"Woke up late today and I
Still feel the sting of the pain, but I
Brushed my teeth anyway
I got dressed through the mess and put a smile on my face
I got a little bit stronger
Ridin' in the car to work and I'm
Tryin' to ignore the hurt, so I
Turned on the radio
Stupid song made me think of you
I listened to it for a minute
But then I changed it […]"
– A little bit stronger (Sara Evans)
Capítulo 36. La lista negra
Poner su mano sobre su vientre le había dado la extraña sensación de invadir un espacio sagrado, lo que estaba seguro no habría sido el caso si todavía estuvieran juntos, y le hizo sentir náuseas.
Era difícil no sentirse como un completo imbécil.
Pero Lavinia tenía razón, ya la había lastimado bastante, y necesitaba enfrentar la realidad: debería haber tragado saliva y encontrado el coraje en lugar de dejarla seguir su camino mientras él estaba cegado por el miedo y la duda.
No estaba listo. Tampoco ahora, pero la quería lo suficiente como para comerse el miedo.
Sería el tipo que se desviviría por hacerla feliz.
¿En qué estaba pensando?
Nada que valga la pena es simple.
Como pelar esas bayas con espinas finas pero de pulpa dulce que Farah había traído a casa de la frutería un verano. Hay que tener con cuidado al romper la piel con los dedos y sujetar la carne en la lengua mientras se derrama el jugo.
Desde que supo del embarazo de Lavinia, así como de su total falta de agencia en lo que sucedería a continuación, Stewy había tratado de reconciliarse con ello.
Aunque se había estado diciendo a sí mismo que ella no le necesitaba.
Ella sería increíble, independientemente de…
Esa es la mierda más estúpida que has escuchado en tu vida.
Lamentaba haber lastimado a Lavinia, lamentaba haberse lastimado a sí mismo, lamentaba incluso no haber hablado de frente a Ewan Roy.
Había respondido a comentarios de Logan Roy a riesgo de que todo el infierno se desatara hasta cuando era un adolescente imberbe.
Algo así como «Oh, wow», «¿en serio?».
Como aquella vez durante unas vacaciones en que Logan hizo un comentario homófobo de mierda más o menos velado cuando Kendall quiso pedirle permiso para Coachella.
Esos días solían acabar con unas canastas y unos cigarrillos a escondidas.
Pero aquí realmente se sentía merecedor del desprecio de Ewan.
Por primera en su vida tenía responsabilidad.
Y pies fríos.
Stewy notó pesada la propia respiración y los latidos de su corazón en sus oídos.
La echaba de menos pero no había sido capaz de sacar antes la cabeza de su trasero.
Tenía que protegerla y mimarla y no…
Intentó imaginar un bebé en sus manos o ayudándolo a eructar sobre su hombro… como había visto hacer a su hermano mayor con sus dos sobrinas.
Sabía que un ruido fuerte lo asustaría y una canción de cuna lo calmaría.
Como su voz.
Especialmente su voz.
La única razón por la que no había manera que él pudiera arruinar esto era Lavinia.
Él solo la necesitaba.
No estaba orgulloso de admitir que no tenía ninguna razón para querer darle una oportunidad a la paternidad que no fuera ella.
Sin ella, las primeras palabras de esa criatura serian una mala palabra que soltara desvelado a Sandi por teléfono.
Nada de "mamá" o… "baba".
Stewy intentó no detenerse en ello.
Pero, joder… nunca se había tragado eso que Ken decía acerca de que sus hijos le inspiraban a ser mejor.
La gente lo percibía a él como arrogante y promiscuo y Stewy no hacía nada para negarlo, pero en el fondo esa no era toda la verdad.
Él solo… los últimos 15 años…
No había contado con que entonces ella apareciera.
Él la quería, la amaba de verdad.
Ese crío sería la mitad de ella.
No se sentía aliviado pensando en la alternativa donde no formaba parte de sus vidas.
Seis meses ni siquiera parecían un lapso de tiempo tan largo ahora.
En ese tiempo sería padre. Una familia… joder.
Sabía de cuánto tiempo estaba Lavinia porque recordaba perfectamente la noche en la que ocurrió y que no iba a olvidársele jamás.
Acababa de anochecer y las luces de la habitación de hotel estaban apagadas, pero se filtraba bastante luz a través de las cortinas.
Habían elegido no cenar.
Un golpe de gancho hubiera dolido menos que ese pensamiento.
Había sabido siempre que haría cualquier cosa por ella. Entonces, ¿por qué…
Puedes resolver esto, vas a resolver esto.
Necesitaba su absolución.
Sandi no se habría opuesto a participar en la reunión de forma remota.
Si la hubiera esperado en la calle después de la misma habrían evitado las miradas en el interior de la casa de Roy.
Quizás habrían podido… hablar calmadamente.
Pero había asistido a la petición de Kendall.
Una vez con Lavinia habían sido buenos comunicándose, peleando el uno por el otro.
Deseaba poder revertir todas las decisiones que había tomado desde el momento en que ella le dio la noticia.
Lavinia era la mejor mitad de él. Esperaba que pudieran ser un equipo.
Mierda.
Odiaba el hecho de que él había causado esto — que él era responsable de ello.
La siguió mientras Lavinia caminaba por la acera hacia el Uber que había pedido. Ella no miró hacia atrás ni una sola vez. Caminó ágilmente con los tacones varios metros por delante entre las hojas caídas en la acera.
A mediados de otoño, los extremos de las ramas de los árboles parecían haber sido bañados en rojo. De alguna manera, era una imagen adecuada.
Podías mirar hacia arriba y pensar que los árboles habían estallado en llamas. Anteayer estaban verdes.
Se prometió a sí mismo que siempre estaría ahí para ella y para su hijo. Las apuestas eran un poco más altas aquí.
No importa cuántos "muchacho" le soltara Ewan Roy.
Había visto de todo con los Roy y los Roy adyacentes.
No contaba con sus dones de abuelo para hacer las cosas mejor para ella o para el niño.
Y sí, él sabía que había metido la pata.
Deja de tener miedo de lo que quieres.
Stewy se dirigió hacia ella y tan pronto como tuvo a los periodistas detrás, completamente enfocados en la casa, corrió, agarrándola del brazo. – Hey, espera… por favor.
Tenía la respiración agitada después de haber corrido para alcanzarla.
Tiene derecho a estar furiosa. Es mi culpa – se dijo –, la dejé embarazada y luego sola.
Lavinia percibió la rigidez del brazo que la sostenía.
– Stew…
– Sea lo que sea lo superaremos.
Lavinia se dio la vuelta y negó con la cabeza, moviéndose para entrar en el coche. La mano de Stewy apenas ejercía presión en su codo así que se soltó con facilidad.
Las lágrimas de ella brotaron a la superfície. Tenía los ojos vidriosos, parpadeó para evitar que siguieran cayendo sobre sus mejillas.
– Escucha, es una buena doctora, me he estado informando… pero no una que me vaya a atender si llego tarde por capricho… no espero nada, ¿de acuerdo? No estás obligado a hacer esto.
Stewy se acercó apartando con cariño el pelo de Lavinia de la cara. – Lo siento mucho.
Su ceño se frunció notablemente.
Ella se mordió el labio inferior.
– Voy a mantenerte al día. Ya lo hablamos. Pero esto, nosotros, Stewy… es diferente. – murmuró con pesar, sin lograr huir de su mirada.
La piel de Lavinia estaba fría en contraste con su mano ardiendo sobre su mejilla.
Un móvil sonó.
– Tengo que cogerlo.
– Livy…
Stewy quiso protestar.
¿Sabes que envía litros de sangre a sus subordinados?
Ve con cuidado, por favor.
Su cara estaba frente a la de él cuando ella sacó el teléfono. Se produjo un silencio.
Al final la llamada de Lukas acabó en el contestador.
Ella tecleó rápido que le llamaría pronto.
"Es por una cosita de Noruega. Necesito que te encargues de los informes del equipo".
Lavinia estaba tan enfadada consigo misma...
Siempre había querido una familia con unos niños que fueran adorados por ambos padres. Un par de ellos, perro, un compañero…
Pero la familia con la que había soñado se había ido a la mierda.
Tal vez incluso lo había deseado por las razones equivocadas. Para probar algo sobre su infancia. Sabía muy bien que no siempre te tocaba la versión romántica de ello sino una madre adicta al Adderall.
Pero ahora…
Su bebé sólo la tendría a ella.
No iba a permitir que nada de lo que le había pasado a ella rozara a su pequeño en lo más mínimo.
Al menos estaría demasiado ocupada para tener el corazón roto.
Necesitaba ser una persona segura y estable para ese niño.
Tal vez todo esto era un castigo por no haber entendido nunca a Marianne.
Haberse centrado demasiado en sus fallas sin admitir como Liam y Ewan tenían que ver en ellas.
El marido que a pesar de todo la hacía reír con sus chistes y con quien había tenido dos hijos estaba marchándose y contándole "lo siento, lo siento muchísimo… pero soy gay y he conocido a otra persona".
Todavía ahora recordaba perfectamente esa discusión de Navidad que se fue calentando y en la que Ewan acabó reprochándole a su hija haber dejado a una Lavinia de meses a medio cambiar una tarde después de una pelea temprana con Liam y haberse presentado sola en el rancho.
No era una discusión que tendría que haber escuchado con 7 años mucho menos sin poder comprender que hablaban de cuando Marianne tenía malditamente 18.
Si Ewan no la hubiera juzgado tanto, tal vez se hubiera quedado, vuelto a por su hija y las maletas y hubieran tenido otra vida.
O tal vez necesitaba redimir a su madre para no seguir mirando atrás.
Stewy la notó temblar cuando le secó una lágrima con el pulgar.
– Livy…
– Te di una salida y tú… no tiene que ser tan difícil…
– No, no… no quiero una salida.
– Entonces, ¿qué quieres?
El viento hizo que tuviera que apartarle el cabello de la cara.
– Liv, me ha costado procesarlo, no estoy orgulloso. No es una excusa. Por favor...
Nada lo había revuelto tanto por dentro como lo hacía ella.
Lavinia se separó de su alcance.
Y él dejó que se escapara hacia atrás a través de sus dedos.
No había forma de discutir con ella porque ya había decidido esto.
Ella era fuerte y sabia, y no le iba a dejar añadir mucho más.
Tozuda como una mula.
Con toda la razón.
– No estás obligado a nada. Te lo dije. Ya está.
Stewy la miró, contempló su perfecta complexión, sus ojos húmedos. No la mereces, joder. No lo haces.
Inmediatamente se sintió enfermo.
Era hermosa…
Resiliente.
Seguía estando abrumado por el futuro pero solo podía enfadarse consigo mismo.
– Mierda, Livy. Estaba acojonado. Ni siquiera sabía lo que sentía. Me daba miedo que esto saliera fatal, la enorme responsabilidad, la falta de sueño, qué sentimientos tendría por el niño… No, espera, – alzó las manos cuando ella reculó – Estoy buscando las palabras adecuadas para decir esto pero es probable que no las haya… te prometo, te prometo que pondré lo mejor de mí… Te quiero con todas mis fuerzas, ¿vale?, joder. Lo hago. Y sé que lo sabes.
Se levantó más aire.
Ella pareció desesperada.
Enfadada con esa parte de sí misma que se sentía… abandonada pese a ser ella quien le había dado la opción de no estar involucrado.
– No puedo pelear para que estés, Stewy. No. No soporto esto.
