La escarcha blanca cubría cada rincón de Berk, tiñendo los techos con un manto blanco. Las magnitudes intolerables de frío también arropaba al reino, obligando a los vikingos a permanecer en la calidez de sus cabañas de madera, envueltos en suaves pieles que los protegían de las inhumanas temperaturas. Mientras todos disfrutaban del crujir de la leña ardiendo, un grupo de adolescentes se esforzaba por trotar a través de la espesa nieve del bosque, acompañados por un frío que quemaba sus pulmones y congelaba sus alientos en cada exhalación.
Bocón se detuvo al final del precipicio, incitando a que los chicos lo imitaran.
Unos metros abajo, un oso y su cría paseaban por la orilla de un arroyo.
Se amontonaron en el borde, ansiando ser seleccionados para esa tarea.
―¡Hiccup! ―llamó Bocón como si estuviera a una milla de distancia ―Tú serás el elegido.
Los otros le dirigieron una mirada despectiva al muchacho que cruzaba desanimado entre ellos.
―Es el hijo del rey Estoico el Vasto. ¡Le corresponde ser el primero en todo!
―Qué afortunado soy ―susurró el castaño detestando su estatus privilegiado.
El tiro debía ser preciso y firme. Lo más sensato era escoger a alguien calificado para lograr este cometido, y si Astrid hubiera estado presente, habría sido la opción más conveniente, o incluso Patán sería una elección razonable. Pero Hiccup... él no era muy diestro haciendo tiros, de hecho, no era diestro en nada que involucrara armas.
Tomó la ballesta entre sus manos temblorosas, y sin abrir sus ojos disparó, esperando a que la suerte hiciera el resto.
―¡Sí! ―celebró eufórico al ver que le dio al blanco deseado.
Su flecha impactó en la nieve, lo bastante cerca para alertar a la madre y a su bebé, y así darles tiempo de escapar. Ya ninguno tendría la oportunidad de herirlos. Ese era uno de los pocos momentos en los que Hiccup agradecía tener una pésima puntería. Ni siquiera tuvo que esforzarse por fallar el tiro.
Los demás luchaban por contener su ira sin lanzarse a matarlo. Cazar a una bestia de estas significaba el reconocimiento como guerrero de tu familia y del rey, y él desperdició una oportunidad que cualquiera de ellos habría matado por tener.
―¡Dame eso! ―Bocón le arrebató el arma al joven que seguía fascinado viendo cómo la familia desaparecía en la distancia blanquecina.
―¿Qué voy a hacer contigo, muchacho? ―cuestionó acariciándose el tabique. No importaba cuántas oportunidades le ofreciera para que demostrara su heroísmo, él simplemente decidía desaprovecharlas.
―Serviría más como picadillo de dragón ―murmuró Patán burlón.
―Hiccup es nuestro príncipe, y algún día nuestro rey ―recordó Patapez harto de sus comentarios ―. Te guste o no, Patán.
―¡Miren! ¡Tenía otro bebé! ―dijo el castaño conmovido, señalando al horizonte.
―Que los dioses nos tengan piedad cuando llegue ese día ―lamentó Bocón martirizado.
La mayoría se volvió hacia su maestro, ya hartos de las descaradas muestras de favoritismo hacia alguien evidentemente incompetente.
Mientras discutían, algo inusual capturó la atención de Hiccup. La nieve que recibió el impacto de su flecha comenzó a liberar un líquido rojizo oscuro. Se acercó peligrosamente al borde y, entrecerrando sus ojos. Alcanzó a vislumbrar que lo que fluía era sangre, ahora en una cantidad alarmante en el supuesto suelo.
―Oigan... ―murmuró aterrorizado sin quitar su vista del charco―. Creo que siempre sí le di a algo.
El perímetro con la flecha empezó a agitarse violentamente. Hiccup sospechó por la magnitud del movimiento que no podría tratarse de otra criatura más que de un dragón e intentó captar la atención de los demás, que continuaban enfrascados en su reclamo.
Un desgarrador rugido escapó de sus fauces cuando el reptil logró deshacerse de las capas de nieve que lo arropaban, destrozando la audición de todos. Abrió sus penetrantes ojos rojos, llenos de furia. Alzó la cabeza en dirección a los humanos, aunque se concentró exclusivamente en el castaño.
