"You put your hands under my jacket
It's cold as hell, but I'ma let you anyway
Wouldn't you say there's a light in the darkest moment?
And this is the moment when I can be brave […]
And for every song, there's a song we're not singing
For every step, there's a step we're not taking
So let me know if there's something I'm missing
'Cause this is all I need".
– Always (Isak Danielson)
Capítulo 10. Regreso
Llevaba dos días sorteando el tema de si realmente valía la pena gastar energías en el hermano de Logan como si lo estaban haciendo con Jack el norirlandés, Caroline Collingwood y otros accionistas.
La verdad sea dicha es que tenían poco tiempo que perder y muchos frentes abiertos hasta conseguir suficientes apoyos. A su socio le preocupaba menos el 1% de acciones y la silla de Ewan en el consejo que la sangre que podía causar si conseguía al hermano del dinosaurio.
La explicación de que nada iba a tocar ni la superficie de ese hombre para persuadirle de una mierda era convincente y una tremendamente cómoda para Stewy en este momento. Pero también era cierta.
Era un camino sin salida, no tenía ningún sentido tener que discutirlo con Sandy dos desayunos seguidos.
Sandy, cuyos consejeros acababan de proponerles enviar un puto vídeo, iPad de muestra incluido, para convencer a los accionistas indecisos. Sinceramente, la propuesta le resultaba brillante y jodidamente hilarante al mismo tiempo.
Era un vídeo donde un tío compraba un perrito caliente sin perrito caliente por 18.000 dólares antes de recordar todos los fallos de la familia: ¿Dirección empresarial, estrategia de adquisición, plan de sucesión? Todo un fracaso. Los Roy, llevando Waystar al abismo.
«¿Tiene la sensación de estar invirtiendo mal?»
Sandy se volvió hacia él y lo contempló con curiosidad por encima de la montura metálica de sus gafas. Frunció sus labios y arqueó las cejas cuando le vio la cara.
– ¿Piensas que resulta, no sé… cómico?
– Jodidamente. Pero, hey, no es necesariamente malo. Esto ya era un circo. Enviemos decenas… No, en serio – cambió el tono juntando las manos en las rodillas cruzadas – Yo creo que esta vez Logan Roy sí está hasta el cuello… el norirlandés al fin está dudando de verdad, ya era maldita hora después de un viaje y no sé cuántas llamadas, y la madre de los pollitos puede que caiga. ¿Cuántas reuniones tenemos más esta semana…? ¿50? – chasqueó la lengua.
– Estamos en ello. La junta anual de accionistas es de aquí a ¿cuánto?, ¿dos meses y medio?, así que ese es nuestro calendario,… ya he hablado con nuestro hombre para no dejar morir la historia de los cruceros. Oh, y definitivamente vamos a plantar esa pequeña historia en los tabloides sobre el camarero al que gritó.
– Bien.
– ¿Todo controlado? – preguntó Sandi hija mientras traspasaba el umbral de la puerta.
Su padre asintió. – Por supuesto.
Stewy se reclinó hacia atrás en la silla.
De verdad que quería estar más entusiasmado sobre como las cosas les estaban saliendo en ese momento.
Porque, joder, les iba bien.
Estaban aprovechando la muerte de ese chico en marzo, para lanzar mierda contra Roy… pero nadie nunca dijo que el juego iba a ser limpio… ni moral, ni ético.
– ¿En qué periódico va a salir?
– Ya veremos.
Esperaba que las cosas fueran cayendo por su peso y en vez de 50 la próxima semana tuvieran 20 reuniones. Mucho mejor si eran 10.
La cantidad de encuentros en su agenda era de locos. Mañana por ejemplo, un nuevo encuentro con los Furness a las 9, una charla informal con abogados a las 11, una comida a las 12 y dos reuniones a las 2 y las 4 de la tarde. Una cena por otros asuntos a las 7.30. Más llamadas, emails, mensajes de whatsapp, idas y vueltas dando feedback a su socio, propietarios de otros fondos por asuntos varios, la firma para la que trabajaba, etcétera.
Se pasó una mano por la barba oscura, en un intento por esconder lo irritado que estaba, la pasada noche de insomnio…
En realidad, su presente incomodidad no estaba ligada a la batalla accionarial ni al trabajo.
El descontento era consigo mismo y tenía poco que ver con todo esto.
Esta guerra que tenían abierta por Waystar le mantenía los pies en la tierra y le importaba, pero no le quitaba el sueño.
¿Al final del día que tenían los Furness y él que perder con esto?
Aparte del mucho dinero que estaban invirtiendo en ganar y que esperaba no estar lanzando a un agujero y su reputación, claro.
Se quedó mirando su iPad y deslizó sus dedos encima de la pantalla. …
Maldita sea.
Era un imbécil.
¿Se puede saber qué había pretendido?
Se sentía inmensamente frustrado porque esa noche en Argestes había cometido la estupidez de irse de la jodida cabina donde estaban y no volver a por ella la mañana de domingo.
Como poco habría tenido que llamarla…
Lavinia se había colado en su cabeza hacía semanas y ya no podía dejar de pensar en ella. Le había contado cosas que jamás había dicho en voz alta. La quería.
¿Por qué no arriesgar las respuestas que le permitieran conservarla?
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que iba a tientas y le pareció razonable no precipitarse.
Puede que quisiera ganar tiempo, incluso si esa idea no le entusiasmaba.
Quizás todo se resumía en que esta vez estaba cagado de miedo, y en el fondo sentía la necesidad de retirarse, de levantar muros o incluso de huir.
Sabía que no iba a ir a ninguna parte; desertar de algo que quería sin al menos intentarlo no era su estilo.
Pero entonces el lunes y el martes el teléfono de Lavinia había estado cerrado todo el día.
El mensaje que le había enviado no se marcó como leído hasta ese miércoles por la tarde.
Ella se había replegado antes.
Lo has hecho de puta madre, Hosseini.
Lavinia condujo el volvo azul que había alquilado durante horas.
Greg había prometido unirse a ella en cuanto pudiese. Iban a empezar una investigación interna en la empresa por lo de los cruceros,… y como él había sido empleado de esa división durante unos meses tenía que contestar unas preguntas antes de tomar unos días libres… pero le dijo que era un trámite.
Para hacer tiempo Lavinia había aprovechado el lunes para dejar trabajo hecho en la oficina de Dust y el martes había visitado Filadelfia con la endeble excusa que Roger solía escuchar en bucle la famosa canción de Bruce Springsteen y era fan de la película de Tom Hanks. La colección permanente de su museo de arte tenía la escultura dorada a la diosa Diana de Saint-Gaudens que originalmente había ocupado lo alto de la torre del Madison Square Garden y aprovechó para verla. Después había decidido finalmente tomar el camino largo a casa… a Canadá…
Solo estaba huyendo.
Quizás era todo un error.
Estos 10 días fuera, visitar a su madre, cerrar el móvil, pensar las cosas demasiado…
Con las horas extras que había echado hasta el momento y el compromiso de llevarse el portátil con ella y no abandonar el trabajo pendiente, sus jefas no se habían opuesto a que se cogiera unos días libres, pero…
¿Por qué no podía simplemente dejarse ir? ¿Qué esperaba encontrar en casa de Marianne?
No estaba segura.
Uno de sus defectos era que daba muchas vueltas a las cosas y era muy dura consigo mismo.
¿Por qué aferrarse a su infancia de todas formas?
Trató de adivinar si esto era por su madre, por sí misma, si buscaba hacer algo lo suficientemente estúpido que le permitiera insensibilizarse o solo era un viaje a un lugar donde se había dejado algo.
Temió que fuera su particular manera de inmolarse a lo bonzo para no sentir nada en absoluto por un tiempo...
¿Si de verdad necesitaba coger un coche y hacer quilómetros por qué no tomar otra dirección en esta rotonda y bajar hacía los para ella desconocidos estados del sur, en vez de perseguir a la niña que había sido? Había sobrevivido a ello. ¿Qué más quería?
Se decía a sí misma que quizás era bueno sacar algunas cosas fuera. Saber dónde paraban Marianne y ella. Tal vez le vendría bien que tuvieran una conversación después de su pequeña crisis en Argestes…
Pero era de idiotas ir a hurgar en esa herida en particular. No estaba pensando con claridad.
En el primer pueblo que paró pasada la frontera con Canadá casi giró de nuevo hacia Nueva York.
Un perro corría por la acera sin que ningún dueño lo llamara y había un grupo de hombres de más de cincuenta delante de un bar.
Al repostar había dejado su portátil medio abierto en el asiento del copiloto, porque, entre otros, tenía unos banners que acabar para la web antes de desconectar del todo. Usaba un pen wifi para tener Internet.
El ordenador empezó a emitir un sonido que enseguida entendió que era una videollamada.
La imagen de Tabitha apareció en la interfaz de llamadas de su Facebook.
– ¿Puedes explicarme muy lentamente por qué hace dos días que no enciendes el móvil? – la riñó. – ¡Pensaba que te habían secuestrado en ese sitio de Colorado o algo peor!
– ¿Cómo está Roman?
Hubo un pequeño silencio. Entonces, Tabitha ahogo un suspiro.
– Iba a preguntártelo a ti. No quiere decir lo que malditamente sea que pasó en ese lugar, ni porque volvió sin un diente. No es que hablemos mucho de nada últimamente, de hecho estoy pensando en volver a casa de mis padres, pero… ¿Qué os han dado de comer en ese sitio?
Lavinia se mordió el labio.
– Siento escuchar eso, creo que eres fantástica para él. Está tonto si no lo ve – dijo evitando indirectamente sus preguntas e intentando darle cierto consuelo. Quizás el que ella misma necesitaba.
