Esta historia es un AU, uno donde Rhaegar ganó la guerra y mató a Robert Baratheon en la Batalla del Tridente. R+L=J is real. Hubieron muchos compromisos entre los Targaryen y casas importantes para volver a unir al reino. Daenerys fue comprometida con Robb Stark, Viserys con Arianne Martell, los hijos de Rhaegar: Rhaenys y Aegon, con Renly Baratheon y Margaery Tyrell, respectivamente. Todo esto cambió la historia de forma que abordaré después, aunque no como tema central.


Capítulo I

Elicia era la única hija de Jorah Mormont. La había concebido con su tercera esposa, Talisa Maegyr, la primogénita de un triarca; cuando este le sirvió como guardaespaldas en Volantis, durante su exilio de Poniente.

Unos años antes de la Segunda Batalla por el Amanecer, Jorah había regresado a la Isla del Oso con: un indulto real otorgado por el rey, su bella mujer y el bebé de ambos. La señora de la Isla del Oso en ese entonces, su tía Maege, lo había recibido con frialdad al igual que sus hijas, producto del aún no olvidado resentimiento por sus acciones pasadas.

Pero Jorah no se quedó mucho tiempo de cualquier forma. Unos meses después partió a la guerra contra los Otros, donde murió combatiéndolos como un héroe, según los bardos. Su esposa, Talisa, acordó junto a Maege Mormont que casarían a la hija de Jorah, la legítima heredera de la Isla del Oso, con su primo, Jeor. Él era nieto de Maege, hijo de su segunda hija y heredera antes del regreso de Jorah, Alysane; de esa forma no se crearían problemas con la sucesión.

Jeor tenía el físico del típico Mormont: pelo oscuro, robusto y alto para su edad, también lo consideraban agradablemente guapo, pero no tenía la belleza por la que suspiraban las damas del sur. La sangre de los primeros hombres corría espesa por sus venas. Elicia, en cambio, parecía pertenecer a la sangre valyria más pura; tenía el cabello blanco platino, raro incluso para los descendientes de la Antigua Valyria, sus ojos eran de un color celeste brillante, y era aún más hermosa que su madre. Su cremosa piel no tenía ninguna imperfección; a no ser que se contaran como tales a dos lunares, uno junto a su ojo izquierdo y otro en su pecho. Desde que Jeor los vio por primera vez, no pudo parar de fijarse en ellos.

Aunque Elicia no había nacido en la Isla del Oso, había crecido allí. La llevaron al antiguo hogar de su padre cuando apenas cumplió un año de vida, aún así, nunca pudo adaptarse completamente. Eso tal vez fue culpa de su madre. Talisa no era como la anterior esposa de Jorah, Lynesse Hightower, pero tampoco había conseguido acoplarse del todo al norte o a la cultura de Poniente en general. Así que dedicaba sus días a pasarlos junto a su hija, enseñándole a hablar valyrio y a comportarse como una dama; algo que ella misma no seguía al pie de la letra, pero que aun así era muy diferente al típico comportamiento de las mujeres de la Isla del Oso.

Su madre prefería leer sobre medicina e historia, en lugar de dedicarse a imitar a las damas volantinas; o a entrenar con el hacha, la maza, o el arco, como las norteñas de su actual hogar. Talisa odiaba la violencia y la guerra.

Lamentablemente, para Elicia, no aprender a defenderse y a desconfiar de los hombres extranjeros, le costó que intentaran secuestrarla a sus cortos seis años. Afortunadamente, sus tías habían visto lo que ocurría y llegaron a tiempo para impedir que el falso comerciante se la llevara. Elicia había terminado con un corte cerca de su hombro derecho, como resultado de aquella desafortunada situación. El corte dejaría una fina cicatriz, otra imperfección en su piel que volvería loco a Jeor en los próximos años.


