kaory1: ¡Hola! Sí, lamentablemente elegí colocar el peor panorama para Kaoru... además, siento que de darse la situación, todos sentirían simpatía por Tomoe. Sí empatizarían con Kaoru por Kenshin, pero ver al pelirrojo feliz y aliviado haría que se inclinaran a lo que tuviera que ver con él. Sano es su mejor amigo, Yahiko aspira a ser como él, y a Megumi creo que nunca le cayó bien Kaoru pese a la complicidad que podía verse entre ellas. Y Enishi creo que de la misma manera que es intenso para odiar, también lo es para amar, ya vimos cómo era con su hermana de niño. Y el tema de las objeciones, ya quedaba implícito que la razón principal era Kenshin, por eso su negativa a formar parte de su familia por medio de Enishi. Creo que a nadie le gustaría casarse con el cuñado o familiar de su amor, para verlo en todos los encuentros familiares feliz con su pareja. Gracias por tu comentario y espero que este te guste.

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Capítulo 4: La vida sigue

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Durante el transcurso de la semana, la vida activa en el Dojo Kamiya sólo se limitaba a la presencia de Yahiko. Sanosuke se la pasaba más en apuestas, peleas y el Akabeko; Megumi había preferido tratar más con Tomoe Yukishiro, y Kenshin sólo había aparecido una vez para saber sobre su salud y bienestar. En ese momento, una evasiva Kaoru había sido cortante y lo había despachado rápido. Si no lo hacía, rompería a llorar frente a él…

Le había escrito una carta a Misao contándole todos los detalles de los últimos acontecimientos, por lo que esperaba su pronta respuesta. Le había pedido, si estaba en condiciones, venir al dojo por unos días para estar juntas y no sentirse tan fuera de lugar entre su propia familia. Confiaba en que Misao accediera a venir y que arrastraría a Aoshi en el proceso; ya estaba planeando arreglar un par de habitaciones para los dos.

En ese momento golpearon en la entrada. Ella se extrañó, pues no esperaba a nadie; Yahiko tenía turno en el Akabeko y nadie más tenía interés en visitarla en horas de avanzada la tarde.

Salvo una persona.

Con un suspiro, la kendoka se dirigió a recibir a su insistente visita.

Enishi Yukishiro se encontraba frente a ella, con un sobre en la mano.

—Pasé por el Akabeko y Tae-san me pidió que te la diera, al parecer llegó hoy —dijo a modo de saludo.

—Gracias —respondió Kaoru animada, tomando la carta que seguramente era la respuesta de Misao. Miró a Enishi, como despidiéndolo con la mirada, pero el hombre no se movía de allí.

Desde esa extraña confesión, el albino no había dejado de visitarla todos los días; siempre había una excusa para pasar por el dojo o cruzarse en el mercado cercano. Kaoru observaba, con cierta ansiedad, que Enishi estaba dispuesto a todo por acercarse a ella.

Pero esa nueva situación, más que emocionarla, la hacía sentir peor. Su corazón ya tenía nombre y apellido, y, aunque nunca podría tener una vida junto al pelirrojo, tampoco se había puesto a pensar en rehacerla a corto o largo plazo. Se había resignado rápidamente a la idea de quedarse sola y de dedicar su vida a preparar a Yahiko para heredar la técnica y el dojo. Con suerte, con él y Tsubame viviendo con ella, no se sentiría tan sola.

Además, tampoco quería lastimar a Enishi. Sabía que era un hombre fuerte y determinado, a pesar de su vida trágica, pero se sentía culpable de no corresponderle como se merecía, por lo que no lo rechazaba tan tajantemente para cortar el problema de raíz. Kenshin tenía a Tomoe, mujer perfecta por donde se la mirara; y Enishi podría tener a muchas otras a su disposición, más ricas, más maduras y más bonitas. Incluso alguna parecida a su hermana, siendo esta su figura materna e ideal, pero no: él la buscaba a ella, a Kaoru Kamiya.

—Sabes que es de mala educación no invitar a pasar a las visitas, Kaoru —dijo al fin el joven, dando por sentado que no se iría.

Kaoru lo dejó entrar y fue a preparar té. Otra tarde sentados en el engawa, hablando sin decir nada. En el fondo, estos momentos no le parecían tan incómodos. Sólo que le hubiera encantado que fueran con Kenshin.

En ese momento, era un manojo de sentimientos encontrados y frustrados.

—Himura se enteró de que te vengo a visitar —le comentó Enishi como si nada, mirándola atentamente en busca de una expresión que la delatara.

Vio que la vergüenza embargaba los ojos de Kaoru.

—¿Y qué dijo? —preguntó ella sin mirarlo.

