Capítulo 44

Habían pasado dos semanas desde el aniversario de la muerte de Mark y un mes desde la muerte de la agente Prentiss, y Erin estaba agotada emocionalmente.

Intentaba no pensar en Emily, pero le estaba afectando más de lo que pensaba que jamás lo haría. Porque llegar al trabajo y cruzarse con alguien de su equipo y ver la tristeza en sus ojos, le hacía preguntarse si había escogido la opción correcta.

Sabía que con el tiempo esa sensación pasaría, y que la decisión no sería para siempre, lo cual la llevaba a preguntarse cómo sería la reacción del equipo al enterarse de que les habían mentido.

El secreto de Prentiss y la ausencia de Mark le estaban pasando factura. Esa mañana, al desvestirse para meterse en la ducha, descubrió que tenía un sarpullido que iba desde la mitad del cuello, la clavícula izquierda, le bajaba por el pecho hasta la mitad del vientre y parte de la espalda. Se asustó porque le picaba bastante y la noche anterior no estaba ahí.

El médico le dijo que era un sarpullido por estrés, le recetó unas pastillas y una pomada y le recomendó que se relajara. Cómo si fuera tan fácil, pensó ella mientras le daba las gracias y salía de la consulta.

Acababa de entrar en su oficina cuando Hotch entró detrás.

-No te he visto en toda la mañana -comentó sentándose en una silla.

-Acabo de llegar. Tenía un recado que hacer -respondió al tiempo que se sentaba frente a él-. Aaron, quería pedirte perdón por mi comportamiento en mi casa. No fue el adecuado y…

-Erin -la interrumpió-. No tienes que preocuparte de nada. Era un día muy duro para ti, y está claro que necesitabas una mano amiga. Cuenta conmigo, siempre -esbozó una ligera sonrisa para acompañar sus palabras.

-Gracias -murmuró, y no pudo evitar sonrojarse.

Dos semanas antes

Aaron la abrazó con fuerza cuando ella se tiró a sus brazos. Le rompió el corazón escucharla llorar así, como un año antes, como si no hubiera pasado el tiempo.

Cuando le había enviado el mensaje diciéndole que podía contar con él, en realidad no esperaba una respuesta inmediata, y mucho menos que le pidiera que fuera a su casa. No lo pensó. En media hora estaba allí.

La llevó al sofá y la dejó llorar. Pudo ver en la mesa los álbumes abiertos. Entre sollozos, Erin le explicó el enfrentamiento con su familia política. No era de extrañar que se sintiera así.

Le preparó un té y un rato después, sintió que el agotamiento le ganaba y comenzaba a quedarse dormida. La acostó suavemente en el sofá y la tapó con una manta. Le apartó un mechón de pelo que caía delante de su cara, y tuvo de repente un sentimiento de protección hacia ella, mucho más fuerte de lo que había sentido hasta ahora.

Al levantar la mirada, vio a Nora, que lo miraba fijamente con el ceño fruncido.

-Está dormida ahora. Me ha escrito hace un rato. ¿Vosotros estáis bien? -dijo un tanto nervioso ante la mirada inquisidora de la niña.

-Bien. Estamos jugando. Voy por un poco de zumo para Olivia -respondió Nora al cabo de unos segundos.

-De acuerdo. Me marcho ya. Llámame si necesitáis algo ¿de acuerdo?

La niña asintió levemente y él se dirigió a la puerta, sintiéndose observado por la mirada de fuego de Nora Strauss.

Y no habían vuelto a verse desde ese día debido a la carga de trabajo de ambos. Dos casos seguidos habían llevado a Hotch lejos de casa.

-¿Cómo lo estás llevando? -él frunció el ceño por la pregunta hasta que cayó en la cuenta de a qué se refería.

-Mejor. Intento no pensar en eso y distanciarme. Unas veces funciona más que otras.

Ella asintió distraída mientras se rascaba el cuello. Hotch se dio cuenta.

-¿Qué tienes ahí? -ella se cerró el cuello de la blusa, pero él se estiró y con delicadeza, le apartó la mano.

-Es un sarpullido por estrés. Todo esto me está afectando más de lo que creía, y sumado a mi situación personal…-cerró los ojos brevemente antes de volver a centrar su mirada en él.

-Tómate unos días libres, Erin. Tú sola. Vete a algún sitio, tres o cuatro días, para vaciar la mente y olvidarte de todo. Te sentará bien.

-Ojalá pudiera, pero tengo responsabilidades. El trabajo, tres hijos pequeños…

-Por el trabajo no te preocupes, me ocupo yo. Y de los niños se puede ocupar Malia ¿no? Al fin y al cabo, estamos hablando de tres días.

Ella lo miró y pudo ver que su preocupación era genuina. Se mordió el labio y suspiró profundamente.

-Lo pensaré. Tengo que organizarme primero -esbozó una ligera sonrisa.

-Está bien, pero tienes claros signos de estrés, de agotamiento físico y mental. Necesitas descansar y desconectar, aunque sea unos pocos días.

