04: La Cuarta Noche: Entre la Lanza y la Espada.
Silencio. Mis sentidos son agudos, agudísimos. Puede que no sepa muchas cosas, pero sé de detectar cualquier movimiento sospechoso en medio del silencio. He visto a la gente reírse de mí, al ver que no soy nada refinada. Sólo me queda encogerme de hombros y olvidarme del asunto. De todas formas, ya no les quedan ganas de reír cuando tienen la punta de mi lanza apuntando a la garganta. Ja, ja, ja. Soy rápida y fuerte también, y eso siempre me ha significado muchos elogios de parte de los otros caballeros. Puedo ser mortal… Si debo matar por mi país y por la honra de mi Emperador, no me da ningún miedo ensuciarme las manos. Por eso me gané el sobrenombre de "La muerte roja" o simplemente, "La roja".
Abril siempre se ríe de mí, también. Dice que parecemos gemelos. Para picarlo, muchas veces le digo que ha de ser que él parece una señorita… Pero sé que es lo contrario, que yo no lo parezco. Abril me dice que tal vez nunca voy a casarme, porque los hombres me tienen miedo. Que los estrangularé mientras duermen con estas manazas que tengo, grandes y rojas como tenazas de cangrejo. Callosas como manos de albañil, tanto darle duro al muñeco de madera, durante el entrenamiento. ¿Qué he de hacer? Soy así. Me gusta como soy. Pero tal vez Abril tenga razón, y nadie va a quererme de esta manera. Tendrá que aguantarme en su casita… Ahora si él se casa, supongo que tendré me mudarme. ¡Qué diablos!
Todo parecía ir así, normal, hasta ese día fatídico. Supongo de alguna u otra forma iba a verlo, pero… No estaba preparada. Las doncellas y señoritas del Imperio ya perdieron la chaveta por él. Nuestra Emperatriz es la mujer más buena y hermosa. Tiene una belleza frágil, como una de esas muñecas de porcelana que rompí una vez en la casa de mis primas, por jugar con ellas a la Guerra. El problema, el mayor problema es… Que su hermano se parece mucho, como mellizos. Debo haberme visto bien estúpida, mirándolo con la boca abierta, como pescado muerto. El sí que parece un muñeco de porcelana. Todo blanquito y frágil, como una cosita fina, de cristalería. Tiene el pelo rubio como el maíz, y los ojos grandes y verdes, como las joyas esas que al Emperador Heinley le gusta andar poniendo en todos lados. A mí la verdad, me importaban rábano partido, pero desde que vi esos ojos del Señor Kosair, cada vez que veo una de esas joyas, como que me da un calorcito adentro. Todos dicen que él es fuerte, también. ¿Qué tan fuerte? ¡Quería probarlo, Dios, como quería tener un duelo! Ahí volví a meter la pata. Lo interrumpí cuando estaba peleando con unos bandidos.
El señor Kosair por un lado, yo por el otro, les dimos caña que era un gusto, hasta que se pusieron a pedir piedad por su mamita, los pocos que habían quedado conscientes. Me imaginé que estaba bien. Ninguno estaba muy cansado, era legal, justo, el perfecto momento para un duelo, Y así fue, y él aceptó mi reto. Pero ¡carajos! Que se me distrae mi señorito Kosair, él todo delicado y bonito, estaba todo yendo super bien, estábamos peleando que era un gusto, cuando ¡Pam! Me entusiasmé demasiado, le di un buen lanzazo y que se me vino al suelo.
-Señor… ¿Señorito Kosair? No esté embromando, su señoría… ¿Verdad que estamos bien?