―Es un dragón... ―dedujo Patán temblando de terror.
―¿De verdad lo crees? ―cuestionó Hiccup sin una pizca de sorpresa.
―Sí, un espectro de nieve ―respondió Patapez sin comprender el sarcasmo de su amigo.
La bestia extendió sus alas, desplegando un resplandor que los cegó por segundos. Sus patas, como columnas de mármol, se proyectaron sobre el suelo y, con un poderoso impulso, el dragón despegó en su dirección.
―Así que... ―dijo Brutacio confundido ― ¿huimos ahora que podemos o nos quedamos a ser devorados?
―¡Los vikingos no huyen, y menos si son mis alumnos! ―sentenció Bocón desenvainando su espada.
Él y su gemela Brutilda festejaron esa respuesta con una sonrisa desquiciada. Últimamente, los entrenamientos habían estado algo sosos para su gusto. En un buen día de práctica, la sangre no sobraba.
Patán empujó a su primo, que había retrocedido del borde.
―Que vaya el príncipe. Debe ser el primero de todos en todo, ¿no?
Antes de que Hiccup pudiera replicar, el dragón descendió con un estruendo ensordecedor, aterrizando a escasos metros de él. Tan cerca que su poderosa exhalación agitaba los rebeldes mechones castaños. El joven cerró los ojos con fuerza, esperando su final.
―Quédate quieto, y si quieres vivir, no respires ―aconsejó Bocón.
El pecoso conocía la inutilidad de aparentar calma o de reprimir su respiración. Se había documentado lo suficiente sobre dragones como para reconocer que esta clase te cazaba por el calor corporal que emitías.
El dragoncillo negro, que siempre se hallaba dentro del abrigo de piel, salió de su escondite y se posó sobre el hombro de su dueño. Adoptando una postura desafiante, amenazó con un tierno rugido a la insolente bestia que interrumpió su preciada siesta.
―Chimuelo, cállate... ―suplicó Hiccup con una expresión agonizante.
Sin embargo, y para impresión de todos, el espectro de nieve retrocedió espantado. Chimuelo infló su pecho orgulloso y regresó al bolsillo, ignorando que lo que en realidad hizo a la bestia temblar, fue la marca que el príncipe poseía en su frente, un extraño lunar en forma de dragón.
―La marca del esclavo...― dijo el dragón en un susurro que únicamente se escuchó en la mente de Hiccup ―. No debo matarlo.
Con prontitud, perdió interés por el chico escuálido que tenía enfrente y se enfocó en el humo proveniente de las cabañas del reino, donde olfateó algo más apetecible que sucios humanos: ¡carne ahumada! Extendió sus alas y, con la misma brusquedad con la que aterrizó, levantó vuelo, azotandolos con una gran rafaga de viento.
Impotentes, observaron cómo aquella bestia se dirigía al pueblo.
―¡Y ese es nuestro futuro rey! ―anunció Patán ―Bien hecho.
Al príncipe lo invadió la vergüenza y la frustración. Ni siquiera tenía el valor de afrontar sus miradas. De haberle apuntado al oso, todo habría sido diferente.
La impaciencia de no saber si sus familias se hallaban a salvo, los impulsó regresar al reino. Al momento de su llegada, se encontraron con un Berk demacrado. Humo proveniente de la mayoría de las cabañas, algunas de ellas reducidas a escombros. Por fortuna, el espectro de nieve fue capturado y puesto en los calabozos antes de que devorara a algún vikingo. Su objetivo principal fue el abastecimiento de comida para las eternas nevadas.
La noticia de que el responsable de la desgracia había sido indirectamente Hiccup se esparció por las calles de Berk, como la niebla en una mañana fría. Pronto, los aldeanos perjudicados se congregaron en el gran salón, exigiendo soluciones y castigos inmediatos para el culpable.
―¡Suficiente! ―sentenció Estoico, silenciando de golpe a la muchedumbre ―Mi hijo ha cometido un error que estoy decidido a enmendar.
―¿Y cuántos errores más estás decidido a enmendar? ―reclamó su primo Spidelaout ―Esta no es la primera vez que nos vemos afectados por el príncipe. A nadie se le olvida esa vez que quiso darle albergue a los trolls.
