Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
34: El Heredero de Slytherin (y el secreto mejor guardado de Dumbledore).
Los maestros, junto a Céline, Daphne, Tracey, Katia, Alex y Ron, ingresaron en la Sala Principal de la Cámara de los Secretos.
Snape miraba la sala interesado. Después de todo, era el director de la Casa de Slytherin. Se hallaban en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.
Minerva usó su Lumos y notó varios fragmentos de piedras, del tamaño de puños, usando su varita, los hizo levitar, la mitad los transformó en algo similar a ollas huecas, luego las transformó, para que fueran de vidrio y la otra mitad las incendió con una llama amarilla que lanzaba chispas plateadas, encerrando cada llama en una de las ollas y las dejó flotando estáticas, en el aire. —Mucho mejor. —Ahora, podían ver la sala en la cual estaban, con mayor claridad.
— "Profesores..." —susurró Céline. — "la talla del fondo." —apuntó. Todos miraron la estatua ante ellos, algunos tuvieron que echar la cabeza hacía atrás, para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. — "Detrás de esa talla, está el Basilisco".
—Salazar Slytherin —murmuró Severus admirado.
Y entre los pies de la estatua, boca abajo, vio una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido. — "Ginny" —susurraron los maestros, corriendo hacia ella.
McGonagall se hincó de rodillas. — ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —La mujer guardó la varita, cogió a su alumna por los hombros. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar... — "Ginevra, por favor, despierta" —susurró la maestra sin esperanza, agitándola débilmente. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.
—Rennervate —exclamó Severus, pero nada pasó. El maestro de pociones frunció el ceño.
Entonces, desde las ropas de uno de los Aurores, salió un diario y aquel Auror cayó al suelo desmayado, mientras que rápidamente, su piel se iba poniendo más y más pálida. El diario flotó en el aire, se abrió y las paginas comenzaron a pasar rápidamente, como si el viento, estuviera empujando las hojas, solo que... no había viento en la Cámara.
—La magia en el diario, está aumentando y les está robando su energía vital a Ginevra y al Auror —advirtió Céline, quien podía verlo, gracias a su ojo draconiano. Apuntó con la pistola y tenía un hechizo de fuego y viento, en la punta de la lengua, cuando...
—No despertarán —dijo una voz suave, mientras que las hojas eran arrancadas con delicadeza, por una mano invisible y giraban junto a Ginny y McGonagall, quien cargó a su alumna y retrocedió asustada. Un muchacho alto, de pelo negro, estaba materializándose de entre las paginas, mirándoles. Tenía el cabello negro, ojos, piel pálida, su uniforme correspondía a Slytherin, pero el sello en la capa era de hace cincuenta años.
— ¿Y tú, quien diablos se supone que eres? —Preguntó Snape, con la varita en alto. Sprout asintió a las palabras de Severus, incluso si él, no podía verla hacerlo. ¿Quién era este aparente alumno de Slytherin?, ¿Por qué salió del diario?, ¿Qué demonios tiene que ver con toda esta situación?
—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente —guardado en un diario durante cincuenta años. —esto solo los desconcertó a todos, aún más. Pero sabían que este tipo, era un peligro para todos, así que mantuvieron las varitas en alto —He esperado este momento durante mucho tiempo, Alex Potter. —dijo Ryddle, posando su mirada en él, causándole un escalofrío al pelirrojo —Quería verte. Y hablarte. —Céline se movió a gran velocidad y se paró detrás del sujeto, apuntándole con su pistola a la nuca.
—Avanza hacía mi hermano, solo una pulgada más y voy a descargar el tambor imbécil —gruñó Céline, mientras que un circulo rúnico blanco, se formó ante el cañón del arma.
— ¿Cómo ha llegado Ginny a este estado? —preguntó el profesor Flitwick entre dientes, hablando despacio.
—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.
— ¿De qué hablas? —preguntó Ron extrañado y sin entender nada.
—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas: que sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano, que... —A Ryddle le brillaron los ojos con cierta malicia. —... pensaba que el famoso, el bueno, el gran Alex Potter no llegaría nunca a quererla... —Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Alex. Había en ellos una mirada casi ávida. —Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba: «Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom... Estoy tan contenta de poder confiar en este diario... Es como tener un amigo que se puede llevar en el bolsillo...» —habló con la voz de Ginny, poniéndolos pálidos a todos. A Céline, a Alex y a Ron les salieron gruñidos desde el fondo de la garganta. Alex le habló a Céline con los ojos: "Solo dispárale" Y Céline contestó: "Este tipo es alguna clase de alma, no voy a herirlo, al disparar... solo espera"; Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena. A todos, se les erizaron los pelos de la nuca. —Si es necesario que yo lo diga, Alex, la verdad es que siempre he fascinado a la gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentarla a ella con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma...