Le levanté la cabecita de muñeco con cabellos de oro. Tenía los ojos cerrados y un hilito de sangre le estaba cayendo por la frente. ¡Canastos! ¿Me lo habré pitiado? – Pensé. Y me puse a rezarle a todos los santos que estuviera vivo, que no se me hubiera ido al patio de los callados, mi Señor Kosair, o sino el Emperador me iba a colgar del gaznape, y la Emperatriz ya no me iba a querer de doncella de compañía…
Puede no parecer, pero ese trabajo también me lo tomo en serio. Me quedo callado el mono la mayor parte del tiempo, porque decía mi abuelo que una señorita debía verse, pero no escucharse, pero yo creo que eran cuentos del vejete, porque lo fastidiábamos nosotros los nietos. Total que siempre estaba enojado. Que le sacábamos los palos tutores de los tomates para jugar que eran espadas, que brincábamos en las camas recién hechas para jugar a los saltos mortales, que casi le saqué un ojo a Abril por querer usar un abrecartas como puñal de soldado. Ahí venía mi Tata, con la varilla de sauce lista para darnos por las piernas. Y si no, nos mandaban a acarrear agua del pozo hasta que nos dolían los brazos… Pero bueno. Volviendo a mi señor Kosair, ahí estaba él, como una pintura, monísimo, pero más quieto que gato de yeso. Y no estaba jugando, no. Lo moví, le hablé, lo pellizqué, hasta le mordí una mano, por si acaso. Nada. Empecé a sudar helado. Ni en la Guerra había tenido tanto miedo.
Alguien me sugirió llevarlo a acostarse al hostal cercano. Y fue super buena idea, porque ya habían empezado a juntarse curiosos, así que me lo puse en el hombro, no era tan pesado, y si alguien me miraba, yo lo hacía saludar, como un títere y la gente alrededor se mataba de la risa.
Pedí un cuarto y se me quedaron mirando con una cara rara. Tuve que explicar varias veces que el señor Kosair necesitaba dormir y no otra cosa, porque varias mujeres empezaron a reunirse y se ofrecían para reemplazarme. Y yo dale que no, no, no, que era mi deber de soldado y todo eso, hasta que me dejaron en paz. Al menos era una buena posada. No había pulgas ni mosquitos, estaba bastante limpia, y no nos molestaron las ratas ni las garrapatas. ¡Qué suerte!
Ahí estaba mi señor Kosair, tendido sobre el colchón. Como estaba aburrida, le empecé a hacer distintos peinados y como que me entró risa. Si le hacía alguno de esos a la Emperatriz, seguro que me cortaban las manos, pero él se veía suficientemente bonito. El silencio era como aplastante. La posada estaba medio vacía, y al parecer ningún borracho había hecho aún trampa en las cartas, así que no había gritos ni trifulca. No me di cuenta como salió la luna. Estaba arrodillada hace rato, con los codos apoyados sobre la cama. Bajo esa luz suave y azul, él se veía más pálido, como un angelito. A cada rato ponía la palma cerca de su boca, para comprobar si seguía respirando.
Realmente es tan lindo como la Emperatriz. Por curiosidad, toqué sus labios. Eran suaves, también. Se veían bonitos cuando sonreía, pero su sonrisa era medio feroz y salvaje. Sólo reía cuando estaba ganando un duelo o una batalla. Aunque también sonreía cuando veía a la Emperatriz. Esa sonrisa era más linda, como de amor. Me imaginé como sería que me sonriera de esa forma. Acerqué mi cara a la suya, para imaginármelo mejor. De pronto abrió los ojos. Espero no haberlo asustado. Dicen que no es fácil despertar y ver esta cara. Pero él no dijo nada de momento. Tal vez estaba mareado. Sus ojos verdes y salvajes me miraron en silencio, por un rato.
-¿Mastas? ¿Qué pasó?
Me dio un poco de lata, pero le relaté todo lo que había pasado en el rato que estuvo "desvanecido" como dice Rose, que debo hablar elegante. El señor Kosair se reía de buena gana, pero también se puso medio colorado. Tal vez le daba vergüenza, ser tan débil. Le dije que no era problema, que yo lo protegería, asi como a la Emperatriz. No dijo que no. Tal vez le gustó la idea. Yo no tengo problema en protegerlos a todos. Soy como una mamá gansa, también puedo meterlo bajo mis alas, un gansito más. Tres gansitos de oro que me gustan tanto.