—No le gustó nada —respondió el otro restándole importancia—. No tiene derecho a opinar respecto a lo que hagas tú o lo que haga yo; hasta parece que se le olvida que es un hombre casado —y agregó, con una sonrisa—. No puede ni debe evitar que sigas adelante con tu vida, con otro hombre.

—Lo dices como si tú fueras ese hombre —le reprochó la chica, cansada de que todos opinaran y decidieran sobre ella—. Si quisiera estar con otro, contrataría casamenteros, pero no estoy dispuesta a nada. Sabes lo que pienso hacer, Enishi, me voy a dedicar al kendo por completo y no dejaré que nadie se interponga.

Enishi hizo de cuenta que no la escuchaba.

—Me he enterado por Tae-san que el mes que viene hay una competencia de kendo en Yokohama —recordó de repente—. Seguramente irán todos a verlos.

—Yo no invitaré a nadie; los que irán, lo harán por invitación de Yahiko.

—Pues yo pienso ir, me invites o no.

Y Kaoru explotó.

—¡ERES UN…! —y se abalanzó sobre él para golpearlo. Pero el hombre fue más hábil y logró esquivarla, para luego tomarla de los brazos y apretarla contra el suelo. Y, acto seguido, la besó mientras ella forcejeaba.

Fue un beso lento y gentil, aunque fuerte y seguro. No buscaba mostrarle ningún tipo de sometimiento o pasión desenfrenada, más bien consuelo y apoyo. Ella poco a poco, colapsada físicamente, dejó de luchar contra él y se dejó descansar y besar. Se sintió culpable, una mala persona, alguien que merecía quedarse sola.

Y, cuando Enishi la soltó y la colocó gentilmente en su regazo, Kaoru rompió a llorar desconsoladamente contra su pecho, aferrada a él. El albino la arrullaba y le prometía que todo mejoraría para ella, mientras la mecía y la abrazaba. Maldito Himura por dejarla en ese estado, hasta maldecía un poco a Tomoe por aparecer y provocar todo esto. No, se retractó, pues ninguno tenía la culpa de todo esto. Nadie tenía la culpa.

Ahora estaba en ella recuperarse y salir adelante, y él estaría a su lado para acompañarla. Así tuviera que hacer el esfuerzo por llevarse bien con el mocoso de Yahiko para convivir mejor.

Cuando sintió que el llanto de Kaoru se había transformado en sollozos silenciosos, la abrazó aún más fuerte. No quería dejarla ir por nada del mundo.

—Yo estaré contigo y te ayudaré —le prometió con voz suave—. Si me aceptas, me encargaré de que no veas a los Himura hasta que te sientas preparada, sólo yo trataré con ellos. No dejaré que nada ni nadie se meta en tu camino por tus sueños, ni te cuestione tus decisiones. Quédate conmigo y yo haré el resto.

Kaoru se apartó de él con ojos llorosos y lo miró con tristeza.

—Vete, Enishi.

—Volveré mañana, Kaoru —se despidió.

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Al día siguiente, Kaoru estaba haciendo compras en el mercado. Después de la partida de Enishi, había leído la misiva de Misao con su respuesta, lo que la alegró; si no tenía reparos, en un par de días ella se quedaría con ella en el dojo junto con Aoshi, aprovechando que este tenía una misión por los alrededores de la ciudad. En la carta no faltaron los improperios para Kenshin y Enishi por igual, así como desconfianza y total negación de conocer a Tomoe. Kaoru suspiró, pues tendría que hacerla entrar en razón sobre un par de cosas cuando llegaran. Volviendo a la llegada de los dos ninjas al dojo, la joven kendoka se regocijó y sintió que al fin su corazón recibía algo de consuelo genuino, por lo que se dispuso a provechar estos dos días para limpiar la casa y autoabastecerse para recibirlos debidamente. Como Kenshin ya no estaba, tendría que dividirse las tareas con Yahiko y hacer un enorme esfuerzo por mejorar su cocina, aunque Tae, como una manera de solidarizarse con ella, había comenzado a mandarle viandas para que el cambio no fuera tan violento.

En el momento en que estaba eligiendo unos nabos, vio que una mujer se había plantado junto a ella, por lo que levantó la vista. Lo que vio la dejó congelada. Era Tomoe Yukishiro.

En cuanto la miró más de cerca encarándola, se fijó que era mucho más hermosa que a primera vista. No sólo por sus ropas níveas y perfectamente lisas, sino porque a la luz del sol, su piel lucía bien cuidada y con gran luminosidad, su postura era correcta y sus maneras delicadas. Con algo de resquemor, Kaoru observó que hombres y mujeres por igual se daban la vuelta para admirarla, tal vez preguntándose, a falta de saber que era la legítima esposa de Himura-san, qué tenía que venir a hablar con la hija de Kamiya-sensei.