Cuando Jeor cumplió trece años, decidió que iría a la Ciudadela. Le aseguró a su madre que no planeaba convertirse en un maestre, que solo quería educarse para el día en el que se convirtiera en el señor de la Isla del Oso. Era cierto, pero también lo hizo porque la vida allí era rutinaria y aislada del resto del mundo. Jeor quería conocer que había más allá de las frías aguas que rodeaban la isla.

Fue a despedirlo toda su familia, a excepción de su tía Lyra, que se había ido hace un año a vivir junto a su nuevo esposo. Su pequeña prometida, de tan solo ocho años, sujetaba la mano de su madre la última vez que las vio; un par de años después, le llegó un cuervo contándole que Talisa Maegyr había muerto en un accidente.

El mensaje decía que había estado enferma, y debido a la debilidad de su cuerpo una mala caída hizo que perdiera la vida. Jeor lamentó el fallecimiento de la hermosa mujer y se preocupó por su pequeña prima, ya que ellas siempre habían estado juntas. No dudaba que su abuela, su madre, su hermana o sus tías, la cuidarían; pero Elicia era delicada y muy distinta al resto de mujeres que él conocía.

«¿La consolarían con cumplidos cuando se pusiera a llorar? ¿Le contarían historias de Valyria cuando se fuera a dormir? ¿Leerían libros junto a ella? ¿La acompañarían con una arpa cuando cantara con su melodiosa voz?»

Lo dudaba bastante. Así que decidió que era hora de volver a su hogar.

Al igual que el día que partió, todas fueron a recibirlo cuando regresó. Aunque esa vez la que faltó fue su tía Jorelle, también casada recientemente, como su hermana Lyra años atrás. Lo primero que hizo Jeor al pisar tierra firme, fue darle a Elicia un beso en la frente y asegurarle que él sería quien la protegería ahora. La niña no se apartó de su lado durante todo el banquete de celebración por su regreso.


Habían pasado tres años desde ese día, Elicia creció para convertirse en una hermosa doncella. Si Jeor creyera en la Fe de los Siete, juraría que era la Doncella reencarnada, pero su creencia en los Antiguos Dioses le aseguraba que no se trataba de ninguna diosa sino de su prima y prometida; y le agradecía a estos la suerte de que algún día tendría a Elicia como su esposa. Los años no solo la volvieron más hermosa, también habían hecho que Jeor se enamorara de la pequeña.

Eran muy cercanos. Al comienzo él la mimaba y cuidada como lo haría un familiar, pero esa cercanía había convertido a su relación con ella en una especie de deseo intoxicante.

«¿Cómo una niña podía verse como Elicia? ¿Actuar como ella? ¿Forzarlo a caer rendido ante sus caprichos como lo hacía a menudo?»

Vio la puerta del salón de donde se encontraba abrirse, solo para revelar una belleza fuera de este mundo.

—Jeor, ¿puedes conseguirme nuevos libros? —le preguntó Elicia, entrando al salón.

Él acababa de terminar una aburrida audiencia. Como el nuevo regente de la Isla del Oso, era su deber. Se había quedado solo, pensando en como resolver una tonta riña entre dos de sus vasallos.

—Los comerciantes no suelen traer libros, pero tal vez pueda convencer a alguno de que lo haga la próxima vez —le respondió.

—Te lo agradecería mucho, mi señor.

Le encantaba cuando se dirigía a él bajo ese título. Aunque, por ley, Elicia era la heredera de la casa Mormont; su edad, su sexo y su apariencia extranjera le jugaban en contra. Sin contar que, en el futuro, él tendría derecho sobre ella cuando se convirtiera en su esposo.

Elicia había florecido recientemente, un poco antes de su treceavo día del nombre; pero tanto él como la mayoría de mujeres de su familia habían estado de acuerdo en que se casarían dentro de un año más. Sabía que Talisa había querido que la boda se celebrara cuando Elicia cumpliera dieciséis y fuera mayor de edad, pero su abuela le había dicho que: "Mientras más pronto estén casados, más rápido te convertirás en el señor de la Isla del Oso. Puedes dejar que la niña crezca un poco antes de empezar a tener herederos, pero la boda y la consumación harán que seas visto como el nuevo Lord Mormont".