Tabitha carraspeó. – En serio, Lavinia, ¿por qué estás en el coche? ¿Por qué no enciendes el móvil?
Tamborileó sus dedos sobre el volante.
Había aparcado en una calle casi desierta. – No es nada. Solo… voy a ver a mi madre con quien tengo una relación horrible… y quería pensar… o no hacerlo para nada...
– Vale, eso lo entiendo. Pero aun así me da la impresión que no tengo todos los datos…
Le había contado a Monique todo lo que había transpirado con Stewy. Pero no podía hacer lo mismo con Tabs.
Era distinto.
Monique no estaba en Nueva York ni en los mismos círculos de sus primos. Tabitha, sí.
– También necesitaba alejarme.
– ¿De los Roy?
– No. – Dios, eso al menos tendría lógica. Ella solo iba a lanzarse a su propio desastre Roy.
Hubo un súbito entendimiento en los ojos de Tabitha.
Joder. ¿Era bruja o algo?
– ¿Qué ha hecho él ahora?
Lavinia hundió con suavidad las uñas en la tapicería de su asiento.
– Nada, en absoluto. Stewy es solo… no ha hecho nada… – dijo sin saber por qué seguía siendo tan importante exonerarlo – yo… quizás en el fondo me he dado cuenta de que peligraba de convertirme en una especie de monstruo de las galletas del amor no correspondido y no me gusta esa idea… la odio. No quiero estar celosa de su novia o de… … En fin… es mejor dibujar una línea en la arena ahora que estoy a tiempo…
Tabitha hizo una mueca. – No sabía que vuestra relación se había vuelto tan seria – tanteó.
– No hay nada serio entre nosotros…
– Pero si lo bastante para que quieras que te escoja a ti… – le replicó.
Sabía que no era la intención de Tabitha, que simplemente era su manera de expresar las cosas; se había hecho amiga de ella porque le gustaba lo directa que era.
Pero una daga en el pecho habría dolido menos…
No supo qué decir durante un momento.
– Hay cosas que no puedo explicarte sin traicionarle, pero mi preocupación es menos prepúber de lo que parece, te lo prometo. Necesito pasar página.
– Lavinia… – Tabitha se movió delante de la cámara y pudo ver que sostenía una copa de vino tinto sentada en el sofá blanquísimo de su casa. La novia de Roman se puso con las piernas cruzadas delante del ordenador como si la tapicería sola no valiera miles de dólares y no peligrara en absoluto con la copa en las manos. –Podemos no discutirlo si no quieres y no seré yo quien defienda a ningún tío, pero… para pasar página, ¿no sería mejor decírselo directamente? ¿O me he perdido un capítulo y eso fue lo que pasó en Argestes? ¿Os discutisteis?
– Tabs…
– A mí me parece que le estás evitando.
– Únicamente necesito tiempo.
– Pero si dices tener claro que quieres marcar esa línea… quizás solo estás retrasando la conversación que no quieres tener… y quizás eso te va a hacer más daño después. Tienes que cuidarte.
La perturbó reconocer que Tabitha tenía razón.
Se pasó por la mano el moño deshecho que se había hecho de prisa y corriendo esta mañana y suspiró.
– Puede…
– Entonces, enciende tu teléfono y habladlo. Si quieres que se olvide de lo vuestro, díselo. Así tú también vas a poder seguir adelante, y el resto podremos apoyarte sin tener que lidiar con tu contestador… Deberíamos estar desahogándonos con un Pinot Noir. ¿Quieres que salgamos un día cuando vuelvas para exorcizar demonios?
– De lo de olvidarse, ya se habrá olvidado ahora… Tabs, cariño. – intentó poner humor a su voz y falló – Te puedo asegurar que no está esperándome en el patio con flores y una ventana abierta en su vida claustral… o lo que sea… Y no sé si voy a estar de humor para salir a ningún sitio durante unas semanas…
– Lavinia…, escúchame. Solo escúchame un segundo – le pidió su amiga – Es obvio que te has pillado muy fuerte por él, ¿vale? Que el tipo es sexy y potencialmente un poco capullo. Pero te sentirás mejor cuando hayáis hablado… y si no siempre puedes afeitarle la barba cuando duerma de mi parte – bromeó.
– Tabitha… – La reprendió – No quiero hacerle nada, no ha hecho nada. ¡Ni siquiera estoy enfadada…!, quizás solo estoy asustada porque puede que sepa más de la vida que yo…, ya sabes, es brillante en lo que hace, … se acuesta con quien quiere, no se come el coco… y no consigo ver ninguna versión de esto en la que yo sea suficiente… … Me siento tan tonta por haberme enganchado. ¡Mira! El monstruo que te decía…
Sonrió, aguantándose las lágrimas aunque no estaba segura de donde habían salido.
Apretó los labios y se rascó la nariz con la mano. – Además – continuó Lavinia – pensaba que te caía bien...
Tabitha asintió indulgente. – Yo no dije eso, dije que estaba bueno. Pero mírate. No puedes estar así. Tú no eres ningún monstruo. La coca y follar no computan como saber un pimiento. Te lo digo por experiencia, ¿ya te he contado como conocí a Tom Wambsgans? ¿O a Naomi Pierce?
– Tabitha… – musitó.
– Mira por ti, cariño. Por nadie más, ni siquiera por él. Y por favor, cuando estés preparada, abre el teléfono. Dile de mi parte, que es gilipollas por tenerte así como estás. ¿Qué vas a hacer hoy?
Cogió aire.
– ¿Desmayarme y desintegrarme físicamente de esta dimensión ante la mera noción de volver a mi ciudad natal y cenar con mi madre?
Tabitha se compadeció. – Lo ves, necesitas el teléfono. Llámame si quieres apoyo.
– Gracias. Pero Greg va a coger un avión cuando Tom le suelte. Antes de volver, quizás hagamos un par de horas más de carretera para llegar al rancho de mi abuelo, si es que nos quiere allí… si no nos habremos alejado aún más de la frontera para nada y acabaremos durmiendo en el coche antes de volver… no sé… ya te contaré…
– Dios. Te quiero cielo, pero toda tu familia es completamente insana…
Stewy no sabía qué hacer de sí mismo.
Después de Argestes, Lavinia había desaparecido, o bueno, no respondía el teléfono. Sabía que estaba ignorándolo.
Si le había pasado algo, se dijo que se habría enterado. Estos días Sandy y él conocían cada movimiento de los Roy.
La había llamado unas cuantas veces. Demasiadas.
Pero después de un punto, había dejado de insistir. No quería que se sintiera presionada ni parecer más desesperado de lo que estaba.
Ella tenía el mensaje que le había enviado, únicamente tenía que contestarle.
Normalmente, se le daba bien ocultar lo que sentía…
En esta ocasión puede que estuviera empezando a hacer cosas que no eran propias de él.
Como dejar de posponer esa invitación a cenar en la que su hermano mayor y sobre todo su cuñada llevaban insistiendo hace meses…
Tampoco es que tuviera la culpa que se hubieran trasladado a Connecticut porque decían que era mejor que Manhattan para los críos, pero llevaba dándoles largas desde febrero.
Stewy evitaba los encuentros familiares más por costumbre que por necesidad y esta vez había cancelado una reunión para venir.
Tenía una buena familia, una unida, sus padres eran acomodados financieramente y habían llevado a sus hijos a buenas escuelas privadas. Los derroteros de su trabajo como inversor y los malos hábitos en los que indulgia en su tiempo libre simplemente le tenían distraído.
– Tu hermano está arriba en su despacho acabando una videollamada con sus socios de Kuwait, tus sobrinas están hurgando en la buhardilla para un proyecto de la escuela – su cuñada le recibió con una sonrisa. – Pasa, ¿quieres un té frío de canela con zumo de manzana? ¿Queso? Rosalinde tendrá la cena enseguida.
Los dos se sentaron en el impoluto sofá del comedor salón de la casa de ladrillo blanco y piedra de su hermano en el barrio alto de New Haven. El ventanal daba a los abetos del jardín y al camino adoquinado hasta la verja.
Durante su noviazgo con Darian, hace mil años, Leila solía tratarle como si no supiera qué hacer del ruidoso y sarcástico hermano pequeño de su pareja, y podía bien ser porque solo tenía hermanas.
Pero con el tiempo, había mutado a un mix entre una hermana mayor sobreprotectora y una versión quisquillosa más joven de su madre. La observó mecerse la espesa melena rizada y hacer una mueca con aire evaluador:
– Trabajas demasiado. ¡Tienes ojeras, Stewy! Darian tiene el mismo defecto – dijo – Pero al menos cena en casa. Me apuesto algo a que la mayoría de días solo vas a tu piso a dormir…
– No es para tanto – le quitó importancia. Luego la elogió con la esperanza de cambiar de tema. ¡En el fondo era un ingenuo…! – Este queso que has puesto para picar es jodidamente bueno, por cierto.
– Sht – lo riñó ella – Las niñas van a bajar en cualquier momento. No querrás que aprendan palabrotas de su tío favorito.
–… al que no ven nunca. Estoy seguro de que ese es Cas, pero vale no voy a decir palabrotas – aceptó.
– En este momento tú eres más molón porque en noviembre les regalaste esas bicis que adoran. Yo no hago las normas – se rió – Además, Cas está superocupado desde que tuvieron al bebé.
– Joder. … Perdón… – negó con la cabeza – solo es que en serio todos esos niños que tenéis son monísimos, pero me dejáis en mal lugar. Y no… antes de que lo preguntes por milésima vez… no estoy pensando en sentar cabeza – puso los ojos en blanco.