– No se me ocurriría. Livy – pidió al ver que ella apartaba los labios para decir algo – No he sabido llevar esto como debí haberlo hecho – añadió suavemente –, no digo que sea fácil, pero aprenderemos juntos. Puedo hacerlo… Compartirte, no pegar ojo, estar en las jodidas trincheras juntos, lo que sea. Pero no puedo pasar otro día solo en mi cama, sin escuchar tu respiración.
Le cortó irónica.
– Stewy Hosseini entre sacaleches y pañales. Es tu peor pesadilla.
Stewy se humedeció el labio, mirándola. – Livy—
Ella lo quería a rabiar, pero le tomaría mucho tiempo no culparse a sí misma por haber elegido ignorar que no querían lo mismo hasta que se les fue de las manos.
Es por eso que tenía que ser la persona madura aquí.
Stewy insistió: – Lo haremos.
– Sí, imagino que podemos permitírnoslo – contestó con cinismo.
– Maldición, Livy – él rogó.
A Stewy no le gustaba la persona que estaba hablando con su voz. Era un tipo que la había defraudado.
Un gilipollas que le había hecho sentir que no era suficiente.
– Lo siento. Lo he jodido, ¿vale? Pídeme lo que quieras.
Lavinia se cruzó de brazos.
Sería mejor que se olvidara de él.
Estaba lo suficientemente enfadada como para decir cosas que era mejor no decir.
Pero Stewy no la escuchó hablar de inmediato. Porque pensaba en cómo sería su vida sin ella.
– Te acostaste con otra a los dos días. Pudiste haber matado a Toffee con una de esas bolsas vacía.
Él la miró sorprendido.
Parpadeó un instante.
– Eso fue…
Lavinia inmediatamente se arrepintió y se mordió la lengua. – Lo siento – Ella corrigió.
Stewy negó con la cabeza.
Joder, Liv.
– Dios, me estoy volviendo loco, Lav. Puede que no me creas en otras cosas, vale, lo entiendo… pero no voy a usar esa mierda— dónde está el bebé. Podemos ir a mi apartamento y tiraré la que tengo ahí por el inodoro frente a ti.
Lo peor era que, al menos en eso, ella le creía.
Lavinia asintió, mirando hacia abajo. – No funcionaría.
Iría manchada de leche y echa un trapo.
Dejaría que me besaras cuando llegaras a las tantas algo alegre de una fiesta, muy molesta y con tu voz caliente como el caramelo, y luego me odiaría.
Tú como forma de tortura.
Ni siquiera habrías hecho nada.
– Liv—
Stewy rodeó su muñeca con una mano. Su toque era cálido. Reconfortante. Y suave, el tipo de cuidado que sólo tendría un amante. Lavinia recordó cuan táctil había sido su relación todos esos meses.
Sintió que se atragantaba con las palabras.
Ella no quería que él la tocara más... ¡Dios!
Tenía miedo de que si él volvía a hacer algo como cogerla de la cintura, se desmoronaría en un millón de pedazos.
– Realmente no quiero perder la visita…
– Livy… Escúchame. Te quiero, joder.
– Stewy… – dijo con poca paciencia.
– Quiero que seas feliz – Stewy le imploró con sus ojos manteniéndole la mirada – y que estéis a salvo y bien. Le pediré a mi asistente que te haga una lista con otros doctores que te puedan visitar cuando sea necesario y luego haremos planes.
Lavinia suspiró.
Notó lo brillante de su mirada y eso la dulcificó un poco.
Aun así retiró el brazo lejos de su mano, mordiéndose el labio inferior.
– Sé que… no tengo ningún derecho a estar tan furiosa como me siento. Nunca he pretendido forzar tu mano. Pero Dios… las cosas no se arreglan a golpe de talonario. No quiero un piso, ni que pagues a un doctor. De lo demás… ya hablaremos, ¿vale? Necesito hacer las cosas bien por este niño.
Se quedaron allí plantados, de repente inseguros uno del otro.
Él meneó la cabeza con actitud culpable.
Lavinia rehuyó su mirada oscura cuando él insistió. – Lo haremos juntos. Quiero formar parte de esto. Déjame hacer los deberes…
Oh, Dios, Stew…
Stewy insistió ante el silencio que siguió. – Livy… ¿qué pasa?
– Dame algo de espacio, ¿sí? Se hace tarde.
Lavinia le dio la espalda mientras alcanzaba a abrir la puerta del coche. Él le puso una mano en el hombro y ella se tensó.
La hizo girar para mirarla frente a frente. Permanecieron un momento en silencio. Lavinia no quiso mirarle a los ojos.
Los de ella seguían ardiendo.
– Me gusta cómo te queda el abrigo con el pequeño invasor aquí – Él susurró.
– Stewy…
– Serás una gran madre para él.
– O ella – Lavinia murmuró.
– Sí…
Stewy le hizo alzar la barbilla con un dedo. – No quiero que estés disgustada…
– No estoy disgustada.
Ella dejó escapar el aire.
Su gesto fue reticente.
– No. Espera, no – dijo cuándo fue a besarla.
Stewy se detuvo. Había estado a punto de presionar sus labios contra los de ella, suaves y familiares.
Lavinia no iba a permitirse titubear.
Estaba enamorada de Stewy y, maldición, él lo sabía.
No podía dejarse engañar por sus sentimientos y ser tragada por ellos.
Si quería mostrar compromiso, podría mostrarlo cuando el niño estaba aquí y ser constante con eso. Tal vez. Hasta entonces...
La película de su vida seguía desgranándose, fotograma a fotograma.
– Vete a casa.
– Vamos. Livy, – mantuvo la voz quieta –, por favor, como mínimo déjame acompañarte – Ella lo miró fijamente durante unos segundos sin pestañear.
– No...
La estudió.
Puede que esto los cambiara, pero quería seguir allí para verlo.
– He metido la pata, ¿vale? Sé que puedo compensártelo – dijo juntando las manos hacia adelante.
Lavinia hizo un gesto de negación.
Se metió en el coche como si no pudiera soportar estar cerca de él en ese momento, pero no cerró la puerta sino los ojos.
Necesitaba recoger el aliento. Recomponerse. Respirar.
El Uber que la había ido a recoger era un Skoda Octavia verde oscuro.
Una opción práctica para alguien que se gana la vida conduciendo como la mujer que estaba al volante.
No el tipo de vehículo elegante con el que la mayoría de la gente se marcharía hoy de aquí.
Como el Bentley negro de Stewy.
Estaban suficientemente lejos de la casa para no llamar demasiado la atención.
Stewy giró la cabeza de repente consciente que tenían a dos de los gorilas de seguridad de Mencken a unos treinta metros con un perro enorme.
Les miró y luego ellos le miraron y giraron en el chaflán.
Llegó otro coche a la calle.
Lavinia se tiró ligeramente hacia adelante en el asiento. Su incipiente estómago apretado en el abrigo.
– Habrá tráfico en el centro. ¿Cuánto cree que se puede tardar? – le dio una tarjeta con la dirección a la mujer.
Le recordó un poco a Diane Keaton.
Por el ruido de flashes a lo lejos y los gritos alguien "interesante" acababa de salir de la casa.
A juzgar por los guardaespaldas que acababan de aparcar cerca, Jeryd Mencken.
Miró a su móvil vibrando con quizás uno de los únicos números de teléfono que seguía sabiéndose de memoria sin tenerlo en la agenda.
Oh, mamá, qué puntualidad. Hizo una mueca y soltó el teléfono en el asiento.
Se puso la mano en el bajo vientre porque le dio un poco de tirón.
Lavinia le dijo a la conductora que estaba bien si la dejaba lo más cerca posible de la dirección de la tarjeta y suspiró al tirar de la puerta para cerrarla porque alguien la sostuvo.
Lavinia maldijo.
– Por favor… – Stewy rogó.
– Stewy… – le advirtió.
– ¿Música o radio? – había preguntado la mujer cuando se giró extrañada hacia la puerta de su pasajera. – Señor, discúlpeme, el coche está ocupado…
– Disculpe, ha habido un error. Estoy con ella – él respondió a la chófer. Con ese traje lila oscuro que le sentaba injustamente bien.
Su cabello ahora estaba más despeinado por el viento. Era dolorosamente guapo, incluso cuando iba a matarle.
Stewy volvió la atención a ella con un gesto de disculpa en los ojos: – ¿Puedo llevarte yo y lo hablamos durante el camino?
Lavinia frunció el ceño. – No…
La rabia fue ahogándola hasta un punto difícil de manejar.
Uno no puede escoger a quien quiere.
Y oh, cómo lo hacía ella…
– ¿Puedes escucharme un momento? es un momento.
– No tengo un momento.
– Mierda, Livy, dime que quieres que haga. No soy un pedazo de madera sin sentimientos…
– Perdóneme pero… – interfirió la conductora del Uber.
Stewy se inclinó un poco más hacia Lavinia.
Su codo apoyado en la puerta.
– Livy. Lo siento mucho. Sé lo estúpido que he sido, lo juro.
Lavinia hizo un poco de fuerza para cerrar la puerta y él se tiró hacia atrás alzando las manos. Apoyó sus nudillos en el coche pero luego se retiró.
La conductora la observó con el ceño fruncido. – ¿Está todo bien?
Lavinia suspiró.
No quieres que él insista. ¿Entonces por qué...
Se negó a que la hiciera actuar como una niña.
– Disculpa. Voy a salir a hablar con él pero no te vayas. Por favor. Te pagaré más por la espera.
La mujer asintió a regañadientes.
Puede que pensara que le estaban haciendo perder el tiempo.
Que tuviera una familia que le esperaba a comer.
U otro trabajo.
Lavinia abrió la puerta de nuevo y Stewy la condujo hacia atrás con las manos.
Aliviado.
Lavinia bajó a la acera, sintiendo una punzada interna de ira hacia él.
Era casi imposible que ahora llegase.
Él no era quien tenía que hacer acrobacias con su tiempo para asegurarse que todo iba bien.
Y mucho menos quien se iría a Noruega con un sentimiento horrible si no asistía a esa cita.
– Livy…
– Di lo que sea y…
Las facciones de Stewy se habían relajado, no obstante, ante el tono de su frase, frunció el ceño.
– Te quiero. Liv… No hago las cosas así.
Tenía que convencer a Lavinia que podía hacer esto.
Ella se mordió el labio, nerviosa.
Los niños en general necesitaban consistencia y estabilidad; y un padre un día pero no al siguiente sería terrible.
Alzó la mirada a los ojos oscuros de él, pero estaba demasiado preocupada. ¿Estás seguro? ¿Por qué me haces eso?
– No lo sé… no sé si puedo confiar que no te alejes cuando te mantenga en vela o descubras que no tienes paciencia para que te quiera seguir como una sombra. Esto no tiene condiciones de devolución. No tienes ni idea del daño que… porque tu familia te adora, Stew. Quiero decir… – miró a la otra punta de la calle a casa de su tío abuelo – sí quizás piensas que tienes alguna idea. Pero…
No hubo juegos sádicos. ¿Pero, y amor?
– Por favor, Livy, entiéndeme…
Lavinia se frotó la cara con las manos. – Eso ni siquiera es justo.
Había tenido el pensamiento de que aunque Stewy se mantuviera al margen…, ella podría querer a su bebé de sobra por los dos.
– Déjame acompañarte... Diego conoce mejor la ciudad que cualquier otro. Llegarás a la hora.
Lavinia forzó una sonrisa dolida.
En su defensa podía añadir que quería dejar de sentirse ridícula y humillada.