Jeor prefería no pensar mucho en la boda y en la consumación, no en un lugar público al menos, eso lo dejaba para la privacidad de su dormitorio. Pero dejando ese tema aparte y pensando seriamente, su situación actual como regente no era la más adecuada. Su madre nunca se había casado, no podía estar seguro de si él y su hermana mayor compartían el mismo padre siquiera.

Alysane envolvió la concepción de sus hijos con una leyenda; y como era la hija de Maege, quien había vuelto a ser la Lady Mormont, ningún vasallo había puesto en duda su honor. Aunque sabía que algunos señores norteños no lo veían de la misma forma, por eso su compromiso con Elicia resultaba beneficioso para él. Además, de esa forma, ningún hombre buscaría conseguir la mano de su prima para quedarse con la Isla del Oso. Jeor estaba seguro de que la desearían más a ella que a la isla.

Sabía que Elicia era considerada prácticamente una extranjera, por los habitantes de dicha isla, pero aun así no dejaba de ser la primogénita de Jorah Mormont, por lo tanto, debía convertirse en la próxima señora de la casa Mormont al cumplir la mayoría de edad. Y cuando él se casara con ella, aseguraría la posición de Jeor como el Lord Mormont legítimo a los ojos de los señores norteños; además de hacer que los plebeyos se tranquilizaran, al ver que un nacido en la Isla del Oso se convertía en su señor. Todo eso le evitaría futuras complicaciones a su familia y a él.


Acostumbraban a cenar todos juntos. Aunque no había mucha variedad en sus comidas, la madre de Elicia le había enseñado a comer con una gracia y delicadeza que sus familiares femeninas nunca podrían imitar aunque lo intentaran. Nunca lo intentarían, por supuesto.

Había cerrado tratos comerciales para poder conseguir que llevaran a la isla gran variedad de frutas, era una ventaja que el frío natural junto con el hielo que sacaban de los lagos ayudara a conservarlas, por lo que podía ver a Elicia llevarse fresas a la boca con regularidad. Ella se dio cuenta de que la miraba y le sonrió, Jeor sintió que su corazón daba un vuelco; mientras la familiar sensación en la parte baja de su estómago, cada vez que pensaba en Elicia, regresaba.

Al terminar de cenar fue directamente a dormir, estaba algo cansado. Su abuela le daba cada vez más obligaciones, para que se preparara para convertirse en el futuro Lord.

Apenas llegó, tocaron su puerta. Jeor le dio permiso para entrar. Volvía a ser Elicia.

—Creía que te quedarías en la mesa un rato más, quería pedirte algo.

—¿Qué desea ahora, mi señora Mormont? ¿Más libros? ¿Otro caballo? ¿Un vestido nuevo?

Todos los vestidos que Elicia llevaba habían sido encargados por Jeor. Ella nunca hacía su propia ropa, odiaba tales "actividades aburridas", pero aún así le gustaban mucho los vestidos y las joyas. Ella esperaba con ansias el día en el que los vestidos volantinos de su madre se ajustaran a su figura. Jeor sabía que se vería mucho más hermosa que la fallecida Talisa. Se la había imaginado muchas veces.

—En realidad… quiero que le digas a la tía abuela que quiero convertirme en pupila de la princesa Daenerys, y vivir en Invernalia hasta mi mayoría de edad —le dijo su prima.

Jeor no respondió de inmediato.

—¿Qué? —Alcanzó a preguntar, cuando pudo articular una palabra.

—Quisiera aprender a comportarme como una adecuada dama norteña. —Se notaba que había ensayado que decir—. Y no hay mejor lugar para hacerlo que con la casa Stark, sirviendo a la hermana del rey…

—No —la cortó Jeor.

«¿Qué tipo de capricho era ese? No podía hacerlo. Ella no podía abandonar la Isla del Oso, iban a casarse en un año. ¿Acaso ya no quería casarse?...»

—La abuela no te permitirá abandonar la isla. —Le recordó, tajante.

