Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor
CAPÍTULO NUEVE
Chicago
Jueves, 8 de marzo 06:45p.m.
Bella estuvo tensa ese día. Lo había estado desde que le llevo el café esa mañana. Emanaba de ella en olas poderosas que eran casi tangibles. Pero ella insistía en que no le pasaba nada.
Había tenido una reunión con el decano que se había demorado después de clases, y no estaba seguro si aun lo estaría esperando para su cita de ir a cenar cuando regresó. Pero estaba. Tensa y preocupada, pero estaba allí esperándolo, y Edward lo consideró una buena señal.
Así que ahora caminaban juntos, lado a lado, fuera del edificio de Historia de Carrington, hacia su coche. Pero ella se encontraba a kilómetros de distancia. Algo había cambiado. Edward solo deseaba saber qué. Había agotado su cerebro preguntándose qué podía haber hecho para precipitar su estado de ánimo actual, y finalmente, determinó que no había hecho nada.
Se estremeció y tiró de las solapas de la chaqueta con la mano libre. Se había olvidado lo frío que podía ser el viento de primavera en Chicago. Bella estaba helada también, sus dientes castañeteaban. Su abrigo era delgado. Y pensó en su coche averiado y su pequeño departamento en la zona más pobre de la ciudad, y se pregunto si podría permitirse algo mejor. Una vez más, un sentimiento de protección le llegó desde lo más hondo, pero ya no le era desconocido.
Estaba tan concentrado pensando en Bella que se perdió por completo el charco de hielo que había en el pavimento. Sus pies perdieron estabilidad y…
―¡Ugh! ―El gruñido fue acompañado de un golpe seco contra el pavimento. El gruñido salió de su garganta, el golpe provenía de su cabeza contra el suelo.
Por un momento el mundo se volvió negro.
Entonces, Edward abrió los ojos y vio las estrellas. Menos mal que estaban en el cielo, justo donde se suponía que debían estar. Movió un pie de manera experimental, luego el otro, y dio un suspiro de alivio cuando los dos respondieron con normalidad. Se apoyó en los codos y seguía parpadeando cuando Bella llegó a su lado.
Se arrodilló y se puso a trabajar en él comprobando que no hubiera huesos rotos.
―¿Qué pasó?
―Estaba practicando mi gimnasia ―respondió Edward secamente―. Ese fue mi triple lutz. Bella levantó la vista de su inspección con una sonrisa irónica.
―Eso es patinaje artístico.
―Así que tuve un pequeño problema con el aterrizaje. ―Edwardse encogió cuando ella tocó un punto sensible por encima de la rodilla―. Solo estaba comprobando que prestabas atención.
―Créeme, lo hacía ―murmuró.
―¿En serio? —Su voz se hacía más profunda.
Bella lo miró de frente y asintió en silencio antes de bajar los ojos hasta sus tobillos para continuar con su rápida búsqueda de huesos rotos. Ella había estado prestando atención. Toda la tarde. Había escuchado cada golpe de su bastón mientras paseaba a lo largo de su oficina. Cada estruendo de su voz a través de la pared cuando contestaba el teléfono. Alternaba entre muecas de dolor, al recordar la expresión de dolor en el rostro Ethan la noche anterior, y el recuerdo de la maravillosa velada de risas compartidas con Edward. Era tan real como el recuerdo de esas brillantes sensaciones que había sentido ante la diminuta caricia del pulgar de Edward en su labio. Esa pequeña caricia que la había sacudido hasta la punta de los pies, enviando escalofríos por su espalda, y cuyo hormigueo siguió sintiendo mucho tiempo después. Y el pequeño beso en los labios que, Dios la ayudara, la había dejado esperando mucho más que una cena. Ella se sentó sobre sus talones y lo miró a la cara. Él la había estado observando concienzudamente mientras ella comprobaba las lesiones. El calor en sus mejillas ahora irradiaba por todo su cuerpo.
―Debes hacerte ver esa rodilla, Edward. ¿Estás lastimado en otro sitio?
―No lo creo, tal vez solo mi orgullo. ―Hizo una mueca―. Y mi coxis, mierda. Lo vio luchar por ponerse de pie, y volver a caer con una maldición ahogada.
―Deja que te ayude a levantarte.
―No puedes. Te tiraría aquí abajo conmigo. ―Levanto una ceja y ella pudo ver el brillo en sus ojos, incluso en la oscuridad―. Aunque sería una buena idea.
Su broma logró el truco, calmó sus nervios y devolvió la camarería que habían disfrutado durante la cena con su estrafalario hermano. Riendo, ella se reforzó en su postura sobre los talones y cruzó los brazos firmemente sobre el pecho.
―Buen intento, Edward. Luego me dirás que tu coche se quedó sin gasolina. Ahora apóyate en mí. Él la miró con una nueva confianza. La tomó por los antebrazos y juntos se pusieron de pie.
―¿Has trabajado en un hospital?
―No, pero he pasado suficiente tiempo en ellos.
―Trató de tragarse las palabras, pero ya era demasiado tarde. En general, el hospital era un tema del que no hablaba con nadie. Ni siquiera Tanya conocía todos los detalles de sus lesiones y su recuperación. Enterrar profundamente los recuerdos más dolorosos, era lo único que parecía ayudarla a seguir adelante. Especialmente después de que hubo huido. Parecía que algunos de esos recuerdos se estaban escapando, desatándose como burbujas. Tal vez Tanya tenía razón, tal vez ella estaba empezando a sentirse segura. Por otra parte, tal vez estaba siendo ingenua, tal como Ethan había dicho. La idea seguía picándola. Para cambiar de tema, miró a otro lado.