– Stewy…
–¿Podemos hablarlo mientras estamos en camino? – dijo Stewy levantando expresivamente las manos con las palmas hacia arriba.
Lavinia se sentía muy cansada.
Stewy llamó su atención de nuevo. – Livy…
– Sólo tengo que ir ahí. Comprobar que todo está bien. – Se llevó la mano a la frente – Me preocupo constantemente por lo que como, por lo que bebo. Ahora aparentemente no me bajo del avión por el trabajo y me paso el día llorando por ti… Joder, quiero que vaya bien…
Podrían haber perdido la oportunidad de tener una relación, pensó sombríamente. Es posible que nunca volvieran a estar juntos.
Sin embargo… se sintió terrible, como si fuera su culpa que su pequeño se fuera a perder un padre.
Ella quería también a alguien que la abrazara por las noches, que escuchara sus tonterías, y besar sus lágrimas. Cualquier cosa para evitar el sentimiento de soledad.
Cuando se conocieron había sido increíble y ahora…
Ninguno de los dos se merecía que el sufrimiento fuera la emoción que definía esta relación.
Para hacerlo bien, tienes que concentrarse en ti y en el bebé y no en él.
La vida seguirá para Stewy ahí fuera de todas maneras.
Ya habíais roto antes de…
Lavinia respiró hondo.
– ¿Vamos a mi coche? – ofreció Stewy.
Lavinia trató de parecer fuerte.
Respiró profundamente.
– Puedo… El reloj – aclaró. Alargó la mano hasta su muñeca para mirar la hora. Sintió un escalofrío cuando las yemas de sus dedos acariciaron el vello de su brazo al apartar ligeramente el puño de la americana – Tengo que estar allí en media hora.
Había dejado el móvil en el asiento trasero del Uber.
La conductora sacó la cabeza por la ventana. – Discúlpame. No puedo esperarme más.
Stewy la miró expresivamente con las manos arriba.
¡Por Dios!
– Voy a la Octava, cerca de la Hearst Tower. A esta hora estará todo colapsado. Mierda, Stewy, tengo que ir a esa ecografía. ¿Crees que Diego…
– Lo intentaremos. – le respondió – Coge tu bolso y todas tus cosas. Y Lavinia...
– Igual deberíamos dejar descansar un poco esta conversación – Ella pidió.
Él le dio esa mirada, la mirada que decía que la amaba a pesar de ser tan idiota. La mirada que hizo que su garganta se sintiera apretada.
Parecía que estaba a punto de alcanzar su mano nuevamente, pero Lavinia metió las manos en los bolsillos de su abrigo, se disculpó profusamente con la conductora del Uber, le pagó de más por su tiempo y caminó hacia su limusina.
Su corazón saltó un latido.
Era la forma en que la miraba.
¿Qué más quieres?
Fuiste tú que admitiste que esto te iba grande.
Lavinia sintió que la voluntad se le escapaba entre los dedos. Como si se estuviera ahogando en una piscina llena de agua y ya no pudiera nadar.
Pero ella no se ahogaría.
Su bebé era lo más importante ahora.
Entró en el coche cuando él le sujetó la puerta. Y luego se quedaron en silencio.
Ella se entretuvo un momento en la textura de su abrigo.
Pero estaba segura de que él giraba la cabeza hacia ella cada dos minutos.
Ya estaban en medio del tráfico en Park Row cuando Stewy volvió a hablar, vacilante:
– ¿Notas… algún movimiento?
Apenas alzó la vista.
Tomó aire y trató de sonar tranquila. No había necesidad de discutir.
– Es demasiado pronto… En unas semanas será como si… algo así como burbujas. A veces. Falta mucho para… las patadas.
Entonces, Lavinia miró por la ventana, tratando de no sentirse peor. Funcionó más o menos hasta que llegaron frente a la clínica.
Lavinia vio la preocupación pintada en su rostro cuando lo volvió a mirar.
Extrañaba sus puyas, su ironía.
Se los había tragado esta seriedad.
Parpadeó rápidamente para aclarar su vista y respiró hondo. – No tienes que entrar. Puedo ir yo sola.
Stewy vaciló por un momento, frunció el ceño. – Livy…
Luchó contra algo. Su expresión genuina.
– Lavinia... He sido un imbécil – dijo en voz baja, como si no creyera que ella cedería. –– Voy contigo.
– Eso no quiere decir que...
– Entiendo. Pero… tenemos que hablar tranquilamente – continuó – Sobre nosotros. Esto.
– Oh. Bien. – Ella suspiró sarcástica.
Llegaron hasta el vestíbulo de la clínica, con suelos de mármol y panelados de madera blanca en las paredes. Información estaba a la izquierda, y Lavinia caminó hacia allí.
Stewy le había ofrecido la palma. Una de las veces cuando se habían parado delante del ajetreado ascensor.
Pero Lavinia ignoró su gesto y pasó a su lado en silencio.
Le dolía su olor, su tacto.
Lavinia se acercó al mostrador con la respiración entrecortada, porque se había sentido lo suficientemente exasperada como para subir las escaleras y no coger el ascensor, empezó a hablar.
– Hola, soy…
– Oh, señorita Hirsch – dijo una mujer saliendo de un despacho – ¿Es usted, verdad? He estado llamándola pero no cogía línea. Había un hueco antes. Puede pasar ya. – la enfermera se detuvo, mirando a Stewy y sonrió. – Por favor, entren.
Pasaron al otro lado del mostrador y entraron en un cuarto.
Sobre la mesa del despacho descansaba un ordenador con un tablero de datos acoplado.
Stewy se quedó de pie a su lado mientras la mujer de antes se llevaba a Lavinia para que se cambiara y luego la acomodaba en una camilla.
Permanecieron en silencio durante un rato, hasta que la enfermera se plantó delante con el ademán de entregarle unos formularios.
Stewy movió las manos para cogerlos.
Pero Lavinia la interrumpió.
– No, yo lo rellenaré.
La mujer bajita y de cabello corto le dedicó una sonrisa alentadora. – Oh, cariño, pero te será incómodo. Déjale hacer algo del trabajo…
– Lo hago yo. No pasa nada.
La enfermera sacudió la cabeza hacia Stewy con diversión, tomando su desacuerdo como un tira y afloja doméstico.
– Algunas preguntas deberíais contestarlas juntos son sobre el árbol familiar para el consejo genético – les avisó.
Lavinia se movió incomoda en la camilla.
– Vale.
Volvieron a quedarse solos.
Mientras Lavinia repasaba la lista de preguntas, Stewy se aclaró la garganta. Lavinia lo miró. Parecía estar luchando por encontrar las palabras.
Lavinia no lo dejó. – ¿Puedes darme uno de los bolígrafos que están sobre la mesa?
– Toma – asintió Stewy sacándose de la americana el Montblanc que él llevaba encima – ¿Cómo lo llevas? ¿Puedes escribir así?
– Sí. Bien – dobló un par de hojas.
Lavinia escuchó los pasos de Stewy sobre el suelo de mármol y le vio apoyarse en un gabinete cercano.
En realidad… maldita sea, Stewy. Si me cruzara a tus padres por la calle ni siquiera sabría que lo son y ahora te tengo que preguntar si…
Cogió aire.
– ¿Antecedentes de enfermedad coronaria, fibrosis quística, enfermedad de Huntington… en tu familia?
– Uhh.
Apretó el boli llevándoselo a los labios un segundo.
– Vale. No lo sabe.
– Estoy casi seguro que ninguna de las dos primeras y no tengo ni idea que es eso otro.
Lavinia se mordió el labio, googleó algo porque se había traído el móvil con ella cuando dejó la ropa en ese otro cuarto y siguió escribiendo.
Stewy dudó antes de volver a preguntar, escaneando la sala con el ecógrafo al fondo y ese enorme póster hiperdetallado (puede que demasiado) sobre anatomía de la mujer y el embarazo.
– ¿Qué se supone que...? ¿Qué cosas van a— mirarhoy? – Stewy frunció el ceño.
– ¿Qué?... Oh. Si todo está bien con el... bebé. En… en general.
Stewy pareció pensar en ello por un segundo.
Los labios de Lavinia formaron una línea recta. Sus ojos se clavaron en los de él.
La voz de Stewy fue suave.
– ¿Si es— niño o niña…?
Levantó las cejas, escéptica.
– No lo sé. ¿Pero…? Siempre puedes preguntar…
Stewy lo intentó de nuevo mirándola con una pequeña aceptación: – ¿Te gustaría saberlo?
Lavinia se quedó en silencio y estudió la sábana que le cubría de cintura para abajo.
Estar en esta camilla con una bata probablemente no ayudaba a no estar… rara. Y tensa.
– Supongo. Pero no importa porque creo que es demasiado pronto para eso. Quizas más adelante. En diciembre…
El ceño fruncido de Stewy se profundizó. – Entiendo. Greg dijo algo, así que pensé…
Volvió a mirarlo.
– ¿Greg? – Dios, Greg. Ella se encogió de hombros – Sé que estoy siendo difícil… Pero Stewy, ya he asumido que estoy sola en esto. ¿Realmente tienes una preferencia…?
Stewy se enderezó.
Sacudió la cabeza. – Livy…
Lavinia ladeó el cuello.
– Eso pensaba. De hecho... sin Diego dudo que hubiera llegado, así que, al menos por eso… Gracias…
Entró la doctora. Colocando más cerca la máquina de ultrasonido de última generación con un monitor y un panel de teclado.
La mujer tenía más o menos la edad de Lavinia. Su apellido era Toure, según la placa de su vestido, y lucía un recogido trenzado y una sonrisa paciente.
Otro médico entró con ella, un hombre blanco anciano que le había estado hablando en voz baja y se fue.
Salió arrastrando los pies y riéndose de algo.
La mujer se sentó detrás de su escritorio y abrió una carpeta llena de papeles, que hojeó. Levantó los ojos hacia Lavinia y luego a Stewy.
– Entonces, ¿Lavinia Hirsch? Haremos algunas pruebas y análisis de sangre. Aquí tengo los documentos de tu visita a nuestra otra clínica en el Midtown East. Estabas de muy poco entonces, pero todo parecía estar bien. Cotejaremos los resultados con tus registros y realizaremos algunas pruebas adicionales. – Miró brevemente a Stewy para asegurarse de que entendiera esto – Y en cuanto al bebé—
La doctora dejó de hablar y giró la cabeza hacia el ordenador. – Hagamos la ecografía ahora. Luego te sacaremos sangre y plantearemos el test para descartar anomalías genéticas. Si todo va bien, estaréis en casa en una hora.
Se levantó y le pidió a Lavinia que se volviera a acostar.
– ¿Planeabais saber el sexo? Todavía es temprano pero – les cuestionó.
Lavinia se encogió de hombros, después de mirar a Stewy de soslayo. – Creo que estaría bien saberlo – tanteó.
– Unos papás con un plan – bromeó la doctora amigablemente.
Lavinia no pudo evitar chasquear la lengua, mirando hacia el suelo.
Si ella supiera.
La doctora encendió la pantalla y puso gel en una sonda blanca larga.
Sentada, posicionó la pantalla a su altura. – Bien. Ahora necesitaré que subas las piernas. Dejamos la sabana pero súbete un poco la bata. Así.
Stewy observó esta extraña interacción mientras trataba de no pensar en todo el tema de la ecografía transvaginal. La médico fue muy amable con ella, pero Lavinia hizo una mueca como si el procedimiento no fuera del todo indoloro.
