Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 22

Bella intentó no mirar. Desvió la vista, pero había algo en esa casa que la atraía.

Ya nunca sería una casa normal, sobre todo después de lo que había visto.

Parecía casi sobrenatural, como si la muerte se aferrara al aire que la rodeaba, encogiéndola de una forma en la que no debería encogerse una casa, con el tejado torcido y los ladrillos engullidos por una hiedra.

La casa de los Prescott. El lugar en el que había muerto Sid.

Y por la ventana que daba al salón, Bella podía ver la nuca de Neil Prescott con el televisor parpadeando en el otro extremo. Debió de escuchar los pasos en la calzada, porque justo en ese momento giró la cabeza. Bella y él hicieron contacto visual durante un instante, y la expresión de Neil se amargó al reconocerla. Bella retrocedió y bajó los ojos para continuar con su camino, dejando la casa atrás.

Pero todavía se sentía marcada, de alguna forma, por la mirada de Neil.

—Entonces… —dijo Edward sin darse cuenta; evidentemente él no había sentido la misma necesidad de mirar hacia la casa—. ¿Has sacado esta idea de alguien de Reddit? —preguntó mientras subían por la calle, hasta la iglesia en lo alto de la colina.

—Sí. Es una teoría bastante buena —dijo Bella—. Se me debería haber ocurrido.

—¿Alguna otra pista interesante desde que salió el episodio?

—Nah —dijo con la voz entrecortada por el esfuerzo mientras doblaban la esquina y aparecía la vieja iglesia a lo lejos, rodeada por las copas de tres árboles —. A no ser que cuente «Vi a Jamie en un McDonald's en Aberdeen» como una pista. O el que por lo visto se lo encontró en el Louvre de París.

Cruzaron por el puente para peatones sobre la carretera y el sonido de los coches resonaba en sus oídos.

—A ver —dijo ella conforme se acercaban al cementerio dividido en dos, a cada lado del edificio, y al ancho camino que los separaba—. El comentario sugiere que la «izquierda» de la nota se refiere al lado izquierdo del cementerio. Así que vamos a echar un vistazo por ahí.

Guio a Edward por la gran explanada de césped que rodeaba la colina. Mirara donde mirase, había placas de mármol y nichos en fila.

—¿Cómo era el nombre? ¿Hillary…? —preguntó Edward.

—Hillary F. Weiseman, murió en 2006. —Bella entrecerró los ojos para examinar las tumbas, Edward estaba a su lado.

—¿Crees que Rose Parkinson te ha mentido? —preguntó él entre nombre y nombre.

—No lo sé —dijo—. Pero no pueden estar diciendo los dos la verdad; sus testimonios son totalmente contradictorios. Así que, o Rose Parkinson o Tom Nowak está mintiendo. Y no puedo evitar pensar que Rose podría tener más motivos. A lo mejor Jamie sí que fue a su casa un rato aquella noche pero no me lo quería decir delante de su novio. La verdad es que da un poco de miedo.

—¿Cómo me dijiste que se llamaba? ¿Luke?

—Eaton, sí. O puede que simplemente no quisiera decirme que vio a Jamie porque no quiere involucrarse. No la traté precisamente bien la última vez. También podría estar mintiendo porque está involucrada de alguna forma. Tuve una sensación muy rara cuando hablé con ellos sobre dónde estuvieron el viernes por la noche. Como si no me lo estuvieran contando todo.

—Pero a Jamie lo vieron sano y salvo en Wyvil Road casi una hora después de eso. Así que, si fue a casa de Rose, estaba bien cuando se fue.

—Sí —dijo ella—. Entonces ¿por qué iba a mentir? ¿Qué tiene que esconder?

—Puede que el que mienta sea Tom —dijo Edward, agachándose para leer mejor las letras desgastadas de una placa.

—Puede ser. —Suspiró—. Pero ¿por qué? ¿Y cómo podía haber sabido que esa casa era de…? No sé, de una persona de interés.

—¿Vas a hablar con Rose otra vez?

—No estoy segura. —Bella examinó otra hilera de tumbas—. Debería, pero no sé si querrá volver a hablar conmigo. Me odia muchísimo. Y esta semana ya está siendo lo bastante dura para ella.

—¿Y si hablo yo con ella? —dijo Edward—. Cuando acabe el juicio de Mike, por ejemplo.

—Sí, podría funcionar —respondió Bella, pero la idea de que Jamie pudiera seguir desaparecido para entonces le puso la piel de gallina. Aceleró el paso—. Estamos yendo muy lento. Vamos a separarnos.

—No, amor, me gustas mucho.

Bella notó su risa pese a que no lo estaba mirando.

—Estamos en un cementerio Edward. Compórtate.

—No nos pueden oír —dijo eludiendo la expresión molesta de Bella—. Está bien, de acuerdo. Yo iré por aquí. —Se dirigió al otro extremo del cementerio y empezó a comprobar las tumbas en dirección a ella.

Bella lo perdió de vista unos minutos después detrás de un seto descuidado y sintió como si estuviera sola. Ahí plantada, en el medio de ese campo de nombres. No había nadie más y era completamente de noche a pesar de ser solo las seis de la tarde.

Llegó hasta el final de otra fila: ni rastro de Hillary, pero escuchó un grito.

La voz de Edward sonaba lejana a medida que el viento la apartaba de ella, pero lo vio haciéndole señas con una mano y fue corriendo hacia él.

—¿La has encontrado? —dijo ella sin aliento.

—«En recuerdo de Hillary F. Weiseman» —leyó Edward en voz alta, de pie sobre una placa de mármol negra con las letras doradas—. «Fallecida el 4 de octubre de 2006. Te echaremos mucho de menos. Tus hijos y tus nietos que no te olvidan».