La mujer, que también llevaba una cesta con compras, la miraba sin expresión aparente en el rostro, pero Kaoru pudo ver en sus ojos muchas interrogantes. Como si le estuviera pidiendo permiso para poder hablar de algún asunto.

—Buenos días, Tomoe-san —dijo Kaoru con amabilidad—. Me sorprende verte por aquí; tengo entendido que por donde viven tienen un mercado más grande y más variado que este.

—Buenos días, Kaoru-san —respondió Tomoe con un tono dulce que fastidió a Kaoru; hasta la voz la tenía perfecta, y era la primera vez que la escuchaba—. En realidad, vine aquí para hablar contigo.

Y, después de pagar por sus nabos, Kaoru guio a Tomoe hacía la orilla del río, donde pudieron sentarse en un banco para contemplar el paisaje y tener privacidad.

—Kenshin no sabe que vine hasta esta parte de la ciudad, por lo que te agradecería que no le dijeras nada, por favor —comenzó Tomoe.

—¿Y eso por qué? No creo que tenga nada de malo —se asombró la chica.

—Es que... él no quiere que yo tenga nada que ver contigo, por el momento —respondió la mujer con timidez—. Cree que es bueno para ti que no trates conmigo hasta que las cosas se acomoden.

Hasta que las cosas se acomoden, pensó Kaoru con una mueca de burla. Si el pelirrojo supiera que ya no había más acomodo en su vida... Pero no permitiría que ni él, ni Enishi, ni nadie le dijeran con quiénes hablar o no.

—Pues no soy una niña pequeña, puedes venir a verme y hablarme cuando quieras —le dijo resuelta, no muy segura de si estaba haciendo lo correcto.

Tomoe, en un gesto de agradecimiento, tomó su mano.

—Y sé por qué me lo dijo —prosiguió—. Es porque estás enamorada de él y todo lo sucedido sobre mi aparición y llegada generó mucha confusión. Sobre todo, en ti —y agregó—. Y puedo ver que él también siente lo mismo por ti, y que está conmigo ahora sólo por cumplirme y vivir en paz con su redención.

Kaoru se sorprendió mucho ante esa declaración, sobre todo viniendo de la esposa del hombre que amaba, en la cual percibía la tristeza y la desorientación. Y no la culpaba: fueron 10 años congelados en el tiempo que de repente hacían movilizar el presente en pocos días.

Y, aunque en el fondo le alegraba saber que Kenshin le correspondía en sentimientos, también era inevitable sentir decepción al enterarse de ellos en ese momento, cuando ya no había esperanza. Pero ella era Kaoru Kamiya, y jamás se interpondría en un matrimonio, que veía era lo que temía la pobre mujer que tenía al lado.

—Déjame decirte, Tomoe-san, que cualquier sentimiento, tanto de parte mía como de Kenshin, son cosas que ahora mismo están enterradas y siendo parte del pasado —le dijo con seguridad, orgullo y angustia—. Por lo que te pido que no te mortifiques, pues por nada del mundo me meteré en tu matrimonio. Soy de una familia samurái, con un padre creador de una técnica de kendo, y jamás pondría en juego su buen nombre por sentimientos deshonestos hacia un hombre —y agregó—. Además, Kenshin es un hombre íntegro e incorruptible. Es sólo cuestión de que le des el tiempo suficiente a que se acostumbre a su nueva vida, pues era lo que él más quería en el mundo. Si vieras el dolor y el arrepentimiento que sentía por haberte matado me entenderías. Así que no temas.

Tomoe, sin soltarle la mano, la miró sonriendo por primera vez, feliz de haber podido ahuyentar sus miedos. Sin duda, de haber muerto realmente, hubiera querido que esa joven que estaba con ella pasara el resto de sus días con Kenshin. Mientras Kaoru pensaba que Tomoe Yukishiro era todo lo que ella no podría ser y le gustaría, la otra mujer también pensaba que la kendoka era todo lo que ella hubiera deseado ser en su vida. La cruel ironía.

—Entonces, ¿puedo venir a verte algunas veces? —quiso saber Tomoe—. ¿No le dirás nada a Kenshin?

—Puedes verme cuando quieras, Tomoe-san. Y por Kenshin no te preocupes, esto queda entre nosotras.

Ambas mujeres se separaron, después de prometer ir a tomar el té en una casa cercana que había abierto recientemente, y Kaoru se dispuso a volver al dojo cuando sintió que alguien caminaba detrás de ella.

Era Enishi.

—Ay, ¿tú otra vez? —bufó Kaoru.

—Te vi hablando con mi hermana —la saludó el albino.

—No te preocupes, ya viste que no la ataqué.

—¿De qué hablaban?