El problema, el verdadero problema, vino después. Por alguna razón, me puse medio muda. En vez de comer como carretonero y hablar hasta por los codos, como que de pronto, ya no me apetecía la sopa de puerco de Abril, que tanto me gusta. Prefería irme a mi cuarto y apagar la luz. A veces, así podía imaginarme los ojos del señor Kosair mirándome de nuevo… Todos verdes y brillando en la oscuridad, como un leopardo salvaje. Las otras damas de compañía se reían de mí y me tocaban la frente, preguntándome si estaba bien - ¡Estoy bien! – decía yo – Yo nunca me enfermo.
Me quedé pensando en algo que dijeron Rose y Laura un día. Ellas creyeron que yo no estaba escuchando. Pero lo que dijeron fue, en concreto, que cuando te sentías así, era mejor escribirlo en una carta. Un día que tomaron té con la señorita Nian, dijeron que ella recibía muchas cartas de amor y que así las personas expresaban sus sentimientos. Tal vez… Si pongo lo que siento por el señor Kosair en una carta, tal vez pueda volver a ser la misma de antes de tener este problema. Tal vez la el asado de zarigüeya y la sopa de puerco vuelvan a tener sabor, como antes… ¿Será así? Creo que debería probarlo. Escuché a Lord Mackenna decir que el Emperador le escribía muchas cartas a la Emperatriz, antes de casarse, aunque él mismo, no parecía contento por ello. Así que decidí hacerlo. Claro, tuve que esconderla de Abril, que es medio metiche, y me daba un poco de vergüenza que la encontrara por ahí y la leyera.
Se la di a la Emperatriz, pero creo que ella se anduvo confundiendo y le entregó otra carta diferente a su hermano. El señor Kosair parecía enojado conmigo. Estuve bien triste y lloré bastante, pero claro, me hice la loca y dije que me había metido la punta de la lanza en el ojo, por accidente, pero nadie me creyó. ¡Qué injusticia! Como sea, luego se arregló el asunto de la carta, porque el Señor Kosair vino a disculparse conmigo. Hablamos de algunas babosadas, y de peleas, y de armamento, por un rato, cuando de pronto, se me quedó mirando fijo. Me puse super nerviosa y me tomé otra garrafa entera de agua, mientras esperaba que él dijera algo.
-¿Te gustaría salir a comer conmigo, Mastas?
Me toqué la tripa. Ahora mismo, no tenía mucha hambre, así que no le contesté de inmediato.
-No justo ahora – agregó, cuando se dio cuenta en lo que estaba pensando – Mañana en la noche. Salimos de paseo y vamos a un buen restaurant ¿Te gusta la idea?
-¡Claro que sí! – Respondí. De pronto, mañana se me hacía demasiado lejano… Y creo que también estaba pensando lo mismo, porque los dos nos pusimos un poco colorados.
Tenía bastante vergüenza, pero me decidí y le pedí ayuda a las otras doncellas de la Emperatriz. Me ayudaron a elegir un vestido y me peinaron. No es lo que suelo usar, pero dijeron que me veía bien. ¿Me vería muy ridícula? Pensé mientras me miraba al espejo. Las puntas de mi cabello corto estaban ligeramente onduladas, me habían puesto maquillaje y algunas florecitas trenzadas en el pelo, el vestido era sencillo, no tenía muchos adornos ni lazos, ni hombreras. Todas levantaron el pulgar y me desearon mucha suerte en mi cita. Creí estar alucinando. Exageran. ¿En verdad es una cita?
El señor Kosair me esperaba en un carruaje a la salida del Palacio. Al parecer no iríamos a caballo. Se sentía extraño, y la verdad el tampoco habló demasiado durante el viaje al centro de la ciudad. Me sentía como una señorita noble – Pensé y no pude evitar una carcajada-, pero en el interior oscuro del carruaje, él me miró de nuevo con esa mirada especial, esa que yo no podía olvidar. Su cabello rubio estaba peinado casi tirante y brillaba como una taza de plata bajo la luz de la luna, otra vez.