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Alex, con la boca completamente seca.
— ¿Todavía no lo adivinas, Alex Potter? —dijo sin inmutarse Ryddle, mirando a los maestros. — ¿Ninguno de los sabios profesores de Hogwarts? Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella retorció el pescuezo a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó al Basilisco de Slytherin contra los cuatro Sangre Sucia y el gato del Squib.
—Y creo que, a esto, se le llama confesión, geniecillo —gruñó Céline, con los dientes apretados. Enfadada por cuan retorcido era este tipo, pero satisfecha, ante lo que su ojo draconiano, capaz de sentir y ver la magia, le estaba enseñando: El cabrón ya era sólido, las energías vitales de Ginny y el Auror eran tan bajas, que ella actualmente, ya podía dañar a este imbécil de gravedad. Espera ¡Ya podía hacerlo! —Orquesta de las Balas: Violín de Luna Nueva —y disparó, haciendo que Ryddle gritara de dolor y saliera volado proyectado, por la fuerza del disparo. Céline gruñó de dolor, cuando su brazo se fue hacia atrás, por la patada de la bala, provocada por ese hechizo.
Ryddle gritó, al sentir el disparo de magia pura, golpeándolo en la sien. Al sentir la sangre correr por su mejilla. — ¿Cómo...? ¡¿CÓMO TE ATREVES A HERIRME A MÍ?! —Rugió Ryddle furioso, pero también asustado, pues ya no podía dar marcha atrás a la simbiosis del diario y sus dos fuentes de alimento mágico. Estaba por volverse sólido, por volverse mortal. Las Salas de Hogwarts, impedirían que él pudiera usar la Aparición. — ¡¿A MÍ: ¡¿EL MAGO MÁS GRANDE DE TODOS LOS TIEMPOS?! —todos le apuntaron, pero nadie habló. Él en cambio, se relajó. —Creo que siguen sin entenderlo y yo mismo no lo comprendo. Quizás puedas explicármelo, Alex Potter.
— ¡¿Qué cosa?! —gruñó Alex.
— ¿Cómo es que un bebé sin un talento mágico extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin más daño que una cicatriz, mientras que Lord Voldemort perdió sus poderes? —En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada. —Aunque... viendo a tu hermana, ¿no crees que es más lógico, que ella fuera aquella que lo venció?, es poderosa y muy lista por derecho propio.
—¿Por qué te preocupa cómo nos libramos? —preguntó Alex despacio y colocándose delante de su hermana, para protegerla, pero no obstaculizaría, ningún posterior disparo de Céline. Él sabía que ella estaba apuntándole —. Voldemort fue posterior a ti.
—Voldemort —dijo Ryddle imperturbable —es mi pasado, mi presente y mi futuro, Alex Potter... Y ¿Creo que es Céline Volkova?
Céline le enseñó una sonrisa. —Ya ves que puedo herirte, más te vale abrir el hocico y contestar a su pregunta. —Alex tuvo dos visiones y en ambas, su hermana enseñaba dos hechizos poderosos a Daphne y Tracey. Cuando salió de esas visiones, miró de reojo a Céline, quien seguía mirando atentamente a Ryddle.
Alex hizo el movimiento de varita y se quedó con el hechizo en la punta de la lengua.
Entonces, Voldemort empuñó la varita de Ginny y escribió en el aire con ella tres resplandecientes palabras:
TOM SORVOLO RYDDLE
Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:
SOY LORD VOLDEMORT
Los ojos de los maestros, especialmente los de Severus, se abrieron aún más. — "¿Ven? —susurró complacido y sonriendo —Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Creen que iba a usar siempre mi sucio nombre Muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar Muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Céline." —habló en voz alta, pero calma —Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡CUANDO YO LLEGARA A SER EL HECHICERO MÁS GRANDE DEL MUNDO!
—No lo eres —dijo McGonagall. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.
—¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente, volviéndose hacía McGonagall, mirándola con ira.
—No eres el hechicero más grande del mundo —dijo McGonagall, con la respiración agitada —Lamento decepcionarte, pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.
De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto. Abrió la boca, pero comenzó a llegar música de algún lugar. Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural. A los jóvenes les puso los pelos de punta y le pareció que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó tal fuerza que todos podían sentirla vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a ellos. Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.
