Disclaimer. Los personajes de Naruto NO me pertenecen, sino al mangaka Masashi Kishimoto.
Advertencia. Esta historia es clasificada como M porque contiene y/o contendrá temas que pueden herir la susceptibilidad de ciertos lectores (lenguaje obsceno, escenas sexuales, temas delicados y/o adultos, entre otros asuntos). Leer bajo su propio criterio. Gracias.
Comentarios generales. Quisiera reiterar mi agradecimiento a las personas que se pasearon por aquí a leer y han comenzado a seguir la historia. Los comentarios serán respondidos al final del capítulo.
¡Gracias! Ahora, sin mucha más dilación…
¡A leer!
Palabras: 10.714
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Capítulo 4
Enjambre
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Perplejidad.
Madara Uchiha se sintió invadido por esa sensación cuando su hermano pronunció el nombre de la autora de aquellas hojas manchadas de lágrimas y palabras repletas de tristeza.
Probablemente solo su hermano había visto esa mueca de incertidumbre y extrañeza en su rostro, o solo era el único que podía leer los leves cambios en su estructura facial luego de recibir cualquier tipo de noticia, pero concluyó que, en definitiva, había algo allí.
El mayor de los hermanos pronunció su ceño en una contemplación lenta y llena de ideas convulsas. No emitió palabra alguna entre los segundos transcurridos posteriores a lo que, para él, era una revelación de la que Izuna no tenía ni la más remota idea. No era como si él le hablase a su hermano de las mujeres que había conocido ni mucho menos, no era una cuestión para alardear e Izuna solía ser más abierto que él en ese tema de igual manera, por lo que el nombre de "Sakura Haruno" no había salido a relucir en ninguna conversación a pesar de la impresión que ella había dejado en él con respecto al trabajo que ejecutaba con diligencia.
No hubo oportunidad para que le diese un mínimo de su tiempo para comentarlo. Tampoco esperaba volver a escuchar ese nombre a pesar de todo.
—¿Estás completamente seguro, Izuna? —El tono de su voz sonaba neutro en su entonación de pregunta, pero su hermano alzó una ceja.
—¿Te dice algo el nombre? —inquirió.
Madara pudo ver que inclinaba su torso levemente hacia él, interesado, pero el mayor solo lo observó con ojos profesionales, con el gesto perfectamente entrenado.
—No realmente.
Izuna solo chasqueó la lengua antes de entrecerrar los ojos en su dirección. Algo en su postura le parecía sospechoso, y no era para menos. Si había alguien en el mundo que lo conocía de verdad, ese era él, su hermano menor, el escudriñador de cada máscara en blanco. Madara solía ser muy expresivo en su campo de batalla, sus negocios, abiertamente agresivo para conseguir su objetivo, pero en otros planos era un mentiroso nato o un puto punto negro en la pared.
—Ve y muéstrale esa cara a otro. Nada se escapa de mis ojos —aseguró con una sonrisa de suficiencia que era el vivo reflejo de la que solía emplear Madara.
Malditos fueran esos genes tan fuertes. Por supuesto que nada se escapaba de sus ojos, porque tampoco se escapaba nada de los ojos del Uchiha mayor, listos para capturar la presa y no soltarla.
Él tuvo unos segundos más de forcejeo visual con su hermano antes de expulsar algo de aire y decidir que la mención de Sakura Haruno no era trascendental. Esto solo había sido un golpe de circunstancia.
—Es el nombre de la enfermera que me curó la herida del accidente —respondió y referenció la banda sobre su cortada.
—Um... —Izuna parecía meditar la noticia—, así que, inclusive te aprendiste el nombre de la enfermera.
Madara fingió no haberlo oído.
—La cuestión es que no creo en casualidades, sino en causalidades. —Su voz siguió un tono monótono que lo sumergió en una profunda observación.
Por supuesto, no podía decir que el encuentro en el Club había sido algo premeditado, mucho menos podía especular sobre el accidente que lo había llevado al hospital para que atendieran a Hidan, pero ya era demasiado que precisamente ella dejara esa redacción en su editorial.
Vio de soslayo que Izuna se cruzaba de brazos en su pose relajada y se reclinaba en el espaldar.
—Para ti siempre son probabilidades —emitió.
Eso era totalmente cierto.
Desconfianza.
Esa fue la segunda postura de Madara al descubrir quién era la directora del Hospital General de Konoha. Tsunade Senju, la hermana mayor de Hashirama y Tobirama. Madara no había tenido ni el más mínimo contacto con ella y solo la conocía de vista cuando, ocasionalmente, buscaba en su auto a sus hermanos en el campus de la universidad. Lo único sabido sobre ella por aquel entonces, era que acababa de terminar una especialización en el campo de la Medicina y que tenía un carácter muy jodido, una extraña combinación entre las actitudes de sus hermanos menores, seguramente.
Tenía razones para desconfiar, demasiadas, sobre todo después de lo que le había dicho Mito con respecto a los avances de Tobirama. Madara nunca le había dicho su apellido a Sakura, así que no podía saber que la Editorial Akatsuki era del hombre con la herida en el rostro que ella había atendido, ¿verdad? No había visto a Tsunade ni ella a él, aunque dudaba que le reconociese de algo, pues la médico no estaba vinculada a la guerra que le tenía a sus hermanos, al menos no activamente y nunca había tenido algún tipo de impase con ella.
Sin embargo, y tomando en cuenta la cercanía que debía haber entre una directora y su personal, ¿qué le costaría a Tobirama engatusar a alguna joven enfermera que le sirviese de espía dentro de su empresa? Todo valiéndose de la posición jerárquica de su hermana siendo la jefa. Madara no dudaría ni un segundo de que él era capaz de hacer ese tipo de cosas totalmente cuestionables si podía tener el control de todos los asuntos. Así se manejaba en los tribunales según Izuna, un fiscal implacable que sabía jugar con la ambigüedad de ciertas directrices y utilizarlas a su favor.
—Está vinculada con Tsunade Senju o solo trabajan en el mismo sitio. Una de dos —Madara había apoyado su mentón sobre su puño apretado mientras mantenía el codo apoyado en el escritorio.
La mueca de molestia en el rostro de Izuna fue palpable al oír aquellas palabras.
—¿No puede ser una simple casualidad? Digo, ¿cuántas enfermeras jóvenes no trabajan en ese hospital? Incluso siendo una Senju su directora —cuestionó con un tono relajado antes de encogerse de hombros.
—Solo hay una manera de averiguarlo —respondió y señaló a su herida ya casi cerrada al cabo de unos cuantos días—. Yo mismo hablaré con ella antes de decidir si merece la pena contratarla o es una treta.
Estaba convencido de que podría descubrir su tapadera si todo lo que pensaba resultaba ser cierto. No había nada que se pudiese escapar de su atento ojo, esa observación del más mínimo gesto que había aprendido a captar desde muy joven y que se había incrementado a través de sus pasatiempos y deportes, sobre todo del ajedrez y la esgrima.
Había leído a Sakura Haruno las veces anteriores durante encuentros no planeados. Ahora la detallaría de cerca con un encuentro muy meditado. Trabajaba en el Hospital General de Konoha, ¿por qué querría otro trabajo?
—¿Le dirás que eres el jefe y el dueño de la editorial? —Izuna lo miró con incredulidad, pero pronto su expresión cambió a una de sospecha cuando Madara movió un dedo al aire, en una parca negación.
—Por el momento, solo seré el paciente agradecido que quiere invitarla a cenar. Luego ya veré —descartó detalles con un ademán.
Nunca decía su apellido en primera instancia y, por supuesto, nunca de no ser necesario. Era Madara a secas la mayoría de las veces con personas totalmente ajenas a su trabajo, su círculo empresarial o su vida personal. La enfermera no formaba parte de ninguno de esos círculos.
Izuna asintió. Meditabundo, aunque su sonrisa denotaba que estaba pensando algo más, pero el mayor no quiso saber las corrientes que estaban azotando su mente.
Para cuando llegó el día de la ejecución de su plan, se preparó de manera sencilla. No solía invitar a salir a nadie porque la mayoría de sus encuentros eran espontáneos y terminaban con otros fines junto a las féminas habituales que siempre pululaban en sus ambientes sociales. No era un promiscuo, nunca lo había sido (y en esta ocasión no pretendía poner ninguna táctica del estilo en práctica), pero eran ocasiones concretas en las que le provocaba algo de sexo para desestresarse.
Tenía dos autos, pero se llevó el más discreto y no el descapotable porque requería llamar su atención de una manera más imponente y profesional que social, así que optó por el que consideró correcto antes de partir, sin apuro.