―Aquí está tu bastón. Permíteme caminar delante en caso de que haya más hielo. Edward apretó los dientes y dio unos pocos pasos.
―Pensé que la mujer tenía que caminar seis pasos detrás.
―Ah, las dificultades de nuestro tiempo. Salga del pasado profesor, está en el siglo veintiuno.
―Oyó un gruñido en respuesta, y miró sobre el hombre. Lo encontró apoyado en un poste de luz con el rostro contorsionado por el dolor―. ¿O debería decir que termines con el acto machista y dejes que te lleve al hospital?
―No, odio los malditos hospitales.
Recordando como ella también los había odiado, cedió.
―Está bien, deja que te lleve a tu casa.
―No, iremos a cenar, aunque eso me mate. ―Dio otro paso, y luego hizo una mueca―. Y bien podría hacerlo.
Bella negó con la cabeza. Él no necesitaba ir a cenar. Necesitaba un cirujano ortopédico, pero no insistiría en la cuestión. Habría otras cenas, pensó reprimiendo su decepción.
―Deja que te lleve a casa, Edward.
Apretó los dientes y se apoyó en su bastón.
―No, iremos a cenar.
Bella hizo rodar sus ojos. La cabeza del hombre era dura. Pero era una suerte, ya que se había llevado la peor parte del golpe.
―Te diré algo. Te llevaré a casa. Prepararemos algo juntos y así podemos cenar. ¿Qué pasa ahora? ―pregunto irritada, cuando él no se movió.
―Eso no era lo que había planeado.
Bella suspiró, su aliento convirtiéndose al instante en vapor y bloqueando la visión de él momentáneamente.
―Los planes cambian, Edward. O te llevo a casa o te llevo a un medico. Tú eliges.
―Eres una mujer mandona ―dijo, pero adelantó sus pies, apoyándose aun en el bastón.
―Así me han dicho fuentes más experimentadas que tú. También soy buena cocinera.
―Entonces, mi casa será.
Su casa era antigua. Blanca con celosías del color del pan de jengibre en el alero. Un porche envolvía el frente y un costado, donde una hamaca clásica se movía con el viento fresco de la noche. Podía ver un columpio de neumático colgando de uno de los enormes árboles del patio delantero. Estaba prendida la luz de la puerta principal, pero no había señales de nadie más en kilómetros a la redonda.
―Bonito lugar ―dijo.
Y lo era. Era el tipo de casa que ella siempre supo que existía. Donde vive la gente normal. Queriéndose unos a otros. Donde las madres mecían a los niños para dormir en la noche, y los maridos decían "te quiero" y murmuraban cosas dulces sin ninguna razón en absoluto. Y no bebían hasta convertirse en rabiosos abusivos.
Bella colocó el coche de Edward en el aparcamiento. Permaneció sentada mirando el jardín delantero, casi podía oír las risas de los niños, casi podía ver las flores florecer en las macetas abandonadas del porche. La casa la atraía, o quizás era la ilusión de normalidad lo que ejercía la atracción magnética. De cualquier manera, se estaba preparando a sí misma para la enorme caída. El hombre, la casa, la fantasía de todo aquello.
Edward estudió su perfil en la suave luz del porche de la abuela. Ella miraba su casa con melancólica expresión, tan triste que se le retorció el corazón.
―Me alegro que te guste. Entremos.
El camino de entrada estaba felizmente vacío. Ni Jasper, ni Ma, pensó con alivio, mientras pescaba la llave de la casa y le abría la puerta a Bella. Solos, pensó, en la oscuridad del vestíbulo.
Finalmente.
Bella parpadeó cuando él accionó el interruptor, inundando con luz brillante el hall de entrada.
―Lo siento. Mi abuela tenía mal los ojos hacia el final, por eso todas las luces de la casa son tan brillantes.
Él tiro de sus guantes y los metió en el bolsillo de su abrigo. La vio girarse y, en su modo tranquilo, observarlo todo. Edward reconoció lo importante que era para él su reacción.
―Es bonito, Edward. ―Cruzó a la esquina más alejada, cargada de sombras y polvo y arrastró un dedo a lo largo de una línea vertical de la pared―. Oh, mira. Qué dulce. ¿Cuál es el tuyo?
Edward sintió un calor llenarle el pecho al recordar la tabla de crecimiento de la abuela Cullen, y la manera que se había suavizado el rostro de Bella, mientras la divisaba. Que sus ojos se hubieran disparado inmediatamente hasta ese rincón casi de inmediato, no lo sorprendió en lo más mínimo. No había notado el papel pintado en colores fuertes, ni la pintura sucia, solo los signos de amor y hogar. Cruzó los pocos pasos para acercarse a ella y, llegando por encima de su hombro, inhaló su aroma antes de señalar una de las marcas más altas.
―Esta es una. Fue en mi cumpleaños trece.
La cabeza de Bella se inclinó hacia atrás para ver donde señalaba.
―Cerca del mismo tamaño que mi Ethan tiene ahora.
¿De dónde obtuvo Ethan esa altura, Bella?, quiso preguntar Edward. Pero no lo hizo, porque no le dio oportunidad. Y porque no estaba seguro de querer conocer la respuesta.
