LA PARTÍCULA ALFA

Dos

Noviembre llegó junto con las lluvias propias de finales del otoño. El día estaba tan encapotado que el sol no se asomaba entre las oscuras nubes del cielo. Compaginaba con el estado de ánimo de Kagura, quien, desde que había descubierto la posibilidad de que pudiera ser una omega había decaído en ánimos tan dramáticamente que ni Sadaharu ni el sukonbu podían animarla. Para empeorar, nunca le había entregado sus disculpas a Shinpachi, por lo que su relación seguía tensa. Solo Gintoki se fingía ajeno ante lo que acontecía a su alrededor, quizá por apatía, pero muy probablemente era por respeto a sus empleados.

—Hey, despierta —Gintoki golpeó la puerta del armario sin delicadeza—. Ya son más de las doce del día. Es hora de que te levantes, ¿no crees, Gura-san?

Aún dentro del armario y sin moverse ni un ápice, Kagura respondió—. No quiero.

—Vamos, ¿no habías dicho que irías todos los días al festival? Llevabas meses anticipandolo.

Ella sólo se amargó más. Recordaba lo deseosa que estaba de ir al festival y encontrarse con todos sus amigos, pero no sólo era su falta del gen alfa lo que le había bajado los ánimos casi al punto del llanto, sino que su cuerpo también lo estaba resintiendo: se sentía cansada todo el tiempo, por las noches despertaba con el rostro bañado en sudor y en los últimos días los dolores en la barriga no la dejaban en paz, todo eso sin contar las pesadillas.

—Hey, ¿sí estás ahí? Gura-san…

La puerta del armario se abrió de golpe, la luz hizo que Kagura apretara los párpados para proteger sus ojos—. Silencio, permanentado. Todavía no termina mi sueño de belleza.

—Tu sueño de belleza comenzó hace 5 días, Gura-san —replicó Gintoki, sarcástico. Luego añadió con preocupación—: Ni siquiera has comido tus tres cuencos de arroz de desayuno últimamente, ¿exactamente qué es lo que te molesta?

—Es porque no hay sol, me deprime-aru.

—Te recuerdo que eres una Yato y a los Yatos les va mal el sol, ¿eh?

—Sí, pero yo soy una Yato achicharrada, así que en mí no aplica.

—¿Entonces no pasa nada si tiro por ahí tu paraguas, verdad?

Ante la última amenaza, Kagura se sintió obligada a salir no solo del armario, sino de la Yorozuya misma con Sadaharu a un lado. Ni siquiera se colocó sus adornos para el cabello y sólo salió a dar una vuelta porque Gintoki le obligó a tomar un poco de vitamina D en las calles de Kabukicho.

Estaba dándose cuenta que tenía la pijama puesta cuando se topó con una persona conocida, en medio de la concurrida avenida principal.

—Hola, Kagura-chan —Hiashi la saludó. Tenía un rato que no se veían, desde los ejercicios de la radio de ese verano que era su punto de encuentro anual—. ¿Cómo has estado?

—He estado mejor.

También había estado peor, pero no lo dijo.

—¿En serio? Te ves diferente. Como más… resplandeciente —dudó al final, inclinando la cabeza. Si no fuera porque Hiashi era el chico más dulce que Kagura había conocido a lo largo de sus casi 16 años de vida, creería que estaba siendo sarcástico.

—Debe ser por mi sueño de belleza.

Hiashi la encaminó hasta el parque mientras charlaba sobre las cosas nuevas que había aprendido cuando salió de pesca con su padre hacía dos fines de semana, luego tomaron caminos separados y se despidieron agitando la mano. Kagura se sintió aliviada porque escuchar a Hiashi había sido la primera interacción normal que había tenido en días, una en la que no se preocupó por su gen ni por lo que diría la otra persona.