Cuando llegó aparcó un instante en un lugar designado y preguntó por la joven en la recepción, decidiendo que la esperaría hasta su salida. Por fortuna, no pasó demasiado tiempo entre su llegada y la salida de la mencionada.
Aunque mantuvo su semblante en blanco, no pudo dejar de notar que parecía demacrada. Llevaba unos jeans oscuros, unas zapatillas negras y un suéter tejido rojo manga larga. Su cabello rosado seguía viéndose bastante corto y su expresión parecía muy cansada.
—Enfermera Haruno —llamó de inmediato.
Él era bueno leyendo expresiones, aunque en ella no hubo mucho que escrutar en ese momento. Sus ojos verdosos, aunque con una luz apagada, brillaron ante el reconocimiento y la sorpresa de verle allí después de varios días. Tal parecía que sí había algo de verdad detrás de esa redacción que había dejado, pero no podía darlo por hecho, no hasta estar seguro de que no era algún tipo de trampa enrevesada. Para eso tenía que conocer qué tipo de persona era ella.
Fue una conversación corta en la que él pudo denotar que se encontraba un poco desconcertada, y no era para menos, no creía que muchos pacientes vinieran exclusivamente a buscarla e invitarla a algún lado para agradecerle, mucho menos uno que estuvo allí por tan poco tiempo y por una herida superficial.
A pesar de que intuía su confuso pensamiento, Madara fue tan cordial e impersonal como podía serlo, preguntándole qué prefería. Era mejor que ella estuviese en un ambiente en el que se sintiese cómoda, porque así hablaría más debido a las vibras de su lugar de confianza.
Y él realmente necesitaba que le diese indicios, voluntarios o no, sobre sus suposiciones y poder descartar cualquier contacto. Punto.
Las fosas nasales de Sakura se impregnaron de inmediato con aquel aroma a bosque espeso, algún tipo de madera y aire fresco que despedía el auto. Una fragancia masculina que no sabía si venía de los conductos de aire del vehículo o si era la loción del señor Madara. En cualquier caso, estaba bien, le resultaba relajante y había apartado un poco el embotamiento de su mente, necia en capturar cualquier esencia adicional que pudiese notar en el aire.
Estaba luchando por encontrar alguna palabra coherente en su mente, pero había estado tan reticente a hablar de cualquier cosa durante los últimos días, que sentía que no iba a poder hablar correctamente con él, incluso si había venido a invitarla tan amablemente sin tener la obligación de hacerlo.
Ella estaba hecha un desastre, pero esperaba que él no lo notara. Había hecho ya mucho solo con su imponente presencia reacomodando sus pensamientos turbios y empujándola a pensar en otros asuntos.
—Dime, Sakura. —Su profunda voz casi la hizo saltar en el asiento. Sonó atronadora y ella lo volteó a ver con el corazón levemente acelerado por el repentino susto—. ¿Siempre tienes el mismo turno de trabajo?
Ella parpadeó en su dirección, delineando la línea fuerte de su mandíbula, su expresión pétrea fija en el camino y su boca tensa en concentración. Se preguntó si siempre era así de serio, pero no era el momento de desvariar con sus pensamientos.
—Sí, todo el día hasta el atardecer, aunque puede que cambie de turno pronto —respondió rápidamente, solo para luego darse cuenta de que le había dado información innecesaria que no estaba confirmada. Ella y su gran boca…
—Ah, ¿turno nocturno entonces? —prosiguió, deteniéndose ante el rayado del último semáforo antes de llegar al sitio que buscaba—. Supongo que se te hace más cómodo.
Sakura notó que era bastante cordial, aunque también lo percibió muy impersonal, ¿o solo eran sus impresiones? «Bueno, Sakura», se dijo, «no es como si fuese a desbordar jovialidad con una completa extraña, incluso si le está agradeciendo a esa extraña», concluyó con una lógica aplastante. Además, no parecía una persona que fuese propensa a hablar más allá de lo necesario. Era claro y preciso. Era estable, justo lo que necesitaba para no irse por las ramas mientras hablaba.
—Sí… Sobre todo ahora —murmuró hacia el final de su oración, pero no agregó nada más.
Al pasar el semáforo, le señaló con precisión cuál era el lugar. El sencillo cartel colgante de presentación en su fachada pedregosa en varios tonos de camel, dejaba contemplar una tipografía alegre que mostraba Inugakure. La puerta de vidrio y los ventanales dejaban filtrar sus luces blancas y la cantidad de personas que charlaban alegremente.
Madara le indicó que se movilizarían al estacionamiento trasero que, por suerte, tenía dos calzadas vacías sin reservación. Él se bajó rápidamente luego de detenerse y Sakura le imitó casi de inmediato antes de rodear la zona para entrar. La corta caminata fue silenciosa, pero Sakura no la halló incómoda.
Una vez que ingresaron, el ambiente cálido los recibió con una melodía instrumental en volumen moderado, una tonada tradicional japonesa que invitaba a la relajación. Había varios cuadros enmarcados en las paredes de madera oscura, algunos iluminados en sus marcos especiales con pequeñas luces incrustadas entre una variación de colores en escala. Había varias mesas ocupadas, aunque ella escogió (impulsivamente) una con estilo de mesón junto a la ventana, pero antes de avanzar hasta esa, viró sus ojos hacia Madara, quien, sin rechistar, ya estaba caminando hacia el lugar. Eso la hizo sentir extrañamente satisfecha.
—¡Hey, Sakura! —saludó el alegre muchacho, acercándose hacia la mesa—. Señor —dirigió hacia Madara, quien solo asintió casi imperceptiblemente en su dirección.
—¡Hola, Kiba! —devolvió ella con un tono alegre. Sus mejillas adquirieron un poco de color.
Kiba era el muchacho que ayudaba a su padre en el negocio sirviendo de mesero. Tenía una sonrisa lobuna que siempre estaba acentuada por sus marcas peculiares en ambas mejillas y su gesto fácil lo hacía parecer descarado, pero siempre había sido muy amable con Sakura. Ambos se habían conocido desde la primera vez que ella había frecuentado el lugar, a mediados de sus prácticas como estudiante en el hospital. En ese entonces, él había estado acompañando por su perro, Akamaru, quien terminaba persiguiendo a Sakura cada que ella se levantaba al baño o ya se iba, como un guardián. El joven Inuzuka le había dicho que lo hacía porque ella le agradaba.
—¿Qué van a pedir? Hoy no está Akamaru para que haga de mesero, pero sería un buen espectáculo para la clientela —mencionó él, libreta en mano.
La joven pudo notar que Madara había estado mirando a Kiba fijamente para luego abrir la carta que se encontraba en la mesa y así ver las opciones. Ella pediría lo mismo de siempre (y que no había comido en días), el makizushi, porque simplemente no podía resistirse a la envoltura de algas, una que hacía una combinación estupenda con el sabor posterior del anmitsu con su gelatina dulce. Ese postre era su perdición. Al menos podía pagarlo, pretendía hacerlo porque le daba vergüenza que pagaran por ella aún si el hombre frente a ella la había invitado.
—Es una lástima, con lo que Akamaru alegra aún más este lugar —mencionó con un leve tinte soñador que pareció enorgullecer enormemente a Kiba.
—Lo sé, es...
—Inarizushi —pidió Madara de repente alzando su voz de barítono, cortando el hilo de la conversación y haciendo que Sakura lo observara con fijación—. Por favor.
Lo vio apartar la carta hacia el centro de la mesa, el lugar en el cual había estado antes el menú. Tenía modales aun cuando parecía enfrascado en su propio mundo, su aura parecía más fuerte que nunca y podría haber jurado que Kiba estuvo a punto de gritar de impresión nada más escucharlo, pero se contuvo con la rasgadura del lapicero para anotar su orden.
—En marcha… —respondió, como intentando no cruzar su mirada con la de él, pero entonces se enfocó sobre la muchacha de cabellera rosada—. ¿Lo mismo de siempre? —Se aclaró la garganta luego de preguntar.
Sakura asintió rápidamente con una sonrisa tenue. Parecía que había sonreído más en los últimos cinco minutos que en los últimos días.
—Eso mismo —hizo voz a su pedido y la sonrisa lobuna de Kiba se acentuó, mostrándole el pulgar para luego irse.
Ella lo vio partir, sintiéndose repentinamente sola en el lugar. Probablemente el señor Madara estaba pendiente de otra cosa, o quizás no le había gustado el sitio… ¡Pero bueno! Él le había dicho que escogiera el lugar, ¿no? Volvió lentamente la mirada hacia él, pasando por el camino la barra en forma de L, pero cuando llegó a su destino casi saltó de nuevo, mas se contuvo en el último segundo.
