El cadáver de Colagusano quedó con la forma de Harry y nadie supo que no era él. Necesitaban que fuese así para que nadie lo buscara y se rindieran. Hubo chillidos, lloros y suplicas. La desesperanza se adueñó de Hogwarts cual manada de dementores.
—Buen trabajo, Kreacher —felicitó Bellatrix a su elfo bajando la mano para que le chocara los cinco.
Dudoso y emocionado, Kreacher chocó su mano contra la de su ama, sabiendo que ese era un gesto que jamás ningún Black había tenido con un elfo. Desobedeció la orden de no llorar delante de ella. Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio, pero la alegría de Voldemort la hizo olvidarlo.
—¡Habéis perdido! ¡Soltad vuestras varitas y no sufriréis daños! —bramó pletórico el mago oscuro.
Mientras profesores, estudiantes y simpatizantes dejaban caer sus armas, los mortífagos atraparon a quienes trataban de huir. Bellatrix se enfrentó a los pocos insensatos que ofrecieron resistencia, pero fueron muy pocos. Pronto se acabó la diversión. Ayudó a Voldemort con lo que le pidió, pero ahora le sobraba mano de obra. Había ganado la guerra.
—Nos veremos mañana. Buen trabajo, Bella.
—Gracias, Señor.
Era el primer cumplido que le hacía y Bellatrix se sintió como Kreacher a punto de llorar. Como no tenía nada que hacer, pensó que era el momento de retirarse. Pero antes había una cosa que deseaba comprobar.
Regresó al Gran Comedor esquivando cadáveres y heridos que se retorcían en el suelo. Escrutó sus rostros con la esperanza de que alguno fuera Rodolphus y eso le granjeara su ansiada viudedad. A él no lo vio, pero sí a los hermanos Carrow. No le importó la muerte de esos dos, no les tenía especial aprecio. También el Weasley amigo de Potter. «Al final sí que se ha reunido con su novia» pensó la bruja divertida.
De sus compañeros se cruzó a Rabastan, con heridas, pero nada grave. Sin embargo, sobre su hombro se apoyaba Dolohov, que lucía un corte profundo en el cuello. Rabastan había aplicado un par de conjuros para taponar la herida, pero la pérdida de sangre había sido importante y parecía superado por la situación.
—No lo aparezcas —le advirtió Bellatrix—. Acércate al bosque y llama a un thestral, son el método más rápido. En San Mungo os atenderán, el Señor Oscuro se ha encargado de ello.
—Gracias, Bella —respondió Rabastan agradecido porque alguien le indicara cómo actuar.
La bruja asintió y prosiguió su camino. Observó a carroñeros y a los mortífagos que se habían quedado llevándose inmovilizados a los rivales del bando perdedor. La mayoría entre risas e insultos.
—No llegarás a mañana, vieja ridícula —se burlaban Crabbe y Goyle empujando de mala manera a una bruja.
Cuando vio que se trataba de McGonagall, Bellatrix los detuvo.
—Si esa mujer sufre una herida innecesaria, moriréis.
Los dos hombres, torpes y grandes, la miraron desconcertados. Le recordaron que era la mano derecha de Dumbledore y protectora de Harry. Bellatrix les dio las gracias con sorna, estaba al corriente. Pero también sabía que era una bruja sobresaliente. Ella admiraba y respetaba el poder y de esa profesora aprendió mucho en su etapa escolar.
—Guardad un mínimo de respeto a aquellos a los que nunca podréis igualar —les espetó.
No entendieron el mensaje. McGonagall, agotada y desolada, la miró aún más confundida que los mortífagos. No dijo nada, apenas reaccionó. Pero la revolvió por dentro intuir un atisbo de humanidad en quien desde hacía años consideraba un monstruo.
Crabbe y Golye se la llevaron, pero sin burlas y con más cuidado. No eran tan tontos como para ignorar que con la victoria de Voldemort, Bellatrix sería la segunda gran autoridad del país.
Llegó por fin ante la mesa de madera donde se había enfrentado a la matriarca de los Weasley. El cuerpo seguía varios metros allá, donde sus hijos lo habían preservado, pero no era eso lo que le interesaba.
—Accio… chisme volador.
No funcionó. Al desconocer su nombre y su esencia, no pudo invocar el objeto. Ignoraba incluso si había quedado algo, pero valía la pena intentarlo: le había salvado la vida.