Anduvo otro rato sin rumbo definido cuando se dio cuenta de que había llegado a una zona bastante familiar y se dejó caer sin cuidado sobre una banca, echando la nuca hacia atrás para disfrutar de la poca luz que se colaba entre las oscuras nubes. El viento era frío y las hojas de los árboles eran arrancadas por las ventiscas de cuando en cuando. El parque estaba despoblado, en contraste con las calles del mercadito que acababa de atravesar, a excepción de una persona…

—Hey, China-san, ¿cuánto tiempo? Te ves muy bien, mejor que antes, a pesar de que Shinpachi-kun me dijo que estabas deprimida porque no tenían trabajo y por eso no te dejabas ver; la semana pasada fui a visitarlos; bueno, Gintoki me debía dinero y me acerqué —era Hasegawa, quien se acercaba a ella con un monólogo que no le interesaba—. Los tiempos son difíciles, desde que terminó la era de los samuráis que las cosas no han ido bien para nadie, pero tú eres una Amanto, ¿a que sí? Y tu papi es un cazador de recompensas espacial muy afamado, ¿no has pensado en dejar a ese estúpido permanentado y trabajar por ti sola? Te bañarías en plata en un santiamén. Yo podría ser tu agente y podríamos dividir las ganancias 50:50, ¿qué te parece, eh, chinita?

—Silencio, Madao. Solo estoy aquí para tomar el sol.

—Pero no hay sol.

—Eso lo hace perfecto-aru. Es un día tranquilo.

Como convocada por las palabras de Kagura, una ráfaga de viento frío sopló casi arrancando la ropa de Madao, quien comenzó a temblar como una hoja.

—¿Lo ves? Es el clima perfecto.

—Veo que la pubertad Yato te está pegando, China-san. Espero que no te vistas de negro ni te delinees los ojos para que luego digas que MCR es la mejor banda del mundo. Pero piensa en mi oferta, ¿eh?

Hasegawa le dio dos palmaditas en la cabeza antes de marcharse y dejarla sola en medio de la ventisca.

Lo siguiente que Kagura supo fue que la inauguración del festival de esa noche estaba cancelada por motivo del huracán que se aproximaba a la tierra del sol naciente. Una piedra más a su pila de desgracias. Incluso las calles por la mañana abarrotadas se encontraban ahora casi vacías en medio del atardecer. Sadaharu también le ladró insistentemente, pidiéndole regresar a casa, cuando la llovizna helada azotó su cara de forma repentina y violenta. Los pocos transeúntes que quedaban corrían desesperados en dirección al centro de la ciudad.

—A este paso tendré el peor cumpleaños de la existencia —dijo en voz alta y su perro aulló lastimero a su lado—. Creo que deberíamos volver a casa, Sadaharu.

Avanzó un par de calles cuando escuchó una sirena de la policía resonar justo a su lado, a continuación, reconocía al conductor como Hijikata Toushiro, quien le hizo señas para que se acercara a él.

—¿Dónde pasarás el huracán, China-san? —cuestionó nada más verla.

Kagura hizo una cara de disgusto, entonces Okita Sougo se unió a la conversación, casi leyéndole los pensamientos.

—Oh, muy mal, Hijikata-san. ¿Estás invitando a una menor de edad a salir contigo mientras estás vestido de policía? Te reportaré por esto y me quedaré con tu puesto cuando te destituyan.

—No puedo creer que le estés proponiendo cosas tan horribles a una doncella como yo, Toshi-san —cubriéndose el pecho con sus manos, Kagura se abrazó a sí misma—. ¿Qué pensará Gin-chan cuando le diga que los ladrones de impuestos me secuestraron para cometer actos impuros contra mi cuerpo?

—¡Por supuesto que no es eso, Sougo! ¡Te van a escuchar! ¿Y tú por qué le sigues la corriente, eh?

—Eres un indecente, Hijikata-san. Muere, Hijikata-san.

Toushiro comenzó a murmurar por lo bajo cosas sobre sádicos, chinas y gente mal de la cabeza hasta que aclaró sus pensamientos y elaboró una nueva frase—: Se promovieron refugios por el huracán, China-san. ¿Tú y Gintoki van a pasar la tormenta en la Yorozuya? La última vez que estuve allí había goteras.

Hasta hace apenas unas horas, Kagura ni siquiera sabía que había un huracán, mucho menos sabía que debían evacuar y resguardarse—. Uh, no he visto a Gin-chan desde la mañana.

Hijikata negó con la cabeza, harto de la incompetencia de las personas a su alrededor.

—Qué mal, creo que tu destino es morir en medio de la tormenta, China. Pero no te preocupes, le diremos al Jefe dónde encontrar tu cadáver. Hijikata-san, acelera —añadió Sougo; Kagura le riñó con la mirada y le llamó "Chihuahua estúpido".