—¿Qué te importa?

—O sea, mi hermana viene hasta el barrio en donde vivo, pero no para verme a mí, ¿y me dices que no me importa? —se molestó Enishi mientras caminaba junto a ella, después de arrebatarle la canasta con sus compras.

—Es un asunto de mujeres —replicó Kaoru con el ceño fruncido—. No tienes que andar sabiendo de esas cosas. Pero para que te quedes tranquilo, todo está más que bien.

El rostro de Enishi se iluminó.

—Entonces, ¿tú y Nee-san van a ser amigas?

Kaoru lo miró algo divertida.

—No creo que lleguemos a ese extremo —se sinceró—. Pero nos trataremos en paz. Sólo no le digas nada a Kenshin, ¿sí?

—Está bien —aceptó Enishi, después levantó la canasta—. ¿Por qué compras tantas cosas?

—Misao y Aoshi vendrán en dos días a hospedarse en el dojo. Estoy preparando la casa para recibirlos.

Ahora era el turno de Enishi para fruncir el ceño.

—Entonces esa carta era de Kyoto —observó—. No veo mal que la Comadreja se quede, ¿pero el tal Shinomori? Que se vaya a otro lado, puede venir a mi casa si quiere.

—En primer lugar, es mi casa y recibo a quien quiera —le rebatió Kaoru—. Y, en segundo lugar, no le digas Comadreja a Misao.

Enishi miró para otro lado, resignado.

—¿Puedo ayudarte, al menos? —quiso saber.

Kaoru pareció pensarlo por unos segundos.

—Sí, creo que sí —respondió—. Mañana necesitaré ir al mercado por más miso y más arroz.

Por un momento, Enishi pareció arrepentirse, pero no dijo nada. Se sonrojó cuando la miró, contemplando que, aunque aún herida, la joven no había perdido la lozanía y la salud. Era muy bella.

—Kaoru, quédate conmigo —le volvió a pedir.

—Tú sí que no te rindes.

—Si no me rendí en mi Jinchuu con Himura, mucho menos me voy a rendir contigo —replicó él.

Y, por primera vez en días, Kaoru lo miró con una sonrisa. Realmente había llegado un punto en el que le divertía la insistencia de Enishi. Este la miraba más ruborizado que nunca, pensando que era lo más bello que le había sucedido en la vida, y que Himura ya nunca podría arrebatarle. Ni él ni nadie.

Al anochecer, y con mejor humor, Kaoru cenó con Yahiko entre risas y anécdotas, mientras hablaban sobre el próximo torneo de kendo en Yokohama y otro más que se organizaría en Nagoya. La joven pensaba que era una bendición que volvieran ese tipo de actividades para distraerla y mantenerla ocupada, así como también que no veía nada mal dejar que Enishi Yukishiro la frecuentara. Si bien al principio lo encontraba invasivo y fastidioso, ahora podría intentar verlo con otros ojos. El tiempo diría.

En cuanto a Kenshin y Tomoe... vería cómo tratar en un futuro con el pelirrojo. Ambos corazones estaban rotos, pero no había marcha atrás, pues los dos tenían obligaciones y un futuro por el que seguir luchando, aunque fuera por separado. No sabía si seguiría frecuentando a Tomoe a escondidas (algo tonto, porque no hacían nada malo), o si en algún momento miraría a Kenshin a la cara sin sentir amor. Tampoco sabía si llegaría a tener algo con Enishi u otro hombre; por el momento no le interesaba, pero tampoco quería amargarse y encerrarse en su caparazón.

Lo único que ahora mismo tenía importancia y prioridad en su vida era el kendo.

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FIN

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Nota: Acá termina la historia. Preferí dejarlo abierto porque no está pensado para ser un fic largo y cerrarlo significaría hacerlo de varios capítulos. Y además, ¿para qué? El resultado seguiría siendo el mismo, aunque más suavizado por el tiempo transcurrido. Y quería que fuera algo angst con mucha confusión en la mente de Kaoru; que sintiera rabia, dolor, sentimientos que sabemos ella, por cómo es, no es fácil que los tenga. Pero es humana, así que una situación de ese tipo realmente pondría a prueba sus reacciones. Algo parecido a cuando Kenshin se fue a Kyoto, pero aquí siendo más definitivo, y que ella, pese al dolor, pueda levantar cabeza y salir adelante. Como todos nosotros, hay veces que nos suceden cambios no muy felices, pero podemos seguir, no muy contentos, pero seguir.

Bueno, nada, quería explorar esta probabilidad poco feliz y espero que haya salido decente. No voy a esperar que les guste, porque es horrible y angustiante, pero saber si ustedes imaginan lo mismo en una situación así. ¡Saludos y que sigan bien!