El Llanto

Renuncia: El videojuego Genshin Impact y sus personajes no me pertenecen. Hago uso de los recursos de la obra con fines NO lucrativos.

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Había olvidado como sonaba, había apagado en su cerebro el sonido que emitía el gimotear. Se prometió que no volvería a llorar, cualquiera que fuera la razón, llorar era símbolo de debilidad para él, un recordatorio de lo que había sido ayer. Por eso, se apretó los puños y se forzó a contenerlas. A no dejarlas salir.

La viajera estaba muerta. No había nada que pudiera hacer. Un heraldo del abismo había liquidado su respirar. Y pese a que no estuvo ahí, quiso correr cuando las palabras abandonaron la boca de la Reina Menor Kusanali. Esa realidad sin Lumine, no podía ser vivida por él. Debía haber una manera de revertir lo irreversible.

Cuando Nahida quiso abrazarlo, no encontró mejor manera que gritarle que se alejara, que no quería ningún tipo de lastima por parte de ella.

Estando solo, en la selva Lokapala, sentado sobre un fungi quemado, finalmente dejó salir el primer gemido lastimero. Sonó como un maldito pollo siendo estrangulado, y le raspó la garganta tan solo lo dejó salir: con rabia. Desde que Scaramuccia quedó atrás, no había tenido una pataleta.

Sí, Lumine era fastidiosa, y tenía la tendencia de hacer preguntas estúpidas. Le molestaba que le ofreciera comida, o que se le acercara demasiado cuando llovía para protegerse de la lluvia con su sombrero. Su sonrisa cuando Paimon y ella pescaban algo. Fue la persona más irritable que conoció, y siempre se preguntó si era Paimon o ella quien hacía todo ese ruido al roncar.

Se raspó con fiereza los parpados cerrados a presión pura, tratando de echar a volar esa maldita agua de sus ojos, pero sencillamente, el dolor de un pecho ausente de corazón, le hizo arrepentirse de desear tanto el ser humano.

Con la muerte de Lumine, solo tuvo certeza de lo que ya sabía desde hace tanto: el humano es débil y traicionero; y él, una simple marioneta, siempre será irremediablemente abandonado.

-Me lo prometiste... -Con voz rasposa, sollozó-. ¡Dijiste que nunca me abandonarías!

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-¡Hey! ¡Muévete más rápido! -Lumine gritó desde la cima de la montaña, agitando una mano en el aire en dirección al Trotamundos.

El azabache la miró con fastidio, una mueca de hastío adornándole los labios, pero una evidente sonrisa en los ojos. Hacía días que estaba disfrutando de las escapadas nocturnas a través de la selva. Trató de volar más rápido, pero ciertamente estaba agotándose. Todo el día había correteado con la viajera, estaba empezando a ser una tortura.

Cuando finalmente alcanzó la cima, su compañera le sonreía con arrogancia.

-Y mira que yo no puedo volar.

-Cierra la boca. -masculló, intentando ocultar su errática forma de respirar. Vio como Lumine bebía de una cantimplora de agua que le entregaba Paimon, y trató de no ser tan evidente en la forma en la que le miraba, como un cachorro hambriento.

Lumine sonrió mientras seguía bebiendo y le miraba de reojo. Lo torturaría solo un poco más.

-¿Qué? ¿Quieres? -Se hizo la desentendida, alejándose la botella de la cara, e intercalando miradas entre ella y su acompañante. La mirada azul de él, pareció volverse asesina. Ella ensanchó la sonrisa-. Me has dicho reiteradas veces que eres una marioneta y que no necesitas alimentos.

El Trotamundos rechistó los dientes, la fricción de sus dientes raspando provocando un sonido peculiar; con esa rabia creciendo en su interior como un tumor. Cuando la rubia se lo proponía, podía ser un verdadero dolor de huevos.

-Has de ser idiota ¡Yo sí bebo fluidos! -Como un gato arisco, parecía listo para saltarle encima a la viajera. Dándose cuenta de la necesidad tacita que sus palabras parecían expresar, se carraspeó un poco, ocultándolo tras un gruñido-. Como se te de la gana, igual no me interesa nada tu agua contaminada con tus babas.

-¡Oye! Paimon también bebió de ahí. -Se apresuró a acotar la pequeña acompañante, de brazos cruzados.

Ignorando olímpicamente la forma en la que Lumine arqueaba una ceja, se sentó en el risco de la montaña, apreciando a lo lejos las luces de la ciudad de Sumeru. La brisa soplaba algo fuerte esa noche, pero era esa clase de frescura que a veces en zonas tan áridas de la selva, se agradecía.

Tras un breve instante, Lumine se sentó a su lado, un poco más tras de él, y le extendió una cantimplora de agua, esta tenía un patrón diferente, por lo que fácilmente podía asumir que se trataba de una distinta. Volteó un poco la cara para ver a la rubia, quién le sonreía, amable.

-No seas un idiota, esta de acá no tiene mis "babas".

Receloso, pero ciertamente conmovido por la acción de traer dos recipientes de agua, sabiendo que él la esquivaría con cualquier excusa, la aceptó sin más, tratando de ocultar el rubor de su cara con ese sombrero que siempre llevaba.

En completo silencio se sumieron los dos, disfrutando de la vista de todo aquello que parecía rehuir de sus miradas, más allá del horizonte.

Un sentimiento cálido se asentó en su pecho, y contuvo la respiración cuando sintió la espalda de Lumine chocar con la de él. A través de la tela, era capaz de sentir como se relajaban los omóplatos de ella, por lo que aludió que se había dormido.

Volteó la cara solo para ver un poco si era cierto, y chocó con la mejilla de ella, que se recostaba sobre su hombro. Por encima se veía a Paimon dormir acurrucada en las piernas de su amiga.

La cara del que alguna vez fue el Kunikuzushi, se encendió y excedió su temperatura natural. Una parte de él, quizás ese mecanismo de defensa que había incorporado a través del tiempo, le dijo que la debía levantar a patadas y alejarla...

Pero quiso quedarse así. Dejarla ahí, relajada en su espalda, vulnerable ante una marioneta tan curtida como él. Para un viajero sin rumbo, el que ella hiciera eso, fue como la mayor apertura que nadie le hubiera hecho en su vida. Quiso, también, preservarla en ese estado: tranquila, ajena a todo lo demás, apoyándose en la espalda de alguien que -sabía él- confiaba plenamente.