Ella asintió despacio, mientras pensaba en sus palabras. Sabía que tenía razón, y que un par de días libres, sola, no le vendrían mal. Lo meditaría a fondo y tomaría una decisión. Lo peor sería separarse de los niños sin sentirse culpable.


Reid removía ausente el café que acababan de servirle. Prácticamente le habían obligado a cogerse el día libre, así que había salido a dar un breve paseo y después había decidido tomarse un café.

Pasaba a diario por esa cafetería para coger el metro, quedaba relativamente cerca de su casa, aunque nunca había entrado hasta ese momento.

Se había sentado en una mesa frente a la ventana, removiendo el café después de echarle sus habituales seis cucharadas de azúcar. No pudo evitar pensar en que probablemente Emily le regañaría por eso. Se frotó los ojos para alejar las lágrimas. No quería llorar más.

-¡Hola! -levantó la vista a la alegre voz-. No te he visto nunca por aquí.

-Es la primera vez que vengo, la verdad -respondió con una ligera sonrisa a Ruth, su burbujeante vecina.

-Oh, yo vengo todos los días desde que me mudé. Queda cerca de casa y es muy acogedora -él asintió y se quedaron callados. Un momento incómodo para los dos-. Voy a pedir y buscar una mesa, me alegro de verte.

-Puedes sentarte conmigo, si quieres.

-¿Estás seguro? No quisiera molestar.

-No lo haces -Reid volvió a sonreír, demostrándole que lo decía en serio.

Ruth dejó sus cosas en la mesa y fue por un café. Unos minutos después, volvía con una taza y un plato con dos trozos de tarta de chocolate.

-Es lo menos que puedo hacer por compartir conmigo la mesa -soltó una risita que hizo sonreír al agente.

Al principio ninguno habló, luego Ruth no aguantó más el silencio y con timidez, le hizo una pregunta al agente.

-Sé que no es de mi incumbencia, y que apenas nos conocemos, pero te he visto a lo lejos las últimas semanas y pareces un alma en pena, como diría mi abuela. ¿Te ha pasado algo? ¡No tienes que contestar si no quieres! -se apresuró a aclarar la chica.

Reid sonrió levemente, y antes de contestar, cogió aire.

-Hace un mes falleció una gran amiga, y compañera de trabajo. Era realmente excepcional.

-Oh, Spencer, lo siento mucho -Ruth le cogió la mano y le dio un pequeño apretón.

Él se quedó mirando sus manos unidas, y aunque la ansiedad en su pecho le estaba gritando que la soltara, permaneció así. Unos minutos después, la soltó.

-Mi abuela me ha contado que trabajas para el FBI. ¿Le pasó algo a ella o fue otra cosa?

-Fue durante un caso. Ella…nos estaba protegiendo.

Le contó brevemente la historia, y para su vergüenza, terminó llorando. Ruth movió su silla para quedar justo a su lado y lo abrazó. Él se dejó hacer. Los brazos de la chica eran reconfortantes y le recordaron a JJ. Unos minutos después, se recuperó.

-Gracias -dijo avergonzado. Ella se sonrojó ligeramente-. ¿Y tú? Te toca contarme algo de tu vida.

Ruth le contó que tenía veintiocho años, vivía en Texas con sus padres y su hermano pequeño de veinticuatro años, que tenía parálisis cerebral y al que toda la familia adoraba. Ella había ido a DC a hacer un curso de diseño gráfico, porque había estudiado fotografía y quería ampliar su currículum. Se quedaría con su abuela cinco meses más.

Pasaron gran parte de la mañana en la cafetería, y cuando salieron y se despidieron, Reid se dio cuenta que el peso que llevaba cargando desde la muerte de su amiga, era menos pesado.


París

Emily se despertó bañada en sudor y gritando. Los puntos del estómago le dieron un tirón y soltó un pequeño sollozo.

Cuando se recuperó de la punzada de dolor, se levantó despacio y se dirigió tambaleante al baño. Se echó agua fría en la cara para intentar recuperarse. Cuando se miró al espejo, pudo notar lo pálida que estaba.

Aún faltaba mucho para que amaneciera, pero sabía que no volvería a dormir, así que se preparó un café bien cargado y se sentó en el sofá. Así solía terminar todas las noches desde que estaba en París.

Echaba de menos al equipo; sus amigos, su familia; su casa, y diablos, hasta echaba de menos a su madre.

Por mucho que lo pensara, sabía que la única culpable de que se encontrara allí era ella. Por su afán de protección, por querer hacerlo sola sin involucrar a nadie más, ahora mismo estaba aislada y sola en un pequeño piso de París, mientras sus amigos creían que estaba muerta.

No podía culpar a Strauss ni a Hotch de la decisión de enviarla lejos y mentir a todo el mundo, porque sabía que aunque fuera difícil y doliera, era por su bien.

Hotch le había prometido que cuando encontraran a Doyle y el peligro pasara, podría volver. Sólo esperaba que fuera pronto.

Continuará…