El beso fue tan perfectamente ejecutado que parecía que lo hubieran ensayado.

Sus ojos marrones oscuros sostuvieron su mirada. – ¿Todo bien? ¿Seguro?

Volvió a apretar los labios contra su boca con las manos en sus hombros.

–Mucho mejor –Logró decir finalmente. Su boca amortiguó sus palabras. Lavinia suspiró, y notó que su caja torácica subía y bajaba contra ella.

Era cierto. El hecho de que él estuviera ahí, besándola, hizo que todo pareciera mucho mejor.

Se separaron para coger aire.

Él intentó retomar el beso una vez más. Pero entonces Lavinia apenas volvió a dejar que la besara brevemente antes de decir su nombre. – Stewy…

– ¿Sí?

– No voy a llegar a las 11 si no nos vamos ya – susurró, pero no se movió.

Él deslizó el dedo por la curva de su barbilla. Se mojó los labios. – Vamos a devolverte a ese sitio a tiempo pues.

– Stewy – murmuró.

– Te dije que me portaría como un angelito...

– Pero no sé si es lo que quiero que hagas.

Eso lo hizo reír: – Bueno tampoco soy de piedra, con que te lances encima de mí para que flaqueé un poco, yo – se tiró un poco hacia atrás y le dio un beso en la mejilla.

«Tú no te preocupes, que de todo se sale», había dicho Tabitha. No estaba segura de que fuera a poder salir de Stewy.

Las manos de él recorrieron sus brazos y le acariciaron la cara. – Estás guapísima –sonrió.

Lavinia se mordió el labio. ¿Qué se supone que estaban haciendo?

– Tenías tus planes y no sé cómo te he acabado arrastrándote… me sabe mal si…

Él lanzó una mirada al infinito y la dejó caer vagamente sobre Lavinia. – Tranquila.

Joder, no tenía ni idea de lo que sentía o no quería ponerle un nombre aún, pero sí que tenía pendiente al menos una conversación con Zahra.

Le había mandado un mensaje diciéndole que esa noche se retiraba.

Zahra le había contestado con una foto de la discoteca pero también con un mensaje que le hacía sospechar que no era ni tan misterioso ni tan jodidamente enigmático como le habría gustado pensar. "Hablamos, ¿vale?", le había escrito.

Chasqueó la lengua contra el paladar observando a Lavinia.

Aún podía describir la forma en la que los mechones de su pelo castaño se ondulaban el día que se habían conocido con ese vestido que viviría para siempre en sus fantasías, y era exactamente como lo hacían hoy…

Stewy le dio un beso húmedo en la mandíbula, ella le limpió con el pulgar el labial de carmín que le había dejado sin querer en los labios.

Entonces, con su cuerpo pegado al de él y las cejas un poco enfurruñadas, Lavinia tomó su muñeca en un gesto familiar que a él le pareció extraordinario y miró la hora en su reloj de miles de dólares. – No llegamos ni de coña en media hora…

Agradeció terriblemente que el puto tráfico nocturno de Nueva York fuera el que les había quitado esa decisión de las manos.

Tenía ganas de ella, quería hacer lo que fuera que estaban haciendo… quería más y…

– ¿Has visto nunca Nueva York desde el agua?

Lavinia meneó la cabeza. – ¿Perdón?

– ¿Confías en mí?

Ella le dejó guiarla hacia el coche.


La niebla se había disipado sobre Nueva York.

Cuando se subieron a su coche, que comenzó enseguida a atravesar a toda velocidad la ciudad, empezaron a hablar al mismo tiempo.

– Gracias por venir… – repitió.

– Quería volver a verte – dijo.

Le apretó una mano y el calor subió por su cuerpo.

– Antes de todo ¿no te apetece comer algo? – le sonrió.

– He cenado.

– Yo también, ¿y? – chasqueó la lengua. – Las tripas me suenan de lo poco que nos han dado de comer en ese lugar.

La hizo reír con una mueca.

Pidió a Diego que parara en un puesto callejero y también le vio enviar un par de mensajes de texto.