– Pon peso aquí, con la palma, como hago yo. Vas a sentir todavía un poco de presión. Relájate.
Stewy se encontró sin saber qué hacer con sus manos. Las guardó en los bolsillos de su pantalón.
Su mirada seguía moviéndose hacia el abdomen desvestido de Lavinia, pero ella había cerrado los ojos por un segundo, respirando hondo, por lo que mantuvo la atención en su rostro.
Estaba incómoda y algo nerviosa por el bebé.
¿Oh, en serio? No jodas, Sherlock.
Stewy la miró fijamente.
Preocupado.
Después de un momento de vacilación, dio un paso adelante y cogió suavemente la mano de Lavinia que estaba tensa en la barra metálica plegable de la camilla.
Su mano izquierda sostuvo firmemente su derecha y ella apretó sus dedos ligeramente.
– Todo va a estar bien – Stewy probó en voz baja y reconfortante.
Lavinia volvió la cabeza para mirarlo a la cara, con los ojos en conflicto.
Ella se soltó durante medio segundo antes de volver a apretar su mano incomoda a medida que el transductor se iba moviendo.
– Quise decir todo lo que dije – murmuró.
– Livy…
– Te quiero pero no quiero pelear más esto.
Necesito centrarme en mí.
El bebé me necesita más.
Si no estás seguro que puedas comprometerte de la hostia… yo no…
Estaré algo ocupada los próximos meses para Peter Pan. ¿Acabó Wendy así?… no es que no te haya escuchado pero…
La doctora Toure estudió con evidente interés lo que le mostraba la pantalla y lo que decía la hoja impresa de la ecografía anterior.
Lavinia se volvió hacia ella después de un momento.
No soltó la mano de Stewy.
– ¿Todo está bien? ¿Pasa algo, doctora? – preguntó intranquila por su silencio.
– ¿Por qué cambiaste de clínica? – inquirió la profesional sin responder a sus preguntas.
– Nada en particular – se disculpó.
Por la mirada en el rostro de Lavinia, Stewy supo de inmediato que no había sido una buena experiencia.
La doctora negó con la cabeza pero se levantó con un misterioso: – Vuelvo enseguida.
Antes, retiró con cuidado la varita de ella.
Stewy le acarició con el pulgar los nudillos de la mano que estaba sujetando.
– No será nada – sugirió.
Pero su mirada había seguido a la doctora hasta la puerta.
Lavinia asintió lentamente.
Cada momento que pasó entonces estaba menos convencida de ello.
Stewy siguió pasando el pulgar por la palma de su mano, mientras esperaban.
La doctora se había tomado su tiempo y no había respondido las preguntas inquietas de Lavinia.
La oyeron hablar en el pasillo con alguien.
La enfermera entró apresurando a buscar algunos papeles.
Stewy la miró con una expresión seria. – Disculpe… – la abordó.
– Ahora viene la doctora – lo cortó ella, ignorando su gesto de contradicción.
Alguien debería recordarles en esta clínica que los pacientes no pueden leer su jodida mente.
Entretuvo la idea de salir a hablar con alguien.
Pero él realmente no quería dejar sola a Livy en esta habitación.
Después de casi otro minuto de silencio, Lavinia frunció el ceño con cautela: – No es normal.
Stewy no supo si era miedo o preocupación lo que coloreaba su voz, pero sí que Lavinia estaba conteniendo las lágrimas.
Continuó acariciando su palma con el pulgar.
– Liv… Todo estará bien. Está bien, mírame.
Definitivamente iba a pedirle a su asistente la dirección de unas cuántas buenas clínicas.
Lavinia sorbió la nariz y se secó los ojos borrosos.
Stewy no le había quitado la mirada de encima, se inclinó, apoyó la frente contra ella y besó su cabello con ternura.
Lavinia pudo sentir las vibraciones de su voz en su pecho.
– Sé que probablemente no sea lo que quieres en este momento, pero te juro que lo tenemos bajo control. Eres fuerte, lo que significa que el enano es fuerte. Si algo va mal, aunque sea un poco, saldremos de aquí… y encontraremos a los mejores médicos de Manhattan – le prometió.
Su cabello olía a vainilla y flores, y Stewy enredó su mano en uno de los mechones de ella sin otra intención que despejarle el rostro.
Lavinia lo miró con recelo.
– No creo que así sea como funciona – dijo quietamente.
Pero encontró consuelo en ese razonamiento aunque fuera una tontería.
Stewy subió la mano de ella a sus labios, besó sus nudillos. – Estoy aquí, ¿vale?
– Stewy—
Fue en ese momento que la doctora regresó del pasillo. Llevaba un pequeño dispositivo y los miró sin decir nada.
– No estoy preocupada pero – dijo rápidamente, mirándola a ella y luego el rostro confuso de Stewy – Lavinia… Veo que le dijiste a mi enfermera que también tuviste una prueba entre medio. En la octava o novena semana. Pero no encuentro ningún informe.
Lavinia exhaló.
No te pongas nerviosa.
– Una ecografía. Sangré un poco y fui a urgencias. Estaba fuera de Estados Unidos.
Pensó que alguien en Bélgica le había escamoteado parte de la verdad.
¿Por qué si no esa doctora se tomaba tanto tiempo a explicarse?
– ¿Dónde?
– En Bruselas.
– Mmm. Entiendo. ¿Y cómo fue?
A pesar de su determinación, Lavinia tardó un momento en calmar sus nervios.
– Fue con un escáner móvil en urgencias – dijo.
– ¿Te vio un doctor? ¿Qué te dijeron?
– El técnico fue lo bastante amable para tranquilizarme después de revisarlo todo. Una doctora firmó los papeles. Dijeron que no había riesgo de aborto espontáneo. Que el latido del corazón era normal.
– Mmm.
Incluso a Stewy le pareció que la mujer se interesaba demasiado por la ecografía anterior e insistía demasiado en saber qué le habían dicho.
Sentía que su pecho se contraía inevitablemente cada vez que veía el rostro de Livy.
– ¿Has estado sangrando en absoluto desde entonces?
Lavinia arrugó la frente: – No.
– ¿Alguna molestia durante el sexo?
Lavinia apretó los labios.
– Bueno, no es que… no.
La mujer le palpó el vientre que apenas si empezaba a redondearse con la vista en la pantalla. – No te preocupes, no sucede nada – dijo – Solo somos un poco puntillosos.
Volvió a por la varita.
Puso un nuevo preservativo sobre el instrumento y gel.
– Vamos a repetir el ultrasonido – dijo. – Si pudieras levantar y doblar las rodillas, entonces sepáralas. Ya sabéis que no pasa absolutamente nada por tener sexo. A veces algunos papás se ponen un poco nerviosos – siguió el hilo de la conversación anterior como si quisiera distraerla.
El reloj de su muñeca quizás le decía la hora, la fecha, el día, el mes y la fase lunar, pero tuvo que haber dejado de funcionar porque indicaba que habían pasado cinco minutos pero para Stewy había sido un siglo.
Un eón entre que tuvo la sospecha de lo peor y esa mujer activó el sonido del monitor.
Un ruido rítmico e incesante llenó la sala.
Era algo fascinante y absolutamente aterrador a la vez.
Stewy tragó un nudo en la garganta que no sabía que tenía.
La doctora tocó el panel del teclado. Luego volvió todo su cuerpo hacia ellos, luciendo pensativa por un segundo.
La mano de Stewy regresó a la de Lavinia que estaba cerrada en un puño en su falda.
– ¿Puedes echarte más hacia abajo? Un poquito más.
– ¿Está todo bien…?
– Sí, sí, todo muy bien. Tienen un latido muy fuerte. Es solo que…
Lavinia dudó. – ¿Tienen?
La doctora asintió con la cabeza, girando la pantalla hacia ellos con naturalidad.
– Tus bebés.
Lavinia se había alzado con los codos, pero volvió a quedarse apoyada contra el respaldo de la camilla.
Entonces, la doctora se dio cuenta. – ¿No sabías que habían dos bebés?
Lavinia parpadeó.
Los ojos de Stewy se fueron al monitor como buscando algo.
Los engranajes en su cabeza empezando a girar en direcciones inesperadas. La miró de nuevo, todavía perdido en sus pensamientos. – ¿Dos? – repitió.
– Oh, chicos. Acabo de reñir a la secretaria de admisión pensando que se lo habríais dicho y se le habría pasado por alto – confesó la sanitaria.
Lavinia había dejado una mano apoyada en el vientre, pero en la otra casi no tenía circulación, apretando la de Stewy.
Notó un pequeño disconfort cuando la doctora Toure siguió con la prueba.
– No estaba en tu registro aunque estoy segura que mi compañera debió verlo – La médico carraspeó siguiendo con el escáner – Cuando a la prueba que te hicieron fuera, no tengo ni idea, puede que alguien se estuviera escondiendo – sonrió.
Lavinia tuvo la tentación de pellizcarse para asegurarse de que no estaba soñando.
O podría pellizcar a Stewy.
Eso no estaría de más.
Miró a la pantalla.
– Le dije a la primera doctora que no quería saber los detalles. Todavía no había decidido si… lo interrumpía...
La ginecóloga asintió con la cabeza.
– Bien, eso nos explica la primera parte. Pero todavía estamos bastante enfadados con ese técnico que te miró a los dos meses – usó un tono amable. – ¿Sigues… bien con todo esto?
Lavinia continuó aquella conversación en autopiloto. Estaba pálida.
– Pero entonces… los bebés… ¿Todo está bien?
– Están bien te lo prometo. Dos fetos, dos corazones. Doy por hecho que… ¿Volvemos a dar un vistazo… – preguntó la doctora enfrente del ecógrafo.
Dijo que sí, aun sacudida.
– Están aquí, veis. Se pueden ver sus manitas, con latidos sanos. Se percibe con claridad esto que es la separación de sus bolsas. Y ese es el que creo que es… un chico, aunque es todavía muy pronto, piensa que son apenas del tamaño de un limón – le sonrió, – ni idea sobre el otro. ¿Puedes hacer un poco de presión por aquí? – le puso una mano en el abdomen – ¿Los ves moverse?
Lavinia contuvo la respiración.
Fijó la mirada en el monitor.
Joder, eran… mini bebés. Vale, parecían cabezones, pero estaban allí dentro. ¿No era alucinante?
La doctora le puso una mano en el brazo: – ¿Tú estás bien?
– Sí…
Estaba blanca como la nieve.
Aunque no le hubiera sorprendido estar verde del mareo.
Stewy intervino. – Livy…
– Solo estoy haciéndome a la idea – se quejó.
Pero contó hasta diez.
Luego se dio cuenta que…
Dejó la mano de él como si quemara.
La doctora los miró.
– Mejor túmbate en la camilla, ¿vale? Haremos que te traigan un poco de agua. ¿Puedes traer agua? – pidió a la enfermera que se había plantado como un reloj en la puerta.
– Liv… – Él susurró – Está bien. Sigo aquí contigo.
Respiró.
La enfermera llegó con un vaso de agua fría.
Con una sonrisa comprensiva, la doctora insistió: – ¿Les volvemos a escuchar? Veo que hoy han dado el primer susto a mamá. A mí todo me parece correcto, las medidas, el latido, veamos. Eso es perfecto.
Stewy se sintió fascinado por la imagen en ese monitor y también inquieto por la misma.
Fue la sensación más extraña de su vida.
Hasta entonces nunca se había preocupado por la propia mortalidad.