– ¿Quién te va a cuidar cuando seas mayor si no tienes hijos, Stewart? – bromeó ella.
– Eso no va a pasar. Voy a ser joven y guapo para toda la eternidad – le replicó.
Leila negó con la cabeza y se pasó una mano por los bordes de su camisa blanca y la falda larga de color verde. Su sarcasmo le hacía gracia, pero no iba a recular en su fijación por verle poner orden a su vida.
Stewy le sonrió: – Tengo una reputación que proteger, ¿sabes?
– Eres insufrible – le contestó cariñosamente.
Había partes de su vida amorosa de las que su familia (con excepción de su madre y su maravillosa intuición materna) no tenían ni idea, mayoritariamente porque su padre era un hombre muy conservador.
Aun así se las había apañado para ser oficialmente la oveja negra de la familia en esa cuestión. Si eso no era tener puñetero talento…
No dejaba de quererlos y ellos a él.
– Es una pena… tus padres pensaban que con esa famosa novia supermodelo… ¡Tu hermano nos contó que era tan guapa y tan alta! Bueno, eso, que… pensábamos que esta vez era en serio... – le estaba diciendo Leila.
Él no les había presentado a Zahra, pero habían coincidido con Darian en un restaurante después de un show una jodida vez. Éste salía de una cena de negocios y no había podido cerrar su bocaza.
Darian se lo había contado a Leila y a sus padres, y la había descrito en términos tan halagadores, que había toda una novela montada sobre ese romance que sinceramente nunca había sido en los términos que ellos imaginaban.
Zahra había nacido en Detroit, y había querido estudiar música y criminología antes de hacerse modelo, lo encantadora que había sido con Darian contándole aquello y pidiendo ver una foto de las niñas había ayudado a alimentar la leyenda en su casa.
No les había podido desengañar mucho de esa idea sin quedar como un truhan peor del que creían.
Leila le miró un segundo.
– Podrías haberla traído… eso es fallo mío que…
– Lei… Lei… para el carro. Ya no nos vemos.
No tenía ganas de dar explicaciones.
– ¿Ese es el motivo de esa cara de cansado?
Suspiró.
– No. ¿Podemos cambiar de tema?
– ¿Qué es lo que te pasa?
– Solo estoy muy ocupado en la oficina. – contestó con calma. En realidad no había dormido bien los últimos días.
Su cuñada se metió un trozo de queso en la boca y lo examinó curiosa.
–Hace 17 años que te conozco, querido, tú y yo sabemos que no estarías aquí comiendo queso conmigo.
Levantó la vista.
En realidad sí que tenía mucho trabajo y mañana desayunaría de nuevo con los Furness, pero había decidido tomarse la noche libre.
– Estoy bien – no supo exactamente qué añadir. Cualquier desliz que tuviera hablando con Leila lo obligaría a explicarse más y no quería.
– ¿No hay nadie? Oh, vamos, ¿no le habrás roto el corazón a esa chica con otra o con varías? – bromeó la mujer.
Stewy miró concentrado en la pared del fondo, demasiado consciente de sí mismo, y luego intentó parecer solo muy superficialmente ofendido:
– ¿Por qué en esta familia todos creéis siempre lo peor de mí? – preguntó encogiéndose de hombros.
Leila arqueó una ceja detectando una pizca de algo detrás de su leve sonrisa.
– Oh, Stewart, no te enfades...
– No estoy enfadado. – miró al suelo y luego se rascó la barba. ¿Por qué hoy le estaba costando tanto esto?
Leila le miró con recelo cuando Rosalinde, la cocinera, la llamó. – Señora Hosseini, puede venir un momento, es que…
– Ahora vuelvo. No te muevas, y disculpa mi broma, normalmente no parece sentarte mal. No tenía mala intención, en serio.
Miró a su móvil un instante porque Sandi acababa de mandarle el link con la noticia del Post.
Le dijo que Logan y sus hijos estaban en Inglaterra. Pese al tono impaciente del mensaje de Sandi hija (a este paso un día iban a empezar a convocarlo a reuniones de urgencia a medianoche), la verdad no le pareció nada de lo que sorprenderse.
Por supuesto que los Roy iban a mover el culo por una vez.
El tiempo les apremiaba a todos y aún estaban lidiando con las repercusiones del artículo de los cruceros.
Revisó el resto de wasaps.
Aún no sabía qué hacer con el silencio de Lavinia.
No tenía su dirección ni podía preguntarle a las personas que conocían en común porque esos eran, bueno…, miembros de su familia… cuya mayoría lo odiaba o él prefería que siguieran sin saber que pasaba algo entre ellos.
Había pensado en ir a Dust o buscar ese chaval… Greg… pero la verdad… no quería quedar como un acosador o algo así.
La pérdida de poder que sentía en esta jodida situación no era algo a lo que estuviera acostumbrado.
Parpadeó cuando saltó una nueva notificación.
"Estoy fuera de Nueva York. Son solo unos días. Hablamos, ¿vale?".
Lavinia.
Antes que pudiera decidir si contestar o esperar o…, ella envió un segundo mensaje:
"Sé que esto se merecía al menos una llamada, pero me siento un poco sobrepasada. No es por ti. Perdóname, por favor".
Decidió que respondería cuando estuviera en el coche de camino a casa; porque ahora, aquí, no debería, aunque no hacerlo inmediatamente le resultó una tarea titánica.
Era bastante consciente que o reaccionaba o la perdía.
No tenía ni idea donde estaba Lavinia… pero en este momento sabía que se alejaba.
Ella le había tocado por debajo de la piel de una manera que francamente le daba mucho respeto.
Sabía por qué no le había dicho que se habían dejado de ver con Zahra. Era porque la conversación que seguía a aquella no la podía escudar en nada que no fueran ellos dos…
Era impensable contárselo sin decirle que estaba loco por ella.
Por ella, joder.
Recordaba el beso en Argestes, sus manos en su cintura, Lavinia abrazada a él con fuerza, besándose hasta que sus bocas no daban más de sí…
Esta vez fue su propio hermano quien apareció por la puerta alejándolo de esos pensamientos.
– Hola, capullo – saludó Darian de forma cariñosa al entrar en el salón. Apenas más bajo que él, era más fornido y ancho de hombros.
Fue directo a abrazarlo.
– Encantado de verte también. – chasqueó la lengua con una sonrisa.
– Lo digo en serio – se quejó su hermano – ¿Cuánto hace que no te dignabas a venir?
– No es mi culpa que os hayáis trasladado a la Cochinchina.
– Son 2 horas. ¡Pero tú puedes venir en un maldito helicóptero! ¿O no? – alzó las cejas – Vamos, ¿qué te cuentas?
Su cuñada apareció por detrás aun con cara de disculpa. Casi podía sentir los engranajes de su cabeza trabajando para volver al TEMA. Por favor, no.
Por suerte las dos mocosas pre adolescentes eligieron ese momento para aparecer bajando a trompicones por la escalera. No le gustaban los niños. Como mínimo, no le gustaba la mayoría de los niños, pero de vez en cuando hacía una excepción con estas crías.
Darian podía comprarles perfectamente la fábrica entera de bicis, pero quien era Stewy para quejarse de que le quisieran por eso.
– ¡Tío!
– ¡Tío!
– La semana que viene hay una obra de teatro en el colegio y participamos. ¿Podemos enseñarte los vestidos? – dijo la pequeña.
– Después de cenar, señoritas. Va, a lavaros las manos – les avisó su madre.
Stewy puso cara de dolor y su hermano se rió.
–Ni Lei ni yo vamos a salvarte de esta hoy…
Después que enviaran a las crías a dormir y cuando ya iba a por su abrigo, su cuñada volvió a la carga.
Estaba realmente preocupada por si antes lo había ofendido e iba a pensar lo peor de ella por intentar sonsacarle detalles de su vida amorosa.
Leila era una buena mujer y sabía que se preocupaba, así que se compadeció un poco. Aunque puede que fuera porque su móvil ardía en el bolsillo del pantalón con los mensajes de Lavinia y sabía qué debía encontrar una respuesta que no fuera completamente aséptica, pero que mostrara que iba a respetar esos días que le pedía.
– Hay una ella, ¿contenta? Aunque creo que haga lo que haga voy a meter la pata… No tengo ni idea – volvió a poner los ojos en blanco por la expresión de "ya lo sabía" de su cuñada.
Leila le apretó el brazo con afecto.
– Vas a hacerlo bien.
Y luego de un momento, con una sonrisa de oreja a oreja:
– ¿Es guapa? ¡Por supuesto que lo es! ¿Qué edad tiene? – le interrogó.
Ahora había creado un monstruo. – Lei… Lei… por favor – rogó alzando las manos – ¿podemos dejarlo aquí? Y por favor, esta vez no se lo contéis a mis padres, ¿quieres?
– Lo prometo. Aunque entonces tampoco se lo voy a contar a Darian, sabes que adora a su hermano pequeño, pero es incapaz de callarse nada cuando va a casa de tus padres – le dio unos golpecitos en la espalda.
Cuando ya empezaba a anochecer, Lavinia se paró de pie, incómoda, enfrente del pequeño porche de paredes blancas y vigas a la vista de casa de su madre. Estuvo a punto de acobardarse, pero ¿dónde iba a ir a estas horas? Subió la escalera y apretó el timbre. Al instante, se oyeron unos pasos detrás de la puerta.
Marianne abrió la puerta y la luz y la vio aparecer en el umbral.
Llevaba el cabello castaño oscuro en una cola de caballo y era tan bajita como la recordaba. Traía puesta una bata azul hasta los pies.