– ¿Esto qué es? – lo señaló cuando él volvió al coche. – Parece que tiene ternillas.

– El pollo no tiene ternillas. ¿En serio no vas a comer?

– ¡He cenado ya! – se rió mirándolo.

Stewy dibujó una expresión de total felicidad mientras comía. De repente, ella se relajó en la comodidad del asiento.

El chófer los dejó cerca de un muelle.

– ¿Me puedes decir qué hacemos aquí? – le interrogó mientras fruncía el ceño al bajar del coche y sentir el fresco de la noche en la cara. Cerca del agua siempre hacia más frío.

Él le envolvió al cuello una bufanda que sacó de la parte delantera del vehículo y que hacia su olor y la condujo de la mano. – Sígueme – dijo señalando hacia delante, a los barcos.

– Stewy…

Él no respondió, solo caminó por la acera hacia una de las embarcaciones con luces. Un hombre con gorro de capitán le saludó desde la cubierta y después la miró a ella inquisitivo.

Lavinia arqueó una ceja.

– No sé si entiendo por qué hemos venido…

– Ven – le dijo dándole la mano para que pisara la cubierta del pequeño yate de madera al estilo Gatsby.

Lavinia se sujetó de la mano masculina y avanzó hacia la embarcación.

Llevaba unos botines con tacón que no le pusieron las cosas fáciles pero logró aguantar el equilibrio con su ayuda.

– Cuidado.

– Sé que eres don rico y billonario pero ¿tienes una barca de recreo en el rio Hudson? – le cuestionó sorprendida.

Era probablemente el equivalente de ella teniendo un Tamagotchi guardado en un cajón de casa pero aun así…

– ¿En el Hudson? No – dijo como si la sola idea fuera terrible. – Lo he alquilado hace 20 minutos.

– ¿Cómo? ¡Es casi medianoche!

– Porque soy don rico y billonario – repitió sus palabras con una risa. – Tengo uno en Croacia pero tiene 40 metros en vez de 8.

– ¿Estás hablando en serio?

– Ven conmigo, quiero enseñarte algo.

Stewy habló con el tipo que les había recibido, le dijo algo que Lavinia no pudo escuchar porque la distrajo el sonido de un motor de otra embarcación que estaba atracando con lo que parecían una troupe de turistas a bordo. El hombre asintió seco a lo que le estaba diciendo Stewy y al cabo de poco la pequeña embarcación empezó a moverse.

Supuso que tenía sentido que no fuera suya porque no se lo imaginó poseyendo algo tan pequeño pero mono, sacado de alguna película de los años 20.

A ella le pareció perfecta.

Le gustaba Brujas por sus canales.

Esto era muy muy distinto… pero el primer vaivén del agua lejos del tráfico y cerca de todo la hizo sentirse un poco en casa.

Recordar el viejo trasto con motor que su padre solía llamar barca.

Un momento después Stewy la abrazaba por la cintura, apartando su pelo y besando su cuello antes de sugerir que tomaran asiento.

–Estás preciosa –aseguró él, entrecerrando los ojos como si fuera un poco una queja.

Un ejército de mariposas invadió su cuerpo y notó la respiración atrapada en la garganta.

Suspiró.

Se sentaron en la cubierta de madera mirando las luces de la ciudad.

Él lo hizo con gracia como si estuviera acostumbrado a desparramarse con elegancia en esos asientos.

Lavinia intentó adaptarse lo mejor que pudo.

Nueva York de noche era simplemente alucinante, una gloriosa corona de joyas brillantes que titilaban. La skyline iluminada de Manhattan, la estatua de la libertad…

– ¿Puede ir más lento? Creo que me estoy mareando – protestó a regañadientes cuando el hombre aceleró. Estas aguas eran tranquilas pero no como las que ella conocía.

Stewy la abrazó con una pequeña risa, sumergiéndola en ese aroma que ahora asociaba con el confort y el sexo, los brazos alrededor de su cintura. – Mira al horizonte y respira con lentitud.

Permanecieron en la cubierta lo que parecieron horas, su cabeza apoyada en su pecho.

Se derritió cuando le regaló una sonrisa genuina.