―Sí. Recuerdo ese día como si fuera ayer.
La parte posterior de su cabeza casi le rozó el hombro al levantar la vista y solo se requeriría de un pequeño movimiento para ponerla en contacto con su cuerpo. Un paso adelante fue más que suficiente para realizar la tarea. Ella se puso tensa, pero no se retiró. Lo consideró un acuerdo tácito para continuar.
―¿Y?
Oh, sí. El cumpleaños número trece. Su mente había volado de los dulces recuerdos del pasado, a la dulce fragancia que ella llevaba en el presente muy real. Soltó el aliento que no sabía que había estado conteniendo.
―Yo tenía trece años, y lo único que quería era una bicicleta. Mi hermano mayor tenía una, y yo la había deseado desde que él cumplió sus trece. Sospeché que Pa conseguiría una, pero no estaba realmente seguro. Ma había luchado con uñas y dientes cuando él había traído la de Carlisle.
―Carlisle sería tu hermano mayor.
―Uh-uh. Él es cinco años mayor y gemelo con mi hermana Catherine.
Mi padre era muy aficionado a la historia. Así que, él…
―¿Era? ―interrumpió Bella. Se volvió hacia él, para ver la tristeza en sus ojos.
Edward se aclaró la garganta.
―Mi padre murió en un accidente de coche hace doce años. Ella guardó silencio un largo rato, mirándolo.
―Tú lo amabas.
Sí, pensó Edward, tanto como se puede amar a un padre. Más.
Pero las palabras no salieron. Su garganta se había cerrado ante la súbita e intensa oleada de recuerdos.
Bella llevó una tentativa mano a su mejilla, ahuecándola contra la mandíbula.
―Entonces, tuviste suerte.
Su suave caricia fue un bálsamo calmante, aflojando las barreras que se habían levantado un momento antes.
―Sí, creo que sí. ―Ella se quedó allí, mirándolo, esos ojos marron llenos compasión y ternura―.
Supongo, aunque entonces no lo veía.
Retiró la mano
―No. ―Forzó una sonrisa―. Dime más acerca de la bici.
Y así lo hizo. Cualquier cosa con tal de curar la expresión herida de esos increíbles ojos.
―Ma pensaba que un día nos íbamos a romper el cuello ahí afuera, pero Pa, era de la opinión firme de que los niños necesitaban un escape para su energía. Así que, comimos torta y helado y yo prácticamente bailaba en mi asiento. Entonces la abuela Cullen quiso marcar mi altura, pero yo no quería. Le dije que era demasiado mayor y ella se puso triste. Yo nunca pude soportar su tristeza. Así que, di la vuelta, troté hasta aquí y me paré obedientemente mientras ella trazaba la línea.
Entonces, ella se inclinó y me susurró que ya me había convertido en un hombre, que ese sería el último año en el que sería capaz de marcar mi altura.
―Tragó saliva recordando el agudo sentido de perdida que había sentido ante sus palabras.
―Porque demostraste respeto por sus sentimientos.
―¿Qué?
―Tú eras un hombre porque había mostrado respeto por sus sentimientos. Un niño no hubiera hecho lo que tú hiciste, Edward.
El recuerdo se hizo aun más conmovedor.
―Supongo que tienes razón. Nunca lo pensé de esa manera. Siempre pensé que era la magia de tener trece. O que estaba muy alto para que ella llegara sobre mi cabeza.
―¿Y al final tuviste tu bici?
―Sí, corrí afuera y ahí estaba, toda nueva y brillante. Pa había luchado por mí. ―Se rió entre dientes― Al otro día, me llevó al hospital cuando me rompí la muñeca. Y Ma nunca dijo "Te lo dije".
―Qué recuerdo maravilloso.
Sus ojos se centraron en la parte superior de su cabeza, su cabello recogía la brillante luz del vestíbulo, y de repente no deseó otra cosa más que las silenciosas sombras de la luz de las velas. Los recuerdos de bicicletas, cumpleaños y caídas en el hielo desaparecieron, se esfumaron, cuando la lujuria lo golpeó de lleno, reavivando el estado de semi-excitación que había soportado durante todo el día, en una llama de urgencia. La deseaba.
―¿Por qué usas siempre el pelo recogido en una trenza? Sus ojos se agrandaron.
―Es más fácil. Edward, que…
Pero él ya había sacado la cinta y estaba liberando las hebras trenzadas.
―Quiero verlo suelto ―dijo. Su voz sonó ronca. Vio el irresistible rubor en sus mejillas una vez más. Hacía una eternidad desde que la había tocado.
Bella sintió una oleada de calor, y se desabrochó los botones del abrigo que todavía llevaba puesto. La palma de su mano acunó su nuca, sus dedos acariciaron suavemente el cuero cabelludo, y se abrieron camino en la espesura de su cabello, que caía hasta la mitad de su espalda. Con la otra mano trabajó sobre los botones del abrigo, deslizándolo por sus hombros y colgándolo a ciegas en un gancho detrás de sí.
―¿Bella?
