47


Bella

—¿Por qué crees que haya dicho eso? —Edward formula la misma pregunta de otra manera… una vez más.

—No lo sé, Edward—suspiro, apoyando mi cabeza en el asiento y absteniéndome de googlear la respuesta.

—¿Crees que algo ande mal?

Lo miro por el rabillo del ojo. Tamborilea los dedos sobre el volante nerviosamente. El silencio en mi camioneta está volviéndose tan sofocante que me atrevo a bajar un poco la ventanilla. El aire frío me da en la cara y me ayuda a bajar el sonrojo.

—Espero que no—respondo, sabiendo muy bien que hay algo mal.

Edward no dice nada más durante el viaje y finalmente nos detenemos en el estacionamiento del consultorio de Zafrina. Él alcanza mi mano sobre la consola y le da un apretón.

—Está bien—murmura, mirándome a los ojos y sonríe ligeramente—. Te quiero.

Suspiro, como si pudiera inhalar sus palabras. Estoy a nada de tener un colapso nervioso y su confesión hace que mi pecho se apriete y que las lágrimas piquen detrás de mis ojos.

—Yo también te quiero.

Edward se inclina hacia mí y deja un beso en mi boca. Sostengo su cabeza entre mis manos y nos quedamos así por unos segundos.

Finalmente, sale de la camioneta con un salto y alcanza mi puerta, tendiéndome su mano.

Zafrina y Senna están en la recepción, del otro lado del escritorio y Zafrina se pone de pie tan pronto como me ve.

—Hola—sonríe—. ¿Cómo estás?

—Bien—mascullo, tragando el nudo en mi garganta.

—De acuerdo. Vayamos adentro—señala el pasillo con su barbilla y le doy una sonrisa temblorosa a Senna antes de seguirla.

Zafrina le sonríe incómodamente a Edward y él se revuelve el cabello con su mano libre.

—Él es Edward, mi novio—aclaro.

—Por supuesto. Un placer—ella comenta, indicándonos tomar asiento—. Entonces la prueba es positiva.

—Así es.

—Y dices que fue a inicios de diciembre. ¿Hace tres semanas entonces?

—Si… creo—añado.

La mano de Edward está sudando sobre la mía, así que la suelto y él comienza a tronarse los dedos, mientras su pie golpea el piso.

—¿Has tenido cólicos o dolores similares?

Edward alterna su atención entre ambas y coloco mi mano en su rodilla, deteniendo su incesante golpeteo.

—No.

—¿Algún otro síntoma? —ella pregunta, dando clics en su computadora.

—Sólo el retraso.

—¿Puedes recordarme cuándo colocamos el DIU?

—Hace tres años.

—¿Fue para tres o diez años?

—Diez—. Si tan sólo hubiera funcionado… Me pregunto si me mintieron y en realidad me colocaron uno de tres.

—Bien. ¿Cuántas parejas sexuales has tenido desde que lo colocamos?

Mierda, esto será vergonzoso. Paseo mi vista por la habitación, contando mentalmente y le echo un vistazo a Edward. Él me está mirando, esperando por mi respuesta. Zafrina continúa con la vista pegada en la computadora y parece no notar la incomodidad.

—Eh…—carraspeo—. Cuatro.

Edward se remueve incómodo en su silla, gira el cuello, como si intentara tronarlo.

—Bien. ¿Alguna infección o ETS?

—No.

—¿Usaste algún otro método anticonceptivo durante tus relaciones sexuales?

—Condón.

—¿Con todas tus parejas?

—Con dos no.

—Mh-mm

Miro a Edward, sus mejillas están coloreadas de rosa y medio sonríe viéndose los pies, aprieto su rodilla y me mira de soslayo.

No sabía que el Edward nervioso era todo risitas.

—¿Cómo están tus periodos? ¿Regulares? ¿Dolorosos?—Zafrina continúa con su interrogatorio.

—Regulares y dolorosos.

Ella me mira, entrecerrándome los ojos.

—¿Siempre han sido así de dolorosos?

—No. Creo que comenzaron a molestar desde abril.

—De acuerdo. ¿Puedes continuar con tus actividades diarias durante tu periodo?

—Seh, el dolor no llega a ser tan malo.

—De acuerdo—Zafrina exhala, entrelazando sus dedos sobre el escritorio—. Tendremos que hacer un eco para asegurarnos. Ahora, hay dos posibles escenarios, uno bueno y uno malo. ¿Cuál quieren saber primero?