―Comprendemos que la crianza ha sido difícil sin la madre ―interrumpió el general Hoffer ―, pero debió haber sido más exigente con él. A su edad ya debería liderar expediciones.
―Eso le daría carácter ―escupió la hija de éste por lo bajo.
―Ni siquiera sabemos cuánto durará este invierno. Esas provisiones eran nuestro consuelo ―expresó una aldeana.
―De mi hijo me ocuparé yo. Ahora, les doy mi palabra. Para el próximo mes tendrán toda la comida perdida ―concluyó, dando fin a la junta ―Vayan a dormir tranquilos.
―――――*―――――
―De modo que toda la catástrofe sucedió por la naturaleza compasiva de Hiccup ―murmuró Estoico pensativo una vez estuvo solo con Bocón.
―No seas tan duro con el muchacho. Hace lo que puede, que no es mucho, pero al menos lo intenta.
―No lo seré. Aunque hay algo que no termino de comprender, ¿cómo fue que ese dragón perdonó la vida de Hiccup?
―¡Oh! Debiste ver cómo esa bestia retrocedió asustada cuando vio la marca oculta de Hiccup, y no te preocupes nadie más la vio.
Los ojos del pelirrojo reflejaron un destello de esperanza. A pesar de todas las decepciones que su hijo ocasionaba, él aún estaba convencido de que se convertiría en un gran héroe vikingo. Hiccup era especial. Él debía, tenía que serlo. Estaba en su sangre. Solo le hacía falta un empuje de voluntad para descubrir su potencial.
Bocón noto esa chispa de ilusión en su amigo.
―Estoico, él es muy ingenioso y astuto, mas no un guerrero. Quizá ya es hora de aceptar eso.
―¡Necesita un escudero! ―anunció Estoico omitiendo la advertencia―. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Un buen guerrero. Alguien que lo motive a mejorar. Dime, ¿quién es el chico más hábil del escuadrón?
―No es ningún varón. Es la hija de Hoffer, Astrid. Es una niña brillante con las armas. Tiene un talento nato para la batalla. Su único defecto es la falta de paciencia, y la necesitará si la quieres como su escudera.
―No puedo ocupar a Astrid. Tengo una deuda de vida con sus padres. Dame más nombres.
―Si quieres más candidatos, ahí está tu sobrino, el hijo de Spidelout.
―Si ese chico es uno de los mejores, entonces esta generación me preocupa.
―Astrid es la mejor de mis estudiantes. Su familia no se negará a que trabaje directamente para ti. Los Hofferson son muy ambiciosos.
Estoico dedicó el resto de su noche a meditar sobre quién sería el más óptimo para adiestrar a su hijo en el arte de la batalla. Después de mucha reflexión, tomó una decisión definitiva.
―――――* *―――――*
El manto nocturno desapareció, revelando un horizonte desolado y opaco. Los últimos destellos estelares desaparecieron, mientras el sol intentaba brillar en vano a través del velo invernal.
―¡Padre! ―llamaba Hiccup con desespero, mientras intentaba alcanzar su paso tan rápido como su prótesis le permitía andar. La noche anterior no tuvo oportunidad de hablar con él, y sentía un fuerte deseo de remediar el daño causado de alguna forma para mostrar su arrepentimiento.
―¡Padre, necesito que me escuches!
Estoico se volteó de golpe, haciéndolo retroceder. Su mirada se mantuvo tan fija y pesada sobre su hijo que Hiccup pudo sentir el peso de su ira aplastándolo. Esa interacción era una advertencia de lo que provocaría si continuaba insistiendo.
El rey respiró profundamente, expulsando la ira de su interior.
―Comprendo que nada de lo sucedido ayer fue culpa tuya. Pero alguien debe asumir las consecuencias, y como padre y rey, me corresponde hacerlo.
―No, este fue mi error. Permíteme ayudar de alguna forma. ¡Necesito esto!
―¿Quieres ayudar? ¡Ve a la forja y continúa tu trabajo! Ese es el único lugar donde no me estorbas.
Fue muy tarde cuando reparó en el daño que sus palabras causaron en su hijo.
―Ya no asistirás al programa de entrenamiento ―informó con suave voz―. A partir de hoy tendrás un escudero.
―¿Qué? ―reclamó indignado―. No necesito un escudero. Soy capaz de cuidar de mí.