Con dificultad, Bella levantó los ojos y vio la mirada de Edward fija en ella, sus intenciones firmes y claras. Hizo un asentimiento leve y después no fue capaz de pensar en nada cuando su boca cubrió la suya. Su boca era todo lo que ella había soñado. Fuerte y suave, monopolizando y exigiendo, y devolviendo todo lo que tomaba. Y más. La estaba arrasando, quemando y festejando, solo tocándola con la mano en su cabeza y los sensuales labios. El fuego ardió en su cuerpo, encendiéndola, desencadenando una respuesta que no sabía que mantenía a raya. Las manos se aferraron a su abrigo como si fuera un salvavidas. Un amarre, un ancla en la tormenta de nuevas emociones que casi la movían de sus pies.
Bella estaba a punto de cambiar su vida. Pero el saberlo no hacía que el momento fuera menos increíble. Lo deseaba, quería sus manos sobre ella, quería sentir su cuerpo contra el suyo. En toda su vida nunca había deseado así, no sabía que era capaz de sentir ese deseo insaciable. En los siete años de libertad, nunca había sentido ese tirón liquido de deseo por un hombre, cualquier hombre. Hasta este hombre.
Sentía la tela suave y el pecho duro bajo sus manos mientras sus palmas se aplastaban contra él, haciendo el abrigo a un lado y subiendo por su pecho hasta que encontraron la piel de su cuello y se aferraron allí, atrayéndolo más cerca. Poniéndose de puntillas, apretó su cuerpo hacia arriba, buscando pegarse más completamente.
Edward se había preguntado cómo sería, había soñado con cómo sería. Pero era mejor que en sus sueños. Era prefecto. Ella era perfecta. Los labios de Bella moldeándose exquisitamente contra su boca, cediendo a la presión del beso, en un primer momento devolviéndoselo a su modo más reservado. Le movió la cabeza con la palma de su mano, para aumentar la intensidad del beso un poco más, buscando nuevos ángulos, y encontrando la belleza en cada uno de ellos, perdiéndose en su pureza. Luego, sus manos se aferraron a él y su reservada respuesta simplemente explotó.
Saber que su beso la había afectado, era más excitante que cualquier sutil acercamiento que mujeres más sofisticadas habían hecho para él. Sentir sus brazos cerrarse alrededor del cuello, liberó el gemido ahogado que había estado formándose en su interior durante días. Pero aún así, se las arregló para aferrarse a unas pocas hebras de control. Hasta que el cuerpo de Bella se retorció contra el suyo. Se evaporaron las restricciones y su mano libre se deslizo por su espalda, bajando por la curva de su espalda y tomando el redondo trasero y la levantó más arriba. Un paso puso sus hombros en contacto con la pared, y con sorpresa ella comenzó a mover sus caderas hacia adelante, contra su rígida erección.
Por un electrizante instante, tanto Bella como Edward se quedaron inmóviles, congelados por la carnalidad desnuda del contacto, y todo lo que ello implicaba. Edward levantó la cabeza para encontrarla con los ojos abiertos, una mezcla de deseo desenfrenado y maravilloso asombro. El deseo le hizo presionar más duro contra la suavidad de su cuerpo. Pero el asombro lo hizo retroceder. Esta también era una primera vez para ella, estaba seguro. Se detendría en esa ocasión. Que habría una próxima vez, era un hecho.
La soltó lentamente, hasta que sus pies tocaron el suelo de nuevo, el vínculo físico entre ellos se rompió. Mechones de cabello le enmarcaban el rostro, y se movían debido a la agitada respiración. Tenía los labios hinchados y llenos, las mejillas irritadas por el roce de su barba. Estaba hermosa.
―Dios.
Él bajo la cabeza, apoyando su mejilla en la parte superior de la cabeza de Bella. Su corazón se sacudía como un martillo neumático. Los pulmones bombeaban como un fuelle. Su cuerpo latía dolorosamente. Nunca se había sentido tan vivo. Esto era bueno, lo sabía intuitivamente. Este era el lugar donde se suponía que debía estar.
Y ella estaba donde se suponía que debía estar. En sus brazos.
―¿Qué? ―preguntó Bella, oyendo una voz totalmente distinta a la suya. Entrecortada y… ¿sexy? Era difícil de considerar. Ella, Bella, renacida en una mujer que podía arrancar un gemido de un hombre como Edward Cullen. Increíble. De verdad. Aflojó las manos cruzadas detrás de su cuello, y las deslizó para acariciarle suavemente las mejillas con los pulgares, y luego dejarlas caer a los costados.
Una de las grandes manos de Edward continuaba enredada en su cabello, y la utilizaba ahora para tirar suavemente su cabeza hacia atrás. Sus labios rozaron sus mejillas enrojecidas, bajando suavemente, desparramando besos a lo largo de su mandíbula, para terminar en ese sensible punto detrás de su oreja, justo por encima del cuello de su suéter. Otro escalofrió corrió por su columna.
―Lo siento ―murmuró en su oído―. Te he raspado la cara. Mañana, lo primero que haré será afeitarme. ―Dio un paso atrás y se deshizo de su abrigo, mirando su rostro todo el tiempo.
El asombro se fue transformando en admiración. ¿Él lamentaba haberle raspado el rostro? Bella luchó contra el impulso de sacudir la cabeza. Así era como se comportaban los hombres normales, pensó, pero aun mientras su cerebro formaba la idea, ella supo que no era cierto. No había nada normal en Edward Cullen.
En pequeñas fases, la sorpresa dio paso a la diversión. ¿Mañana? Arqueó las cejas, inclinando la cabeza, mientras lo veía colgar su abrigo en un gancho junto al de ella. Los ojos de Edward nunca abandonaron su rostro, como si él estuviera buscando cualquier atisbo de rechazo y la idea hizo que su corazón se derritiera.
