N/A: Sé que he tardado mucho tiempo. Lo siento, de verdad. He pensado mucho en esto, pero no podía ponerme.

Puede que os hayáis imaginado el motivo. Por si no, os digo que mi último examen fue a mediados de julio. La época de exámenes y trabajos empezó a mediados de mayo. En realidad, empezó antes, ya que esa fecha corresponde a mi primera entrega. Eso significa que he estado en época de exámenes y trabajos más de dos meses.

Gracias a Katherine.


Llevo al menos dos horas buscando información sobre el señor Martin. Al principio, lo hice con su nombre, pero tras un rato decidí buscar "profesor de educación física crimen" y no aparecen sólo resultados de Francia, sino de otros países. Reduzco la búsqueda a hasta hace quince años y, aún así, todavía hay muchos casos. Los profesores de educación física tienen una alta tendencia a ser atropellados, atracados, asesinados, corruptos, violadores, asesinos, timadores, maltratadores... Y no se acaba.

– Kagami-san, es muy tarde y mañana tienes patrulla. Acuéstate. – me ordena Longg medio dormido en su cojín.

Decido hacerle caso. Mañana por la mañana tendré la mente clara. También pasaré el día con mis amigas. Chloe nos ha invitado a Alix y a mí a ir a su suite.

Me levanto de mi silla y voy lentamente a mi cama. Sí, estoy cansada.

No me duermo por completo, sino que quedo en un estado entre la consciencia y el letargo. Siento las sábanas y el peso de la colcha, puedo oír mi propio corazón, pero el cuerpo me pesa mucho y no puedo moverme. Podría haber pasado mucho tiempo o poco, no lo sé.

Siento una presión en el borde de la mandíbula, una presión que sube por mi mejilla. Parece... una caricia.

¿Una caricia?

Intento mover mi pesado cuerpo mientras siento una mano apoyándose en mi cara. Los latidos de mi corazón se aceleran. No puedo moverme durante unos segundos, como si tuviera parálisis del sueño.

Por fin, consigo abrir los ojos e incorporarme.

Aquí no hay nadie. Sólo Longg, durmiendo, tal como estaba antes. Sé que no ha sido él.

Miro a todos lados con atención: la armadura, el armario, el escritorio, las espadas en la pared y el violonchelo en una esquina, todo iluminado por la tenue luz nocturna. Hay sombras extrañas, pero ninguna persona.

Cojo el móvil y me levanto. Salgo al pasillo e ilumino con la linterna del móvil. Sigue sin haber nadie. Mi corazón aún no se ha calmado y no quiero vagar por la casa a oscuras.

Vuelvo a mi habitación y me siento en la cama, esperando a tranquilizarme, pero no consigo pegar ojo en toda la noche.


Llego al hotel del padre de Chloe. Mi madre me ha permitido venir, sólo porque le he dicho que ya he terminado todos los deberes. Es una mentira, como Alix me enseñó a hacer. Quiere que vuelva antes del anochecer, pero ella no puede ver cuando es el anochecer, así que volveré cuando quiera.

Al entrar me recibe una mujer joven y rubia. Aunque más que recibir, se podría hablar de atosigamiento. Sólo se acerca a mí, de todas las personas que entran, e invade mi espacio personal.

– ¿Qué desea? – pregunta con una sonrisa, que, no sé por qué, no me gusta. Además, ¿por qué pregunta mi motivo para estar aquí? A los demás les ha dejado entrar sin interrogatorio.

– He venido a ver a mi amiga.

La mujer sigue con esa misma sonrisa.

– ¿Y quién es su amiga?

A nadie más le están haciendo esto. Miro a mi alrededor: todos son adultos. Podría ser ese el motivo. Aunque también me doy cuenta de que aquí sólo hay blancos. Pero, no puede ser eso, ¿verdad? El alcalde de París no se atrevería a hacer algo tan descarado.

– No es de su incumbencia. – le respondo. De todas maneras, no tiene derecho a saber nada sobre mi vida privada.

Oigo un fuerte taconeo y miro en su dirección para encontrar a una mujer vestida de blanco y negro con un enorme sombrero.

Me da la sensación. La misma que con el padre de Adrien, la anciana desconocida y Marinette. La sensación de que no es una buena persona.