El pájaro se encaminó derecho a Alex, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en el hombro. Cuando plegó las grandes alas, Alex levantó la mirada y vio que tenía un pico dorado afilado y los ojos redondos y brillantes. El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Alex, sin dejar de mirar fijamente a Ryddle.
—Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.
— ¿Fawkes? —musitó Alex, sintiendo la suave presión de las garras doradas.
—Y eso —dijo Ryddle, mirando el fardo que Fawkes había dejado caer—, eso no es más que el viejo Sombrero Seleccionador del colegio. —Así era. Remendado, deshilachado y sucio, el sombrero yacía inmóvil a los pies de Alex. Ryddle volvió a reír. Rió tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara, como si estuvieran riendo diez Ryddles al mismo tiempo. —¡Eso es lo que Dumbledore envía a su defensor: un pájaro cantor y un sombrero viejo! ¿Te sientes más seguro, Alex Potter y Céline Volkova? ¿Se sienten a salvo? —Alex no respondió. No veía la utilidad de Fawkes ni del viejo sombrero, pero ya no se sentía solo, y aguardó con creciente valor a que Ryddle dejara de reír. —A lo que íbamos, —dijo Ryddle, sonriendo todavía con ganas— en dos ocasiones, en tu pasado, en mi futuro, nos hemos encontrado. Han sido dos ocasiones en que no he logrado matarte. ¿Cómo sobreviviste? Cuéntamelo todo Alex. Cuanto más hables —añadió con voz suave—, más tardarás en morir. —Alex pensó deprisa, sopesando sus posibilidades. Ryddle tenía la varita; él tenía a Fawkes y el Sombrero Seleccionador, que no resultarían de gran utilidad en un duelo. No prometían mucho, la verdad. Pero cuanto más tiempo permaneciera Ryddle allí, menos vida le quedaría a Ginny... Alex percibió algo de pronto: en el tiempo que llevaban en la cámara, los contornos de la imagen de Ryddle se habían vuelto más claros, más corpóreos. Si Ryddle, los maestros, su hermana y él tenían que luchar, mejor que fuera pronto.
—Nadie sabe por qué perdiste tus poderes al atacarnos. —dijo bruscamente Alex—Nosotros tampoco estamos seguros, pero quizás fueran los círculos rúnicos de nuestra madre, dibujados alrededor de la cuna. Pero sé por qué no pudiste matarme: porque mi madre murió para salvarme. Nuestra... genial y muy lista madre de origen Muggle —añadió sonriente, burlesco; eso causó la ira de Ryddle, quien enrojeció —; ella evitó que nos mataras.
—Eres una ruina. Apenas estás vivo. A esto te ha llevado todo tu poder. —dijo Céline sonriendo burlonamente, caminando algunos pasos, lejos de su hermano, colocándose a espaldas de Ryddle, mirando hacía la cueva, hacía la criatura dentro de ella, el Basilisco, a quien veía como una magia verde, dentro de esa cueva, oculta por la boca de la estatua de Salazar, levantó su pistola y descansó el dedo en el gatillo —Te ocultas. ¡Eres horrible, inmundo, totalmente inhumano! ¿Qué es el diario exactamente, Ryddle?
Ryddle tenía el rostro contorsionado. Forzó una horrible sonrisa y miró a sus espaldas a la rubia de ojos verdes. —O sea que su madre murió para salvarlos. Sí, ése es un potente contrahechizo. Tenía curiosidad, ¿sabes? Porque existe una extraña afinidad entre nosotros, Céline Potter-Volkova. Slytherins sabios y líderes de nuestros respectivos grupos, respetados incluso a pesar de la sangre. Dicen que fuiste pelinegra y yo también lo soy. —y volvió su mirada a Alex —Y en cuanto a ti, Alex: Ambos hablamos Pársel. Y.… en lo que... conversamos del Pársel. —Ryddle abrió la boca y silbó... pero Alex comprendió lo que decía. «Háblame, Slytherin, el más grande de los Cuatro de Hogwarts.» El gigantesco rostro de piedra de la estatua de Slytherin se movió y todos vieron, horrorizados, que abría la boca, más y más, hasta convertirla en un gran agujero. Algo se movía dentro de la boca de la estatua. Algo que salía de su interior.