Hacía frío pero no tan crudo como en los meses de invierno y por primer día en una semana no llovía. Se dio cuenta que los asientos eran calefactables. Pero igualmente él había conseguido una manta y se taparon con ella.

Le levantó la barbilla y la miró – ¿Mejor?

– Sí, sí.

– Dame un segundo – puso una mano en su hombro alzándose y desapareció por una trampilla.

Cuando volvió a aparecer llevaba dos copas de vino en la mano. Le ofreció una copa. Había traído también la botella con él.

–Ahora mismo eres el hombre perfecto –bromeó arrancándole una risa–.

Sus ojos eran intensos y curiosos y sus labios permanecieron ligeramente abiertos. Lavinia estiró la mano y le acarició la barba hundiendo la nariz en su cuello.

– Si tienes frío o sueño, podemos pedirle que vuelva o bajar.

– Me gusta esto – le dijo.

– Estaba seguro que sí.

Se giró un poco para besarlo jugueteando con el forro de uno de los bolsillos de su abrigo.

El beso fue más tierno que sensual.

– También me gusta que me beses – admitió Lavinia.

– ¿Así?

Repitió el gesto recreándose en sus labios.

Parecía que a Stewy le excitaba al menos un poco que el capitán de la nave, quien fuera, pudiera verle besándola así y no pareciera un tipo muy feliz por ello.

Fuera cual fuera la cantidad exorbitante que había pagado por esto, estaba claro que el hombre consideraba que le habían estropeado una tranquila noche de sábado.

– Stewy…

– ¿Sí?

Le susurró: – ¿No le has obligado a llevarnos, verdad?

Chasqueó la lengua con una sonrisa.

– ¿Obligado? No sé de qué me hablas. Yo solo he pagado mucho mucho dinero a su empresa para que anulara cualquier otro compromiso hasta el amanecer.

– Oh, Stewy, seguro que nos odia...

Él pareció confundido por ese concepto.

– Es mucho más rico que hace unas horas, créeme, no nos odia. – Entonces murmuró: –Quizás solo se pregunta cuando tardaré a llevarte abajo y hacerte el amor en esa cama que tiene ahí.

Lavinia agradeció al frío y la oscuridad de la noche permitirle esconder las emociones en el rostro, todas ellas preciosas, las luces de Manhattan al fondo de un color hiperrealista.

Una ráfaga de pánico golpeó su pecho cuando notó su aliento en la oreja, su saliva. Apenas habían estado juntos un par de días, pero ya no podía imaginarse sin sentir esto en el pecho. ¿Qué haría cuando se terminara?

Bebieron más vino.

Entre risas él propuso jugar a verdad o reto.

– No te precipites con esa risita porque mi vida no es tan interesante – le advirtió ella.

Con el patrón de la embarcación a unos metros, Lavinia tuvo claro que el único reto que aceptaría ella seria beber de ese vino o besarle.

Le dejó venirse arriba igualmente.

– Ahm…

– Dispara.

– ¿Quién es la persona más atractiva de esta barca y por qué?

Se rió.

Dios, iba a escañarlo. – Siguiente pregunta.

– Eso es trampa.

– Es que no necesitas que te infle más el ego. Pregunto yo. ¿Qué harías si fueses invisible por un día?

– ¿Cosas ilegales? ¿Sexuales? ¿Comprar Waystar? ¿Dominar el mundo? ¡No tendría bastante con 24 horas!

Le sacó la lengua. – No se puede jugar contigo, Stewart.

– Pregunta de nuevo.

Lavinia se plegó de hombros admitiendo su derrota. – Vale, algo fácil… ¿cómo fue tu primer beso?

– En el colegio con un compañero – dijo, y de repente pareció extrañamente incómodo.

– ¿Dónde?

– En los lavabos de chicos. ¿Puedo pedir reto?

Ella se irguió, mirándole. – Pero si ya has contestado. ¿No esperarás que me asuste porque besas a chicos, no? He crecido con dos hombres. Pregunta tú, va.

Él le sonrió.