Joder. Una mirada así de profunda debía ser ilegal.
Sus ojos verdes se encontraron con la noche luminosa en las pupilas contrarias. Sus iris eran toda una obsidiana oscura. Si hace un momento parecía que no le importaba mucho nada, ahora parecía… ¿Interesado? ¿Curioso? ¿Ansioso de información? No lo sabía. ¿Cómo saberlo cuando no había más indicios que su mirada? Sus facciones estaban demasiado serenas, sin duda.
—¿Siempre vienes aquí? —Fue su primera pregunta. Se mantenía con una postura correcta, torso erguido y espalda contra el apoyo de la silla a diferencia de Sakura, quien se encontraba inclinada descansando los antebrazos sobre el mesón.
—Sí, aunque hace unas semanas que no lo hacía —habló ella—. El turno del hospital no me da tanto respiro —y pasé los últimos meses poniendo en orden toda esa mierda del matrimonio solo para que se frustrara en el último segundo, ¿puedes creerlo?, completó en su mente, haciendo ademanes al cielo cual condenada que pedía misericordia.
—Es un lugar acogedor. Entiendo tu gusto —expresó el hombre mientras apartaba los ojos de ella para recorrer el lugar. Sakura soltó el oxígeno que no sabía que estaba conteniendo—. ¿Hace mucho que trabajas en el hospital? —cuestionó, volviendo a ella, parpadeando. Parecía tan firme y confiado que Sakura tuvo que insuflarse algo de fuerza para seguir manteniendo su mirada con la misma impresión.
—Sí, relativamente. Seis años desde que terminé mi carrera. —Sin contar sus años de especialización en enfermería médico-quirúrgica, que ya la había hecho trabajando en el hospital.
—Pareces bastante joven, ¿qué edad tienes? —En otra circunstancia, tanta atención sobre ella mientras le preguntaban su edad la hubiese abochornado demasiado. Casi podía escuchar a Ino diciendo "¡A una dama no se le pregunta la edad!", pero, en esta ocasión, Sakura no sintió su pregunta como algo malicioso o como una intromisión de más. ¿Quizás era porque le había dicho que parecía bastante joven?
—Veintiocho —contestó. Lo observó meditar, ¿o era solo su impresión? Ella también quería preguntarle algo, pero había algo en él que le impedía inquirir cualquier cosa al menos que decidiera compartirla. Quizás en una segunda ocasión…
«Deja tú las cosas, Sakura. Debe ser un hombre ocupado, aunque no conozco absolutamente nada de él, solo su nombre, así que es dudoso que lo vuelva a ver», pensó, casi abofeteándose en el proceso.
—Eres una buena enfermera, en todo caso, mucho mejor que el médico que atendió a Hidan. —A Sakura le brillaron los ojos.
Más allá del cumplido, pudo capturar una leve nota de desprecio al referirse al doctor. Debía ser de las personas metódicas que eran intolerantes ante la negligencia manejando un tema que debía estar dominado completamente por quien debía ejecutarlo, pero ella estaba de acuerdo con él. Ishida era uno de los peores médicos que tenía Konoha, sin duda. Tsunade lo había mantenido ocupado en tareas menores sin poderlo expulsar del recinto solo porque era hijo de un importante político. La desgracia burocrática. Malditos contactos.
—¿Cómo siguió él con su herida? ¿Está bien? —expresó sus interrogantes con interés.
Madara pudo notar de nuevo ese brillo profesional, una preocupación genuina por las personas a las que atendía. Le dio el visto bueno por esa parte. Parecía tímida, pero no en exceso, solo reservada hasta cierto punto. Él tampoco estaba siendo buen hablador, pero era lo suficientemente directo como para que ella le diese respuestas concretas. No se veía incómoda y él estaba prestando extrema atención a su postura corporal para percatarse de cualquier cambio o signo que le demostrase que algo no iba bien. Hasta ahora, parecía todo correcto.
Ella era un libro abierto, expresiva, incluso cuando él notaba que no quería ser tan expresiva. Si Tobirama la había escogido para infiltrarse en su editorial, iba a quedar muy mal, aunque cada vez lo creía menos.
¿Si había sido una casualidad después de todo? Lo que no le terminaba de encajar, era por qué quería otro trabajo si notaba que el suyo le gustaba tanto, pero eso ya se lo dejaría a Izuna en su momento cuando tuviese que entrevistarla personalmente.
¿Qué estaba pensando en contratarla? Pues sí. Si podía seguir redactando como lo había hecho con ese escrito, seguramente podía ser de mucha ayuda en la editorial y, además, podía prestar sus conocimientos en medicina para la nueva sección de la revista que ya se estaba implementando.
Todo ganancia.
—Está bien —respondió él con cortesía—, solo hace falta que le oigas maldecir para saberlo —agregó con simpleza.
Abrió solo un poco más los párpados cuando escuchó su risa, baja, pero cálida y brillante. Tenía un rasgo de autenticidad único que le hizo desaparecer los últimos vestigios demacrados a su rostro.
«No creo que Tobirama se haya acercado a esta niña», concluyó, preciso. Completamente seguro. Ese imbécil no podía estar ni a dos metros de una persona que se percibía tan alegre y capaz de reírse así. «Ah, pero Hashirama…», continuó, pero desechó la idea de inmediato. Ese otro imbécil era frontal, no como su hermano que se escudaba en lo pasivo-agresivo.
—Es bueno saberlo, aunque debería advertirle que no todas las enfermeras son pacientes con ese tipo de comportamientos. —Le hizo gracia ese tono levemente mandón en su voz, pero solo la miró con un breve asentimiento.
—Le haré entrar en razón —comentó. Su comisura apenas se alzó, pero era una mueca visible para la mujer.
Pudo notar que ella lo observó con seriedad un segundo para luego ofrecerle una sonrisa, devolviéndole el asentimiento. Parecía más cómoda que antes.
Para cuando los pedidos de ambos llegaron, Sakura no había dejado de mantener una sonrisa en su rostro, de forma constante y hasta inconsciente. Se sentía bien que por una vez en muchos días pudiese tener una cena tranquila sin que nadie le preguntara por Sasuke. El señor Madara era perfecto para eso porque no tenía ni idea, así que podía relajarse, además, ¡si hasta parecía haber bromeado con ella a costa de su amigo! Su comisura apenas se había alzado, pero el brillo divertido había aparecido en sus ojos, ¿verdad? Ella no se lo había imaginado.
Los palillos y el instrumental del mesón ya estaban dispuestos para que su conversación continuara amenamente. Pronto, entre bocados, se encontraron hablando de trivialidades y pasatiempos varios.
—Amo las trivias. Es algo en mi cerebro que me obliga a detenerme cada que puedo llevar una a cabo —expresó con cierta gracilidad envuelta en vergüenza. En esas cosas era como una niña emocionada dispuesta a demostrar su conocimiento.
—Algo que te debe servir mucho en tu campo —indujo él—. Son como los ejercicios de lógica para mí —completó antes de tener otro bocado de su inarizushi. Sakura intentaba leer si eso que veía en sus ojos era deleite por la comida, pero, de nuevo, no estaba segura. Era como un candado, pero no le molestaba. Era como un reto, como si intentara leer un libro en otro idioma incomprensible para ella.
Cualquier cosa que pusiera su mente a prueba, pero a prueba bien (no como los juegos mentales de Sasuke durante su noviazgo), podía entretenerla. Kiba se acercó a dejar las bebidas y dejar unos postres mientras pronunciaba sin sonido un "cortesía de la casa". Debía ser su día de suerte cuando vio el anmitsu y el ameboshi, así que le agradeció en silencio, juntando las manos antes de volver a enfocarse en su acompañante.
—¿Sudoku? —tanteó ella con la mirada verde expectante. Él volvió a clavar sus orbes oscuros sobre ella, demasiado alerta y demasiado fija, moviendo la mandíbula con parsimonia.
Masticó y tragó.
—Prefiero el ajedrez. —Lo oyó responder con neutralidad, pero ella no pudo contener el mohín decepcionado que se esparció por su rostro.
—Es que nunca ha logrado completar un puzle, ¿verdad? —instó ella antes de lanzar una sonrisita cómica.
Madara elevó la ceja en su dirección. Esa muchacha de pelo exótico parecía ciertamente orgullosa de algunas cosas.
—Hablas como un nivel experto en el tema.
—Lo soy —continuó ella con un tinte vanidoso.
—Lo veremos algún día. —Sakura casi se atragantó. Tosió dos veces y tomó agua con rapidez. Madara se concentró en los últimos rastros de su plato y parecía completamente ajeno a lo que ella estaba sufriendo.