Se para junto a nosotras y me mira de arriba a abajo. Arruga la nariz.

– Déjala entrar. Es la otra amiga de Lucy.

¿Quién es Lucy?

La mujer me hace un gesto para que me vaya. No quiero estar cerca de ella más tiempo, por lo que me dirijo al ascensor. Chloe me dijo que su suite está en la planta justo debajo de la azotea.

– No me puedo creer que haya cambiado a Adrien Agreste por esas dos. – dice en un tono bajo, sin saber que la he oído.

Entonces esa mujer es su madre. Es una imbécil.

La suite de Chloe es enorme, tiene de todo. Incluido dos chicas sentadas en extremos opuestos del sofá.

– ¡Kagami, ya has llegado! – exclama la rubia con mucha alegría. Casi parece Rose.

– ¿Qué ha pasado? ¿Habéis discutido?

Niega con la cabeza.

– No. – secunda Alix. – Sólo hemos hablado. Pensé que nos había invitado con la intención de hacer algo parecido a lo que hicimos la otra vez.

– Y ha pasado algo. – especulo.

– No. – contestan las dos a la vez.

Creo que sí ha pasado algo. No me lo quieren decir.

– Hoy no vamos a hacer nada de trabajo ni de deberes. Sólo vamos a disfrutar.

Chloe ha pensado en hacer un día de cine. Concretamente, drama. Drama romántico y drama adolescente.

Nos hemos sentado en su sofá, frente a una enorme pantalla de televisión. Yo estoy en el medio. Chloe busca una película con el mando.

– ¿Estás hablando en serio? ¿Por qué no ver una película de superhéroes, mejor? – se queja Alix. Está un poco inclinada hacia delante, para que Chloe pueda verla.

– ¿Por qué querría ver una película de mi día a día? La idea es alejarse del trabajo.

Ella imita su gesto, dejándome a mi en medio de la conversación.

– Las películas románticas son completamente del día a día. Literalmente a cualquiera puede pasarle.

A esa declaración, la rubia reacciona ¿mal? Hace una respiración fuerte antes de hablar.

– ¡A mí no! ¡Yo no tengo vida amorosa!

Hay una silencio después de eso.

Sinceramente, no quiero hablar del chico que le gusta. Si lo que dice Alix es cierto, no sé nada sobre él y no tengo nada que aportar a una conversación así.

Le arrebato el mando y selecciono la primera película que aparece.

Es un montón de clichés estadounidenses sobre cómo se comportan las adolescentes. Si fuera japonesa, sería muy distinta. Para empezar, no podrían ir de rosa los miércoles.

El mayordomo ya trae comida mientras la vemos. Es una ensalada de fruta. En mi opinión, es una macedonia, pero Chloe afirma que no, antes de echarle medio bote de miel. Alix mira la comida con cautela al principio, aunque acaba comiendo.

– Eres igual que Regina. – declara Alix de repente.

Chloe parece ofenderse por eso. Antes de que vuelvan a discutir, intervengo.

– Es cierto que os parecéis en algunos sentidos: ambas sois rubias con los ojos azules, guapas, ricas, estáis obsesionadas con vuestro peso. Pero hay una diferencia fundamental. A ella la adoran a pesar de todo lo que ha hecho, y a ti te odian.

Ella es una manipuladora que se hace la víctima, algo que tiene en común con Marinette. Chloe no es así. Es sincera, a veces rozando lo cruel. Le dice a la gente lo que no quieren oír y creo que eso es algo bueno, aunque le sería beneficioso cambiar las formas.

Me doy cuenta de que nadie ha dicho nada.

Alix me mira con los ojos como platos y Chloe tiene el ceño fruncido y la boca abierta. Algo ha pasado, creo que no han llegado a la misma conclusión.

– Ella es falsa y manipuladora, tú no.

Eso alivia el ambiente, pero Alix no quiere decir viendo la película. Dice que las chicas son demasiado crueles entre sí.

– Si dejamos de ver películas por tu culpa, tendrás que hacer un reto. Como los de Kim. – Chloe pone una sonrisa extraña. – Y Kagami será juez.

¿De qué exactamente seré juez? Me siento confiada. Sé que puedo ser una juez justa.