—Bien, bien, somos la policía después de todo, te ayudaremos a que te resguardes y nada más —ignoró Toushiro a su subordinado.

Con lo último dicho, el Vicecomandante hizo una llamada a su jefe Kondo Isao quien se encontraba en casa de los Shimura acosando a la hermana mayor como de costumbre, los hermanos confirmaron positivamente a su vez que Gintoki se encontraba allí y que esperaban que la otra miembro de la Yorozuya se les uniera.

—¡Te dejé una nota en la puerta, Kagura-chan! —exclamó Gintoki como toda explicación a través del celular de Hijikata.

—Eso lo arregla todo —zanjó Toushiro terminando la llamada—. Te llevaremos, China-san. Sube.

Kagura abrió la puerta y dejó que Sadaharu entrara primero, Okita se quejó de los cabellos en los asientos y el olor a perro mojado que dejarían, pero no hablaba de los de Sadaharu, sino los de la chica y comenzaron a reñir otra vez. Hijikata se sobó el puente de la nariz en busca de relajarse un poco mientras conducía a través de la espesa lluvia hacia el dojo Shimura. La temperatura descendía a la par que la tormenta arreciaba y encontró inteligente de su parte encender la calefacción del auto para conservar el calor de los cuatro pasajeros a bordo.

—Uh, ¿qué es ese olor? ¿Acaso te pusiste perfume, China? —dijo Okita abruptamente un minuto después, parando su pelea—. No sabía que los gorilas tenían permitido usarlo. Pero debo admitir que tienes buen gusto.

Mientras Kagura lanzaba improperios contra el policía, Hijikata trató de discernir el aroma que comenzaba a impregnar el auto mientras manejaba sin mucha emoción; tras mucho olfatear pudo notarlo: era leve, tan leve que le sorprendía que Sougo lo hubiera captado en medio de la refriega con la chica. Toushiro mismo tuvo qué prestar atención para poder percibirlo. Era dulzón, casi empalagoso. No era una fragancia que le sentara bien en las fosas nasales. Echó un vistazo a Kagura, quien intentaba rasguñar la cara de Okita: estaba empapada, los mechones de cabello naranja se le pegaban al rostro y había gotas de agua escurriendo de la manga de su cheongsam, sin embargo, el olor se hacía por segundos un poco más y más fuerte.

Entonces Hijikata frenó en seco.

Kagura casi salió eyectada por el parabrisas delantero, Sadaharu aulló de dolor y Sougo comenzó a sobarse la frente.

—¿Qué demonios, Hijikata-san? ¿No sabes conducir?

No estaban muy lejos de la residencia de los Shimura, la distancia era de menos de medio kilómetro, pero con la lluvia el tiempo de traslado se acrecentaba. Mas Hijikata no podía permitir que esos dos y en esas circunstancias estuvieran juntos en un espacio tan reducido, así que abrió las ventanas del coche patrulla a pesar de las maldiciones y las quejas, y pisó el acelerador hasta donde pudo, estando consciente de que podrían derrapar y tener un accidente, pero decidió que esa consecuencia sería la menor.

Cuando llegaron a su destino, Gintoki, Kondo y Tae los recibieron con toallas en el porche. Ahora no solo Kagura estaba empapada de pies a cabeza, sino que Hijikata y Okita también.

—¿Qué fue lo que pasó, Toshi? —preguntó Kondo pasándole una muda de ropa de quien, Shinpachi señaló, perteneció a su hermano Obi Hajime.

—No podemos quedarnos —replicó sin aceptar el cambio—. Sougo, vámonos de aquí.

—¡¿Qué?! ¡Pero si ya está el huracán! —una serie de truenos retumbaron para acompañar el comentario escandalizado de Shinpachi.

—Es verdad, Hijikata-san. Deberían quedarse, no creo que haya muchos delincuentes sueltos en las calles de Edo con esta tormenta —ofreció Tae.

—Es verdad, pero tenemos cosas qué hacer.

—¿Qué cosas, Toshi? Creí que ya habíamos terminado los preparativos del refugio. Shimaru y Yamazaki guiarán a los bomberos en caso de emergencia.

—Sí, Hijikata-san. ¿Por qué quieres volver a arriesgarnos en la lluvia? Sabes que los sádicos somos frágiles ante las enfermedades.