– Hola…
– ¿Están tu hermano y tu abuelo, bien? – la miró con los ojos entrecerrados. No estaba exactamente preocupada. Solo parecía sorprendida de verla, confusa.
Pero eso era imposible porque le habían contado que venía.
– Están bien. Te dije que vendría hoy.
– Claro… pero pensé que habíais dicho mañana o pasado al final – se repuso – Pasa – La hizo entrar en el vestíbulo y vio que Marianne iba descalza.
– No, es Greg quien llegara más tarde. Se va a retrasar un poco por trabajo...
Estaba segura de que se lo habían explicado bien.
Greg había llamado a su madre y había puesto el auricular en el manos libres para que ella pudiera participar de la conversación.
– Estaba leyendo en mi habitación. No esperaba exactamente a nadie para cenar. –Empezó a recorrer el pasillo, haciéndole señas para que la siguiera – Hay zumos de mango y naranja en la nevera. Sírvete luego si quieres.
No hizo el menor intento de abrazarla o conceder de alguna forma que llevaba años sin verla.
Aunque habían mantenido llamadas unas dos veces al año hacía mucho que no tenían una charla real.
– Claro… ahm, gracias.
Lavinia se movió incómoda, retorciendo entre sus dedos el asa del enorme bolso donde traía sus cosas y ropa de recambio.
– La casa no está muy presentable, tu abuelo hace meses que no me ayuda y hace años que ya no viene esa chica una vez por semana.
– Claro… mamá, no te preocupes.
Lavinia recordaba a Mauren viniendo a limpiar los jueves por la mañana durante un par de horas. A veces, había piezas de ropa o utensilios de la casa que sus padres eran incapaces de recordar donde estaban hasta que no llegaba ella y las encontraba en los lugares más obvios.
Marianne se la quedó mirando de nuevo.
– Realmente esperaba que tu hermano al final te acompañara – dijo evaluándola de arriba abajo. – Es extraño tenerte por aquí después de tanto tiempo.
– Ya… ahm… – su madre no parecía que sintiera ninguna especie de alegría por verla pero aquella no era exactamente una sorpresa.
De pronto se sintió muy pequeña.
Pero Marianne siguió su camino hasta las escaleras como si lo que hubiera dicho entrara totalmente dentro de la normalidad de una conversación madre - hija.
A decir verdad quizás era completamente ridículo que ella estuviera ahí. No había pisado esa casa durante años.
– Tu vieja habitación está llena de trastos, cajas y la decoración de Navidad, pero puedes apartarlo todo en un rincón. No pensaba que vendrías la verdad… – repitió, observándola desde lo alto del primer grupo de escalones.
Era la clase de situación que frustraba a su yo adolescente y le hacía meter la pata. La Lavinia del presente apenas suspiró.
– ¿No tendrás wifi, verdad?
– En la habitación de tu hermano están el ordenador y el router. Como ahora sois uña y carne, supongo que no le importara que toques sus cosas.
– Vale. Gracias.
Era mejor que durmieran y mañana sería otro día. El viaje la había dejado agotada.
Había encendido el móvil esa tarde y tenía varias llamadas de Stewy y un mensaje.
Echaba de menos sus brazos a su alrededor, pero sabía que en esto no había ningún mágico príncipe salvador que valiera... y para ser sincera tampoco quería que fuera así. Tenía que afrontar a su madre ella sola.
Y después, encarar el hecho que era tan cierto que estaba enamorada, como que si volvía a tener alguien al lado éste tenía que corresponderla sin reservas.
No estaba segura del por qué él la miraba como todas las chicas querrían ser miradas alguna vez... pero no podía darse el lujo de presuponer que significaba tanto como ella se permitía fantasear en momentos de debilidad…
Antes de saber lo de Kendall no le entraba en la cabeza que tuviera ojos para nadie más que su novia, tan alta, tan guapa, tan perfecta como le había parecido en Rhomboid… ahora tenía un millón de preguntas más.
Vio cómo su madre abría la puerta de su habitación y le indicaba que pasara. Era una habitación en tonos azules pálidos y blancos que le recordaba al mar. Se sentó en la cama frente a su antiguo escritorio dejando la bolsa en la silla que quedaba enfrente.
Para su sorpresa, excepto por las cajas que había en el medio y el árbol de Navidad a medio desmontar, todo seguía igual que la última vez que había estado ahí.
Antes de irse, Marianne se quedó contemplándola desde la puerta.
– Vinnie… – la llamó. Como si de repente ya no fuera una extraña que se aparecía en horas intempestivas, sino la niña que una vez había ocupado esta habitación – ¿Puedes asegurarte que tu abuelo sepa que has llegado y que te he recibido como Dios manda?
– ¿A esta hora?
– ¿De verdad crees que se va a dormir hasta que sepa que tu terrible madre se ha comportado?
– No digas eso…
Marianne resopló y le vio mover un pie impaciente contra la madera del suelo.
Había un pequeño defecto en el parquet en ese punto. Uno de los tablones hacia un ligero ruido cuando pasabas por encima.
Su madre negó con la cabeza como si pensara para sí misma. Luego, asintió como si tratara de convencerse de hablar o no.
– Ahora ya no hace sol. Mañana podemos ir abajo o salir al jardín y me cuentas como te va en la ciudad – ofreció.
– Por supuesto – Lavinia retorció las manos en su regazo.
Su madre volvió a poner el pie en el tablón defectuoso y resopló.
– Para tu abuelo soy el último mono – se quejó –.
¿A qué venia eso?
– Mamá…
– Mira esto, y no hay dinero para arreglarlo – señaló al suelo – Se lo digo pero… ¿Qué va a importarle? Hace años partió el testamento en tres… como si tú y Greg no fuerais mis hijos sino los suyos… Primero decía que era la última voluntad de tu abuela, que quería que te incluyera y, claro, cuando nació Greg… lo puso también a él. Después empezó a hablar de organizaciones ecologistas… supongo que entonces ya no le importaba tanto la opinión que había tenido mi madre. Ahora directamente dice que voy a apañármelas con 5 millones porque piensa que he empujado a Greg a los brazos del tío Logan y cree que despilfarro – se quejó – Le pedí algo de dinero para la casa. Es grande pero vieja y necesita reformas o voy a vivir con goteras y el suelo levantado. ¿Quién hace eso a su única hija?
Lavinia no supo qué decir.
Pensó que Marianne había estado planeando soltar aquello, puede que hubiera hablado con Ewan por teléfono y hubieran discutido hace poco…
Normalmente su madre debía contar a Greg ese tipo de cosas, aquí no tenía mucha compañía para desahogarse.
Ese defecto del suelo, la había molestado más de la cuenta. Pero ya debía saber que estaba aquí, ¿o no? ¿En serio estaba la casa tan mal?
No tenía ni idea por qué su abuelo seguía usando su testamento de arma arrojadiza… y por qué al parecer lo había hecho siempre…
Dios, odiaba que hubiera vuelto aquí después de tanto tiempo y ese fuera el primer tema serio de conversación, pero podía comprender por qué estaba frustrada.
En otra época, no solía entender a su madre en absoluto.
Ahora podía distinguir mejor entre los murmullos y comentarios subrepticios hacia ella y todo lo demás… podía ver su frustración… pero aun así…
Cuando fue a decir algo torpemente, su madre cambió el tema de conversación…
– ¿Bajarás a por el zumo?
– Sí, supongo, sí.
– Hazte también un sándwich. Tengo pavo sin grasa en la nevera – la miró – Recuerdo que tenías facilidad para engordar de pequeña, has de vigilar, ya no eres una niña…
– Mamá…
Cuando su madre se fue, se estiró en su vieja cama. Aparte de los muchos trastos que había por el medio, nada había cambiado mucho aquí desde su infancia. Le sorprendía que no lo hubiera tirado todo.
Dio un vistazo a un par de fotos descoloridas metidas en marcos de los noventa. Una de grupo de clase, otra con Greg y su amigo Dan.
El póster de Luke Perry aún le sonreía desde la pared junto al montón de libros de la estantería.
Miró la hora en su teléfono. Eran las 20:30. Cayó en la cama mirando fijamente la pantalla, el corazón contraído. Tenía que contestar a Stewy.
En el fondo, sabía que Tabitha tenía razón y era mejor llamarle y tener una conversación seria, llorar como una magdalena esta noche si el cuerpo se lo pedía y mañana empezar a pensar en… nuevas cosas.
Cortar por la sano.
Pero no podía.
Hablaría con él cuando volviera a Nueva York si es que a estas alturas a él le importaba todavía un poco lo que tuviera que decir. Había la posibilidad real que su actitud le pareciera de niñata o de loca. Había apagado el teléfono e ignorado su mensaje durante días. Puede que pensara que un rollo no merecía tanta molestia…
Se le revolvía el estómago al pensarlo.
Compartían un sexo magnífico, una conexión especial, la ternura de después, cuando Stewy le acariciaba la espalda y sentía su respiración en la piel; o simplemente cuando hablaban, él insistía en que comieran algo y ella se reía de uno de sus sarcasmos.
Tenía miedo de que hasta sus más pequeñas suposiciones sobre esos momentos fueran erróneas y de que todo hubiera estado en su cabeza.
No dudaba que la deseaba en la cama y puede que sintiera que tenían una gran conexión física…, pero quizás eso era todo.
Acostarse con el hombre más guapo de la boda de su prima Shiv, nunca iba a acabar en una relación seria. ¡No es que pudiera estar sorprendida!
Si este además era ex de su primo, la cosa se volvía un poco ridícula.
Por no hablar de la dichosa empresa.
No socializaba mucho con los Roy pero suponía que había ocasiones inevitables.
