Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.
-El lugar al que pertenecemos-
El humo del cigarro que se estaba fumando intercedió en su vista, pero no lo apartó porque realmente no le molestaba. Observó el camino que lo llevaba hacia su destino; las rosas florecían por todas partes, el cielo estaba teñido de un azul claro y despejado, solo coronado por un par de nubes efímeras que se movían lentamente con el leve viento, y los pájaros canturreaban, felices de poder por fin hacerlo.
La primavera era una estación que a Yami le gustaba mucho. Aunque en su tierra natal era bastante distinta, siempre que aquella estación llegaba se acordaba del País del Sol. Allí, los árboles que florecían para pintar de color rosáceo gran parte del paisaje eran los sakura o los cerezos, como los llamaban en su nuevo hogar.
Echaba de menos ver aquellas vistas, que eran probablemente las más hermosas que su mirada oscura había podido capturar en toda su vida. Sin embargo, no se arrepentía de haber acabado viviendo en el Reino del Trébol, ni tampoco de la decisión que había tomado hacía pocos meses de quedarse en la que había sido su casa durante más de quince años.
Tras el reencuentro con su hermana Ichika, que fue al principio especialmente duro y tenso, pero que pronto pasó a convertirse en un momento bastante emotivo y bello, le ofreció que volviera a casa, con ella y con Ryū. Justo cuando escuchó esa proposición se acordó de todas las noches que había pasado sin dormir cuando era un adolescente que no se encontraba a sí mismo, mirando el techo del dormitorio que ocupaba, mientras pensaba en que solo deseaba desaparecer de aquel lugar en el que todos lo odiaban para retroceder en el tiempo y volver a la tierra que lo vio nacer y crecer, y para estar con la gente que algún día lo amó.
Los comienzos de Yami en el Reino del Trébol fueron arduos. Era un chico que fue repudiado al instante por ser extranjero y plebeyo, pero la situación empeoró mucho cuando recibió el grimorio y se manifestó su magia de oscuridad, atributo que solía repugnar y asustar a los demás por igual.
Sin embargo, no tuvo que pensarlo demasiado para declinar la oferta de su hermana. Hacía mucho tiempo que había encontrado una familia en ese reino. Y era inusual, ruidosa, inadaptada y muy extraña, pero también increíblemente divertida, entrañable y cariñosa. Ese grupo de chicos le había salvado la vida. Le había dado un hogar, ese que siempre pensó que estaba él mismo construyendo. Pero no era así. Ellos eran su alma. Y no podía abandonarlos cuando sentía que eran una parte en sí misma de él.
Además de su nueva familia, también se había enamorado de una mujer. Una mujer que en principio pensó que lo odiaba con todo su ser y sus fuerzas, porque su ki tenía unos altibajos y fluctuaciones extraños cada vez que estaban mínimamente cerca, pero que en realidad lo amaba incondicionalmente en secreto.
Entonces, se propuso indagar en sus propios sentimientos. En aquel leve cosquilleo que sentía en la boca del estómago cada vez que Charlotte se sonrojaba a causa de sus bromas o en la forma embelesada en la que se quedaba mirándola sin que se diera cuenta, idolatrando no solo su belleza, sino también su carácter o su inteligencia.
No fue necesario que tuvieran muchos encuentros para darse cuenta de que estaba enamorado de ella. No sabía si de forma reciente o desde hacía mucho más tiempo, pero tampoco se quiso centrar en divagaciones absurdas sobre tiempos o momentos que no regresarían jamás, sino en los hechos, en el presente y en las emociones tan intensas, genuinas y viscerales que ella le provocaba tan solo con una tímida sonrisa.