"Lo veremos algún día". ¿Qué quería decir eso? ¿Qué significaba eso? ¿Qué iba a invitarla de nuevo a salir? ¿Qué iba a desafiarla a un torneo de Sudoku? ¿Qué cada que se hiciera una herida iría al Hospital General de Konoha para que ella le atendiera? Parpadeó un trío de veces. Y él parecía igual de impersonal que al principio y que cada vez que terminaba una frase, pero no le causó incomodidad.
Compartieron los dos postres. Él le dijo que tenía negocios modestos en ciertas áreas y ella escuchó con atención su relajante forma de hablar, aunque no era que hablara mucho. Estaba segura de que ella había hablado más que él, pero eso era algo natural en Sakura cuando estaba a gusto. A gusto, sin acordarse de asuntos tristes, olvidándolas momentáneamente.
Salieron dos horas y media después de haber entrado, pero a ella le pareció que fue menos tiempo, aunque estaba un poco avergonzada cuando él la descubrió intentando pagar su parte, así que le había dejado en claro (una vez más) que la invitación había sido de su parte aunque ella hubiese escogido el sitio, así que pagaría todo él.
—Te dejaré en tu casa —dijo, a lo que Sakura tuvo el impulso de agitar las manos, como un enjambre de insectos.
—N-No hace falta, de verdad. No quiero causar más molestias —balbuceó antes de carraspear.
—¿Cuál molestia? —inquirió sin tener la menor idea—. Si te sientes incómoda por eso, puedo acercarte simplemente, pero no me podría ir tranquilo si sé que todavía estás aquí ya siendo de noche —culminó.
Sakura enmudeció de repente.
"Puedes ir a tu casa sola ¿verdad? Tengo que ir a ver a unos amigos".
«Sal de mi cabeza, bastardo», pensó, dedicando sus palabras hacia un Sasuke ignorante de que estaba pensando en él. Mierda, no otra vez.
—No es eso, no es incomodidad, es que ya me invitó a comer y… No quisiera quitarle más tiempo.
—Si estoy aquí es porque tengo tiempo, Sakura —respondió él. Su voz profunda casi la estremeció—. Te invité, te traje y te llevo. Así de simple.
Así de simple. Ella tragó saliva y lanzó un suspiro entremezclado con un dejo de risa. No era que estuviese pensando que era un depravado ni mucho menos, es que, si era sincera, no estaba acostumbrada a tanta atención masculina al menos que fuese Naruto, pero ese era otro asunto. Ni siquiera Sasuke había tenido tantas atenciones con ella cuando eran novios. Qué irónico.
—Pues gracias… —Estuvo a punto de abrir la puerta, pero Madara se adelantó y la abrió para ella.
Se volvió a subir al auto, algo cohibida, aunque pronto el ambiente se armonizó cuando él se subió también y le preguntó su dirección. Se dio cuenta de que Madara no parecía tener en cuenta la música mientras manejaba o que quisiera escuchar algo. Eso estaba bien para ella, incluso si prefería escuchar más que el rumor del viento nocturno.
—Puedes poner lo que quieras, si te apetece. —Sakura lo oyó decir, preguntándose de nuevo si es que él leía mentes o algo así.
Ella estiró la mano y no lo pensó dos veces antes de viajar entre el táctil para detenerse en una emisora musical que solía escuchar. Se enfocaba en instrumentales con elementos de viento y percusión, aunque en esta ocasión estaban en el rock sinfónico. Elevó levemente la mirada jade hacia el conductor, pero este parecía concentrado en el camino sin ningún tipo de expresión desagradable en su rostro, así que la dejó allí, tarareando bajo y llevando el ritmo con sus dedos golpeteando sobre sus muslos cubiertos por la tela del jean.
No se dio cuenta en ningún momento que Madara la observaba ocasionalmente, de soslayo.
El pelinegro se estacionó frente a un edificio de diez plantas, residencial. Una sencilla fachada blanca que, al parecer, habían estado remodelando hacia muy poco tiempo. La muchacha de hebras rosadas se quitó el cinturón de seguridad e inclinó la cabeza en agradecimiento.
—Gracias por la invitación y por traerme, señor Madara. Tenga buena noche —dijo sincera y con una sonrisa tenue.
El aludido giró la cabeza hacia ella, ofreciéndole la luz reflectada en sus ojos de obsidiana. No sonrió, pero su tono fue suave al responder.
—No hay de qué. Cuídate —pronunció, todo claro y correcto.
Ella solo se permitió un momento más para preguntarse cómo era que ese cabello salvaje combinaba tan bien con su expresión de serenidad. Había algo que le traía paz al mirarlo, pero no podía quedarse allí por demasiado tiempo, incluso si él no había despegado sus pupilas de sus iris verdosos. Ella asintió antes de apartar la mirada y se bajó con rapidez, inhalando el aire profundamente, sintiendo el abandono del olor a bosque fresco en el auto de Madara.
Él solo se quedó allí hasta que la vio ingresar al edificio. Pronto, el destello de su auto abandonó la calle desierta. Sakura se quedó un momento frente al ascensor, mirando hacia el exterior con una sonrisa tenue. Había tenido una cena agradable y vuelto a comer uno de sus platillos favoritos en semanas.
Se sentía mucho mejor que esa mañana. Eso era más de lo que hubiese esperado en días.
La sensación cálida de agradecimiento no la abandonó.
Hinata Hyūga no era una persona impaciente. Su personalidad colindaba mucho con su introspección y una timidez inusitada que la hacía parecer adorable. Desde niña fue así, aunque por esos años era bastante más retraída debido a todas las presiones de su padre sobre sus hombros. Sin duda alguna, su hermana Hanabi, a la que le llevaba casi seis años, era bastante más aguerrida, social y directa que ella.
Sin embargo, lo que pocos sabían, era que Hinata había convertido muchas debilidades en fortalezas.
Incluso si todavía albergaba una que otra inseguridad, nada de eso era realmente relevante cuando ella quería averiguar ciertos asuntos sin tener que preguntar directamente. Era críptica recolectando información, con métodos que solo podían ser ejecutados y entendidos por ella, por sus contactos o por su propia vista aguda mientras se quedaba de pie en un solo lugar del salón, solo observando con una sonrisa suave las acciones de otras personas.
Desde su matrimonio, había hablado con Sasuke una vez a solas. Solo habían tocado el tema de cómo se iba a ver su matrimonio al superar la fachada de la mansión del Clan Uchiha o la del Clan Hyūga. La otra cantidad de veces había sido durante los desayunos y las cenas en la mansión.
No podía decir que se sentía incómoda, pero tampoco se sentía cómoda, un poco de las dos, quizás. Todo aquello no era producto de su matrimonio obligado no consumado, tampoco de las atenciones que la señora Mikoto Uchiha le brindaba como su nuera más reciente (y la única que le quedaba, pues, años atrás, había perdido a Izumi al dar a luz a Ryūsuke, el único hijo de Itachi), tampoco era el hecho de estar casada solo de fachada (en secreto, pues su padre estaría consternado al enterarse de su trato con Sasuke); era algo más allá de todo eso.
Extrañaba la leve sensación de tener el control sobre su vida que le daba bailar, algo que no había podido hacer en las últimas semanas, tan extenuantes que el solo pensamiento la dejaba sin energía alguna. En la mansión Uchiha el ambiente se percibía normal, hasta mundano, excepto por el señor Obito, uno de los tíos de Sasuke e Itachi que había sufrido un accidente en su juventud y tenía la mitad del rostro parcialmente quemado, pues este siempre andaba de mal humor y parecía molestarle extremadamente el ruido, cualquiera que se pudiese hacer en la casa, especialmente si venía del pequeño Ryūsuke.
Había logrado captar una breve conversación entre el señor Fugaku y la señora Mikoto, hablando de un tal Madara del cual Hinata no tenía ni idea, pero no parecía agradarles la mención y ella no se había quedado para escuchar conversaciones ajenas que no tuviesen que ver con Sasuke.
Había algo en las palabras de Neji que ella había querido comprobar por su cuenta y justo ese día era el día.
—¿Cuándo vuelves a bailar, Hinata? Al menos tienes que despedirte del escenario de ballet como una Prima ballerina si decides dedicarte enteramente a tu matrimonio. —Hinata sabía que no era intencional, pero las palabras de Kurenai le dolieron en el corazón, haciéndola removerse inquieta.
Bebió un sorbo de su limonada y exhaló tan despacio como pudo.