– Si esas mujeres me dejaran hurgar en tu habitación en Chelsea, ¿qué sería lo peor que encontraría?

– Ahm… puede que un vibrador…

– Ahora quiero ir sí o sí. ¿Lo sabes, no? Mi turno. ¿Quién ha sido la persona más vieja con la que has tenido sexo, Lavinia?

Ella se mordió la mejilla.

Estuvo a punto de jugar con él y decirle que él mismo. ¡Tienes cinco años más! Pero al final optó por la verdad.

– Un profesor en la universidad. Me invitó a cenar, no tendría que haber dicho que sí, pero me parecía atractivo y sólo tenía 15 años más que yo. Pasó una vez y no acepto más preguntas al respecto señoría – negó con la cabeza sonriendo.

Stewy le sonrió de medio lado.

No era celoso pero ahora mismo le jodía un poco pensar en ese tío idiota.

La voz de ella interrumpió su tren de pensamientos:

– Seguimos. ¿Qué es lo peor que has hecho por dinero?

Ahogó una carcajada.

– Creo que voy a pedir reto porque la lista es larguísima y no quiero que pienses tan mal de mí tan pronto. ¡La noche es muy joven aún!

– Tengo mucha imaginación. ¿Engañar, manipular, mentir? ¿Seducir? – le picó pero él siguió en sus treces.

– Todo, varias veces. Excepto seducir, quizás. ¿Cuál es el reto?

– No lo sé.

La besó capturando su labio inferior entre sus dientes antes de mordérselo.

Entonces sin saber muy bien porque dijo:

– ¿Tienes novio? ¿Hay alguien especial en tu vida? ¿En Bélgica, quizás?

Ella soltó una risa, sorprendida.

– Ni siquiera voy a contestarte a eso – frunció el ceño – Te lo hubiera explicado cuando tú me dijiste que tenías novia, ¿no?

– Quizás.

– Lo hubiera hecho.

Rieron, hablaron y bebieron, se pusieron al día. Se contaron todo o casi todo lo que habían hecho antes de conocerse.

Él no le habló de Kendall pero sí de las fiestas continuas en los últimos años de instituto y en la universidad. De su objetivo de ganar todo el dinero, todo el poder, de ganarlo todo, solo porque podía. De disfrutar al máximo del proceso, Nueva York, la comida, el sexo. Ella.

Ella.

Por supuesto no se lo dijo así pero le dejó claro que la tendría allí donde le dejara. – Desde la vidriera de mi comedor se ve todo Manhattan, el otro día tendría que haberte follado allí con el vestido alrededor de la cintura, desde atrás, tus pechos en mis manos. Me pone cachondo el pensarlo.

Dijo eso pero siguió abrazándola y frotando su mejilla contra su pelo como un maldito adolescente.

Habían empezado una segunda botella.

Lavinia sacó unos cigarrillos de su chaqueta que le había dado ese chico Chris.

Había insistido en que se quedara unos cuantos porque según él los liaba de manera antológica.

– ¿Tienes fuego?

Stewy encendió uno y lo compartieron. No era tabaco.

– Pensaba que no te iban las drogas, señorita Hirsch.

–Hace mucho que no… pero me apetecía uno contigo.

Se sonrieron.

Nunca cayó en que un barco pequeño como éste pudiera tener tantas comodidades. Cocina, sofás, una cama… Todo encajado de manera funcional y en el tamaño perfecto para aprovechar el espacio.

Lo descubrió cuando bajó un momento al baño.

Stewy la encontró allí minutos después.

– ¿Estás bien?

– Sí, es solo que… estaba contemplando esto – se rió un poco – Ven, bésame.

Él se acercó obediente.

La besó pero después le puso una mano en la mejilla.

– Digamos al capitán Barbosa que nos devuelva al muelle, ¿vale?


Movió la cadera con suavidad contra él. La mano de Stewy se afianzó un momento en su cintura pero después se metió por debajo de la parte de arriba de su blusa y subió en busca de uno de sus pechos.

Notó su erección contra su culo.

Le costó un poco recordar que volvían a estar en su ático.