Tenía un control sobre sus vicios porque no era un suicida ni un estúpido. Pero ahora se le ocurrió que no se podía permitir volver a dejar tirada a Lavinia.
No importaba qué pasara.
La doctora se dispuso a imprimir las imágenes.
Lavinia observó a Stewy de pie a su lado.
Los brazos a su lado como si no supiera muy bien qué hacer con ellos.
Pero como siempre fue la valiente.
– ¿Un chico?
La médico siguió hablando a Lavinia con voz amable y una sonrisa.
– Yo diría que sí. El otro u otra es más tímido… Apuesto a que es el que jugó a los espejos con nuestro técnico belga.
Lavinia cruzó las manos sobre su pecho.
– Los gemelos normalmente son un poco más pequeños y a estos falta mucho para tenerlos cocidos. Voy a ponerte alguna dieta pero por ahora no quiero que seas estricta con ello aparte de por los dulces, ¿uh?. Te voy a recomendar un dispositivo para que te tomes la tensión en tu día a día, pero sin estrés. Llevo otras pacientes con embarazos normalmente considerados de riesgo y…
Las cejas de Stewy se juntaron. Algo caliente en su pecho. – ¿De riesgo…
– No os preocupéis en exceso. Es más simple cuando hay dos bolsas que cuando comparten una. Haremos revisiones adicionales, sé que Lavinia no quería la amniocentesis pero vamos a hacer otras pruebas. Podemos llegar a la semana 37 o 38 perfectamente.
Por un momento ninguno de los dos se movió.
Lavinia se sentó en la camilla pero se quedó quieta un instante.
¿Cuáles eran las probabilidades de…?
Oh, así que a uno de vosotros le gusta el escondite… se dijo con una mano en el vientre.
Sonrió para sí misma.
La doctora siguió hablándole.
– Puedes cambiarte. Ahora vuelvo, tomáoslo con calma. No hay ninguna prisa.
Le dio una palmadita en el antebrazo a Stewy cuando pasó por su lado. – No te preocupes, papá.
Stewy no apartó los ojos de Lavinia.
– Livy…
Ella suspiró.
– No te estorbaremos…
Stewy hizo un pequeño ruido de queja como impulsado por un resorte. – No quiero liberarme de vosotros. Yo… no tendría que haberte dejado sola.
Hubo un silencio.
Stewy respiró. Si ella no quería estar con él… él tendría que soportarlo.
Nunca debería haberla sobrecargado con sus mierdas.
El amor por esta mujer le hinchaba el pecho y le cortaba la respiración. ¿Cómo es que hacía solo ocho meses que la conocía?
Sujetó en la mano el folleto del programa de prevención de la preeclampsia que la doctora acababa de darles.
Besó su sien.
Haré todo lo que esté a mi alcance para quedarme contigo pero si alguna vez vuelvo a hacerte daño, quiero que me mates…
Ella se separó con una mueca. – Estoy agotada.
Le acarició el cabello. – Lo sé.
– Lo único que quiero es que salga bien. ¿Lo has visto o no? – murmuró, mirándolo a los ojos – No paraban de moverse…
Su cuerpo había tomado el mando de esto y al parecer iba abajo y sin hacer las curvas. ¿Hiperovulado? ¿En serio?
¿Porque le había fallado la píldora?
Se le instaló en el pecho una risa nerviosa.
No es que no sintiera vértigo.
– Liv…
– Necesito tener cierto control de esto que me está pasando. Te quiero pero…
Lavinia trató de contenerse pero sintió sus nervios delante de ella, como si flotaran. Alguien carraspeó en la puerta.
Stewy se separó unos pasos de Lavinia todavía sentada en la camilla.
La enfermera arrugó el gesto cuando se fijó en el rostro empapado de Lavinia. – ¿Son lágrimas de tristeza o de felicidad?
– No. No pasa nada – dijo tozudamente Lavinia. – Es solo…
La mujer bajita sonrió.
– Está bien, la doctora Toure te dará unas recomendaciones y te podrás ir a casa. Si quieres quedarte un momento más… para procesar todas esas emociones… podéis tomaros el tiempo que queráis.
– No, está bien. Me vendrá bien el aire fresco – Lavinia juntó los labios.
La doctora volvió a entrar sujetando un informe.
– No hay ninguna prisa. ¿Tenéis alguna pregunta?
Quiso asegurarse.
– Has dicho que está todo bien…
– Sí. Físicamente está todo fantástico, pero me temo que te acabo de asustar un poco. ¿Cómo está el papá? – se giró hacia Stewy.
Ver, joder, a los dos renacuajos que de alguna forma ellos dos habían puesto ahí, escuchar los latidos del corazón por primera vez, se volvió muy real.
Así que tus padres nunca te hablaron de los pájaros y las abejas y esa mierda.
Sin embargo, la palabra «riesgo» lo había mareado a él.
No ayudaba que era una consulta muy pequeña con la calefacción por las nubes y él llevaba cuello alto y el mismo traje grueso del velorio de Logan.
Ignoró el pensamiento de que sus hijos eran familia de ese hombre.
– ¿Cuando hablamos de un embarazo de riesgo… qué?
– El riesgo de complicaciones es mayor, pero eso no quiere decir que implique tener un problema. Os daré algunas pautas… pero en general, hay que estar tranquilos. Procurad disfrutar del momento. Escoged nombres, comprad muebles para la habitación. Lavinia probablemente se sienta mejor durante este trimestre, con más energía…
Lavinia permaneció un largo rato en silencio.
– ¿Puedo viajar normalmente en avión? – preguntó en cambio.
– Sí, por supuesto. No en el tercer trimestre sin la autorización de un medico pero te habría dicho prácticamente lo mismo con uno de ellos. Es solo que se puede avanzar un poco. Iremos llegando a ello. De momento, eres una mujer joven y sana y tu embarazo no nos da ninguna otra señal de alerta.
Lavinia salió de la consulta acariciándose el vientre, Stewy la observó.
Sus pupilas se movieron buscando las de ella.
– No puedes irte a Noruega así, ven a mi piso, date unas horas… No trato de envolverte entre algodones, solo trato de que los dos respiremos un momento…
Notó su inseguridad.
– Quiero irme a casa.
Abrazar a Toffee.
Stewy asintió. – Por favor, no te fuerces demasiado.
– Ya lo has oído… Estarán bien…
– Estoy seguro. Estoy preocupado por ti.
Se sentía como si acabara de ser zarandeado.
Había tantas preguntas rondando por su cabeza que Lavinia no sabía cómo se suponía que debía mantenerse al día con todo.
La doctora no le había recomendado reposo.
Pero no podía decir que no estuviera un poco más nerviosa que antes.
Nada de correr como si el mundo se fuera a acabar.
No… No podía frenar.
El trato de GoJo estaba a punto de concretarse. Ellos la necesitarían.
Ella quería que ellos la necesitaran para que mientras estuviera de baja de maternidad recordaran que había estado haciendo todo lo posible.
¡Ja! En este clima capitalista.
Una chica podía soñar…
Sin duda necesitaría el salario para su pequeña familia.
Y hacer malabares.
Y un par de manos cuando volviera al trabajo.
¿Le había prometido demasiado a Lukas como empleada?
Es decir… no es que hasta ese momento ella se hubiera imaginado que sería capaz de amamantar, cuidar el bebé y escribir planes de comunicación durante las siestas del pequeño en pleno puerperio.
Pero…
Mordiéndose el labio inferior, miró hacia arriba para que sus ojos se encontraran de nuevo con los de Stewy.
– Si te sientes mal, a cualquier hora… Livy…
– Llamaré a la doctora.
– Puedo… – señaló el sobre que ella llevaba fuertemente cogido con las dos manos – Hacerle una foto a…
Sacudió la cabeza. – Claro.
Se lo entregó.
Stewy sabía que estaba haciendo lo correcto al no presionarla, pero estaba preocupado.
Se apoyó contra una columna, mirándola.
Su ceño se hizo más profundo cuanto más la miraba.
Lavinia se lavó las manos en el baño de la clínica bajo su atención.
Estuvo a punto de sugerirle que se esperara en la sala de espera, pero realmente no le importó que se colara detrás de ella.
Se sentía un poco extraña con todo.
Ciertamente se veía abrumada.
Así que tampoco nadie del personal parecía ir a impedírselo.
Suspiró secándose las manos con papel.
Mientras, Stewy sacó el móvil para hacer las fotografías.
Frunció el ceño intentando distinguir… bueno… el pequeñín del pequeñín. Había unas letras que indicaba cual era el renacuajoA y el B.
– Kian – Ella dijo casualmente girándose hacia Stewy.
– ¿Perdón?
Ella se encogió de hombros.
– ¿Te parecería mal Kian si uno es un niño como ella ha dicho? Pensé que aunque no fueras a darle el apellido, quizás… me gustaría saber qué opinas —
Llevaba pensándolo desde que pasó una tarde buscando nombres en Internet cuando volvió de Londres.
Stewy la escuchó ladeando la cabeza levemente.
– Me gustaría que llevaran mi apellido.
– Bien, pero no voy a tener ese debate contigo ahora – Lavinia se mostró firme haciendo caso omiso de su mirada.
Ella era el amor de su vida, él sabía eso desde hace mucho.
– Ya estoy – fue a abrir la puerta para salir.
– Espera – pidió Stewy mientras la guiaba por la cintura para que no saliera del lugar.
Lavinia le recordó: – Estamos en el baño de la clínica, ¿recuerdas?
Stewy inhaló aire contra ella. – Perdóname.
Lavinia se mordió el labio.
Sus cuerpos se apretaron en el pequeño espacio del baño, y Lavinia no pudo evitar subir la mano a su solapa. Sus pulmones parecían expandirse con el aroma de la colonia de Stewy rodeándola.
Él juntó sus frentes. – Lo siento, lo siento mucho.
Lavinia se dejó caer hacia atrás hasta que sus hombros tocaron la pared detrás de ella. – Stewy…
La preocupación estaba escrita en el rostro de Stewy. Su pulgar trazó círculos contra la curva de su pómulo. – ¿Tú estás bien?
– Sí – respiró ella. – Ya has escuchado a la doctora. Todo es perfecto.
Con suavidad colocó una mano en su cadera, mientras besó la línea de la mandíbula. Ella cerró los ojos en respuesta a la emoción.
Stewy se permitió absorber la sensación sin moverse, reprimiendo cualquier otro movimiento que no fuera el lento subir y bajar de su pecho mientras la inhalaba.
Prensó los labios cerca de su nariz.
Esa pequeña presión les resultó calmante a ambos.
Era la única forma en que Lavinia podía describir cómo se sentía. Y, sin embargo, no era suficiente, no era suficiente para lo que necesitaba a partir de ese momento. Necesitaba algo más que simples palabras tranquilizadoras, algo más sustancial y tangible que una simple promesa.
Ya no estaba muy segura de qué.
– Ven a casa conmigo.
– Stewy…
– Conseguiré algo de comida. Tal vez un poco de pizza o algo así. Tu solo tienes que descansar.
– No quiero volver a tener la misma discusión.
Su voz fue amortiguada por su cabello. – No la tendremos. Entiendo que tengo que ganármelo…
Ella hizo una mueca rara.
Susurró: – Stewy…
– Dime…
– ¿Qué tienes ahí abajo? misiles? Nunca he oído a hablar de gemelos en mi familia…
Él se apartó y la miró con el ceño fruncido y luego sus comisuras se alzaron.
Sus cejas se fruncieron cuando la quieta sonrisa de ella fue reemplazada por su frente arrugada.