―No es para cuidar de ti. Es para hacer un guerrero de mi hijo ¡Eso es lo que necesitas!
―¿Y por qué no me entrenas tú? ¡entrenándome personalmente, tendrás al hijo que deseas!
―Tengo un reino que alimentar.
Antes de continuar su camino, Estoico requirió la presencia de Hiccup en la arena donde se adiestraba a los aspirantes a guerrero, con la intención de presentarle a quien sería su nuevo mentor. Éste no tuvo otra opción que obedecer con renuencia.
―Y bien, ¿dónde se encuentra?
―Ya está aquí.― Señaló al actual general del ejército hooligan. Un hombre imponente, de su tamaño y contextura, aunque las canas de su cabellera antes cobriza delataban que era mucho más viejo. Hoffer había pasado por innumerables batallas y desafíos. Sus cicatrices respaldaban su experiencia en la guerra.
―Su majestad ―saludó Hoffer con reverencia―, estoy inmensamente agradecido por su consideración.
―El único agradecido aquí debo ser yo. No encontraría a nadie, en los nueve reinos, dispuesto a ser el escudero de Hiccup.
Ambos rieron, ignorando la presencia del joven. Incluso Chimuelo pareció encontrar gracia en las burlas dirigidas a su dueño.
―El príncipe está en las mejores manos. De eso no tenga duda. Mi hija se encargará de instruirlo como yo lo hice con ella.
«¿Mi hija?» pensó Hiccup horrorizado.
―¡Astrid! ―Hoffer la llamó sin ningún tacto, con el mismo tono que usaría con uno de sus hombres.
Una chica rubia de facciones delicadas y de mirada azul penetrante atendió al llamado enseguida. Vestía un largo abrigo de piel marrón que la arropaba hasta encima de las rodillas, y un cinturón ancho que lo ajustaba a su cintura. Sus piernas estaban adornadas por un pantalón oscuro y unas botas altas de cuero. Su figura esbelta, moldeada por innumerables horas de combate, junto con su porte atlético, evidenciaban su dedicación y entrenamiento constante.
Se inclinó en una lenta reverencia al rey. El respeto que tenía por este no le permitió hacer contacto visual. Para el príncipe sí hubo una fugaz mirada de desprecio.
―Su majestad ―reverenció Astrid―. Prometo dar lo mejor que tengo para instruir a nuestro príncipe y no descansar hasta formar un guerrero de él. Uno de verdad ―agregó sin quitarle la vista de encima a Hiccup.
―Papá, ¿puedo hablar contigo en privado? ―solicitó en un susurro.
―No veo por qué lo que me tengas que decir no lo pueda escuchar tu escudera.
―No hace falta ―avisó Hoffer―. Nosotros nos retiramos.
Aguardó a que los Hofferson estuvieran a una distancia prudente para expresar su dilema.
―¿Astrid? ¿En serio, padre? ¿De todos tus buenos soldados escogiste a la que más me detesta?
―La escogí por consejo de Bocón, y yo creo firmemente que te entenderás con alguien de tu edad. Además, mis buenos soldados están ocupados solucionando el incidente de ayer.
―Bueno, pues que no te desconcierte si me mata en la primera sesión.
El de ojos verdes inhaló profundamente para liberar su frustración. Durante los últimos 16 años, la relación entre el castaño y la joven guerrera no había sido la más idónea. Hiccup no toleraba su altivez, y ella repudiaba su incompetencia.
―Lo sé, amigo ―acarició a Chimuelo, que estaba inquieto en su hombro. Ambos observaban a Astrid, que se distraía practicando arquería―. Ella tampoco me gusta mucho.
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Agradezco inmensamente a vrsmnya en tmbler, por permitirme usar su lindo sketch para mi portada. Gracias!
Nombraré este fic como "Buscando la Primavera" aunque no tenga mucho que ver con la trama. Bueno, en un principio sí giraba entorno a esa estación, pero con mucho dolor, tuve que descartar esa idea porque nacieron demasiados huecos argumentales. Digo, la Divina Comedía se llama así, y no hay comedía (O si la hay?) la cosa es que, no existe ninguna ley que prohíbanombrar una obra con un nombre que ni al caso. ¿verdad? Y quien sabe, tal vez al final logre recuperaralgo de esa trama descartada.