El vicecomandante comenzó a desesperarse por la insistencia de todos, optó por tomar a Sougo del cuello de la chaqueta negra y arrastrarlo junto con él a la salida nuevamente a pesar de sus quejas. Era quien más le interesaba que se marchara con él.

—¿Qué pasa, Hijikata-kun? ¿Por qué la prisa? —Gintoki les cortó el paso con los brazos cruzados y una cara de extrema curiosidad.

Toushiro miró a Gintoki largamente, pero no dijo nada. Al final Sakata suspiró y se hizo a un lado. Todos los presentes entendieron que pasaba algo que el Vicecomandante no podía decir en voz alta, aunque nadie sabía el qué. Ni siquiera Gintoki, pero lo dejaron ser. Nunca había sido un hombre de muchas palabras, pero podían confiar en su rectitud.

—Kondo-san, nos vamos.

—¿Qué? ¡¿Yo también?!

Con ese último grito, todos los miembros del Shinsengumi se retiraron del dojo en medio de los truenos y relámpagos; esta vez, la Yato pudo notar, el coche patrulla se alejó con las ventanas cerradas.

—Eso fue raro —murmuró Kagura, exprimiendo su pijama sin cuidado—. Si llego a enfermarme será culpa de esos bastardos. Les cobraré hasta la última de las medicinas.

Habiéndose marchado los tres hombres, Tae dirigió a Kagura hacia su cuarto para que se cambiara el empapado pijama con privacidad a la muda de ropa seca que le había ofrecido, Shinpachi y Gintoki se quedaron en el recibidor y se apresuraron a resguardarse en el kotatsu para mantenerse en calor mientras tanto.

—Tú y Kagura han estado raros últimamente —comenzó la charla Gintoki, sin rodeos.

Shinpachi torció el gesto, pero debía ser sincero—. Kagura-chan dijo algunas cosas que me lastimaron. Sé que normalmente no lo hacemos, pero esta vez me gustaría escuchar una disculpa de ella, sino creeré que no ha cambiado su opinión.

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Me ve inferior porque soy un omega —admitió, apretando las manos entrelazadas—. Ni siquiera se le ocurrió la posibilidad de que ella podría ser una porque le molesta la idea de ser algo que a sus ojos es tan degradante.

Gintoki quiso hacer un chiste, decir algo sobre que Shinpachi solo eran unos lentes parlantes y que si alguien le hiciera de menos sería por eso, no por su clasificación, pero decidió no decir nada. Debía ser un tema delicado para ambos chicos. Comenzaba a comprender, tenía sus sospechas, pero escucharlo de viva voz de Shinpachi era diferente.

Su pequeña familia de tres no había tenido casi ninguna conversación seria sobre las clasificaciones porque sinceramente a nadie le importaban, pero a medida que Kagura fue creciendo la chica se había vuelto más y más interesada por lo que podría llegar a ser cuando terminara siendo un alfa, como había creído en el pasado.

—Supongo que sí necesitas una disculpa de ella, pero no puedo obligarla. Es una Yato, ¿has visto a algún omega de esos? Su hermano y su padre son los peores alfas que he conocido. No debe tenerla fácil, pero tampoco está en lo correcto su pensamiento, Pachi. Estoy de tu lado en esta.

—Lo sé y lo entiendo, pero no es fácil, ¿sabes? Ser el único omega entre tantos alfas y betas a veces también me hace sentir inferior, aunque trato de aparentar que no.

Gintoki abrió la boca para replicar, añadir algo, pero mejor la cerró de inmediato. Aquella información no le correspondía revelarla.

La conversación terminó cuando Kagura se apareció frente a ellos y se unió junto con Tae debajo del kotatsu y con un edredón envolviendo su cuerpo, se le notaba más animada, pero la mirada perdida seguía ahí. Shinpachi se levantó para ir por el chocolate caliente que tenía en el fogón de la cocina y lo repartió a los presentes mientras la tormenta golpeaba con violencia las ventanas y sacudía los árboles alrededor de la propiedad.

—Kagura-chan —dijo Tae veinte minutos después con alarma en medio de una conversación absurda—, te ves enferma, ¿ya te ha pegado la fiebre por el mal clima?

La chica extendió la mano para tocar la frente de la otra y no notó una temperatura anormalmente alta, pero aún así Kagura tenía las mejillas coloradas como si estuviera afiebrada y llevaba un rato retorciéndose en su asiento, además una fina capa de sudor cubría su nariz.