—Mi padre no quiere que baile más, ni ballet ni danzas tradicionales. Dice que como heredera y mujer casada, ahora tengo un solo objetivo en mente —soltó con mucha suavidad, dándole un matiz doloroso a su delicada voz—. Quizás Matsuri o Yukata…
Kurenai alzó la palma en el aire para que se detuviera.
—Tu padre te obliga a casarte y ahora quiere que lo dejes todo. Pensé que algo le había quedado claro de la última vez que hablé con él —refunfuñó con seriedad, pero Hinata solo suspiró—. Solo tienes veintitrés años y un público que te ama. Ese Hiashi… No, ellas no pueden ocupar tu lugar entre mis bailarines —concluyó.
Sus ojos rojos refulgían. Hinata optó por mantenerse callada.
Más entrada la tarde, luego de despedirse de la directora de la academia, se dirigió a una de las sucursales de los Uchiha, esa en la que sabía que trabajaba Sasuke, con la excusa de hablar con él, no obstante, estaba movilizándose hacia allá producto de la curiosidad por lo que su primo le había dicho antes.
No podía solo esperar a que saliese a relucir su verdadero ser durante una cena familiar, ¿verdad? Quería quitarse las dudas.
La secretaria la recibió de inmediato, levantándose más rápido de lo que Hinata pudo parpadear.
—¿Señora Uchiha? —tanteó como para estar segura de que era ella. Conociendo el protocolo que se manejaba en las instancias del Clan Uchiha, debían haberle dado una foto de ella a cada empleado en recepción.
—Solo Hinata, por favor. La señora Uchiha es mi suegra Mikoto —murmuró con una sonrisa dulce mientras se sonrojaba, algo avergonzada por el título.
La secretaria enrojeció hasta la raíz del cabello.
—S-Sí. ¡Claro! —exclamó, quizás con un poco más de entusiasmo de lo normal, algo que la hizo sospechar—. Voy… Voy a avisarle al señor Sasuke que está…
—No lo hagas, por favor —detuvo ella, alzando sus dedos en el aire y hacia la muchacha—. Ya sabe que estoy aquí —dijo y pasó directamente hacia donde se suponía estaba la oficina del gerente de ventas. Solo había estado una vez allí acompañando a su madre y hace mucho tiempo, durante el instituto.
Algo de nostalgia la invadió al pensar en aquella época y el destello de un recuerdo azotó su mente, pero lo apartó tan lento como pudo. Siempre había vivido a través de los sueños, la imaginación y el baile. Ahora sentía que no tenía nada.
Evitó suspirar nuevamente hasta que se adentró en un pasillo de oficinas con cubículos espaciosos de vidrios ahumados. Sus pasos apenas se escuchaban para cuando llegó a la puerta de doble hoja al final, en la cual se desarrollaba una conversación en voz baja. Instintivamente se acercó bastante a la puerta para que nadie tuviese la oportunidad de ver su sombra.
Sasuke era el que hablaba esta vez.
—No, dobe. No quiere verme. ¿Cuántas veces te lo voy a decir? —Se notaba exasperado.
—¡Pero es que eres un teme, teme!
Hinata frunció el ceño ante esa voz desconocida que le evocaba algún recuerdo muy lejano, intentando aflorar hacia la superficie. Hubo un silencio que dio la impresión de ser bastante inquieto.
—Sabes cómo es ella, ya se le pasará.
—¿Cuándo? ¡La dejaste plantada el día de su boda! —Hinata se llevó las manos a la boca para ahogar un jadeo de sorpresa.
Si había hilado bien todos sus pensamientos, eso quería decir que…
—¡Baja la voz! Usuratonkachi. —Lo escuchó chasquear la lengua—. Intenté hablarle al día siguiente, fui a su apartamento…
—¿Y? ¿Qué te dijo? —La brillante voz de su acompañante se notaba ansiosa.
—Nada que te importe. Confórmate con saber que no quiso hablar —pronunció con neutralidad.
—¡Eso no me dice nada!
—¿Por qué…?
Hinata ingresó de improviso, cortando todo tipo de movimiento y conversación. Sasuke estaba sentado detrás de su escritorio de vidrio pesado con los brazos cruzados mientras que el otro hombre se congeló en su intento de dar otro paso alrededor, sobre la alfombra sintética de piel.
Los ojos opalinos se enfocaron en su obligado esposo primero, quien la miraba son el ceño profundamente fruncido, luego, en el hombre rubio que estaba con él. Su pulso descendió hasta que casi creyó que se desmayaría y luego empezó a latir tan deprisa que le dolió, contra el pecho. Se llevó la mano hasta allí casi contra su voluntad, por reflejo.
Tenía que haberlo imaginado. Tenía que haber imaginado que Naruto Uzumaki todavía estaba en contacto con Sasuke, aunque lo dudó cuando no le vio en su boda (por fortuna o desgracia, no lo sabía aún). Había sido su más tierno y bochornoso capítulo escolar, una colegiala enamorada de un apuesto muchacho rubio que era cinco años mayor que ella, agradeciendo todos los días que el colegio cubriese todas las etapas de educación para poder verlo todos los días, o al menos cuando podía.
—N-Naruto… —Se escapó de entre sus labios.
Los impactantes ojos azules se enfocaron en ella, confundidos.
—¿Me conoces? —interrogó acercándose hacia ella, quizás demasiado, a juzgar por el semblante enrojecido de Hinata.
—¿De dónde te conoce mi esposa? —preguntó Sasuke directamente a su amigo.
Naruto quitó su atención momentáneamente de Hinata y esta pudo respirar mejor. Él ladeó la cabeza, como pensando, antes de abrir inconmensurablemente los párpados.
—¡¿Tu qué?!
—¡Deja de tomar la comida con las manos, Kawarama!
Itama Senju, a su lado, retrajo completamente las manos para evitar que su madre lo regañara. Su madre daba demasiado miedo cuando se enfadaba y era mejor esconder las manos debajo de la mesa para que ella no notara esas terribles intenciones que gobernaban sus manos al querer imitar a su hermano mayor.
La mirada oscura de su madre se posó sobre él, con duda. Itama de inmediato tomó los cubiertos de la forma más correcta que pudo hallar y se ganó una mirada aprobatoria por parte de su progenitora. Uff, eso había estado cerca.
—Mito, no seas tan dura con los niños. Todavía no llegan ni a los siete años. —Esa voz afable de su padre, Hashirama, alegraba cualquier rincón de la casa, sobre todo cuando se reía.
Kawarama solo le mostró los dientes llenos de comida ante la mirada exasperada del tío Tobirama, cuyos ojos rojos y filosos miraban la escena con desaprobación.
—Como esperé. Malcrías demasiado a tus hijos. —Su tono era todo menos condescendiente y resignado. A Itama le había sonado como si él mismo quisiera llevarlos a su casa y reeducarlos. ¡Ni muerto se iba a ir a la casa del tío Tobirama!
—Eso es lo que yo le digo, Tobi —pronunció Mito. De verdad le tenía demasiado confianza, pues Tobirama no había reaccionado al apodo que parecía ridículo para él—. Es muy permisivo con los niños… —Interceptó de inmediato la mano de Kawarama, quien había estado a punto de dejar el cubierto para volver a comer con las manos.
Mito, con toda su paciencia, tomó la servilleta y limpió cada parte manchada de salsa en el cuerpo de su hijo. Tobirama miró a su hermano con altivez.
—Creo que te has ablandado demasiado. Dejaste el tema de las acciones de Hokage Inv. en el aire a pesar de que te advertí sobre las consecuencias de que esos dos —casi escupió ante sus menciones—, obtuviesen el beneficio de campaña.
—Bueno, bueno. ¿Mis hijos y las acciones? Ya te dije que no eran gran problema, Tobirama. Deja el tema. Siempre estás en guerra… —Suspiró dramáticamente, pero eso solo hizo que Tobirama elevara las cejas y se cruzara de brazos de la forma más estoica posible.
—No son advertencias por nada. Ahora mismo deben estar lavando dinero en su editorial —pronunció críticamente.
—Una vez más, fue una pelea justa, Tobi —respondió Hashirama antes de inclinar sus manos sobre la mesa. Su largo cabello enmarcó el rostro atractivo y bronceado con sus facciones festivas, aunque ahora parecía serio—. Además, ¿lavando dinero? La Editorial Akatsuki tiene la saga de libros más famosa del mundo. No creo que haya alguien en el planeta que no tenga al menos un libro de las "Las Crónicas de las Naciones Elementales" en su biblioteca.
—En esta casa no hay ninguno y espero que así se mantenga —subrayó Tobirama con su tono duro y fuerte. Su voz de bajo causó escalofríos en sus sobrinos, pero Kawarama definitivamente no iba a dejar que su tío arremetiera contra ninguno de sus libros favoritos.