-Te ves… diferente – Dijo en voz muy bajita.
-Gracias, supongo – Respondí.
El restaurant era agradable y limpio, con manteles de cuadritos y muebles de madera, la comida era abundante, y la verdad nos reímos bastante y tomamos nuestras buenas jarras de vino. Él se sonrió y dijo que le gustaba una mujer que sabía comer y beber bien. Sentí que me ponía colorada de nuevo. Tal vez ni siquiera hablaba de mí… Intenté portarme como una señorita, pero eso solo duró hasta que alguien dijo una pesadez sobre nuestra Emperatriz. El Señor Kosair se puso de inmediato de pie y abofeteó a alguien y yo hice otro tanto. Pronto el restaurant, se convirtió en una cantina cualquiera, donde iban y venían puñetazos y patadas. Él me cogió de las axilas y pude dar una ronda completa de coces alrededor, tras lo cual, los agresores se rindieron y pidieron disculpas. Nos sentimos satisfechos, hasta que lo dueños nos presentaron la cuenta de daños y nos invitaron a irnos.
En vez de llamar un carruaje, caminamos por la calle, medio oscura, entre la débil luz de las lamparillas de aceite. Normalmente estaría intranquila y vigilante, pensando que cualquiera podría esconderse entre las sombras, con un puñal o una espada, pero por alguna razón, me sentía muy bien. Tenía la panza llena, y una cosita cálida por dentro, mientras escuchaba la risa del Señor Kosair, recordando la cara de los tipos, se veía realmente feliz.
-Es tarde – dijo – No creo que sea prudente volver al Palacio a estas horas, tal vez deberíamos quedarnos en alguna posada…
Asentí. Recordando que la Guardia estaría muy ocupada haciendo las rondas, y tal vez nos confundirían con atacantes. Luego recordé que había una hospedería como la de la otra vez, por aquí cerca. No me importó demasiado cuando dijeron que sólo un cuarto estaba libre. La verdad, me daba lo mismo dormir en el suelo o bajo las estrellas. Cuando has sido guerrero, sabes que si puedes dormir apoyado en el tronco de un árbol con una manta, ya es un gran lujo. El problema fue que luego él quería dormir en el suelo y cederme la cama, cosa que yo no toleraría, y menos tratándose de un noble delicado como él. Al fin de mucho discutir, como medio borrachos que estábamos, logré convencerlo de usar el camastro, y yo apenas me apoyé un poco en el borde, y apenas él se durmiera, me deslizaría al suelo. Me estaba riendo por dentro, pensando en lo escandalizada que estaría Rose, viéndome en el suelo con el vestido, y las caras que pondrían las otras damas de la Emperatriz, cuando de pronto…
Los ojos verdes del Señor Kosair no parecían querer dormirse. Estaba mirándome fijo, al punto que creí que me había reído en voz alta y lo había despertado.
-No va a funcionar – dijo como entre dientes, y estirando su brazo largo, y que era mucho menos débil de lo que yo creía, me agarró y me acercó a él en el centro de la cama.
Empecé a tiritar un poco, de nervios, pero me hice la gallita y no dije nada. Él se dio vuelta hacia el otro lado, refunfuñando. Obviamente no quiere ver esta cara tan fea – pensé, debido a que tengo algunas cicatrices y ya sé bien que no soy bonita. Pasó bastante tiempo. Ya que no podía dormir, me consolé con la idea de que al menos estaba velando su sueño, como buena escolta, pero se me escapó un suspiro. Me tapé la boca con la mano, asustada.
-No estoy durmiendo – dijo - ¡Ya no puedo soportarlo más! – exclamó.
-¿Qué cosa? – Me pregunté a mi misma - ¿Será mi olor? – Comprobé que no olía mal, me había bañado en el río esa misma tarde…
-Masters… - dijo mientras se volteaba del todo y me miraba a la cara - ¿Ya has besado a alguien?
-No que yo sepa – respondí, medio avergonzada.