– Mierda, Lavinia, lo siento. Realmente lo hago. Pero no – se apresuró – No cómo crees… Fue una sorpresa uno, y dos es… solo una adición, pero el primero… soy un imbécil.
Lavinia lo evaluó con los ojos entrecerrados, su voz pequeña. – Eso no tiene sentido...
– Mierda – se encogió de hombros con impotencia – Sabes lo que quiero decir.
Lavinia inclinó la cabeza hacia un lado. – No. ¿Yo?
– He sabido que lo había estropeado durante semanas pero estabas tan decidida y…
Cuando la puerta del lavabo se abrió, Stewy se apartó un paso de ella.
Lavinia puso la suya sobre el todavía incipiente bulto de sus bebés por nacer, mirándolo.
Era otra paciente.
Stewy se disculpó con la mujer.
– Perdónenos.
Pero la extraña fue comprensiva. Y estaba mucho más embarazada que ella.
– Oh, sí, claro, no hay problema. Personalmente me pone muy nerviosa venir sola a la consulta y siempre me pongo algo emocional con todo.
Lavinia se recompuso apretando los labios. Forzó una sonrisa para la mujer.
Stewy sujetó la puerta y guió el camino mientras se alejaban hacia el ascensor.
Cuando las puertas se cerraron, tomó a Lavinia por los hombros con delicadeza y la miró a los ojos.
Sus ojos recorrieron su rostro, absorbiendo cada detalle.
Sacudió su cabeza y le dio un beso en la parte de superior del cabello antes de soltar sus hombros. – Tú y yo somos bastantes fértiles, ¿uhm?
Los labios de Lavinia se curvaron ligeramente a pesar de sí misma. – Eso me han dicho.
La tarde se había enfriado, cuando ella subió al Bentley que conducía Diego.
La única condición que puso fue que la llevara a su casa.
No a su apartamento en Tribeca.
Parecía imposible que apenas esta mañana hubieran estado en el velorio de Logan Roy.
– Tengo que hacer un par de gestiones con GoJo.
– Lavinia…
– Nada de 'Lavinia'. No estoy enferma. Volveré a ver a la doctora Toure en tres semanas para un chequeo. Mientras puedo y debo hacer vida normal.
– No has comido más que cuatro canapés. Deja que le pida a Diego que traiga algo.
Stewy respiró hondo, se incorporó correctamente, miró a Lavinia.
Ella pareció en conflicto.
Sus ojos contemplaron pasar la ciudad desde la ventanilla del coche. Estaba oscureciendo porque en noviembre lo hacía temprano.
Lavinia tenía una relación conflictiva con el invierno.
Le gustaba el calor y la luz del verano.
Pero cuando estaba triste las semanas que llevaban a diciembre se sentían más acogedoras.
Adoraba absolutamente diciembre.
Eso no estaba lejos ahora.
Stewy la acompañó hasta Queens y el resto del trayecto estuvieron muy quietos en la parte de atrás del coche.
Diferentes escenarios en sus cabezas.
Risas. Llantos. Los días demasiado cortos, las noches sin dormir.
El miedo a que esas personitas no fueran felices.
Stewy llamando por videoconferencia cada pocos días porque no había logrado recuperarla.
Convenciéndose que ver a esos críos cuando podía era tan satisfactorio como la vida que habían podido tener. Aunque reteniendo su libertad.
Diciéndole a Lawrence o a alguien en un club que su última idea para una inversión era casi ofensiva.
En el menos malo de los casos, ella estaba allí en Nueva York pero los dos muy ocupados. En el peor…
Cuando llegaron, Lavinia lo dejó subir con un gesto de cabeza.
Quizás los dos todavía estaban desconcertados.
Lavinia abrió su ordenador portátil en la mesa de café.
Enseguida se sintió distraída.
Su buzón de entrada estaba más solicitado de lo que había previsto.
Toffee pasó entre las piernas de él como saludándole. – Hey, colega…
Stewy la miraba desde la puerta del comedor tratando de ocupar el menor espacio posible. Ella no le había pedido que se fuera, pero él se sintió como un espía.
Algo que se había ganado a pulso.
La vio responder unos correos electrónicos pendientes.
Era temprano para algo parecido a la cena.
Stewy se fue al recibidor cuando alguien tocó el timbre y regresó con lo que parecía ser una pequeña bolsa con dulces que le había pedido a Diego que le trajera de una cafetería cercana.
El móvil de Lavinia cobró vida en ese momento.
Era una videollamada por trabajo, cogió los auriculares de su bolsa, pero cuando descolgó se dio cuenta que no tenían batería.
Los ojos de Lukas se abrieron, y la sonrisa se le agrandó mientras miraba la pantalla de su móvil. – ¿Todavía no estás en Noruega?
Lavinia levantó las cejas.
Por supuesto que no estaba en Noruega.
No había tiempo material.
Él ya sabía eso.
– Hola, buenas tardes, a ti también.
– Empezaba a preguntarme porque no contestabas los mensajes – le dijo con una sonrisa descarada
Lavinia arrugó los labios.
Lukas parecía a dos segundos de soltar algo inapropiado.
¿Dónde estaba Oskar para poner razón cuando le necesitabas?
Cogió aire y negó suavemente, a la vez que miraba al marco de la puerta donde Stewy estaba cruzado de brazos.
Notó el corazón desbocado en su pecho.
Lo que era idiota.
Estaba soltera.
Rachel de Friends ya tenía citas embarazada en los noventa.
Pero si tú no seguías esa serie.
– Ya me he puesto con los informes que me has pedido. Bueno… Acabo de pedirle algunos datos a Oskar. ¿Has recibido el mensaje corto de antes?
Él sonrió ampliamente.
– Sí. La visita al médico. Dime, ¿voy a tener que conseguirte una camiseta del Gotemburgo de la talla 0?
Parecía divertido con su expresión.
Parpadeó. – ¿Perdón?
Él le hizo un guiño. – No sé si le gustara el futbol.
Un momento. Se le ocurrió. – ¿Estás siendo sexista?
Lukas alzó una mano en son de paz: – No sé si deberías llamar sexista a tu jefe, H.
Alzó la cabeza hacia Stewy.
Quizás nunca lo había visto tan quietamente serio.
– Te llamo cuando vaya para allí.
Lukas se puso la capucha de su sudadera.
– Uhm. ¿Sabes? Creo que acabo de tener una idea con… con eso de tus primos mandamases.
Lavinia exhaló aire.
Hizo una cara preocupada consciente que él pensaba que estaba sola.
– Que no salga en Twitter ni en el New Yorker. ¿Podemos hacer eso? – se avanzó.
– Claro.
– Fantástico.
Su sonrisa petulante siguió en su cara. – Aunque hay ese sitio sueco que ha publicado este mediodía en el que están obsesionados conmigo. ¿Podrías darles un toque?
Ella asintió algo desorientada.
– ¿Está todo bien? Tenemos mucho trabajo – Lukas preguntó, con expresión interrogante.
– Todo bien.
– ¿Lavinia?
– ¿Sí?
– Solo quería picarte, también tenemos equipo femenino.
No pudo evitar rodar los ojos.
– Quiero ver ese presupuesto.
Entonces se dio por satisfecho. – Date prisa. Todo el mundo va a estar aquí.
Se dio cuenta de que le temblaban los dedos al colgar.
Stewy se humedeció los labios.
La incomodidad se le instaló en los huesos y siguió allí atrincherada.
La bolsa de la merienda descartada en la mesa.
– Y mi dinero depende de ese tío.
Lavinia frunció el ceño.
El cuerpo le pesaba, se le cerraban los ojos del cansancio
– Stewy… – se apretó la nariz con dos dedos para mantenerse despejada – Tengo que acabar de repasar todo esto pero necesito dormir.
– Entonces hazlo por favor – Stewy dijo en voz baja. – Te despertaré a eso de las siete. No te preocupes. Todos deberíamos descansar.
Lo miró.
– Pero…
– Yo tengo un par de llamadas perdidas de Ken pero saldré afuera a hablar para no molestarte. Livy…
Suspiró.
– Hay una llave de recambio en el recibidor…
– Gracias. Yo… – insistió.
– ¿Sí?
– Sé que es difícil de creer después de todo lo que ha pasado… pero realmente me importáis.
Sus ojos se movieron hacia arriba para encontrarse con los de él.
Lavinia suspiró y se cubrió con una manta. Hacía calor debajo de ella aunque la calefacción de su piso apenas estaba dada. El gato inmediatamente saltó a su regazo para hacer que acariciara su pelaje. Stewy se quedó mirándolos.
Se despertó sobresaltada, confundida. Los ojos enganchados. Por un segundo no pudo recordar donde estaba. ¿Fue ese otro mal sueño? Las luces estaban apagadas.
Toffee estaba junto a su cabeza.
Se frotó la cara.
Buscando la hora en su propio móvil.
Era pasada la medianoche.
Había dormido durante horas.
– Mierda, Stewy, dijiste que me ibas a despertar – murmuró.
Pero él mismo se había quedado dormido.
Sus pies descansaban sobre sus piernas una de las manos de él sosteniendo su tobillo. El calor de su mano irradiaba contra ella.
Él mismo la había movido para coger puesto en el sofá. También la había descalzado.
Trató de recordar la tarde anterior, la conversación después de la visita al ginecólogo.
Lavinia podía oírlo roncar suavemente.
Su cabello había acabado de despeinarse y estaba más rizado.
Era un hombre guapo. Siempre había amado su rostro. – Un papá guapo – les susurró a sus hijos por nacer en su vientre. – Nadie os va a quitar los genes al menos. Pero tenemos que dejarlo ser, ¿uhm?
Ella se levantó del sofá liberándose lentamente. Rígida, fue al baño a refrescarse y ponerse una ropa más cómoda. Después, se dirigió a la cocina.
Se puso un vaso de leche y volvió con la taza en las manos donde todavía dormía Stewy.
Lo miró un momento más.
Estuvo tentada de acercar la mano a su frente y sus mechones canosos. La movió a su mandíbula pero no llegó a acariciarlo. – Stewy – intentó despertarle en voz baja aunque él no respondió.
Dudó.
Tenía varios correos electrónicos en el móvil.
Uno era la newsletter de la psicóloga que había visitado en Bruselas semi obligada por una preocupada Monique.
Inspiró y exhaló.
Su móvil empezó a vibrar de nuevo.
Era una llamada de su madre.
¡Pero si era muy tarde!
Hacía horas que había pasado la hora de irse a dormir de Marianne.
– Mamá – respondió, sintiendo aversión.
– Pensaba que no querías hablar conmigo – dijo la voz de Marianne.
Hola, a ti también. ¿Cómo estás? Yo bien.
Se mordió el labio. – Ha sido un día complicado.
– Sí… sí. Lo sé. Tu abuelo es un cabezota, pensé que se esperaría al funeral pero se ve que tendré que arreglármelas sola para venir.
– Lo siento.
– Sí, sí, por supuesto. Por cierto, felicidades, ¿mm? ¿ya estás segura de… lo que haces? – Marianne hizo un ruido con la respiración – Sin padre. Greg me dijo que estabas… esperando y luego hablé con tu abuelo. ¿Cómo has dejado que te pasara? Te convertirás en madre soltera. Sin marido... Tengo que avisarte que el bebé será grande... Vosotros dos fuisteis bebés grandes. Greg y tú.
Lavinia cerró los ojos. No podía creer que estaba a punto de decir aquello.
Respiró hondo y dejó escapar un largo suspiro, antes de decir en voz baja: – En realidad son gemelos.