Después de volver a tierra recordaba la noche en fragmentos. La cara de Diego cuando había sido efusiva saludándole. Stewy riéndose pegado a su cintura.

Risas y tropiezos al entrar a su piso.

Ella quitándose el pantalón y Stewy quedándose en calzoncillos.

Besos torpes y apasionados, frotándose uno contra el otro como dos criaturas.

La había besado contra la vidriera en la que había dicho quererla foll…

– ¿Ayer…

– No, íbamos los dos demasiado borrachos. – murmuró.

Su pene duro seguía detrás de ella, en sus nalgas. Sus bragas de barrera. Se movió como frotándose un poco más. Una embestida, contenida. Cuando sus dedos se clavaron en su pezón, Lavinia dejó escapar un gemido.

Pensó en girarse y besarle, lamerle, pero su cabeza dolía, tenía una resaca horrible.

Una resaca legendaria de vino blanco con el que habían estado brindando, hablando, haciéndose preguntas. ¡Y te olvidas de la marihuana! Lavinia percibió sus cejas más pesadas de lo que deberían, el dolor en sus sienes.

Movió su cadera contra él.

La respiración de Stewy, profunda, agitada.

Fue entonces que ella deslizó su mano para sujetar su erección por encima de la seda de sus boxers y siguió con los dedos la contundencia de su miembro.

Ambos moviéndose, como si ya follasen.

Estaba húmeda con solo la idea de él.

La resaca alejándose levemente como una neblina.

Dios, Stewy…

– Ojalá pudiera meterte en la maleta – rezongó pegado a ella.

Lavinia no sabía de dónde había salido eso hasta que recordó retales de la conversación de ayer.

Él se iría esta semana a Irlanda de Norte para convencer a un tal Jack con el 4% de las acciones de Waystar. Le acompañaba Sandi. No su viejo socio, sino su hija.

Stewy se había reído y luego había querido torturarla ¡a cosquillas! cuando le había preguntado si era guapa. ¿Va a ser ella la persona de más edad que te has tirado?, le preguntó riéndose, vergonzosamente.

Que nadie la dejara beber nunca más, por favor.

¿Dios, no era eso algo que últimamente se repetía demasiado?

Cuando Stewy regresara del Reino Unido, tenía esa conferencia y era entonces que decía querer llevársela en la maleta porque confiaba en poder coger unos días libres justo después. No muchos. Un par.

Los suficientes para hacerle el amor una y otra vez en algún hotel perdido en la montaña.

La cosa no funcionaba así.

Lavinia intuía que estaba demasiado involucrado en lo que fuera que su socio y él planeaban como para desaparecer 48 horas.

Él quería pero al final no podría.

Si ayer las cosas no hubieran ido como fueron, a saber cuánto habría tardado en verlo de nuevo.

Los dos lo sabían.

Quizás por eso había travesado medio Nueva York por ella.

Te estás montando películas.

Sus pezones endurecidos pidieron a gritos el roce de sus dedos cuando apartó su mano... pasó a acariciar la cara interna del muslo y llegó a su sexo, pero allí los separaba la barrera de su ropa interior.

Stewy se apartó un segundo.

Escuchó un cajón abriéndose y el ruido del envoltorio metálico del condón.

Y de pronto él estaba ahí de nuevo, apartando a un lado la barrera de sus bragas y adentrándose en su cálida humedad. Lavinia contuvo el aliento y se concentró en las sensaciones.

El ritmo era lento y profundo, sus labios en su cuello. Hizo círculos en su clítoris suavemente.

–Stewy – balbuceó.

– Estoy aquí. Te estoy follando, te tengo.

Pero no era eso. La sensación era demasiado… íntima.

Cuando se tumbó a su lado, le acarició el pelo, hizo que ella se girara para ponerse encima y volvió a entrar. Lo hacía parecer tan fácil y perfecto que Lavinia solo pudo volver susurrarle el nombre con los dedos clavados en su piel.

– Stewy… – intentó decir algo. Probablemente algo estúpido, algo propio de una niñata enamorada; más como un «no te vayas jamás» que un «sigue, por favor».