Considerado y vulnerable de una forma muy tierna. Una renovada confianza floreció.
―¿Lo prometes? ―preguntó Bella.
―¿Si prometo qué cosa?
―Si prometes que te afeitarás.
Una sonrisa calentó los ojos de Edward antes de formarse en su boca, y el efecto en su rostro le quitó el aliento. Era el hombre de más increíble aspecto. Ella se pasó la lengua por los labios. Y con una boca de lo más creativa. Él no la había besado. La había devorado y acariciado en el mismo movimiento. Mañana. Piedad.
―Lo juro sobre mi corazón. ―Aflojando la corbata, señaló hacia la cocina―. Y ahora, es momento de cenar.
ooooo
Bella agrietó un huevo en la batidora profesional de Edward, sus elementos de cocina eran algo salido de BetterHome, aunque la decoración fuera clásica de los años sesenta.
―Deja la tarea de matemáticas sobre la mesa del comedor. Quiero verla con mis propios ojos. Y recuerda, no hay campamento durante las vacaciones de primavera si tu boletín tiene una C en matemáticas y no una B, como debe ser. Y, Ethan…
―Sí, mamá.
Bella sacudió la cabeza ante la clara impaciencia de la voz de su hijo, escuchando los restos de la tensión de la noche anterior en su voz. Rara vez habían permitido que pasara tanto tiempo antes de aligerar el ambiente, y ahora no estaba segura de cómo hablar con su hijo. Así que volvió a caer en lo familiar. Ella era su madre. Le gustase o no.
―Enviaré a Tanya a ver cómo estás en aproximadamente una hora. No dejes entrar a nadie al apartamento.
―Lo sé, mamá. ―Una pausa y el sonido de la puerta del refrigerador―. No abrir la puerta y no entrar en un coche con extraños, no importa lo buenos que sean los dulces ―terminó con sarcasmo.
Bella suspiró.
―¿Soy tan mala, cariño?
Hubo un momento de incomodo silencio, entonces Ethan también suspiró.
―No, realmente no. ―Mordió una manzana, el sonido llegó a su oído―. Eres una buena madre
―concluyó con la boca llena y al momento el aire se despejó―. Y usualmente responsable
―agregó ligeramente―. Pero de todos modos dame igualmente el número de dónde estás y llámame antes de salir para acá.
Bella asintió, oyendo el esfuerzo que estaba haciendo.
―Y estaré en casa antes del toque de queda, señor.
―Ten cuidado de hacerlo ―vaciló un momento―. ¿Mamá? Siento haber estado tan enojado anoche, pero… ―tomó aliento―, pero acabas de conocerlo y… mamá, ¿estás segura de que este tipo está bien?
El amor surgió, y con él una profunda tristeza porque a su hijo se le ocurriera hacer esa pregunta.
―Sí, cariño, lo está. Pero si te ayuda a estar más tranquilo, llama más tarde.
―Lo haré.
―Adiós, precioso.
―¡Mamá!
―Lo siento ―profundizó su voz, buscando un tomo más grave―. Adiós, Ethan.
Sacudiendo la cabeza, colgó el auricular justo a tiempo para ver a Edward bajando las escaleras, tomando un escalón a la vez. Le dolía, lo sabía. Trató de pensar si él no se habría lastimado más a sí mismo besándola, después de la caída, pero no pudo hallar en ella el altruismo necesario para ello. Su cuerpo todavía ronroneaba y solo había sido un beso. Sí, y el Gran Cañón era solo un hoyo en la tierra. Se estremeció a pesar del calor de la cocina. Se volvió, dándole privacidad para cojear hasta la mesa.
―¿Conseguiste llegar a un acuerdo?
Ella podía oír la tensión que trataba de ocultar, lo vio en las líneas alrededor de los ojos cuando se dio vuelta para mirarlo.
―Sí, gracias. A Ethan le gusta tener el departamento para él solo durante unas horas, eso se traduce en poder comer patatas fritas tirado en la sala de estar, no compartir el mando a distancia, y poner los pies en lugares donde se supone que sus zapatos número cuarenta y tres no deben estar.
Edward recordó al hijo de Bella y se volvió a preguntar de donde obtuvo esa altura.
―¿Estás segura que solo tiene catorce? Ella le lanzó una mirada irónica.
―Bastante segura siendo que yo estaba allí cuando él nació. ―Tomó dos cuencos de ensalada y los puso en la mesa―. Tienes exactamente diez tipos de aderezo para ensalada. ―Sonrió, sus hoyuelos aparecieron―. Jasper me contó del viaje de compras del infierno. Tu madre debe haber tenido cupones para cada marca en el supermercado.
―Salsa Ranch está bien. ―Vio con apreciación como se estiraba para alcanzar lo alto de la alacena, los movimientos fluidos que resaltaban la prominencia de sus pechos. Arqueó las cejas y se dijo que debía enfriarse―. Y bien. ¿Qué hay para cenar?
―Pollo empanado con papas y ensalada de pasta fría. He encontrado la ensalada en la nevera.
―Ma la hizo. ―Vio como colocaba el pollo empanado en la sartén candente de la estufa.
―Ella cuida de ti.
―Sí, cuando se lo permito.