La vio fruncir el ceño.

—¿Por qué no? Tú te fuiste a la Ciudadela cuando tenías mi edad.

—Volví un par de años después para ocuparme de los deberes de esta casa.

—Entonces yo también volveré dentro de dos años.

—No vas a ir a Invernalia, Elicia. No hay nada que acordar.

—Pero… no es justo. ¿Por qué no puedo?

—Porque, si lo has olvidado, tenemos que celebrar una boda dentro de un año.

—¿Y si vuelvo dentro de solo un año?…

—Basta. No serás pupila de nadie más. No tienes que aprender a ser una correcta dama norteña. En la Isla del Oso las mujeres son diferentes, aprenden a luchar como guerreros para defenderse. Como su futura señora, sería más acertado que hicieras tal cosa, pero no lo disfrutarías, ni tampoco es para lo que estás hecha; así que no es necesario cargarte con esa obligación.

—¿Y para que estoy hecha? —le preguntó. Su enojo no la hacía ver menos hermosa.

«Para ser atesorada», pensó Jeor. «Eres una criatura hermosa y delicada, que existe para ser adorada y amada… por mí». «Vives para que te consienta, y para derretir con tu dulzura y calidez esta roca congelada en medio de la nada».

—Tu deber es permanecer en la casa de tu padre, cumplir con el arreglo que hizo tu madre y convertirte en la señora de la Isla del Oso —respondió Jeor.

—¿Así que nunca podré ir a ningún otro lugar?

—Muchas damas solo abandonan el hogar de sus padres cuando se casan. La verdad, tú eres afortunada por no tener que hacerlo. Todo se vuelve frío cuando deja de darte calor el mismo fuego que lo hizo durante años.

—La gente piensa que soy una extranjera que vive aquí, pero todo lo que recuerdo haber visto alguna vez son estas paredes, esos bosques y aquel mar. Quiero ver que hay más allá —le dijo todo eso señalando por la ventana.

—No hay nada afuera que valga tanto la pena. Diría que incluso es peligroso para alguien como tú.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Acaso no recuerdas a ese esclavista que te hizo la cicatriz? Antes de morir, confesó que intentó robarte porque vio que eras hermosa. Que te convertirías en una mujer aún más hermosa. Solo podemos imaginar lo que planeaba hacer contigo. Tal vez te guardaría para él o te vendería a un hombre mucho peor, uno que te haría desear no haber nacido día tras día. Quizás nunca hubieras llegado a crecer para poder florecer. ¿Quieres darle la misma oportunidad a otro hombre así? Puede que esta vez consiga su propósito. Aquí estás segura, eres amada y valorada. Nunca serás tratada como un apetecible trozo de carne para devorar, robar o vender. Hay muchos hombres fuera de este lugar que te verán solo como eso, y tu familia no estará ahí para salvarte.

Elicia tenía los ojos llorosos, se veía frustrada y decepcionada. No dijo nada más y salió de la habitación.

El mundo era un lugar frío y cruel, si quería ser una correcta dama norteña debía comprenderlo más temprano que tarde.


Su prima no habló con él los días siguientes, cuando fue a darle sus nuevos libros solo le respondió con un seco: "Gracias" y siguió peinando su cabello.

Habían discutido antes, pero todo se arreglaba cuando Jeor le daba un regalo, ella aceptaría sus disculpas, a veces ella también se disculparía y todo volvería a la normalidad. Esa vez, Elicia no parecía enojada, sino triste; apenas tenía apetito y se la pasaba encerrada en su dormitorio.

Fue a buscarla, entró luego de que nadie le respondiera después de tocar la puerta y la encontró acostada en la cama, no la había tendido y aún llevaba puesto el camisón.

—Si yo estuviera aún en la cama a esta hora, mi madre me sacaría de allí con un cubetazo de agua fría —le dijo Jeor.

—Que bueno que no es mi madre entonces.

