Hamato Yoshi, maestro y padre, había muerto hace ya diez meses.

Las primeras semanas fueron difíciles para el hermano menor, Miguel Ángel, quien sólo se mantenía contemplativo mientras dejaba que el tiempo pasara sin intervenir. Sin embargo, sus hermanos, preocupados por él, se esmeraban en hacerle compañía e intentar sacarle una sonrisa a pesar del dolor que ellos mismos sentían. Conmovido, Mikey, poco a poco volvía a ser el alma feliz de siempre, su primer paso para dejar el duelo atrás fue cocinar cada día un almuerzo delicioso que pudiera subir el ánimo de toda la familia. El menor confiaba que de aquí a algunos meses más podrían acostumbrarse a esta nueva normalidad.

Las primeras semanas fueron difíciles para el hermano del medio, Donatello, quien sólo se encerró en su laboratorio y pasaba los días sentado en una esquina. No todo su tiempo lo pasaba ahí, ya que de vez en cuando salía de su habitación para ver a sus hermanos, impulsado por su preocupación. Abril era una compañía constante, sus conversaciones sobre lo que le sigue a la muerte le daban un poco de tranquilidad al igual que lo hacía la compañía de la chica. Al ver a su hermano menor más animado provocó un efecto similar en él. Si el menor estaba mejorando, entonces, con el tiempo, todo estaría bien.

Las primeras semanas fueron difíciles para el hermano del medio, Rafael, quien sólo a salir todas las noches a castigar bandidos de formas violentas realizadas con su frustración e ira. Sin embargo, preocupado por sus hermanos, dejó de frecuentar la superficie cada día para pasar tiempo con ellos. Rafael sabía que era un sujeto violento e impulsivo, por lo que trataba de descargar su tristeza en actos que sus hermanos no presenciaran. Rafa no quería descuidar a sus hermanos y no quería preocupar de más a su hermano mayor. Casey fue una compañía constante que no juzgaba ninguno de sus actos. Los días fueron pasando y al ver a Donnie y Mikey más animados provocó un efecto similar en él, aunque seguía atento a todos sus hermanos. Esperaba que, con el tiempo, la partida de Sensei sería menos dolorosa, sólo había que esperar.

Los últimos meses seguían siendo difíciles para Leonardo, los más dolorosos de toda su vida y parecían nunca acabar.

No se detenía, el dolor en su pecho era inaguantable y seguía con la misma intensidad que el día en el cual su maestro, su padre, dejó de existir.

Debía mantener las apariencias ante sus hermanos quienes, contrarios a él, mejoraban con el pasar del tiempo, sus miradas tristes y expresiones llenas de dolor iban desapareciendo poco a poco mientras la pesadez en su alma persistía.

Estaba triste por sus hermanos, preocupado por su futuro y, destrozado por la partida de su maestro. De su padre. Como lo extrañaba, cuanta falta le hacía. Leonardo daría lo que fuera por tomar té juntos una vez más, conversar con él, darle un abrazo y agradecerle por cuidar tan bien de él y de sus hermanos. Se sentía como si parte de su pecho faltara.

La tortuga mayor no quería preocupar a sus hermanos, quería brindarles esa seguridad y calma que su padre, el pilar donde todos podían apoyarse, representaba.

No había derramado una sola lágrima desde ese día, no frente a los demás por lo menos y esperaba que se mantuviera.

Esperaba que con el paso del tiempo el dolor en su interior se volviera soportable.