―Ethan dice lo mismo. Supongo que las madres nunca dejan de ser madres.
Aunque sus hijos les rompan el corazón, pensó Edward. Alejó el pensamiento. Ma lo había perdonado hacía años. Se centraría en el futuro, no en el pasado.
―Vi tu gimnasio casero en el salón ―comentó, Bella casualmente―. Es realmente bueno. Edward se removió en la silla, controlando una mueca de dolor.
―Gracias, lo uso todos los días. Ordenes del doctor.
―Lo recuerdo. ―Cerró los ojos murmurando una maldición, y el aceite caliente salpicó sobre su piel causando ampollas. Edward la vio meter el dedo en el chorro de agua fría.
―Hay un botiquín de primeros auxilios bajo el fregadero ―comentó. Había reconocido su angustia en el estacionamiento, cuando comentó acerca de haber estado en un montón de hospitales. Ahora sintió el mismo temor mientras ella aplicaba una pomada con antibiótico en su dedo quemado.
―Gracias, ese fue un descuido de mi parte. ―Le lanzó una alegre sonrisa por encima del hombro que no llegó a los ojos―. No te preocupes, no te voy a demandar.
―Siéntate, Bella.
Sus ojos registraron sorpresiva aprehensión. Pero en silencio obedeció, tomando el tenedor y jugando con la lechuga en el cuenco.
―Quiero contarte una historia. ―Había tomado la decisión en el segundo en que vio la nube de miedo empañando sus ojos cuando le sonrió. Él quería que de verdad confiara en él. No podía pensar en una manera mejor para ganarse su confianza que regalándosela primero.
Su mirada seguía fija en la mesa.
―¿Acerca de un niño en una bicicleta? ―preguntó.
Extendió la mano y cubrió la suya, con suavidad, obligando al tenedor a caer en el cuenco.
―Sí. Mírame, Bella ―Esperó, hasta que ella levantó los ojos. Y volvió a pensar en el mar. Un mar turbulento―. Cinco años después del cumpleaños de la bici, me gradué de la secundaria y fui a la universidad con una beca de baloncesto. ―La había sorprendido, pensó al ver como sus ojos parpadeaban. Pero ella no dijo nada, por lo tanto continuó―. A partir de ahí, jugué en defensa por cuatro años en la Universidad de Kentucky. ―Pensó en el muchacho que había sido, tenía demasiados remordimientos para contarlos―. Todo lo que quería hacer era jugar al baloncesto. Bebía, comía y respiraba por el juego. Y yo era bueno.
Se puso de pie con dificultad y fue a la cocina, dio vuelta el pollo para que no se quemase.
―Yo era muy bueno y muy arrogante. ―Deseando el bastón que había dejado arriba, se movió apoyándose en la mesada― ¿Quieres tomar vino con esto?
Negó con la cabeza.
―Agua estará bien.
―Mi padre era granjero, y conducía un taxi por la noche. Éramos una buena familia católica.
Cinco bocas que alimentar.
―¿Solo cinco?
Se volvió y se inclino sobre el mostrador, sonriendo por su irónico ingenio.
―Hubo otros. Pero Ma sufrió algún aborto o murieron poco después del nacimiento. Mis padres contribuyeron con nueve almas a la parroquia en total. Ma siempre fue muy filosófica sobre los que ha perdido. Ella tiene una fe increíble. ―Y él la amaba por eso. Darse cuenta de ello lo llenó de calidez, por lo que apretó los dientes para continuar con la historia―. De todos modos, éramos cinco. Y Pa tuvo que trabajar el doble para mantenernos, y vestirnos.
―Y las bicis ―dijo ella en voz baja, y él supo que entendía verdaderamente lo trascendental que había sido ese regalo.
―Y las bicis. Pa siempre quiso ser profesor de historia, pero nunca llegó a ir a la universidad. Estaba decidido a que todos nosotros fuéramos a la universidad y a que uno de nosotros fuera profesor de historia.
―Él te eligió.
―Sí, pero yo no estaba interesado. La fama había tirado de mí, y yo no estaba dispuesto a luchar contra ella. Me encantaba ser el centro de atención, la adulación, el aplauso. Me encantaba jugar.
―Eras joven, Edward.
―No busques excusas para mi, Bella ―dijo, más intensamente de lo que había sido su intención―. Tú no estabas allí. No puedes saber. Lo siento. Trato de ser conciso. Yo sabía que mi papá quería que jugara, pero también quería que tuviera alguna alternativa… por si acaso. Yo pensaba que era un hombre viejo y tonto, muy poco sofisticado como para entender el mundo real, atrapado en una granja de Illinois. No entendía el mundo del dinero rápido, los coches rápidos.
―El fantasma de una sonrisa hizo sombra en sus labios―. Nada de eso le importaba. Amaba a su familia. Pero él y Ma querían que fuera feliz…
―Así que jugabas a la pelota. Dulces dieciséis. ¿Cuatro años?
―Los cuatro años. Íbamos bien. ―Sacudió la cabeza, recordando―. También fuimos estúpidos. Mis amigos se graduaron en diversión, porque no estábamos allí para estudiar. Estábamos para jugar.
La vio fruncir el ceño.
―Pero tu currículo dice que te especializaste en historia del Reino Unido.