– ¿Me estás tomando el pelo? – quiso saber su madre – ¿Por qué hiciste esto? Yo no... Lavinia. No voy a ser una abuela tradicional. No puedo ayudarte. Ya puedes ver eso. Ay, Lavinia… desde pequeña has necesitado sentirte imprescindible, estaba esa maestra que siempre decía que eras insegura y que temía ser rechazada si fallaba en algo. Por supuesto, te has dejado hacer esto…
Lavinia sintió que las lágrimas le picaban los ojos. Ella que siempre había sido bastante dura a la hora de llorar llevaba todo el día así.
Aunque no fuera una sorpresa que hablar con su madre le hiciera sentir frustrada y como esa niña a la que no soportaba.
– Mamá, puedes no…
Y por supuesto que Marianne se lo notó.
– No llores. Te las apañaras, siempre lo haces – Marianne sonó más solemne que de costumbre y su voz tenía un borde de preocupación ahora. – Eres inteligente y joven. Ahora me callo, no quiero hacerte enfadar. No es bueno para el bebé. Dos bebés. No sé si… ¿no crees que soy muy joven para que me llamen abuela? Espero que Greg tarde unos cuantos años. Ya veremos cuando los traigas. Conociéndote voy a ser la última en verlos.
Lavinia bajó la voz. – Eso no…, no te preocupes…
Stewy se movió en el sofá pero no pareció despertarse.
Esta tarde había dormido durante horas pero aún estaba cansada, así que esta vez se sentó sin tocarlo. Miró su rostro dormido y sintió una especie de punzada en el pecho.
Él se movió ligeramente y movió su brazo, rozando el de ella, y ella sonrió inconscientemente. Entonces sacudió la cabeza. Se estaba dejando despistar de nuevo. Esta relación solo les hacía daño.
Aún así, cuando lo miró dormido una vez más, inclinó la cabeza sobre su hombro y puso su mano sobre su corazón por un momento tan largo como pudo.
Podía sentirlo latir bajo su palma, pero no se movió. Ella solo escuchó el ritmo constante y tranquilo.
Cuando levantó la vista una vez más, él la miraba, todavía dormitando. Parecía incluso más joven. Sus pestañas parpadearon. – Livy…
Los dedos de Stewy acariciaron los suyos.
– Te tienes que ir.
– ¿Estás segura?
Asintió.
– Sí, tengo que volver a llamar a Lukas por todo esto de Noruega y...
– ¿Te da miedo de que te pregunte con quien estás?
– Stewy – le advirtió.
Él pasó su brazo alrededor de su cintura.
Sus dedos trazaron pequeños patrones contra la piel expuesta de su cintura, ahora que llevaba un jersey gris y unos pantalones en vez del vestido de la mañana.
Se le puso toda la piel de gallina.
– Lo siento, Liv. Estoy jodidamente celoso y ni siquiera sé qué ha pasado entre vo—
Intercambiaron una mirada.
Él apretó más su brazo alrededor de ella. – No, no me contestes o terminaría aceptando alguna estupidez de Ken y Sandi tendría que matarme.
Ella se alejó de él un poco confundida con su mano en su codo.
– ¿Qué clase de…?
Stewy también se enderezó ligeramente con una sonrisa de disculpa. – Soy un puto perro de dibujos animados tras el dinero, pero no dejaré que el sueco se quede con mi jodida familia… Lo admito. Hay una parte de mí que solo quiere ser su mayor dolor en el trasero.
Lavinia lo miró sorprendida.
– Quizás me merezco que no me perdones por ser un gilipollas que no sabe hacer las cosas bien. Pero ese tipo —
Los ojos de ella se desviaron al suelo.
– ¿De dónde has sacado…?
– Conjeturas. Y os he escuchado, Livy.
No era como cuando Livy hablaba con Angela o Kendall… Tal vez Roman, absolutamente... pero Lukas Matsson no quería jugar a los primos.
Stewy la miró y, mordiéndose el labio inferior, se revolvió el pelo.
Lavinia se pellizcó el dedo meñique con una uña de la otra mano.
– Tengo que hacer una maleta.
Stewy asintió y se puso de pie, extendiendo una mano hacia ella, ayudándola a levantarse. – Te veo.
Presionó un beso corto en la comisura de sus labios.
Su piel picaba como electricidad estática donde había estado su barba.
– Stewy… – empezó pero olvidó que iba a decir dado que él ahuecó su vientre.
Él se dio la vuelta y haciendo un esfuerzo físico por moverse se volvió hacia el recibidor.
Ella se abrazó a sí misma por el frío.
Lavinia llegó a Noruega a mediodía.
Se encontraba extrañamente bien después de unas horas de sueño.
Probablemente sus pitufos también estarían distraídos con tanto para arriba y abajo en avión.
Habían tenido que hacer una parada técnica en Francia por las horas contínuas que el piloto llevaba trabajadas.
Recibió otra llamada de Lukas.
– Ahora sí, ¡por fin en Noruega!
– Por cierto, he visto el itinerario del aeropuerto a ese recinto. ¿Crees que puedo conducir?
La miró confuso. – ¿No te sirve uno de nuestros chóferes?
Se pasó la mano por el gorro de lana con el que se había abrigado.
– Quiero acabar de despejarme. Hace un montón que no estoy en ningún sitio en el que puedo conducir por carretera.
– Lo que tú quieras, Hirsch.
Matsson, Kendall y Roman entraron en un restaurante con vistas extraordinarias. Solo ellos tres. Había comida dispuesta pero ninguno la miró.
Lukas les sonrió no enteramente sincero: – Así, gracias por venir. Lo aprecio. No es un tiempo ideal.
Roman contraatacó con sarcasmo: – Hey. No es como si nuestro padre se hubiera muerto ayer. En realidad hace un par de días así que —
– Al menos no lo encontraste tú mismo, con el BMW aun funcionando. Porque eso puede ser traumático.
Roman y Kendall habían leído esa historia.
Su padrastro, realmente.
– Sí. Sí, claro. Um
– No lo sientos para Lukas?
Kendall asintió. – No, seguro, lo sentimos, hombre.
– No es que sea una competición.
Lukas les mostró una mesa de comida. Un champagne para brindar. Pero ninguno de los dos hermanos Roy pareció interesado.
La conversación siguió.
Sin Logan quería la ATN de nuevo en el trato.
Cuando llegó no fue Lukas con el primero con quien tuvo que compartir una sala.
Podía haberse imaginado eso.
Al fin y al cabo Oskar le había enviado el horario.
Primera parada el centro de conferencias donde habían preparado una especie de almuerzo.
Se encontró con Andreas y Rasmus en la entrada.
Ebba tambien estaba aquí hablando con un asistente.
– ¿Ha sido un vuelo duro?
– No, hablé con Lukas ayer pero he podido descansar.
– Bien, te seguimos.
Se mostró confundida. – ¿A mí?
– Órdenes del jefe. Oskar y tú estáis al cargo que no se pierda ninguna oveja – bajó la voz bromeando con un acento muy marcado – Ebba tiene dos videoconferencias y está de muy mal humor. Nuestra directora de marca aborrece nuestra marca y evita a medio departamento de Comunicación – bromeó.
Qué bien.
– ¿Vamos? – la voz potente de Oskar les interrumpió.
Asintió.
Cuando llegaron había una deliciosa fiesta escandinava. Relucientes pasteles de canela, montones de pan de centeno, huevo, toneladas de salmón ahumado fresco. Fruta y queso fresco.
Tom le decía algo a Hugo con bastante mala leche cuando entraron. – ¡Te has dejado engordar para el matadero!
Oh, Dios.
Lavinia se giró esperando que Oskar hiciera las introducciones pero este la miró a ella.
Finalmente, cedió con un gruñido.
Por alguna razón pensó que era la manera que Oskar trabajaba con la persona en su puesto.
¿Pero le habría contado Lukas—
La gente dijo hola pero todavía no había parpadeado dos veces que Karolina le sonreía.
Solo que… diferente de la simpatía que había mostrado con ella en Washington o el día de la conferencia de Ken.
Apenas hacia unos meses.
– ¿Lavinia? Comunicaciones y Asuntos públicos de GoJo – dijo su título "oficial" con una sonrisa.
– Hola, Karolina.
Hubo una pausa. – Menudo cambio – No tenía ni idea si lo dijo por Kendall o por el jersey y los pantalones de chándal que llevaba como Oskar y compañía. En realidad en Bélgica su estilo se había asemejado mucho más a este – ¿Cómo lo haces? ¿Con el idioma? – Ella sabía que la estaba sopesando o algo.
Y la verdad, no es que no impresionara.
Sí, quizás preferían quedarse con Karolina al final que ella con su futura baja de maternidad, y no…
Sabía perfectamente que era la mejor en el campo que compartían.
– De hecho he empezado a aprender. Sueco. – le respondió.
Y ahí estaba Hugo.
– ¿Ya tendrás tiempo de todo? Es todo muy deportivo. ¿También prácticas como ellos? ¿Escalada, esquí…?
Oh, el que faltaba.
Oskar. – Oh, no, no. Pero Lavinia no participa en ninguna de las pruebas ni en la sauna. Tiene bula papal.
– ¿Por? – se interesó Karolina.
Ebba que acababa de entrar al recinto y Tom que había estado hablando con Oskar ahora también los miraban aunque desde unos metros.
Fantástico.
Forzó una sonrisa.
Se pinchó la barbilla lo más natural que pudo y dijo: – Como novata debía tener alguna ventaja…
– Claro, y embarazada debe ser peligroso….
Hugo. HUGO.
Eso incluso tomó desprevenido a Oskar, quien elevó las cejas, aunque por su cara no era una información nueva.
Karolina pareció rectificar su gesto.
– Oh… uhm, Lavinia eso es… felicidades.
La Relaciones Públicas miró de soslayo a Hugo con lo que se le ocurrió que no era exactamente aprobación.
Después, de nuevo a ella: – Eres una valiente.
Lo que le sonó a uno de los versos de la Sibila de Delfos prediciéndole el apocalipsis.
Pero no fue insincero.
Supuso que era justo.
Le preocupó más la cara de Ebba.
Había también curiosidad en Tom.
Rasmus se paró delante de Hugo.
– No hace falta acabárselo todo, amigo.
Luego, fuera, le guiñó el ojo.
Ebba se acercó.
Fue amigable, pero distante.
Se apartaron del resto. – ¿Entonces quién va a tomar notas? ¿Tú, Oskar?
Oskar arrugó la frente. – Ni siquiera creo que ella tenga que tomar notas. ¿Tú los conoces y eso… no? Lukas quiere saber quién sirve, eso es para pasárnoslo bien, ver qué tal, y asustarlos un poco. Aunque he decidido un sistema de puntación – les informó satisfecho de sí mismo, y en ese momento cómplice.
Ebba se quedó callada otro momento mirando hacia el camino.
– Ya, yo tengo otra reunión para el nuevo logo así que… suerte buscando setas…
Lukas venía caminando.
– Hey, hey, Vinnie. Vinn-ie. ¿así es como te llaman tus primos, no? ¿podemos hablar?
– Sí.
La guió por la parte baja de la espalda, lo que pudo ver como al menos captaban Tom y Oskar.
– Lukas… – le reprochó.
Sus dedos estaban en la parte baja de su espalda. Estaba tratando de no tocarla demasiado porque estaba tratando de establecer límites incluso solo para el público.
