Capítulo 43
Erin no podía creer que ya había pasado un año desde la muerte de Mark. Al comenzar la semana, había elegido deliberadamente pasar por alto mirar en el calendario ese día, a pesar de que lo tenía grabado a fuego en la memoria. Inconsciente, también había mantenido despejada la agenda para ese día. Ni siquiera lo había pensado, pero por supuesto que pensaba tomarse el día libre. Más que por ella, por los niños.
Cuando el día anterior había llegado a casa, se encontró a sus hijos viendo una película casera en la sala. Los tres miraban atentos el televisor, con una expresión triste en la cara pero una sonrisa en los labios.
Se quitó el abrigo, los zapatos y se sentó junto a ellos. Nora y Jasper se acurrucaron contra ella, y Olivia enterró su pequeño cuerpo en su pecho. Los cuatro terminaron riendo por las ocurrencias de Mark en la televisión. Una cosa era cierta: Mark era capaz de hacerlos reír en cualquier circunstancia, y eso, también lo echaban de menos.
Cuando se despertó esa mañana, se sintió cómo si no hubiera pasado el tiempo. Un peso inmenso en el pecho le impedía respirar, y no dejaba de pensar en cada segundo de lo que habían sufrido desde que el doctor les había dado la noticia.
Se incorporó y se tomó un ansiolítico. Se los habían recetado en algún momento del proceso de duelo, aunque apenas los tomaba. Prefería sentir cómo el dolor le aplastaba el pecho a una niebla densa en la cabeza que apenas la dejaba pensar.
Volvió a acostarse y se acurrucó entre las mantas. Llevaba puesta la sudadera de Mark, y aunque hacía mucho que ya no olía a él, seguía conservando su esencia, la de la persona que la había llevado durante mucho tiempo.
Rememoró el momento en que se conocieron. Ella llegaba tarde a trabajar, pero necesitaba con urgencia un café, así que paró en una cafetería de camino. Al abrir la puerta para entrar, chocó con alguien que salía en ese momento, derramando su café sobre su camisa. Comenzó a disculparse, pero el desconocido le sonrió y le aseguró que no pasaba nada; y bromeó diciendo que en realidad no le gustaban nada la camisa ni la corbata.
Se perdió en sus ojos color miel, y en esa medida sonrisa que hizo que se olvidara de todo. Lo suyo fue amor a primera vista.
Desde ese día no se separaron, hasta un año antes, cuando la enfermedad ganó a Mark y falleció. A partir de ese momento, todos los sueños, los planes que habían hecho juntos se esfumaron. Ya no envejecerían juntos, ni cuidarían a sus nietos, ni harían viajes largos los dos solos una vez que ambos estuvieran jubilados. Todo eso, se había perdido con la muerte de Mark.
Se secó las lágrimas y sacó del cajón la carta que hacía tiempo había guardado allí. La que debía abrir ese día. Era prácticamente igual a la otra, y rompió a llorar de nuevo.
Se sobresaltó levemente cuando una mano acarició su cabello, pero abrazó rápidamente a sus hijos, que la miraban con el mismo dolor que ella sentía.
-Vamos a desayunar ya ¿vale? En un rato llegarán los abuelos y los tíos -dijo con cariño un rato después, cuando ya todos se habían tranquilizado.
Olivia protestó cuando la dejó en el suelo, y con un suspiro, la cogió en brazos. La niña posó la cara en su hombro y rodeó su cuello con sus pequeños brazos. Ella acarició su espalda mientras guiaba a los mayores hacia la cocina.
Se estaba recogiendo el pelo cuando sintió a Nora en la habitación. Esbozó una ligera sonrisa a través del espejo, que la niña le devolvió.
-Han llegado los abuelos. Han dicho que los tíos nos esperan en el cementerio -comentó Nora mientras se sentaba en la cama.
-De acuerdo. Diles que bajaré enseguida.
Nora hizo ademán de levantarse, pero luego se quedó donde estaba.
-Mamá…¿crees que algún día volveremos a ser felices? ¿Cómo cuando estaba papá? Aunque él ya no esté aquí …-preguntó finalmente la niña.
Erin se acercó a ella y se sentó a su lado.
-Cariño, sé que ahora parece imposible, pero por supuesto que seremos felices. Y aunque papá ya no esté aquí, eso no significaba que lo olvidemos, porque él siempre nos acompañará.
Nora la miró analizando sus palabras, y finalmente asintió. Ella besó su frente y sonrió.
-Y ahora vamos, no quiero que tu abuela tenga que subir a buscarnos.
La niña soltó una risita y aunque ella sonreía también, por dentro su corazón se rompía un poco más por la pregunta de su hija. Y una vez más, deseó poder quitarles todo el sufrimiento a sus hijos.
Erin se sintió como si no hubiera pasado el tiempo cuando en el cementerio, tanto Mary como Faith lloraron a lágrima viva, se lamentaron en voz alta por la pérdida de su hijo y hermano y abrazadas, acariciaron la lápida con su nombre después de besarse los dedos.
Mientras tanto, su llanto era silencioso. Las lágrimas bajaban en torrente por sus mejillas, mientras tenía en brazos a su hija pequeña y una mano sobre el hombro de su hijo. Nora estaba a su lado, quieta, recta y seria.
Su cuñado y su suegro (sus sobrinos no habían ido), estaban al otro lado, contemplando el espectáculo que estaban montado sus esposas. Sus caras reflejaban el dolor del día que era, pero también el bochorno de ver cómo Faith y Mary no eran capaces de guardar su dolor para sí y todos a su alrededor se estaban enterando de todo.