—Es ella —dijo Bella mirando alrededor. Esta parte del cementerio estaba casi encerrada, rodeada por una fila de setos en un lado y un montón de árboles en el otro—. Esto está muy oculto. No se ve desde ningún lado, solo desde el camino.

Él asintió.

—Es un buen sitio para un encuentro secreto, si es que era eso.

—Pero ¿con quién? Sabemos que Jamie nunca llegó a conocer a Layla en persona.

—¿Y esto? —Edward señaló un pequeño ramo de flores junto a la tumba de Hillary.

Estaban secas y muertas, los pétalos se cayeron cuando Bella agarró el plástico que las envolvía.

—Está claro que las dejaron hace varias semanas —dijo fijándose en una pequeña tarjeta blanca entre las flores. La lluvia había hecho que la tinta azul se corriera por el papel, pero todavía era legible.

—«Querida mamá. Feliz cumpleaños. Te echo de menos todos los días. Te queremos mucho. Mary, Connor y Joe» —leyó en voz alta para Edward.

—Mary, Connor y Joe —repitió Edward pensativo—. ¿Los conocemos?

—No —respondió ella—. Pero he buscado en el censo y no he encontrado a nadie con el apellido Weiseman que viva en Kilton.

—Entonces no serán Weiseman.

Oyeron unos pasos en el camino de gravilla que se acercaban. Bella y Edward se giraron para ver quién era. Cuando apareció un hombre por detrás del sauce, Bella sintió un pinchazo en el pecho, como si la hubieran pillado en algún sitio en el que no debería estar. Era Stanley Forbes y parecía igual de impresionado de verlos, porque soltó un grito ahogado cuando se los encontró allí, escondidos en las sombras.

—Joder, qué susto me han dado —dijo llevándose una mano al pecho.

—¿Se puede decir «joder» al lado de una iglesia? —Edward sonrió y acabó de inmediato con la tensión.

—Lo siento —dijo Bella todavía con las flores muertas en la mano—. ¿Qué haces aquí? —Una pregunta muy justa, pensó; no había nadie más en el cementerio aparte de ellos, que no estaban allí precisamente por motivos normales.

—Eh… —Stanley parecía desconcertado—. He venido a hablar con el párroco para una historia para el número de la semana que viene. ¿Por qué? ¿Qué hacen ustedes aquí? —Devolvió la pregunta, entornando los ojos para leer la tumba frente a la que estaban.

Ya los había pillado, así que Bella decidió probar suerte.

—Oye, Stanley —dijo—, tú conoces a mucha gente del pueblo, ¿verdad? Por el periódico. ¿Conoces a la familia de una mujer llamada Hillary Weiseman? Su hija se llama Mary y puede que sus nietos sean Connor y Joe.

Volvió a entornar los ojos, como si fuera una de las cosas más extrañas que le hubieran preguntado al encontrarse a dos personas merodeando por un cementerio.

—Sí. Y tú también. Es Mary Scythe. La mujer que trabaja como voluntaria conmigo en el periódico. Connor y Joe son sus hijos.

Y conforme Stanley decía eso, algo hizo clic en la cabeza de Bella.

—Harry Scythe. ¿Trabaja en El Sótano de los Libros? —preguntó.

—Sí, creo que sí —respondió Stanley arrastrando los pies—. ¿Tiene esto algo que ver con la desaparición que están investigando?

—Puede.

Se encogió de hombros fijándose en la decepción de la cara de Stanley cuando ella no elaboró más la respuesta. No quería que un periodista de un pueblo pequeño se pusiera también a investigar la historia y a entorpecer sus avances. Aunque a lo mejor no estaba siendo del todo justa; Stanley había publicado el cartel de Jamie en el Kilton Mail como ella le había pedido, y eso ayudó a que mucha gente le diera información.

—Quería agradecerte que publicaras el cartel en el periódico, Stanley — añadió—. No tenías por qué hacerlo y la verdad es que me ha ayudado mucho. Así que, nada, gracias. Y eso.

—No es nada. —Sonrió mirando alternativamente a ella y a Edward—. Espero que lo encuentres. Bueno, estoy seguro de que lo harás. —Se subió una manga para mirar el reloj—. Será mejor que me vaya, no quiero hacer esperar al párroco. Bueno. Adiós.

Les hizo un gesto incómodo con la mano, a la altura de la cintura, y se marchó hacia la iglesia.

—Connor Scythe es uno de los testigos de Wyvil Road —le dijo Bella a Edward susurrando y mirando cómo se alejaba Stanley.

—¿En serio? —dijo Edward—. Este pueblo es un pañuelo.

—Exacto —dijo Bella volviendo a dejar las flores muertas junto a la tumba de Hillary—. Es un pueblo muy pequeño.

No estaba segura de si eso significaba algo más. Y tampoco estaba segura de que venir hasta ahí hubiese servido para explicar el trozo de papel en la habitación de Jamie, aparte de la posibilidad de que viniera para encontrarse con alguien en la penumbra. Estaba todo muy poco claro, demasiado impreciso como para tratarse de una pista válida.

—Venga, vámonos Belly. Deberíamos ponernos con la actualización del juicio —dijo Edward tomándola de la mano y entrelazando los dedos con los suyos—. Por cierto, no me puedo creer que le hayas dado las gracias a Stanley Forbes. —Le hizo una mueca, como si estuviera paralizado de la impresión.

—Déjame, bobo. —Ella le dio un golpecito en el brazo.

—Has sido amable con alguien. —Siguió con la mueca—. Muy bien. Es un buen comienzo, Sargentita.

—Que te calles.