Le costó varios minutos, pero al final, distinguió bajo el banco, junto a varios montones de escombros, un pequeño bulto negro. No era papel, resultaba firme y grueso al tacto, similar a las escamas de dragón. Siguió sin identificar qué era, ahora parecía un simple trozo de cuero arrugado e inerte. De no haberlo visto, jamás creería que esa cosa le había salvado la vida. Era una magia tan oscura y poderosa que sospechaba que ni Voldemort sabría ejecutarla.
—Revelio.
Lo pronunció sin esperanza, creyendo que no sucedería nada. Pero sobre el cuero oscuro, en un negro brillante, apareció algo. Al ser casi del mismo tono era difícil de distinguir, parecía un escudo de armas… Pronto Bellatrix lo reconoció: el símbolo de las reliquias de la muerte flanqueado por los grandes letras G. Entonces, comprendió quién le había salvado la vida.
Entonces —y solo entonces— recordó la advertencia de Glicelia: moría en una batalla en un comedor a manos de una mujer. Aun conocedora del don de la videncia de los Grindelwald, Bellatrix pronto olvidó su advertencia de no participar en esa batalla (aunque de haberla recordado, hubiese actuado igual). Pero esa chica…
—No percibí en ella semejante poder… —murmuró Bellatrix haciendo girar el objeto entre sus dedos.
Había tenido que encantar un sobre de un material ultrarresistente y aplicar sobre él un conjuro de fuego maldito. Además, tenía que haberlo alimentado con la visión para que supiera en qué momento exacto debía intervenir. Y por último, mandárselo a Bellatrix cual carta con la seguridad de que ni ella misma lograría manipularlo. No, Glicelia no era tan poderosa…
En los ojos de Bellatrix brotaron lágrimas de emoción cuando comprendió que su ídolo le había salvado la vida. Gellert Grindelwald, el mago que aterrorizó al mundo entero, había invertido su tiempo en protegerla. Tal vez se lo pidió su sobrina como agradecimiento a la bruja oscura por haber hecho posible el reencuentro familiar. O quizá el propio mago lo hizo para devolverle el detalle de entregarle la varita de sauco. En cualquier caso, había sido él.
Pese a ser una bola negra quemada y arrugada, Bellatrix la guardó en su bolsillo como un recuerdo inefable. Tras eso, no deseó pasar ni un minuto más en el internado en el que se vio obligada a vivir siete años.
Abandonó el recinto y voló hasta Hogsmeade —sin escoba, tal y como Voldemort le había enseñado—. Desde ahí, se apareció en el piso de Sirius. Con los complejos maleficios protectores que les enseñó su tía, abrió la puerta y entró.
Lo primero que hizo fue entrar al baño y quitarse la ropa cubierta de sangre y ceniza. Se miró al espejo y se fue curando las pequeñas heridas y cortes que tenía. Normalmente no le importaban, pero si se iba a acostar con Sirius, prefería que todo estuviera en perfecto estado. Cuando hubo sanado se metió a la ducha. Pasó un rato enjabonándose y lavándose el pelo y después se secó con la varita.
—Esto está todo para tirar —certificó mirando su ropa en el suelo.
Entró a la habitación de Sirius y rebuscó en su armario. Encontró un jersey fino de algodón que le quedaba bastante largo y se lo apropió. Salió al salón y vio sobre la mesa su bolso de viaje. Se lo había encargado a Kreacher antes de salir de la Mansión Malfoy y el elfo acababa de entregárselo. Ahí estaban todas sus posesiones, todo lo que tenía en ese momento. Se sentó en el sofá abrazada al bolso y analizó su situación.
Tenía una cámara enorme repleta del oro de los Black en Gringotts (eso sin contar la de los Lestrange) y también la Mansión Black, que pese a su inquietante estado, valía muchos millones. Ambas cosas eran suyas en exclusiva, sus padres la dejaron como heredera única por ser la mayor. Lo que no tenía y sus hermanas sí era un hogar.
Podía comprarse una casa —mansión, castillo o palacio— donde ella deseara. Pero antes debía saber qué necesitaba Voldemort de ella en los próximos meses. Quizá no podía huir de Londres todavía… En ese caso necesitaría algo ahí. Aunque si era por poco tiempo, no merecía la pena comprar nada (no por cuestiones económicas sino por la pereza de buscar casa). Podía quedarse en su habitación de Bloody Wonders. Resultaba un poco triste, pues era pequeña y simple, pero ahora era el único refugio que le quedaba.
—Este sitio no está mal —comentó contemplando el salón de Sirius.