Si algún día Ewan lo supiera… de esta, puede que su abuelo la mandara a salvar chimpancés y bonobos a alguna jungla…; en vez de enviar dinero a sus causas… la exiliaría a ella.
Su abuelo odiaba lo que hacía su hermano pero guardaba mucho más que desprecio por los que querían su empresa… Era su hermano pequeño después de todo… De una manera extraña, Ewan le tenía lealtad…
Ni siquiera se trataba de dinero, pero a veces Lavinia sentía la necesidad de que toda esa charla interminable sobre ser la favorita de Ewan fuera un poco cierta, incluso si se había puesto furiosa cuando supo que la decisión de Bélgica nunca había sido propiamente suya, sino que era algo que su abuelo consideraba que había "permitido" por su bien.
Significaba que seguía teniendo un lugar en esta parte del océano…
Stewy le contestó los mensajes un poco pasada la medianoche.
"Si no tardas mucho, te esperaré lo que tú quieras. Besos".
Pasó su dedo sobre las palabras de la pantalla como si fuera idiota, buscando significados que desconocía si estaban ahí.
Ella sabía que él estaba jugando con las palabras.
Siempre estaba jugando, con las palabras, con los posavasos, con las manos...
La charla con su madre el día siguiente no fue mucho más agradable que la que habían tenido la noche anterior.
Lavinia encontró a Marianne en el pequeño jardín hacia el mediodía, sentada en las escaleras de la entrada y disfrutando del sol, entre dalias y crisantemos que parecían un poco mustios.
La había buscado a primera hora pero había supuesto que aún dormía.
– ¿Cómo estás? – la saludó haciendo un esfuerzo para sonreírle.
Esa pasada noche Lavinia apenas había conseguido cerrar los ojos cuando los primeros rayos del amanecer la obligaron a abrirlos de nuevo.
– Ya ves, disfrutando del sol.
– Este es un buen lugar…
Marianne llevaba gafas de sol pero aun vestía la misma bata de ayer.
– ¿Vas a contarme qué tal te va en Nueva York?
– Bien…
– Ya veo. Has conseguido un buen trabajo, ¿mm? Tu padre siempre dijo que eras más lista que el hambre, pero hazme un favor, – le dijo mirándola. Su tono fue correcto como si se obligara a ser amable o intentara recordar cómo hacerlo – deja a tu hermano hacer la suya. Él no es tan espabilado para sobrevivir solo por allí, y ha encontrado un buen lugar en la empresa del tío Logan, ¿por qué querrías que cambiara de parecer? Tu abuelo no tiene ningún derecho a exigir o…
Lavinia meneó la cabeza: – Tranquila. Solo estoy allí si me necesita…
– Ya… Pero tu abuelo confía en que siga tu ejemplo, – le advirtió. – y no le ha sentado bien que les ayudaras en ese sitio con el discurso del jefe de Greg. Para que lo sepas, si es que… pensabas visitarlo a él también… ¿Has pensado qué vas a decirle? Ya sabes cómo es…
– No fue… – intentó explicarse – Ayer lo llamé desde el teléfono fijo del recibidor como dijiste y apenas hablamos pero no lo mencionó.
– Bueno, conmigo no hace falta que te expliques, reina. – dijo algo forzada y luego volvió a un tono más agradable – Si vas al pueblo, compra algo para que hagamos la comida más tarde, ¿quieres?
– Claro.
Lavinia se encogió de hombros. Estuvo unos minutos allí plantada.
Ansiaba tener una conversación que significara algo con su madre pero no tenía ni idea si era mejor dejarla hablar de lo que quisiera y ver donde las llevaba eso o si cambiaria algo si sacaba el tema de su marcha a Bélgica…
Por una vez, Marianne acortó el camino.
– ¿A qué has venido en realidad? – le soltó cuando había dado algunos pasos para alejarse –.
– Únicamente de visita.
– Bien.
Hubo una pausa.
– Yo quería ser buena madre; la mejor madre, pero se ve que no fue así, ¿ahm? Espero que me perdones.
Lavinia la miró sin palabras.
– No… no te preocupes…
– Claro. Pero no sé si me merecía… ya sabes… todo ese silencio… estos años…
– Mamá yo… las veces que llamaba o las que volvimos a Canadá parecías tan enfadada… siempre quise que habláramos más… pero…
– No lo demostrabas mucho.
– Tu podías… podías haber venido a verme también algún verano… – le contestó en un murmuro sabiendo que se arrepentiría – Roger siempre dijo que estaban dispuestos a ayudarte con el billete si te animabas y no conseguías que el abuelo colaborara…
– ¿Para poderme pasar por los morros su pequeña familia feliz a costa de mi felicidad y de robarme a mi hija?
– Mamá…
– Ve, ve a comprar y vamos a preparar algo para comer.
A la vuelta, Marianne se había encerrado a su habitación como en los viejos tiempos.
Lavinia se alegró un poco porque esta vez sí se le notaba que había llorado y no habían sido solo cuatro lágrimas.
Había estallado en un llanto inconsolable tan buen punto aparcó el coche en el pueblo para comprar cuatro cosas en una de las tiendas del centro. Aunque había intentado retener las lágrimas, estaba segura de haber llamado la atención de otras personas que pasaban por la calle.
Lavinia preparó unos espaguetis a la boloñesa y le dejó de hechos por si Marianne quería comer algo después.
Pasando por el corredor hacia su habitación al atardecer no pudo evitar mirar la puerta entreabierta de la habitación de su madre y darse cuenta de que aún tenía en ella botes de pastillas a la vista y cajas de compras aleatorias de cosas que seguramente no necesitaba, pero compraba igualmente con el móvil o el ordenador.
Se sintió peor porque era evidente que Marianne necesitaba ayuda y no a su hija buscando respuestas del pasado que quizás ni siquiera existían.
Dudaba que a ella la escuchara pero quizás a Greg...
Su hermano llegó al siguiente día por la tarde cuando su madre y ella estaban comiendo unas empanadas en un silencio a medias.
– ¿No andas detrás de ningún chico? – le preguntó sirviéndole un poco de vino.
– Ahm, no, ya sabes, muchas horas de trabajo – se excusó.
– Mejor, mírame a mí, la vida es demasiada corta para andar detrás de cobardes como tu padre.
– Mamá…
– Hey, hey… ¿cómo, cómo estáis? – Greg irrumpió nervioso, algo acelerado cuando apareció por la puerta de la cocina – Estáis las dos bien, me alegro, me alegro mucho. Uh, ¿hay algo para comer?
– Más empanadas hijo – Marianne le sonrió de forma diferente a como la había visto hacerlo estos días con ella, aunque fiel al estilo de esta familia le miró de arriba abajo sin ningún mimo o muestra de cariño. Ewan nunca se había sentido cómodo con el contacto físico y a Marianne tampoco se le daba bien dar abrazos. Lavinia y su hermano habían sido personas criadas con menos mimo que otros niños – Come, come… explícanos, ¿cómo te va en tu nuevo puesto? ¿Te has cortado el pelo?
– ¿Te pasa algo? – le preguntó cuándo se quedaron solos en el porche de la parte de detrás. Pese a la insistencia de su madre para que hablara de su trabajo, Greg había estado muy callado desde su llegada.
– No, nada… o sí, bueno – se movió inquieto, mirándola de arriba abajo – Pero es completamente confidencial… ahm, top secret… no debería contártelo…
– ¿Pero vas a hacerlo?
– No… no lo sé… hipotéticamente, ¿tienes algún lugar donde guardar unos papeles… digamos recibos… en tu casa? El abuelo te dijo esa vez que compraras una caja fuerte o algo… para guardar ese collar, ¿verdad? ¿Lo… lo hiciste?
– ¿Qué tipo de papeles? – cuestionó. Había comprado una caja como la que hay en muchos hoteles pero francamente no la había collado a ningún sitio… si eras un par de tíos fornidos, te la podías llevar entera… cerrada eso sí… era poco útil la verdad pero cuando estaba en la residencia le había parecido mejor que nada y la tenía en el fondo de un armario.
– Hipotéticamente… son recibos. Es que no puedo tenerlos en el trabajo… y Kendall aún planea fiestas en mi casa… no sé si debería… ya sabes…
– Ahm, no… no lo sé – sonrió un poco por su tono pero la conversación entera le pareció bastante extraña.
– Porque… digamos… ahm, ¿él te agasaja o festeja cuando estás en tu casa?
– ¿Me qué? ¿Por qué hablas como si de repente estuviéramos en 1968?
– Es solo una suposición… es que son top secret… lo que te estoy diciendo… los papeles… los he salvado de las llamas… ahm, literalmente…
– Tendrás que explicarte mejor si quieres que entienda algo…
– Solo… voy a pensármelo, ¿de acuerdo?
– ¿Tú vas a pensártelo? Pero no… – negó con la cabeza confundida, y pese a que tenía un montón de cosas en la cabeza casi se rió – ¿Quieres guardar algo en mi casa? ¿Pero quién va a pensárselo eres tú? – y luego, en una nota más seria: – ¿En serio que estás bien?
– Sí, bueno, me duele la espalda de dormir el otro día en el sofá, pero…
– ¿Otra fiesta de Kendall? – lo miró preocupada.
– No, Tom se quedó… amistosamente una noche. Ahm, teníamos algo que hacer por la mañana que quería… uh, supervisar.
– Eso no tiene sentido.
Automáticamente, Greg se esforzó en cambiar de tema:
– ¿Cuándo nos vamos hacia casa el abuelo?
Lavinia suspiró.
– Cuando quieras… podemos salir mañana pasado cuando amanezca.