– Sht. Acaríciate a ti misma, quiero… quiero verte hacerlo a tu manera – contestó él mitad gruñido, mitad súplica.

Ella movió las piernas, puso una mano entre sus cuerpos para llegar al clítoris como le había pedido; y eso inevitablemente lo excitó más.

El ritmo de sus empujes continuó mientras bebía de sus gestos. Encima y dentro suyo, con gemidos cada vez más altos y claros. Su frente pegada a su mejilla, su mano izquierda en el cabello de ella y la derecha en el colchón para mantener el ritmo. La fricción de sus cuerpos retorciéndose contra las sábanas.

A Lavinia el inicio del orgasmo le erizó la piel y el resto la barrió de arriba abajo. Stewy murmuró algo apresurado y sin sentido en su cuello al derrumbarse.

No se movieron durante un rato, exhaustos y jadeantes.

Durmieron un poco más ese día, él trajo algo de comer a la cama, tacos, queso, aros de cebolla…; sin embargo, el trabajo de ambos les llevaba lo suficiente de cabeza como para que pronto la realidad se interpusiese.

Lavinia había prometido contestar unos correos electrónicos esta tarde, la auxiliar de Sandi quería consultar con Stewy los detalles del viaje…

Oscurecía fuera y Lavinia se puso la blusa y el pantalón pensando ya en la noche de trabajo que le esperaba y las mañanas locas bebiendo café de esa semana. Le dejó besarla y lo besó ella, y luego se despidió con la promesa que se escribirían.


Había pasado una semana con sus 7 largos días y sus infinitas horas de trabajo; su piso lleno de cajas porque aún no había podido terminar la mudanza ni comprar muebles; y la botella de vino que metió en el refrigerador para cenar con Tabitha el otro día, pero que no se acabaron bebiendo entera porque prefirió el agua con gas, allí olvidada.

En esa semana se habían estado mensajeando tonterías, como niños. Casi como si siguieran jugando a verdad o reto, porque ¡Dios! ahora mismo había tantas cosas de su día a día que él no podía decirle. Ella tampoco le decía otras cosas, claro. Como dónde estaban los Roy este fin de semana.

No acababa de entender qué clase de lealtad les debía. Suponía que lo hacía por Greg, y porque es lo que se hace por la familia. Aún lejana y a su manera desestructurada.

Es el comportamiento que Ewan esperaría de ella.

Bueno, excepto por la parte donde estaba teniendo sexo con Stewy.

A Stewy no había vuelto a preguntarle por su novia y llegados a este punto ya no pensaba hacerlo. ¿Qué sentido tenía?

Suponía que se enteraría si algo iba mal, si sus partes salían malparadas, ¿no es lo que dijo él el otro día?

Podría vivir con eso si él seguía besándola con su boca de la manera que lo hacía. Al menos un tiempo.

Estás fatal, Vinnie.

En fin, puede que esa fuera la imagen perfecta para esta tarde de domingo en la que se había propuesto ir a ver una peli de Tarantino al cine con Greg…

– ¿Es esta calle? – le preguntó a Greg, que se mantenía con la cabeza apoyada en la ventanilla del taxi.

– No, creo que es la siguiente.

Lavinia imaginaba que el taxista conocía lo suficiente estas calles para no equivocarse, pero necesitaba romper la mudez esa tensa de alguna manera.

Greg se mantenía muy callado. Casi sumido en uno de esos silencios espesos, no estaba segura si lo hacía no pensando en nada concreto o directamente estaba planeando su próximo ascenso. Aún no se explicaba cómo había logrado el nuevo puesto. ¡Nuevo puesto con nuevo sueldo y nueva oficina!

Era increíble.

Una factura más que pagar y cualquier día de estos sería ella la convencida que el nepotismo era el camino. Que su abuelo no se enterara, por favor. No iba en serio. Aunque a veces…

Quizás…, solo quizás podría ayudarla un poco, si quería que tuviera tiempo o espacio para mantener un ojo en Greg… Eso no sería descabellado.