―Lo hice. Pero me costó sudor y lagrimas. Me presentaba a las clases para los exámenes, o si mi novia estaba en esa clase. No me importaba. Creo que eso lastimaba más a Pa, que si me graduaba en cestería. Tener la oportunidad y no utilizarla… ―Suspiró, se apartó de la mesa y sirvió dos vasos de agua―. Así que me gradué con el más alto honor que se me ocurrió, el torneo mayor de la temporada ―dijo en tono burlón―. Selección de segunda ronda de los Lakers. Yo estaba en la cima del mundo.
―¿Y tu padre? Rió sin alegría.
―Pa estaba tan orgulloso de mí, que bien podría haber reventado por eso. Estaba preocupado, lo podía ver, pero igualmente orgulloso. Él y Ma, simplemente no entendían mi modo de vida.
―Su voz rezumaba sarcasmo, todo por sí mismo. Su mandíbula se tensó―. Me mudé a Los Ángeles, gane fans muy rápido. Yo no volví a casa el primer año. Pero enviaba dinero. Pa pudo pagar la hipoteca.
Bella se sentó, viendo oscurecerse su rostro con la última revelación. Tentativamente inclino la cabeza, y dijo en voz baja:
―¿Eso no era bueno?
Él la miró, y ella pudo sentir la confusión que se agitaba en los ojos grises, que se volvieron más duros que el acero.
―Lo herí. Le enviaba dinero cuando lo único que le importaba era yo. Pagando su hipoteca, como si fuera la gran cosa. Peleamos sobre eso. Yo pensé que era un ingrato. Él pensó que yo ya no lo amaba.―Su voz vaciló y se aclaró la garganta―. Dios, cómo duele. Yo nunca hubiera lastimado a mi padre. Pero lo hice.
Él se había vuelto a sentar, pero su mirada estaba fija en un punto por detrás de ella. Bella deslizo su mano por debajo de la palma de él, enlazando sus dedos. Pero no dijo nada.
―Jasper me trajo de vuelta. Sacó dinero de un trabajo de medio tiempo y voló a Los Ángeles.
―Los labios que la habían besado estaban perfilados en una línea recta―. Se encontró con que había una gran fiesta en mi casa. Estaba tan decepcionado de mí. Yo estaba tan enojado con él. Llegando sin previo aviso, como si tal cosa. ―Un destello de sonrisa iluminó su rostro― La fiesta terminó al poco de llegar él. No tenía ningún sentido, siendo que nadie se quedó una vez que Jasper hubo tirado todo el alcohol por la ventana. Fingió ser un sacerdote. Les dijo a mis amigos que iban a arder en el infierno. ―Su risa retumbó, profunda―. Si hubiera seguido en Los Ángeles ya tendría un Oscar.
Edward miró hacia la estufa.
―Puedo levantarme a encender eso otra vez, pero no creo que pueda hacerlo sin mi bastón.
Bella se puso de pie, sacó la comida de la hornalla y la dejó a un lado. Tal vez tuvieran apetito más tarde. Volviendo a sentarse, asintió con la cabeza.
―Continúa.
―Así que me fui a casa con Jas, para arreglar las cosas con Pa. Vinimos a la casa de la abuela para estar a solas. Lejos de los demás. Él lloró. ―Edward se miró las manos―. Nunca había visto llorar a mi padre antes de ese día, ni siquiera cuando Ma perdió los bebes. Estaba aquí, sentado en esta mesa, y lloró y me dijo que me amaba. Que estaba orgulloso de mí. Ese fue probablemente el momento más profundo de mi vida. Y yo guardo eso… ―Tragó con fuerza―, como la última cosa que dijo mi padre. En el camino de vuelta a casa, patiné sobre el hielo, y mi auto chocó contra un árbol y terminó dentro de una zanja.
Con las manos extendidas sobre la mesa, se estremeció cuando Bella colocó sus pequeñas manos sobre las suyas.
―Y murió ―dijo Bella por él. Al menos ella podía hacer eso.
―Sí. Gracias a Dios, fue instantáneo. Ma me hubiera matado si él hubiese sufrido. ―Hizo una gran inspiración y dejo escapar el aire lentamente―. Hubo muchos días en que he deseado haber muerto con él.
El corazón de Bella se apretó.
―Te lastimaste en el accidente.
―Quedé herido. Mi espalda estaba rota y yo quede paralizado. Mi carrera había terminado. Mi padre había muerto y mi madre era viuda.
―Y tú te culpas.
―Oh, absolutamente. ―Dio vuelta sus manos y entrelazo sus dedos, apretando―. Fue mi culpa. Incluso si no lo era, lo era. Aun lo es.
―¿Y?
Edward levantó la vista para encontrar los ojos rebosantes, y levantó las manos unidas para limpiar las pestañas inferiores, enviando un rio de lágrimas por sus mejillas.
―No llores por mí, Bella. Ella negó con la cabeza.
―No estoy llorando por lo que eres, ni siquiera por lo que te pasó. Estoy llorando por lo que sentiste, acostado en una cama de hospital. Solo, porque pensabas que tenías que estarlo.
Atónito, por un momento solo pudo mirarla. Ella había dado con la verdad justo en el centro. Una verdad que no le había revelado a ningún otro alma, desde la noche que dejó a su madre sin marido y a sus hermanos sin padre.
―Exactamente así―dijo lentamente―. Yo estaba más solo de lo que nunca había estado en mi vida. Y listo para darme por vencido.