—El malo—responde Edward, entrelazando su mano con la mía. Me sujeta fuertemente, puedo sentir un ligero temblor.

—Es muy probable que los embarazos con DIU sean ectópicos. El escenario malo es que el tuyo sea así. El embrión está en tu trompa, justo donde no debería de estar. Si lo dejamos ahí, él continuará creciendo, pero es un hecho que no lo logrará. Terminarás en urgencias con mucho dolor y tu vida puede estar en peligro.

Aprieto la mano de Edward mientras mi interior se retuerce. No puedo identificar quién le está cortando la circulación a quién, sólo sé que su fuerte agarre es lo único que me mantiene aquí.

—De acuerdo. ¿Y el bueno? —cuestiono.

—El bueno es que el embrión esté perfectamente bien situado. Si el DIU está a fácil alcance, lo retiramos y ya. Podrás continuar con tu embarazo sin ningún problema.

—¿Qué pasa si es ectópico? ¿Podemos arreglarlo? —Edward pregunta, apoyando su mano libre en su otra rodilla e inclinándose interesado.

—Por eso les pedí que vinieran ahora—ella explica y deja caer sus hombros—. No puede pasar más tiempo. Si el embrión está en la trompa tendré que hacerte un legrado. No tiene sentido esperar. Tu trompa puede romperse y habrá demasiado sangrado interno.

Edward se rasca el cabello y su mano tiembla incontrolablemente en la mía, así que la sostengo con ambas.

—Hagamos un eco y resolvamos el misterio—Zafrina soluciona, impulsando su silla. Ella camina hacia detrás del biombo y miro a Edward.

—Hey, está bien, ¿sí? —susurro, rascando su mejilla.

Él inhala profundamente y asiente en silencio.

—Vamos—jalo su brazo y hacemos nuestro camino hasta Zafrina.

—Acuéstate aquí y déjame ver tu barriga—ella palmea la camilla mientras pica botones en sus máquinas.

Edward me ayuda con el abrigo y la bufanda y apoya sus manos a mi costado, mirándome intensamente. Luce asustado y nervioso, su cabello está terriblemente revuelto y le doy una pequeña sonrisa, animándolo, como si yo no sintiera que estoy a punto de morir.

Zafrina se gira a mí e inspecciona mi abdomen.

—Voy a desabrochar tus jeans. No tienes nada que no quieres que vea, ¿verdad? —ella me guiña y aprecio su esfuerzo por tranquilizarme.

—No, hoy no.

—Hoy no—murmura, observando la pantalla y luego continúa inspeccionando mi piel distraídamente—. Cuando hay una ruptura del ectópico usualmente aparece un moretón debajo del ombligo, por el sangrado. Se llama la seña de Cullen.

—Mi apellido es Cullen—Edward masculla, mirando mi panza.

—¿Sí? Bueno, esperemos que no sea una señal—Zafrina sonríe tranquilizadora—. Eres… ¿eres familiar del Dr. Cullen? —pregunta algo insegura.

Edward comparte una mirada conmigo.

Ja. Quién lo diría, el hijo de un gran médico embarazó a su novia de cuatro meses. Espero salir viva de esto para poder burlarme de él después.

—Si, ehh… es mi papá.

—Oh—y ella suena sorprendida ¿o lo está fingiendo? —. Un gran colega.

—Si…—Edward dice en voz baja, alargando la palabra.

Ella comienza a hacer su trabajo sobre mí y observamos la pantalla que no nos dice nada. Su ceño se frunce en concentración por un rato y luego una pequeña sonrisa se instala en su boca.

—Ah, ahí está, ¿ven esto? —señala un pequeño punto, un punto negro entre toda esa imagen a blanco y negro. Luce como si hubiera un hueco—. Ese es su bebé. Justo donde debe de estar. ¡Todo está bien!

Los dedos de Edward se enredan con los míos y lo miro. Hay una gran sonrisa en su rostro, sus ojos brillan y esa mirada asustada se ha ido. Luce radiante y jovial. Me mira y correspondo su sonrisa.

—Todavía es muy pequeño—comenta Zafrina.

A mí me parece perfecto. Ya es mi mundo entero. Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies, alzo mis hombros, controlando el espasmo.