La primera cita, en la que compartieron té y muchas palabras, sirvió para asentar las bases. Para tantear un poco cómo debía avanzar en aquel terreno que pensaba que sería bastante pantanoso. Pero fue todo increíblemente llevadero y sencillo, pues pronto su compañía se volvió una rutina que no podía dejar. Sus interacciones se relajaron hasta tal punto en el que ambos comenzaron a actuar como realmente eran, apartados del encorsetamiento de sus propios personajes, de los capitanes inflexible y despreocupado que representaban. Todo eso quedó atrás, y lo hizo para mostrar a dos seres humanos que empezaban a conocerse, con sus defectos y virtudes y con absolutamente todo lo que tenían para entregar y ofrecerse el uno al otro.
Yami llegó entonces a la puerta de la base de las Rosas Azules, apagó el cigarro con la suela de su zapato tras tirarlo al suelo e intentó disipar un poco el humo haciendo movimientos con las manos, aunque sabía que el olor no podría disimularlo. Dio dos toques rápidos en la superficie de la puerta y esperó, aunque no por demasiado tiempo.
Charlotte salió y cerró la puerta. Sus acciones eran vertiginosamente veloces, como siempre sucedía cuando iba a recogerla a su base, porque parecía que sus chicas aún no se habían acostumbrado a su relación y verlos juntos las exaltaban demasiado.
Se saludaron brevemente, Charlotte comenzó a caminar y Yami solo la siguió, situándose al principio unos pasos atrás. La pudo mirar más detenidamente entonces, porque con las prisas que tenía ni a eso le había dado tiempo. Llevaba un vestido blanco, largo, y el pelo suelto. Se adelantó hasta ponerse a su lado.
—¿Y mi beso?
—Cuando lleguemos te lo doy.
—¿Por qué? Yo lo quiero ahora.
Charlotte se detuvo en seco y se quedó mirándolo. Su semblante era serio, pero no porque estuviera molesta, sino porque ella era así; ya había aprendido a acostumbrarse a esa faceta suya. La vio inclinándose y dándole un casto beso en los labios que, por el momento, le sirvió.
—¿Contento? —preguntó ella mientras comenzaba a andar de nuevo.
Yami solo asintió. Se puso otra vez a su lado y entrelazó los dedos con los suyos mientras escondía la otra mano en el bolsillo de sus pantalones. Caminaron gran parte del trayecto en silencio hasta que escuchó el romper de las olas llegando a la costa y el olor a sal lo inundó todo.
—No sé por qué no hemos hecho esto antes —comentó mientras sonreía.
En cuanto llegaron a la arena, se quitó la ropa para quedarse solo con el bañador puesto y fue a bañarse en el mar, mientras Charlotte se ocupaba de posar las toallas sobre la arena para sentarse a observarlo. Parecía un niño pequeño. Pero le encantaba verlo disfrutar, ver cómo se emocionaba haciendo las cosas que le gustaban.
Cuando salió y se acercó hacia ella, se tumbó en una toalla a su lado. Estaba bocarriba, pero pronto se giró para observarla, apoyando la cara en la palma de su mano. El pelo le caía sobre la frente y le goteaba.
—¿No te bañas?
—No. No hace tiempo para la playa. Aún estamos en primavera.
—Pero este año hace mucho calor.
—No me quiero resfriar.
—Con estas temperaturas no te vas a resfriar. Además, el agua está bien, no hay mucho oleaje y estamos completamente solos.
Charlotte miró hacia otro lado, así que Yami se sentó y sujetó su barbilla para girar su rostro y que lo mirase. Aquella cita en la playa la había propuesto porque ella le había comentado hacía algunos días que le gustaba mucho el mar. Y realmente, las temperaturas eran altas para ser primavera, así que le pareció un plan más que perfecto.
—Prefiero estar aquí.
Yami soltó su agarre, pero se quedó mirándola.
—Bueno, al menos quítate el vestido para que vea tu traje de baño, ¿no?
—No —contestó sin pensárselo dos veces.
—Charlotte… ¿pasa algo?
La mujer enrojeció de un momento a otro, empezó a entrelazar sus dedos, moviéndolos a su alrededor sin cesar, y miró hacia el mar otra vez.