Y luego estaba… lo rara que se sentía. ¿Qué estaban haciendo con Stewy? ¿Qué había sido eso? ¿Por qué seguía soñando despierta con su boca y sus manos? Hostia.

Miró otra vez de reojo a Greg que seguía con la cabeza apoyada en el cristal, mirando hacia la calle transitada y a ratos a su móvil. – ¿Estás cansado? – preguntó a su hermano.

– No.

– Pues estás muy callado.

El móvil de él sonó cuando por fin estaban enfrente del multicine.

–¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Su sonrisa pareció dubitativa.

– Sí. Es que creo que sería mejor si…

– ¿Si qué? ¿Quieres que cambiemos de planes?

– Bueno, es que pensaba que llegarían más tarde. Me gustaría pasar a celebrarlo con ellos.

Eso la hizo arrugar la frente.

– ¿Celebrar el que?

– Dice Tom que al final… parece que va a haber acuerdo con los Pierce. Han ido a Tern Haven todos. ¿No lo sabías?

Sí, puede que Tabitha la hubiera puesto al día sobre eso.

Cogió aire poco a poco.

– Y entonces tu solo… te vas… a celebrarlo… – apretó los labios incrédula.

– Bueno yo… – Greg puso cara de culpable – No es que quiera dejarte aquí… no sé… – se rascó la cabeza poco convencido – ¿porque no vienes conmigo?

Tendría que haber dicho que no.

Dios, sabía que tendría que haber dicho que no.

¿Pero que iba a hacer? ¿Entrar al cine sola? ¿O irse a casa desembalar cajas de cosas que no tenía aún dónde poner?

A la mierda. ¿Qué podía ser tan malo?

– Vale, vengo.

Habría sido preferible protagonizar una peli de Tarantino. Kill Bill, por ejemplo.

Por su cara, Greg pensaba lo mismo. Con su salida con Tabitha y Willa, los emails estúpidos de Tom, ya casi había olvidado que a su hermano no le hacía gracia que se acercara a los Roy por si lo descoronaba o algo como el primo preferido con quien meterse. Ay, Greg.

Se subieron a otro taxi y media hora después estaban entrando en el ascensor de Logan Roy.

– Hola, Greg, Lavinia – la voz de Marcia les dio la bienvenida mientras Richard del servicio les cogía los abrigos.

Estaban todos en el lujoso sofá del comedor. Tom, Shiv, Roman, Tabitha, Connor y Kendall. También Gerri, Frank...

Se sintió bastante intimidada.

– Uhm, en realidad ahora me hago llamar Gregory, pero… uh… no importa – intentó explicarse Greg a su lado.– Como… como estás Marcia? Cómo fue? ¿Os lo habéis pasado bien, o…?

Vio a su hermano titubear y a Roman mirarles como si les hubieran salido dos cabezas.

Pensó que seguramente era normal. El típico tratamiento que daban a los primos por aquí.

De hecho, Shiv rodó los ojos. – Sí, ha sido memorable.

– Sí, fue bien. Fue bien. Gracias por haber venido – terció Kendall que estos días no mostraba muchas emociones pero que hoy le pareció casi amable.

– Por supuesto, no hay de qué. Esto es muy importante para nosotros – siguió Greg. – Algo que tal vez nos salve… a lo mejor de la adquisición.

Logan apareció de repente o al menos ella aún no lo había visto.

– ¡Greg! ¡Vinnie!

– ¡Hola! Es Gregory

– Hola…

– Anda bebed, bebed. Que la vida es breve, hermoso Ichabod Crane del demonio – puso una mano sobre el hombro de su hermano cariñoso. Luego la miró: – Y la niña de los ojos de mi hermano el cascarrabias, eh, bebe tú también.

El cariño para con Greg de Logan Roy casi la dejó fuera de juego. ¿Era simplemente por qué estaba de buen humor? ¿Se había ganado realmente Greg a su tío o era otra cosa?

Lo suyo sonó más a una puya. Ser la niña de los ojos de Ewan no podía ser bueno de ninguna manera a parecer de Logan Roy, aún sí el hombre sonrió. Por una vez, lejos del tirano de costumbre.

Les dio dos copas de champagne.