– Vale. Estoy acostumbrada a ganarle a Kim. Contigo también puedo.

Las dos me miran a mí.

– ¿Qué?

– Elige lo que tenemos que hacer.

¿Cómo voy a hacerlo? Yo no estoy acostumbrada a esto. Soy una persona seria y responsable y... Ya lo sé.

– ¿Quién de las dos puede decir más palabras en japonés?

Sus reacciones son muy dispares. Me avecinan el resultado posterior.

– No puedes estar hablando en serio.

– Claro que lo hago. He ganado y el ganador se lleva un premio. Así lo haces con Kim.

Alix me mira, esperando que me ponga de su parte. No puedo, Chloe ha ganado de manera justa. Ha dicho doce palabras en japonés, según ella, porque Adrien le obliga a ver anime en versión original. Alix, en cambio, sólo ha dicho nombres de marcas.

Con resignación, Alix sigue a Chloe al interior de su vestidor.

Ahora que estoy sola, me doy cuenta de que llevo un rato largo sin pensar en lo que ha ocurrido esta noche. Eso me provoca dos emociones contrarias, que pelean por ser la dominante. Por un lado, me siento feliz de que mis amigas sean capaces de distraerme así. Por otro, recordarlo hace que me sienta insegura.

Echo un vistazo a Longg, que está teniendo una conversación con Fluff y Polen.

No voy a molestarlo, él las ve muy poco, ya que no siempre podemos dejarles salir.

Las chicas salen del vestidor. Chloe está igual, pero Alix lleva un vestido de rayas amarillo y rosa, lo que la hace parecer un caramelo. Como la describió en las elecciones de delegada.

– Pareces un... – comienzo a hablar, pero ella me interrumpe.

– No lo digas, no quiero saberlo.

– Aún no hemos terminado.

Tras decir eso, ambas se encaminan al baño.

Me vuelven a dejar sola e intento distraerme. Miro las películas que se suponía que íbamos a ver. ¿De verdad las chicas occidentales suelen comportarse de esa manera? No es que las japonesas sean mucho mejor persona, pero ellas eran tan ridículas.

Mientras ellas están ahí dentro, llaman a la puerta. Los kwamis se esconden rápidamente y yo invito a pasar al mayordomo Jean, que ya vino antes a traer el almuerzo.

Esta vez trae un carro con una bandeja llena de dulces y un bote de miel sin estrenar para Chloe. Se va sin hacer ningún ruido.

Hay muchos dulces franceses. No tengo claro cómo se llaman, ya que no es algo que acostumbre a comer.

– Han traído dulces.

– Es para la merienda. Empieza a comer si te apetece.

Como no es algo que me guste mucho, no los toco, pero sí aviso a los kwamis. A alguno de ellos le gustarán.

– ¿Qué tal? ¿Estáis hablando mucho?

Los tres asienten.

– ¿Te han dejado sola? – pregunta Longg.

– No, es sólo que Chloe le está haciendo un cambio de imagen a Alix.

Justo cuando lo digo, salen las dos.

La primera sigue igual, por supuesto. La segunda ha pasado a parecer una muñeca temática de un universo de caramelos en una película infantil. Está maquillada de amarillo y rosa y la ha peinado. Casi no se la reconoce.

Pone una expresión muy extraña. Parece molesta, pero hay algo más. Es muy graciosa. Y contrasta mucho con la sonrisa de Chloe.

Al verlo no puedo evitarlo y me río.

Las dos se cierran hacia mí inmediatamente. Creo que están sorprendidas. Yo también lo estoy. No suelo reír mucho, ya que es difícil que encuentre algo gracioso.

– ¿Se ha reído?

– Se ha reído.

Las dos sonríen, pero dura poco, porque empiezan a discutir otra vez.

– He sido yo.

– ¿Qué dices? He sido yo quién te ha maquillado.

– Pero yo soy la graciosa de las dos, tú eres una amargada.

– ¿Por qué no venís a comer algo?

Las dos se acercan al carrito, cogen algo y se sientan en el sofá.

Chloe empieza a echar miel en su pastel hasta casi cubrirlo por completo.

Me alegro de que esté comiendo algo distinto a una ensalada, algo que le aporte grasa. Aunque no lo come entero, le da parte a Polen.