– Guay – le hizo una señal de aprobación con el pulgar alzado.
– Greg – dijo cuidando las palabras. Entre ellos aún era un asunto delicado hablar de Marianne. A veces temía que Greg le dijera que, ya que se había marchado, no tenía derecho a meterse – ¿Has intentado hablar con mamá sobre las pastillas?
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, ya sabes… abusa un poco de ellas...
Odiaba hacer como había visto siempre en casa y hablar en eufemismos de aquel problema de Marianne, pero tampoco sabía cómo más decirlo ni si Greg lo recibiría de otra forma…
– Ella dice que tiene las recetas, ahm, y que solo se las tomas si se encuentra mal… pero si quieres que le diga que… ¿qué quieres que le diga? – abrió los ojos atento. En ningún momento pareció pensar que ese era un tema que ella no debía tocar.
– Solo digámosle… dile que se cuide… y quizás podemos intentar pagarle un mejor medico…
– ¿Crees que nos dejara? No le gusta hablar con gente nueva.
Greg probablemente tenía razón.
– Tanteémosla…
– Tú… ¿estás mejor? – la interrogó su hermano entonces.
Se encogió de hombros. – No lo sé. Quizás sí…
Quizás lo único que podía hacer con respecto a su infancia era validar que se sintiera así de triste en pensar en ello.
El día que se fueron hacia el rancho de Ewan, que estaba situado más al noroeste, Marianne se pasó media hora encerrada en su habitación hablando con Greg del testamento de su padre…
No le faltó decir que en este momento su única esperanza financiera era su hijo.
No es que no hubiera recorrido a Lavinia si hubiera pensado que podía, sobre todo ahora que había venido a casa, pero Greg era el único que ganaba suficiente para ello y quien ya le había puesto una tarjeta de crédito…
Además, por lo que Lavinia había deducido en el desayuno, ella suponía que ya que Greg era quien trabajaba en Waystar…
… bueno si alguien tenía que heredar algún día las acciones de la empresa que tenía Ewan y la silla de la junta,…
Lavinia había estado muy tentada de explicarle que los sitios en las juntas de las empresas no se heredaban, porque por eso existían los miembros de la misma y se votaban y demás… y no era algo que Ewan realmente pudiera poner en el testamento… pero era de aquellas cosas que su yo adulto sabía perfectamente que no ganaría nada haciendo un esfuerzo por razonar… y simplemente se dedicó a morder con más fuerza su tostada con mermelada.
Ni siquiera podía conseguir que le importara…
… en el mundo ideal de Marianne, Lavinia probablemente iba hacerse ganadera… la imagen tenía su gracia… sí, ese lugar siempre le había gustado… pero Brujas, Amsterdam, ahora Nueva York… se había vuelto una chica demasiado de ciudad para eso…
Aunque no podía decirse que hoy no se hubiera vestido para el papel…
Si iban a visitar a Ewan y suponiendo que les fuera a dejar quedarse unas horas o incluso a dormir… iban al campo… esta semana hacía un tiempo muy veraniego… así que se vistió con una blusa, unos pantalones cortos y unos botines.
Al parecer entre las atribuciones de hermano, Greg parecía pensar que estaba su obligación de advertirle que esos tejanos eran tan cortos que no podían ser cómodos…
… pero ella iba cómoda… y agradecía poder usar ropa que llevaba en su maleta desde que había dejado Brujas…
Por alguna razón estaba bien ir a trabajar con unos tejanos bonitos en Flandes si no había nada formal en la agenda… al menos donde ella había estado… pero en Nueva York todo el mundo iba vestido como si trabajaran para Goldman Sachs.
Stewy no se podía creer que fueran a perder ese día tan a la ligera cuando el tiempo que tenían era precioso.
Habría protestado si creyera que eso iba a conseguir alguna diferencia con Furness.
Cuando más enfermo se sentía, más beligerante y testarudo era.
Su hija decía que estos últimos días se había encontrado especialmente mal al levantarse.
Ayer mientras cenaba consultando los últimos datos de la bolsa, en lo que después había considerado un momento tonto, casi había considerado la posibilidad que para Lavinia "fuera de Nueva York" significara ese lugar.
Pero sinceramente lo más probable es que hubiera ido a casa de su madre… sabía que lo de Roman la había puesto mal por ese motivo… y aunque su sincero consejo habría sido que, por favor, por favor, no se torturase, era consciente que el pulso de caer en ello era fuerte y no era su lugar meterse en medio…
Era extraño como hacía solo dos meses que habían compartido aquella primera noche pero había bastado para que pensara en ella como alguien que conocía íntimamente… y no solo en el sentido más vulgar de la frase...
Estaba dispuesto a esperar que ella diera señales de vida.
Y luego… no sabía qué pasaría luego.
Ocupaba su tiempo intentando manejarse a través de esta coalición con Sandy Furness. Una vez había dicho que eran la "cabeza de un caballo y el pene de un cisne".
Eso también había sucedido hace pocos meses… y parecía que había pasado… mucho mucho más tiempo…
Subió a un jet con Sandy y después a un coche alquilado a nombre de una de las empresas de éste… y solo por si no le hubiera escuchado las veces anteriores, le recordó que probablemente tenían suerte que el hermano ermitaño de Logan Roy tuviera su rancho en Canadá en vez de en Texas…
– Esto es sólo una visita de cortesía por nuestra parte.
– Probablemente esperara que avisáramos para una de esas…
– Es una granja, ¿no? Un negocio. Hemos enviado un fax después de intentar llamarlo en repetidas ocasiones… seria deshonesto por nuestra parte no explicarle como a toda la gente con quien hemos hablado antes porque creemos que está perdiendo dinero…
Un fax. Era algo tan arcaico que la verdad… se imaginaba un aparato lleno de polvo, recibiendo un papel con el aviso del asistente de Sandy… que nadie se molestaba en mirar…
Mucho menos Ewan Roy.
Kendall le había contado una vez que de Logan su hermano decía que era un ex escocés, un ex canadiense y un ex ser humano, pero aún su hermano.
Él mismo había visto como lo apoyaba en la moción de no confianza.
Quizás sus reticencias a estar aquí iban por otro lado… pero se había construido un exterior tan cuidadosamente despegado para los negocios que le era imposible reconocer sin más que a veces sí daba un carajo por algunas cosas…
Ewan Roy recibió a sus nietos refunfuñando.
Venían de estar con Marianne y eso a su parecer solo podía significar que les había hinchado la cabeza con ideas sobre su herencia.
La vergüenza que le provocaba su hija se lo comía vivo.
Ewan había tratado a su difunta esposa como si estuviera hecha de oro, pero siempre había sido él quien se había encargado de todas las decisiones…
Excepto cuando se trataba de Marianne… Louise había tenido una paciencia infinita con ella…
… cuando se había quedado embarazada siendo una cría (¡porque a los 18 años era una niña!) no le habían exigido que se casara con ese idiota… de hecho, habían intentado disuadirla de ello…
Louise prácticamente se había ofrecido para criarle la niña mientras iba a la universidad… y Dios sabe que él no habría podido disuadirla aun queriendo…
Pero su hija era más dura que un ladrillo.
No es que no les hubiera pedido dinero, pero para vivir bajo sus términos con ese cabeza de chorlito.
Todo había ido como había ido… y para añadir sal a la herida… conspiraba con Greg para meterle más y más al fondo de ese nido de serpientes…
Louise habría dado en el cogote a ese nieto suyo y lo habría puesto en vereda… pero la pobre no había llegado a ni a poder sostenerlo de bebé… maldita fuera la enfermedad que se la había llevado…
Observó a su nieta por el rabillo del ojo mientras acariciaba un caballo de pelo grisáceo bajo las instrucciones de Tony, su jefe de cuadra. Greg se mantenía a una distancia prudencial de ellos.
– ¿Quiere probar a montar?
– Oh, no – negó la chica – Una vez habría dado todos mis libros favoritos para aprender… pero hace mil años… no, no, gracias…
– ¿No habías montado antes? – dijo Greg.
– ¡Eran ponis! No, creo que una vez o dos subí a un caballo, pero no va a pasar hoy…
No necesitaba más emociones, ya había tenido suficientes últimamente.
– Me voy al mercado… Greg, acompáñame… – anunció Ewan interrumpiendo los evidentes esfuerzos de ese chico, Tony, para llamar la atención de su nieta.
Su padre era un buen jefe de cuadra… pero se había puesto enfermo… Tony solo era un joven tarambana como la mayoría parecían serlo esos días…
– ¿Puedes ir a la casa y decirle al viejo Finnigan que voy a estar fuera una hora? – mandó a Lavinia para que no se entretuviera por aquí.
– Claro.
John Finnigan era el encargado del rancho. Llevaba toda la vida trabajando con él y a estas alturas probablemente se jubilaría como él… cuando se fuera al otro barrio.
Bajo su experiencia se podía confiar poco en los jóvenes para las cosas que importaban… tenían fuerza y salud para hincar el callo… pero poca cabeza para otras… como este Tony…
La mayoría ni siquiera veía el mundo que les estaba quedando…
¡… mira a su hermano…!, ... era terrible… pero sus hijos eran mucho mucho peores.
John Finnigan estaba alterado.
Pudo deducirlo porque enseguida que la vio llegar fue hacia ella soltando juramentos en voz baja.
– ¿Dónde está su abuelo?
– Me ha mandado a decirle que ha ido al mercado.
El hombre se pasó una mano por la cara.
Lavinia terció con cuidado. – ¿Hay algún problema?