Se preguntó entonces qué haría su primo. Probablemente también tuviese que cerrar algunos asuntos antes de tomar decisiones. Odiaba Grimmauld Place y no tenía motivos ya que lo ataran ahí, podría volver a ese piso… «¿Me dejará quedarme con él?» se preguntó. Se dio cuenta de que pese a que esa casa tampoco era grande ni lujosa, se sentiría a gusto habitándola con Sirius. Pero no quería pedírselo, antes tenía que averiguar qué planes tenía él.
Entró al dormitorio y se tumbó sobre la cama. Invocó su bolso y del bolsillo lateral extrajo un fajo de papeles arrugados que había metido a última hora. Era una copia del dichoso contrato de matrimonio.
—Alguna forma tiene que haber —murmuró comenzando a leerlo por millonésima vez.
Se lo sabía casi de memoria, especialmente las cláusulas de situaciones excepcionales que podrían conseguirle la nulidad. Pero eran una locura. Y además no podría hacerlo sola. Igual con la ayuda de Sirius… Lo dudaba mucho, pero estaba cada vez más desesperada. Estaba valorando esa posibilidad cuando escuchó la puerta. Volvió a guardar el contrato y salió al salón.
Sirius parecía agotado, pero también eufórico por la adrenalina. Bellatrix se lanzó sobre él y le besó. Se besaron durante varios minutos, hasta que la bruja le preguntó si había ido todo bien. Él asintió, pero eso le pareció menos interesante que los asuntos presentes:
—¡Eh! Me has robado mi jersey favorito.
Bellatrix sonrió de medio lado y respondió:
—Tienes razón, te lo devuelvo ahora mismo.
Le costó poco quitárselo y mostrar que no llevaba nada debajo. Sirius reaccionó casi antes de procesar lo que sus ojos veían. La bruja rio mientras él la besaba y recorría su cuerpo con sus manos incapaz de soltarla. Pero al poco se separó.
—Tápate un momento —murmuró invocando un albornoz y colocándoselo.
Bellatrix ladeó la cabeza confundida y dolida sin entender el cambio. Pero se ató el albornoz que le quedaba grande.
—Tengo que ducharme —explicó Sirius separando los brazos del cuerpo como para mostrar que estaba hecho un desastre— y revisar un par de heridas en la espalda que…
—¿Estás herido? —preguntó Bellatrix muy preocupada— Quítate la capa y te lo miro.
—No es nada grave —la tranquilizó Sirius divertido mientras se dirigía a la ducha—. ¿Y esa preocupación? ¿Empiezas a cogerme cariño? —preguntó burlón.
La bruja se quedó paralizada mientras Sirius entraba al baño y empezaba a desnudarse. Claro que se había preocupado. Y todavía más claro que le había cogido cariño. Le quería, claro que le quería; ahora que tenía la certeza de que no era un traidor, quería estar con él. No se le había ocurrido que Sirius no siguiese sus mismos ritmos. ¿Seguían teniendo que fingir que era solo sexo y se odiaban? O, peor aún, ¿Sirius todavía la odiaba? Rodolphus tenía razón: nadie querría jamás nada serio con ella y Sirius pronto se aburriría de su compañía.
Se sintió estúpida y la embargó la vergüenza. Pensó en irse al momento, sus caminos se separaban ahí. Mejor sola en su habitación de Bloody Wonders que…
—Ven y así charlamos —la llamó Sirius.
Dudó unos segundos, pero obedeció. Se quedaba, solo que ahora sin expectativas. Sirius no había hecho nada malo, era ella la que se había sobrepasado en sus fantasías, nunca habían hablado de tener una relación tradicional. Se sentó en el taburete del baño y se miró al espejo mientras Sirius se duchaba. Al menos seguía siendo guapísima, para algo le serviría…
—¿Cómo te has salvado de lo de Molly? ¿Qué ha sido eso?
—Alguien me ha ayudado —respondió Bellatrix.
—¿Y sabes quién?
—Tengo una idea —murmuró ella lentamente.
Sirius, cubierto de jabón, le dirigió una mirada interrogativa. Ella dudó, no tenía pensado compartirlo con nadie. Pero era motivo de orgullo y de que alguien se preocupaba por ella…
—Grindelwald.
Hubo unos minutos de incredulidad por parte de Sirius. Bellatrix le resumió la historia omitiendo la varita de sauco, solo le dijo que lo conoció y se entendieron bien. Su primo la escuchó con gran sorpresa y finalmente murmuró:
—Si te ha salvado la vida, ya está bien.