Los magos allí presentes, expertos en criaturas mágicas, supieron que el Basilisco estaba por salir, a lo cual, lanzaron hechizos de luz blanca, contra la boca de la estatua y se formó una jaula de paredes de vidrio negro, en el cual ingresó la criatura, dejando a Ryddle con la boca abierta y sin podérselo creer.
¿Eso era todo?
¿El gran basilisco de la Cámara Secreta de Salazar Slytherin, acababa de ser encerrado en una jaula por un montón de inútiles?
«Escúchame, por favor» Dijo Alex en Pársel.
«Descendientes del maestro.» Contestó el Basilisco «Puedo sentir su sangre, soy Esmeralda: Última línea de defensa de Hogwarts si es que los Muggles atacan; espero sus órdenes.»
—Con que era eso —dijo Alex en inglés, algo perturbado por tal sorpresa. —Esmeralda... el Basilisco, fue colocado aquí por Salazar para proteger a los alumnos, a todos ellos, sin distinción sanguínea, si es que la Inquisición atacaba el colegio. Eso los sorprendió a todos.
— ¡ALEX! —Tom y todos miraron, como Céline pateaba el diario hacía el pelirrojo. — ¡Acerca el diario al vidrio, así podrás hacer que el diario lo traspase, ordena a Esmeralda, rociar su veneno en el diario!
Ante esto, Voldemort enfureció y tomó la varita. — ¡AVADA KEDAVRA! —Un rayo verde, salió desde la varita. Pero los maestros elevaron un muro de roca sólida, en medio del camino, causando la explosión del muro.
Se oyó un grito largo, horrible, desgarrado, por parte de Ryddle.
Alex podía imaginar el diario atravesado por los colmillos de Esmeralda, imaginaba la tinta saliendo a chorros del diario.
Ryddle se retorcía en el suelo, gritando, sus venas se volvieron más visibles, parecía como si en su interior recorriera alquitrán o quizás petróleo, pues eran totalmente negras, llevó sus ojos hacia atrás, comenzó a rascarse las mejillas y el pecho, lleno de dolor, y entonces... Desapareció.
Cuando todo terminó, Ginny Weasley comenzó a despertar. Estaba desorientada, decía que le dolían las extremidades. Comenzó a preguntar dónde estaba Ryddle, pero todos le aseguraron que se encargaron del peligro y rápidamente, entre Minerva y Filius, crearon unas escaleras de caracol, para poder salir. Pero cuando todos creyeron, que deberían de caminar hasta arriba, las escaleras se movieron, igual que las escaleras eléctricas, hasta la salida.
McGonagall ignoró las preguntas de todos, sobre si debían de cerrar nuevamente la entrada o no. Ella no contestó, los ignoró adrede y como no sabían qué hacer, la siguieron, hasta la sala médica, en donde estaba Madame Pomfrey trabajando, ahora con las Mandrágoras y despertando muy lentamente a los alumnos petrificados. — ¡Profesora McGonagall! ¿Qué le ha pasado a la Srta. Weasley?
—Esa es una historia para mañana en el desayuno, Madame Pomfrey. —dijo Minerva Allí, lo contaré todo. —la puerta se abrió y Dumbledore ingresó —Vaya, miren nada más, quien ha decidido aparecer.
—Los Aurores se han llevado al pobre Gilderoy y por desgracia, no he podido hacer nada para evitarlo. —informó Dumbledore, entristecido —Lo han hallado culpable de plagio y de borrar las memorias de todos aquellos, que hicieron todas aquellas heroicidades que comentaba en sus libros. No era él. Pero voy a ayudarlo a presentar una defensa en su caso frente al Wizengamot... ¿Qué está pasando aquí?
—Es algo que te contaré mañana, Albus —dijo Minerva con firmeza.
—Pero Minerva, querida. Si hay algún problema, debo de saberlo, para poder proteger a todos en la escuela —dijo Dumbledore, mirándola con su típica cara de abuelo.
Pero Filius intervino. —No hiciste absolutamente NADA, con los alumnos Petrificados, que se encuentran en esta habitación, Dumbledore. Deberíamos de haberlos enviado a todos a casa, llamar a los Aurores y contactar a San Mungo.
—Los retratos no nos dijeron sobre... —comenzó Dumbledore a excusarse, pues (él) no sabía(n) sobre la criatura de la Cámara de los Secreta, ni en donde se encontraba. Pero esperaba que todos en la habitación, tuvieran alguna pista, para que así, él pudiera descender y encargarse de ella, para volver aún más famoso. Entonces, se enfocó en Alex. —Perfecto, con Alex y Céline aquí... podré convencerlos de venir conmigo o ellos podría contarme sobre su pista. Los traeré a mi lado, a la Cámara, para que me vean enfrentar al monstruo.