—¡No puedes quitarme "El Retorno a la Aldea Oculta" y "El despertar de la Arena" tío Tobirama! —se quejó, Itama le dio un codazo porque los había delatado.
El silencio se hizo mortal y Tobirama giró su cabeza hacia Mito, entrecerrando los ojos con sospecha. Esta puso los ojos en blanco.
—¿Qué? Son los dos primeros de la saga, salieron hace veinte años y ni tú conocías la Editorial Akatsuki en sus inicios —defendió su postura como la única mujer (hasta ahora) que era capaz de refutarle algo a Tobirama tan de cerca y tan frontalmente.
El aludido chasqueó la lengua, pero no se deshizo de su profunda contemplación y eso se notó en sus rasgos adustos por su expresión. Mito sintió la necesidad de tentar más a su suerte. Su cuñado no era propenso a estar de mal humor, pero tenía un carácter difícil que no tenía nada que ver con el de Hashirama, aunque su esposo era excéntrico, muy excéntrico a su manera, empezando por querer plantar un árbol milenario (traído desde quién sabía dónde) en su jardín.
—Niños, a lavarse las manos y a lavar los platos luego de limpiar los restos de comida —ordenó Hashirama a sus pequeños, guiñándoles un ojo en el proceso a escondidas de su esposa y su recto hermano menor.
Vio ese brillo enternecedor en las pupilas de ambos y no pudo hacer más que sonreír. Adoraba a sus hijos, a su familia en general, era por eso que le gustaba reunir a todos para la cena sin tener ningún tipo de servidumbre en la casa, y aunque Tobirama era difícil, sabía que su hermano también los adoraba a todos, así que terminaba accediendo a sus peticiones.
—¡He llegado!
—¡Quien faltaba! —Hashirama se levantó emocionado, Tobirama giró la cabeza aún sin descruzar sus brazos y Mito sonrió en su dirección.
—¡Tía Tsunade! —corearon a tono los dos pequeños, corriendo hacia la rubia que acababa de cruzar el umbral que separaba la sala del comedor.
—Espero que se hayan lavado las manos al menos —refunfuñó Tobirama antes de sonreírle tenuemente a su hermana mayor. Probablemente una de las únicas sonrisas espontáneas que podían verse en su rostro.
—Eh, cuidado. Sin empujar —reprendió suavemente a los niños antes de dejar las bolsas sobre el mesón de mármol junto al ventanal—. ¿Cómo están todos? —inquirió a modo general, despeinando los cabellos de sus sobrinos y caminando hasta Hashirama, quien la estaba esperando para abrazarla y darle un beso sobre la coronilla, como si él fuese el mayor. ¿Por qué era tan alto?
—Todos bien —dijo Mito, borrando por completo el estrés de su hijo comiendo con las manos y ensuciando todo a su paso. Ambos habían regresado al fregadero de la cocina.
—Excepto por tu hermano Tobirama, Tsuna. Todavía se empecina en ver fantasmas —comentó mientras todos tomaban asiento. El mencionado bufó, tomando una postura rígida al descruzar sus brazos.
—Excepto por tu hermano Hashirama, Tsunade. Su exceso de confianza lo dejará en el hoyo creyendo que puede confiarle las cartas al enemigo sin sufrir las consecuencias —refutó con seriedad, causando que la rubia suspirara.
—Bueno, veo que el ambiente está mejor aquí que en el quirófano —mencionó irónicamente antes de intercambiar una mirada de circunstancia con su cuñada.
—¿Larga faena? Los niños comieron primero —cuestionó Mito, dándole un giro total a la conversación.
—Una operación difícil en otro hospital. Por suerte y voluntad del paciente, no pudo haber salido mejor —comentó.
—Eso es porque eres una Senju, cambiaste el rumbo de la operación —añadió Tobirama. Su orgullo era palpable.
—¿Has visto a Naruto últimamente? Ya no visita a su tía, ese ingrato —interrogó Mito con cierta tristeza.
—Pues, ahora que Jiraiya está enseñándole la etiqueta necesaria para que se mezcle con sus futuros colegas políticos, la cuestión estará difícil… Además, dile a ese mocoso que deje de llamarme abuela cuando le hables. Parece que le hace falta alguien con carácter de pelirroja en su vida —rumió la rubia mientras la Uzumaki reía y asentía a su petición.
—Bien, vamos a alegrar esto con nuestra cena —enunció el anfitrión de la noche.
Y como todas las veces anteriores, Hashirama se levantó a servir la comida él mismo con una mínima ayuda de una sonriente Mito, quien seguía perdidamente enamorada de ese hombre a pesar de que llevaban casados diez años. El ambiente se distendió y Tobirama se relajó, interviniendo en las banalidades que comentaban los miembros de su familia entre risas, aunque no sin antes mandar a los niños a lavarse los dientes y cambiarse la ropa para que se fuesen a dormir dentro de poco.
Tenía el turno de la mañana libre y empezaría apenas al mediodía con sus labores, sin embargo, ya no podía pegar el ojo para dormir. El reloj marcaba las seis de la mañana.
Sakura se llevó las manos hasta la cabeza, pasando entre las hebras rosadas. Parecía que su cabello no había crecido ni un ápice, pero eso era lo que menos le interesaba comprobar ahora. Estaba extrañamente cansada y había soñado algo que no recordaba, pero era una sensación molesta que no la abandonaba y debía pincharse el cerebro para intentar recordar su sueño.
Tosió un poco y tomó su celular. Sus somnolientos ojos vieron las notificaciones y captó de inmediato una nota de voz de Ino. ¿Era por lo del desayuno? Sakura se sentía renovada esa mañana, así que estaba dispuesta a desayunar con Ino una vez más, así no tuviese que trabajar tan temprano. Era una nota larga, así que ella la reprodujo mientras caminaba hacia el baño para hacer sus necesidades y asearse.
"Buenos días, frentona."
Ino se notaba algo cansada cuando la saludó, así que eso la hizo fruncir el ceño ante su pausa.
"Se suponía que me tocaba escoger a mí el lugar del desayuno y la hora, pero estoy jodida desde hace dos horas. Recibimos una llamada urgente de un hotel finísimo al que se le ha sido violada la seguridad… No me preguntes cómo, ni yo lo sé, quizás Shikamaru pueda sacar algo en claro. Nos vamos a movilizar temprano para obtener pistas de la escena. Hasta donde sabemos, no hay un asesinato, pero sí parece algo muy grave."
Otra pausa que causó algo de tensión en el cuerpo de Sakura. Sabía que Ino se había metido en muchos casos, incluso infiltrándose con ese don suyo de leer exactamente lo que quieren las personas involucradas y su carisma avasallante. Su familia estaba relacionada con la policía y ella no había sido la excepción nunca, incluso desde muy joven, pero Haruno pudo sentir algo aflorando en la boca de su estómago, una sensación de peligro palpable.
"Te avisaré cuando me desocupe. Cómete un anko por mí."
La nota concluyó cuando ella se terminaba de cepillar los dientes. Miró el teléfono con sujeción y suspiró. Le enviaría una nota de vuelta, solo para dejarle en claro que tenía que cuidarse, incluso si era probable que no la escuchase en ese momento.
—Está bien, cerdita. Recuerda que el desayuno es la comida más importante del día, te activa. No trabajes sin comer y cuídate mucho.
Sakura se metió a duchar con rapidez justo al recordar (de nuevo) que no había dejado su currículo en Akatsuki. ¿Estaría a tiempo? Según la publicación de su página oficial, los nombres de los seleccionados para la entrevista presencial, saldría en un par de días. Quizás, si se apuraba...
—¡Apúrate Sakura! —gritó a todo pulmón, enjabonándose, inyectándose de energía para el día. Se sentía extrañamente animada, pero no adjudicaba una razón específica para ello.
Pasó por la panadería de confianza y se llevó el desayuno que habían planeado antes de tomar el bus hacia la Avenida Artística, el nombre más conocido para el paseo conmemorativo a todos los artistas que habían nacido o criado en Konoha y habían dejado una prominente huella en el corazón de la gran ciudad. Allí estaban todos los edificios que se dedicaban a las Letras y las Humanidades, además de plazas, restaurantes, callejones, tiendas y la gran librería en la que a Sakura le había gustado tanto leer en sus días de instituto, metiendo la nariz en todo libro que llegara a ella cual ratón de biblioteca.
Afianzó la carpeta con su currículo antes de bajar del bus y guardar su tarjeta de transporte. La bolsa de papel con su desayuno estaba resguardada en su bolso, pero luego desayunaría tranquilamente después de entregar lo que debía.