Cuando las dos mujeres se cansaron de llorar y lamentarse, se volvieron hacia el resto, con la clara intención de que todos las siguieran para irse. Erin le pasó a Olivia a Donald, que soltó un quejido e intentó aferrarse al cuello de su madre. Le susurró a su suegro que necesitaba unos minutos a solas, y él asintió. Intentó ignorar el dolor que le produjo escuchar la burla de Faith mientras se alejaba.
Se arrodilló frente a la tumba, y acarició distraída una de las flores de los ramos que habían llevado y estaban sobre ella. Volvió a llorar mientras hablaba, con el corazón en un puño. Luego, más calmada, se levantó y se dirigió al coche.
Aunque Erin hubiera preferido que después de la visita al cementerio todos se hubieran ido, Mary y Faith (¡cómo no!), habían decidido que se quedarían a almorzar con ellos. Hasta habían llevado la comida, para que no tuviera que preocuparse por nada, habían dicho en tono redicho. Ella puso los ojos en blanco y las dejó hacer.
A veces se preguntaba, porqué después de tantos años, Mary y Faith seguían tratándola tan mal. Precisamente debían haberse dado cuenta de lo buena que había sido para Mark. Lo que tampoco entendía, era porqué ahora que él ya no estaba, ella no era capaz de ponerlas en su sitio. Lo haría con cualquier otra persona, pero no era capaz de hacerlo con ellas. Tal vez por el vínculo que las unía a las tres con Mark, aunque él ya no estuviera.
Después de comer, Erin fue a acostar a Olivia, que seguía pegajosa y llorosa. Al entrar en la sala de nuevo, escuchó algo que hizo que la ira le corriera por las venas. Afortunadamente, Jasper y Nora estaban distraídos con la televisión.
-No entiendo cómo puede estar tan tranquila. Hace un año ya que su marido se ha muerto, y no la he visto muy afectada en el cementerio. Luego hizo el numerito de quedarse a solas para disimular. Yo creo que hasta se alegra de que Mark ya no esté. Tengo mis dudas incluso de que en algún momento lo haya querido -soltó Faith con indiferencia. Todos la miraron con incredulidad ante sus palabras.
-¡No te permito que vengas a mi casa y digas esas cosas! -gritó Erin enfadada, llamando la atención de los niños, que la miraron estupefactos-. No tienes ni idea por lo que he pasado este año, y cual es mi nivel de dolor. No soy cómo vosotras, que tiene que enterarse toda la ciudad cómo os sentís ¿no? Tenéis que ser el centro de atención siempre.
Mary se levantó rápidamente, dispuesta a discutir y defender a su hija.
-¡No se te ocurra hablarle así a mi hija! Aunque claro, qué otra cosa se podría esperar de ti, que te preocupa más tu trabajo que tu familia. Debías haber dejado de trabajar cuando mi hijo enfermó y cuidar de él, a lo mejor ahora todavía seguiría vivo.
-¡Mary! -siseó Donald, aunque ella le echó una mirada fulminante.
-¡Qué! Tú piensas igual Donald.
Erin echó un vistazo rápido a su suegro, que se sonrojó y bajó la mirada. Era el mejor de los dos, pero tampoco era un santo.
-Quiero que os vayáis todos de mi casa. ¡Ahora!
-Erin…-comenzó Doug.
-No, no quiero escuchar nada de lo que tengas que decir -tragó saliva y parpadeó rápidamente para alejar las lágrimas-. Sé que nunca me habéis querido, y que tenemos que seguir manteniendo contacto por los niños, pero ahora no quiero escuchar nada más.
-A lo mejor es que nunca te has ganado que te quisiéramos -soltó Mary antes de salir por la puerta.
La mirada de pena y la palabra susurrada pidiendo perdón de su cuñado, fue lo que terminaron de romperla. Los sollozos comenzaron despacio, pero cuando sintió los brazos de sus dos hijos abrazando su cintura, rompió a llorar más fuerte.
Quedó tan agotada por el llanto, que se acostó en su cama, con los niños cada uno a un lado. En menos de diez minutos, los tres estaban dormidos.
Un par de horas después, se despertó sola en la cama. Se quedó quieta mirando al techo sin pensar en nada durante unos minutos y finalmente se levantó.
Encontró a los niños en el cuarto de Jasper. Nora tenía en su regazo a Olivia mientras las dos escuchaban a su hermano, que les contaba algo muy concentrado con un coche y un muñeco en sus manos. No pudo evitar sonreír.
Bajó a la cocina y se preparó un té. Luego volvió a la sala y cogió los álbumes familiares. Se había prometido que no haría eso, no ese día, aunque fuera el momento perfecto para hacerlo. Sin embargo, después de su enfrentamiento con la familia de Mark, necesitaba recordar los buenos momentos vividos esos dieciséis años junto a él.
Sintió, de nuevo, una presión oprimiéndole el pecho, impidiéndole respirar. Unas lágrimas cayeron sobre las fotos que estaba viendo, los recuerdos felices de su matrimonio. Y tomó conciencia de lo sola que se había quedado. Mark era su pilar, en quien se apoyaba en los días malos y con quien compartía lo que ocurría en los días buenos, y ahora no tenía a nadie. Nadie que la abrazara cuando estuviera triste, o con quien reír por cualquier tontería. Eso la hizo sentir todavía más miserable, aumentando los sollozos.
Cuando el teléfono emitió un pitido con un mensaje, respondió rápidamente después de leerlo. Fue consciente de lo desesperada que parecía, pero en ese momento, no le importaba nada.
Treinta minutos después, sonó el timbre de la puerta. Cuando fue a abrir, se había tranquilizado un poco, pero en cuanto vio a Aaron, la angustia volvió y se abrazó fuerte a él, con un llanto desgarrador que parecía que iba partirle el pecho en dos.
Continuará…