– No sé si me han confundido con el mayordomo o con el secretario de su abuelo, Vinnie. Les he dicho que no tiene ni una cosa ni la otra y ningún interés en recibirles, pero insisten en esperar a que se lo diga él mismo.
Era increíble como John, mano derecha y a la vez uno de los amigos más antiguos de su abuelo, podía seguir aquí al pie del cañón tantos años después.
Tenía algunos de sus mismos manierismos y un fuerte acento irlandés mantenido a base de cabezonería.
– ¿Quiénes?
– Los señores que mandaron el iPad en una caja de cartón. Su abuelo me pidió que me deshiciera de ese trasto.
Hizo un esfuerzo por no suspirar porque eso no le decía absolutamente nada. Volvió a intentarlo:
– ¿Qué iPad?
La voz llena de (quizás falsa) bonhomía de Sandy Furness irrumpió detrás de John Finnigan.
– Solo un pequeño regalo de Maesbury Capital para que los accionistas de Waystar sepan que se está malbaratando su dinero.
Por un instante, Lavinia sintió vértigo a mirar más allá de la figura cercana de John Finnigan. Como si se mareara.
Fue evidente cuando profirió una especie de risa incrédula que Sandy la reconoció en cuanto John se apartó un poco de su línea de visión.
– Ho… hola – dijo sonriendo entre divertido y curioso.
Entonces Furness giró la cabeza hacia el hombre que lo acompañaba y que mantenía un silencio vehemente, uno que hablaba más que sus palabras.
Stewy la miraba a ella lo más serio que le había visto nunca.
Lavinia se quedó de piedra, donde estaba.
Sandy insistió: – Solo es una visita de cortesía a su abuelo, señorita Roy.
– Es Hirsch – intentó reponerse – Roy… es mi madre… la hija de Ewan…
– Claro. ¿Podemos pasar y esperarle en un lugar más cómodo? ¿Tomar algo?
Sabía cómo se pondría su abuelo con John o con cualquiera que fuera contra su deseo general a ser dejado en paz.
– Desafortunadamente, yo no tengo autoridad en esta casa… – contrapuso – no puedo invitarles... más allá de si quieren un vaso de agua… y ya que han entrado hasta aquí, hay un par de butacas en este recibidor… pero me temo que es todo lo que puedo hacer…
Podía ver la expresión de Sandy Furness; estaba sumamente entretenido por lo que fuera que creía que acababa de descubrir.
Miró a su móvil.
– Tengo que hacer una llamada… vuelvo en un par de minutos…
Sandy lanzó una mirada a su joven socio y salió por la puerta con grandes pisadas y el móvil en la mano.
John Finnigan seguía clavado a su lado.
– Está bien – le dijo Lavinia – les conozco. Me puedo quedar hasta que llegue mi abuelo.
– ¿Pero no dijo que tardaría al menos una hora?
– No me importa estarme por aquí mientras tanto.
El hombre dudó, pero al final se fue entre quejas.
Stewy le mantuvo la mirada con expresión ceñuda.
– ¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Lavinia a quemarropa. Su voz sonó más brusca de lo que había pretendido.
– No tenía ni idea de que estarías. Hubo un momento en que se me pasó por la cabeza, pero...
Lo interrumpió, mucho más suavemente:
– Lo sé. Claro… Me refiero a ¿por qué habéis venido a ver a mi abuelo…? No creo que os quiera aquí.
Se dijo a sí misma que sus ojos tenían algo especial. Quizás era de lo primero que había caído enamorada. Aparte de su barbilla y esa boca endemoniada. Tragó saliva.
– Es un accionista importante… dispone de acciones con voto y una silla en el consejo. Necesitamos cualquier apoyo que podamos conseguir.
– Os va a echar – Lavinia notó los latidos del corazón en la garganta y en el estómago.
Él ladeó la cabeza: – Es un riesgo que Sandy estaba dispuesto a correr.
– Stewy…
Se acercó varios pasos:
–… Lavinia, ¿por qué te fuiste así? Hay cosas que necesito decirte…
– No sé si…
– ¿Qué no sabes?
– No aquí, no. Tu socio va a volver, mi abuelo va a llegar… – no le salía la voz.
– ¿Podemos comer juntos cuando vuelvas a Nueva York?
– Sí, vale, pero…
– Solo dime un día. Sea lo que sea lo que tenga en la agenda, lo puedo cancelar – miró hacia la puerta – Me va a matar… Sandy, quiero decir… porque no le dije quien eras…
– No descartes a mi abuelo tan fácilmente, para que te mate, digo – se mordió el labio inferior.
Ambos respiraron al mismo tiempo, y se miraron.
Su abuelo vivía solo, pero había una mujer y su sobrina que "le ayudaban"; es decir, que mantenían la casa limpia y ordenada, y le hacían las comidas.
El viejo Finnigan tampoco correría muy lejos.
Estaban situados en muy mal lugar, entre puertas.
– ¿Por qué no hablamos cuando nos hayamos reunido con tu abuelo?
Lavinia sonrió.
– No os van a quedar ganas de quedaros mucho por aquí cuando hayáis hablado con mi abuelo…
Stewy agachó la cabeza hacia ella, la miró a los ojos y deslizó su mano izquierda por su mejilla mientras la atraía hacia él con el brazo derecho. La besó. Repasó con la lengua el contorno de sus labios, buscó su lengua y sus dientes, mordisqueó con suavidad la carne de su boca.
El beso ardía. Intenso, dulce, sus respiraciones atrapadas en él.
Era demasiado arriesgado.
– Para…
– Vale… – jadeó contra su boca entreabierta.
Lavinia dio varios pasos atrás que le costaron un infierno.
– Hay demasiadas cosas. No puedo seguir haciendo esto contigo. Me gustas, pero no es razonable...
Él arrugó levemente el labio. Intentó percibir si podía sentir la voz de Sandy o sus pasos en algún lugar próximo. ¿Dónde demonios se había metido?
Si iba a reaparecer en el peor momento, prefería que lo hiciera ya. No quería ser interrumpido si le decía esto.
– Escucha Lavinia…
– No, yo…
– Lavinia, probablemente vaya a cagarla, pero eres jodidamente importante para mí. Lo único que me apetece es pasar tiempo contigo, lo sabes, ¿verdad?
– ¿Cómo puedes...?
Él inclinó la cabeza buscando su contacto visual. – Zahra y yo hemos roto. Se ha acabado. Debería habértelo contado en Argestes...
Sintió que sus rodillas iban a ceder bajo el peso de su mirada, profunda y aguda.
– ¿Por qué? – arrugó el entrecejo deliberadamente obtusa.
– No era real…, había dejado de tener sentido. Esto, tú y yo, sí lo tiene...
Lavinia exhaló: – Stewy…
Se detuvo a sí misma ante la aprensión en su estómago.
– Aquí no podemos tener esta conversación – se mordió el labio.
–Dime al menos qué es lo que te agobia.
– Mierda, Stewy…., pues no sé. Tienes… – dijo, mientras pasaba los ojos por su cara – tenías novia. Y luego – bajó la voz – tienes una historia con mi primo. Que sé que dijiste que está en el pasado y te creo… pero… Es raro. Todo esto es raro.
Escucharon voces fuera en la entrada.
Eran Sandy y su abuelo.
Le miró y Stewy asintió dejándola pasar primero.
Las voces se hicieron más fuertes cuando cruzaron la puerta de entrada hacia el exterior. El porche de la casa era de suelo de pizarra. Las puertas, los marcos y las vigas del techo eran de madera oscura, y el espacio era grande y ventilado.
– Vinnie – dijo su abuelo – Veo que has encontrado al otro polizón. Estos señores ya se iban.
Stewy se mantenía solo a unos pasos de ella, demasiado cerca.
– Señor, mi socio y yo solo pretendíamos exponer cuál es la situación de la empresa – le dijo a su abuelo.
Ewan resopló.
Greg estaba al lado del anciano y no dejaba de mirarla.
Consciente de todos los que la rodeaban, Lavinia evitó el contacto visual.
A este ritmo iban a ser trending topic en Waystar.
Se notó muy tensa.
Por suerte, Sandy había aprovechado la intervención de Stewy y estaba hablando:
– Los consejos dirigen empresas, no los directores ejecutivos. Logan y sus hijos están llevando a la empresa a un punto muerto. Si nos ayuda, hay maneras de darle un nuevo comienzo y que el dinero de los accionistas deje de irse por la cañería.
Esta vez Lavinia sí subió la mirada hacia Stewy.
Ewan pareció especialmente ofendido por las palabras de Furness.
– Soy viejo, pero no idiota. No me sorprende que los buitres sobrevuelen la empresa de mi hermano, supongo que se lo ha ganado a pulso. En cuanto suba el valor de las acciones, la trocearan y la venderán. Voy a mantenerme al margen, muchísimas gracias. Ahora, si ambos tienen la amabilidad de salir de mi propiedad…
– Si está seguro…
– Lo estoy. Si me disculpa, estoy pasando tiempo con mis nietos.
Él la siguió con la mirada cuando se movió hacia Greg. Ella lo miró.
– ¿Sabías que vendrían? – le susurró Greg cuando su abuelo entró en la casa hablando para sí mismo. Habían dado media vuelta con el coche cuando iban hacia el mercado porque su abuelo quería reaprovechar unas cajas de casa para traer fruta y verdura.
– ¡No!
– ¿Por qué crees que el abuelo… Digo, asegura que odia a Logan, ¿no? Pero no va a votar en contra de él, ¿lo hará? Ahm, esa vez de Kendall no lo hizo.
– Porque es su hermano, tonto.
– Pero…
– Greg – suspiró – Me da igual, no quiero hablar de ello…
Sandy lo examinó de arriba abajo una vez que estuvieron en el coche.