—Y este de aquí es el DIU—ella señala una línea blanca—. Debería de estar aquí arriba. Se movió, pero no lo hizo mucho, seguramente fueron las contracciones de tus cólicos en el periodo. Bien, quitémoslo de ahí, traeré mi equipo.

Zafrina se mueve alrededor y me tiende una bata quirúrgica.

—Ayúdame con esto, Bella. Quita tus pantalones y tu ropa interior. Edward, puedes salir si no quieres ver esto. Vuelvo en un momento.

Espero a que ella salga del consultorio para sonreírle a Edward.

—¿Vas a irte?

—¿Bromeas? Es como estar viendo una película—me tiende la bata y saco mis botas.

—¿Seguro? Has tenido cara de asustado durante toda la noche—pico su costado y él salta.

—Ay, vamos, Bella, tú también estabas asustada.

—Pero ya no.

—Ya no, ¿eh? ¿estás feliz? —su sonrisa es contagiosa. Se sienta a mi lado y golpea mi hombro con el suyo.

—Jodidamente contenta.

Él ríe y besa mi sien.

—Seh, yo también.

Me estremezco una vez que estoy usando la bata y él me sonríe cálidamente.

—¿Tienes frío?

—Sip—agito mis piernas al aire.

—Puedo calentarte cuando estemos en casa—dice con voz seductora mientras se inclina para dejar un beso en mi cuello.

—No, gracias. No volveré a tener sexo después de esto.

Él ríe contra mi piel.

—Veremos.

Le entrecierro los ojos juguetonamente y finalmente Zafrina regresa.

Edward luce ansioso y maravillado al mismo tiempo mientras la ve hacer las preparaciones.

—Esto puede ser incómodo—ella advierte.

Sujeto la mano de Edward durante el doloroso proceso y él frunce el ceño y arruga su cara en dolor al ver mis muecas. Soba mi brazo, como tranquilizándome.

Zafrina hace otro eco al finalizar.

—¿Quieren que les imprima esto?

—Si, por favor—acepto y ella camina hasta su escritorio mientras termino de vestirme.

—Todo estará bien—repite ella—. Te recetaré unas vitaminas, puedes dejar de tomarlas si te provocan nauseas. Come tus vegetales y relájate. ¿Sigues haciendo yoga?

—Si.

—Bueno, ve tranquila con eso. No queremos que sigas trepando paredes ni sosteniendo todo tu peso con un dedo.

Edward se ríe a mi lado y me da un codazo.

—Entendido—sonrío.

—Bueno—ella suspira, poniéndose de pie y llevándonos a la puerta—. Parece que estaba destinado a suceder. Felicitaciones, mamá y papá.

xxx

El viaje a casa es silencioso, aunque ligero. Ambos estamos perdidos en nuestros pensamientos y ya no me siento nerviosa o desesperada. No por el momento, al menos.

Paso el rato pensando en que no es así cómo debería de sentirme. No debería estar tan tranquila, como si mi vida no acabara de dar un giro… otra vez.

Pero lo estoy, me siento tan… plena, como si nada malo pudiera pasar.

Observo el paisaje oscuro y nebuloso por la ventanilla cuando Edward rompe el silencio.

—¿Quieres una hamburguesa?

Estamos llegando al McDonald's y no es como si él pudiera detenerse, pero las calles están extrañamente vacías y asiento, así que Edward da una vuelta en U y entra al drive-thru.

—No puedes dar vuelta así.

—No hay ni un alma aquí—musita.

Ordena nuestra cena y la coloco en mi regazo, sosteniéndola con ambas manos en un intento por calentarlas.

Él no dice nada más y tampoco enciende la radio.

Dejo a mi mente divagar. Pienso en colores neutros y pasteles para su habitación, me imagino un pequeño oso de peluche, pienso en pequeños pies rosados y luego mi papá aparece ahí. Sonriente, sosteniendo un bulto que se mueve, algo que no sucederá.

¿Lo sabes, papá? ¿Sabes que estoy embarazada?, le pregunto en mi interior mirando al cielo oscuro, ¿lo enviaste tú? Recuerdo el sentimiento de soledad que me llenó en la cena de Navidad, en su silla vacía que todos tratamos de ignorar, en mí de pie, sosteniendo una copa de vino, con nadie a quien abrazar.

Un nudo se instala en mi garganta y mis ojos pican.

Lo sabes, ¿verdad? Por supuesto que lo sabes. ¿Tenías que irte tú para que llegara él? Papá, ya no estoy tan sola.