Bellatrix asintió y le preguntó qué había hecho él con Potter. Sirius lo había llevado con el traslador a Australia. Le había borrado la memoria y lo había dejado en una casa en el campo con un matrimonio al que habían encargado custodiarlo hasta que le encontraran un destino definitivo.
—Le he hecho olvidar incluso la existencia de la magia —comentó Sirius—. Sus guardianes también fingirán ser muggles, aunque por supuesto son magos y partidarios de Voldemort.
—Mmm… Supongo que es un buen plan para ir tirando —valoró Bellatrix.
—Lo mejor que hemos podido diseñar en tan poco tiempo. Y Harry está mucho mejor sin recordar que toda la gente que quiere está muerta por su culpa. Estos días Voldemort decidirá qué hacer con él.
Su prima asintió mientras Sirius salía de la ducha y se enroscaba una toalla en la cintura.
—¿Y quién ha muerto? ¿Alguna baja importante? —preguntó él cogiendo otra toalla para secarse.
—Nadie que a mí me importe —resumió Bellatrix—. Tu amigo el hombre-lobo y su mujer sí que han caído.
—Remus nunca fue feliz, morirse no habrá supuesto gran problema para él. Tonks sí que era alegre y enérgica, pero últimamente no me caía bien. Su madre se llevará un disgusto…
Bellatrix recordó entonces el comentario de Dumbledore: Tonks empezó a sospechar la traición de Sirius cuando ella hizo un comentario negativo sobre su tía y él deseó matarla.
—En eso confío. Que se quede sola, sin familia. Y la otra… La otra es también una traidora, no pienso volver a hablar con Narcissa.
—Entonces tú también has perdido a tu familia.
—Es difícil perder algo que nunca has tenido.
—Supongo… —murmuró Sirius. — Aunque te queda tu marido, me ha parecido verlo herido pero con vida.
Ahí Bellatrix relinchó y salió del baño.
Empezó a pensar que tristemente era verdad: lo que le quedaba era Rodolphus. Lo odiaba, sí… pero lo iba a tener para toda la vida (quisiera o no); era más de lo que podía decir del resto. Y a Sirius parecía darle igual.
—Ya estoy, preciosa.
La bruja, perdida en sus pensamientos, casi se sobresaltó cuando Sirius la abrazó. Le miró con dudas, ya no tan ilusionada con la celebración.
—¿Estás bien? —le preguntó él— ¿Pasa algo?
Ella se encogió de hombros. Al final, sin mirarlo, murmuró que no sabía qué haría de ahora en adelante.
—Lo mismo que siempre —resolvió Sirius—. Voldemort te seguirá necesitando, sin ti se habría hundido hace tiempo. Y es lo que te gusta hacer y se te da mejor que a nadie, ¿no?
Bellatrix le miró. Quiso tomarlo como un cumplido y lo era, era lo que ella siempre había deseado. Pero ahora… ¿Toda su vida iba a ser eso? ¿Servir a Voldemort cuando Él se lo ordenara y el resto del tiempo esperar a que volviera a necesitarla? No sonaba tan maravilloso como cuando fantaseaba con ello en Azkaban…
Por unos segundos pensó en irse. Pero luego vio a Sirius besándole el cuello con una toalla en la cintura como única prenda. Nunca podría resistirse a eso. Se quitaron la toalla y el albornoz, Bellatrix enroscó las piernas en su cintura y pasaron al dormitorio.
—Hueles muy bien… Hueles muy bien siempre —murmuró Sirius contra su cuello.
La bruja gruñó como agradecimiento mientras se aferraba a su espalda para pegarlo más a su cuerpo. A mitad de la faena, con Sirius entre sus piernas y agarrando las sábanas con fuerza para intentar no gritar de placer, Bellatrix decidió que eso le valía. No le importaba dedicar su vida a Voldemort viviendo sola en cualquier agujero si de vez en cuando podía tener a Sirius.
Después de triunfar y repetir un par de veces tuvieron que usar varios conjuros para arreglar las sábanas. En esa ocasión Bellatrix no necesitó alegar frío para que Sirius la abrazara. Estuvieron así unos minutos y no debatieron más sobre su futuro, de momento no tenían muchas respuestas que dar. Bellatrix deseaba contarle lo de su contrato matrimonial, pero no reunió valor; del mismo modo que sentía que su primo también quería decirle algo pero no llegó a hacerlo. Durmieron abrazados y la bruja quiso creer que se conformaría con eso, sería feliz con eso.