Bella trato de liberar su mano, pero él no la dejo ir. Así que se sentó y sollozó hasta que puso una servilleta en su mano.
―Pero no te diste por vencido. ¿Qué pasó?
―Pasó Jasper. Él no me dejo rendirme. Presionó, pinchó y fastidió hasta que fui a rehabilitación solo para que cerrara la boca. Me tomó mucho tiempo tan solo poder mantener mi propio peso. Todavía estaba en silla de ruedas. ―Tomó un gran trago de agua―. Finalmente decidí hacer lo que quería Pa.
―Fuiste a Harvard, y obtuviste tu doctorado. ―Con las lágrimas bajo control, lo miro con curiosidad― ¿Cómo hiciste para entrar en Harvard, si tus calificaciones eran tan malas?
―Bueno, realmente me esforcé. Nunca estudié, pero me las arreglé para sacar A, otras veces B.
―¿Eso fue para ti sudor y lagrimas? ―preguntó, ligeramente divertida.
―Para mí, sí. Yo solía sacar directamente A en la secundaria, sin mover un dedo. Por eso Ma se enojaba tanto conmigo. "Nunca aprenderás responsabilidad, Edward", decía.
―Estaba equivocada.
―Y tú estás siendo amable ―le respondió con una sonrisa, y al mirarla sus ojos le devolvieron la sonrisa―. Así que sí, fui a la Universidad de Harvard, con mi compañero de cuarto, Jasper. Él fue asegurarse de que hiciera mis ejercicios y mi rehabilitación. Dio algunos de los mejores años de su vida para que yo caminara de nuevo.
―Apuesto que lo considera una de sus mejores inversiones. Parece una persona extraordinaria.
―Lo es. Le has gustado. El placer lleno sus ojos.
―Me alegro. Me gustaría conocer al resto de tu familia algún día. Un destello de sonrisa curvó los labios de Edward, drenando la tristeza.
―Entonces, ven el sábado. Todos mis hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, estarán aquí.
Se supone que es una fiesta sorpresa.
―¿Y cómo se supone que tú lo sabes?
―Se le escapó a Ma ayer. Tuve que prometer poner cara de asombro. ―Dejó caer la mandíbula y entrecerró los ojos― Algo como esto.
Su risa aireada llenó la habitación. Y el péndulo de la emoción pasó de la melancolía al primitivo deseo, en un santiamén.
―Creo que debes dejar la actuación para tu hermano ―respondió ella, yendo a servir la cena.
Dio un grito de sorpresa cuando él tiro de ella a su regazo.
Sorprendida, Bella se puso rígida cuando el pánico se apoderó de ella. Pero el miedo fue fugaz, simplemente se desvaneció cuando sus labios se apoderaron de su boca una vez más, hundiéndose en el calor de él. Levantó los brazos hasta su cuello, renunciando libremente a cenas o tragedias, dejándose absorber por la maravilla de ser deseada por ese hombre. La deseaba, ella no podía negarlo, la evidencia pulsaba contra su cadera. Su lengua trazó el borde de sus labios y resistirse jamás pasó por su mente. Ella ronroneaba de satisfacción, mientras Edward reclamaba su boca con la misma decisión con que había tomado sus labios. Edward se giró, rodeándola con un brazo por la cintura y con el otro sujetándola firmemente para apoyarle la cabeza sobre su hombro y saquearla.
No lograba obtener suficiente de ella. Era el único pensamiento que se deslizaba a través de la bruma oscura. Había explorado cada centímetro de su boca por dentro y por fuera, volviendo a los turgentes y sensuales labios, y aun así no era suficiente. Su mano amasaba la suavidad de su brazo, pero era una pobre segunda opción de lo que anhelaba. Sus senos se apretaban contra su pecho, la dureza de sus pezones burlándose de él, a través de la barrera de la ropa. Sostener sus pechos entre las manos había superado el mero deseo. Se había convertido en una compulsión ciega, y sus dedos dejaron su brazo por propia voluntad, extendiéndose por las costillas hasta que el pulgar y el índice formaron un paréntesis en la parte inferior de su seno. Su breve jadeo lo hizo dudar.
El maldito teléfono lo hizo detenerse.
Jurando en voz baja, levantó la cabeza. Respiro grandes tragos de aire, como si hubiera corrido una milla en cuatro minutos. Ella luchó en el círculo de sus brazos.
―El teléfono ―jadeo.
―Deja que conteste la maquina ―gruñó.
―No puedo, podría ser Ethan, y se preocuparía. ―Ella se retorció nuevamente y Edward separó los brazos con el ceño fruncido. Perdiendo el equilibrio, Bella se agarró a su hombro con una mano temblorosa. Sofocando una risita ante su mirada, suspiró y levantó el auricular.
―Hola…
Edward vio resplandecer su rostro, y sintió que su descontento se disipaba. Era difícil estar enfadado cuando ella era tan feliz.
―Bien, también es un placer conocerla, señora Cullen… muy bien entonces, Elizabeth.
Edward hizo una leve mueca de miedo cuando los hoyuelos de Bella se formaron en su totalidad. Se estaba riendo de él, pensó, entrecerrando los ojos. La venganza sería… dulce. El pensamiento lo alegró al instante, incluso cuando su madre hablaba al oído de Bella.
―Él ya me invito, pero muchas gracias. ―Los ojos azules bailaban por su incomodidad―. Estoy deseando conocer a todo el clan Cullen.
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