Entierro mi barbilla en mi bufanda y el movimiento causa que las lágrimas salgan. Se pierden en el borde de la tela y aprieto los labios para ahogar un sollozo.

Edward entra a mi garaje y limpio mis mejillas rápidamente cuando él baja de la camioneta. No necesitamos más emociones locas, muchas gracias.

—¿Quieres ver un episodio de UVE?

—Claro, sólo iré al baño primero—le respondo.

Edward estuvo increíblemente feliz con su regalo. Admitió que no lo esperaba y ahora pasa sus ratos libres consumiendo DVDs. Literalmente. En cada segundo disponible.

No insisto en hacerlo hablar, tampoco quiero hacerlo. Prefiero ignorar el hecho por el resto de la noche y, si consumir entretenimiento es su mecanismo de defensa, estoy contenta con eso. Incluso dejo que termine todo el cátsup.

Si yo estaba asustada, no puedo imaginar cómo está él: la persona que cree que todo es demasiado, que lidia con los asuntos de la vida en pequeñas dosis, la persona que nunca está lista, que siempre camina cuando el resto está corriendo.

Vemos dos episodios antes de acordar en silencio que es hora de ir a la cama.

Ahí, él suspira y se cubre completamente con la colcha. Lo imito cuando finalmente me le uno y puedo sentir su respiración condensando nuestro fuerte improvisado. Lentamente, estira su brazo, luego su mano está en mi cadera. Quiere acercarme a él.

—No creo poder dormir—susurra.

Sonrío levemente y tanteo el espacio entre nosotros para encontrar su rostro. Alcanzo su barbilla y deslizo mis dedos por su mejilla, rascando.

—Yo tampoco.

Él no agrega nada más, así que cierro los ojos para intentar dormir, pero la mano que ahora descansa en mi espalda baja se desliza por mi torso y sus dedos temblorosos rozan mi abdomen, hasta que su palma lo toca también.

—Siento que ya lo quiero—confiesa—… Es extraño.

—¿Qué es extraño?

Lo siento encogerse de hombros.

—Siempre… los sentimientos llegan eventualmente a mí—explica, su voz continúa siendo un susurro—. Como en pequeñas dosis, como si todas las cosas se fueran apilando y ahora… es diferente. Sólo… nacieron. De la nada. Siempre esperé que eso sucediera, creí que sería algo bueno.

—¿Y lo es?

—Lo es—acepta.

Le sonrío, esperando que pueda escuchar mi sonrisa.

—¿Estás feliz? ¿O asustado?

—Ambos. Es demasiado, ¿sabes? Le tenía miedo a esto… a que todo llegara de golpe.

—Mm-mm.

—Pero no es para nada a como pensé que sería. No es malo, es… se siente correcto. Es fácil… como sea, ¿tú? ¿estás feliz? ¿asustada?

—Estoy feliz. Y tranquila—me encojo—. No debería de sentirme así.

Edward me acerca aún más a él y su barbilla se apoya en mi frente.

—No lo pienses demasiado… Estaba pensando…

—Te estás contradiciendo.

—Calla—me río bajito y él besa el nacimiento de mi pelo—. Estaba pensando en que sería algo lindo que vinieras conmigo mañana.

—¿Por la noche?

—Ajá. Es decir, bueno, ya me disculpé por no decirle a mi familia quién eras en realidad, pero creo que es importante ahora.

—¿Ya que estás atado a mí para toda la eternidad?

—Exacto—se ríe.

Pateo sus piernas y él atrapa mi pie entre sus pantorrillas.

—Mis abuelos estarán ahí también.

—Es un gran asunto entonces.

—¿Te gustaría ir?

—Seh—respondo—. Sólo pasaré a saludar a Eleazar y a Carmen y estaré ahí.

—No cenamos muy temprano de todas formas.

—Está bien.

Más silencio.

Mis ojos se cierran pesadamente y cuelo mi mano en la sudadera de Edward, deseando desesperadamente tocar su piel. Apoyo mi palma en su espalda baja y rasco dos veces antes de suspirar y concentrarme en dormir.

—Oye—él susurra con voz pequeña.

—¿Mmm?

—Te quiero.

—Mmm, yo también—dejo un beso soso en la base de su garganta y entierro mi rostro ahí.

—Y gracias por esto—añade.