Él se acercó un poco más y puso su boca en la mía. Era suave, y húmeda. Sabía un poco a licor. Su lengua me estaba lamiendo los labios, mientras que su mano acariciaba mi mejilla y mis cabellos. Se sentía genial. Así que así es un beso.
-Me gustas – Dijo como disculpándose – Y sabes como soy, me cuesta contenerme…
¿Yo le gusto? ¿En serio?
Sentí su otra mano en mi espalda, subiendo y bajando, y sus labios volvieron a besarme. La mano que había recorrido mi cabello gris ratoncito, ahora estaba masajeando mi cuello y mi pecho. No estaba entrenando ni peleando, pero sentí que me faltaba el aliento. La mano en mi espalda estaba soltando uno a uno los botoncitos del vestido. Me sentí un poco nerviosa… Si el señor Kosair me quitaba la ropa, iba a ver todas mis cicatrices de batalla. Pero a él no parecía importarle.
Metí las manos dentro de su camisa. Su torso no era nada de débil. Su cuerpo podía ser delgado, pero sus músculos eran firmes y trabajados. Sentí que se estremecía mientras yo lo tocaba. Luego sentí que sus manos estaban soltando mis vendajes.
-Ohhhhhhh – suspiró – ¡Tus pechos son hermosos! ¿por qué los torturas de esta manera?
Me quedé medio pasmada. Los había desnudado del todo, después de haberme bajado el vestido y los estaba tocando.
-Señor Kosair…
-No – me respondió – Di sólo mi nombre - agregó, sin soltar mi pecho, que empezó a besar de manera escandalosa.
-¡No puedo! – Ahora mismo me percaté que estaba en una situación embarazosa con el mismísimo hermano de la Emperatriz y cuñado de mi jefe.
-¡Solo hazlo! – respondió, quitándose la camisa en la oscuridad – Creí que ya teníamos confianza.
-K…K…Ko-Kosair…
Lo escuché suspirar en silencio, su aliento era muy cálido y me hacía cosquillas en el cuello. Sus brazos, que muy tarde había descubierto que en verdad eran fuertes, me tenían prisionera, y no habría podido zafarme, por mucho que hubiera querido.
-Hazlo de nuevo – Susurró junto a mi oreja, que se sentía húmeda y caliente – Necesitas practicar, Masters…
Abrí la boca para protestar y me acalló con la suya, devorando mis labios y volviendo a recorrer el interior de mi boca con su lengua. Me sentía mareada, pero demasiado feliz. Mis manos se aferraron a su largo cabello rubio. Sentí que gemía un poco, pero casi parecía disfrutarlo.
Su cuerpo apegado al mío se sentía duro como una roca. Es más, parecía estar aún más duro entremedio de sus piernas. Cuando intenté liberarme de su abrazo, pasé a rozar esa parte y él se estremeció.
-Masters… - susurró - Si haces eso de nuevo, no creo que pueda aguantar más tiempo. Te deseo demasiado. ¿Podría preguntar si tengo la dicha de que mi sentir sea mutuo?
¿Usted? … digo… ¿Tú, quieres decir que te gusto? ¿Yo? Pero la Princesa…
Él me levantó la barbilla con furia salvaje e intentó leer en mi cara lo que estaba pensando. No podría creerlo ni en mil años. ¿De verdad le gusto tanto?
-Nunca había encontrado a nadie que pudiera con mi brusquedad y mi torpeza – Dijo medio avergonzado, se notaba en su voz – Las señoritas delicadas y nobles, se aburrirían muy rápido de mí, por mucho que les guste mi cara y mi cuerpo… Creo que sólo tú podrías entender lo que me apasiona, y lo que más me apasiona en este momento, ¡Eres tú!- -Sus manos calientes seguían tocando mi cintura y mis piernas, sin quedarse quieto ni pot un instante.