– ¿Por qué no pides que te traigan Medovík?

¿Eso qué es? Por el contexto debe ser algún tipo de pastel.

La rubia alza las cejas.

– Es una tarta de miel rusa. – aclara Alix. – Está muy buena. Y te ahorraría echarle miel tú misma.

– Ah, bueno. Mi madre ha ordenado que en el hotel sólo haya comida francesa.

Creo que sí, mi impresión anterior es acertada. Me voy a asegurar.

– ¿Y eso por qué?

Ella suspira.

– Mi madre odia a los rusos, los asiáticos, los árabes, los latinoamericanos y los negros. También al sur de Europa y Europa del Este.

Como me temía. Su madre es una racista.

– Tu madre es gilipollas.

No me sorprende nada oír eso de Alix.

Chloe mira a la mesa. Creo que está incómoda. Hay un silencio pesado.

– Entonces, ¿quién de las dos te hizo reír?


– El último akuma, de hace dos días, fue la autoidentificada "Volpina". Veamos algunas imágenes.

La imagen de la presentadora y los tertulianos desaparece para dar paso a un plano muy lejano de Queen Bee, Bunnyx y yo junto a Lila akumatizada.

Se ve como nos fuimos llegando, hablamos poco con ella y la seguimos, nada más. No muestran cómo Bunnyx de dio cuenta de que era una trampa.

– Como todos habéis podido ver, nuestras defensoras siguieron al akuma tras siendo intercambiar algunas palabras. Hay una opinión dividida con respecto a este hecho. A todos nos gustaría saber cuáles son y sus argumentos.

Después de que la presentadora diga eso, varios de los tertulianos hablan al mismo tiempo, hasta que uno se impone a los demás.

– Yo, y mucha otra gente, pensamos que es una acción descuidada, que demuestra su falta de experiencia, claramente debido a su edad. Es por eso que deberían retirarse y dejar a la policía, los profesionales.

La policía no sabe nada de luchar contra akumas. No pueden hacerlo y tampoco lo han intentado mucho, a pesar de la promesa del alcalde. Les gusta mucho criticarnos, pero somos las únicas que podemos hacer algo.

– En realidad, eso no sería posible, al menos no según ellas mismas. – rebate otro tertuliano. – Afirman que sólo ellas pueden acabar con los akumas. Y está claro que no pueden vencerlo. Llevan casi un año y sólo hay destrozo, daño y más akumas. Y digo yo, ¿por qué no le dan a Lepidóptero lo que quiere? De esa manera al menos París estaría tranquilo.

¿Qué? ¿Cómo puede alguien en televisión sugerir algo así? Se está poniendo abiertamente de parte de Lepidóptero. ¿Es esto a lo que Alix se refería con el pago a las cadenas?

– Pero no sabemos qué quiere. Podría ser perjudicial. Con la policía, el ejército e incluso con la ayuda de otros países deberíamos ser capaces de derrotar a los akumas. Ellas tienen que quitarse de en medio.

Por lo que parece, las dos opiniones de las que habla el programa son si deberíamos dejarlo o directamente complacer al terrorista. Nadie de nuestra parte.

Es así como cambian la opinión de la gente sobre nosotras.

– Deja eso, Kagami-san. Siempre es lo mismo. No van a cambiar.

Sí, es lo mejor.

Apago la televisión y decido hacer mi comida del instituto de mañana. Un bento.

No soy una gran cocinera, pero puedo hacer lo suficiente para mantenerme a mí misma. Hago una ensalada, un filete de cerdo a la plancha con especias y un rollito de tortilla. No es muy calórico, por lo que me llevaré también una magdalena.

– ¿No crees que hacer esto no encaja con lo que dijiste de adaptarte a Francia? – pregunta Longg.

¿A qué se refiere? Yo dije que quería comportarme como una francesa porque ahora vivo aquí. Nada de Japón. Estoy haciendo comida para el recreo mañana. Muchas gente lleva comida.

Longg señala la caja, el bento.

Claro. Llevan comida pero no bentos. No sé cómo no me he dado cuenta antes. A partir de mañana llevaré comida que se pueda meter en una bolsa.