No, Edward, gracias a ti.

xxx

—¡Bella! —Alice es quien abre la puerta y, otra vez, no tuve que tocar el timbre—. Pasaba por la ventana. No creas que siempre estoy espiando. Pasa. Dame tu abrigo, lo colgaré justo aquí.

Alice es una chica muy habladora, llena los espacios de cualquier conversación y su sonrisa, aunque a veces demasiado grande, es capaz de relajarte.

Sostengo mi pequeño bolso en mi mano derecha y con la izquierda correspondo su abrazo.

—Mis abuelos están aquí, ¿Edward te dijo eso? —asiento y ella suspira aliviada—. Bien, siempre olvida mencionar las cosas importantes—masculla y estoy segura de que se refiere al episodio bochornoso de la ocasión anterior—. Él está en el sótano, está ayudando a papá a hacer algo. Ven, te presentaré con mis abuelos. No le hagas mucho caso a mi abuelo—cuchichea—. A veces parece demasiado gruñón, pero la mayoría de las ocasiones sólo está bromeando. Sólo sonríe.

—Mmm, de acuerdo—le sonrío y ella asiente.

Está usando un vestido negro con medias a juego y botas rojas. Sus ojos están delineados y lleva los labios color durazno.

En la cocina, Esme y una elegante mujer mayor están hablando sobre las cacerolas de comida mientras un hombre con camisa y chaleco cuadrado está leyendo el periódico, sentado en un taburete.

—Miren quién está aquí—anuncia Alice. Ambas mujeres se giran a vernos, pero el abuelo ni siquiera se inmuta—. Bella, esta es mi abuela Hope y él es el abuelo Anthony.

Estoy a punto de saludarlos de vuelta cuando puedo sentirlo antes de verlo. Edward está aproximándose y luego su gran mano se coloca en mi espalda baja. Esme está agitando su mano, sonriente y le sonrío de vuelta.

—Abuelitos, ella es novia de Edward—continúa Alice, terminando de entrar a la cocina y sentándose junto al abuelo. Alcanza una uva y se la echa a la boca.

—Hola, cariño—la abuela Hope se acerca y palmea mi hombro—. Gracias por venir. Vaya, qué bonita es, Tony—le dice a Edward.

Puedo escuchar su risa y luego me empuja ligeramente para entrar.

El abuelo finalmente baja el periódico cuando nos acercamos a la encimera. Edward alcanza también una uva y coloca otra en la palma de mi mano.

—Oh, ¿cambiaste tu cabello? ¿volverás a darme un masaje? —él me pregunta, viéndome directamente.

¿Qué?

Habría sido lindo que Alice o Edward, o mejor dicho Tony, hubieran mencionado que su memoria no es buena.

Un silencio incómodo cae en la cocina y, por supuesto, Alice es quién lo rompe.

—Oh, no, abuelo. Esa era Lauren—palmea su brazo—. Gracias a Dios que no está aquí—masculla bajo su aliento—. Esta es Bella—sonríe, señalándome.

—Oh—el abuelo suena decepcionado—. ¿Tú también sabes dar masajes?

—No, abuelo, ella no sabe dar masajes—murmura Edward, cortando la conversación.

Me abstengo de jadear ante su insulto. Sé que no soy buena en eso, gracias, pero hago lo que puedo. Una punzada de celos se instala en mi pecho al saber que Lauren solía darle buenos masajes, seguramente con final feliz. Y, al parecer, el abuelo también salió beneficiado de sus dotes de masajista.

Maldita.

—Mmm—el abuelo se queja—. Bueno… bienvenida—recuerda añadir y me da una sonrisa.

—Gracias—acepto.

—Bella, ¿quieres algo de vino? —Esme ofrece, alzando una botella de tinto.

—Estoy bien así, gracias—ella hace un puchero—. Pero tal vez agua—su sonrisa regresa y se apresura a servirme.

—Ven, vamos a la sala—Edward jala mi suéter cuando Esme deja el vaso en mi mano.

—No diré nada sobre tu flagrante insulto a mis masajes—murmuro, tomando asiento a su lado—. Ni tampoco del hecho de que seguramente Lauren te dio varios. Y con final feliz, debería agregar.

Él sonríe y estira su pierna para sacarse el celular del bolsillo. Lo arroja a un lado.

—Ambos sabemos que no eres buena, Bella. ¿Y quieres saber la respuesta a lo otro?