- Yo… - Murmuré medio atontada – Si usted cree que yo no siento lo mismo, estaría equivocado, señor. Creo que tengo esos "sentimientos" que dice la señora Emperatriz, no puedo dejar de pensar en mi Señor Kosair… Asi que, sí, me gusta – Me costó decirlo, pero logré sacar lo que tenía atorado en la garganta.
-Entonces no hay remedio – dijo, y lo vi sacarse los pantalones – Voy a ser todo tuyo, y tú serás toda mía, Masters.
Me terminó de sacar el vestido, que ya era una ruina de arrugado con tanto forcejeo – Me van a reprender – Alcancé a pensar, pero luego vi el cuerpo del hombre que estaba arrodillado en la cama conmigo, con el cabello dorado suelto y alborotado cayendo sobre sus hombros y espalda, y todos sus músculos casi brillando a la luz de la luna, así que me olvidé por completo del vestido prestado. ¡Qué gloria poder tocar cada centímetro de ese cuerpo de guerrero! Cada cicatriz tenía una historia y entre jadeos dejaba a veces entrever donde la había conseguido. Perdí toda vergüenza de las mías, y hasta presumí un poco de ellas. Pero entonces, mientras me quitaba el calzón, se puso demasiado serio.
- Espero que estés lista para mí, mi amor - murmuró cerca de mi boca, y sentí sus dedos deslizarse un poco dentro de mi cuerpo. Estaba resbaloso, justo ahí, pero dolió cuando los hundió un poco más. Me puse más nerviosa. Así que esto era hacer el amor, como decían las damas de la Señora Navier. Con razón dicen que la curiosidad mató al gato…
– Voy a poner esto dentro – Me tomó la mano y pude por fin sentir con ella la cosa dura que hace rato me estaba importunando, como una espada o una lanza de carne. Era muy grande y cálida, y latía con fuerza.
-Voy a ir muy despacio, no quiero lastimarte…
Se dejó caer sobre mí, y cuando entró en mi interior, casi solté un gritito. Pero recordé que soy una guerrera. Y he estado muchas veces a punto de morir herida o apaleada. ¡No es nada, me dije! Se empezó a move poco a poco. Su mano callosa acariciaba mi mejilla, mientras me decía cosas bonitas para distraerme. El dolor fue cediendo de a poco. El pelo húmedo se le pegaba a la frente, se lo saqué de los ojos para mirar su cara tan bonita y los ojos verde salvaje que brillaban como los de una fiera.
Algo pasó dentro de mí. Empecé a sentir algo distinto. Como entre picazón y cosquillas. Iba a decir algo, pero él volvió a besarme y comenzó a ir más rápido y más profundo. Crei que iba a morir. De verdad. El calor y las cosquillas eran demasiado. Liberé mi mano y la mordí, cuando creí que se me iba a escapar un grito. El gruñó y la reemplazó por la suya – No me importa si me muerdes fuerte - murmuró con una voz ronca que casi no reconocí. Podía sentir su rostro y aliento calientes cerca de cara, debía estar tan rojo como después de una larga mañana de entrenamiento, pero no había tiempo de pensar en eso, la sensación extraña se hizo insoportable, y por unos segundos grité como un animal herido. El soltó un rugido y me cogió muy fuerte de las caderas. ¡Si esto fuera acuchillar, creo que ya me habría ido al otro Reino hace rato! Luego el Señor Kosair soltó un bramido como de toro y se quedó muy quieto, resoplando. Sentí sus gotas de sudor cayendo sobre mí, cuando volvió a besarme, más suave, esta vez, como con vergüenza.
-¡Masters! – suspiró profundo y pareció adormilarse un poco.
¿Entonces, sí puede ser mío? – Pensé, mientras apartaba sus cabellos dorados, oscurecidos y mojados por el esfuerzo, de su cara. En vez de tranquilizarme una vez que ya hicimos estas cosas, creo que me estoy volviendo descarada. Quiero más. Quiero sentir esto muchas veces más. Quiero compartir todo con el hermano de mi Emperatriz. Las peleas, las heridas, la sangre… y los besos de su boca tan bonita.
FIN.-