Pongo toda la comida en el bento y lo meto en el frigorífico. Esta será la última vez. Ahora tengo que acostarme, esta noche no he dormido bien y necesito estar descansada para rendir bien en clase mañana.

Pero tengo miedo de dormir. Un miedo que se confirma cuando me despierto en mitad de la noche y oigo ruidos.

Sé que no es mi madre porque ella me dijo que no iba a volver esta noche. Se va en momentos extraños y no me dice el motivo.

Me pongo en alerta.

– Longg, despierta. Hay alguien en casa.

Su pequeña figura de mueve levemente mientras yo me levanto con lentitud.

– ¡Longg!

Eso lo espabila y se levanta del tirón. Le explico lo que está pasando.

– ¿No crees que pueda ser tu madre? Mira la hora.

Señala el reloj de mi escritorio. Las cinco y trece de la mañana. Es posible.

Me dirijo al salón, de donde parecen venir los ruidos. Si vuelve a pasar algo extraño, me transformaré.

Me asomo con cuidado desde el pasillo. No he encendido ninguna luz. No me gusta moverme a oscuras, por suerte entra algo de luz de luna, aunque no demasiada.

Veo una figura inclinada sobre un mueble. No puedo saber bien quién es porque mi madre tampoco encendería la luz.

No es hasta que la figura se endereza que veo que sería imposible que fuera mi madre. Es muy alta, debe ser un hombre.

– Longg, tran... – comienzo a susurrar, pero él me interrumpe.

– No.

Miro de reojo a la figura. No nos ha oído.

– ¿No?

– No puedes aparecer como Ryuko en una casa aleatoria justo cuando están robando. Nunca lo has hecho con nadie más. Te delatarías.

No lo había pensado. Alix dice que soy muy impulsiva.Tengo que idear un segundo plan en lugar de actuar sin pensar.

¿Pero qué hago yo con un hombre tan grande? No he traído el móvil, por lo que no puedo llamar a la policía. No puedo vencerle físicamente, así que no quiero darle la espalda. Aunque debería intentar volver a mi habitación y llamar a la policía.

Sí, voy a hacer eso. Es lo más seguro.

El hombre se mueve en mi dirección, lo que me obliga a ir a otro pasillo más alejado de mi habitación.

He estado pensando demasiado y ahora no puedo llamar a la policía.

– ¿Qué hago? – le pregunto a Longg.

– Coge una espada. Te dará ventaja. No creo que ese hombre sepa usarlas.

¿Eso significa que cree que debería pelear? ¿Y si muero? El haría algo ¿verdad?

No importa. No le tengo miedo a la muerte. No obstante, eso no quiere decir que sea suicida. No voy a morir si puedo evitarlo.

Cogeré la primera espada que vea. Hay repartidas por toda la casa. A mi madre le gusta presumir de ellas, aunque no pueda verlas.

Entro en la biblioteca de mi madre, dónde tiene sus libros de braille, separados de los míos en letra.

Sé que aquí tiene que haber alguna. Las únicas habitaciones dónde no hay son la cocina y el cuarto de baño. Aún no me sé la distribución porque tenemos demasiadas.

Al entrar me doy cuenta de que veo mejor que antes. Está amaneciendo. Debo darme prisa antes de que ese hombre me vea.

Me giro hacia la puerta y miro la pared sobre ella, es el único lugar donde no hay una estantería.

Maldita sea. La que está aquí es la réplica de la dako, del Kofun Tomio Maruyama.

Salgo lo más rápido que puedo e intento llegar al cuarto de mi madre. El hombre me ve, y yo le veo la cara claramente.

Suelta lo que lleva y corre en mi dirección mientras yo entro en la habitación e intento cerrarla. Pongo mi peso en la puerta, pero el hombre tiene más fuerza.

El corazón me va a mil y me sudan las manos cuando alcanzo la espada más cercana. Es una tachi.

La agarro con las dos manos y me pongo en posición de lucha.

El desconocido entra en seguida.

Espero que mi posición de amenaza lo desincentive de atacarme, sin embargo, no es así.

Agarra otra espada y hace un movimiento descuidado, que detengo fácilmente. No ataco, no quiero hacerle daño, sólo detenerle.

Lo mejor es desarmarlo y arrinconarlo contra la pared.