—No tenían por qué hacerlo, si es que no veían nada, Albus. —dijo Snape enfadado con su Maestro —Pero, aun así, los retratos veían a los alumnos petrificados. Fueron mocosos, los que descubrieron lo que ocurría y nos informaron a nosotros.
Sprout intervino. Y ella sinceramente, jamás se hubiera imaginado el intervenir a favor de Severus Snape. —Al saber sobre lo que atacaba a los alumnos, llamamos al Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Descendimos a la Cámara, enfrentamos al Heredero y salió más de una sorpresa estando allí. Pero ya nos encargamos y no hay más peligro —los maestros se retiraron, completamente enfadados con un Dumbledore furioso y confundido, pues aparentemente su personal se encargó del problema y nadie le daba una respuesta clara.
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A la mañana siguiente, todos los alumnos estaban desayunando, Dumbledore no estaba allí, pero sí los profesores. —Atención alumnos —habló la profesora McGonagall y todos la miraron. —El peligro de la Cámara ya ha pasado. La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. —hubo una explosión de aplausos y las preguntas comenzaron.
— ¿Dónde está la Cámara, profesora Sprout?
— ¿Quién es el Heredero de Slytherin, profesor Flitwick?
— ¿Apresaron al Heredero de Slytherin, profesora McGonagall?
— ¿Cuán grande es la Cámara, profesor Snape?
— ¿Los petrificados, volverán esta misma noche, profesora McGonagall?
Todos se quedaron en silencio, cuando el profesor Snape, enseñó un artefacto con forma de baño para pájaros (según los Hijos de Muggles y algunos) —Este artefacto se llama Pensadero, nos permitirá ver los recuerdos de todos los maestros aquí presentes y de algunos alumnos.
— ¡Espera un momento, Severus! —Dijo Dumbledore entrando agitadamente, pero palideciendo al ver lo que pretendían, con el Pensadero. — ¡Será mejor, hablar de esto en mi oficina, no hay necesidad de expandir el pánico en los alumnos!
—No tiene por qué expandirse pánico alguno, pues la criatura ya ha sido tratada y lo mismo con el Heredero, Albus —dijo Minerva con el ceño fruncido. Filius colocó su recuerdo y lo oscureció todo. Presionando algunas Runas, una esfera de gran tamaño, apareció. Minerva petrificó a Dumbledore, quien solo podía verlo todo, así como los alumnos.
Vieron a Alex Potter y a Ronald Weasley, hablando con los profesores y como todos fueron a la Cámara, vieron al Trío de Plata de Slytherin llegar y a los Aurores y expertos en Criaturas Mágicas del Ministerio. Todos ellos, a preguntarle a Myrtle la Llorona, sobre su muerte, como abrieron la entrada, descender hasta el fondo, abrir la otra puerta y llegar a la sala, en donde estaba Ginny Weasley.
Cuando Ryddle apareció en escena, Dumbledore abrió los ojos. No podía permitir que la información sobre un pasado humano, detrás del monstruo de Lord Voldermot, saliera a la luz o perdería una gran cantidad de poder que tenía. Lanzando una explosión de magia, se liberó del Petrificus Totalus, pero vio algo de reojo: Céline Volkova. La miró y ella le disparó un hechizo con su pistola, volviéndolo a petrificar.
El grito de horror de todos, al saber que fueron atacados por el mismísimo Voldemort, distrajo a Céline temporalmente... pero eso no liberó a Albus.
Como encerraron al Basilisco.
Como derrotaron definitivamente a Voldemort y su espectro desapareció.
Dumbledore fue liberado de su petrificación personal, pero no se movió. Se sentía tan perdido, que no sabía qué hacer. Solo se giró y se retiró a su oficina, hasta descubrir qué hacer y cómo actuar. Nada se le ocurrió y ante una derrota tan grande, que incluso salió en los periódicos, quemó distraídamente su copia de El Profeta: «La Cámara de los Secretos de Hogwarts, contenía en su interior a un Basilisco de casi un milenio de edad y el culpable, fue un ente compuesto de magia y alma de Aquél-Que-No-Debe-Ser-Nombrado»; mientras Albus veía a los alumnos irse, derramó una lagrima de ira y lanzó un grito de furia. — ¡ESTOY RODEADO DE INUTILES Y TRAIDORES! —Su magia se liberó y destruyó la oficina.
