Recuerdo #1 Amada
Cuando Zoro decidió ser el mejor espadachín, lo había pensado en tenerlo todo. Poder y fuerza. Tenía que ser el mejor, no cualquier espadachín que sólo blandía una espada y nada más. Su familia le había inspirado, a pesar que eso le llevó a quedarse sin ellos. Sus padres fueron asesinados, pero ambos habían demostrado ser muy fuertes. Solo recuerda un poco el olor de su madre omega, su hermoso cabello esmeralda y sus encantadores cantos que venían de su país natal. O bueno, del país de su padre, quien recordaba su dura expresión.
Pero, no había tenido una meta fija hasta que le contaron que venía de alguna descendencia especial, hecho que ignoró hasta que decidió ser el mejor espadachín del mundo. Lo haría.
Por eso, al pisar el suelo de dojo en el pueblo de Shimotsuki, retó al maestro de ese lugar. Sin embargo, enfrentó al mejor estudiante del dojo.
Aún lo recuerda, esa aura fuerte lo invadió por completo, así como a cada uno de los alumnos presentes. Era aplastante, pero Zoro, aún no había desarrollado del todo su aura de alfa, pudo sentir un aroma suave y dulce. Pero lo que salió de la puerta del dojo fue una niña, quizás unos años mayor que él.
—Es Kuina— dijo uno de los alumnos, susurrando.
—Ese niño no sabe lo que le espera— escuchó risas.
El maestro los calló y dijo a Zoro que lucharía contra su hija, quien era muy buena al punto de derrotar a los mejores espadachines adultos del lugar.
¿Qué me creen? ¿Qué soy tan patético para ponerme a luchar contra una niña? Pensó, irritado.
Pero, luchó contra ella. Era la primera vez que luchaba contra alguien con un espada de bambú. Así que, era natural que la niña que respondía con el nombre de Kuina, le derrotara. Así que pidió quedarse ahí, con la excusa de entrenar duro para vencerla.
Error uno de él: confiarse a ciegas.
...
Dos mil derrotas.
Eso es lo que pasó durante ese año. Al parecer, Kuina, quien es una omega pura, era más fuerte de lo que se veía.
Aún así, no se rindió. Ella era su objetivo. Tenía que vencerla a toda costa, no le importaba si era niña u omega. La derrotaría.
Una omega pura, pensó.
Su rostro se calentó. Aún recuerda ese día.
...
Estaba por entrar a una de las habitaciones del dojo para dormir. Al día siguiente, empezaría su entrenamiento. Pero un olor muy dulce lo distrajó de su objetivo. Lo siguió y se encontró en otra de las habitaciones. Con algo de duda, pero siguiendo ese aroma, deslizó la puerta hallándose una vista que se quedaría grabada a fuego en la mente del espadachín.
Kuina estaba muy sudorosa, su rostro muy rojo y sus manos sostenía una espada de bambú, ella parecía sufrir pero su cuerpo no se desplomó, aún estaba de pie pero con la mirada baja y jadeando. El olor se volvió aún más fuerte, agitando el corazón del pequeño peliverde con tal fuerza que parecía que se saldría. Sus ojos no se podían desviar de esa imagen.
Kuina estaba experimentando su primer celo.
Pero, al ver a Zoro ahí, se enfureció y se puso (si posible todavía) más roja.
—¿Qué haces aquí?— preguntó con dureza pero tropezando en las palabras.
Zoro no respondía. Aunque quisiera, ese olor lo abrumaba y le pedía a gritos acercarse a ella.
—¡No des un paso más!— gritó la chica, mirándolo enfurecida.
Zoro ni siquiera se dio cuenta que había dado un paso hacia ella.
—¿Qué... Es lo que...?— Zoro estaba muy nervioso.
Parecía que le daría un infarto por la vibración de su corazón. Su cuerpo estaba no queriendo responder a sus ordenes. ¡Detente!
Kuina, al ver que Zoro no se detenía, lo golpeó con su espada de bambú. Zoro cayó de espaldas, pero Kuina aún jadeaba hasta que mencionó algo.
—Huele... Muy bien...— jadeó.
Zoro iba a levantarse, hasta que la niña de ojos azules corrió hacia él. Zoro cerró los ojos, esperando un golpe, pero lo que pasó lo dejó helado. Kuina lo estaba abrazando. ¡Lo estaba abrazando!
De todas las personas, nadie le había abrazado de esa forma. Kuina frotó el rostro en su cuello. Zoro estaba muy sonrojado y lo único que pudo hacer, fue correr con todas sus fuerzas, tropezando en el camino y llegando a su cuarto con la respiración agitada.
No pudo dormir mucho esa noche.
Lo malo ocurrió al día siguiente. El olor de Kuina estaba en Zoro, llevando a chismes entre sus compañeros. Kuina faltó una semana en su entrenamiento. Su celo era muy fuerte que tuvieron que encerrarla en un cuarto aislado. Zoro iba a ese cuarto, a la puerta, escuchaba a Kuina llorar y maldecirse ser omega. Zoro entrenaba diariamente, para poder vencer a Kuina en el kendo, pero aún era muy débil. Cada vez, Kuina le ganaba sin mucho esfuerzo, aunque él ya estaba por encima de los adultos.
...
Otra derrota más.
Esta vez con espadas reales. No podía creer que una katana pesará mucho, subestimó la fuerza de Kuina. Se echó a llorar.
—Es decepcionante— dijo mientras llevó sus manos a sus ojos tratando, en vano, detener sus lagrimas—. Siempre soy derrotado... No podré... ¿Por qué...?
—Yo soy la que esta decepcionada— dijo la niña en un tono triste.
Zoro la miró. Ella estaba llorando en silencio, pero su llanto le dolió. Su olor cambio. Era amargo. Su aura era gris. Triste.
—Tu eres un niño, Zoro— dijo—. Y yo una niña. Para colmo, eres alfa y yo una omega— dijo, mordiéndose los labios para no soltar un gemidos de dolor—. La vida no es justa, ¿verdad?
El peliverde la miró con seriedad.
—Ya tuve mi primer celo, estoy creciendo— dijo, tocando su pecho, lo cual solo hizo que Zoro se sonrojara—. Las niñas, y más si son omegas, se vuelven débiles con el tiempo...— sus lágrimas aumentaban—. Seré débil...
—No digas eso— le interrumpió Zoro.
Ella calló y miró a su compañero.
—Dices ser débil, pero me derrotaste. Aún cuando estabas débil— se sonrojó aún más—, pudiste lanzarme al suelo con increíble fuerza— sacudió la cabeza—. Tu eres mi objetivo a seguir— levantó las espadas del suelo, olvidadas desde que acabaron la pelea—. No descansaré hasta vencerte, así que, te enfrentaré en la cima del mundo— hablo con decisión—, para ser el mejor espadachín.
Ella secó sus lágrimas. Zoro le extendió la mano y ella lo tomó.
—Seré mucho más fuerte que tú— dijo con una sonrisa de autosuficiencia— y seré el espadachín más fuerte y mejor de todo el Grand Line.
El corazón de ambos se agitó a un ritmo rápido y sincronizado. El aura de ambos se impregnó en el aire en una perfecta danza. Zoro la amaba y Kuina también, pero solo su silencio se escuchó en esa colina.
Un lazo, que pronto se rompería, surgió entre sus almas.