– Llamé a tu abuelo como intermediaria… por un asunto de la empresa el otro día… – le explicó Marcia cuando se acercó al sofá unos pasos sin saber muy bien donde meterse – dice que está muy orgulloso de ti por haber encontrado trabajo por tu cuenta tan rápido…

¿Su abuelo, orgulloso?

Hubo una pausa.

Sonrió a la mujer de Logan.

No, quizás, no lo sabía… pero decírselo a Marcia era otra cosa.

Les estaba diciendo que tenía una nieta que no había caído en su nido de serpientes. Algo así.

Dios.

No quería estar en medio de estas puyas entre hermanos para nada.

Por suerte, todo el mundo seguía celebrando el logro de hoy.

El logro que jodería a Stewy y sus planes de adquisición.

– Creo que se impone una felicitación, has vencido – Greg sonriendo seguía hilando del buen humor de su tío.

– Pues sí. El dinero siempre gana. Por nosotros.

Hubo brindis y risas por el pacto con los Pierce.

– Por nosotros.

– Por nosotros.

La mirada asesina de Roman no se había apartado de ella en ningún momento. Incluso cuando Greg se fue a un lado para hablar con Tom.

Shiv mencionó algo sobre el carácter de Nan Pierce.

Pero entonces Lavinia se encontró con la mano de su primo Roman en su codo; tirando de ella.

– Ven. Ahora.

La arrastró hasta una salita que tenía el aspecto de pequeña biblioteca.

– ¿Qué haces?

– ¿Qué coño haces tú? ¿Has venido a espiar? – preguntó apabullándola – ¿Es lo que haces ahora? ¿Espiarnos y pasar la información a tu polvo?

– Yo no…

Roman se burló.

– ¿Has gravado lo que se ha dicho ahí fuera o se lo contaras en cuando salgas por la puerta?

– Desvarías.

– Escuché a Tabitha cuando hablabais por teléfono el otro día. Por Dios, qué asco…

Lavinia suspiró.

– Lo que sea que haga en mi vida personal no te atañe.

– Tía, él es como un vampiro, necesita sangre, y al parecer le van más los fluidos de los Roy… – Roman, Roman y sus expresiones raras – No puedo dejar que nos jodas el pacto con los Pierce, contándoselo.

– No le voy a contar nada – aseguró cruzándose de brazos – Pero puedes creértelo o no. ¿Qué vas a hacer? ¿Encerrarme en una mazmorra y lanzar la llave?

Esperaba no estar dándole ideas.

No sabía muy bien qué esperar de ninguno de sus primos.

– Quiero ver tu móvil.

– ¿Mi móvil? – se lo enseñó – No hay grabadora en marcha y, por cierto, nada que te sea de interés.

Le vio inclinarse.

– Dame.

– Estás loco. Apártate y déjame salir de aquí – intentó zafarse cuando invadió su espacio personal con la clara intención de cogerle el móvil de las manos.

Había sido un error desbloquear el móvil porque cuando se lo quitó fue directo a los Whats App.

– Devuélvemelo joder.

– Joder es asqueroso. ¿Estás follando con él o haciéndoos cosquillitas? Sois empalagosos. «Buenos días», «buenas noches, que duermas bien», «¿Qué haces?» «Aquí, trabajando, enterrada en papeles» o «Del diez al cien y yo digo mil… ¿cuántas ganas tienes de masturbarte conmigo, Laviniaa?». – puso una vocecita imitándoles – ¿En serio os decís eso? Uagh – tiró el móvil a un sofá cercano cuando hubo leído lo que le dio la gana.

– Bien, gracias – recogió el aparato.

– Voy a mantener un ojo en ti prima Vinnie.

Shiv les increpó cuando volvieron al comedor. – ¿Qué hacías, Rome? ¿Planear como cortarle el pelo a otra pobre niñera?

¿Un momento: eso había pasado de verdad?

– Nada, imaginándome a Lavinia follándose el mismo muñeco Ken que Kenny – dijo.

Nadie pareció hacerle ningún caso.

¿Qué cojones mascullaba?

Dios.