Llegó rápidamente a la Editorial Akatsuki, un gran edificio de fachada cerámica y ocho plantas relucientes, y a esta hora sí había gente, aunque no tuvo que esperar mucho antes de que una bonita mujer de cabello azul perfectamente recogido aceptara su carpeta.
—Sí aceptaron mi escrito, pero tuve un accidente con el currículo… Es la redacción que no tiene firma. Disculpe —dijo ella atropelladamente, solo para encontrar que la mujer subía las manos en señal de que parara.
—Tranquila. Si es así, mi jefe ya lo sabrá —soltó con voz tranquila antes de decirle que se podía retirar.
Así, sin más.
«Quizás no debí levantarme tan temprano…», se dijo, dándose cuenta de que apenas eran las ocho de la mañana y ya no tenía nada que hacer por allí. «Quizás pueda vender mis conocimientos médicos para completar la paga del fin de mes», pensó concienzudamente. No sería mal negocio, si se pudiese.
Pensando en buscar un lugar adecuado para comerse su desayuno, el celular sonó en su cartera. Pensó que era Ino, pero casi lo soltó cuando leyó el nombre de Sasuke (Mi amor) y cinco mensajes. ¿Por qué coño no había borrado el número de Sasuke todavía? ¿Para que no se le terminara de olvidar o qué? Gimoteó, presa del pánico. Sintió un cosquilleo en los brazos, pero no uno agradable, sino ese tipo de cosquilleo del incremento de la presión arterial que adormece los brazos.
¿Pero podía sucumbir al impulso de estrellar el celular contra el suelo? No. No tenía dinero ahora para reponerlo o comprarse uno nuevo, y aparte estaba descartado que se quedara sin celular o Naruto, o Ino o Tsunade la matarían.
Ojalá hubiese podido quitarse el malestar. Ojalá hacerse un lavado de cerebro como sí se podía hacer un lavado gástrico. Sakura se dio cuenta de que estaba teniendo un ataque de ansiedad al sentir que no podía respirar. Apretó una mano contra la pared mientras su cabeza se llenaba de imágenes, concretamente de ella mirándose al espejo mientras Sasuke la aprisionaba contra la pared. Había una capa viscosa en esas memorias, turbia, llena de suciedad. Indigna, impura. Macabra.
«Mierda, no. Estrés postraumático.»
Lo sabía. Con las manos temblorosas, buscando oxígeno en ese callejón, tuvo que dejar caer la bolsa de su desayuno y borrar los mensajes con la vista más allá de la pantalla. Lanzó un sollozo angustiado, aun cuando sabía cómo debía calmarse. Durante los días de las investigaciones sobre el accidente de sus padres y todos los arreglos para el sepelio, Naruto la había llevado ante una más joven Tsunade. Había sido la primera vez que la había visto, pero le ayudó a controlar su ansiedad dándole muchos datos importantes que ella atesoraría hasta el día de hoy.
Contempló la calle, enumerando cuánto objeto había, cuántos colores veía, a qué olía el viento que le refrescaba las mejillas. Recitó mentalmente la lista de cosas que iba a hacer durante el día, distrayendo totalmente su atención mientras permanecía agachada. Su temblor casi moría para cuando la mano suave de una señora se apoyó sobre su espalda. Sakura alzó los ojos verdes de inmediato para encontrarse con el rostro arrugado de una anciana, cuyos ojos oscuros y reflexivos le transmitieron tranquilidad.
—Ven, niña. No puedes estar allí con esa crisis —dijo.
Ella todavía sentía la respiración entrecortada y sus piernas se tambalearon en cuanto se levantó con ayuda de la señora. Se fijó que ella tenía la bolsa de su desayuno caído en una de sus manos y se dejó guiar por la tonada afable en su voz menuda.
—G-Gracias —atinó a decir.
—Dámelas cuando estés recuperada —respondió, haciéndola pasar a través de una puerta de cristal con bordes de madera.
El tintineo leve de la campana sobre su cabeza también la ayudó a distraerse. La estancia era preciosa para ella. Era un local pequeño, pero lo sintió acogedor. La vitrina, empotrada en un mesón de granito, mostraba un conjunto de panes y dulces que se veían apetitosos, había cuatro taburetes allí. Más allá, superando la vitrina, había una estantería de cristales amplia que cubría la parte frontal de toda esa pared e imitaban el reflejo y las luces del cuarzo. A su lado derecho había una escalera de caracol que iba a un segundo piso…
Y eso fue todo lo que detalló Sakura ante la nueva presencia que se asomó por ese lugar.
—¿Estás bien? —preguntó directamente.
Ella parpadeó algo aturdida, pero asintió lentamente. Tenía la impresión de que lo había visto en alguna otra parte, o al menos ese cabello sí, pero no pudo recordar dónde.
—Siéntate, jovencita —sugirió amablemente la anciana y ella así lo hizo mientras el hombre bajaba las escaleras—. Sasori te vio por el vitral del segundo piso y por eso salí. Me temo que se te ha estropeado el desayuno porque se salió de su bolsa.
—Puedes desayunar aquí. Cortesía de la casa —habló el muchacho con un deje elegante en su tono.
Sakura se preguntó cómo era posible que una mirada tan almendrada se pudiese ver tan afilada al mismo tiempo. El mencionado se movió con avidez detrás de la vitrina, con pasos casi etéreos a sus ojos, sin tosquedad. Diría que hasta hubiese podido parecer femenino en otra circunstancia, pero solo estaba siendo refinado, como si hubiese crecido entre la aristocracia o algo de eso. Cuando volteó a mirarla, tenía una media sonrisa que combinaba perfectamente con el tono de arenisca en sus enigmáticos iris. ¿Estaba segura de que no lo había visto en alguna revista o algo? Se obligó a hablar para no parecer pasmada.
—Muchas gracias por la ayuda —emitió, sentándose en el taburete y dejando de apretar el celular entre sus dedos cuando afincó la mano sobre la vitrina. Su bolso seguía intacto y anclado a ella—. Yo…
—No es necesario que expliques, no te inquietes. —La amable señora dejó un plato con una empanada rellena y una taza de chocolate frente a ella—. Yo soy Chiyo y este es mi nieto, Sasori. —El aludido inclinó levemente la cabeza hacia ella.
Ella le devolvió el gesto a ambos. Se sintió aliviada por tener este tipo de atención después de su breve crisis. De haber estado en otro lugar, Tal vez hubiese tardado un poco más en recuperarse.
—Gracias por el desayuno —pronunció—, ¿cuánto..?
—Cortesía, ya te lo dijo mi nieto —cortó la anciana Chiyo.
—Estaré en el atelier —informó el muchacho. Sus ojos se encontraron una vez más con los de Sakura y subió las escaleras de caracol tan rápido como había bajado.
En serio. Ella lo había visto en otro lado, estaba segurísima de eso, pero le daba vergüenza preguntar si era una celebridad encubierta o qué.
—¿Atelier? —dejó caer sin intención antes de comenzar a comer. La empanada estaba divina y el chocolate glorioso.
—Creamos y restauramos marionetas en el segundo piso —contestó Chiyo. Sakura pensó que era bastante apropiado para ser una transversal de la Avenida Artística.
Fuera como fuese, no volvió a ver a Sasori en la hora siguiente, pero conversar con Chiyo sobre pintura y tallado (más bien ella aprendiendo de la anciana) le trajo paz a su alma.
Salió con la promesa de que volvería pronto, así que sería estupendo si de verdad la aceptaban como parte de la Editorial Akatsuki a pesar de todo.
El incidente con los mensajes de Sasuke estaba relegado en su memoria, pero Sakura sabía que tenía que trabajar con su estrés y la ansiedad que había dejado como secuela. Si se había puesto así con solo leer su nombre en el celular y saber que estaba intentando comunicarse con ella, entonces no quería ni imaginarse cómo sería verlo de frente otra vez.
La situación era una mierda.
Fue directamente a tomar el bus que la llevaría de vuelta a su casa, aunque quizás estaría ya bueno acercarse al hospital a pesar de que le quedaban casi tres horas libres antes de empezar su turno. Cualquier cosa antes que regresar al recuerdo reciente… Quizás debería quitar el espejo del pasillo…
—Sakura.
Ella se detuvo de súbito. Ni siquiera se había dado cuenta de que tenía un auto al lado, mucho menos que fuese él el dueño de ese descapotable blanco.
—Señor Madara —saludó con una leve sonrisa, aunque tuvo que ocultar (como mejor pudo) lo estupefacta que estaba. ¿Cuántas veces se iba a quedar mirando algo como idiota?