—No, ya sé que si—digo desanimada, bebiendo agua—. Carmen se atrevió a partir el pastel antes de tiempo para servirme. También te envió un poco, dijo que era su especialidad.

—¿La es?

—Nunca antes lo había hecho—le resto importancia con un gesto de mano—. Lo olvidé en mi camioneta.

—Vamos por él, quiero probarlo.

Estoy abriendo la puerta principal cuando él me detiene, tendiéndome mi abrigo.

—No tomará ni un minuto.

Él echa un vistazo alrededor y lo presiona contra mi pecho.

—En verdad no me gustaría que enfermaras.

Le ruedo los ojos y me lo coloco, sacándome el cabello.

—Vaya, ¿ya vas a ponerte todo loco? —aventuro cuando estamos caminando por el porche.

—Probablemente—acepta, incluso sujetándome por el codo para evitar una caída con el hielo.

Alcanzo su porción y la dejo en su mano antes de estirarme para tomar el pay que Carmen horneó para los Cullen. Cuando hablé por la mañana con ella contándole del cambio de planes dijo que haría algo para llevarlo conmigo.

—Es como una representación, Bella—dijo—. Considéralo como un regalo de madre, porque sabes que yo soy tu madre, ¿cierto? Puedes decirles "miren, mi madre les envía esto"

—No diré eso. Creerán que mi madre regresó de la tumba para hornearles un pastel.

—Oh, dios, ¿les dijiste que tu madre murió? Bella, no sabemos eso.

—Ni siquiera la mencioné—dije—. ¿Por qué no mejor un pay?

Y ella hizo un pay.

—Hey, no tenías que traer nada—dice Edward.

—Carmen insistió—soluciono.

—Bueno—sonríe—. Oye, te extrañé hoy—confiesa, llevando su mano libre a mi abdomen.

—No toques mi panza.

—¿Qué? ¿Por qué? —frunce el ceño, alejando la mano rápidamente.

—Tengo la ligera sospecha de que Alice mira por la ventana todo el tiempo. Hoy volvió a abrir la puerta antes de que tuviera oportunidad de tocar.

Edward se ríe y abre la puerta del copiloto, ocultando la mitad de mi cuerpo con ella.

—¿Mejor? —su mano ya está en mi abdomen, moviéndose en círculos.

—Mejor. Y yo también te extrañé. Fue extraño ver a mi familia, se siente como si estuviera ocultándoles algo enorme.

—Si estás ocultándoles algo.

—Sabes a lo que me refiero—trago, omitiendo el hecho de que ver a Rosalie fue malo. No pude mirarla a los ojos. Se siente… incorrecto de alguna manera. Sé que no es algo que pueda controlar, no es mi culpa, no es culpa de nadie, es sólo… dios, será difícil darle la noticia.

Me estremezco y Edward cree que es de frío, así que me apresura para regresar al interior.

Alice vuelve a abrir la puerta.

—¡Oh, trajeron un pay! Genial—ella lo toma de mis manos y corre a la cocina con él.

—¿Lo ves? —miro a Edward.

—Seh, cuidémonos de ella—acepta.

Alice regresa a la sala luego de un rato, trayendo unos muffins de chocolate consigo.

—Los hizo la abuela, quiere saber su opinión—y tan pronto como viene, se va.

—Estaba pensando en esperar un par de meses para decírselos—susurra Edward entre mordiscos.

—Ah, sí, definitivamente—acepto, mi mente yendo hacia Rose.

—Al menos hasta que empiece a notarse—me mira brevemente—. ¿Estás bien con eso?

Asiento.

—Claro. Primero necesito asimilarlo.

Edward sonríe con una esquina de su boca y juega con el papel de su postre.

—Estaba pensando en las reacciones de todos ellos—bufa una risa—. Estarán felices, pero luego dirán que es algo loco.

—Pues lo es. ¿Crees que todos ellos estén bien con eso? ¿Alice?

Él parece pensarlo un momento y apoya sus codos en sus rodillas.

—Creo que si le agradas. No me ha dicho nada, pero ha estado muy servicial. No era así con… antes—se corrige.

Aprecio que él no mencione a Lauren, siempre está evitando decir su nombre y espero que ese no sea un tema sensible por los próximos nueve meses.

—¿Paul, Seth?

—Oh, Paul se burlará de mí—Edward se soba la frente—. Ya puedo escucharlo—gime—, pero Seth estará feliz. Le gustan los bebés y los niños.