– Perdón, pero ve con cuidado… esto patina. No te caigas en esa roca ni nada… es resbaladiza… te vas a lastimar y no puedo perderte ahora… – dijo, señalando el sendero angosto.
Caminaron juntos cuando retiro la mano, uno al lado del otro, en medio de la nada. Ya habían pasado media docena de árboles. El cielo ya no era azul, solo se veía gris, nublado. El bosque era denso pero el camino era abrupto y rocoso. – Tienes los informes.
– Lo sé. Los he visto esta mañana. ¿Todo bien con...? – señaló la mitad de su cuerpo.
– Oh sí. – le aseguró ella. – Todo se ve bien. Es solo...
– ¿Solo qué?
– Hay dos bebés ahí. Un poco abarrotado.
Dejó una carcajada. – ¿En serio?
– No te mentiría.
Lukas arrugó la frente. – Suena a caos total – y se rió.
Ella le miró. – ¿Cómo han ido las cosas por aquí?
– Han mejorado mucho esta mañana. Al final siempre depende del dinero, el café y la buena compañía – le guiñó un ojo.
Volvió a hablar después de unos pasos: – Esta noche hay una especie…de fiesta. ¿Podemos hablar cuando las cosas se hayan relajado—?
– ¿Por?
– Creo que debería contarte los secretos del desván de Barba Azul como dijiste y darte la llave – la miró. Le había gustado bastante su metáfora – o compartir una cerveza — sin alcohol para ti.
Los equipos se estaban reuniendo en el claro.
Había un montón de mesas de picnic. Un grupo hacía lanzamiento de hachas en un área.
Lukas y Lavinia estaban sentados en una mesa situada un poco más alta, cerca de la casona principal.
Oskar se unió.
Matsson estaba serio enseñándoles algo en el teléfono.
Tom les observó durante un rato, considerándolo.
Y ahí estaba el jodido Greg.
– Tenemos que jugar esto con delicadeza. Ante nosotros hay un tablero de ajedrez. Cada movimiento es crucial. ¿Qué tienes cabroncete?
– Otros empleados dicen que Matsson es bastante frío. ¿Cuándo se tira a randos? Lo hace con auriculares con cancelación de ruido y…
– ¿Estás enfermo?
Greg parpadeó confundido por la interrupción. – ¿Qué?
– ¿No me estarás contando como se tira a tu hermana? Porque eso… Sabes, prefiero no saberlo. Demasiada confianza da asco, Greg. Soy… soy familia.
Dio dos pasos atrás, sorprendido. – Wuah. ¿Qué dices?
– Tengo ojos en la puñetera cara, Greg. Y oídos. Hay rumores. Has fallado… tus obligaciones de hermano y de… Greg— ¿Desde cuándo me tengo que enterar de las cosas por mi cuenta? ¿Es… verdad que está… ya sabes? Hace 200 años te habrías tenido que batir en duelo con ¿alguien?… – dejó la frase por acabar interrogante.
Greg tardó un momento a entenderle. – No elucubres sobre… Vamos, Tom. Es Stewy. Yo mismo le felicité. Lo que me convierte en prácticamente familia de los Furness.
– Eso no es como funciona.
– Podría.
Tom hizo una mueca pero fue para picarle.
– ¿Estás haciendo prospecciones con el útero de tu hermana? Eres jodidamente asqueroso, Greg.
– Eso no es lo que…
– Bueno, ¿y en cuanto a la pelea a muerte…?
– Bueno. Algunos dicen Oskar. En términos de quién guarda la lista de asesinatos. Pero…
– Ahá. ¿Hay una lista de asesinatos?
– Oh, sé de buena fuente que hay una lista de asesinatos, sí. Va evolucionando, como ocho, nueve nombres.
– Pero hay… No puede ser correcto. ¿Significa que solo hay diez, once de nosotros? Tío, estás perdiendo tu mojo. Ahora está chupado. Ve y pídeselo a Lavinia.
Greg hizo una mueca dolorida.
– No puedo…
– ¿Por qué eso va a interferir con tu plan de dominación mundial via un tío que está vegetal, su hija y tu… claramente ex cuñado? Greg…
Meneó la cabeza, incomodo.
No le gustaba ser el objetivo de burlas de Tom.
No cuando últimamente había esos otros Gregs.
– No. Porque Lavinia en eso es como… mi abuelo… Terca y nada colaborativa.
Desde la mesa donde estaban vio a Kendall, Roman y Shiv acercándose.
Cuando estuvieron lo bastante cerca, los saludó con la cabeza, pero solo contestó Roman vocalizando sin voz algo que podía ser cualquier cosa, con una ceja alzada.
Pero que Lavinia dio por hecho que era: "A la mierda Abba"
Oskar dijo algo en sueco de lo que ella solo entendió que era sobre la ATN.
– Boomblerg.
Giró la cabeza hacia ellos.
A Lukas, Oskar, Andreas, Rasmus.
– ¿Disculpadme?
– Hasta ahora es un negocio para viejos carcas – tradujo Lukas.
Lo miró. – Pero es… ya sabes… parte del ecosistema, aunque toxico – gesticuló. Pero se mordió el labio inferior. No sería ella quien defendiera las políticas horribles del canal ni ganas — pero sabía que el propósito de GoJo no era exactamente ser un caballero blanco para salvar la democracia estadounidense – No soy fan pero por lo que sea hay mucha gente que se la mira…
Oskar se animó.
– Haremos que miren otra cosa.
– Quizás si vendéis lobotomías…
– Hahahaha. Ja, América…
Dudó.
– No, yo, no he dicho… ¿El Le Pen sueco no había subido como la espuma la última vez que lo miré?
Lukas se puso a hacer girar el móvil con un dedo.
– Oskar solo mira el futbol – le guiñó un ojo – Y vamos a hacer que se sepa que he hecho una gran oferta. No a los medios aún, pero pensaba que… ¿tu tenías buen rollo con Josh Aaronson, eh? Me acuerdo de la fiesta de Ken – comentó él con naturalidad.
– Bueno…
Golpeó los dedos contra la mesa conspirativo. – Va a estar chupado.
Oskar arqueó las cejas. – ¿También la vas a enviar a seducir el irlandés? ¿O a Andreas?
Lukas lo miró de arriba abajo con un codo en la mesa.
– Tío, al único que voy a enviar a seducir a alguien es a ti. Ella no se va a ir muy lejos, y después de esto de aquí, hasta que tengamos el trato, no os quiero perder de vista a ninguno – y luego le lanzó algo breve en sueco.
Oskar no se dejó intimidar. – ¿Lavinia, en serio, no sabes quién es el Le Pen sueco?
– Sí, que lo sé. Pero no tengo ni idea como pronunciarlo aún. Oskar Godjohnsen.
– Es encantadora – se mofó.
Al alzar la vista se toparon con los ojos interrogantes de Tom.
La conversación giró.
Los chicos siguieron en sueco.
Lavinia se dio cuenta que Ray de Waystar también se había unido detrás con Rasmus.
Oskar le dio la bienvenida.
– ¡Hey, chico!
– ¿Puedo sentarme? ¿Te acuerdas de mí? – le preguntó a Lukas – Nosotros en Sun Valley, nos burlamos de las bermudas de Sundar, las llevaba arrugadas y sus…?
Lukas lo miró como si no tuviera ni idea.
– Claro. Vale. Sabes estábamos hablando de – sonrió arrugando la frente – si Francia logrará aguantar.
Tom alzó la vista como perdido.
Ella pudo ver que llamaba la atención de su hermano con la mirada.
– Lo siento, ¿perdón?
– ¿Lo logrará Francia? La tasa de natalidad, el paro juvenil, el estado esclerótico. Los árabes enojados. ¿Lo lograran o se convertirán en Grecia?
– Bueno, mira, lo que necesitas saber desde la perspectiva del periodismo norteamericano es que realmente nos la traen floja. Estados Unidos es post-imperial, no lo sabemos, porque no lo queremos saber. Tenemos nuestro propio París, muchas gracias, y si resulta que arde construiremos otro.
Habría deseado que Greg no se metiera en medio.
De hecho apenas llegó a entender no sé qué de la baguette y el The Economist.
Porque estaba ocupado gritándole interiormente que no hiciera eso.
Greg. Greg. ¡GREG!
Lukas se giró hacia él, curioso.
– Nombra a los cinco países más ricos en minerales de África.
Oh, por Dios.
Su hermano balbuceó.
¿Podía matar a Lukas?
Ray probó:
– Congo, Zimbabue, Zaire, mierda, Uganda, República Democrática del Congo…
– Impresionante. Cero puntos. Otra. ¿Qué tienen en común Alejandro Magno, Cary Grant y Yasser Araf?
En este momento Kendall y Shiv se habían acercado a mirar.
Los miró, apretando los labios.
Lukas volvió su atención a Greg que estaba murmurando algo.
– Perdona pero ¿tú quién eres? No te recuerdo de la lista.
– En realidad…
– ¿Yo? Bueno, es una larga historia, Greg Hirsch. Ory. Gregory Hirsch.
Alguien fue a clavar más fondo el puñal. – Es un primo. El sobrino de Logan.
Pero ya no hacía falta.
Lukas abrió los ojos, chasqueando la lengua.
Se giró hacia ella. – ¿Es tu— hermano?
Oskar no se iba a cortar de todas maneras.
De hecho, ella entendió perfectamente endogamia, Hapsburg y gigante en sueco.
Le lanzó una mirada asesina.
Oskar se rió con el sonido gutural del sueco.
Lukas arqueó una ceja hacia ella, pero claramente solo estaba medio conteniendo su sonrisa, encogiendo un poco el cuello.
Apoyó la mano en su rodilla con una disculpa silenciosa, inclinándose.
Le musitó "lo siento" en sueco a ella — que a estas alturas eso ya lo entendía.
Pero de alguna manera esa escena todavía provocó más la reacción de Kendall.
– ¿Habéis terminado? Igual con subtítulos nos hace gracia.
Lukas miró a Kendall.
Su primo negó con la cabeza. – Está bien, ya empiezo a estar harto. Pero vosotros, a la vuestro.
Lukas se enderezó.
– Solo pasábamos el rato mientras nos hacéis la contraoferta.
– ¿Quieres hacerlo aquí?
Eso claramente hizo que Lukas se sintiera retado.
Le hizo una cara.
– Vale. Dejadnos solos – pidió Ken.
Lavinia se levantó como los demás pero Lukas le hizo un guiño para que no se alejara.
Entonces Oskar tampoco se fue muy lejos.
Miró a Roman que buscó soporte en la mesa para hablar. – Queremos tu precio del acuerdo original sin la ATN.
Lukas replicó, en calma:
– No queréis la ATN.
– Lo que tú digas. Pero la queremos.
– Que no.
– No estés tan seguro.
– No la queréis. Lo he hablado con Oskar y sabríamos como salvarla.
– ¿Cómo salvarla?
El ambiente todavía se enrareció más.
– No es complicado, he visto el canal, es gente gritando con la vena bien hinchada. No, a ver. Entiendo bien lo que me decías pero no te pases, Lavinia ha hecho un poco tu argumento pero sin laurear al viejo Chevrolet roído – Ella desvió la vista a los árboles, distraídamente con la mano en el abdomen. Realmente no quería estar en esta conversación. – Pero la verdad es que yo lo transformaría. A lo Bloomberg. Simple, barato, enorme. Modelo Ikea a muerte.
– Me da a mí que no nos pondremos de acuerdo con el precio porque no entiendes lo que vas a comprar.
– Claro, instrúyeme chico Vaulter.