Jeor observó la habitación, Talisa la había compartido con su hija desde que llegó a la isla, dormían juntas, y la había decorado con extraños adornos y tapices de Volantis. Elicia lo había dejado todo tal como estaba, luego de perder a su madre.

Se sentó en una silla frente a la mesa donde ellas solían desayunar, su prima no se movió de su lugar.

—Levántate y siéntate conmigo, quiero que hablemos.

Ella lo hizo a regañadientes. El camisón que tenía puesto era muy fino, la luz que entraba desde la ventana lo hacía parecer casi translúcido. Jeor hizo un esfuerzo para no fijarse en su cuerpo, sus suaves curvas solo lo distraerían. Elicia se sentó en la silla a su lado.

—Estaba pensando que mi regalo de bodas podría ser un viaje. Iríamos juntos a tres lugares que quisieras, siempre y cuando los destinos sean dentro de Poniente.

No podían permitirse un viaje al extranjero, incluso ese viaje de bodas saldría algo caro. Se preguntó si no se estaba convirtiendo en un segundo Jorah Mormont, un hombre sujeto a los caprichos de su bella esposa.

—¿De verdad? —La sonrisa de Elicia hizo que no le importara despilfarrar todo el oro de la isla, con tal de que le dedicara más sonrisas como aquella.

Jeor asintió, pero la expresión de su prometida pronto cambió a una más seria.

—Yo… no quisiera causar ningún problema. Si no podemos permitirnos ese viaje, está bien.

—Podemos costearlo. Dime a donde quieres ir.

—¿Qué tal si solo vamos a un lugar?

—¿Solo uno?

—Sí, podemos ir a Antigua.

—¿Qué hay de Desembarco del Rey?

—Dicen que está lleno de víboras y que apesta. No me interesa pisar la capital.

—Bien, Desembarco del Rey no es una opción —le dijo Jeor, divertido— ¿Qué hay de Lanza del Sol?

—Oh. Siempre he querido conocerlo…, pero me temo que no tendría ropa adecuada para el clima de Dorne.

—¿Quieres que mande a hacerte unos vestidos?

—No es necesario. Aunque… tal vez los vestidos de mi madre podrían servir.

El clima de Volantis era parecido al de Dorne, los vestidos que usaban las mujeres eran ligeros y escotados. Jeor podría verla ataviada de esa forma antes de poder desvestirla, como era su derecho, al ser su esposo.

—¿Dorne, entonces? —le preguntó él.

—Sí —respondió Elicia con una sonrisa, y luego de eso hizo algo que consiguió que dejara de imaginarla en poca ropa. Lo besó.

Se había puesto de pie y acercado rápidamente, luego juntado sus labios en un casto beso, y apenas Jeor pudo reaccionar ya se estaba alejando.

—Voy a pedir que me preparen un baño, mi señor. Espero verlo en la cena.

—Sí, claro… —Se aclaró la garganta—. Nos vemos luego.

Salió de la habitación, solo para dirigirse inmediatamente a la suya. Verla en ese camisón, sonriéndole con cariño, y luego besándolo; lo había excitado de una forma nueva.

Poder verla morder una fresa, pasar sus manos sobre su cuerpo para alisar la tela de su vestido, y dedicarle sonrisas juguetonas; ya se sentían como insuficientes. Cada vez que Elicia volviera a hacer eso, Jeor necesitaría más.

Al menos se había convencido de que no se estaba convirtiendo en otro Jorah Mormont. Estaba seguro de que su nivel de autocontrol era superior al de cualquier otro hombre. Porque esos otros hombres ya habrían sujetado a Elicia de su cabello y cintura, y hubieran saboreado su boca hasta dejarla sin aliento. Habrían arrancado ese camisón y reclamado su doncellez en ese mismo momento, sin dejarla levantarse de la cama hasta que se sintieran saciados; solo para volver a empezar cuando ya no pudieran seguir sin probarla. Esos malditos habrían conseguido poner un bastardo en su vientre, porque eran unos hombres obsesos y libidinosos, carentes de honor. Jeor no era así, él tenía honor, él se casaría con ella primero.