—¿Qué no le gusta a Seth?

—Cierto. ¿Tu familia? ¿Tus amigas?

—Mis tíos estarán felices, Emmett probablemente dirá que debí usar un condón, pero luego estará contento. Y supongo que ellas estarán bien, aunque harán muchas preguntas.

Rosalie, Rosalie, Rosalie.

Disimulo mi mueca dándole otro mordisco al muffin.

Su padre entrando a la sala interrumpe la conversación y parece apurado mientras busca algo.

—¿Tendrás que ir al hospital? —pregunta Edward.

—Bella, hola, gracias por venir—Carlisle me sonríe—. No, ya se arregló todo. ¿Han visto mis llaves? Tu mamá quiere que compre cosas que seguramente no servirán de nada—agrega bajo su aliento.

—Las dejé en el auto—Edward murmura y Carlisle se despide con otra sonrisa, prometiendo que volverá pronto.

Eventualmente regresamos a la cocina (después de que Edward es capaz de alejar sus labios de mi piel). El abuelo continúa leyendo el periódico y Alice está picando botones en el horno.

—No, mamá, eso no funcionará—insiste Esme.

—Esme, he hecho esto toda mi vida. Hazte a un lado—le dice la abuela Hope antes de notarnos—. Oh, ¿qué piensan de mis muffins?

—Abuela, ya sabes la respuesta a eso—contesta Edward, palmeando el taburete a su lado e instándome a sentar.

La abuela se lleva las manos a la cadera y me mira, esperando mi respuesta.

—Son deliciosos.

Ella sonríe complacida.

—Bueno, gracias, Bella. Tal vez tú puedas tener más que Eddie.

—Gracias por el postre, Bella—dice Esme, secándose las manos con un trapo.

—Lo envió mi tía. No agregó nueces en caso de que alguien sea alérgico.

—Oh, qué bueno. Anthony es alérgico a las nueces—murmura la abuela Hope.

—¿Qué? ¿Desde cuándo? —el hombre refunfuña, mirándola sobre la esquina de su periódico—. El otro día terminé una bolsa de nueces mientras veía la televisión.

—Esas eran semillas de girasol—responde ella.

—¿Entonces por qué estaban etiquetadas como nueces?

—¿Qué? Estás loco, hombre. Si hubieran sido nueces, ya habrías muerto—la abuela finaliza, girándose y continuando con una mezcla en un tazón.

—Ojalá hubieran sido nueces—el abuelo susurra bajo su aliento.

No sé si reírme o no, así que muerdo mi labio, pero entonces Alice y Edward comienzan a soltar risitas y de pronto el abuelo está riéndose junto a ellos, así que me les uno.

—Son buenos chicos. Tomen esto—murmura distraídamente, tanteando el bolsillo de su chaleco y luego hace aparecer tres chocolates envueltos en papel brillante.

—¿Qué estamos esperando? Tengo hambre—comenta Edward, alcanzando otro muffin.

—Se suponía que comeríamos pasta a los cuatro quesos y olvidaron comprar dos—responde Alice, tecleando en su celular.

—¿Qué? ¿Es enserio?

—Si—Esme acepta, tamborileando los dedos en la encimera—. Tu padre fue a comprarlos.

—¿Y no puede ser pasta a los dos quesos?

El abuelo lanza una carcajada.

—Este chico es gracioso—comenta, señalándolo.

Edward le entrecierra los ojos.

—No, Edward—suspira Esme.

Alice logra que el abuelo deje de leer el periódico y juegue cartas con nosotros mientras la abuela Hope prepara la pasta y aleja a Esme de la estufa, diciéndole que ella sabe lo que está haciendo. Esme comienza a llevar la comida a la mesa y finalmente estamos sentados, listos para cenar.

—¿Quién quiere tinto? —pregunta Esme al aire y llena algunas copas antes de preguntar quién prefiere vino blanco—. ¿Bella? ¿Quieres blanco?

—Eh, no—me rasco la mejilla incómodamente mientras todos los ojos están en mí. La mano de Edward está descansando en mi muslo. Esme frunce el ceño—. No puedo beber alcohol.

Mi paranoia causa que el silencio en la mesa me parezca tenso y siento que todo el mundo ha descubierto nuestro secreto.

—¿Estás embarazada? —la abuela Hope sacude mi hombro con su mano libre mientras deja una canasta llena de pan de ajo en el centro de la mesa.