—Me da vergüenza… que me veas así.
Yami pestañeó un par de veces por la incredulidad que esas palabras le habían provocado. Cuando su cerebro las procesó y se dio cuenta de aquel sinsentido, largó una fuerte carcajada al aire.
—Pero si te he visto desnuda cuando hemos…
—¡No lo digas!
—Varias veces además.
—¡Ya vale! —protestó mientras le empujaba el hombro con molestia.
—Vale, vale, perdona. Ya sé que no te gusta que lo diga en voz alta. Si no quieres, no te presionaré. Pero me podrías haber dicho que no te apetecía venir aquí y lo habría comprendido. Podríamos haber ido a otro sitio.
—Es que sí me apetecía…
El Capitán de los Toros Negros entonces la abrazó, mojando un poco su ropa, pero pareció que a ella le dio igual, porque no se quejó ni lo apartó. Posó su brazo alrededor de sus hombros para estrecharla contra su cuerpo.
Charlotte era una persona muy vergonzosa en muchos aspectos y aún se estaba acostumbrando a ese hecho, porque él, en cambio, era alguien a quien le daba exactamente igual todo, así que se esforzaba por comprenderla.
De un momento a otro, se separó de él. Se puso de pie y se quitó el vestido bajo su atenta mirada. Pensaba detenerla, decirle que no pasaba nada si no quería hacerlo, que no se tenía que obligar a hacer cosas con las que no se sentía cómoda, pero no pudo. Porque observó su piel pálida adornada por aquella pequeña tela de colores azul y blanco y enmudeció. Los colores del bikini resaltaban su figura y la palidez perfecta de su piel, pero también el añil de sus ojos y su cabello dorado. Todavía se preguntaba cómo era posible que una mujer tan bella hubiese posado sus ojos sobre su incorrecta imperfección, pero estaba tremendamente agradecido por ello.
—Estoy patética, ¿verdad?
—No —alcanzó a aclarar Yami con decisión, para que ni siquiera se le ocurriera pensar eso. Se levantó para ponerse a su lado y mirarla a los ojos—. Estás preciosa.
Después, posó la mano derecha en su cuello y la besó despacio mientras la abrazaba por la cintura.
—Siempre que estoy contigo, parece que me animo a hacer cosas que antes no me atrevía, que me daban vergüenza o incluso miedo —explicó Charlotte cuando el beso finalizó, aunque no dejaron de abrazarse.
—¿Eso es malo?
—No, claro que no lo es. Solo es que soy muy cuadriculada y me cuesta, pero me gusta la sensación que me produce saltar al vacío. Me libera. Así que te lo agradezco.
Yami le sonrió. No entendía que alguien con una belleza tan prominente como la de Charlotte tuviera tantas inseguridades sobre su cuerpo y sobre otras muchas de sus cualidades, pero quería apoyarla para paliarlas en la medida de lo posible. Para cualquiera, parecería que ese vergüenza era nimia e insignificante, y que sus complejos carecían de sentido, pero solo sabe cómo siente quien lo vive y nadie está en posición de juzgar a otras personas por sus traumas. Así que él no minimizaría sus sentimientos. Trataría de comprenderla siempre y de ayudarla.
La vio alejándose un poco. Charlotte se acercó a la orilla del mar y le sonrió mientras le hacía un gesto con el dedo, indicándole que la acompañara.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que todo había merecido la pena. Porque las noches en vela, el repudio de la gente, la pérdida de personas a las que quería y todo su dolor se mitigaba de forma increíble cuando miraba los ojos azules de la mujer a la que amaba y sentía que ahora sí, definitivamente, había encontrado el lugar al que pertenecía.
FIN
Nota de la autora:
Es increíble lo que me gustan las cursilerías, el amor ñoño y esas cosas. En fin, soy así, así que ahí va una cita yamichar en la playa.
Espero que os haya gustado. Nos leemos en la próxima.