– No te voy a juzgar chico – dijo – Pero podríamos haber preparado esta reunión mucho mejor con su ayuda.
– No habría servido de nada involucrarla – Stewy luchó internamente antes de hablar, pero se las arregló para ser firme – Ya lo has escuchado, detesta a su hermano, pero no lo suficiente para tolerarnos, ella no le iba a ablandar.
– ¿Qué vas a hacer? – Sandy recuperó su tono de curiosidad – ¿Vuelves conmigo a Nueva York o …
Esa era una buena pregunta.
– No lo sé – admitió – Tengo una larga conversación pendiente con ella.
Sandy volvió a sonreír.
– Sí, estaba bajo esa impresión.
Stewy retiró los dedos de su móvil un par de veces antes de escribirle.
"¿Hay algún lugar de este sitio donde podamos hablar tú y yo a solas?"
"Quizás sería mejor que esperáramos a tener esa comida en Nueva York".
"Pon una fecha" – insistió.
"No lo sé. Cuando vuelva hay un montón de trabajo que tendré que recuperar porque parece ser que el veinticinco o el veintiséis me vuelvo a ir".
No dijo nada pero su expresión hizo que Sandy se le quedara mirando.
"¿A dónde?".
"Mi abuelo nos acaba de contar que le ha estado llamando esa mujer… Rhea… no sé el apellido… Quieren que vayamos a Dundee".
Se frotó la cara en silencio mientras pensaba.
"Déjame verte hoy".
"Hay unos cobertizos hacia el norte del terreno. Mi abuela había montado un columpio en un roble y tenía rosas. ¿En serio quieres hacer esto así?".
"No veo por qué no. Tenemos que hablar, pues hagámoslo. No quiero que esperemos para que después nos parezca una ida de olla. La batalla accionarial va a complicarse más, prefiero que no tengamos esto pendiente cuando toda la basura salga a la luz".
"¿Qué quieres decir?".
"No es una buena idea explicártelo por escrito pero va a salir más mierda de los cruceros, y no es difícil de imaginar que se vengarán con cualquier cosa que tengan en contra de nosotros. No puedes decírselo a nadie, ¿vale? Me estoy arriesgando a estropearlo".
La aplicación le dijo que Lavinia estaba escribiendo, pero tardó en recibir el mensaje.
Tampoco es que en este sitio hubiera una gran cobertura.
"Tranquilo. Te doy mi palabra. A las cinco. Te enviaré la geolocalización. No entres por el camino principal, hay otro, ya lo verás en el mapa".
Aún no eran las cinco pero Lavinia ya no podía esperar más en casa.
Les dijo a su abuelo y a Greg que iba a dar una vuelta por los terrenos.
La casa era muy diferente a la de su madre, mucho más grande, pero proporcionaba una sensación parecida. Había fotografías viejas de sus abuelos y de Marianne de pequeña por las paredes.
Era como si ambos hogares se hubieran quedado anclados en algún lugar del pasado.
En ese sitio de los terrenos, alguien había cambiado la vieja rueda del columpio por una de nueva. Lavinia supuso que quizás John Finnigan se traía a sus nietos por aquí. El hombre vivía en una casa cerca de este límite de la finca.
Stewy llegó con un coche negro con los vidrios tintados que le recordó a aquel que había visto fuera del pub inglés la primera vez que puso sus ojos en él.
No era la mejor manera de pasar desapercibido, pero dudaba que nadie fuera a ir con el chisme a Ewan.
De camino aquí ella solo había visto vacas.
– ¿No lo harás quedar aparcado allí, no? – dijo apoyada en el columpio cuando Stewy se acercó.
De su cara atravesando ese campo de hierba húmedo había para hacer un poema y le nacían las ganas de besarle.
Recordó vagamente lo muy indignado que estaba en Inglaterra por sus zapatos de piel.
– Las cosas que hago por ti, mujer – alzó una ceja.
Lavinia se inclinó un poco en el columpio y se rió muy a su pesar.
Negó con la cabeza.
Era fácil olvidarse de que tenían mucho que hablar cuando la miraba así.
No dijo nada más, solo la observó. Llevaba americana y polo, pantalones de vestir, mantuvo un poco la mueca que se le había formado en la boca cuando se acercó.
– ¿Vamos al coche? – le preguntó.
– No – propuso – Hablemos aquí. Hace una bonita tarde.
Stewy asintió sosteniéndole la mirada.
– ¿Por dónde empezamos? – ofreció. Ella se puso de pie, apretando los labios.
– Stewy, no sé qué decir. Lo siento mucho… debes pensar que soy una loca…
– Yo soy el que lo siente – se acercó más, le quitó las manos de la cara y pasó los dedos por su mejilla – Hay algo entre nosotros, y quiero que sepas que me importa. Puedo repetírtelo otras cien veces, pero es que necesito que no te quepan dudas.
– No era que fuéramos en serio, pero…
Le apretó las manos.
– Tal vez te di la impresión que era solo sexo, y joder el sexo contigo es jodidamente bueno. Pero te lo dije en Argestes, quiero salir a cenar contigo, llevarte a mil lugares. Que hablemos, que te rías como hace un momento, que te levantes a mi lado el día que te apetezca y me des un beso al irte el que no – suspiró y negó con la cabeza – Pensaba que teníamos tiempo, que podíamos ver a dónde íbamos. No estoy seguro de estar hecho para nada más serio… y te mereces más que yo diciéndote que veamos cómo va, – hizo una pausa – interrúmpeme cuando quieras.
– Yo no… – se abrazó a sí misma – mierda, ves, ahora da la sensación que te pido que hagas grandes promesas..., pero… yo solo… no… no es eso. Es mucho más patético, si quieres. Porque lo que me pasa es que no quiero compartirte, sé que suena muy mal. – musitó – No me refiero a… creo que ya sabes a lo que me refiero… Lo que quiero decir, es que no puedo estar en una relación abierta, me haría daño, supongo que piensas que es infantil y estúpido…
Stewy curvó las comisuras de los labios.
– ¿Crees que hay una sola posibilidad en el infierno que no me volviera loco de pensar que estás acostándote con otros?
Lavinia entrecerró los ojos. – Tú haces exactamente eso…
– Lo he hecho – aceptó – y la última vez casi me vomito a mí mismo porque no podía sacarte de mi cabeza…
– Stewy…
–¿Qué puedo decirte, Livy? ¿Me asusta ponerle un nombre y prometerte que va a salir bien cuando no tengo ni jodida idea? Joder, sí. Nosotros conectamos, nos gustamos; sé que pedirte que disfrutemos de lo que dure… que probemos… me convierte en un capullo que no te mereces.
Lavinia sonrió un poco pese a que lo que él dijo también le sacó una mueca. – ¿Livy?
– Te dije que necesitaba un mote cariñoso para ti.
No era el apodo de su infancia y aun así resonó en ella porque venía de él.
Lavinia sonaba sexy cuando él lo decía… le gustaba eso.
Livy parecía íntimo. Algo entre ellos que debía acunar con cuidado.
– Stewy – volvió a lo que él estaba diciendo. Se humedeció los labios y cogió aire: – … ¿puedo preguntarte por qué te metiste en esta locura de Sandy, la opa, la batalla por el control de Waystar…?
Él la miró fijamente:
– Por el dinero.
Lavinia volvió a sentarse en el columpio. Ladeó la cabeza:
–… solo por dinero? ¿No por… amistad o por qué odias las entrañas de mi tío abuelo o…?
–Es mi trabajo. Ir a dónde va el dinero – dijo. – Mira, son solo números, no es personal. Conocía a Kendall… Sandy estaba dispuesto a invertir… tenía sentido. Aunque…
– ¿Aunque?
Stewy puso los ojos en blanco mientras dejaba ir un suspiro, dirigió la mano a una de las cuerdas del columpio y tiró de esta.
– ¡Ey! – Lavinia se quejó.
Él chasqueó la lengua con una pequeña sonrisa, y después volvió a ponerse serio:
–… aunque aún creo que lo mejor que le habría pasado a Ken es librarse de su jodido padre de una vez. – Stewy cesó el movimiento del columpio y deslizó las manos por sus hombros para que se pusiera en pie – Y me cabrea que se rajara, porque teníamos la oportunidad de tomar una de las compañías de medios más grandes del mundo en nuestras propias manos como habíamos querido de pequeños… como habíamos planeado. Eso es verdad.
Lavinia se mordió la mejilla por dentro.
Él puso las manos en su cintura cuando la vio mirarle de nuevo con sus ojos avellana llenos de confusión.
–Nada de eso cambia lo que siento por ti, Lavinia.
– Mi abuelo me va a matar,... Dios, ¿y qué pasa cuando Rome se vaya de la lengua con Kendall?
Sus cejas se arrugaron tanto que no parecía posible.
– Es alguien que ha formado parte de mi vida desde que era un puto niño, pero hace mucho que hice las paces con lo que pasó entre nosotros. No tiene puto derecho a opinar sobre esto.
– ¿Ni porque estoy acostándome con quién intenta quitarles la empresa?
– Son solo negocios. No le tengo miedo a él ni al puto Logan Roy… y con todo el respeto Lavinia, tampoco a tu abuelo. Tendrán que aguantarse.
–… en esta familia nunca son solo negocios… Me da miedo que esté enredando demasiado las cosas… – y con la ligereza de una broma: – Sabes, mi abuelo es propenso a desheredarnos… nunca sabes si es verdad, pero mientras tanto se siente como si te hubiera echado de la maldita tierra prometida – se encogió de hombros.
Stewy se sintió enfermo un instante.