—No—me apresuro a responder con una sonrisa y ellos se ríen entre dientes. Mi mente encuentra la excusa perfecta cuando recuerdo el tratamiento dermatológico de Jessica. Edward aprieta mi muslo y lo miro de soslayo—. No puedo tomar alcohol con mi medicina—le explico a Esme.

—¿Estás enferma? —pregunta Carlisle.

Mierda. Olvidé que es una casa de doctores. Sólo espero que aleje su estetoscopio de mí si es que no quiere escuchar un latido en mi barriga.

—En realidad es un tratamiento dermatológico.

—¿Por eso tienes tan linda piel? —Alice me pregunta, apretando mi brazo. Sólo atino a reírme.

—Claro—Carlisle responde a mi explicación y luego mira a Esme—. Esme, ¿por qué no le sirves un poco de jugo?

—Seguro—ella sonríe y se pierde en la cocina.

Estoy tan incómoda en este momento.

Edward aprieta mi muslo de nueva cuenta y me sonríe conspirador, palmeo su mano por debajo de la mesa y Esme regresa con un vaso y una jarra de jugo de naranja.

—Es de los artificiales—me susurra, restándole importancia con un gesto de mano.

—Gracias.

—Y bueno, ¿cuántos meses tienes? —el abuelo Anthony me pregunta cuando el alboroto de tomar los lugares se calma.

Por un momento creo que no creyeron mi mentira y sólo siguieron el juego, mi corazón se acelera.

—Anthony, ya dijo que no está embarazada—dice la abuela.

—Ah—él asiente—. Bueno, no te embaraces—me señala, advirtiendo.

—¿Por qué? —interviene Alice, dando un trago a su vino.

—¡Alice! No deberías estar bebiendo—la regaña Carlisle.

—Papá, tengo 21.

—Aun así. Toma jugo—él se estira para remover su copa—. Eres muy joven todavía.

Ella está a punto de protestar cuando el abuelo interrumpe, reanudando la conversación.

—Porque los bebés terminan con tu vida—anuncia—. ¡Son sólo fluidos, comida y popo a cualquier hora del día! No lo disfruté para nada.

—Vaya, gracias—murmura Esme, escondiéndose detrás de su copa.

—Por un momento creí que sería todo. Dos eran suficientes, ¿sabes? —continúa él—. ¡Y luego llegaste tú! —señala a Edward.

—¿Quién? ¿Yo?

—¿Quién más? —el hombre manotea—. ¡Sacudiendo el trasero al aire todo el día pidiendo que se lo limpiaran!

Muerdo mi labio tratando de no reír mientras la mesa entera estalla a carcajadas. Edward se soba la frente, con mejillas rojas y trato de no imaginarme a un lindo Edward bebé lloriqueando por los pasillos.

—Perdón por ser un bebé indefenso que dependía de otros para satisfacer sus necesidades básicas como ser humano—responde Edward.

—Olvidaste disculparte por haber nacido—Alice se inclina para verlo.

—También eso.

—De acuerdo, oremos—Esme finaliza y tomamos nuestras manos mientras ella lidera el discurso.

Ella menciona mi nombre y sus palabras me parecen particularmente trascendentales, así que deseo que se hagan realidad.

—Gracias también por colocar a Bella en la vida de nuestro hijo y en las nuestras—. Edward aprieta mis dedos y frota su pulgar en mi dorso—. Guíanos y haz que nuestros corazones estén dispuestos a recibir con brazos abiertos lo que ella tenga por ofrecer a esta familia.

—Gracias por eso—murmuro y Esme me sonríe.

—Por supuesto.

Cuando llega la media noche brindamos en la sala y a pesar de que Alice salta a los brazos de Edward antes de que él tenga oportunidad de moverse y a que todo el mundo está abrazándose los unos con los otros, ya no me siento sola.

Luego de nuestro abrazo, Edward nos gira hacia la pared, dejando a su familia a nuestras espaldas. Me sostiene por los hombros y su mano libre va a mi abdomen.

—Feliz Año Nuevo, supongo—sonríe.

Coloco mi mano sobre la suya y le doy una palmada.

—Será uno bueno.


¡Hola! Les traigo más. Gracias por sus comentarios, que ni siquiera se acercaban a lo que me esperaba jaja.

Espero que les haya gustado este.

Nos seguimos leyendo.