Madara llevaba gafas de sol y su cabello salvaje estaba atado con una coleta baja a media melena. La joven se fijó en que llevaba una sencilla camisa blanca perfectamente abotonada y de una tela fresca. Él utilizó el índice para descender levemente la montura a través del recto puente de su nariz.
—¿Estás de paseo? —preguntó, aunque siguió avanzando lentamente y ella siguió el ritmo porque no podían detenerse a hablar en la vía, al menos él no con el auto.
—Vine a entregar un currículo a una editorial —comentó.
Él asintió.
—¿Quieres subir? Es algo incómodo manejar así —interrogó.
—Claro, disculpe —dijo ella mientras él se detenía. Esperó que pasase el auto del otro lado del carril y ella abrió la puerta para subirse.
—No te disculpes por nimiedades, Sakura. Fui yo el que se detuvo —formuló y ella se sintió avergonzada, sin razón alguna.
—S-Sí… —tartamudeó. Quizás todavía estaba medio distraída por su crisis, ¿no?
Madara la observó de reojo mientras manejaba de nuevo. No se había puesto el cinturón, notó con extrañeza. Había notado que era alguien muy responsable con la seguridad y lo primero que hacía al subirse al auto era colocarse el cinturón. Lo había hecho el día anterior las dos veces que se subió a su auto.
Eran esas pequeñeces las que captaba. Algo le pasaba.
—Bueno, dime a dónde vamos.
No le alcanzó la vista periférica para abarcar tanta perplejidad en el semblante femenino.
—Piso completamente inspeccionado.
Neji Hyūga habló a través del auricular de espiral en su oreja. Una voz le devolvió el comando y él comenzó a caminar en dirección a Temari, quien todavía se encontraba al final del pasillo con los brazos cruzados. Su mirada verde era dura y se notaba lo malhumorada que se encontraba, pero no era para menos.
Detrás de él, en la entrada de una de las dos únicas suites de la planta, se desarrollaba el encuentro de los cuerpos de seguridad y los detectives que habían acudido al lugar. Neji había visto brevemente el desastre, con muebles, cojines y gavetas desperdigadas por todo el lugar, como si alguien hubiese entrado a revolver todo el sitio, buscando algo. Al parecer, nada de valor se había perdido, pero había otro tema aún más llamativo en todo aquello.
—¿Cómo es posible que no haya ni una sombra en las cámaras de seguridad? —preguntó Temari antes de llevarse una mano hasta la frente.
Le había pedido a Kankuro que se llevara a Gaara a la recepción, después de todo, su suite era la que había sido volteada patas arriba mientras ellos estaban grabando una entrevista para un programa de variedades en la madrugada. Todo lo que habían querido hacer era dormir en cuanto tocaron la plante y, ¡sorpresa! La puerta de la suite de Gaara estaba entreabierta y adentro todo estaba desordenado, como su hubiese pasado un huracán por allí.
—Los ataques así a celebridades, sobre todo a cantantes tan famosos, suelen eh… escalar hasta estos extremos…
Temari había estrellado una mano contra la mesa, justo al frente del rostro conmocionado del jefe de policía, Hiruzen Sarutobi. Sus subordinados habían contenido un jadeo ante semejante carácter que consideraron irrespetuoso.
—No creo que eso sea una respuesta concreta, señor jefe de policía. —Su voz sonaba falsamente melosa, porque detrás ocultaba un aguijón lleno de socarronería —. Es la primera vez que nos pasa esto en Konoha y, ciertamente, no nos pasa esto en Suna nunca. Espero respuestas.
Antes de lo que cualquiera pudo responder, Temari se había ido. Neji había presenciado la escena y luego se unió a su silenciosa contemplación. Estaba como su escolta hoy desde que salió del hotel rumbo al estudio de grabación. Podía ver la preocupación por sus hermanos bañando su rostro a pesar de que todos los demás solo podían ver la furia que rugía en sus ojos de musgo.
—Averiguaremos lo que haga falta —susurró Neji en su dirección.
Ella alzó los ojos hacia él, emitiendo un suspiro.
—Ciertamente, confío más en ti que en ese Sarutobi. Nunca resuelve nada de lo que nos ha pasado, ni siquiera las insignificancias —confió, casi en un gruñido.
Neji le ofreció una media sonrisa y luego alzó la vista hacia Shikamaru Nara e Ino Yamanaka, quienes ya se estaban acercando hacia ellos. Todos se saludaron con un asentimiento simple, no era hora de socializar por placer.
—Señorita Temari, estos son el detective Nara y la detective Yamanaka. Estarán encargados del caso.
La aludida alzó la vista, estrechó la mano con la rubia detective y luego con el detective Nara, a quien le ofreció una mirada entre rendijas. Si era verdad que era un genio inclusive entre los policías, entonces esperaba resultados concretos, no los que el viejo Sarutobi arrojaba. Estaba demasiado senil para el puesto
—Buena suerte, espero que ustedes sí logren encontrar algo, porque dijeron que no había ni una mota de polvo en la lente de la cámara —manifestó sarcásticamente.
—Ya lo veremos. No se preocupe —respondió Shikamaru, rápido y metódico.
Ino intercambió una breve mirada con Neji antes de desviarla a cualquier otro lado que no fuesen esos dos. Para ella estaba claro que la cantante y el detective no iban a llevarse demasiado bien en un inicio. ¿Alguien sintió esos rayos y centellas entre sus personalidades? Pues, ella sí que lo había sentido bastante claro.
Tomando en cuenta que Tobirama fue el creador del Edo Tensei y otro arsenal de jutsus prohibidos en su universo, en mi cabeza tiene sentido que sea alguien moralmente cuestionable, aunque él crea que está haciendo lo correcto. Ya sabemos que su visión del mundo es muy práctica en la trama y resulta natural que un enemigo nato desconfíe a esos niveles de él (Madara en este caso).
El Sudoku es un rompecabezas de lógica que se resuelve de forma numérica, fue popularizado en Japón y luego internacionalmente. Pongo el dato porque no mucha gente lo conoce, al parecer.
Tengan en cuenta que el desarrollo de la pareja principal será lento, no tanto, pero sí lento. Sakura tiene que sanar mucho de sí misma primero (al menos los capítulos son largos, eh, menos espera para ver a la parejita consolidada).
¡Respondiendo comentarios!
Masapam. ¡Muchas gracias por pasarte! Sasuke siempre de maldito jaja. Qué bueno que te guste Madara, aunque también tendrá sus cosillas mañosas, porque no sería él si no hay odio de por medio. ¡Saludos!
Katsurane. Esa guerra milenaria tiene nombre, apellido y ubicación jaja, pronto se destapará quién empezó el lío. Espero que en este capítulo se te hayan aclarado muchas dudas que tenías al respecto, aunque todavía falta desarrollar mucho más de las historias de varios personajes. Pff, Sakura desaprovechó total la oportunidad de partirle el espejo ese en la cabeza, con puntería seguro le sacaba un ojo (lo menos que se merece). A ver cómo se desarrollan esos dos, sí. ¡Gracias por pasarte!
Amy. Ay, me encanta que te encante esta Hinata, va a tener sus cositas, claro, pero es una dama esa mujer, ante todo... Y tímida con cierto rubio, no lo olvidemos jaja. Neji y Hinata tienen más trasfondo, pero se irá desarrollando a medida que avance la trama. Me alegra saber que te encanten las situaciones y ojalá te hayan gustado las de este capítulo también. Con Madara, pling, respuesta obtenida ya jajaja. Hombre precavido vale por dos, dicen. ¡Gracias por pasarte! Y esoero que también leas este capítulo varias veces.
Kou. Ay, siento que te haga falta Itachi en otro capítulo, pero al menos se nombró, eh. ¿Qué tal el Madara hoy? Habrá dejado su impresión en Sakura, seguro. Sasuke siendo Sasuke en su modo semi-oscuro y... ¿De verdad te dio esa impresión la relación de Hinata y Neji? Vale, quizás son demasiado cercanos jaja. Espero que te hayan gustado las respectivas apariciones de Tobirama y Sasori. ¡Agradezco tu comentario!
Bry. ¡Gracias! Me alegra mucho que pienses eso de esta historia. Todos queremos darle piñas a Sasuke, es un sentimiento universal en este momento y en este lugar jaja. Espero que te vaya gustando más y más, hay un desarrollo lento con ellos, pero progresivo y que irá más allá con cada capítulo. ¡Gracias por tu comentario!
Una vez más, gracias por leer. Y aún más agradecimientos si me dejas saber tu opinión.
¡Saludos!