—¿Quieres medicamento? —ofreció Shinpachi—. Quizá solo necesites una ducha caliente y algo de sueño.

—Es que no me siento mal. Solo… me siento rara.

—Es la pubertad —bromeó Gintoki, sorbiendo los restos de su chocolate caliente—. Te sientes así porque te crecerá tu tercer ojo, como a todos los niños de la Tierra.

—Cállate, permanentado. No puedo arruinar mi cutis de princesa con un tercer ojo. Me saltaré la pubertad en ese caso.

—Kagura-chan, a los niños no les crece un tercer ojo. Yo no tengo ninguno, ¿ves?

—Es porque tú eres solo unas gafas, Shinpachi.

—Kagura-chan —interrumpió Tae—, ¿por qué no te quitas la cobija? Estás sudando demasiado.

—Voy, voy —aceptó la chica, parándose de su lugar en el kotatsu y tirando el edredón al suelo, lanzandolo lejos de una patada. El resto de su cuerpo se estaba empapando en sudor y la bata de dormir de Tae se le deslizaba por el hombro. Entonces Gintoki hizo un gesto casi adolorido, como si le hubieran dado un fuerte golpe en el estómago y se apresuró hasta la entrada para abrir la puerta, sin importarle que la lluvia mojara el suelo de madera del salón. Luego empezó a toser como un maníaco y Shinpachi se apresuró a auxiliarlo.

—¿Qué pasa, Gin-san? Creí que el fumador crónico era Hijikata-san y no tú.

Shinpachi, quien le daba palmaditas en la espalda a Gintoki, se giró a las dos chicas que los miraban desconcertadas—. Hermana, lleva por favor a Kagura-chan a tu habitación. Me quedaré aquí con Gin-san hasta que se encuentre mejor.

—¡A mí no me das órdenes, Megane! —vociferó Kagura, pero su amigo la interrumpió con fiereza, de una manera en la que nunca le había hablado antes.

—¡Dije que vayas a la habitación con mi hermana, Kagura-chan! ¡Ahora!

Sorprendidas por la autoridad en la voz de Shinpachi y desconcertadas por el repentino malestar de Gintoki, ambas chicas corrieron hasta el cuarto de la mayor para acatar las indicaciones. En el recibidor, Gintoki continuaba intentando recuperar la compostura con un hilo de saliva desbordándose de la comisura de sus labios.

—Demonios, no me di cuenta antes.

—No te culpes, Gin-san. Yo tampoco pude notarlo. Debe ser por lo mucho que convivimos con ella.

—Por eso Hijikata tenía tanta prisa por irse. Bastardo, podría habérmelo dicho.

—Eso es porque confía en que tus intenciones siempre serán proteger a Kagura-chan, incluso de ti mismo.

—Que lo pongas así me hace sentir como una escoria, Pachi. ¿Cómo que de mí mismo?

Shinpachi le dio unas últimas palmaditas antes de dar tres pasos al costado—. Es solo un decir.

Entre los dos se formó un silencio espeso mientras sentían la lluvia empaparlos hasta los huesos. A la distancia, el jardín estaba tan oscuro como una boca de lobo. Era una noche sin luna y sin estrellas. Lo que se extendía en el horizonte eran pesadas nubes negras.

—Ella tampoco lo sabe, ¿verdad? —indagó Gintoki—. Ni siquiera ahora mismo es consciente de ello.

—No, parece que no. Hasta hace unos días quería sacarse el carnet pidiéndolo como Beta.

—¿Cómo crees que lo tome?

—Creo que lo va a romper todo, Gin-san. No creo que acepte para bien que es una omega y que ha entrado en su primer celo.

Los dos hombres se quedaron nuevamente en silencio.


Hola! muchas gracias por los reviews a Xion-chan 14, BellMunT y didi24. Estuve trabajando en este capítulo en pausas durante el trabajo, también quiero decirles que en ningún momento quise poner en misterio si Kagura sería beta u omega jajaj, yo siempre tuve en mente hacerla omega, pero supongo que la costumbre es escribir con cliffhangers y ambiguedad? bueno, como sea, no es el gran capítulo pero aquí está.

Gracias a todos por leer nuevamente.

Saludines cordiales.