Intenta otro ataque, que desvío, dejando un hueco que me permite acercarme a él. Con un rápido movimiento, consigo poner el filo de mi espada en su cuello. Así debe sentirse lo suficientemente amenazado como para no intentar nada más.

Su expresión es extraña. No sé lo que está pensado, pero no parece asustado ni rendido. Debería estarlo, yo he ganado.

– Suelta la espada. Vamos a ir a mi habitación, llamaré a la policía.

Me obedece, dejando que la espada haga un ruido agudo y retumbante. Ahora está desarmado.

Pero es un hombre grande y fuerte, mucho más que yo.

Me agarra de la muñeca y aprieta muy fuerte. Intento intento zafarme, forcejeando con él, aunque no consigo nada. Me quita la tachi y la tira al suelo. Me eleva en el aire con facilidad y me estampa contra la pared. El golpe en la cabeza me duele mucho.

– Lo siento, lo siento mucho. Tengo que hacerlo. Ojalá te hubieras quedado en tu habitación y nunca me hubieras visto.

Me pone una mano en el cuello. Me va a matar.

Vuelvo a forcejear, a dar patadas. Intento separar su mano con las dos mías.

Yo me he contenido para no hacerle daño. Él ha ido con todo. No he sido consciente de mi situación. Él sí.

Pone la otra mano. Me empiezo a quedar sin aire.

Me he buscado esta posición yo sola. Voy a morir y será merecido. Por estúpida.

Me lloran los ojos. Doy patadas con toda la fuerza que me queda.

Si paso de esta, no volveré a cometer el mismo error.

Los bordes de mi visión de vuelven negros.

Longg. Longg me salvará ¿verdad?

– Suelta a mi hija. Yo no soy tan benévola como ella. Si tengo que cortarte algo, lo haré sin dudarlo.

Esa es la voz de mi madre.

Dejo de sentir la presión en el cuello y caigo al suelo.

– Eres ciega. – dice el hombre.

– Ser ciega no me hace menos campeona de Asia en esgrima. Como he dicho, si no quieres que te corte algo, NO. TE. MUEVAS. Ya he llamado a la policía. No puedes hacer nada.


La policía detiene al ladrón y llama a la ambulancia para que me revisen.

En un rato he conseguido recuperarme bastante bien. Ya vuelvo a ver con normalidad, no estoy mareada ni me duele la cabeza, sólo me duele la garganta.

La policía quiere recoger el testimonio de las dos, empezando por mi madre, que es quien los ha llamado.

Ella les cuenta que llegó sobre las seis, según su asistente de voz. Al entrar en casa oyó el ruido de una espada cayendo al suelo y se chocó con objetos que se encontraban cerca de la puerta principal. Después oyó una voz de hombre desde el interior de la casa y ordenó a su asistente de voz que llamara a la policía. Creyendo que yo estaba en peligro, cogió una de las espadas del salón y vino en nuestra dirección para amenazar al ladrón.

– ¿De dónde venía usted?

– De casa de un amigo, puedo darle su teléfono, pero no veo el motivo por el que esto es relevante.

– En una investigación criminal necesitamos saber la coartada de todos los implicados.

¿Mi madre estaba en casa de un amigo? ¿Durante toda la noche? Eso quiere decir que tiene una nueva pareja y no me ha dicho nada. Nunca me cuenta nada.

Este no es el momento de pensar en eso.

Después de terminar con ella, me toca a mí, aunque el mío es más largo y me cuesta más hablar. Deciden dejarlo para después de que me revise el médico.

La revisión es corta porque estoy bien. Sólo me dice que no hable mucho durante algunos días.

El testimonio es algo inevitable, por lo que tendré que hablar menos después de hacerlo.

Aún así, los policías deciden quedarse en casa recogiendo pruebas. Un de ellos nos acompaña a una cafetería cercana mientras tanto.

Hoy no puedo ir a la escuela. Desayunamos aquí. Antes de que empiecen las clases, recibo una llamada. Es Alix.

– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no has venido hoy? ¿Estás enferma?


N/A:

1 Busqué en Internet la espada más grande del mundo y resulta ser esta. Lo leí en un artículo de La Vanguardia escrito por David Ruiz Marull. La espada mide 2'67 metros.

2 No sé para qué se usaba, pero es de Japón.